“Deja en paz a tu cerebro”
David del Rosario
“Deja en paz a tu cerebro”
David del Rosario
Investigador en neurociencia
Creando oportunidades
Neurociencia aplicada al día a día
David del Rosario Investigador en neurociencia
“Nos encanta pensar la vida en lugar de vivirla”
David del Rosario Investigador en neurociencia
David del Rosario
Durante la que se suponía una de las etapas más satisfactorias de su vida, un joven y exitoso David del Rosario nadaba en el descontento: “Sentía una sensación de vacío insoportable”. Pero las herramientas del método científico -las mismas que le habían hecho alcanzar la cima de su carrera y el fondo de su experiencia vital- le ayudaron a encontrar el origen de su desasosiego. Así es como enarboló el ámbito del que es pionero: la neurociencia aplicada en el día a día.
David del Rosario estudió Ingeniería Técnica en Telecomunicaciones en la Universidad de Alicante y un Máster en Ingeniería Biomédica en la Universidad de Barcelona. En su afán por conocer el cerebro humano colabora con universidades e instituciones internacionales y lidera el experimento mundial ‘How the world feels’. Su trabajo le ha valido numerosos reconocimientos como el premio de la Comunidad Valenciana o el prestigioso premio Nacional de Telecomunicaciones. Es autor del superventas ‘El libro que tu cerebro no quiere leer’ y ha coescrito ‘La biología del presente’.
En sus investigaciones analiza las redes que tejen el miedo, la confianza y navega por los secretos del pensamiento para hacer que la ciencia nos ayude en lo cotidiano. “Nos encontramos un reto: dejar únicamente de pensar la vida y comenzar a vivirla”, concluye.
Transcripción
Recuerdo que lo primero que pensé fue: “A ver si no me gusta tanto esta beca, este trabajo”. Y claro, solo había una manera de comprobarlo, y era dejando esa beca y ese trabajo. Era todo tan intenso, que lo hice, lo dejé. ¿Y sabéis cómo me sentía? ¡Peor! Estaba en la cola del paro y encima esa sensación seguía ahí. Seguí dándole vueltas y vueltas y me planteé “a ver si es que no estoy con la persona que realmente quiero estar”. Decidí dejarla y regresé a casa de mis padres. ¿Sabéis cómo me sentía? ¡Peor! No solo había hecho daño a alguien, que me dolía, sino que además esa sensación de vacío insoportable seguía ahí conmigo. Recuerdo estar a 600 kilómetros de mi ciudad, en un pueblo perdido de la España profunda, y darme cuenta de que esa sensación de vacío seguía ahí conmigo. Y entonces ocurrió algo muy curioso: por primera vez me di cuenta de la posibilidad de que aquello que yo estaba sintiendo, esa sensación, no provenía de las personas, los lugares, los animales o las cosas que me rodeaban, sino que provenía de mí. Comencé a utilizar las herramientas que había aprendido en la universidad —programación, el método científico— para investigarme, para investigar mi vida. Y ahí nació lo que yo llamo “la neurociencia aplicada al día a día”. Me di cuenta, en cierto modo, de que si quería recuperar mi felicidad, volver a ser feliz, iba a tener que hacerlo con la mente, el cerebro y el cuerpo que tenía y no sabía cómo funcionaba. Esa investigación me llevó a estudiar un poco de biomedicina. Actualmente estoy haciendo un doctorado en Ciencias de la Salud y colaboro con muchas empresas, instituciones, universidades en esto de la neurociencia aplicada al día a día. Mi nombre es David del Rosario y hoy aprendemos juntos.
