¿Puede el perdón curar el dolor?
Irene Villa
¿Puede el perdón curar el dolor?
Irene Villa
Periodista y psicóloga
Creando oportunidades
Cuando ser fuerte es la única opción
Irene Villa Periodista y psicóloga
Irene Villa
Psicóloga, periodista, escritora y madre de tres hijos, la historia de Irene Villa conmocionó a España y al mundo. En 1991 un atentado con bomba cambió su vida. Con doce años, perdió las dos piernas y tres dedos de una mano. Sin embargo, no perdió la capacidad de luchar, y se aferró a la vida con más fuerza que nunca. Su determinación y optimismo la han convertido en un referente para la sociedad. Irene Villa ha logrado convertir la adversidad en uno de los motores impulsores de su vida. Tal como afirma: “La clave a veces está en cambiar el foco a la situación”. En su mensaje positivo, destaca valores como el esfuerzo, la confianza en uno mismo, el trabajo en equipo y por encima de todo, el perdón. De este último asegura que “es la base para tener una vida plena y feliz”. Afirma que de lo que más se aprende, es de la adversidad: “A mí me ha enseñado a agarrar la vida con fuerza. Y a valorar el regalo que supone, simplemente, el hecho de estar viva”. En la actualidad forma parte del equipo de competición de esquí alpino adaptado de la ‘Fundación También’. Ha recibido innumerables galardones, entre ellos el Micrófono de Plata por su libro ‘Saber que se puede’. Es fundadora y presidenta de la Fundación Irene Villa, dedicada a la inclusión laboral y al deporte adaptado para personas con discapacidad. En 2013 fue elegida una de las ‘Top 100 Mujeres Líderes’ más influyentes de España.
Transcripción
El caso es que la bomba explotó justo antes de que me dejase a mí en el colegio. Bueno, aquello nos destrozó el cuerpo a las dos. Pero milagrosamente salvamos la vida. Bueno, estaban los servicios sanitarios muy cerca porque había habido otra bomba en el mismo barrio de Aluche, muy cercano. Y la ambulancia, que no pudo hacer nada por salvar a este teniente Carballar, que dejó cinco niños pequeñitos huérfanos, se llevó a mi madre, que, de hecho, era la única que parecía que estaba viva porque ella se levantaba y gritaba: «¡Mi niña! ¡Dónde está mi niña!». Bueno, yo estaba en la carretera tirada, aparentemente muerta. Y alguien me dio la vuelta y vio que sí que tenía pulso. Así que me llevaron corriendo al hospital más cercano. Y ahí, el primero que llegó fue mi padre.
Los médicos le dijeron cómo estaba, ¿y sabéis lo que dijo? «No la salvéis. Yo no quiero para mi niña una vida desgraciada», y prefirió sufrir él lo peor que te puede pasar, que te maten a un hijo, antes que verme sufrir a mí. El médico tampoco me quería salvar, pero bueno, afortunadamente ocurrió el milagro de devolverme a la vida. Y a partir de ese momento, tanto mi madre como yo, decidimos dar gracias por esta nueva oportunidad que la vida nos estaba dando. Que ha habido muchísimas personas que han sido asesinadas, y en nuestro caso estuvieron a punto, pero teníamos que dar las gracias. Lógicamente, no fue tan fácil. Porque asumir una realidad tan brusca… Bueno, verte en el espejo directamente sin esta parte del cuerpo, y de pronto ver, bueno, que tu esquema corporal cambia, que a ti lo que te gusta es el deporte, el baloncesto, patinar sobre hielo… Y de repente dices: «Bueno, ¿y ahora? ¿Y ahora qué?».
Tuve muchísimo apoyo y muchísima ayuda. Yo siempre digo que el apoyo social es fundamental. Siempre hay que contar lo que nos ocurre para que otras personas nos puedan echar una mano. Yo, en mi caso, tuve gente que vino de todas partes, incluso de fuera de España que se habían enterado. Porque claro, las imágenes eran tan dantescas y terroríficas que dieron la vuelta al mundo.
Y bueno, por mucha ayuda, por muchos premios, por mucho reconocimiento y mucho amor, uno asume lo que realmente le pasa no cuando está rodeado de este cariño, sino cuando te enfrentas a tu realidad en soledad. Y eso no te lo puede quitar nadie. Yo creo que el dolor es inevitable. Lo que es opcional es quedarte en ese sufrimiento de por vida. Así que decidí que iba a seguir estando abierta a los regalos que la vida me iba a dar. Que, por cierto, han sido muchos. Porque gracias al deporte integro el primer equipo del mundo de esquí adaptado. Aun hoy, 11 años después de que naciera este equipo, yo sigo compitiendo.
