¿Por qué nos cuesta tanto mantener la atención?
James M. Lang
¿Por qué nos cuesta tanto mantener la atención?
James M. Lang
Educador y escritor
Creando oportunidades
El aula, un refugio para la atención
James M. Lang Educador y escritor
James M. Lang
"Tenía una alumna brillante: se sentaba en primera fila, seguía la clase estupendamente, participaba, pero a veces estaba algo distraída, como si su mente estuviera en otra parte. Un día pasaba al lado de su pupitre y como un destello de luz me llamó la atención, y me di cuenta de que tenía el móvil colocado en el bolso, de tal manera que podía leer los mensajes a medida que le llegaban. Una gran estudiante como ella, que iba a ser profesora, que le interesaba mucho el tema y, sin embargo, no podía apartar la mirada de su móvil. En ese momento me dije que había que hacer algo, había que comprender mejor por qué sucedían esas cosas y qué podíamos hacer al respecto".
El educador James M. Lang lleva dos décadas investigando cómo mejorar el aprendizaje en el aula y de qué forma el profesorado puede motivar a sus estudiantes. Después de sus libros 'Small Teaching', como recopilatorio de consejos prácticos sobre educación basados en la evidencia científica, y 'Cheating Lessons: Learning from Academic Dishonesty', donde reflexiona sobre los motivos y estrategias de los alumnos que hacen trampas en los exámenes, acaba de publicar 'Distracted: Why Students Can't Focus and What You Can Do About It', sobre las dificultades para mantener la atención. James M. Lang es profesor y director del D'Amour Center for Teaching Excellence en Assumption College en Estados Unidos; imparte conferencias y talleres sobre cómo crear mejores entornos de aprendizaje y ha sido consultor de Naciones Unidas en un proyecto sobre ética e integridad para el profesorado.
Transcripción
Antes de este libro, hace unos años, escribí uno sobre hacer chuletas y sobre cómo la decisión que tomen los estudiantes respecto a copiar o no copiar, puede ayudarnos a entender el papel que desempeña el ambiente educativo en la decisión del estudiante de hacer su trabajo con integridad o hacer trampas. Pues lo mismo, en este otro tema, el ambiente educativo crea una gran diferencia en términos de si los estudiantes prestan atención o se distraen en el aula.
Sé que es un problema porque yo mismo soy profesor. Desde los años 2000, empecé a darme cuenta, como cualquier profesor, de que los dispositivos de los estudiantes, ya sean móviles, portátiles o tablets, les robaban gran parte de su atención y se perdían en el aula. Y yo estaba confuso, no sabía qué tenía que hacer al respecto. En cualquier aula se dan situaciones muy concretas, algunas muy interesantes. Recuerdo una anécdota. Tenía una alumna que era brillante. Se sentaba en primera fila, seguía la clase estupendamente, participaba, pero a veces estaba algo distraída, como si su mente estuviera en otra parte.
Y, de hecho, un día yo pasaba por el pasillo de su pupitre y, como un destello de luz, algo, me llamó la atención y me di cuenta, miré y tenía el móvil colocado en el bolso de tal manera que podía leer los mensajes a medida que le llegaban. No podía responder, eso sí. Fue lo suficientemente inteligente como para no tenerlo sobre la mesa. Y pensé: “Guau, una gran estudiante como ella, que iba a ser profesora, profesora de inglés, de hecho, le interesaba mucho el tema y, sin embargo, no podía apartar la mirada de su móvil”. En ese momento, me dije que había que hacer algo, había que comprender mejor por qué sucedían esas cosas y qué podíamos hacer al respecto. Así comenzó un largo viaje para mí en términos de reflexionar sobre las causas de este problema y las posibles soluciones para el profesorado.