Ahora bien, el 90 % de los procesos que ocurren en nuestro cerebro son procesos inconscientes. Y eso quiere decir que nosotros no podemos acceder a esos procesos de manera voluntaria. Por lo tanto, yo, de este 5 % de la información que mi cerebro es capaz de captar, tengo acceso consciente a aproximadamente un 10 % de esa información. Entonces estaréis conmigo en que si de este papelito que mi cerebro puede captar, yo lo doblo por la mitad, sería un 50 %, ¿sí o no? Si lo vuelvo a doblar, sería un 25. Si lo vuelvo a doblar, sería un 12,5. Vamos a dejarlo ahí. Esto de aquí, que es el 0,5 % de toda la información que nos rodea, es lo que yo uso, Diego, para determinar si tú me caes bien o mal. Es lo que yo uso para iniciar una guerra. Entonces, lo primero que la ciencia me enseñó es que todo el tiempo mi cerebro está dejando el 99,5 % de la información de lado. Es en base a esta información que yo decido si estudiar peluquería o si decido estudiar biología. Y esto es muy fuerte, porque significa, por ejemplo, que si mi cerebro lanza la propuesta de “David, eres infeliz”, ese pensamiento también está en un 99,5 % equivocado. Y aquí descubrí mi ignorancia.
Y descubrí que no vine al mundo a intentar cambiarlo. Vine al mundo a asumir esa ignorancia y a investigarla. ¿Para qué sirve la ciencia? La ciencia me permite acceder a ese 99,5 % de la información que David, que el cerebro de David no ve. Es decir, la ciencia, con sus dispositivos, con sus electrodos, con sus cacharros, con sus pruebas me permite acceder a un campo de información que David no ve. Y ese es el verdadero potencial de la ciencia. Ahora bien, miro a mi alrededor y me encuentro constantemente a personas que utilizan la ciencia para querer tener razón. Pero esa no es la finalidad de la ciencia. La ciencia me permite ver la vida desde una perspectiva diferente. Me permite acceder a una información que David no ve. Y nosotros hoy aquí tenemos que tener claro que a la ciencia no le importa tener razón, al que le importa es al ser humano. La ciencia tiene voz propia y se llama “método científico”.
“Los pensamientos tienen una enorme influencia en nuestra experiencia de vida”
Y cuando haces ese gesto, empiezas a relacionarte con tus pensamientos de una manera completamente diferente. Os voy a contar un pequeño cuento. No sé si conocéis la historia del pastorcillo y el lobo. La historia decía más o menos algo así: en un pueblito de montaña había un pastorcillo que todos los días a la misma hora cogía las ovejas de la gente del pueblo y se las llevaba a pastar. Le resultaba tan aburrido ese trabajo en el que nunca pasaba nada —una cabra comiendo—, que un día decidió gastar una broma y llegó corriendo al pueblo gritando “¡que viene el lobo, que viene el lobo!”. En ese momento, el panadero que pasaba por ahí empezó su organismo a activar una respuesta de lucha o huida. Se armó con el primer objeto que tenía y se dispuso a ir para espantar al lobo, que no se comiera sus ovejas. El reverendo que pasaba por ahí hizo lo propio y toda la gente del pueblo se fue con el pastorcillo hasta el lugar donde supuestamente se estaban merendando a sus ovejas. Y cuando llegaron allí, se encontraron al pastorcillo destornillándose de risa. Bueno, pasó el tiempo, el pastorcillo decidió hacer otra vez la misma broma y aquel día que realmente vino el lobo a merendarse las ovejas, el pastorcillo llegó corriendo al pueblo, “¡que viene el lobo, que viene el lobo!”, y bueno, “ya está el pastorcillo otra vez”. Nadie le creyó. La moraleja de este cuento, de esta historia, normalmente está relacionada con que si dices mentiras, nadie te va a creer. Pero para mí pone de manifiesto dos de las principales características del cerebro humano. La primera de ellas es que el cerebro no distingue entre realidad y ficción.
