“Nunca te arrepentirás de perseguir tus sueños”
Mago More
“Nunca te arrepentirás de perseguir tus sueños”
Mago More
Conferenciante y humorista
Creando oportunidades
La fuerza de voluntad, esa gran desconocida
Mago More Conferenciante y humorista
Mago More
La magia llegó a la vida de José Luis Izquierdo, más conocido como Mago More, de la mano de un profesor de matemáticas que le explicaba los problemas con divertidos trucos. Fue en aquellos momentos, cuando decidió que lucharía por convertirse algún día en mago. More cumplió su sueño, y hoy, es además un popular humorista, guionista, actor y conferenciante de éxito. El nacimiento de uno de sus hijos con parálisis cerebral y el diagnóstico de una enfermedad crónica que le llevó a estar prácticamente inmovilizado han sido dos acontecimientos claves en su vida. Su libro ‘Superpoderes del éxito para gente normal’, recoge una mirada práctica sobre los aprendizajes de vida que le he han ayudado a superar estas dificultades hasta convertirse en una persona polifacética, creativa e inconformista. Perseguir los sueños, no tener miedo a fracasar ni rendirse nunca ante las adversidades son algunos de los motores de vida de este cómico. En sus palabras: “Hay que tener sueños para tres vidas y para eso hay que tener fuerza de voluntad y cambiar nuestros hábitos”.
Transcripción
Bueno, déjame que haga lo que me dé la gana. Y me dediqué a hacer monólogos también y lo complementé con la magia. Y el día que me cambió la vida fue un día que me llamó un cliente que me dijo: «Quiero que des una conferencia». ¿Cuántas conferencias había dado yo en mi vida? Cero. Mi primera reacción automática fue: «No, yo no doy conferencias». Pues 15 minutos más tarde, iba conduciendo, llamé al cliente y pronuncié la frase más inteligente que yo he pronunciado en mi vida. Todavía no la he superado. La frase es: «¿Y por qué no?». No la he podido superar todavía, porque, al final, yo evalué y dije: «Tengo mucho que ganar y poco que perder». Hice la conferencia, y hoy, el 80% de lo que hago son conferencias. Siempre me preguntan qué es lo que más te gusta hacer, y hay una cosa que contesté en una entrevista que me define. A mí me gustan dos cosas: hacer reír y ayudar a la gente. Al final, lo que más me gusta es hacer conferencias, porque en las conferencias tú puedes conjugar las dos cosas. Tú puedes dar un mensaje y puedes hacer que la gente se ría. Lo de hacer reír a la gente no puedo evitarlo, es una cosa que llevo de toda la vida. Cuando empezaba con la magia, me ponía muy serio, tipo Anthony Blake, y la gente se moría de risa. Yo me cabreaba y decía: «¿Por qué se ríe esta gente? Pero si yo quiero ser serio y tal». Al final dije: «No puedo luchar contra mí mismo». Tengo cara del de Cariño, he encogido a los niños». La gente me ve así, y no puedo evitar que la gente se ría, así que prefiero utilizar la risa. Y, de hecho, yo creo que la risa es un excelente vehículo porque, como decía Víctor Borge, es la distancia más corta entre dos puntos. Yo utilizo la risa para desarmar a la gente. Todos siempre tenemos una coraza, estamos como muy serios. Cuando te ríes, yo digo que se quita esa coraza, y a partir de ahí, ya puedes meter todos los mensajes que tú quieras. Y luego, hay dos hechos que me han marcado profundamente. Uno es que tengo un niño con parálisis cerebral. Esto te marca bastante porque condiciona mucho tu vida y la manera que tienes de enfrentarte a la vida. Imaginaros en una situación en la que yo me dedico a hacer reír a la gente, y de repente, nace un nene con parálisis cerebral, que además no es una cosa pasajera, sino que sabes que vas a tener un niño discapacitado toda tu vida. Pues eso me cambió mucho la manera de ver las cosas. Y luego, hay otro episodio que también me cambió bastante la manera de ver las cosas, y es que yo empecé con la típica caspa… Con la típica caspa esta que vas haciendo así, te la vas quitando, luego compras el champú que aparece en la tele, luego te dicen que no, que es dermatitis seborreica, aquello se va complicando… El día que todo cambió fue el día que fui al médico y me dijeron que tenía artritis psoriásica. Yo no me lo creía porque esto me le diagnosticaron con 39 años. A mí la artritis me sonaba a gente mayor. Y «soriásica» tampoco podía ser, yo nunca había estado en Soria, y dije: «No puede ser». Pero, efectivamente, tenía artritis psoriásica.
