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Procusto, un mito contra la polarización

José Carlos Ruiz

Procusto, un mito contra la polarización

José Carlos Ruiz

Filósofo y profesor


Creando oportunidades

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José Carlos Ruiz

¿Qué nos está conduciendo a la polarización? ¿Por qué estamos tan obsesionados con la felicidad? ¿Cómo impactan las redes sociales en nuestras vidas? Son algunos de los temas que analiza el filósofo José Carlos Ruiz. Como investigador de la llamada ‘Hipermodernidad’, a este profesor universitario le preocupa el impacto de las nuevas tecnologías en las mentes del siglo XXI: “Debemos tener siempre presente la diferencia entre lo real y lo virtual, para que nuestro ‘avatar’ virtual no se convierta en el eje de nuestras vidas”, afirma. José Carlos Ruiz se apoya en los mitos de la Antigua Grecia para explicar algunos de los procesos sociales del mundo contemporáneo. Para él, es fundamental que los jóvenes asienten un código de valores y nutran “su yo real”, antes de acercarse al mundo virtual: “Cada vez que abrimos la pantalla sin criterio, es la pantalla quien nos va configurando el criterio y el pensamiento”, sostiene. Crítico con la sociedad contemporánea, asegura que la felicidad del siglo XXI “se ha convertido en un instrumento de tortura” basado en una “check list” marcada por las tendencias. Como antídoto contra todo esto, propone el poder del pensamiento crítico.

José Carlos Ruiz se doctoró en Filosofía Contemporánea con una tesis sobre el ‘Hiperindividualismo’. Como investigador, sus intereses se centran en el análisis de la sociedad del siglo XXI y en la aproximación de la filosofía a lo cotidiano. Desde hace diez años, es profesor en la Universidad de Córdoba (España), donde desarrolla dos líneas de investigación: la construcción de la identidad y el pensamiento crítico. Durante 20 años fue profesor de secundaria y bachillerato, por lo que asegura que “la docencia es una artesanía”. También es colaborador habitual en prensa y ejerce como asesor filosófico para la Cadena SER, en su espacio «Más Platón y menos WhatsApp». En 2022 recibió la Bandera de Andalucía de las Ciencias Sociales y las Letras. Es autor de varios títulos, entre los que destacan ‘El arte de pensar’ (2018), ‘El arte de pensar para niños (2019)’ y ‘Filosofía ante el desánimo’ (2021). En el año 2025 publicó su primera novela, ‘Una mujer educada’ (Ed. Destino), en la que los personajes reflexionan sobre temas universales como la sinceridad, la culpa o la soledad; desde un punto de vista filosófico.


Transcripción

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José Carlos Ruiz. Quiero agradeceros que me acompañéis hoy aquí, en este plató. Antes de presentarme, quería poner el foco en un elemento que me parece cenital, fundamental, en el desarrollo de la comprensión de lo que nos hace humanos. Y ese elemento son las historias, porque la historia aterriza en lo real, lo que sucede, aunque sea una historia de ficción. Así es que quería comenzar poniendo en valor una historia de ficción de aquellos que quizás mejor han comprendido el valor de las historias, que son los griegos, y lo han hecho a través de la mitología. Y se me viene a la cabeza uno de los mitos que creo que mejor simboliza una de las problemáticas que he trabajado en los últimos diez años relacionadas con la identidad, que es el mito de Teseo y de Egeo. Es un mito un tanto singular. Creo que lo cuenta Plutarco, si mal no recuerdo, en su obra «Vidas paralelas», que cuenta la vida de Teseo. Y ahí narra algo muy bonito, y es que Egeo, que era su padre, era el rey de Atenas. Un rey que se había casado dos veces buscando descendencia y que no había conseguido tener hijos. Así es que, preocupado porque sus sobrinos estaban acechando ya el trono, coge el barco desde Atenas y se va a buscar el oráculo de Delfos. Se va a la ciudad de Delfos, busca el oráculo, a ver si le soluciona el problema. Y se planta delante del oráculo y a la pitia, que era la que interpretaba las demandas de la gente que se presentaba allí, le pregunta: «¿Qué tengo que hacer para tener un hijo?» Y, en ese momento, la pitia le contesta: «Si antes de llegar a Atenas en tu barco no destapas el cuello de tu odre…», el odre es la bota de vino, ¿vale?, donde se guarda. Dice: «Si no destapas el cuello de tu odre antes de llegar a Atenas, concebirás un hijo».

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Entonces, el pobre Egeo no sabe muy bien qué significa «no destapar el cuello de tu odre», no sabe qué significa aquello. Y, en el camino de vuelta, se acuerda de que hay un rey muy sabio, amigo suyo, el rey Piteo, que vive en la isla de Trecén. Entonces, desvía el barco y se va a la isla de Trecén a decirle a este rey sabio, amigo suyo: «Tú que eres muy sabio: vengo del oráculo de Delfos, me ha dicho esto. No sé qué significa, ayúdame a interpretarlo, porque quiero tener hijos». Y Piteo, que es muy listo, le dice: «No te preocupes, relájate, te quedas aquí en la isla un tiempo, vamos a descifrarlo juntos». Le hace un banquete al rey Egeo, le da un poco de vino y le presenta a su hija, a Etra. Una hija joven, guapa, en edad de merecer, que se diría en Andalucía. Y, de alguna manera, encuentran cierta química, yacen juntos y se queda embarazada ella. Piteo sabía que su hija, si se acostaba con Egeo, iba a ser madre, porque había interpretado el oráculo. Y, en ese momento, el rey Egeo se llena de alegría y dice: «Voy a ser padre por fin. ¿Cuál es el problema que tengo ahora? Bueno, que si llego a Atenas y me traigo a mi hijo», que será Teseo, «vamos a tener un problema serio. Y es que mis sobrinos, probablemente, intenten matar a mi hijo, porque es un bebé y quieren ellos gobernar. Así es que vamos a hacer lo siguiente: dejo aquí a mi hijo, dejo al bebé, dejo a la madre…». Y le dice a la madre, le dice a Etra: «Etra, nuestro hijo se va a criar aquí, con tu padre, que es un hombre sabio, en esta isla, con vosotros, con mucha tranquilidad, pero yo, antes de irme a Atenas, voy a dejar debajo de una roca inmensa mi espada y mis sandalias.

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Cuando Teseo sea lo suficientemente fuerte y grande como para mover toda esta roca, lo traes aquí y le dices quién es. Mientras tanto, que crezca sin saber que es el heredero de Atenas. No quiero que sepa que es el heredero de Atenas. Quiero que viva la realidad de lo inmediato, en vuestra isla, con vuestras costumbres». Así es que marcha Egeo a Atenas y Teseo va creciendo en esa isla rodeado de cariño, demostrando una valentía fuera de toda duda, criándose con los valores de un rey muy sabio, el rey Piteo. Y, cuando ya Teseo tiene 16 años y ha demostrado ser un joven íntegro, la madre lo lleva a la roca y le dice: «Levanta esa roca». Y al levantar la roca descubre la espada de su padre y las sandalias. Y, en ese momento, le dicen: «Tú eres el hijo de Egeo y eres el heredero legítimo al trono de Atenas». Porque, hasta ese instante, Teseo solo tenía una identidad: la identidad de alguien que crece con el cariño de una comunidad, con el afecto, con la valentía y con la cercanía y proximidad de los ciudadanos de la isla de Trecén. Pero cuando ya está con la personalidad asentada, con los valores bien fundamentados y con la fortaleza necesaria y ha demostrado su valentía, entonces, la madre le dice: «Tienes una identidad virtual, tú verás lo que haces. Te puedes quedar con nosotros, seguir cultivando la identidad real con la que has crecido o puedes emprender el viaje a Atenas a conocer a tu padre y que esa identidad virtual sea real cuando llegues allí y recibas el reconocimiento».

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Ese es el momento clave en la vida de Teseo, porque Teseo podía haber decidido quedarse en la familia que le había criado, en el entorno que tenía, con la identidad que había asumido, es decir, sabiendo quién es, los seres queridos cómo se configuran, la realidad, los valores… se podía haber quedado en esa comodidad, pero decide que no. Decide: «No, hay una identidad virtual, yo quiero acercarme a ella, a ver si la conquisto». Y entonces le dicen: «Hay un problema: de aquí a Atenas hay múltiples peligros y tienes que ir solo, y, si te arriesgas en el viaje, puede que lo consigas o puede que no, pero nadie te asegura que lo consigas». Cuando el rey de Atenas le deja, es decir, cuando su padre le deja esos dos símbolos, le está dando a entender una cosa que me parece bellísima para entender cómo se configura una identidad. Le dice: «Aquí hay unas sandalias, es decir, si te las calzas tienes que andar, pero también te tienes que poner en los pies de otro. Tienes que saber que estas sandalias tienen un peso específico, hay una identidad virtual, tú serás el heredero de Atenas, luego, tienes que actuar como un heredero, que hasta ahora no se te ha ocurrido. Y, si coges esta espada, que sepas que la tienes que utilizar desde la valentía, porque es un mecanismo de defensa con el que protegerte en ese proyecto de vida que tienes por delante». Entonces, él comienza ese viaje, se enfrenta a un montón de dificultades hasta llegar a Atenas, tiene que luchar contra seis atracadores que intentan quitarle la vida y todo lo que tiene encima. Va superando cada una de las pruebas y, cuando llega a Atenas, descubre que su padre –han pasado 16 años ya–, obviamente, no le reconoce ni sabe quién es. Pero estaban celebrando unas fiestas, había llegado la noticia de que había un joven muy fuerte y valiente que había cometido hazañas maravillosas en ese viaje y que se llamaba Teseo. Y, entonces, el rey de Atenas le dice a su nueva mujer, con la que estaba casado: «¿Qué hacemos con este joven que acaba de llegar a Atenas y que hablan maravillas de él?».