He sido mamá de tres niños maravillosos, y eso ha sido lo que más ha llenado mi vida de ilusión, de alegría, de fuerza. Un corazón triplicado de fuerza, de amor. Y eso es lo que ahora mismo me mueve. Y lo que más me preocupa, como a vosotros, es darles una buena educación. Una educación en valores. Quiero fortalecer a mis hijos.
Siempre digo que: «Hijo, te haré fuerte y seguro, pero debes tropezar para aprender. Por eso voy a darte fortalezas humanas dándote mucho amor y mucha seguridad en ti mismo. Pero no voy a quitar las piedras de tu camino, porque cuantas más piedras encuentres y más pesadas sean, más grande y fuerte construirás tu castillo». Esa ha sido la principal lección que la vida me ha dado, y así voy a educar a mis hijos. Así que ahora os toca a vosotros preguntar. Yo encantadísima de estar aquí y poder contagiar eso tan importante a la gente joven, sobre todo.
Yo he visto gente que tenía, a lo mejor, una vida anodina, o incluso aburrida, insulsa, sin un objetivo, sin una motivación, que de pronto, pues un accidente de coche, silla de ruedas. Conozco muchísima gente porque trabajo con ellos y porque hago deporte adaptado y viajamos por todo el mundo. Y de pronto, sales fortalecido. Yo creo que huimos, el ser humano, de la adversidad, de la dificultad. Y es al revés, hay que meterte de lleno y afrontar esa adversidad porque vas a conocer a un nuevo yo muchísimo más fuerte que el que tenías antes. Porque es verdad, te hace más fuerte todo lo que vaya ocurriendo. Una vez que has aprendido la lección, por supuesto, porque si no… La vida es una gran maestra, pero te pone otra vez en situaciones muy parecidas hasta que aprendas la lección que tienes que aprender.
Bueno, mis hijos son muy pequeños, pero yo quiero que se caigan, y quiero que sepan, bueno, resolver una situación por sí mismos. Son muy pequeños, pero el de seis años ya me deja alucinada por las salidas. La creatividad de una mente infantil yo creo que es mucho más potente y poderosa que la de un adulto, porque nos vamos encorsetando nosotros mismos. Que lo sepáis los más jóvenes: crecer es una trampa. Crecer es una trampa que te va limitando tu mente. Es verdad, te va como encorsetando. Te vas poniendo máscaras, capas de cebolla, vas escondiendo, a lo mejor, tu esencia, ese niño interior, esa niña interior. Yo reivindico ese niño que todos tenemos en nuestro interior, porque es ese niño que es el que vive, es el que se entusiasma, es el que tiene una creatividad sin límites, una imaginación superpotente. Y yo creo que las salidas, muchas veces, nos las dan nuestros propios hijos. Tienen unas contestaciones y una forma de pensar tan sencilla, tan pragmática, que digo, ojalá nos quedásemos con ese pragmatismo, también con esa inocencia a veces. Dicen: «La inocencia es muy atrevida». Vale, pero es que a veces es mejor no saber ciertas cosas, ¿verdad? Vivir en ese mundo, como me dicen a mí, de «flower power».
No, no es «flower power», es simplemente querer poner el foco en lo bueno y en lo positivo, porque ¿para qué lo vas a poner en lo negativo? ¿Para qué vas a sufrir? Estamos aquí para ser felices, no para sufrir, ni para llorar, ni para odiar, ni maldecir. Y los niños saben mucho de esto. Y nunca es demasiado tarde, además, para tener una infancia feliz. Mi último libro, mi última novela, va precisamente de niños que no lo han tenido fácil. Han acabado en un orfanato, que es una fundación maravillosa que saca el potencial de esos críos. Y al final, esos niños tienen una infancia feliz. Ya un poco más crecidos, pero nunca es demasiado tarde.