De repente, me veo con un nene discapacitado, prácticamente no podía andar de los dolores que tenía, era terrible. Me dieron una medicación muy fuerte. No podía abrir una botella, para que os hagáis una idea, y eso te incapacita bastante, no solamente a nivel físico, sino también a nivel psicológico. Entonces, esos dos acontecimientos han marcado bastante todo lo que ha sido mi vida a partir de ese momento, porque eso ha hecho que yo cambiara una serie de hábitos, que es lo que vengo a compartir con vosotros. De todos modos, os diría que estoy todo el día haciendo monólogos, que significa que estoy todo el día hablando solo. Me gustaría que preguntarais cosas para no estar yo aquí de monólogo.
Yo creo que, además, demonizamos demasiado el error. O sea, cuando tenemos un error y ha salido algo mal, ¿por qué no puede salir mal? La vida va de que las cosas salgan mal. Tengo un amigo, Eduardo Anitua, que tiene una empresa de biotecnología y tiene una frase maravillosa. Me dijo un día: «¿Te puedes creer que, después de 30 años investigando, nos hemos dado cuenta de que siempre acertamos a la última?». Fijaos porque la frase maravillosa. Si te quedas en la penúltima, no aciertas, pero si lo sigues intentando, a la última siempre aciertas. Y entonces, ¿qué problema hay con desarrollar las metas o llevar a cabo las metas? Bueno, pues lo primero, para mí, es absolutamente fundamental. Yo he leído un montón de libros de organización del tiempo. Casi todos los libros, vosotros también habréis leído, te dicen que tienes que distinguir entre lo importante y lo urgente. Y me parece una pérdida de tiempo porque tienes que andar distinguiendo. «¡Uf! ¿Y esto qué es, importante o urgente?». Cuando terminas la pila, estás agotado, ya no puedes trabajar. Yo distingo entre dos cosas, que es: mis metas y el infinito. ¿Qué es el infinito? Ojo, luego hablaremos del infinito. El infinito es cuando tú te levantas, enciendes el mail, el teléfono, el WhatsApp, y ya has caído en el infinito. ¿Qué significa? Que llegan las 20:00, estás agotado en tu casa, y dices: «¿Qué tal el día?». «¡Puf! Muy liado, pero no me ha cundido». Llega el viernes y sigues muy liado, pero no te ha cundido. Pero lo peor es que llega el 31 de diciembre, has estado muy liado, pero no te ha cundido. ¿Qué significa que no te ha cundido? Que no has hecho nada avanzando en tus metas. ¿Qué hay que hacer? Tú tienes una meta clara, definida. Todos los días, lo primero que tienes que hacer es ponerte, lo primero del día, con tu meta. Avanzas un poquito y después ya te caes en el infinito. Como bien dice la palabra, el infinito es infinito. ¿Qué hago yo para dedicarme a mi meta? Atención, que esto es un truco que funciona muy bien. Un día, tenía una agenda apretadísima. Tenía reunión con un director de un periódico muy importante, con un CEO de una compañía y con otro presidente. Las típicas reuniones que tienes que ir porque te ha costado mucho y son reuniones superimportantes. Me levanto hecho polvo con una fiebre que te mueres. Había pillado el típico virus. Entonces, llamo a mi avatar, que