La tecnología, como dices, puede ser una herramienta de aprendizaje, puede ser una herramienta para dar a los estudiantes la oportunidad de hacer cosas que, de otro modo, no podrían hacer, de conectarse con personas de todo el mundo, o utilizar Google Maps para ubicarse virtualmente en un lugar que están estudiando… Hay todo tipo de aplicaciones increíbles que los dispositivos pueden hacer por nosotros en el aula. Y seguro que serán apropiadas para ciertos objetivos y actividades. Pero habrá veces que no sean necesarias, cuando, por ejemplo, quiero hablar con mis alumnos sobre el significado de una obra literaria, sobre cómo se relaciona con nuestra vida actual, sobre por qué nos sigue interesando y la seguimos leyendo, en esos momentos no necesitamos nada más que nuestros cerebros, libros y escucharnos entre nosotros y a las ideas que queremos compartir en el aula.
Yo estoy en contra de esas decisiones fijas. No creo ni que la tecnología deba estar ni siempre presente ni siempre fuera del aula. Creo que es mejor que los profesores den un paso atrás y digan: “Vale, ¿qué estoy buscando?”. Y, una vez tomada la decisión, decir: “Entonces, ¿la tecnología me puede ayudar? ¿Va a ser neutral? A algunos estudiantes les puede ayudar y a otros no, en cuyo caso lo dejaré a su criterio». Pero hay otras veces en las que va a interferir porque tiene potencial de ayudar, pero está claro que también tiene el potencial de desviar la atención de los estudiantes en su aprendizaje.
Tenemos que ser claros al respecto y tenemos que estar dispuestos a ser flexibles sobre cuándo debemos usar la tecnología o no. Creo que uno de los objetivos que tenía al escribir el libro era ayudar a la gente a entender que la distracción, la fatiga de la atención, son cosas normales y cotidianas con las que llevamos lidiando miles de años. Tenemos que ser empáticos con los estudiantes y reconocer que la distracción ocurre. Queremos hacer todo lo posible para llamar su atención y lo hacemos, pero tenemos que ser realistas.
Agustín de Hipona reflexiona sobre la distracción que se produce rezando al oír el aleteo de una mosca o al ver una lagartija corriendo. Siempre hemos tenido estos cerebros distraídos y, biológicamente, hay buenas razones para que tengamos esos cerebros. Necesitamos ser capaces de concentrarnos en los demás o en una tarea, pero también necesitamos ser conscientes de nuestro entorno y, pensando en términos evolutivos, no habría sido tan útil para nosotros estar rastreando una presa, sin ser consciente del hecho de que podemos convertirnos en una.
Así que tenemos que ser muy conscientes del entorno y ser capaces de desviar nuestra atención cuando algo sucede a nuestro alrededor. Eso, por un lado. Siempre ha habido distracciones. Siempre hemos tenido problemas para mantener la atención. Nunca hemos sido capaces de prestar atención tanto como parece que queremos o como nos gustaría ser capaces de hacerlo.
Por otro lado, lo que ha cambiado hoy en día es que la tecnología se ha vuelto realmente buena en robarnos la atención. Cuando yo era niño, a mis padres les preocupaba que la televisión me distrajera, pero tenía que ir y encenderla para que llegara a distraerme. Ahora, el móvil nos busca a nosotros, nos bombardea constantemente, me dice: “Jim, tengo algo superinteresante para ti”. Y me lo hace todo el tiempo. Esa es la diferencia, el móvil es una herramienta mucho más eficaz en robarnos la atención respecto a tecnologías pasadas.
La otra cosa sobre nuestra naturaleza es que nos gusta la novedad. El cerebro humano siente pequeñas ráfagas de satisfacción al descubrir algo nuevo y estimulante en su entorno. El móvil es una fuente constante de información novedosa, de ideas. Puedo mirar mi correo electrónico, después, puedo ver Twitter. Cuando he terminado puedo ir a Instagram. Después, puedo comprobar el tiempo, es una fuente interminable de nuevas ideas o información y conexiones para mí.
No es que la arquitectura de nuestros cerebros haya cambiado de alguna manera, como resultado de los móviles, en diez años. Ese tipo de cambio ocurre de una generación a otra. Lo que ha cambiado es que la tecnología es mejor. Nos roban mejor nuestra atención. Eso significa que hay nuevos retos. Tenemos que reflexionar mejor que antes sobre temas como la atención, porque los dispositivos se han vuelto más eficaces en distraernos que antes.
