Descubre el libro que cambiará tu vida
Albert Espinosa
Descubre el libro que cambiará tu vida
Albert Espinosa
Escritor
Creando oportunidades
“Hay que ser valiente en la vida y en el amor”
Albert Espinosa Escritor
“No existe la felicidad, sino ser feliz cada día”
Albert Espinosa Escritor
Albert Espinosa
“Tuve cáncer de los 14 a los 24 años y perdí una pierna, un pulmón y un trozo de hígado, pero fui feliz”. Albert Espinosa es escritor, guionista, actor y director de cine, pero por encima de todo, es alguien capaz de compartir un mensaje esperanzador sobre el cáncer infantil y juvenil. Ha vendido más de tres millones de libros en 42 países, con títulos como ‘El mundo amarillo’, ‘Lo que te diré cuando te vuelva a ver’, ‘El mundo azul. Ama tu caos’, 'Si tú mes dices ven lo dejo todo… pero dime ven', o el más reciente ‘Lo mejor de ir es volver’.
Con su película ‘Planta 4ª’, dirigida por Antonio Mercero, estuvo nominado al Premio Goya, y la serie televisiva ‘Pulseras rojas’, ganadora de dos premios Emmy, consiguió hacer viral su historia y la de sus compañeros de hospital más allá de nuestras fronteras, llegando a emocionar a Steven Spielberg, que se encargó de la versión estadounidense.
“Mi madre hospitalaria tenía 92 años y era de Zaragoza. Nos cogió a todos los chavales que teníamos cáncer y nos dio un grito de guerra: ‘¡No somos cojos, somos cojonudos!’, que nos encantaba. Ella nos enseñó que no existe la felicidad, sino ser feliz cada día. Tenía esa fuerza, esa energía, de hacerme creer que todo era posible”. Siempre con el humor y la ternura de fondo, Albert Espinosa ha decidido retirarse de los focos para dedicar su tiempo a escribir nuevos libros, una serie y otra película, leer y disfrutar de la vida. Este es su legado.
Transcripción
Y, como el hígado me lo quitaron con forma de estrella, ella me enseñó que ahora llevaba un sheriff dentro de mí, ¿no? Y aquella mujer increíble… Pasé mucho tiempo junto a ella. Y fue una sensación de que ella, con 92 años, tenía toda la vida que yo pensaba, y mis amigos pensábamos, que quizá no tendríamos: se había casado cuatro veces, había tenido 23 trabajos y nos parecía una persona absolutamente alucinante. Yo recuerdo un día que me dijo: «No confíes en nadie que no tenga libros en casa». Yo no sabía a qué se refería, pero con los años lo he acabado de entender, ¿no? Ella siempre me decía que había libros curativos, libros que te curaban, libros que te podían ayudar a entender la pérdida de un padre, de una madre, de un amor. Siempre hablaba de Oscar Wilde, ‘De profundis’. Me decía que era un libro que servía para todo, porque podías encontrar allí, en esas páginas, el dolor máximo. Yo creo que ella me enseñó a amar la forma con la que me iba a construir mi cuerpo. Tuve suerte de estar junto a ella cuando me cortaron la pierna. Me dijo que realmente el médico podía construir el muñón como quisiera. Y fue bellísimo, porque realmente lo dibujé.
Hice como un dibujo del muñón y mi muñón es idéntico a aquel dibujo, con lo cual pude construir mi propio muñón. Y, sobre todo, me enseñó que siempre llevase felicidad. Y era una mujer que decía: «No existe la felicidad, pero existe ser feliz cada día, ¿no?». Y tenía esa fuerza, esa energía, de hacerme creer que todo era posible. Yo recuerdo que, cuando iba con pantalones cortos por la calle, la gente hacía ver que no veía mi pierna, pero, dos segundos después de cruzarme, todo el mundo se giraba a mirar la pierna. Pero yo siempre me giro y los pillo a todos, ¿no? Y siempre les pregunto por qué tienen miedo a preguntar, ¿no? Y mi madre me decía que siempre hiciera preguntas. Me dio una libreta y me dijo que hiciera esas cinco buenas preguntas al día y, sobre todo, que encontrara cinco buenas personas que pudieran resolverme esas preguntas, ¿no? Siempre he ido con esa libreta, con esas cinco preguntas, y siempre he intentado encontrar en los desconocidos mis mejores aliados. Yo, cuando entré en el hospital, mi madre real me dijo: «No hables con desconocidos». Y yo le dije: «Entonces yo creo que no hablaré con nadie, mamá». Y confié en los desconocidos, y los desconocidos se convirtieron en mis grandes aliados. Yo aprendí… Mis primeras lecciones en un hospital, rodeado de siete chavales, de los cuales perdí a cinco.
Y teníamos un pacto de vida en el hospital, otra idea de mi madre hospitalaria. Ella siempre decía que podíamos, de alguna manera, dividirnos las vidas de los que perdíamos para que se multiplicaran dentro de nosotros. En aquellos diez años me tocó vivir 3,7 vidas, que es lo que me tocó en el pacto. Y, de alguna manera, hoy, delante de vosotros, tenéis a 4,7 personas, contándome a mí. Y yo siempre llevo los anhelos, los deseos, de esas 3,7 personas de los que me dividí sus vidas. Les prometí que siempre intentaría cumplir sus deseos, que siempre mantendría al niño de 14 años que era cuando perdí la pierna, cuando empecé con esa batalla de diez años contra el cáncer. Y nunca olvidé a mi madre hospitalaria. Creo que, para mí, ella tenía una fuerza, una dulzura y un amor, y se convirtió en mi gran maestra. Y, por eso, quería empezar hoy contándoos la historia que, muchas veces, a los grandes maestros te los encuentras en cualquier sitio y, a veces, en una habitación. En aquel caso, era la 307 de un hospital de Barcelona, donde vivía la mujer que más me cuidó., la mujer que más pensó en aquellos chavales y la que hizo que nos sintiésemos orgullosos de toda pérdida y que entendiésemos que, si haces el duelo suficiente, toda pérdida se convierte en una ganancia. Así que esta es mi historia de inicio. Gracias por escucharme.