está aquí, y le digo: «Sosa, cancela todo, estoy que me muero». Cancelé todo. ¿Sabéis lo que pasó? Nada. No pasa nada. De hecho, si me hubiera muerto, tampoco habría pasado nada. Primero: no eres la persona más importante del mundo, y la gente sigue por ahí, la gente no iba por la calle diciendo: «Oye, ¿te has dado cuenta de que More está enfermo? Vamos a parar un poco la actividad». No, la gente seguía a lo suyo. Entonces, al día siguiente, pues yo me reincorporé a mis actividades. Pero había descubierto una cosa maravillosa, y es que había apagado el móvil y no había pasado nada. Y dices: «¿Cuánto hay que apagarlo?». Pues apágalo media hora. Tampoco te puedes dar esa licencia, ¿no? O te levantas media hora antes, pero te dedicas a tu meta. ¿Qué es lo que realmente quieres hacer, qué quieres avanzar? Yo ahora estoy aprendiendo a tocar el piano. Otra estupidez que me ha dado a los 47 años. El piano es una cosa como imposible. ¿Yo qué hago? Todos los días, un poquito, un poquito, un poquito, un poquito, un poquito. Pues parece que no, pero ya estoy ahí, dale que te pego. El otro día estuve con «Hola, don Pepito. Hola, don José». Ya es un nivel. No, pero ya estoy tocando… Y yo me emociono porque digo: «¿Y cómo lo haces?». Un poquito por las mañanas todos los días. ¿Cuál es el truco? El truco es: dedícate a tu meta y después te metes en el infinito. Pero la mayoría de la gente lo que hace es que empieza su día con el infinito, y eso hace que tú llegues al final del día con el infinito. Con lo cual, ya olvídate, no vas a avanzar.
Me preguntabas cuáles son las barreras. Pues hay bastantes barreras, pero tengo identificadas unas cuantas. Por ejemplo, la primera barrera para que la gente no consiga las metas, lo primero es que intentamos hacer demasiadas metas a la vez. Y esto es terrible. En vez de tener diez frentes abiertos, yo lo que hago es que elijo una. ¿Con qué me pongo, con el piano? Pues me pongo con el piano. Hasta convertirlo en un hábito, que ya sea algo de costumbre. Lo primero que tienes que hacer es enfocar. Hay otra cosa que tienes que hacer, y es no intentar hacerlo todo a la vez. Hay un sketch de Mota que me encanta, él sale disfrazado de la vicepresidenta del Gobierno, y de repente dice que con Gibraltar ya no podemos, y que vamos a centrar nuestros esfuerzos en invadir Portugal. Pero para que no se den cuenta, en vez de invadirlo con ansia viva, lo que vamos a hacer es invadirlo de a pocos. Entonces, sale un agente del servicio secreto. Y sale el tipo de pie, al lado de un mojón, y lo que hace es que… Está el mojón que separa la frontera, y hace así con el pie. Y lo mueve diez centímetros. Entonces, José dice: «Diez centímetros al día no parece mucho, pero cuando te das cuenta, has invadido Portugal». Y entonces… Va poniendo la frontera. ¿La frontera cómo es? Año 2020, 2021… Y cuando llegas al 2050, pues diez centímetros al día, cuando se den cuenta, hemos invadido Portugal. Y hay otra cosa que hay que hacer. Igual que tú divides las metas en trozos, hay que dividirlas también temporalmente. En vez de tener una meta de