Parece que, a medida que envejecemos, una de las cosas que sucede es que somos capaces de mantener la parte de enfoque, pero nuestra capacidad de bloquear otras cosas tiende a degradarse conforme envejecemos, que es la razón por la que se dice que las personas mayores tienen dificultad para concentrarse en un restaurante lleno de gente, por ejemplo. No es porque no puedan concentrarse, sino porque les cuesta más bloquear todas esas otras cosas.
Esas son las dos partes fundamentales de la atención, la de mantener esta especie de control voluntario para fijar nuestra mente en algún objeto, un objeto físico o un objeto de pensamiento, y la de bloquear el resto de las cosas que interfieren con ese control voluntario o esa atención voluntaria. Mi trabajo y línea de investigación sobre cómo ayudar a los maestros a abordar el problema de la atención y la distracción en el aula tiene dos vertientes.
Una de ellas era la investigación tradicional, donde me centré en el trabajo de psicólogos que escriben sobre atención y distracción, leyendo sobre estrategias de enseñanza eficaces para ayudar a cultivar la atención en el aula. La segunda vertiente, sin embargo, fue simplemente observar muchas, muchas clases.
Las observaba por varias razones: estaba en el comité de evaluación de mi universidad, donde evaluábamos a los profesores de cara a sus renovaciones y ascensos, ahí observé muchas clases. También dirigí el centro de enseñanza en mi campus. A veces, la gente me pedía que fuera a observar sus clases y les diera mi opinión. También había oído que había gente que estaba haciendo cosas interesantes y era yo el que les pedía ir a observar.
Vi docenas de clases en un par de años. Generalmente, me sentaba en la parte de atrás del aula y observaba no solo lo que hacía el profesor, sino también cómo reaccionaban los estudiantes, cuáles eran los momentos en los que los estudiantes empezaban a mirar a hurtadillas sus móviles o, tras tomar apuntes en sus portátiles, pasaban a mirar un vídeo o cuáles eran los momentos que les hacían volver a prestar atención.
Fue un proceso fascinante leer toda la documentación y ver lo que los expertos decían sobre la atención y educación y luego observar cómo se desarrollaba a pie de campo. Por último, por supuesto, también tengo mis propias clases. Así que pienso en ello mientras las imparto y trato de experimentar cosas diferentes en el aula y veo cómo los estudiantes reaccionan a ellas. Es fascinante, y surgen algunas cosas que nunca habría pensado que tendrían relevancia en la atención y en la distracción.
Una de las cosas más simples que he observado, es bastante evidente, pero una de las cosas en las que no había reparado era en el espacio físico del aula y el lugar que ocupa el profesor en ella. Me di cuenta de que entre muchos profesores hay una especie de barrera invisible, ¿verdad? Está el escritorio, luego un espacio donde el profesor camina, y la pizarra. Lo que noté fue que a muchos profesores les gusta mantenerse encerrados en ese pequeño espacio.
Cuando haces eso, cuanto más se alejan los estudiantes de ti, las filas de atrás están cada vez más lejos de ti. Esos son los estudiantes que son más propensos a distraerse con sus dispositivos. Son menos visibles para el profesor, pero además también están más retirados de la acción. Los profesores que mejor consiguieron mantener la atención del aula se movían de un lado a otro, se metían en el espacio de sus estudiantes. No de manera invasiva, como si estuvieran vigilando por encima del hombro, sino como: “quiero que tú también seas parte de esta experiencia”, de la misma manera que los actores de teatro hablan a toda la sala.
Se mueven por el escenario y hablan a esta parte de la escena, y a esta, etcétera. Pues los maestros más efectivos llenan el espacio con su presencia, y como la atención es recíproca, ese es uno de los argumentos que expongo en mi libro, es más probable que te preste atención cuando tengo la sensación de que tú me la prestas a mí. Así que cuando el profesor se dirige a diferentes grupos de estudiantes, moviéndose por el aula, prestando atención a los estudiantes, es más probable que consiga que los estudiantes le devuelvan la atención.