Observad lo que ocurría en el cuerpo del panadero la primera vez que el pastorcillo gastó la broma: su cuerpo realmente reaccionó como si el lobo se estuviese comiendo sus ovejas, pero la realidad no era esa. No había ningún lobo merendándose a sus ovejas. Sin embargo, el día que sí ocurrió —la realidad era que se estaban comiendo a esas ovejas—, el organismo del panadero ni se inmutó. Y esto da pie a la segunda característica, que es que sentimos lo que pensamos. Cuando yo pienso que realmente se están comiendo mis ovejas, mi cuerpo reacciona como si eso fuese una realidad. Cuando yo pienso que esta persona en el vídeo no tiene razón, realmente mi cuerpo me acompaña, siento que eso es verdad. Y es de esta manera como nos perdemos, como perdemos la perspectiva. Cuando yo empiezo a darme cuenta de que la mayor parte del tiempo, concretamente el 85 % del tiempo, sentimos lo que pensamos, ahí se abre la puerta de dejar de culparte a ti por lo que yo siento. Cuando hago ese gesto, no solo estoy asumiendo mi pensamiento, sino que también estoy asumiendo mi sentir. Y cuando haces esto, el mundo sigue siendo como era hasta ahora, pero la forma de relacionarte con ese mundo, con las cosas que piensas y sientes, es completamente distinta. Para cerrar esta idea, os voy a lanzar una pregunta. A ver qué opina, qué propone vuestro cerebro. Imaginad que lleváis media vida preparándoos para correr una maratón. Habéis desgastado decenas de Nikes, habéis hecho dietas, os levantáis a entrenar, descansáis, no os tomáis la cervecita el fin de semana… Y conseguís clasificaros para los Juegos de Barcelona 92.
Habéis cumplido vuestro sueño. Yo os pregunto: ¿qué pensáis que os haría más ilusión, ganar la medalla de los Juegos Olímpicos de oro, ganar la de plata o ganar la de bronce? ¿Podéis levantar la mano? ¿Quiénes piensan que les haría más ilusión, después de toda una vida de entrenamientos, ganar la medalla de oro? Muy bien, aproximadamente el 99 %. Si ahora participa el Rafa Nadal de las maratones y no podéis optar al oro, yo os pregunto: ¿cuántos pensáis que os haría más ilusión ganar la medalla de plata? Bueno, también una cantidad significativa. Y si además del Rafa Nadal está el Roger Federer de las maratones, es decir, que solo vais a optar al bronce, ¿cuántos pensáis que os haría más ilusión ganar la medalla de bronce? Bueno, seguimos con una amplia mayoría. Un estudio realizado en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 llegó a la conclusión de que aquellos medallistas que se habían subido en el tercer lugar del pódium, es decir, habían ganado la medalla de bronce, estaban significativamente más felices que aquellos deportistas que habían ganado la medalla de plata. Por ejemplo, ¿cuál es tu nombre?
“Lo que pensamos no es un hecho sino una posibilidad”
La respuesta de muchos cerebros ante esta pregunta es “no”. ¿Cómo vamos, María José, realmente a ser más positivos, a pensar más positivo si no soy yo quien piensa, es mi cerebro? Cuando yo empiezo a intentar cambiarme, a intentar que mi corazón no lata así cuando me acerco a una chica que me gusta, voy a tener problemas de equilibrio. Voy a tener problemas de oxígeno. Probablemente me caiga redondo. ¿Por qué le pedimos a nuestro pensamiento que sea de una manera diferente? No tiene ningún sentido. Esto solo lo hacemos cuando no sabemos cómo funciona nuestra mente y nuestro organismo. Y no digo que esto esté mal. Digo simplemente que en cuanto empezamos a aprender cómo funcionamos, nuestra perspectiva cambia, ya no queremos tener el control. Y se abre la posibilidad de empezar a relacionarnos con nuestro pensamiento de una manera completamente distinta. Cuando yo empiezo a asumir en mi día a día que aquello que pienso no es un hecho, sino una propuesta de mi cerebro para vivir una situación de vida, empiezo a abrirme a la posibilidad de no querer cambiarlo, de empezar simplemente a mirar cómo yo me relaciono y empezar a trabajar en nuestras relaciones, como echarse novia o novio. Pero es un pensamiento. Entonces, ¿cómo me relaciono yo con esto que estoy pensando? ¿Estoy luchando o huyendo de ese pensamiento? ¿O lo estoy abrazando? ¿O lo estoy usando como un elemento de aprendizaje? Normalmente ya os digo que cuando investigamos esto en el laboratorio, la mayoría de personas luchan o huyen de sus pensamientos, y una de las formas más aceptadas es tratar de cambiarlo, tratar de hacerlo más positivo. Esto, desde un punto de vista de la neurociencia, no tiene sentido. Me gustaría, ya que estamos, para descubrir realmente cómo funciona la génesis del pensamiento, que me ayudarais a hacer un experimento. María José, tú misma, ya que has iniciado todo esto, esta debacle, ¿me puedes acompañar? Y bueno, tú también. ¿Podéis venir? ¿Cuál es tu nombre?