“A los grandes maestros te los encuentras en cualquier sitio, como la habitación de un hospital”
Bueno. La verdad es que me he emocionado demasiado contándola. No me lo esperaba, pero hace tiempo que no hablaba de ella y yo creo que ella tiene mucho que ver con mi forma de ver el mundo. Yo recuerdo el día que me cortaron la pierna. Me dijo que hiciera una fiesta de despedida de la pierna, que invitase a gente que tuviera que ver con la pierna… Y yo tenía 14 años y pensé: «Bueno, vale. Haremos una fiesta». E invité a gente que tuviera que ver con la pierna. Invité, aquella noche, a un portero de fútbol al que le había metido 40 goles. En realidad, le había metido uno pero los enfermos de cáncer nos dejan decir de todo. Le dije 40 y me dijo que sí. Invité a una chica con la que había hecho piececillos bajo de una mesa en el colegio. Y también vino. Y recuerdo que, el último baile a dos piernas, lo hice con mi enfermera, a ritmo de una canción que le gustaba mucho a mi compañera de habitación que era Espérame en el cielo de Antonio Machín, que era como ideal para el momento, ¿no? que se iba la pierna. Y recuerdo que, cuando hice ese baile, luego, cuando me cortaron la pierna, no noté el fantasma, que es la sensación de notar la pierna cuando no la tienes, porque creo que me despedí tan bien que hasta el fantasma se fue, ¿no? Luego me dijeron si quería dar la pierna a la ciencia o enterrarla. Yo la di a la ciencia, pero no sé bien por qué la ciencia no la quiso y me la devolvió, y la tuve que enterrar. Y eso me da la oportunidad de decir una frase que me encanta, porque aquí soy el único que puede decir que tiene un pie en el cementerio, ¿no? Porque enterré mi pierna.
Pero, como perdí la pierna izquierda, también soy el único que puede decir que siempre me despierto con el pie derecho, ¿no? Eso también es una de las grandes ventajas, ¿no? Y todo eso nace de una mujer que creía realmente y que siempre me dijo: «Los gobiernos funcionarán bien cuando un presidente del Gobierno tenga entre 14 y 16 años o entre 90 y 92». Dice: «Somos los grandes olvidados. No nos tienen en cuenta en muchas cosas, pero, por un lado, o por otro», dice: «cuando tienes de 14 a 16 o de 90 a 92, la vida te resbala. Eres libre, te sientes con ganas de cambiar el mundo, pero no cuentas para ellos». Yo voy a dar muchas conferencias a colegios de niños de 14 a 16 y les digo: «Tendríais que ser presidentes de Gobierno y, con vuestras ideas inocentes, pero a la vez locas, cambiar este mundo». Y, a veces, voy a residencias de ancianos y les digo lo mismo a la gente de 90, 92: «Preséntese». Se ríen mucho, ¿no? Pero creo que, a veces, olvidamos que estos dos grupos han vivido mucho, por un lado, y han vivido poco, pero tienen una fuerza y una energía brutal. Yo lamento que con 14 años no me presentara, pero os juro que, si llego a los 90, me presentaré. Así que espero que me votéis, ¿eh? Y, nada, que si tenéis cualquier pregunta aquí estoy yo. Yo, realmente, contesto una cosa… Me preguntáis algo y contestaré siete. Pero bueno tiene que ver con esa sensación de irme por las ramas que me encanta. Así que nada. Adelante, preguntad.
Yo siempre he dicho que he sido un chico muy suertudo, ¿no? Hice una serie que se llamaba Pulseras Rojas, que era el deseo de uno de esos chavales que murió. Dijo: «Si un día alguien llega a escribir, tiene que contar nuestra historia de los pulseras rojas». Nosotros teníamos las pulseras, era nuestro amuleto más querido. Y queríamos hacer la historia, porque, en aquella época, en el hospital nadie venía. Yo siempre digo que lo primero que pierdes con el cáncer son los abrazos y las caricias. La gente te da golpes en la espalda y te dice: «Te vas a poner bien, macho». Yo siempre pensaba que moriría de tortícolis o de algún golpe. Pero la gente no te abraza ni te acaricia. Entonces, había esa sensación de que los niños con cáncer siempre se los imagina la gente en la quimioterapia y tristes. Y yo fui muy feliz en el hospital, porque sabía lo que tenía. Y yo creo que en esta vida si tienes una pasión, un amor, que sea correspondido o no, una pasión, ser fan de alguien, dedicar tu tiempo a algo que te encante, un hobby o dar tu vida por otra gente, o luchar por un dolor, yo creo que, al final, en la vida, hay 16 días claves donde todo cambia. Yo no tengo ninguna duda. Yo voy por mi 14 día clave. Pues yo creo que hay 16 días claves y, luego, hay 500 amaneceres donde tienes que intentar transformar ese dolor en felicidad, con lo cual yo creo mucho que cada seis años te llega uno de esos días clave. Y yo intento estar preparado, ¿no? Cuando murió mi padre, hace tres años, para mí… Ese fue uno de los días clave que estaba tiempo preparado y me costó mucho. Yo calculo que, cuando pierdes a un padre o a una madre, una media de un año y medio para salir de ese pozo. Y nadie te puede ayudar, porque la gente te dice: «Ponte bien. Supéralo». Pero eso no sirve, ¿no? Y muchas veces te rescatan más los libros o una conversación en una noche con un desconocido o con una desconocida, que te abres, un amarillo que les llamo yo. Te lleva a salir de allí, ¿no? Y, luego, el 17 día clave que es tu muerte que se la pasas a alguien, que es alguien que tiene que superar esa tristeza, ¿no? Pero, para mí, la felicidad siempre ha sido y ha tenido mucho que ver con las piernas ortopédicas, ¿no? Yo cada… Las piernas ortopédicas, cada cinco años, dejan de funcionar. Bueno, si no os sabe mal, os enseño la mía, porque muy poca gente ha visto una pierna ortopédica y es muy interesante verla. Me voy a levantar. Espero que no sea ningún problema para bajar las cámaras, pero es mucho más sencillo…