Lo primero que deberíamos hacer es tratar de intrigar a los estudiantes con las preguntas y problemas más fascinantes de cada disciplina. Y una vez que hayamos hecho eso, entonces podemos decir: “Vale, pues esta es otra pregunta fascinante, sientes curiosidad por ella, ¿verdad? Pues si aprendemos sobre esto, nos ayudará a responder esta otra pregunta o nos ayudará a tratar de resolver este problema fascinante de nuestra sociedad actual”. Trabajar con preguntas para mí es una manera muy simple y fácil de pensar en cómo aprovechar un cerebro humano que ama la novedad y la información. Somos criaturas que buscan información. Sentimos curiosidad por las cosas y queremos satisfacer nuestra curiosidad.
Si empezamos con esas preguntas, aprovecharemos la forma en que a nuestros cerebros les gusta aprender y la forma en que buscan información sobre lo que les interesa. Una de las personas cuyas clases observé era una bióloga que daba clase de microbiología. Ponía la imagen de un virus o algo así, y cada día, los primeros cinco o diez minutos, el trabajo de los estudiantes era averiguar rápidamente toda la información que pudieran del fascinante ser que veían en la pantalla.
Al observar esta clase, vi que se metían de lleno. Utilizaban sus dispositivos, un ejemplo de que la tecnología se utiliza adecuadamente para lo que estaba tratando de hacer. Los estudiantes pasaban cinco o diez minutos y luego ella preguntaba: “Bien, ¿qué habéis averiguado?”. Esto fue cerca de Halloween y estaban trabajando el virus de la peste.
La clase estaba diseñada para satisfacer su curiosidad. Buscaron todo lo que pudieron y luego, los primeros quince o veinte minutos de clase, debatían sobre lo que habían encontrado. Lo interesante de esto es que ella fue capaz de guiarlos a través de un proceso, no solo con el “¿qué has descubierto?”, sino el “¿cómo se relaciona con otra cosa que hayamos aprendido antes?”, “¿a qué te recuerda esto?”. Es una gran manera de empezar. Luego, la clase cambia al modo clase magistral en la que ella comenzaba a hablar de las cosas importantes para entender tal virus y de los conceptos más teóricos.
Esa forma de pensar nos ayuda a reconocer que no debemos simplemente entrar en clase y decir: “Hoy os traigo esta información”, sino que tenemos que entrar y decir: “Tengo algo fascinante que creo que os gustaría saber, que despertará vuestra curiosidad”. Y una vez que tenemos su atención, podemos atraerlos al proceso de aprendizaje.
La estructura, para mí, es la clave para ello. Hay dos partes aquí. La primera es pensar en cómo ayudamos a los estudiantes a entender que hay una estructura, para que no entremos y empecemos a hablar y luego pasemos una hora y no haya un plan claro de lo que va a pasar. Siempre animo a los profesores a que piensen en su experiencia cuando escuchan a otras personas, por ejemplo, cuando vamos a conferencias y escuchamos a un orador que claramente ha escrito su charla en el avión. Se levantan, empiezan a hablar y se tiran cuarenta minutos de discurso no estructurado sobre un tema.
Y yo me digo: “¿Cuánto tiempo pasa antes de que tu atención empiece a vagar en ese contexto?”. Por otro lado, si escuchas a un ponente que se levanta y dice: “Vale, esto es lo principal de lo que voy a hablar, tengo cuatro puntos que voy a exponer y la charla durará unos treinta minutos”. Eso sí que lo podemos seguir. Entonces, de vez en cuando, el orador dice: “Ahora estoy en el tercer punto”. Vale, bien, el tercer punto. Eso es lo que tenemos que ser capaces de hacer por nuestros estudiantes, ser capaces de entrar en el aula y decir: “Esta es la lección de hoy”. Podemos ser flexibles al respecto, pero hay que ser capaces de mostrarles esa progresión de cómo va a ir la clase y dejarles claro que vamos a tener estas oportunidades en las que puedes cambiar, reiniciar y recuperar tu aliento cognitivo para renovar tu atención.