“Una cosa es la vida pensada y otra es la vida vivida”
Siempre que estoy compartiendo estas ideas que ocurren en el laboratorio con vosotros o con más gente y pregunto cuántas personas están dispuestas, sabiendo esto que nos pone encima de la mesa la neurociencia, a permitir que sea su bebé el que decida aquello que quiere comer, me encuentro con que todo el mundo está dispuesto, porque todos sentimos que hay algo que nos traspasa —llámalo “proceso inteligente y autodirigido de la vida”—, que está ahí y que nuestro cuerpo es inteligente. Pero cuando les pregunto cuántos realmente lo han hecho, prácticamente nadie. Esto quiere decir que el conocimiento, si no lo aplicamos, si lo llevamos en nuestra mente sostenido desde el miedo, no sirve absolutamente para nada. Cuando yo empiezo realmente a poner en práctica las cosas que la neurociencia me dice, muchas veces, como en este caso de los bebés, me encuentro con el miedo. De hecho, este experimento me lo contó una amiga que es nutricionista y después de la batallita pertinente me hizo el comentario de “sí, todo esto está muy bien, pero como mi Mario no me coma en dos días, le meto la papilla por las orejas”. No confiamos. No pasa absolutamente nada. Simplemente estamos tomando conciencia de ello. Cuando tú empiezas realmente a investigar cómo funciona el tema de la confianza y el miedo en el cerebro humano, te das cuenta de que no hay unas áreas para controlar el miedo y no hay unas áreas para controlar la confianza, sino que miedo y confianza utilizan las mismas redes neuronales para funcionar, principalmente mesencéfalo, cuerpo estriado dorsal y la amígdala. Claro, yo os pregunto: ¿esto es coherente con vuestra experiencia de vida? Normalmente me diréis: “Sí, yo nunca he sentido miedo y confianza al mismo tiempo”.Y entonces yo os pregunto: ¿estáis dispuestos a llevar esta idea de que el miedo y la confianza son las dos caras de la misma moneda, de que en cada situación de vida tengo que decidir si temer o confiar a vuestro día a día? La respuesta a esta pregunta no es un argumento racional para que lo podamos comprender, sino que es una experiencia.
Iba de camino a una entrevista. Iba pensando en mis cosas y de repente me encuentro a una captadora de socios de una ONG muy conocida. Te lanzan este tipo de frases de “Hola, ¿tienes un minuto?”. Entonces yo descubrí que sí lo tenía, pero que no me apetecía invertirlo en eso. Entonces se lo comuniqué, le dije: “Sí, pero ahora mismo no me apetece”. Entonces vi como se quedaba completamente petrificada. Y me mira fijamente a los ojos y me dice: “¡Qué buena esa! Esa no me la tenía preparada”. Entonces descubrí que nuestro mundo no está preparado para la honestidad. Tratamos de ser todos tan originales, que al final actuar de corazón se ha convertido en la forma más original de hacer las cosas. Si realmente empezamos a asumir y a ver cuántas veces en nuestro día a día nos comportamos de una forma que no es coherente con la forma de funcionar de nuestro cerebro y nuestro organismo, nos daremos cuenta no solo de que lo hacemos continuamente, sino que esa es la principal fuente de todos nuestros problemas.