La queja. También en España somos mucho de… Nos gusta, nos va el hecho de quejarnos por todo. Que si la comida está así, que si el frío, que si el calor, que si… Es verdad, es que somos muy de… No sabemos de qué hablar a veces, y bueno, pues vamos a quejarnos un poquito. El deporte nacional. Y la queja es muy de una persona tóxica, no sirve de nada. Pues la frustración tampoco sirve de nada, porque es: «Se acabó, ya no hay nada que hacer. Me frustro y…». Como el enfado. Que es cierto, que dirás: «Jo, pues yo a veces me enfado, no lo puedo controlar». Bueno, claro que son emociones naturales y humanas, pero hay que transformar esas emociones en emociones positivas que nos sirvan, que nos ayuden, y que nos hagan, bueno, sentirnos mejor. A veces vienen para enviarnos un mensaje del alma. Por ejemplo, saltos de etapa, que estás como más triste, más frustrado, más enfadado, o tienes incomprensión. La situación: «¿Y esto por qué me tiene que pasar ahora? Con lo bien que me estaban yendo las cosas». Esa tristeza, a veces esa impotencia, esa rabia, esa ira, tiene un mensaje de nuestra alma que dice: «Algo tienes que cambiar. O te mueves o caducas. ¡Muévete! Y siempre hacia adelante. Para atrás, ni para coger impulso».
Y tener una actitud proactiva. ¿Qué es una actitud proactiva? Pues querer mover tu vida hacia donde tú quieras. Y para eso es importantísimo, yo creo que es la base de la educación que a mí me gusta y la que yo quiero, es la que empodera tu autoestima. Porque es que con una autoestima en su sitio, que cuesta mucho tenerla en su sitio, que es muy frágil y fluctúa, pero con una buena autoestima, no hay nada en este mundo que el ser humano se proponga y que no consiga. Porque esa autoestima, esa fe en ti, ese creer que puedes y saber que puedes hacerlo, es lo que te abre las puertas. Y la frustración te las cierra.
Y además, la constancia es fundamental y también hay que inocularla a la gente joven, a los niños. Porque es la que va a hacer… La constancia es la virtud que va a hacer que todas las virtudes que todos tenemos den sus frutos. A mí me dicen: «Es que yo no hubiera sido capaz». Digo: «¿Tú crees que yo tenía, a lo mejor, unas condiciones especiales para ser esquiadora?». Como decía mi padre: «Pero si no esquiabas cuando tenías piernas, ¿por qué esquías ahora?». Bueno, pues fuerza de voluntad. Y no ha sido una genética especial, porque en mi familia no hay deportistas. No ha sido tampoco un talento especial. Ha sido constancia y ha sido fuerza de voluntad, y ha sido perseverancia. Es que yo pienso que eso es innegociable. O sea, yo con mis hijos… Por eso quiero que hagan deporte, porque esto lo aprendemos muy bien haciendo deporte. Porque hay veces que no te apetece entrenar, ¿verdad? O no te apetece ir a un partido, en mi caso una carrera. Y bueno, tienes que ir.
Y resulta que es que tu vida cambia totalmente cuando estás activo, cuando estás haciendo deporte. Porque, además, la constancia y la perseverancia te retroalimentan. Y eso hace que la pereza, ni la vaguería… A veces es verdad que tenemos más pereza, menos ganas de hacer cosas. Pues la fuerza de voluntad vence todo eso. Yo creo que es el ingrediente estrella en la vida de cualquier persona. Porque todos tenemos talentos increíbles, pero a veces están escondidos. Y a veces, pues cuesta más. Lo típico de: «No, es que yo soy muy patosa». No eres patosa, es que no has entrenado lo suficiente. Ya está. Yo, al principio, no te puedes imaginar la de caídas que tuve con el deporte. Bueno, y a lo largo de mi vida. Y siempre una lección. No importa las veces que te caigas, sino las que te levantas. Y así es como vas consiguiendo los objetivos, poco a poco, sin ponerte tampoco el listón muy alto, pero ir consiguiendo eso también te va reforzando tu autoestima. Yo siempre hablo en mis conferencias de las tres «P» como algo esencial. Luego, tengo otros valores muy importantes, pero la paciencia, la prudencia y la perseverancia… Es que si no tenemos esto, apaga y vámonos.
Por mucho que luego aparezcan cosas inevitables, problemas de la vida, dificultades, que a veces no son tanto como lo que imaginamos. Que es peor la pena imaginada que la pena acontecida, ¿a que sí? Que muchas veces nos ponemos las manos en la cabeza y adelantamos cosas que nunca han ocurrido y nunca van a ocurrir. El miedo, ese es el mayor enemigo. El miedo es la mayor barrera. El miedo es la inacción, te paraliza. Y además, ahuyenta a nuestro principal motor, que es el amor. Así que tú eliges si te quedas con el amor o con el miedo. Son incompatibles. Si algo he aprendido de toda esta vida de lucha y de no tirar la toalla, es que teniendo amor en tu corazón, todo lo demás se supera. Y para las niñas, si esto es un ejemplo y un referente, pues yo encantadísima, porque estoy convencida de que es así.