Eso, por un lado: hay que dejar claro que tenemos una estructura, la hacemos visible para los estudiantes. Hay formas fáciles de hacerlo. De hecho, puedes segmentar un pequeño trozo de la pizarra y escribir el plan para que siempre esté visible. He visto a profesores de la facultad que lo hacen y lo van marcando a medida que avanzan. Así, los estudiantes siempre pueden ver dónde están. O ponerlo en la diapositiva al principio de una clase para mostrar las ideas principales: cómo va a progresar la clase, dónde voy a parar y hacer unas preguntas, así se preparan y demás.
Y podemos hacer eso en las clases online también. Es lo mismo, ¿no? Basta con dejar claro que hay una estructura que pueden ver los estudiantes, haciéndoles saber que más adelante tendrán que participar, así se preparan. Es algo que está disponible para cualquier tipo de clase.
Luego la segunda parte es pensar deliberadamente en cómo van a ser los cambios. Estructurar la clase de forma modular y clasificar los diferentes tipos de módulos: hay una parte de debate, una parte de clase magistral, una parte en la que los estudiantes tendrán que escribir algo… Y la segunda parte es pensar en cómo creamos el orden de la secuencia de la mejor manera para cultivar y mantener la atención. Hay que asegurarse de que, por ejemplo, yo no soy partidario de afirmar que no debería haber clases magistrales.
Creo que ese tipo de docencia tiene propósitos útiles, especialmente en la educación superior. Pero si tengo que enseñar a los estudiantes algo que es un reto para ellos y me va a llevar veinte o treinta minutos, tengo que asegurarme de que la parte activa está a ambos lados. Así que, por ejemplo, divido la clase en dos partes de quince minutos con una actividad rápida en medio, o algo así. Es necesario asegurarse de que estamos variando las cosas que estamos haciendo y que incluye tanto ratos activos como pasivos, momentos que estoy sentado y escuchando y que se alternan con momentos en los que estoy haciendo otra cosa.
Y siempre hay algo que se pueda cambiar. No debería ser siempre que yo hablo durante quince minutos, y luego veo si hay preguntas, si alguien levanta la mano. No, podría hablar durante quince minutos y luego pedirles que escriban una pregunta. O, el próximo día, hablar durante quince minutos y hacer algo por parejas. Así se van haciendo cosas diferentes. Ese cambio estructural se debe producir no solo en el transcurso de una sola sesión, sino durante todo el semestre.
Porque a lo largo del curso la atención se cansa, igual que en clase, también se fatiga a lo largo del semestre. Cualquier docente sabe que cuando llega la décima semana del semestre, las semanas diez a doce de un semestre de quince semanas, nota a todo el alumnado sin fuerzas para continuar, como si hubieran tenido suficiente de ti y tú de ellos.
Las cosas cambian un poco cerca del final, lo típico, se acaba el curso y empiezan a estudiar para los finales, por eso, hay que reflexionar en cómo responder a ese tipo de desvanecimiento natural de la atención y cómo podemos utilizar el cambio, la variedad y la estructura para ayudar a abordar ese problema.
La razón por la que los estudiantes no prestan atención en la escuela es porque es una experiencia completamente pasiva donde solo hablan los profesores. Así que lo que tenemos que hacer en su lugar es convertir esta experiencia en una completamente activa donde sí que harán cosas y hablarán todo el tiempo. Lo que he aprendido en mis años como profesor, porque a mí me gusta enseñar mediante el debate, yo enseño literatura y me gusta que los estudiantes debatan sobre literatura, he aprendido que incluso en un entorno de aprendizaje activo, la atención se fatiga.