aquí a dos años, que es una cosa… Como que pierdes la noción, pierdes la perspectiva. Yo lo que hago es que siempre las voy troceando, pero temporalmente. Por ejemplo, para correr un maratón. Un maratón es una meta bastante grande o amplia. ¿Qué hago? Pues en vez de plantearme que voy a correr 42 kilómetros, me planteo que voy a correr diez. ¿Cuándo me lo planteo? Pues de aquí a tres meses o de aquí a seis meses. Y una vez que has corrido diez, tu siguiente meta es correr 20, y tu siguiente meta es correr un maratón. Pero si tú te enfrentas a la meta así, de golpe, al final no haces nada, te quedas absolutamente paralizado. Y luego hay otra… Volviendo al Atlético de Madrid, yo siempre utilizo mucho la teoría del partido al partido. Entonces, es lo que te decía, en vez de tener tantos frentes abiertos, tú vas como Simeone: partido a partido. Primero vamos a jugar este partido, luego este, luego este y luego este. Imagínate el siguiente ejemplo: tienes 12 metas que hacer. Cada una de esas metas te lleva un mes y tienes que hacer las 12 metas en un año. Ir planteando las metas poco a poco, porque si tú te planteas una meta cada mes, no vas a tardar un mes, encima vas a tardar menos de un mes. Con lo cual, al final del año, probablemente no hagas 12, hagas más. Pero si tú tienes 12 metas todos los días encima de ti, por mucho que tú quieras avanzar poco a poco en las 12 metas, lo único que vas a conseguir es estresarte. Yo creo que eso es fundamental. Y esas, para mí, son las trampas fundamentales a la hora de conseguir tus sueños o conseguir tus metas. Primero: separar metas del infinito. Y segundo: aprender a manejar bien las metas.
Entonces, yo lo que hago es que ese sesgo positivo, digamos, pues yo hago un sesgo negativo, pero lo hago forzado. Yo siempre pienso que todo lo que me pasa es culpa mía. Y eso es muy positivo, porque si tú piensas que todo lo que te pasa es culpa tuya, tú puedes tomar cartas en el asunto. Si piensas que es culpa de las circunstancias, no puedes hacer nada. Yo siempre cuento que la primera vez que me presenté al Club de la comedia no me cogieron. Imagínate, yo llevaba como 2.000 actuaciones de mago, era el tipo más gracioso del mundo. Bueno, entre yo, Groucho Marx, Charles Chaplin… Pero yo era de los más graciosos. Y no me cogieron. ¿Cuál fue mi primera reacción? Dejar de ver el programa. «Se van a fastidiar, ya no hago audiencia». Yo ahí, solo, con la tele apagada, diciendo: «Ya verás. Uno menos lo van a notar seguro». ¿Por qué? Porque yo, en el fondo, me flagelada diciendo: «Estos tíos no me han entendido, yo soy buenísimo. ¿Cómo es que no me han cogido? Encima yo he ayudado a gente que ha ido al Club de la comedia. No puede ser, es una injusticia». Hasta que cambié el chip y pensé: «¿Y si a lo mejor lo que les he mandado no era tan gracioso? ¿Y si la culpa es mía? ¿Y si a lo mejor me tengo que poner las pilas?». Cuando tú tienes esa actitud y piensas que todo lo que te pasa es culpa tuya, es cuando realmente empiezas a tomar cartas en el asunto. Creo que esa es la actitud que hay que tener, básicamente.