Habría dos posibilidades: una que me bajara los pantalones. Lo hacía. Lo hacía mucho, pero, últimamente, en los colegios ya no conviene hacer esto, y la última vez que lo hice en un colegio realmente pararon la esto. Y es mucho mejor no bajarse los pantalones en un colegio. Lo recomiendo. Y, entonces, pues mi madre me ha construido una cremallera en el tejano, con lo cual es mucho más sencillo. Mira, os la enseño. Es muy curioso, porque las piernas ortopédicas, así como los iPhones cada año Apple saca uno, las piernas ortopédicas solo cambian cuando hay una gran guerra. Es así, porque es cuando hay mucha demanda. Entonces, mi ortopeda, que se llama Cristo, que es perfecto, porque muchas veces él dice: «Dios te quitó la pierna, Cristo te la devolvió», con lo cual fue una frase perfecta. Con tu ortopeda tienes una historia de amor, casi, porque le tienes que confesar todos los dolores… Pues la pierna la vas cambiando. Yo primero llevé todas: la pierna mecánica, que era bastante terrible, porque vuelve muy rápido. Luego, durante mucho tiempo, llevé una pierna hidráulica, pero tenía un problema que, a veces, perdía aceite cuando ibas por una calle y venía una señora y te decía: «Estás perdiendo aceite». Es verdad. Había un reguero de aceite y, al final, estaba yo. Ahora, durante hace tiempo, ya existe la pierna electrónica y solo tiene un problema que es que cada noche la tienes que cargar. Y cuando voy, como hoy, a un hotel normalmente solo hay un enchufe, y tengo que decidir si cargo el ordenador portátil, el móvil o la pierna ortopédica, ¿no? Y, realmente, cada cinco años, la pierna se autodestruye. Tiene esta obsolescencia, con lo cual te las tienes que cambiar. Pero lo más bello es que, cuando te cambias de pierna, y ahí engancho con tu pregunta, cambia la risa.
Yo creo que cambia tu forma de andar y cambia la risa. Yo estoy muy contento de esta última, porque tú la eliges. Eliges la forma… Y yo soy muy fan de la película Terminator. Y, entonces, me cogí una que tiene por la parte de abajo una cosa muy Terminator y a los niños les gusta mucho. Yo… Mucha gente se piensa que… Yo nado cada día 40 minutos, pero nado sin pierna. Duermes sin pierna, ¿no? La gente se piensa que duermes con la pierna, que no tiene ningún sentido. Lo único que la pierna, tu pierna, nunca está más de 40 centímetros alejada de ti. Yo recuerdo que iba a una piscina y me dijeron que quedaba fea y que se la querían llevar. Y yo dije: «Para feas las gafas del señor este que se pone a nadar». Porque me parece increíble que se quisieran llevar mi pierna, ¿no? Yo soy muy protestón, hago broncas, he acabado en dos calabozos, uno de Portugal y otro en Nueva York, porque me parece que hay que luchar mucho contra las injusticias. La última en Nueva York fue porque una señora en silla de ruedas llevaba, para su nieto, una bola de estas de nieve, de estas que las mueves. Y le dijo el segurata que llevaba más agua de la permitida en la bola de nieve, ¿no? Y que o la pinchaba o la llevaba a facturar. Una mujer de casi 90 años. Bueno, yo le armé un pitote. Y le acabé diciendo, digo: «Ojalá», cuando ya no nos poníamos de acuerdo, digo: «Ojalá, algún día, tú acabes en una silla de ruedas y te encuentres un gilipollas como tú pidiéndote este favor», ¿no? Acabé directamente en el calabozo, pero os puedo asegurar que éramos cuatro personas en el calabozo y fue de los momentos más felices de mi vida, porque cada uno tenía una historia más absurda por la que había acabado. Yo creo que, al final, hay que discutir mucho las normas. Yo soy de los que más las discuto. Yo pienso que hay que acabar con los escalones. Yo me rompí la cadera hace dos años. El mismo médico que me dijo: «Cuando llegues a tus 50 años, serán los 83 de otra persona». Me dijo: «A los 46, te romperás la cadera». Y yo pensaba: «Tengo 13, no pasará». A los 46, me rompí la cadera. Iba a ver a Franco Battiato, que se había roto la cadera, y le dije: «Quiero ir a verlo, como homenaje». Y me rompí la cadera yendo a verlo. Luego fue muy bonito porque Franco Battiato, lo conté en una radio, y me llamó. Y os puedo asegurar que Franco Battiato, a una pregunta, responde durante hora y cuarto. Es un hombre filósofo, superintenso.
Y romperse la cadera fue la cosa más bella que me pasó. Pude pasar un mes con mi madre. Y pasó algo increíble, también, que es que me pusieron un tornillo en la cadera. Y yo siempre había tenido la sensación de que me faltaba un tornillo, con lo cual me equilibré, ¿no? Y siempre tuve la sensación de que el mes que pasé en silla de ruedas aprendí mucho. Había una chica que conocí, que va en silla de ruedas desde hace 30 años. Y ella me enseñó una frase que me dijo: «O entramos todos o no entra nadie. No debería haber escalones en este mundo, ¿no?». Y, a partir de ese día, no he ido a ningún sitio donde hubiera escalones. Me he cambiado de gimnasio donde había escalones, no voy a restaurantes donde hay escalones… Y pienso mucho que sí: o entramos todos o no entra nadie, ¿no? Y ella me contó que iba en silla de ruedas y que siempre iba a la altura de los culos, ¿no? Y dice: «Hay uno o dos culos que valen la pena, pero la mayoría no valen, ¿no?». Y yo lo descubrí, ¿no? Y, realmente, tienes esa sensación de ver el mundo desde otra perspectiva, ¿no? Y romperse la cadera es una cosa que recomiendo a mucha gente. Te sitúa a otra altura, te das cuenta de quién te quiere y quién no al instante y, sobre todo, tienes mucha felicidad. Y ya sé que me he levantado para enseñaros la pierna. Y os la enseño. Es… Para mí, es una de las cosas más bellas. Y, muchas veces, cuando voy a la piscina, me quito la pierna, vienen los niños, quieren ver la pierna y siempre vienen los padres y dicen: «No molestes al señor cojo». Que me gusta mucho lo de «señor cojo», me da pedigrí. Pero yo les enseño a los chicos la pierna, les digo cómo es, les explico lo que vale una pierna. Vale 45.000 euros y dura cinco años. Y, cuando estoy nadando, siempre les veo dando vueltas alrededor de la pierna y digo: «¿Qué hacéis?». Y dicen: «Estamos vigilando tu Porsche para que no te lo roben». Y yo creo que, al final, lo entienden todo.