Así que no hay una solución que garantice que de repente los estudiantes estén despiertos y atentos y hagan todo lo que se supone que deben hacer porque has creado un entorno de aprendizaje activo en el que están resolviendo problemas y trabajando unos con otros.
Probablemente, eso será más atractivo y aprenderán más. Sin embargo, todavía tienes que mantener la atención en ese entorno porque, como todos sabemos, estar sentado y resolver un problema de matemáticas durante cuarenta y cinco minutos… al final, la atención comienza a menguar y vas a buscar otra cosa que te apetezca más hacer.
Así que incluso en estos entornos de aprendizaje activo, que creo que son importantes, hay montones y montones de pruebas que muestran que, en última instancia, son mejores para el aprendizaje que un entorno puramente pasivo. Pero sigo pensando que, incluso en ese tipo de entornos, debemos tener en cuenta cómo los estructuramos y que, de vez en cuando, tenemos que permitir que los estudiantes puedan sentarse y escuchar un poco.
O tal vez ver un vídeo o tener algún tipo de experiencia en la que puedan parar y descansar sus cerebros o hacer que sus cerebros se involucren de una manera diferente. Creo que el profesor debe pensar en sí mismo como un conductor que guía a los estudiantes a través de una experiencia cambiante, que mantendrá su atención en el transcurso de cincuenta o setenta y cinco minutos, lo que sea.
Pero el aula puede convertirse en un lugar en el que podemos retirarnos de eso y centrarnos en algo hermoso, intrigante, importante, algo que nos va a ser útil en nuestra vida profesional o personal. Así que el aula, para mí, puede convertirse en un lugar de refugio de todo eso, donde estamos ofreciendo a los estudiantes una experiencia diferente a la que normalmente están recibiendo. En el mundo exterior, están viviendo esta experiencia de atropellarse con la tecnología en cada momento de sus vidas. Les podemos ofrecer algo un poco diferente en el aula y la oportunidad de centrarse realmente en los contenidos, el profesor y los compañeros.
Cuando vas a un retiro, todo es muy difícil al principio. Tienes que dejar de lado todas tus preocupaciones externas y estás allí solo y puede que tengas que estar en silencio. Esto es algo realmente difícil de hacer de primeras. Pero la gente casi siempre se hace a ello y encuentra en ello algo muy valioso: la oportunidad de detenerse, frenar, reflexionar un poco sobre lo que es su vida. Del mismo modo, podemos ver el aula como una oportunidad para detenernos y reducir la velocidad y simplemente participar en la alegría de aprender, el aprendizaje debe ser una alegría.
Así que, si podemos hacer de nuestra clase un refugio de atención, podemos revitalizarla y convertirla en un lugar donde practicamos habilidades que normalmente no practicamos fuera del aula. Así que no es que el aula tenga que ser necesariamente un retiro de la tecnología, la tecnología puede seguir estando en ese retiro, es un retiro en el sentido de que estamos dejando de lado todas las cosas que normalmente afectan a nuestra atención y solo nos centramos en lo realmente importante o interesante.
Así que creo que tenemos que adquirir el hábito de dejar de lado otras cosas y hacer solo una cosa a la vez. Y eso es lo primero. Por ejemplo, cuando estoy escribiendo, suelo tener mi correo electrónico y todo abierto. Pero ahora he aprendido, especialmente con tantas cosas que llegan todo el tiempo, que tengo que cerrar todo y escribir concentrado durante treinta minutos o una hora sin pestañas abiertas, sin el correo electrónico abierto, con la puerta de mi oficina cerrada. Eso es lo que más productivo me resulta y lo que me permite escribir mejor contenido. Esa es la primera parte.
La segunda parte es reconocer que necesitas descansar. No se puede pretender que tus estudiantes pasen una hora tratando de resolver problemas de matemáticas, hay que ser un poco realista. Supongamos que tienes quince o treinta minutos de trabajo, pues debes tener un descanso de diez minutos donde, por ejemplo, los adolescentes, pueden comprobar sus redes sociales o hacer lo que quieran o, en el caso de niños más pequeños, comer algo, salir al patio a jugar, etcétera. Necesitan tomarse esos descansos para mejorar su atención.