Si utilizáis cualquier programa de ofimática, que sepáis que utilizáis un 5% del programa de ofimática. Y eso es una pérdida de tiempo tremenda. Muy poca gente sabe utilizar más de un 5% del Word o del Excel, que es un programa que utilizamos todos los días. ¿Qué hay que hacer? Algo tan sencillo como leer las instrucciones. No leemos las instrucciones de los programas que utilizamos, no nos paramos a ver si tenemos afilada el hacha. Y esto es constante. Por ejemplo, una pérdida de tiempo absoluta que tenemos todos es las contraseñas. ¿Cuántas veces os piden las contraseñas y se os ha olvidado, y tenéis que decir: «Se me ha olvidado la contraseña, mándame un email»? Eso es todos los días, porque tenemos cientos de servicios. Por ejemplo, yo utilizo un gestor de contraseñas, donde tengo todas las contraseñas almacenadas en la Nube con una clave segura, y cada vez que voy a meter una contraseña, simplemente doy una combinación de teclas y aparece el servicio. Y ni me acuerdo de la contraseña que es, pero lo tengo todo ahí. Cada vez que hago algo que sé que puede ser una pérdida de tiempo, que sé que puede ser un ahorro de tiempo, lo que hago es que me planteo la manera de hacer las cosas. Y lo llevo metido en el ADN. Y si la gente se parara a pensar en esto, ahorraría muchísimo, muchísimo tiempo. Yo siempre digo que hay dos maneras de ser: un tonto liado o un listo productivo. Y yo he sido un tonto liado toda mi vida. Pasa mucho en las empresas, que la gente se queda hasta las 22:00 porque, lamentablemente, lo que hacemos es que estamos premiando el presentismo y que la gente esté liada delante del ordenador, cuando es mucho más inteligente ser mucho más eficiente y hacer las cosas mucho más rápido. Tenemos que cambiar el enfoque. Pero lo primero es cambiar nosotros mismos. Esto pasa como cuando… Muchas veces me preguntan: «¿Por qué llegas a todo?». Pues te lo voy a explicar: porque delego. ¿Cuándo he aprendido a delegar? Hace muy poquito tiempo, porque yo era un jefe horrible. ¿En qué consiste la delegación? En dejar que los demás hagan lo que tú ibas a hacer. Y tú dices… Y hay una cosa que me ayudó muchísimo que son las fases de la delegación. La delegación tiene cuatro fases. La primera es: yo hago, tú miras. La segunda es: yo hago, tú haces. La tercera es: yo miro, tú haces. Y la cuarta es: tú haces. ¿Sabéis cómo delegan los jefes? Pues mal, porque normalmente dicen: «Haz esto» y se piran. Y dices tú: «Ni has enseñado a hacer, ni te has quedado a mirar, ni has visto cómo lo hace el otro». Pues con la productividad y con el infinito pasa lo mismo: tienes que delegar en ti mismo. Tienes que perder el tiempo al principio para luego ganarlo al final. Porque si no, al final, eres un tapón de ti mismo. Es una especie de delegación en uno mismo. Yo, cuando me hicieron la página web, me la hicieron por sorpresa, porque como yo era un jefe horrible, de repente aparecieron: «Esta es la página web». Y al principio me pegué un cabreo, digo: «No me han dicho nada, nadie ha contado conmigo, nadie me ha preguntado». Y luego pensé: «Espérate. A lo mejor lo han hecho al 80%. Pero es que si estoy yo ahí, soy un tapón y esta página web no se hace hasta dentro de tres siglos. Por lo tanto, enhorabuena». Y para mí, eso es la delegación, es dejar que los demás hagan. Respecto a tu pregunta del infinito, lo que tienes que hacer cada vez que vas a hacer algo es enseñarte a ti mismo a hacerlo mejor. Es decir, parar, afilar el hacha. Sé que te va a costar, pero una vez que lo tienes hecho, luego ya es todos los días automático. Es como los hábitos, exactamente igual.