Bueno, os la enseño. Espero que os guste. Pero, bueno, es muy… Yo creo que es muy bonita. Es muy bella y, sobre todo, me gusta mucho que, cuando me rompí la cadera, durante los tres años me dijo mi médico: «No tienes que olvidar que no tienes que caerte durante tres años». Y digo: «¿Cómo no me olvidaré?». «Lleva un zapato de cada color». Así que, durante tres años, voy de dos colores. Y a la gente le parece extraño, pero digo: «No, es para no olvidar que no me tengo que caer». Os aseguro que no me he caído, así que ha funcionado. Bueno, espero que os haya gustado la pierna. Bueno, no os he mentido. Preguntas una cosa y contesto diez.
Realmente, yo nunca sé dónde puedes encontrar la mejor lección. Yo la encontré en Ingeniería donde encontré mi profesión y, haciendo la tercera obra de teatro en Ingeniería, pasó el jefe de una televisión, me vio y me dijo: «¿Quieres entrar a escribir guiones?». Y fue así de sencillo. Yo he tenido mucha suerte en la vida, de estar en el momento adecuado donde, realmente, mi vida vira. Yo creo que Ingeniería Industrial te da un cerebro interesante, porque, realmente, te sirve para todo: entiendes las preguntas, las respuestas… Entiendes muchas cosas. Puedes llegar a hablar con mucha gente diferente. Y fueron unos nueve años muy bellos haciendo Ingeniería Industrial. Pero sí que, cuando entré en Ingeniería, descubrí que me habían hinchado las notas, ¿no? No tenía la inteligencia que creía, pero, realmente, yo gocé mucho en el hospital, aprendiendo de toda aquella gente. Yo siempre recuerdo mi médico, que me operó, el médico que me cortó la pierna… Era un hombre que, cuando entré, me preguntó qué edad tenía, y cuando le dije: «Trece», me contó que, a partir de los diez, me contaría todo: lo bueno, lo malo, que podía morir, los efectos de la quimio… Fue un tipo que me parecía muy intenso. Era un médico muy potente, muy duro.
Y, aquel hombre, yo creo que me enseñó las grandes lecciones de mi vida. Me enseñó a aceptar todo lo que viniese. Y me enseñó, sobre todo, a entender la enfermedad que tenía. Yo creo que el cáncer es una enfermedad muy sabia, porque acabas aprendiendo tú y acaba aprendiendo toda tu familia. Es una enfermedad coral, si la tiene una persona, la tiene toda su familia, ¿no? Y, aquel hombre, yo recuerdo que, cuando murió, fui a su entierro. Y recuerdo que su mujer me dijo: «Tienes que venir a una habitación que él tiene». Y fui a aquella habitación. Y él siempre decía: «Siempre os quedará el fantasma». Aquello que os he contado de notar la pierna cuando no la tienes. Solo tengo el pulgar. Lo noto siempre. El pulgar sé dónde está. Es mi pequeño fantasma y me encanta, porque me recuerda que tengo aquel trozo de pierna. Pero su mujer me mostró que mi médico, el que cortaba tantas piernas y brazos, también tenía su habitación de fantasma. Él nos seguía. Tenía recortes de periódico. Y, para ellos, éramos nosotros sus fantasmas, la parte viva, que quedaba de lo que él había cortado, eran sus fantasmas vivientes. Era un hombre increíble que me enseñó que siempre había que pedir lo que necesitabas.
Él me decía: «La gente no sabe lo que necesitas». Y yo, muchas veces, escribo a gente y le digo: «Mira, te tengo que contar algo que necesito. Y necesito esto». Yo creo que la gente es muy difícil que te entienda lo que necesitas y la gente no sabe pedir lo que necesita. Yo os puedo asegurar que, el 99% de veces que le pido a alguien lo que necesito, lo consigo. Este hombre, este médico increíble, él me decía: «No olvides preguntar todos tus miedos. Los miedos son dudas no resueltas. No dejes de preguntarlo. No tengas nunca ningún miedo». Y, sobre todo, me regaló la frase más bella. Me dijo: «Ama tu caos. Tu caos es tu diferencia. Tu caos es lo que te hace único». Y él me decía siempre: «Ama tu caos». Yo he sacado un libro hace tiempo, que se llama ‘El mundo azul, ama tu caos’. Y, para mí, amar tu caos es amar tu diferencia. Yo creo que el odio nace, él decía, yo estoy muy de acuerdo, el odio nace de cuando no puedes manipular a alguien. Si no puedes manipular a alguien, lo acabas odiando. Y, para mí, la gente, muchas veces, odia las diferencias. Yo… Mi madre hospitalaria me enseñó a ser valiente en la vida, en el amor y en el sexo. Y, para mí, cualquier persona que elija, a través del sexo, de la vida o del amor, una decisión para mí, no existe esa diferencia, ¿no? Entonces, creo que la gente que odia las diferencias o le pone nervioso cosas, ¿no? A mí me ha pasado mucho, ¿no? Realmente con la pierna ortopédica mucha gente que le pone nervioso, ¿no? Le molesta verla, ¿no? Me parece absolutamente increíble. Yo me encaro, porque creo que es importante no dar bronca, sino discutir. Creo que es muy importante poder discutir, darle tu punto de vista. Que vea y que se enfrente a que existe otra realidad que la que vives. Yo creo que hay una diferencia. A mí no me importa que me miren por la calle. La diferencia es cómo miras, no que te miren. Yo también miro. Cuando veo a un chico sin un brazo, me parece muy interesante.