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Y la nueva mujer de Egeo no lo tenía claro. Le dice: «No me fío de este joven, lo voy a envenenar, así es que invítalo a casa, aquí a palacio, le ponemos aquí la copa para envenenarlo sin que diga nada y nos quitamos el peligro de que un extranjero pueda hacernos daño». Y, cuando invitan a Teseo a la casa, le hacen la fiesta. Teseo está callado porque está esperando a que su padre lo reconozca, es decir, quiere que la identidad virtual que todavía no ha adquirido, de alguna manera, esporádicamente, el padre la encontrara, pero después de un tiempo comiendo no se da cuenta el padre de nada, absolutamente de nada. Entonces, antes de que beba de la copa, traen la carne y, cuando traen la carne, Teseo ya no puede aguantar más, saca la espada para cortar la carne y el padre reconoce su espada. Y entonces reconoce a su hijo, tira la copa de vino para que no beba y se funden en un abrazo. En ese momento, Teseo adquiere la identidad real de todo lo virtual por lo que ha luchado. Y, cuando tú analizas el mito, una de las cosas que me interesa de estas historias que cuentan los griegos es que podemos extraer de enseñanzas para nuestra identidad en el siglo XXI. Lo primero que veo interesante en todo este mito es lo que esperan los griegos para diseñar una identidad virtual en un adolescente. Es decir, tú tienes una identidad real que crece dentro de un módulo de raíces que te van a nutrir y estás enraizado en un sitio con gente que te quiere y gente que te cuida. Y, solo cuando ya adquieres un poso, un sedimento, cuando tienes una nutrición intelectual, cuando tienes los valores bien asentados, en ese momento es cuando te permito empezar a soñar una identidad virtual, pero antes me aseguro de que tengas la identidad bien asentada en ti. Y, ahora, una vez que la tienes asentada, te digo: «Aquí tienes una identidad virtual, acércate a ella, si quieres, pero que sepas que te va a costar mucho trabajo».

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Y, cuando adquiere la identidad virtual, cuando el padre lo reconoce, su identidad virtual se funde en una identidad real. Es decir, lo virtual y lo real se funden, porque Teseo sigue siendo valiente, sigue siendo una persona honesta con unos valores tradicionales, y ahora encima es el hijo del rey de Atenas. Todo se fusiona de manera natural, no se violentan los procesos de identidad. En el siglo XXI estamos teniendo el problema de que la identidad virtual, el yo digital, el avatar que está configurando muchos de los códigos de los que estamos aquí, se presenta mucho antes de que hayamos sabido solidificar el yo real. Y estamos teniendo muchos problemas para educar el yo real, es decir, para que esas raíces que se encuentran en el lecho comunitario se expandan en nosotros de manera natural antes de que tengamos que dedicarle tiempo y atención a ese yo digital, a ese avatar, a esa identidad virtual que estamos construyendo. ¿Qué sucede si tú construyes la identidad digital sin que la identidad real la tengas asentada? Pues que, probablemente, la identidad digital se vaya comiendo y nutriendo a la identidad real. En vez de hacer lo que Teseo hizo, que es tener una personalidad sólida, fuerte y estable y, a partir de ahí, luchar por conseguir esa virtualización para mejorar lo que ya tienes, sucede al revés si no te esperas a tener solidificado eso. Entonces, como sociedad, creo que, a veces, estamos fracasando en ese primer proyecto. Creo que no estamos nutriendo suficientemente bien de los ingredientes básicos a la gente joven para que, cuando empiece a soñar en esa identidad virtual, ya tenga claras cuáles son las raíces que fundamentan su realidad.

Procusto, un mito contra la polarización. José Carlos Ruiz, filósofo y profesor
11:01

Yo me llamo José Carlos Ruiz, soy profesor de Filosofía en la Universidad de Córdoba, en España. Doy clases en la Facultad de Ciencias de la Educación y Psicología, y durante 20 años he estado siendo profesor de secundaria y bachillerato en instituto. Ahora llevo 10 años en la universidad, con dos líneas de trabajo y de investigación que se compenetran de alguna manera: una es la construcción de la identidad y otra es el pensamiento crítico. Si os parece, como vamos a echar un rato juntos, os cedo el turno de palabra a vosotros y espero vuestras preguntas, a ver por dónde podemos nutrirnos todos juntos.

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Gonzalo. Hola, José Carlos. Me llamo Gonzalo. Bueno, soy profesor y orientador de secundaria y a los profes nos preocupa mucho que nuestros alumnos y alumnas piensen. Y tú, que investigas sobre el pensamiento crítico, ¿crees que en la actualidad el pensamiento crítico se está perdiendo o no está funcionando?

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José Carlos Ruiz. Yo sí creo, para que todos nos entendamos, los que estamos aquí, que hay una definición de pensamiento crítico muy sencilla que tiene que ver con la capacidad intelectual que todos traemos de serie, y que tiene como objetivo interpretar el mundo, habitar ese mundo y proyectar ese mundo. Porque somos seres proyectivos, esto es precioso en el ser humano. Es decir, si no estuviéramos proyectando constantemente hacia adelante, sería muy difícil iniciar la acción con criterio o con voluntad. Entonces, bueno, esas tres cuestiones, si tienes un buen pensamiento crítico, interpretas el mundo de una manera más sólida, lo habitas con más sensatez y lo proyectas con una ilusión que se asienta en un abanico de posibilidades que parten de ese análisis crítico que tienen. Ahora, ¿está en crisis, como tú dices? En fin, tengo la tentación de decirte que sí, tengo esa tentación, ¿no? Pero, si bien la definición es complicada, sí creo que es más sencillo encontrar qué elementos hemos acordado, de manera más o menos objetiva, que configuran ese pensamiento crítico, cómo se pueden trabajar y cómo están en la actualidad. Y con eso ya podemos concluir si estamos en crisis o no estamos en crisis, ¿no? ¿Qué elementos configuran el pensamiento crítico? Voy a ir a mi campo, a la filosofía. Platón ya empieza a apuntar algunos de los elementos del pensamiento crítico sin hablar de pensamiento crítico, pero los apunta, y los apunta en su manera de escribir y de narrar las cosas.

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Platón escribe diálogos, diálogos, no escribe un ensayo filosófico. Luego, Platón ya lo primero que te está diciendo es: «¿Tú quieres aprender a pensar sobre cualquier tema? Hazlo en comunidad. Hazlo en comunidad. Entra en ese proceso dialogal donde haya cierta capacidad de comprensión del uno hacia el otro y haya una escucha activa e incorpores algo que pueda aportar a la conversación». Entonces, eso me parece que ya deja una seña de identidad curiosa. Y, luego, uno de los personajes principales, si no el más importante, es Sócrates, en esos diálogos. Y Sócrates utiliza dos elementos de pensamiento crítico maravilloso. Uno es la ironía. La ironía es una manera preciosa de decirle a una persona: «Creo que te estás equivocando», y hacerlo de manera educada. Es decir, en esos diálogos hay una educación exquisita hacia el otro y, cuando alguien sospecha que lo que está diciendo no tiene el fundamento suficiente, se lanza una pequeña ironía para que la otra persona se dé cuenta, se sienta interpelada y pueda cambiar la versión o reflexionar sobre lo que ha dicho. Y el tercer elemento, que es muy famoso también en la historia de la filosofía, es la mayéutica. Es decir, el arte de hacer preguntas. Sócrates pregunta muchísimo. Es decir, parte de hacer preguntas constantes para saber de dónde vienen los fundamentos de eso. Luego, Platón, ya en el inicio, pone tres elementos ahí de fondo que funcionan muy bien para trabajar ese pensamiento crítico. Hay una disputa intelectual entre Platón y Aristóteles. Platón funda su academia y, cuando le va muy bien, Aristóteles, que está en Macedonia, bastante lejos de Atenas… Aristóteles nace en una familia de médicos. El padre de Aristóteles es médico, maravilloso, de la corte de Macedonia. Entonces, Aristóteles aprende medicina con su padre, muchísima medicina. Cuando ya tiene 17 años Aristóteles y es brillante y ha demostrado que tiene un intelecto buenísimo, el padre le dice: «Te voy a mandar a estudiar a la mejor universidad del mundo». ¿Dónde está? En Atenas. ¿Y quién la dirige? Platón. Así es que cogen a Aristóteles y lo mandan en un barco a Atenas. Por cierto, en el trayecto del barco, Aristóteles, con 17 años, les salva la vida a dos personas porque sabía de medicina.

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Entonces, cuando llega a Atenas, Platón ya sabía, porque había oído que un joven macedonio sabía medicina y había salvado la vida a dos personas. Y, cuando Aristóteles desembarca en Atenas, va a la academia y se presenta y Platón lo acoge como un discípulo más, como un alumno más en la academia. Cuando Aristóteles tiene 19 años, se convierte en profesor ya de la academia. Imaginaos la brillantez de Aristóteles. Bueno, pues Aristóteles pasa veintitantos años en esa academia siguiendo las enseñanzas de Platón. Cuando Platón muere, Aristóteles vuelve a Macedonia, ayuda a educar a Alejandro Magno y, más adelante, funda su propia academia en Atenas, y lo llama «el Liceo», que hoy en día utilizamos la palabra «liceo» en francés para decir «instituto». O sea, «lycée» es instituto en francés y viene de esa academia que Aristóteles funda. Bueno, pues Aristóteles empieza a hacer filosofía en el liceo diciendo casi casi algo opuesto a lo que su maestro Platón le había enseñado 20 años antes. Es decir, él había estado aprendiendo de Platón 20 años y, con un respeto inmenso, había debatido con Platón todas las filosofías habidas y por haber, pero nunca había puesto en jaque las teorías hasta que Platón muere. Y, entonces, él funda su propia filosofía, y es una filosofía que no tiene nada que ver con la de Platón, pero los dos coinciden en algo maravilloso. Coinciden en que, en el inicio del pensamiento, en el inicio de la filosofía, está el asombro. El asombro es la actitud inicial con la que un sujeto puede comenzar a rodar filosóficamente, a pensar. Este, que es uno de los elementos del pensamiento crítico fundamental, lo que tendríamos que plantearnos es: en el siglo XXI, ¿qué estado de salud tiene? Y yo sospecho que el asombro no está pasando por sus mejores momentos. Y lo sospecho porque estamos sometidos a tal cantidad de estímulos, estamos sometidos a tal cantidad de imágenes que son abrumadoras, hasta el extremo de que cada vez es más difícil que algo provoque en nosotros asombro.