Y en la adolescencia, a veces, te cierras. Y es todo lo contrario: hay que abrirse, hay que hablar. Y más ahora, en la era digital. Las redes sociales, a veces, te aíslan del contacto. Que, como os digo, facilita muchas cosas pero empeora lo que a mí más me importa, que son las personas, que son las relaciones humanas.
Además, cuando uno no perdona… Esto es muy visual, pero creo que para la gente más joven y para todos, así no se nos olvida nunca. Cuando alguien te hace daño, se crea como un hilo invisible que va de ti a esa persona que te ha hecho daño. Y, en cierta manera, tú sigues tu vida, pero te sigue doliendo. En alguna forma, te acuerdas de: «Esta persona fíjate lo que me ha hecho. Y no me ha pedido perdón, y además con qué descaro, qué poca vergüenza lo que ha hecho. ¿Yo por qué me tenía que merecer esto?». Y entonces tienes a esa persona, con ese vínculo, en tu casa, en tu trabajo, en tu vida diaria, en tu familia. Y aunque estés bien, porque la vida sigue, tienes ahí ese ‘comecome’, pensando: «¿Y por qué lo habrá hecho? ¿Se arrepentirá? ¿Algún día me llamará? ¿Y cómo le irá la vida?». Bueno, pues cuando tú le perdonas, ¿sabes lo que haces con ese hilo? Lo cortas. Como con unas tijeras, cortas ese vínculo con quien te ha hecho daño y le dejas ir. Y tú no te imaginas la liberación que resulta perdonar. Es liberarte de esa persona.
Y no sabes lo que le va a pasar, o a lo mejor sí, pero bueno, que allá su vida. No le deseas nada mal, aunque sabes que al final… Yo sí que creo en esa justicia de que el que la hace la paga. Si no es de una forma es de otra. Igual que creo en la justicia de que quien da amor, recibe amor. Y encima multiplicado. Entonces, digo: «Bueno, pues le perdono». Y bueno, ya se encargará la vida o su camino de ponerle en su sitio porque, como os digo, sí que pienso que quien hace algo mal, conscientemente sobre todo, de alguna forma lo paga.
Por ejemplo, mi caso prescribió sin culpables. Sin un juicio y sin un asesino encarcelado. Gracias a este pensamiento, no me importa. Claro, estaría si no supermal, diciendo: «Jo, fíjate, los que casi nos matan, de rositas». Pues como pienso esto, pues me quedo tranquila. Al final, yo creo que uno tiene que pensar lo que te ayuda a ser feliz. Si esto lo llaman vivir demasiado… pues no sé, en un mundo ideal, pues prefiero vivir en un mundo ideal a vivir en el mundo que nos muestran. Yo soy periodista y yo creo que lo que veo siempre, que si la corrupción, el interés, el enfrentamiento, la violencia… Eso no nos representa. Yo creo que nos representan mucho más otras noticias que no salen. Pero hay muchísima más gente maravillosa y buena, que ayuda, que coopera, que se interesa por los demás, que ayuda en la educación, en el progreso, en el ser humano, en que tengamos una feliz convivencia, en que todos juntos vayamos adelante, crezcamos interiormente, tengamos mejores trabajos… Yo creo que la mayoría es así. Lo que pasa es que hace más ruido un árbol al caer que toda una selva creciendo. Pero cuando tú te das cuenta que la vida es maravillosa, pero tan rápida y fugaz, pues perdonas. Es que no te queda otra opción que perdonar.
Por supuesto, tiene que haber un proceso de adaptación. Pero, al final, va a salir fortalecida incluso. Esa es la resiliencia. Y eso también hay que inculcarlo en estos chavales y en los niños. Porque les va a tocar dar la vuelta a la tortilla, porque la vida no es un camino de rosas. Y no te va a pasar lo que me ha pasado a mí, lógicamente, afortunadamente, y ojalá que el terrorismo desaparezca del mundo, pero van a pasar otras cosas. Yo he tenido otras cosas serias. Tuve períodos, la verdad, bastante dramáticos. Y ahí me di cuenta de que el enemigo número uno es el miedo. Porque la gente me decía: «Con lo fuerte que tú eres. Si tú, lo que has superado… Vamos, esto está chupado». No. Cuando tienes miedo, no es tan fácil, ¿eh?…
…Pero bueno, si les educamos: respeto, resiliencia, responsabilidad. Y, bueno, que colabore en casa. Ah, bueno, por supuesto, ya lo he dicho antes: la sociabilidad. No estás solo en el mundo. Yo tengo la suerte de tener este carácter, de ser una persona abierta, extrovertida. Pero es que si tu hijo no lo es, tienes que fomentar eso. Porque resulta que es un predictor de la felicidad.