¿Qué está pasando ahí? Está pasando simplemente que un recuerdo no es más que un pensamiento. Un pensamiento que apunta al pasado, sí, pero es una propuesta neuronal que tu cerebro está haciendo ahora con quien eres ahora. Y cuando empiezas a darte cuenta de esto, te das cuenta de que realmente un recuerdo no tiene la capacidad de dirigir tu vida, de dirigir la toma de decisiones. Este es el principal punto conflictivo entre los recuerdos y el ser humano hoy en día. Yo, por ejemplo, me relaciono contigo en base a la última vez que nos encontramos. Yo determino en base a si tú me caes bien o mal en base a lo que recuerdo que ocurrió ese día. Pero ni tú eres la misma persona de ese día ni yo soy la misma persona de ese día. Por lo tanto, no me estoy relacionando contigo, sino que me estoy relacionando con lo que recuerdo de ti. Cuando eso hago, mi recuerdo se convierte en una mampara, en una imagen mental que no me permite verte en realidad. Y, por lo tanto, todo el tiempo me estoy relacionando con una imagen mental de ti, una imagen mental de ti que llamo “recuerdo”, pero no está habiendo un encuentro contigo. Cuando yo voy más allá de mi recuerdo, más allá de mi pensamiento, me doy cuenta de nuevo de que ese recuerdo solo es una posibilidad. ¿Estoy dispuesto yo a descubrir cómo es mi relación contigo ahora, en lugar de relacionarme todo el tiempo con mi recuerdo? Cuando dices “sí”, eso se convierte en un encuentro. Un encuentro en el que no sabes quién eres, no sabes si esa persona te cae bien o mal, no sabes cómo es la otra persona, pero lo que sí sabes es que estás dispuesto a descubrirlo.
Por lo tanto, la regla de la propuesta —que es recordar que un pensamiento no es un hecho, sino una propuesta de mi cerebro para vivir una situación de vida— y la regla del PLAC —una persona, un lugar, un animal, una cosa no tiene la capacidad de hacerme sentir, sino solo la idea que mi cerebro asocia— es algo que puede empezar a hacer que acerquemos la neurociencia a nuestro día a día. Y aquí hay una cosa muy interesante, que es empezar a preguntarnos: “OK, mi cerebro propone pensamientos con la misma naturalidad que mi corazón bombea sangre o los pulmones aire. Es su función, pensar. ¿Pero cómo me relaciono yo con ellos? ¿Qué hago cuando tengo en la mente ese pensamiento de ‘uf, no sé si quiero, si estoy estudiando lo que he decidido’, o ese pensamiento de ‘no sé si quiero dejar esta pareja’ o ese pensamiento de ‘no sé si debería coger el otro trabajo’?”. O sea, ¿qué hago cuando empiezo a entrar en este círculo que todos conocemos —yo lo llamo “la rueda de hámster” o “la lavadora”—? ¿Qué podemos hacer ahí desde un punto de vista práctico? Nuestro cerebro tiene todo un sistema, que está capitaneado por el sistema ejecutivo, que nos permite usar o tirar pensamientos. La idea es muy fácil. Imaginad que, no sé, saliendo del plató os torcéis un tobillo —como diría mi abuela, no quiera Dios—, pero imaginad que os torcéis un tobillo, os hacéis una lesión y os tienen que escayolar durante 40 días.