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Nosotros trabajamos en colegios durante un año y pico, un grupo de maestros voluntarios y yo hicimos una formación en pensamiento crítico, y trabajamos tres elementos correlacionados en ese pensamiento crítico, que son el asombro, la curiosidad y el cuestionamiento. Y van unidos: asombro, curiosidad y cuestionamiento. Lo llamamos protopensamiento, porque significa que es una actitud. Antes de pensar, de manera ordenada y crítica, necesitas tener una actitud para aprender a pensar, y esa actitud nosotros descubrimos que se puede trabajar en el aula. Y que se puede potenciar el asombro, pero no el asombro de lo excepcional, sobre lo excepcional todo el mundo se puede asombrar, sino el asombro de lo cotidiano. Lo que pasa en el día a día cuando le prestas atención, cuando despiertas tu interés en algo… Fijaos qué expresión más bonita: despertar tu interés. El interés, que es el elemento más curioso que tiene el ser humano dentro de sí, por lo general, es perezoso. Nosotros trabajamos con niños durante cinco meses y vimos que el asombro de lo cotidiano se recupera, que les activa la curiosidad, que es el segundo paso, curiosidad en torno a cuestiones que te resultan asombrosas, y que trabaja el cuestionamiento, es decir, la pregunta. Hay algo en la pregunta que, cuando se trabaja el pensamiento crítico, no se tiene en cuenta, y es que muchos de los que estamos aquí, y yo supongo que muchos de los que nos ven, hemos recibido educación reglada poniendo el foco en las respuestas, pero no ha habido ninguna asignatura que se haya parado o se haya detenido de manera específica a deciros: «Voy a enseñar a hacer preguntas». Se da por hecho que todo el mundo sabe hacer preguntas simplemente porque le hemos enseñado a conocer los pronombres interrogativos: qué, cómo, cuándo, por qué… Entonces, como tú sabes los pronombres interrogativos, sabes preguntar.

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Una de las cosas más interesantes que descubrimos es que, a partir de los 13 años, la manera de preguntar se queda clavada en una edad, digamos, intelectual básica. Es decir, ante las mismas imágenes, las cuestiones que salen y que afloran son siempre las mismas, aunque tengas 30, 40 o 50 años, porque nadie te ha dicho que para preguntar tiene que haber una pedagogía de la mirada y una pedagogía del pensamiento que vaya a las líneas temáticas que hay detrás de lo que acontece. Entonces, cuando intentas poner en marcha el pensamiento crítico y quieres poner la mayéutica, el arte de preguntar, en marcha, si no te hemos enseñado a preguntar, si no ha habido asignaturas que te digan en qué consiste una buena pregunta, cuáles son los fundamentos para que, cuando tú estés con alguien en una conversación, le hagas preguntas que le interpelen a pensar más allá de lo evidente. Si no le has enseñado, es muy difícil que se active ese cuestionamiento de fondo. Y luego hay elementos también que se han evaluado de manera muy concreta. Por ejemplo, en filosofía para niños, una de las cosas que Matthew Lipman pone sobre el tapete cuando se trabaja el pensamiento crítico es la creatividad, el pensamiento creativo. ¿Tú eres un buen pensador crítico? Bien, pues tienes que tener el fundamento de la creatividad en ti. ¿Cómo se consigue creatividad? Se consigue teniendo la mayor diversidad de contenidos intelectuales posibles en ti, entre otras cosas. Y os pongo ejemplos: vamos a pensar en Sherlock Holmes, un detective que es capaz de llegar a conclusiones maravillosas sobre cualquier cosa y que te parecen asombrosas, realmente asombrosas. Cuando tú lees a Arthur Conan Doyle y ves a ese detective Sherlock Holmes que consigue resolver casos sin apenas moverse de su silla, dices: «¿Cómo puede hacerlo? ¿Cómo tiene ese razonamiento deductivo tan maravilloso?». Hay una escena en la que entra una persona muy arreglada, pero sin pasarse, a su despacho para pedirle que le ayudase en un caso y, antes de decir nada, Sherlock Holmes le dice: «Usted es un noble escocés. Viene seguramente porque haya tenido un problema personal con su mujer y no quiere que nadie se entere».

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Entonces, el otro, que todavía no ha abierto la boca, le dice: «¿Y usted cómo ha podido saber todo eso si no nos conocemos?». Y dice: «Pues es muy sencillo: lleva usted un sello, un anillo, con el símbolo de la Casa Real de Escocia, luego deduzco que tiene que tener algún contacto con la nobleza. Y, si es usted de la nobleza, tendría que venir en carruaje, y no he escuchado ningún carruaje llegar, y estoy viendo que en sus zapatos de gamuza, que son muy caros, hay polvo rojo. Dos calles más abajo, en Kensington Street, hay un edificio que está en ruinas, de polvo rojo, que es el único que tiene, y usted ha pasado por ahí andando. Entonces, no quería que se dieran cuenta, ¿no? Y, además, al entrar aquí, ha escondido su anillo de matrimonio, con lo que deduzco que tiene que ver…». Entonces, él hace un razonamiento deductivo y acierta en un alto porcentaje porque tiene instrumentos en su cabeza, que son conocimientos variados y diversos, que, de alguna manera, pone en conexión para ser creativo en ese pensamiento. Y esto empieza con el lenguaje también, es decir, yo he percibido una depauperización del lenguaje en los últimos diez años terrible, y los que somos docentes lo sabemos, pero también en los medios de comunicación públicos. Es decir, hemos dejado de utilizar la riqueza del castellano, que en «El Quijote» tenía 24.000 palabras, a manejar una media de 500 o 600 en una conversación y en una exposición pública. Cuando tú pierdes vocabulario, pierdes capacidad analítica. Decía Wittgenstein: «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». Luego, mientras más lenguaje tengo, más vocabulario, más capacidad de ser preciso en aquello que quiero comentar o expresar y, por tanto, hacerme entender. Y hacerme entender implica abrir el mundo, abrir el mundo a otro y a otros. Luego, desde esa perspectiva, trabajar el pensamiento crítico también tiene mucho que ver con esa forma de cuidar el lenguaje y cultivarlo de la manera más enriquecida posible.

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Entonces, cuando hablamos de si estamos en crisis o no, lo que tendríamos que plantearnos es: todos estos elementos que yo estoy contando, que van configurando lo que es el pensamiento crítico, luego también se mete el pensamiento cuidadoso por parte de algunos filósofos… Pero todos estos elementos que van configurando qué significa ser un buen pensador crítico, ¿cómo están de salud en el siglo XXI? Y yo sospecho que no estamos bien, que tenemos un problema importante a la hora de trabajar cada una de estas cuestiones que hemos desglosado, porque los procesos atencionales están cada vez más complicados y porque las narrativas de entretenimiento son muy seductoras. Entonces, el despertar el interés para trabajar cada una de estas cuestiones está siendo muy difícil en lo contemporáneo. Hay una frase que José Mujica, el expresidente de Uruguay, dijo hace muchos años: «Hay que vivir como se piensa, porque, de lo contrario, acabarás pensando como vives». Repito la frase: «Hay que vivir como se piensa, porque, de lo contrario, acabarás pensando como vives». Cuando intento comprender esta frase, y la utilizo mucho a nivel educativo, le doy mucha importancia a la primera parte: «Hay que vivir como se piensa». ¿Por qué? Porque primero tienes que pensar, primero tienes que tener tus criterios claros, tienes que tener tu jerarquía de ideas bien asentada, tienes que saber hacia dónde dirigirte, y, a partir de ahí, tienes que ser coherente con ese pensamiento, es decir, hay que vivir como se piensa. Es decir, sé coherente, ten claro ese proyecto y empieza a caminar, pero, primero, piensa, ten en esa jerarquía de pensamiento, porque, de lo contrario, acabarás pensando como vives. Es decir, de lo contrario, tu manera de pensar va a estar configurada por el modo en el que vives.

Procusto, un mito contra la polarización. José Carlos Ruiz, filósofo y profesor
24:49

Y vivimos en una sociedad de lo inmediato, con una turbotemporalidad que inunda todos los códigos narrativos de nuestra vida, donde el tiempo va atomizado de un sitio para otro y parece que se ha dislocado. Entonces, claro, si tú estás en estas dinámicas de la vorágine de lo contemporáneo sin pensar, esa vorágine será la que te diga qué tienes que pensar dentro de esa vorágine y cómo tienes que pensar. Y esto es un problema, porque, a veces, lo veo incluso con las redes sociales o con internet. Yo he descubierto en internet la panacea. Para mí no hay mejor invento en el mundo que internet, desde hace muchos años, porque soy una persona con mucha curiosidad. Entonces, cada vez que accedo a internet o a una red social, llevo un criterio de curiosidad para encontrar información que me la suele dar en un 99 % de los casos, algunas veces tardo más, otras menos, pero me lo va dando. Ahora bien, cuando tú accedes a internet con criterio, o a una red social con criterio, la red social e internet se ponen a tu disposición y lo utiliza como una herramienta de expansión de conocimiento. Pero ¿qué pasa si te acercas a internet sin criterio? Es decir, ¿si no has pensado, si no has jerarquizado? Pues si te acercas una red social sin criterio, será la red social la que configure tu criterio, es decir, tu pensamiento. Por eso, cada vez que se enciende la pantalla sin criterio, la pantalla te va configurando el criterio. Y esto es uno de los grandes problemas que veo. De ahí que, cuando llego a un sitio donde creo que se puede sembrar alguna semilla de pensamiento crítico, siempre utilizo esta frase: «Hay que vivir como se piensa, porque, de lo contrario, vais a acabar pensando en función de cómo vivís». Es decir, no vais a ser dueños de vuestro pensamiento.

26:31
Lola. Hola, José Carlos. Yo me llamo Lola, voy a cuarto de la ESO y estudio humanidades. Bueno, antes has hablado acerca de lo importante que es cuidar nuestra identidad real frente a la virtual. Y, realmente, ¿cómo se puede hacer eso?