Os voy a contar, para terminar, mi película favorita. Mi película favorita se llama Atrapado en el tiempo, que todos habéis visto, porque es la película del Día de la Marmota. ¿Vale? Os voy a recordar un poquito en qué consistía. Es un periodista que es bastante huraño, es un déspota, es un tipo bastante orgulloso que no le cae bien la humanidad, y tiene que ir a cubrir la noticia del Día de la Marmota a Punxsutawney, al pueblo este famoso. Entonces, sale la marmota, el tipo da la noticia, y cuando van a salir, se dan cuenta de que hay una ventisca, con lo cual no pueden salir físicamente. Y al día siguiente, cuando se despierta, se da cuenta de que está en el mismo día. Es decir, está atrapado físicamente y atrapado temporalmente. Y pasa todos los días: no puede salir porque hay una ventisca y al día siguiente siempre es el mismo día. «Bienvenidos, hoy es el Día de la Marmota». Por eso se llama así, porque todo el rato está repitiendo lo mismo. ¿Este señor qué hace? Se desespera por completo porque se da cuenta de que no puede salir de ahí. Entonces empieza a portarse mal, empieza a intentar ligar a diestro y siniestro, empieza a robar… Se desespera por completo. Y llega un punto de inflexión en la película que es muy bonito porque él se da cuenta de que le gusta mucho la periodista que va con él. ¿Entonces qué hace? Cambia totalmente su perspectiva. Empieza a aprender a tocar el piano porque tiene todo el tiempo del mundo. Cada día se despierta en el mismo día, por lo tanto, tiene todo el tiempo del mundo. Aprende a hacer esculturas… Su meta es intentar ligarse a esta chica. Con lo cual, cambia radicalmente, no las circunstancias, pero sí la manera de plantearse él los hechos. Es decir, él no puede cambiar salir de ahí, pero sí puede cambiar su actitud ante los hechos. Entonces, primero, se pone una meta, que es ligarse a esta chica. Se pone hábitos, que es cómo ligarse a esta chica. En el caso de aprender a tocar el piano, se pone un poquito todos los días, poquito a poquito, al merme. ¿Vale? Entonces, lo va consiguiendo. Y justo, qué curioso, que cuando consigue ligarse a la chica, al día siguiente ya había cambiado, era otro día distinto. Y me encanta la metáfora de la película porque creo que a todos nos pasa lo mismo. Primero: no tenemos metas suficientes o no tenemos sueños suficientes, parece que estamos atrapados en el Día de la Marmota, que todos los días nos parecen iguales. Y lo más importante es, cuando tienes unas circunstancias que no cambian, lo único que puedes hacer es cambiar tú frente a las circunstancias. Y creo que la película, realmente, la gran moraleja que nos deja es esta. Es decir, si las cosas no cambian a tu alrededor, cambia tú, que esto es lo más importante. Entonces, para concluir, me gustaría deciros que lo más importante en la vida es tener sueños, que hay que tener sueños como para tres vidas, que nunca se os olvide cumplir esos sueños. Parece que cambiar los hábitos, hay que tener fuerza de voluntad. Y voy a terminar con un cuento que me encanta. Es un monje budista que va a Nueva York por primera vez. Estaba entusiasmado. Baja en el JFK, se dirige a Manhattan. Le habían hablado, porque lo había visto en las películas, de los puestos de perritos calientes, era su obsesión. Necesitaba un perrito caliente. Entonces llega, se acerca al puesto de perritos calientes y le dice: «Quiero un perrito con todo. ¿Cuánto es?». «Tres dólares». Saca un billete de 20 dólares, se lo da al vendedor, y el vendedor sigue a su rollo. Y entonces el monje se queda mirando y le dice al vendedor: «Perdona, ¿el cambio?». Y le dice el vendedor: «El verdadero cambio está en tu interior». Y yo creo que realmente esa es la enseñanza. Cuando nosotros cambiamos, creo que lo decías tú, cambia todo tu alrededor. El verdadero cambio está en nuestro interior. Ahora se está hablando mucho de la digitalización y todo este mundo que viene y nos acosa, y a mí no me da ningún miedo porque creo que lo único que hay que hacer es estar cambiando continuamente. Si somos capaces de estar cambiando continuamente y buscar el cambio en nuestro interior, todo lo que pase a nuestro alrededor lo vamos a poder sobrellevar muchísimo mejor. Y yo creo que esa es la diferencia entre la gente exitosa y la no exitosa. Así que, amigos, tener sueños, intentar cambiar, buscar el cambio en vuestro interior, y cuando compréis un perrito caliente, esperaos a que el vendedor os dé la pasta. Muchas gracias.