Pero le miro con algo que decía Antonio Mercero, que fue un director increíble, bellísimo, un gran amigo, que con el alzhéimer nos olvidó, pero jamás lo olvidamos. Y era un tipo con mucho humor. Cuando, al final, el alzhéimer ya le llegaba, yo recuerdo que iba a bares con él y pedíamos croquetas y no sé cuántas cosas. Cuando nos íbamos, siempre se iba sin pagar y yo le decía: «Antonio, que no hemos pagado». Y decía: «Ya, pero creen que tengo alzhéimer». Y yo… A mí me entusiasmaba su felicidad. Y nos fuimos tres veces sin pagar y nadie decía nada, ¿no? Y tiene que ver con eso, ¿no? La forma de mirar, ¿no? Entonces, yo no creo que pueda dar pena. Pero, claro, como a la gente le das pena… Yo nunca hago ninguna cola en el aeropuerto, enseño la pierna y les da mucha pena. Digo: «Pues vale». Yo me aprovecho. Yo recuerdo, cuando estuve en un vuelo, que yo siempre me pongo en la fila de emergencia, pero hay una pierna que es mucho más grande que la otra. No se ve, porque yo hago trucos, pero hay una que es mucho más grande. Y un día me vino, que había ido a El Hormiguero, y me dijo la chica: «Tú no puedes ir a la fila de emergencia, porque si tú tardas en levantarte, tardarás mucho en salir si hay un accidente». Y digo: «Ah, vale. ¿Yo dónde tengo que ir?». Y me dice: «A la última fila del avión». Digo: «Pero a ver si lo entiendo. Yo soy superlento, si hay un accidente, ¿cómo me salvaré?». Y me dijo una frase que nunca olvidaré que me dijo: «Es que alguien se tiene que sacrificar por el resto del pasaje». Yo le conté mi vida y digo: «Yo me he sacrificado ya mucho, ¿eh?». Y no me moví.
Y yo creo que parte de esas lecciones tienen que ver con ese hombre, ese hombre médico, que me enseñó que había que ser feliz cada día, que había que preguntar mucho y, sobre todo, que había que tener la sensación de aceptar lo que te llega en este mundo, ¿no? Para mí, la vida siempre te golpea, pero nunca te noquea. Yo no tengo duda. La vida siempre te golpeará y, si no estás preparado para que te golpee, vivirás mal en este mundo. Para mí, que te pasen cosas tristes te trae mil cosas alegres. Lo que pasa es que desde pequeño no hay clases sobre pérdidas amorosas, no hay clases sobre pérdidas físicas, no hay clases ni tan siquiera para entender el mundo de los sentimientos. No hay ningún tipo de clases, realmente, en un colegio que te ayuden a entender las emociones y el dolor. Y pienso que las emociones y el dolor es lo único que necesitas. Siempre hay elecciones y, cuando hay elecciones… Hablan mucho de economía, hablan mucho de muchos temas relacionados con el trabajo, pero me pregunto por qué nunca hablan del dolor, cómo conseguir que sus ciudadanos tengan menos dolor. A mí me interesa más cómo conseguir que no… que, de alguna manera, la gente no sufra por una lista de espera, no por la lista de espera, sino por el dolor y la angustia que te produce.
O cuando eres mayor que alguien decida que tienes que ir a una residencia, ¿no? Alguien que, a lo mejor, hasta tienen dinero los hijos, pero deciden: «No, es mucho mejor que vayan a una residencia. Estarán mucho más cuidados». Es decir, el dolor que provoca dejar tu casa o el dolor del bullying. Yo pienso que nunca entiendo que la gente no esté volcada en conseguir que no exista el bullying. Todos hemos ido al colegio y hemos conocido tres casos de bullying. Y quienes los conocen son los propios… Gente que no son ni los que cometen el bullying ni los que no lo hacen. Yo soy muy partidario de que los menores que cometen bullying, los padres de los menores, tengan responsabilidad penal. Creo que el día que los padres de los niños que hacen bullying vayan a la cárcel, cuidarán a sus hijos de otra manera y los educarán. Nunca he conocido a un niño que, después de conocer al padre del niño con bullying, el padre no haga más bullying que el niño. Nunca. Voy a muchos colegios y yo siempre tengo la sensación de que, si traes a un niño, tienes la responsabilidad de educarlo en unos valores que no cometa bullying, ¿no? Entonces, mis tres temas, que son el bullying, la salud y la gente mayor, para mí es lo más importante y lo que menos oigo, ¿no? Y si algún día, como os he dicho, con 91 o 92 llego, será mi triunvirato de mi campaña. Pero, bueno, no confío mucho. Yo, realmente… Ahora he sacado mi noveno libro y, de aquí a los 50, sacaré tres libros más, una serie, una peli… Yo me retiro a los 50. Aquel hombre me dijo: «A los 50, retírate. Piensa el sueño más amado que quieres y, a lo mejor, vives esos cuatro años que me pronosticó o quizá vives más. Pero hazlo».
Y hasta los 46 no lo decidí, pero, a partir de la rotura de cadera, pensé: «Aquel hombre es un sabio». Y ya lo tengo todo empaquetado hasta los 50. Y tengo la sensación de disfrutar mucho de un sueño, que no os contaré, pero que es el sueño que tenía siempre con 14 años y que puede durarme 4 o 24 años, pero lo voy a gozar mucho.
No sé qué tiene esta sala, porque os estoy contando cosas que nunca he contado a nadie, ¿eh? Pero me siento como cómodo y nada. Luego ya que ellos, si tienen que editar que editen y nos corten los momentos emocionales. Y si no que pongan una cartela: «Albert, a los 92 se presenta. Que tiemblen todos».