26:46
José Carlos Ruiz. Tú tienes unas circunstancias reales que no puedes modificar. A ti te ha tocado nacer en una familia concreta, en un sitio concreto, en un año concreto, tu familia tiene una cultura determinada que tú no puedes modificar, un estatus económico, social, cultural, es decir, todas esas son circunstancias que condicionan tu vida. Entonces, como la condicionan y no las puedes evitar, el criterio y la toma de elecciones que hagas después es lo único que te puede liberar de eso. Es decir, que puedes hacer que, bueno, las circunstancias vas a cargar con ellas, pero tomas decisiones en tu vida. ¿Qué pasa en el mundo digital? Pues que tú no tienes circunstancias, te las inventas, las fabricas, las produces. Y es mucho más erótico que el mundo real, que se impone. Entonces, yo entiendo la seducción del mundo digital, y me parece muy bonito el hecho de que te deje esa posibilidad de que tú te creas tu propio avatar. El problema está cuando a ese avatar que te crea tu yo digital, que interacciona con otros yo digitales a través de las redes sociales… El problema está cuando a ese avatar le dedicas cada vez más tiempo y más atención, y estás esperando la validación del otro en torno a ese tiempo y a esa atención que le dedicas. Porque, si no tienes activo el pensamiento crítico sabiendo que son dos planos diferentes, que están en el mundo digital y, por lo tanto, todo lo que sucede ahí no es real… Estas narrativas son difíciles, pero están muy bien diseñadas: se llama realidad virtual. Es contradictorio decir «realidad virtual»: o es real o es virtual. Pero si yo te digo «realidad virtual», ya tu cerebro empieza a aceptar en esas narraciones que, en un mundo en el que entras, hay cierta parte de realidad, con lo que te puede afectar en el plano de lo real.

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Y luego pasa con esos códigos que el mundo digital elabora, como, por ejemplo, lo de compartir, que lo he dicho muchas veces. Es decir, cuando abres Twitter e Instagram, a veces comparto con mis seguidores cosas, y tú dices: «Bueno, ¿qué estás compartiendo realmente?». Compartir no compartes nada. Nosotros aquí estamos compartiendo un momento y, ahora, cuando salgamos, nos podemos tomar una cerveza o un pastelito y compartirlo juntos. Eso es compartir, pero si yo me estoy tomando aquí una cerveza, me hago una foto y lo subo a mis seguidores y digo que lo estoy compartiendo, es mentira. Yo me estoy exhibiendo, pero esa cerveza me la tomo yo. Aquí nadie, en las redes sociales, nadie se toma la cerveza conmigo. Esa diferencia tendría que estar activada constantemente en la psicología de cualquiera que llega a una red social, especialmente, cuando está en periodo de formación, porque, si no, su yo real se ve afectado por estas narrativas de lo digital, y se ve afectado profundamente, porque empieza a pensar que su vida es miserable viendo todos esos códigos maravillosos que está consumiendo su yo digital. Y es un problema de afección. Es decir, tú piensa por un momento que los que han diseñado ese mundo son las mentes más privilegiadas con los psicólogos más privilegiados que han buscado el diseño más inconsciente para que se adentre lo más profundo de nosotros, o sea, son gente brillante. Entonces, claro, cuando te dicen «comparte», utilizan un término que tiene una connotación moral positiva. «Compartir» significa que yo soy buena persona, porque estoy dando a los demás mis conocimientos, mis cosas, cuando yo me grabo, cuando subo, cuando cuento algo… estoy compartiendo cosas. Entonces, soy una persona con un criterio moral maravilloso. Pero, en realidad, lo que estás haciendo es exhibirte. ¿Qué hubiera pasado si hubieran dicho: «Exhíbete ante tus seguidores»? Nadie subiría nada, porque la exhibición tiene una connotación individualista y negativa. Entonces, hay que cuidar mucho el análisis de lo que estamos haciendo en redes. Tenemos que pensar mucho cómo se están utilizando esos términos para que, sin darnos cuenta, nosotros nos sintamos bien haciendo cosas que quedan muy fuera o muy alejadas de los códigos de la realidad. Entonces, eso es lo que te aconsejaría.

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Rafa. Hola, José Carlos. Soy Rafa, profesor de Lengua y Literatura, filósofo y humanista confeso. Sí quería hacerte una pregunta, porque llevo tiempo preocupado por las relaciones personales. ¿Qué opinas tú de ellas? ¿Cómo nos relacionamos y qué interacción tenemos cada uno de nosotros en la sociedad actual?

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José Carlos Ruiz. Yo creo que han cambiado mucho los procesos relacionales, entre otras cosas, porque las dinámicas de conexión se han potenciado y han decaído las dinámicas de relación. Creo que Zygmunt Bauman, el sociólogo famoso Bauman, de la sociedad líquida, decía que hemos pasado de una sociedad de relación a una sociedad de conexión. ¿Por qué? Porque las conexiones son más fáciles, menos trascendentales, requieren menos energía y se rompen con facilidad. Entonces, desde esa perspectiva, quizás estemos acercándonos a esos procesos donde la pantalla te sirve como parapeto de sufrir un malestar en las primeras relaciones personales. Entonces, ya todo el mundo utiliza los primeros contactos parapetándose detrás de una pantalla para hacer las primeras posibilidades de relación, si es que luego existen. Pero sí creo que hemos perdido un flujo de información importante en el vivo y en el directo. Es decir, cada vez tenemos menos vivencias. Esto que estamos haciendo aquí es una vivencia, está en vivo y en directo, y esos canales comunicativos enriquecen mucho. Desde el momento en el que todo el mundo empieza a configurar sus mensajes a través de la pantalla para conectarse con el otro, se pierde humanidad. Hay una cosa que llevo analizando un tiempo que son las redes sociales como elemento de conexión con el otro, de configuración, y creo que el término «red» da mucho que pensar. Porque una red social puede ser ese instrumento, esa aplicación que tienes para ponerte en contacto con un montón de personas con las que compartes intereses y, entonces, se va creando una red de intereses comunes que te nutre. Y eso, en una red social bien hecho, es así. En una red social bien configurada te nutres de esos componentes.

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El problema es la segunda acepción de «red», y es que «red» sirve para atrapar a un pez o a un organismo vivo que en su medio natural no se dejaría atrapar. Entonces, cuando tú usas la red para pescar, tú sacas al pez de su medio natural, que es el mar o el río, donde está tranquilo y, además, no se dejaría capturar, y te lo llevas a un medio artificial, lo metes en una pecera. Y esta segunda acepción creo que tiene mucho que ver con lo que estamos haciendo nosotros con las redes sociales y con las relaciones que tenemos, y es que nos sacan de nuestro medio natural, que es este, la vivencia es el medio natural del ser humano. Y ¿por qué la vivencia es el medio natural? Porque somos seres corpóreos, tenemos un volumen. El cuerpo define una gran parte de nuestra vida, define nuestras emociones, define también nuestra manera de pensar, define nuestra interrelación con el mundo… Es decir, si somos seres corpóreos, si somos seres voluminosos y, de repente, eliminan nuestro volumen y configuran un yo digital, un avatar, que está interaccionando con otros yo digitales sin volúmenes, lo que está, en el fondo, es deshumanizando los procesos de relaciones. Estás conectándote entre yo digitales, pero estás perdiendo una parte de humanidad, porque la parte voluminosa la ha esquilmado en esos procesos de conexión con el otro. Desde esa perspectiva, creo que hay que tener mucho cuidado a la hora de pasar mucho tiempo y atención en estas conexiones, porque pierde calidad la relación con el otro.

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Y luego estaría también la pérdida de los rituales. ¿Por qué tenemos más dificultad de relacionarnos? Bueno, antes, el ritual se fundamentaba dentro de los círculos de relación estrecha, como por ejemplo, tu casa. Cada casa tenía unos rituales, se van configurando, se van asentando, y esos rituales hacen que, cuando tú salieras de casa, ese fino hilo que había construido tu identidad en el ritual hacía que te sonaran raros los rituales de otras familias, de otra gente, etcétera, etcétera. Y, cuando te ibas al extranjero, te parecía todo raro porque no tenía nada que ver con lo que tú habías hecho. Entonces, esos códigos narrativos que configuraban los rituales, que nos hacían sentir relajados en la casa, porque todo el mundo era partícipe del ritual… Y lo bueno del ritual es que nadie te está juzgando, si tenemos un ritual entre amigos y siempre lo hacemos, no tenemos un juicio hacia lo que está haciendo el otro, porque todos formamos parte del ritual, luego, estás muy relajado porque nadie emite juicios contra ti ni tú contra nadie, estáis dentro de ese código comunitario. Bueno, pues esos rituales se han pasado a sustituir por lo que yo denomino «ceremonias». ¿La ceremonia qué es? Pues la ceremonia es que ahora, dentro del hogar, cada uno está en su microcosmos intentando interactuar con otros, pero no con los que tiene a su alrededor, con lo que se va rompiendo esa cadena de transmisión de rituales. Y cuando tú rompes esa cadena de transmisión, rompes la posibilidad de sedimentar una relación profunda con alguien. Entonces, la perspectiva de la realidad se enriquece a través de las relaciones: mientras más relaciones tengas con más atención y más cuidado, más vas a enriquecer tu propia realidad y tu perspectiva, lo que se está viendo es cercenada, porque, cuando se hace un ceremonial –en vez de hacer un ritual, lo sustituyes por un ceremonial–, en el ritual lo importante es la comunidad que está disfrutando de eso, pero en el ceremonial lo importante eres tú, que estás muy agobiado de cumplir con los códigos de ese ceremonial para que nadie te reproche nada.