¿Qué está ocurriendo ahí a nivel fisiológico, a nivel muscular? Realmente, cuando vosotros dejáis de usar la pierna porque tenéis esa lesión, estáis perdiendo un 5 % de masa muscular a la semana y un 2 % de masa ósea al mes. ¿Qué ocurre? Vuestro cerebro, vuestro organismo dice: “Bueno, si no se usa esta pierna, pues la tiro. Literalmente, dejo de alimentarla. Marco esas proteínas y no les doy de comer”. Esto lo habéis visto todos. Cuando vamos más al gimnasio nos ponemos como un cruasán y cuando dejamos de ir, fideícos y empieza a salir el flotador por donde no queremos. Esto es una premisa de todo organismo vivo y se llama “usar o tirar”. Pues esto, que es aplicable en fisioterapia y todos conocemos a un brazo, a una pierna o a un músculo, también es aplicable a nuestros pensamientos. Entonces, en cada situación de vida mi cerebro hace su función, que es proponer un pensamiento, y yo puedo decidir si usarlo o no. ¿Cómo se hace esto? Con la atención. Cada vez que yo presto atención sostenida a un pensamiento mi cerebro está interpretando que ese pensamiento es útil y, por lo tanto, la probabilidad de que me lo vuelva a proponer en una situación de vida similar aumenta. Si mi cerebro me hace una propuesta y yo no le presto atención sostenida, tenemos el caso opuesto: la probabilidad de que mi cerebro me lo vuelva a proponer en una situación de vida similar disminuye. En cierto modo, nuestro cerebro está todo el tiempo que nosotros le digamos si este pensamiento es útil o no.
¿Pero qué ocurre? Que como vivimos la vida sin saber cómo funcionamos, eso sí, tratando de hacerlo lo mejor posible con los conocimientos acerca de nosotros mismos que tenemos, tratando de luchar contra este pensamiento o tratando de hacerlo más positivo le prestamos atención sostenida y le damos el mensaje contrario a nuestro organismo. Voy a poner un ejemplo. Imaginad que un pensamiento es como un león. Si yo empiezo a luchar contra ese pensamiento, contra ese león, tendré que prestarle atención sostenida para no salir corriendo en la misma dirección del león y que me meriende. ¿Sí o no? Entonces tenemos que empezar a asumir que cuando yo le presto a ese pensamiento atención sostenida porque quiero luchar o huir de él, lo que estoy consiguiendo es decirle a mi cerebro “ese pensamiento es útil”. Entonces, tratando de huir del pensamiento, le presto atención y aumento la probabilidad de que mi cerebro me lo vuelva a proponer. Ahí empezamos a vivir esta vida de rueda de hámster. Ahí empezamos realmente a, tratando de huir de estos pensamientos, que no aparezcan, darle más protagonismo en nuestra vida. Y no lo hacemos —lo siento por la palabra— porque seamos idiotas, lo hacemos simplemente porque no sabemos cómo funciona nuestra mente y nuestro organismo. Cuando yo empecé con esto me di cuenta de que hay academias, universidades de todo. O sea, tú puedes estudiar peluquería, puedes estudiar informática, puedes estudiar medicina, pero en ningún sitio te enseñan cómo funciona tu mente y tu organismo de una manera práctica y aplicable al día a día. Muchas veces me digo a mí mismo que si yo hubiese sabido mucho antes todas estas cosas que he ido descubriendo e investigando, me habría ahorrado muchísimos, muchísimos disgustos. Así que, cerrando esta idea, cada vez que tu cerebro hace su función, y es proponerte un pensamiento, en lugar de luchar o huir de él, puedes pararte y preguntarte: “¿Me sirve este pensamiento para vivir este momento?”. Y la respuesta a esa pregunta no es un argumento racional. Decir “sí, este pensamiento sí que me sirve, porque este pensamiento…”. No, no, no, no, no. Es una sensación. Eso que estás sintiendo ha estado toda tu vida hablándote acerca de la utilidad de lo que piensas, pero no lo vemos.
Parece realmente que equivocarnos, que asumir esa ignorancia sea un fracaso. Pero si no la asumimos, no aprendemos. El error es una gran oportunidad. Es la oportunidad de darte cuenta de que no sabes. Y aquí ocurre algo muy curioso: solo el que se da cuenta de que no sabe mira. Cuando crees saber, no miras. Y ahí nos encontramos un reto, y es dejar únicamente de pensar la vida y comenzar a vivirla. Muchísimas gracias por acompañar en este ratito, en este pequeño laboratorio mental que juntos hemos hecho aquí hoy en este plató. Y muchísimas gracias sobre todo por atreveros a descubrir cómo funciona vuestra mente y vuestro organismo. Gracias.