Así que cuando estén estudiando, hay que asegurarse de que no tengan el portátil aquí, el teléfono aquí y la televisión de fondo. Eso no va a dar lugar al tipo de aprendizaje que hará que mejoren en la escuela. Pero hay que tener empatía y reconocer que, si realmente están haciendo un buen trabajo en su portátil durante media hora, o en un cuaderno o lo que sea, hay que recompensarles con descansos y oportunidades regulares de hacer algo diferente para que tengan esas actividades variadas, que sirven tanto en el aprendizaje en casa como en la experiencia del aula.
Un ejemplo claro es que ahora comprendemos mucho mejor cómo los estudiantes con problemas de salud mental pueden prosperar y tener éxito en un campus universitario. Tenemos muchos más servicios de apoyo para los estudiantes que sufren, por ejemplo, de ansiedad o depresión o que tienen distintos problemas de aprendizaje. Ahora somos mucho más conscientes de cómo ayudar a esos estudiantes. Y eso es importante porque esos alumnos no habrían podido llegar a la educación superior y obtener una buena educación antes de que pusiéramos en marcha todos estos mecanismos para ellos.
Hemos dado la bienvenida a la educación superior y hemos ofrecido los beneficios de la educación superior a todos estos estudiantes que nunca habrían tenido acceso a ella antes. Es increíble. Hay que seguir pensando en cómo ampliar esa red, cómo podemos ir más allá para que los estudiantes de primera generación, los estudiantes que son refugiados, por ejemplo, o los estudiantes que son desplazados internos, los estudiantes que vienen de situaciones de bajos ingresos, que son personas sin hogar… Tenemos que pensar cómo vamos a seguir ampliando nuestro apoyo que estamos ofreciendo a los alumnos y hacer que se sientan bienvenidos, y ayudarlos a progresar en la educación superior. Ese es nuestro reto más importante ahora mismo y sé que, en mi propio campus, cada vez se ven más y más estudiantes de este perfil.
Y hay una especie de perspectiva egoísta en este sentido, queremos que estos estudiantes vengan al campus, queremos el dinero de sus matrículas, queremos que llenen los asientos de nuestras aulas… pero para que lleguen hasta ahí, tenemos la obligación moral de asegurarnos de que tienen todo lo que necesitan para salir adelante. Déjame volver a hablar sobre la atención, solo para señalar una cosa.
Una de las cosas que creo que hemos aprendido, por ejemplo, de los estudiantes de primera generación, de los estudiantes de bajos ingresos, los estudiantes que tal vez no hayan tenido tanto éxito tradicionalmente en la educación superior como los estudiantes que provienen de entornos con más recursos, es que sacan mayor beneficio de las aulas altamente estructuradas porque, a menudo, hay una gran cantidad de cosas no escritas que están sucediendo en el aula, como “¿cuándo está bien levantar la mano?, si el profesor dice que hagamos grupos, ¿qué debo hacer?, si alguien no me quiere en su grupo, ¿qué hago en esa situación?”.
Son cosas que los estudiantes que provienen de entornos educativos más tradicionales, que tienen más confianza en sus capacidades, estas cosas las tienen aprendidas o las han asimilado, mientras que estos estudiantes, que vienen de otro tipo de entornos, puede que no lo sepan. Hay muchas reglas no escritas de las que no son conscientes.
Un profesor que tiene la clase estructurada y basa la experiencia de aprendizaje en ella va a ayudar a esos estudiantes, porque va a guiar a esos estudiantes a través de la experiencia de una manera que va a ayudarles a reconocer: “Vale, esto es lo que tengo que hacer para mejorar”.
Ese es un lugar donde la investigación en atención se une con la investigación en inclusión. Pero en general, creo que ese es el tema principal que tenemos que abordar en el futuro, y creo que afortunadamente hay mucha gente brillante trabajando en esto. Así que creo que llegaremos a soluciones.