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De manera que, cuando entras en Instagram, cuando entras en TikTok, cuando entras en Twitter, cuando entras en una red social, lo que haces es cumplir el ceremonial que ahí todo el mundo hace. Y, como todo el mundo hace esto, yo tengo que hacer esto de la misma manera para no llamar demasiado la atención y que me bloqueen o que me cancelen. Entonces, esa obsesión está limitando las perspectivas de la realidad y está provocando una fanatización de la sociedad, una polarización de lo social, que a mí me preocupa en exceso. Y tendríamos que recuperar la doctrina del punto de vista de Ortega y Gasset, ¿no? Hay una teoría de Ortega que a mí me gusta mucho, no recuerdo en qué obra la decía, pero me parece una historia bonita para entender lo importante que es aceptar los distintos puntos de vista. Decía: «Imaginaos que dos personas están mirando un mismo paisaje desde puntos de vista diferentes. Un mismo paisaje desde puntos de vista diferentes. Lo que a uno le parece próximo, cercano, brillante y está bien definido, al otro le parece borroso, no queda claro y tiene poca luz, porque, aunque sea el mismo paisaje, está en un punto de vista diferente». Dice: «Sería absurdo que uno le negase al otro el paisaje que está viendo». Y dice: «No, es que el paisaje no es así, porque yo esto no lo veo como tú…». Dice: «Y sería también absurdo que, como los dos no se ponen de acuerdo en cómo es el paisaje, dijeran que existe un tercer paisaje ideal, y que no lo pueden ver, pero que es el ideal. Eso también sería absurdo». Luego, en el fondo, lo que Ortega te dice sobre la doctrina del punto de vista o el perspectivismo es: «¿Cómo es el paisaje?». Dice: «Bueno, pues el paisaje se va conociendo mejor mientras más puntos de vista estén viéndolo». Entonces, yo tengo mi punto de vista, cuéntame tú el tuyo, que me cuente el siguiente el suyo, el otro, el otro… Mientras más multipliquemos los puntos de vista sobre ese paisaje, más real o más próxima será la realidad de ese paisaje, más lo tendremos conceptualmente, pero eso implica integrar la mirada del otro en ese proceso relacional que de alguna manera se va rompiendo.

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Entonces, sí creo que tenemos un periodo de crisis en lo relacional que se ampara mucho bajo la protección de tener un parapeto, que es internet o la pantalla de una red social, para no tener que entablar esa primera relación que, a veces, es violenta en los procesos. Y, luego, también te diría, ya como solución última: estamos en una sociedad donde hemos descuidado el placer de lo real. Es decir, los códigos que configuran la realidad son hermosos, pero la pedagogía de lo real hemos dejado de hacerla con las generaciones jóvenes. Es decir, hemos dejado de estar en la calle con ellos para que jueguen al fútbol constantemente desde que son chiquititos, hemos dejado de llevarlos en familia al mismo ritual constantemente para que sedimenten el ritual y lo disfruten. Así es que, si lo real no se lo hemos presentado con la pedagogía apetitosa de que el mundo real es infinitamente más seductor que el mundo virtual, si no hemos hecho esa pedagogía de acompañamiento, es normal que lo digital acapare gran parte de su tiempo, porque no les hemos enseñado a disfrutar de lo real. Es decir, que quizás tendremos que darle una vuelta los adultos a ver qué hemos hecho mal en esa transmisión del legado de que la realidad es maravillosa y la vivencia y las experiencias de esa realidad nutren mucho más que cualquier otro tipo de experiencia.

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Mario. Hola, José Carlos. Me llamo Mario y tengo un problema que he estado pensando mucho últimamente, que es que estamos en una sociedad en la que vivimos muy rápido y en la que todo el mundo está cansado al final del día y no consigue hacer todo lo que se propone en un día. Tú, como filósofo, ¿cuál crees que es la solución para este problema y qué crees que estamos haciendo mal?

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José Carlos Ruiz. Quizá la primera sería la falta de jerarquía vital. Es decir, no estamos ordenando la vida desde las cosas a las que dedicarle más tiempo y atenciónhasta las que hay que dedicarle menos tiempo y atención. Es decir, no estamos jerarquizando esa vida, de alguna manera. Y una de las cosas que hace que más suframos es convertirnos en maximizadores de todo lo que hacemos. Es decir, en buscar siempre la mejor elección posible en todo lo que hagamos, y nos volvemos muy exigentes con esa toma de decisiones constantemente. Eso implica poner mucha intensidad en cosas que no necesitan tener tanta intensidad e implica un desgaste tremendo en esos procesos de intensidad. ¿Ese desgaste tiene que ver con qué? Pues con que… Imagínate que te quieras apuntar a un gimnasio, quieres hacer un tipo de deporte, y, como eres muy exigente, pues te vas a estudiar y te vas a leer miles de libros sobre los mejores deportes del mundo, la mejor nutrición que puedes tener, luego te ves a nutricionistas que te digan en qué supermercado comprar los alimentos y dedicas mucho tiempo y mucha atención para tomar una decisión en torno a simplemente querer hacer un deporte para estar bien de salud. Pero no, ya no quieres hacer un deporte para estar bien, quieres hacer el mejor deporte posible con la mejor alimentación posible, etcétera, etcétera. Ese nivel de exigencia desgasta, porque, a lo mejor, todo ese tiempo invertido en estudiarte todos esos libros y toda esa alimentación maravillosa la podías haber dedicado a otra cosa que te hubiese llenado más. Pero, en cualquier caso, no lo puedes evitar, porque imagínate que quieres comprar un teléfono móvil y tienes un presupuesto determinado y te ves 7.000 tutoriales de teléfonos móviles para ver la mejor decisión posible del mejor «smartphone» que quieres comprar, y eso es otro desgaste inmenso.

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Y esto está pasando en muchos sectores sociales, y es que hay una especie de impulso social a que tomemos la mejor decisión en cosas que no tienen tanta importancia, que, simplemente, con haber estado satisfecho de la decisión hubieras pasado página y hubieras dedicado tiempo y atención a otra cosa. Y esto comienza cuando desaparecen las modas. Yo tengo una teoría sobre esto, que tiene que ver con la moda y la tendencia. La moda antes estaba orientada a un sector de la población concreto y quería convencer a ese sector de que se ponía de moda dentro de ese código, de manera que, si mi padre veía hace 20 años un anuncio de un coche maravilloso que a él le entusiasmaba, a mí no me interpelaba, yo veía ese coche y decía: «Pues ese es un coche que, para mí, no me llama la atención». Y viceversa, cuando salía el anuncio de unos pantalones vaqueros, de unas zapatillas maravillosas con el símbolo de los Lakers, a mí me parecía aquello maravilloso, y a mi padre le daba exactamente igual. Luego, las modas estaban parceladas. ¿Qué significa que una moda está parcelada? Pues que tiene «un target», un objetivo al que se dirige, y el resto, que no estamos dentro de ese objetivo, estamos muy tranquilos. ¿Qué es lo que ha cambiado? Bueno, en los últimos 20 años ha cambiado algo radicalmente, y es que la moda se da cuenta de que transformándose en tendencia consigue más consumidores. Y de esto me di cuenta, en algún sitio lo he contado, cuando un día estaba yo en el gimnasio y allí al fondo del todo veo a mi madre, que tenía por aquel tiempo 73 años, creo que tenía, con una alumna mía de la universidad que iban a entrar a hacer una clase de pilates, y yo las veía al fondo hablando a las dos y las dos llevaban las mismas mallas de la misma tienda de deporte. Las mismas mallas. E iban a entrar a hacer pilates, y yo pensaba: «Ni mi alumna sabe que esa es mi madre ni mi madre sabe que esa es mi alumna», pero las dos, que se llevan 20.000 generaciones entre medias, iban a hacer el mismo deporte con la misma estética y sin que ninguna de las dos se sintiera fuera de lugar.

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Entonces, ves una cosa muy singular, y es que ya no hay modas, ahora hay tendencias. ¿Y la tendencia qué implica? Pues que, si quieres ser visibilizado, tienes que estar en la tendencia. Hemos pasado de ser consumidores de moda muy concretos y muy parcelados a ser consumidores de todo a todas horas. Ya da igual tu clase social, da igual tu edad, da igual tu estatus, da igual tu cultura… La tendencia es lo que marca que todos somos ya consumidores universales. Entonces, el desgaste es tal, que vas de una tendencia hacia otra corriendo sin percibir que no estás tomando el control de tu vida. Y esto puede parecer muy bonito cuando hablamos de mi madre y la alumna, pero cuando tú ves a las generaciones con más edad, que tienen que ser visibilizadas y hacen grandes esfuerzos titánicos por instalarse una firma digital en una aplicación de un teléfono móvil para poder firmar, es cuando te das cuenta de que esas tendencias son un desgaste para mucha gente muy dura, y que estamos obligando a todo el mundo a configurarse dentro de esas tendencias universales sin haber tenido en cuenta que hay criterios generacionales muy importantes que tendríamos que respetar. Estas tendencias tienen algo muy común, y es que organizan una especie de «checklist» que todo el mundo tiene que cumplir para ser visibilizado. Y te dicen lo que tienes que hacer, cómo lo tienes que hacer, cuándo lo tienes que hacer… Porque ponen en valor el perseguir que todo el mundo cumpla el ceremonial de la tendencia.

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Porque ya no es un ritual. Como son ceremoniales, nuestra preocupación pasa por estar muy atentos a que se cumpla cada uno de esos códigos. Y las consecuencias luego son aterradoras: aunque cumplas con todos esos códigos, te das cuenta de que no recibes el reconocimiento que esperabas, o la satisfacción o el placer, porque, en realidad, la tendencia no te está interpelando a ti a nivel singular, sino que lo que busca es el mayor número, aherrojar los criterios atencionales para quedarse con ella del mayor número de personas. Y esto está pasando poco a poco. De ahí, yo creo, que vayamos con esta especie de ansiedad y esta turbotemporalidad a todos sitios.

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María. Hola, José Carlos, soy María. Mira, mi pregunta va enfocada hacia las redes sociales, y es que parece que ahora mismo con su enorme desarrollo nos encontramos con una corriente que rechaza la ciencia, y, a la vez, y esto sí me preocupa mucho, porque también soy profesora, hay una forma de desprestigiar el conocimiento, e incluso la cultura. ¿Qué ocurre con esto?