“No olvides preguntar todos tus miedos: los miedos son dudas no resueltas”
Hace poco… Yo me pego mucho a la gente mayor. Me parece muy interesante, ¿no? Iba en el avión a París y había un hombre de 94 años y me dijo, cuando estábamos a punto de aterrizar, me dice: «Ahora verás la constelación de lectores». Y, al final, cuando aterrizas te dicen aquello de: «Ahora apagaremos las luces para atenuar el aterrizaje». Y, de repente, se encendieron cuatro luces arriba de los asientos. Eran las cuatro únicas personas entre las doscientas que había que leían, ¿no? Y aquellas luces formaban como una constelación de lectores, ¿no? Yo creo que leer… Yo no leía con 13 años ni con 15. Pero creo que hay un momento dado que descubres que los libros te cambian, ¿no? A mí, hay libros, ‘De profundis’, de Oscar Wilde. Me parece soberbio, ¿no? Me… Creo que cualquier dolor emocional de pérdida de pareja, de pérdida de amor, de sentimientos… Lees Oscar Wilde y comprendes el dolor en su máxima escala. Paco Umbral perdió a un hijo, cuatro años o cinco años tenía el niño. Y, cuando lees ‘Mortal y rosa’, es un libro que habla de la muerte de su hijo, ¿no? Entiendes por qué Paco Umbral era como era, qué dolor soportaba. Pero también sabe explicar, a la perfección, cómo es posible superar el dolor de la pérdida de un hijo o, al menos, transformarlo, ¿no? Creo que, a veces, lo bueno que tienen los grandes escritores, como Umbral, como Wilde, son que consiguen algo tan bello de expresar en páginas tu dolor. A veces, es lo que más te cuesta, ¿no? Expresar en páginas tu dolor. Yo muchas veces, cuando alguien tiene una pérdida, le digo: «Dime qué has perdido y te recomendaré el libro ideal que te ayudará, no a superarlo, pero sí a encaminarte a entender tu dolor».
En esta vida, hay cosas que te hacen feliz, pero las cosas que te hacen feliz te ayudarán cuando te vengan los momentos tristes. Es una mezcla. Yo siempre digo: «Es una vida que acaba con la muerte». No, no acaba: «¡Guau!», con una superfiesta. Entonces, creo que, si aprendes a morir, aprendes a vivir, ¿no? Entonces, yo creo que cada libro te supura una verdad. Sea un libro de entretenimiento o sea un libro de emociones, ¿no? Pero yo tengo mis cuatro o cinco libros que jamás los olvido, ¿no? Y creo que tienen esa fuerza de la energía de los lectores, ¿no? Yo creo mucho en leer, pero, en otras épocas, creía muy poco en leer. Y la gente me decía: «Tienes que leer más». Yo creo que a la gente jamás hay que obligarla a leer. Yo voy a muchos colegios y me dicen: «Diles que lean». Digo: «Es absurdo, ¿no?». Leerán cuando quieran leer y cuando necesiten palabras de otros para curarse. Con 14 años, normalmente, necesitas encontrar otro tipo de palabras, otro tipo de emoción, ¿no? Entonces, creo que no hay que obligar a la gente a leer. La gente tiene que encontrar sus libros, ¿no? Y creo que no se puede obligar a la gente a leer, llegará a ello cuando lo desee.
Pero él decía: «No, me gusta, porque necesito un nombre nuevo», ¿no? Y, para todos, fue Guisante. Guisante murió a los cinco años, pero en aquellos cinco años fue muy feliz, ¿no? Y yo un día le pregunté, digo: «Tío, tienes 12 años. ¿Cómo puede ser que estés tan feliz en el hospital? ¿Cómo puede ser que nunca pidas pases de fin de semana para irte del hospital?», ¿no? Y, de repente, me contó la historia más brutal que yo he oído en la vida, ¿no? Y era que, en su casa, pues su padre le pegaba. Recibía malos tratos, casi como en la historia del niño de El Bola. Con lo cual, para él, que le detectaran un cáncer fue como la bendición más grande del mundo. Se libró de todos los malos tratos que existían. Consiguió una nueva casa, unos nuevos amigos, se cambió el nombre. Y, de repente, él siempre me decía: «El cáncer me salvó del dolor, porque esto no es dolor, esto es felicidad». Fue una historia tan bella que nunca la puse en ningún sitio. Creo que nunca la había contado. Pero creo que es porque sentí que era algo tan personal, tan bello, tan de Guisante, tan de energía que supuraba… Yo, durante 24 años, pensé: «Un día tengo que ir a ver al padre de Guisante», ¿no? Tengo que ir y decirle: «Tío, no se puede ser tan cabrón, ¿no? No se puede haber sido así, no puede ser que a alguien el cáncer le devuelva tanta felicidad, cuando tendría que ser como todos, ¿no? Una mezcla». Y sí. Fui y me quedé muy a gusto. Durante una hora y media, le dije de todo.
Aquel padre hospitalario del que os hablaba me enseñó que hay que ser voleador. Él amaba mucho el ajedrez y el tenis. Y él siempre me decía: «Hay que volear antes…». Volear es, en el tenis, antes de que toque la pelota en el suelo, hay que darle con la raqueta. Y él le decía: «Tienes que ser voleador de vida. Cuando veas una injusticia, no te quedes quieto. No pienses en ti. Tienes que aprovechar esa energía que te da el mundo para para volear». Y muy poca gente volea. La gente no quiere meterse en el lío, la gente opina: «Bueno, yo… A ver si realmente salgo yo perjudicado». Pero creo que hay que volear, ¿no? Tardé en volear lo de Guisante porque él me pidió que no lo hiciese nunca. Pero, claro, yo creo que cuando pasan 24 años, las promesas hay que reventarlas. Y me quedé muy a gusto. Cuando ves cómo un niño de 12 años pierde la sonrisa o te muestra el brazo y hay allí, no sé, 25 o 40 marcas de cigarrillos, es algo que es imposible de olvidar de tu mente. Y, ahí, no hay la posibilidad de una excusa, ¿no? Yo creo que, al final, no es ser más bueno o malo, sino que yo siempre lo defino con creer o no creer en este mundo. Porque todo depende en si crees o no crees en este mundo, no hay más. Yo creo en este mundo. Yo creo que la gente es buena. Yo confío en las personas, confío en los desconocidos, pero hay gente que algo les ha inflingido, que se han vuelto egoístas y, sobretodo, se han vuelto oscuros. Y, esa oscuridad, yo creo que intentan conseguir que la gente vuelva allí, ¿no?