En mi caso, sirvió muchísimo el deporte. Creo que el deporte te da una fortaleza interior que hace que se refuerce tu autoestima. Porque, además, te hace estar en contacto con otras personas. Que, como sabéis, eso es básico para tu autoestima. Reírte con alguien, eso te está alimentando tu autoestima, tu espíritu. El deporte también te da trabajo en equipo, que es estar en contacto con la gente. Los equipos siempre dan mucha fuerza interior, porque sabes que algo puedes aportar ahí. Entonces, la psicología de grupo, de sentirte alguien, sentir que tu opinión cuenta, sentir que vales. Por ejemplo, cuando ya te has jubilado o no encuentras un trabajo, lo peor que puedes hacer es quedarte en casa. Porque ahí la autoestima va menguando. Tienes que buscarte una ocupación para seguir sintiéndote útil. Pero no tiene que ir por lo que los demás digan u opinen de ti. Tu autoestima no tiene que depender de nada externo, tiene que ser algo del interior. Y eso, como os digo, se potencia teniendo un compromiso. Y el deporte me gusta porque es un compromiso que, como os digo, aunque no te apetezca, aunque esté lloviendo, helando, caen copos enormes o hace un viento horrible y no se ve, yo he tenido que ir a entrenar.
Yo creo que eso te endurece, pero a la vez te da autoestima. Porque cuando has terminado ese día duro, dices: «Madre mía, yo me iba a quedar en casa sin salir, y fíjate, he salido, lo he conseguido». Entonces, yo creo que la autoestima es ponerte pruebas diarias. El trabajo, muchas veces, pone a prueba tu autoestima, porque es dar lo mejor de ti. Estudiar también, porque estás fortaleciendo esas capacidades que tienes para aprender, para asimilar cosas nuevas. Yo creo que las etapas en las que uno está más bajo de autoestima tiene que buscarse este tipo de ocupaciones.
Y el fracaso te enseña lo que el éxito no te enseña. El éxito es: qué bien lo has hecho, palmaditas en las espalda, enhorabuena, felicidades, todo son palabras bonitas. ¿Qué aprendes de ahí? Nada. Sin embargo, el fracaso te enseña que si lo que estás haciendo realmente te gusta y te entusiasma, vas a tener que trabajar muchísimo más. Te enseña que tienes que tener más autodisciplina, te enseña que necesitas más autoconfianza. El fracaso te enseña que tienes que mejorar. Y el fracaso tiene que estar toda la vida, porque siempre hay algo que mejorar. Yo tengo que dar las gracias a las adversidades porque me han hecho más fuerte, pero a los fracasos porque me han hecho aprender, sobre todo, a saber que no hay que tomarse la vida tan en serio. Que como te tomes la vida en serio, estás perdido, es que no disfrutas. Y es verdad. Bueno, pues si te equivocas, busca otra forma de hacerlo.
Nosotros tenemos proyectos con personas con discapacidad intelectual, y las empresas nos están agradeciendo que haya gente, por ejemplo, haciendo algo que perfectamente puede hacer teniendo síndrome de Down, por ejemplo, y que no solamente hace su trabajo correctamente, sino que la energía que contagia al resto de empleados, su alegría, la sonrisa, el abrazo que te da cuando entras por la mañana, no te lo da una persona que no tiene discapacidad intelectual.
Pues ese era el mensaje fundamental que os quería decir. Que la infancia es maravillosa porque son esponjas, un diamante que pulir. Que ayudemos a esos niños y a esos jóvenes a sacar lo mejor que llevan dentro, que es su capacidad de conseguir lo que quieran. Y para ello hay algo que a mí me ayuda, que es no mirar al pasado. Y si miras, solo está permitido mirar de dos formas: perdonando o agradeciendo. Vivir el presente con alegría y con entusiasmo, el día a día con la atención plena y disfrutando de cada instante, y mirar al futuro con esperanza y con optimismo. Creo que eso lo podemos tener todos los que estamos aquí y lo llevamos dentro. Muchísimas gracias. Muchas gracias. Muchas gracias.