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José Carlos Ruiz. No es sencillo en el siglo XXI que los focos de atención vayan a un solo lugar, pero es verdad que para que vayan a un solo lugar necesitan algo que provoque ese asombro del que hablábamos al principio. Así es que la gente sabe que, de alguna manera, si quiere captar la atención, tiene que provocar el asombro, aunque sea utilizando el argumento más peregrino que podamos imaginar, y esto forma parte de lo cotidiano. Pero hay otra parte que me preocupa más, y no es esta gente que quiere llamar la atención con argumentos que parece que van en contra del sentido común, sino aquellos que sí se lo creen, que parece que hay un porcentaje de la población que sí cree en cuestiones que están al margen de la ciencia o que menosprecian el conocimiento humanístico. Y esto lo ha estudiado muy bien la psicología con el efecto que llamaban «el efecto Dunning-Kruger», que son dos investigadores que se ponen a analizar por qué pasa esto, es decir, por qué hay gente que emite juicios con un convencimiento absoluto sobre cosas de las que no sabe apenas nada, pero son juicios disparatados. Pero a estas personas no les parecen disparatados. Entonces, ¿qué provoca que alguien defienda con vehemencia algo que es completamente irracional y además se lo crean? Y descubren algo muy interesante, y es que las cualidades que tú tienes para emitir un juicio son las mismas que vas a utilizar para evaluar la fuente de información de ese juicio. Entonces, hay gente que leyendo tres artículos por encima sobre el mismo tema se forma un juicio y, al no seguir investigando, evalúa la realidad del juicio que se ha formado con los mismos instrumentos con los que se lo ha formado, con lo que realmente apenas tiene posibilidad de evaluarlo porque no tiene instrumentos. Es decir, no ha llegado al fondo.

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Todos sabemos que, cuando tú estás analizando un tema, mientras más profundizas en el tema, más te das cuenta de que sabes muy poco de ese tema. Ahora, si tú solo has analizado la superficie del tema, lo evalúas de manera superficial, pero no te das cuenta de que es de manera superficial porque le das el criterio de autoridad a esa cámara de eco que te va dando siempre esas noticias que a ti te interesan, que validan tu visión de la vida. Entonces, Dunning-Kruger dice: «Esto pasa y la gente se lo cree, porque esas capacidades de evaluación de su propio juicio son las mismas que tiene para formárselo». Entonces, como se ha formado el juicio con tres artículos, se evalúa de una manera tan superficial, pero no se da cuenta. Y entra en estas dinámicas terroríficas, que a mí me parece que están imponiéndose por falta de tiempo, por falta de curiosidad, por falta de pluralidad, de diversidad… Es decir, hay muchos factores para decir que esto está sucediendo en el siglo XXI y que no quedan de manera relevante. Yo creo que el mejor ejemplo para esto, por volver a la mitología, que creo que hoy es un hilo conductor muy bonito el hecho de contar historias… Hay algo que está pasando que los griegos definieron muy bien como… Bueno, lo hemos definido nosotros como «el lecho de Procusto», pero es la historia de Procusto. Procusto es un titán de la mitología griega que tiene una hospedería. Y en la hospedería, esa especie de hotel, cada vez que viene alguien a alojarse, lo mira y le da una cama diferente. Si la persona es muy alta, le da una cama pequeñita y, si la persona es pequeñita, le da una cama muy grande. Y, cuando llega la noche, Procusto entra mientras está dormido este sujeto y, si es muy pequeñito, lo descoyunta para que entre a lo largo de la cama y encaje, y, si es muy grande, le corta la cabeza y los pies para que encaje en la cama donde él lo ha acostado, porque la obsesión de Procusto, que es un asesino, es que encajen a la perfección en la cama, sea como sea.

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Esto luego se ha convertido en un efecto científico que se llama «el lecho de Procusto», donde hay muchas personas que tienen una teoría, una visión de la vida, la que sea, y lo único que hacen es buscar argumentos que corroboren su visión de la vida, que encajen en cómo ven la vida. Claro, en una sociedad que está repleta de datos por todos los sitios y de noticias por todos los sitios, estoy seguro de que, sea la que sea la visión que tú tengas de la vida, vas a encontrar a alguien que te confirme esa visión. Entonces, tú aceptas eso, lo incorporas a tu vida y te conviertes en un fanático de tu visión. Polarizas la realidad porque estás haciendo un lecho de Procusto constantemente con todo. Karl Popper dijo: «La ciencia funciona con falsación, no con verificación». ¿Qué es la falsación? Bueno, yo tengo una teoría científica y yo no busco datos que digan que la teoría es verdadera. Yo lo que busco son datos que digan que la teoría es falsa. Entonces, mientras más resista esa teoría la falsación, más fuerte se hará la teoría y más se acercará a lo real, pero, si yo busco datos que la corroboren, me estoy equivocando en el enfoque. Entonces, el lecho de Procusto viene a ser algo parecido. Y esta fanatización de la gente lo que hace es nutrirse de aquellas cosas que encajan en su visión de la vida constantemente. Yo creo que la manera más filosófica de salir del lecho de Procusto tiene que ver con esa visión colectiva con la que comenzamos el programa de hoy, que venía a decir de alguna manera que el proceso de diálogo que Platón siembra en pequeñas comunidades en torno a una temática partiendo del respeto hacia el otro con la ironía, lo que hace es enriquecer, porque, cuando uno descubre que su visión de la vida está equivocada por algún motivo, le viene muy bien saber que el error es el mecanismo de aprendizaje más importante que tenemos, y no el acierto. Es decir, si yo tengo una predisposición hacia algo y tengo una teoría de algo y la corroboro, yo no he aprendido gran cosa de eso, porque lo que he hecho es corroborar algo que yo ya intuía.

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Es decir, lo que estoy es confirmando una intuición. Pero si yo tengo esa intuición y, de repente, por lo que sea, por un proceso dialogal con otros, me doy cuenta de que estoy equivocado, he aprendido. Es decir, he crecido en los procesos de aprendizaje, porque me doy cuenta de que algo que tenía está mal, y el hecho de aceptar el error como un mecanismo de aprendizaje me parece fundamental. Y, a partir de aquí, mientras… El refrán español lo dice: «Cuatro ojos ven más que dos». Mientras más capacidad dialogal tengamos, yo creo que más posibilidad tenemos de romper ese lecho de Procusto viendo la diversidad. Hay un texto de Kant, que yo lo he puesto obligatorio en todas mis clases durante 20 años cuando estaba en el instituto, y que yo me lo puse mientras estaba estudiando la carrera encima de mi cama, porque son dos páginas, las dos páginas primeras. El texto se llama «¿Qué es la Ilustración?», y son seis páginas, nada más. Yo me puse a las dos primeras. Y me lo puse porque me parecía una solución maravillosa para el tema del lecho de Procusto, porque Kant dice en ese texto: «El hombre es culpable de su minoría de edad intelectual». Somos culpables de nuestra minoría de edad intelectual. ¿Por qué? Porque él decía: «Si yo tengo un sacerdote, un cura, que me dice lo que está bien y lo que está mal, si tengo un médico que me dice qué dieta tengo que tomar… Si puedo pagar, no me hace falta pensar, ¿no?» Es decir, para él, la frase «Es tan cómodo no estar emancipado…», es decir, no emanciparse, seguir dentro del ámbito de que te digan lo que tienes que hacer, cómo lo tienes que hacer, lo que está bien, es tan cómodo, que emanciparse es difícil. Es un reto.

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Entonces, desde esa perspectiva, Kant lo que le dice a la sociedad es «Sapere aude», «atrévete a pensar». Es un atrevimiento, necesitas un impulso inicial fuerte, necesitas romper esa comodidad que tienes, pero atrévete a pensar, que es el lema de la Ilustración, que después se pone. Y, desde esa perspectiva, creo que es muy acertado lo que Kant estimula, ¿no? Oye, todos los tutores que has tenido a lo largo de la vida, ve soltándote de la mano de ellos. Ve soltándote despacito, ¿no? Es decir, ya te han tutorizado hasta cierta edad, entonces, ten autonomía personal a nivel intelectual, a nivel moral, y ve creando tu propio código, ¿no? «Sapere aude», atrévete a pensar. Porque para él es la base de una persona ilustrada.

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Pedro. Hola, José Carlos. Mi nombre es Pedro y últimamente he estado pensando mucho en la felicidad. ¿Por qué crees que nos obsesiona tanto?

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José Carlos Ruiz. Pedro, pues… Bueno, primero, encantado y gracias por la pregunta, pero es muy difícil. Es muy difícil contestarte a por qué nos obsesionamos tanto por la felicidad. Es una pregunta con una enjundia filosófica y casi histórica. Pero sí es verdad que en los últimos 20 o 30 años es un anatema que recorre gran parte de nuestra sociedad y que me parece interesante como reflexión. Yo hace tiempo pensé lo paradójico que es que en pleno siglo XXI la felicidad se haya convertido en un instrumento de tortura, es decir, como una especie de elemento de conquista constante, y me llevó una reflexión muy curiosa, y es que es verdad que, cuando el planeta empieza a denunciar que lo estamos maltratando, el consumo material empieza a estar regularmente visto. Entonces, el sistema da un vuelco y dice: «Bueno, para que la gente no se sienta mal consumiendo materialmente, pensando que estropea el planeta, vamos a orientarlo al consumo emocional», de manera que ahora hay una especie de aspiración a consumir experiencias. No tanto cosas materiales, sino experiencias ¿no? ¿Esto en qué nos ha convertido? Bueno, yo lo dije ya en el 2017: en drogodependientes emocionales. Estamos generando una drogodependencia de emociones que parece que te van dando hálitos sobre lo que tienes que sentir en cada momento como felicidad. Pero, si te vas a la historia del pensamiento, descubrimos algo que me parece muy interesante, y es que lo que se consideraba felicidad durante 2.000 o 2.500 años no tiene nada que ver con lo que los últimos 20 años consideramos felicidad.