Hay gente experta en destrozar tus sueños. Yo creo mucho en la frase de: «Si crees en los sueños, ellos se creerán». Que el creer y el crear está a una letra de distancia. Y, a esa gente, yo creo que hay que, simplemente, volearla e ignorarla, ¿no? Yo, muchas veces, me viene gente y me dice: «Tío, ¿tú por qué utilizas el cáncer para vender libros?». Me pareció muy graciosa esa expresión. Digo: «Yo no utilizo el cáncer para vender libros. Yo he tenido cáncer y lo cuento porque creo que puede mejorar la sociedad». Y me dice gente: «Yo siempre te escucho y cuentas las mismas historias». Y yo siempre le digo, le digo: «Con 15 años, un psicólogo de hospital muy bueno me dijo: “Cógete un 15% de tus anécdotas, si las quieres contar, y siempre cuenta ese 15%. Y el otro 75…85…”». Ya os dije que me pusieron muy buenas notas. «El otro 85, guárdalo para ti. Haz tierra. Diferencia el Albert que cuenta cosas del Albert que pasó el cáncer». Antonio Mercero siempre decía una frase que decía: «Hay los diez terroristas más buscados y los diez ternuristas más buscados. Hacer ternura es un delito». Yo tengo una amiga francesa que hablaba mal el castellano y, un día, en lugar de pedir 400 gramos de ternera, pidió 400 gramos de ternura. Y yo pensé: «Ojalá vendiesen ternura», ¿no? Porque yo pienso que es la cosa más maravillosa. Yo, películas como Cuenta conmigo, Stand by me, El club de los poetas muertos o Good Will Hunting, me cambió la vida. Son libros que también son sanadores, que puedes verlos cientos de veces.
‘El club de los poetas muertos’ es de aquellas pelis que me coge con 22 años, que es la edad ideal, pero te cambian la vida. Yo creo que hay pinturas absolutamente bellas. ‘La vida de Picasso’, si la podéis ver, explica los cuatro tipos de amor. Fue el último de su época azul y yo me quedé entusiasmado. Lo he seguido por medio mundo. Mi ilusión era ir a ver ‘La vida de Picasso’. Está en Cleveland. Y tenía mi viaje en la mente: «Iré a Cleveland, veré ‘La vida de Picasso’…». Y, cuando faltaban tres meses para hacer aquel viaje, traen ‘La vida de Picasso’ a Barcelona. Y, nada, me fui, cada día, a ver ‘La vida de Picasso’. Me pareció como una comunicación bellísima, me iluminaba el mundo. Luego, fui a Francia y, de repente, trajeron ‘La vida de Picasso’ a Francia durante un mes, ¿no? Y pienso: «Esa pintura me sigue a mí. No quiere que yo vaya a Cleveland. No sé por qué, pero no es mi destino ir allí». Y yo pienso que películas, músicas, canciones… Hay una canción de dos raperos, que se llaman Ayax y Prok, tienen una canción que se llama ‘Reproches’, que me parece sanadora. Y pienso que, parte de ello, tiene que ver con ver la vida, yo creo, como un premio, ¿no? Yo a los 14 años iba a morir. Me dieron aquellos tres 30 días y siempre he pensado que vivo tiempo extra, ¿no?
Entonces, morir es algo que os puedo asegurar que me apetece. Puede sonar raro, pero me apetece. Me gustaría morir un viernes, porque los viernes siempre me pasan cosas muy chulas. Y, como mínimo, en las noticias, saldré en buen sitio. No será un sábado y un domingo, que no me verán. La gente podrá venir al entierro, si quiere venir, porque caerá en sábado y domingo… Un poco pensando en la gente. Pienso que un viernes es un día ideal. No jodes a nadie mucho y es perfecto, ¿no? Y, también, me imagino la manera de morir y la sensación de la gente que me gustaría tener alrededor. Y la gente lo ve tétrico. Pero yo lo pienso y, lo tétrico para mí, es que la gente habla de viajes que no hará, de amores que quizá no consigue, de sueños que ni tan siquiera se plantea hacer. Y morir, que es algo que hacemos, nos coge como de sopetón: «Murió, le dio un ictus y murió». Y yo pienso: «No, si morir ya estaba previsto. El problema es el día, el horario…». Y siempre me parece muy bello hacer una lista de las cosas que quieres hacer y conseguir. Yo tengo dos que me las he guardado mucho tiempo y tengo ganas de conseguir hacerlas.
Y, a veces, me encuentro que me falta un ‘sparring’ a su altura, ¿no? Él era… Hacía muchas listas. En el último libro, ‘Lo mejor de ir es volver’, hablo de una persona que hacía muchas listas de pros y contras, ¿no? Él me decía que siempre había pros y contras y me gustaban mucho esos pros y contras. Él hacía las listas, las guardaba… Y, un día, pensé: «Cuando muera, quiero tener todas sus listas de pros y contras». Pero era un ser muy inteligente, mi padre. Y, antes de morir, cuando ya supo que iba al hospital, lo trituró todo. Todo, su vida, todos sus diarios. Los trituró. Me pidió que comprara una trituradora por Amazon y yo digo: «¿Para qué quiere una trituradora este hombre?». Luego lo descubrí. Trituró todo. Lo metió en un cojín y me regaló aquel cojín. Me dijo: «Esa almohada, cuando duermas, ahí están todas mis preocupaciones que absorberán todas tus preocupaciones». Y os puedo asegurar que, algún día, cuando muera, trituraré todo lo que tenga y se lo regalaré a la persona que más quiero, ese cojín, para que mis preocupaciones absorban sus preocupaciones.