Procusto, un mito contra la polarización. José Carlos Ruiz, filósofo y profesor
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Yo a lo que en los últimos 20 años consideramos felicidad le he puesto un nombre. Lo he llamado «posfelicidad». Igual que hay posmodernidad, igual que hay posverdad, yo creo que ahora, cuando hablamos de felicidad, estamos hablando de otra cosa. Y como es otra cosa, lo llamo posfelicidad, para distinguirlo de lo que clásicamente ha sido una idea de felicidad. Aristóteles habla de la felicidad como un fin en sí mismo. Dice: «No, la felicidad es un fin en sí mismo, no necesita justificarse a través de nada». Pero ¿dónde sitúa Aristóteles la felicidad? Pues en un libro que le escribe a su hijo. Su hijo se llama Nicómaco y le escribe un libro que se llama «La ética a Nicómaco». Y en el primer capítulo, el primero, se titula «La felicidad». Es decir, ¿dónde situamos la felicidad para Aristóteles? En la ética, en el comportamiento con el otro, en la interacción con lo común. Ya te da una pista Aristóteles diciendo: «Bueno, ¿qué implica la felicidad? Pues que sea una persona relativamente virtuosa, que trabaje esos valores, que encuentre esas dinámicas grupales que hacen que como comunidad crezcamos, porque eso te va a traer felicidad como objetivo final». Y Aristóteles es del siglo quinto antes de Jesucristo. Si te pongo en Kant, habiendo pasado 2.500 años, es decir, la civilización ha cambiado bárbaramente, se ha inventado la imprenta, el conocimiento puede ir de un sitio para otro… En fin, tienes una Revolución Francesa de por medio, casi… Y de repente, Kant se pone a pensar en la felicidad y dice algo muy parecido a Aristóteles. Es decir, Kant no varía mucho su definición de felicidad de la de Aristóteles. Dice: «Bueno ¿qué es la felicidad? Bueno, es la conciencia del agrado que tienes a lo largo de la vida cuando actúas de manera virtuosa». Es decir, cuando haces las cosas que debes, haces las cosas bien, estás tranquilo contigo mismo, ves que los que están a tu alrededor… Pues todo ese proyecto de vida, cuando miras para atrás, pues, oye, pues eso es la felicidad.

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Es decir, no hay gran variación, porque la felicidad en todo ese proceso se configura como un resultado, no como un objetivo. Es decir, a nadie se le ocurría «vamos a ser felices como objetivo principal y tenemos que definir qué es la felicidad y luego nos tiramos para allá». No. La gente estaba muy ocupada en erigirse una vida, en construirse una identidad, en intentar hacerlo lo mejor posible, en distribuir los tiempos de ocio con los tiempos de trabajo de manera equilibrada… Y, por lo tanto, no se planteaban tanto la palabra «felicidad», no estaba en el ámbito de lo cotidiano de la manera en la que hoy está, que todo el mundo habla de felicidad. Hace poco investigaba cómo se trata este término en internet y hay herramientas que te permiten ver cuándo se escribe esa palabra y cuántas veces y en qué país durante los últimos 20 años. Y es curioso. Cuando pones la palabra felicidad y sigues su trayectoria, descubres cosas muy curiosas, como que desde el 2004 ha ido creciendo, ha ido creciendo en el buscador principal de internet, y en ese buscador ha ido creciendo bastante, pero no tanto como la palabra «sufrimiento» o «dolor», que está el triple. Y decía: «Bueno, ¿qué ha pasado cuando pongo “sufrimiento” o “dolor” y las búsquedas en internet son tres veces más que la palabra “felicidad”? Y, sin embargo, cuando accedo a las redes sociales o a la población solo se ve felicidad, no se ve ni sufrimiento ni dolor ¿no?». Y es que la felicidad se ha exteriorizado hasta el extremo de tener que publicitarse. Es decir, estamos viviendo un tipo de felicidad, esta posfelicidad que yo digo, tiene que ser publicitada, tiene que convertirse en un instrumento de «marketing». Tenemos que enseñar constantemente que somos felices en narrativa de felicidad. Entonces, claro, eso no es la felicidad clásica que se postraba en un proceso educacional a largo plazo, donde desarrollabas las virtudes, donde encontrabas cierto… Iba a decir alegría, porque me parece una palabra bellísima, ¿no?, pero bueno, cierta displacencia hacia las cosas que no te mejoraban y abrazabas aquello que te hacían mejor persona, y te sentías bien, era un proceso de felicidad.

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Esto lo describe muy bien, os lo recomiendo si queréis echarle un ojo, Eva Illouz, que es una socióloga maravillosa, y Edgar Cabanas, un psicólogo. Escribieron en el 2019 un libro que se llama. «Happycracia», es decir, la dictadura de la felicidad, ¿no? Y en ese libro cuentan cómo ha cambiado todo por esa obsesión de la felicidad a partir del año 2000, aproximadamente. ¿Y por qué esta obsesión? Bueno, porque, de alguna manera, el sistema se da cuenta de que si la idea de felicidad la pones en el plano laboral, la gente rinde más, porque se siente feliz en su trabajo, se pone menos enferma y son más productivos. Entonces, se inyectan mucho dinero y recursos para que la palabra «felicidad» aparezca relacionada con el mundo laboral, y va creciendo la idea, y muchos de los jóvenes la tienen de fondo, de que la felicidad pasa por hacer un trabajo que te entusiasme, con el que te sientas realizado. Muchos de nuestros antepasados hacían trabajos porque necesitaban trabajar. No se planteaban ser feliz en el trabajo. Que si eras feliz en el trabajo, miel sobre hojuelas. Es decir, si consigues encontrar un trabajo que te estimule intelectualmente y personalmente, maravilloso, pero no era el objetivo vital de la gente. El objetivo vital era: «Necesito un trabajo como un medio para vivir, y ahora, en mi tiempo libre, ya busco la felicidad». ¿Qué ha pasado con el tiempo libre contemporáneo? Pues que se ha convertido en un tiempo de productividad. Es decir, ahora resulta que el tiempo libre tiene que ser un tiempo, no de deleite, sino de productividad, con lo que empezamos a proyectar la idea de felicidad en el plano de lo laboral o de lo productivo y dejamos muy poco espacio para las cuestiones relacionadas con el tiempo propio. Para recuperar esa idea, yo creo que tendríamos que volver a jerarquizar la vida, es decir, volver a decir: «No, yo tengo un tiempo que me pertenece y quizá tenga que poner la atención y el cuidado en ese tiempo que me pertenece y no obsesionarme con el tiempo laboral, con el tiempo productivo». Y en el tiempo que me pertenece, tendría que tener los códigos que los griegos tenían, que eran esos códigos comunitarios donde ellos saben que la felicidad pasa inevitablemente por esas relaciones sociales cuidadas y cultivadas.

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Es decir, llevamos últimamente seis o siete años los filósofos hablando mucho del cuidado, pero es que el cuidado es la esencia de ese proceso de felicidad. Yo intentaría volver a mirar hacia atrás cómo se configuraban esas señas identitarias y recuperar la posesión del tiempo libre como un tiempo de cuidado y de deleite, y no como un tiempo productivo. Que cada vez somos… Nos entra la angustia si en el tiempo libre no somos capaces de producir algo. Así es que digamos que hemos estrechado lo que entendemos por felicidad y por eso yo lo he llamado posfelicidad, porque hemos dejado fuera muchas cosas, y te pongo ejemplos. Voy a utilizar una mitología también, para que lo entendáis. La mitología del dios del amor, Eros. Platón cuenta, no sé si en «La república», no me acuerdo bien, creo que era en «La república» o en «El banquete», no me acuerdo. Pero cuenta el nacimiento del dios Eros. El dios Eros, el dios del amor, nace porque estaban en el Olimpo los dioses celebrando el nacimiento de Afrodita, la diosa de la belleza. Estaban allí celebrándolo, se ponen a beber ambrosía, que era el líquido que bebían los dioses, y el dios Poros se embriaga un poquito. Se emborracha un poquito. Y el dios Poros era el dios de la oportunidad, el dios de los recursos, un dios magnífico, pero, como había bebido más de la cuenta, se queda allí medio tumbado en mitad de la fiesta y aparece la diosa Penia. La diosa Penia es la diosa de la pena, de la tristeza, del sufrimiento. Y ve al dios Poros y yace con él, ¿no? Y cuando yace con él se queda embarazada. Y Eros nace siendo su padre el dios de la oportunidad y de los recursos, Poros, y siendo su madre la diosa de la pena y de la tristeza.

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Es decir, ¿qué te van diciendo los griegos a través de esta mitología? Pues te están señalando que el amor, sin ir más lejos, que es el culmen de la felicidad, tiene como descendencia y dentro de sí la oportunidad, el brillo, la maravilla que tiene Poros, pero también lleva dentro la tristeza y la pena. En el siglo XXI, este concepto de posfelicidad ha eliminado a Penia de la ecuación, de manera que solo te deja un concepto de felicidad que tenga que ver con lo que te estimula constantemente, con aquello que te regocija, con aquello que te da emoción, entre comillas. Y digo «entre comillas» porque no existen, positivas. Y hemos quitado a Penia de la ecuación, con lo que es muy difícil entablar una felicidad íntegra sabiendo que, bueno, amar implica estas dos cuestiones.

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Raquel. Hola, José Carlos. Me llamo Raquel, soy profesora de Filosofía, pero además soy mamá de dos chicas de 12 y 14 años. Me da un poco la sensación de que, últimamente, tanto profes como familias estamos un poco desorientados a la hora de educar a nuestros alumnos o nuestros hijos, y me gustaría mucho preguntarte, como filósofo, si consideras que es más difícil educar ahora de lo que lo era antes.

1:03:17
José Carlos Ruiz. Uf, es una pregunta dura, Raquel. Es difícil contestar eso, porque «educación»… La palabra «educación», ya de por sí, definirla es muy complicado, como bien saben. Especialmente, en el siglo XXI. Pero por ampliar el término «educación» a donde creo que nos puede interesar a todos, «educación» viene del latín «educare» que significa ‘nutrir’, ‘conducir’, ‘guiar’, y «alumnus», «alumno», significa ‘el que se nutre’. La pregunta que tendríamos que hacernos es: «¿Cuáles son los nutrientes que hemos seleccionado para los alumnos contemporáneos? ¿Cuál es la nutrición?». Y lo segundo: si estamos conduciendo y guiando a la gente, ¿hacia dónde la estamos conduciendo y guiando? Y a veces lo digo de manera muy fría, pero me parece que tendríamos que tener en cuenta de que somos una generación, la nuestra, la adulta, que no hemos sido responsables con el proceso educativo de guiado en el sentido siguiente. Hay tres categorías temporales: pasado, presente y futuro. El pasado se ha empezado a politizar y lo demonizamos. Es decir, ya no miramos para atrás ni encontramos las técnicas narrativas donde el legado de la familia se le vaya transmitiendo a los alumnos. Yo llevo haciendo 24 años la misma pregunta en todas mis clases. Empecé en los institutos y ahora lo sigo haciendo en la universidad. La pregunta es: «¿Cuántos de vosotros conocéis cómo se enamoraron vuestros abuelos?». Hace 24 años, casi toda la clase conocía la historia de sus abuelos. Luego les preguntaba: «¿Cuántos conocéis cómo se enamoraron vuestros padres?». Hace 24 años todos sabían cómo se habían enamorado sus padres, porque esos códigos narrativos, esas historias, se habían contado en las casas. Se habían compartido, se sabía la biografía de su familia.

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Y ese proceso educativo era ese fino hilo que después continuaba cuando el niño o la niña salía de casa y, por el pasillo de las escaleras, si tiraba un papel, el vecino era la continuación de los valores del padre, y entonces le decía: «Ese papel lo recoges». Y nadie rechistaba. Lo recogías porque sabías que ese adulto era la representación de la madre o del padre que te había reñido. Y cuando entraban en el autobús de línea para ir a clase, el autobús de línea, si entraba una mujer o entraba un anciano, tú te levantaba de tu asiento y se lo cedías sin que nadie dijese nada. Ahora llevamos 20 años en los que te sientas en el metro o te vas al autobús y hay unas pegatinas así de grandes que te dicen: «Estos son reservados para…». Esas pegatinas antes no eran necesarias. No eran necesarias. La gente tenía ese hilo educativo que los acompañaba en los procesos sociales, y eso se ha roto. Entonces, cuando tú rompes ese proceso de hilo educativo, tienes más dificultades de llegar a coordinar todas las señas de identidad que una educación tendría que tener para que fuera sólida. Eso sí me preocupa mucho. Yo no tengo claro ahora cómo podríamos educar de una manera brillante o unificada a gran parte de nuestra población, pero sí sé que tendríamos que solicitar de alguna manera recuperar lo que se había hecho durante mucho tiempo en Grecia, que es situar el foco siempre en lo comunitario.

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¿Cuántas asignaturas de educación en valores tenemos? Muchas facultades de ciencias de la educación, es decir, de magisterio, no implementan la asignatura obligatoria de educación en valores. Y esa asignatura tendría que estar implementada en muchas de las carreras como obligatoria y la más importante, porque estamos formando a gente que luego va a ocupar cargo de responsabilidad. Luego, educar en el siglo XXI, en ese sentido, sí lo veo infinitamente más complicado, porque hemos roto estas cadenas comunitarias. Y me parece que tendríamos que recuperar otra vez ese proceso de entrar en los rituales de proximidad, de cuidado hacia el otro, y eso se puede hacer en los centros educativos. Quiero dejar una reflexión sobre algo que me preocupa de manera excesiva en los últimos 10 o 15 años. He dicho que doy clases en la Facultad de Ciencias de la Educación y Psicología. Últimamente percibo que con las humanidades tenemos una especie de complejo intelectual que hace que claudiquemos o nos amoldamos de alguna manera al mundo científico. Hace 20 años, mi facultad era conocida como la Facultad de Magisterio. Hoy se llama Ciencias de la Educación. Han tenido que ponerle el prefijo de «ciencia» porque parece que así tienen más enjundia a nivel social. Un prefijo para darle una especie de dignidad que no entiendo muy bien de dónde procede, y lo último que ya he visto es la Facultad de Ciencias Humanísticas, en vez de llamarlo el Grado de Humanidades.

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¿Qué percibo y qué me preocupa? Me preocupa que los que nos dedicamos a las humanidades, que es el modelo de sabiduría y de conocimiento más elevado que existe en la Tierra, sintamos que necesitamos claudicar ante las narrativas cientificistas que se imponen por doquier, y tengamos que hablar de «ciencias de», cuando en realidad no es nada científico. Es decir, el magisterio es una labor que se desarrolla en un plano biográfico en una clase, en un contexto, con unos perfiles determinados. Y puede haber técnicas pedagógicas que funcionen mejor o peor, pero todas son singulares, y, más que una ciencia, yo me atrevería a decir que el magisterio es una artesanía. Lo mismo que pasa con la filosofía, lo mismo que pasa con la filología, lo mismo que pasa con la cultura clásica. No entiendo muy bien por qué estamos reculando, menospreciando o minusvalorando las humanidades pasándolas por el filtro del cientificismo. Hemos visto en los últimos años capitidisminuida esta rama humanística hasta el extremo de tener que cambiarle el nombre a cuestiones como el magisterio, que era un nombre precioso para hablar de la educación, de la formación de los futuros maestros, y llamarla ahora «ciencias educativas».

1:09:22

Voy a utilizar una metáfora, bueno, una analogía rara, pero que creo que nutre muy bien lo que quiero dejar como mensaje de fondo. Imaginaos que yo traigo aquí dos copas de vino. Una copa de vino vale 50 euros la copa. Es un vino maravilloso, pongamos que es un buen Rioja, un Valdepeñas… Vamos a poner que es un Montilla-Moriles, por traerlo a mi tierra, Córdoba. Es un Montilla-Moriles maravilloso, vale 50 euros la copa. La botella vale 300. Y luego os traigo una copa de un burdeos francés de 1945, donde solo hay mil botellas en el mundo y la botella vale 3.000 euros. Y la copa vale 300. Dices: «Bueno, José Carlos, una copa vale 50 y otra copa vale 300». Digo: «Sí, son dos vinos de élite, cada uno en su categoría». Y ahora os digo a todos que bajéis aquí probéis la primera copa. Y decís: «Bueno, cojo la primera copa, la pruebo y te digo: “José, qué rico está este Montilla-Moriles es delicioso”». Hombre, claro que es delicioso, te he dado un vino de élite. Te he dado un vino cuya copa vale 50 euros. Esa botella vale 300, luego está muy bueno. «Sí, me ha gustado, porque está dulce, está suave, entra maravilloso»… Digo: «Bueno pues ahora pruébate la de burdeos francés».

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Es un burdeos que solo hay mil en el mundo, que es de 1947 y que se considera de los mejores vinos que puedas probar en tu vida. Entonces, bueno, tú coges la copa de burdeos, la pruebas y me dices: «Guau, está muy bueno, está como dulce también, y mira que es un tinto, pero está dulce, es suave, me ha gustado mucho». Te pregunto y me dices: «No veo la diferencia grande para que uno valga 50 y otro 300, pero bueno, lo entiendo, me han gustado los dos». Digo: «Vale, ahora os mando a todos durante un año a hacer un curso de cata de vinos». De lunes a viernes, os mando a la mejor escuela para que aprendáis a catar vino. Y durante un año, intensivamente, os educan el paladar, el olfato, etcétera, de manera que, dentro de un año, volvemos aquí y todos sois sumilleres. Sois gente experta en vino. Muy experta. Y os vuelvo a poner las mismas copas, y digo: «Aquí tenéis las dos copas». Me decís: «Ah, sí, José, me acuerdo, lo probé hace mucho». «Sí, lo probaste el año pasado. Bueno, venga, prueba la primera copa de nuevo». Y, en vez de beberte la primera copa, sacas un pañuelo blanco, empiezas a agitarlo, disfrutas del color, me dices: «Ah, qué tinto, qué color tiene este Montilla-Moriles, es maravilloso». Y lo hueles, y empiezas a abrir el olfato a miles de señas que antes no habías distinguido, y después de cinco minutos deleitándote, lo pruebas y me dices: «No recordaba cómo estaba esto, José. Qué vino. Es excepcional. Qué maravilla». Hombre, claro, es que te has probado un Montilla-Moriles de los mejores que hay. Y ahora prueba el Château de Lafite. Prueba el burdeos.

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Y, cuando vas a coger el burdeos, lo coges con un respeto inmenso, porque sabes que de esa botella hay mil en el mundo, y que es un lujo auténtico que por segunda vez en tu vida vas a probar. Y con ese respeto y con esa delicadeza, empiezas tu proceso de deleite, y vuelves a mirar el color, y lo pones, y ves ese rosado precioso que tiene, y empiezas a oler, y descubres que esa barrica ha estado en roble, ese vino en barrica de roble… y ya, cuando pruebas ese vino de 300 euros, se te caen dos lagrimones por aquí y me dices: «Acabo de tener un orgasmo intelectual». Un orgasmo intelectual. La pregunta es qué ha cambiado. Los vinos no han cambiado. Los vinos eran los mismos. Lo que ha cambiado, y creo que aquí está el fundamento de todo lo que al final intento contar cuando transmito filosofía, lo que ha cambiado es que os hemos cultivado el gusto. Os hemos cultivado. Y «cultura» y «cultivo» comparten la raíz etimológica, es decir, tanto la cultura como el cultivo llevan tiempo, llevan cuidado, llevan atención, necesitan una dinámica muy precisa para extraer lo mejor de todo eso. Pero una vez que te has cultivado, una vez que tienes cultura, tu capacidad de disfrutar de la vida y de deleite es infinitamente superior a cuando no la tienes. Cualquier proceso que amplíe vuestro conocimiento, cualquiera, hay que darle la bienvenida, porque te va a dar la posibilidad de disfrutar con más intensidad la vida en todos sus aspectos, sea el aspecto que sea.

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Yo puedo ir a un concierto, pongamos, de Coldplay, con mi familia y dar saltos y pasármelo bomba. No me hace falta saber mucho de Coldplay. Me encanta la música, es una música muy primaria, que hace que me mueva, que cante, que disfrute en colectivo. Y esto lo puede hacer cualquiera que no necesite cultivar mucho ese espíritu musical. Pero, si aparte de eso, cultivo la música clásica y me gusta la ópera, dos semanas después me siento a escuchar… Pues yo qué sé, en la ópera en Madrid, en el Gran Teatro de Córdoba, me da igual, «Madame Butterfly», y escuchando esa ópera se me caen dos lagrimones por aquí, porque tengo una intensidad de placer que hay otras personas que no podrán adquirir porque no han llegado a profundizar en eso. El mensaje de fondo que quiero dejar aquí es que la vida es mucho más intensa y maravillosa cuando uno se cultiva que cuando no se cultiva. Entonces, todos aquellos que desprecian la cultura, aquellos que no le ven sentido a que le dedicamos tiempo y atención a profundizar en aquel lado humanístico de la vida, se están perdiendo la capacidad de deleite y de gozo que te trae profundizar en ese tipo de conocimiento. Y espero que esto sirva como luz para la charla que hoy ha parecido que era un poco crítica. Muchas gracias por vuestra atención.