Y la idea era cambiar el mundo con la historia. ‘El mundo amarillo’, realmente, se ha vendido en 42 idiomas. Se han vendido más de tres millones de ejemplares. Es el libro donde está mi historia. Y fue muy bello. Y a mucha gente le llegó, pero no llegaba al público que yo deseaba, que era a niños, ¿no? Que eran los que tenían el poder de cambiarlo. Y los niños no leen muchos libros a esa edad. Y yo siempre digo que esta historia es mi ‘Star Wars’ particular, ¿no? No he parado hasta que lo conseguí. Y lo último que se me ocurrió fue ‘Pulseras rojas’. La hice en TV3, la televisión de Catalunya. Era una serie pequeña, pero pasó algo mágico, como pasa a veces con las historias, y es que la serie fue un éxito. La veían los niños, los padres… No dejaba de ser la misma historia de alguna manera. Esa fuerza estaba basada, en este caso, en ‘El mundo amarillo’. Y fue bellísimo, porque se empezó a emitir en países y en países. Spielberg hizo su versión, lo llevó a conocer en Estados Unidos… Es un tipo brutal. Chile hizo su versión y consiguieron cambiar una ley en el Senado, después de ‘Pulseras rojas’, para que hubiera plantas para niños, que no existían. En Italia nació… Fue un éxito bellísimo. Hicieron cuatro temporadas y nació esa frase de: «Mis héroes no llevan capa, llevan pulseras rojas». Crearon unas pulseras rojas que vendieron y consiguieron no sé cuánto dinero. Ahora está en activo en Francia en TF1. Líder de audiencia. En Alemania, han hecho tres temporadas y una película, en los países árabes, en Rusia. Y, realmente, el mundo ha cambiado. Es decir, en el mundo, parece que la gente ve a ‘Red band society’, ‘Bracialetti rossi’ o ‘Club der roten Bänder’, ‘Les bracelets rouges’. Emociona mucho que una historia que nació en una pequeña habitación de hospital haya llegado a una gran pantalla. Pero lo que más me emociona es que, en cada país, la idea de los niños con cáncer ha cambiado.
Ese es el poder que tiene la televisión. He tachado de mi lista aquello: conseguir cambiar el mundo de los niños con cáncer con la serie. Y, de repente, a partir de aquí, llegó todo, ¿no? Un montón de películas americanas de niños con cáncer. Y, de repente, creamos como una marca donde mucha gente ha hecho películas con cáncer: ‘Bajo la misma estrella’, no sé cuántas. Y, de repente, dices: «¡Guau!». Ya no solo es eso si no que la gente copia un poco el modelo y crea unas historias que muchas son bellísimas. Y me parece… Ojalá lleguen muchas, porque creo que es una suma, ¿no? Y todo lo que sea mostrar a los niños en el hospital con felicidad ayuda mucho a cambiar la imagen, ¿no? Yo creo que ‘Pulseras rojas’ es un monstruo que me ha devorado a mí. Siempre seré el chico de ‘Pulseras rojas’ y me parece muy bello. Yo estoy muy orgulloso de ‘Pulseras rojas’. Siempre llevo mi pulsera roja, que me hace… La que me dieron con 14 años. Y es como mi tesoro más grande, ¿no? Y siempre pienso… Cuando no tenía título de la serie, no sabía qué título ponerle, vi la pulsera roja y digo: «Va, ‘Pulseras rojas’». No me parecía un gran título. Y, ahora, de repente, pues ha resultado que ha sido bellísimo. A cada país que va, que se estrena, voy y les cuento a los niños quién era el niño en coma que siempre existió. Quién soy yo, que no dejo de ser los dos, yo soy Lleó y soy Jordi. Soy los dos personajes. Jordi cuando llegas y Lleó cuando llevas años.
Siempre cuidas de otro chico con cáncer y te conviertes en Jordi cuando llegas y en Lleó cuando pasan tres años, ¿no? Recuerdo, cuando se estrenó en Estados Unidos, que nos dijeron que era una historia… Era un western. Que era una historia de niños con sillas de ruedas, en lugar de caballos y donde luchaban contra un gran enemigo, que era el cáncer. Y un señor maravilloso hizo una teoría de que aquello era un western precioso y me lo creí. Siempre pienso que he hecho un western. He hecho un western de niños que van en silla de ruedas, que cabalgan juntos y que tienen la sensación de tener algo en común, que son ese símbolo de la pulsera roja y sentirse que no son cojos, sino que son cojonudos.
Yo os lo he contado todo con sentido del humor. Pero sabéis, y seguro, porque se os ve muy inteligentes y sois el mejor público que he tenido en mi vida, porque nunca he hecho esto. Siempre creo que el sentido del humor, de fondo, ves el dolor. Yo creo que habéis visto mucho dolor, también, en lo que he contado. Mucha tristeza, muchos lloros. Creo que os imagináis el momento entre Guisante y yo hablando, aquella noche, en un hospital, como uno de esos días claves de mi vida, donde para él no fue fácil explicarlo.
Para mí, con 15 años, no fue fácil comprenderlo, también, ¿no? Pero creo que eso es la vida, ¿no? Creo que la vida se trata de encontrar esas 16 noches donde todo te cambiará, donde tienes que estar dispuesto a entender que, en aquel momento, cambió mi idea de descubrir que hay gente muy mala en el mundo. Yo no lo llegaba a entender. Yo era un niño bastante inocente. Y aquel momento me llevó a estar junto a un niño que había perdido la inocencia hace tiempo, ¿no? Y me resultó muy potente. Pero luego, tiempo después, él siempre se reía de aquella situación. Él siempre… Éramos como un compinche de bromas, ¿no? Y, realmente, había una energía entre los dos que creo que fue mi gran amigo en el hospital. Fue una de esas personas que me hubiera gustado que sobreviviera. Yo siempre pensaba: «Si sobrevive alguien, que sea Guisante, que hará algo genial en el mundo», ¿no? Al final, no fue él. Yo siempre decía… Yo no era el más guapo ni el más listo. Quizá era el más alto. Yo era muy alto de pequeño. A la gente le sorprende que sea tan alto. Siempre me ven y piensan: «Como no tiene pierna, será muy bajo». Y no, no. Soy bastante alto.
Y… Pero nunca entendí por qué sobreviví. Fue una de las preguntas. Cuando te curas, tardas un tiempo, un poco como los que volvían del Vietnam. «¿Por qué yo me he curado?», ¿no? Me costó mucho, cuando me dijeron, mi médico me dijo: «Estás curado», tardé día y medio. Fui rápido, porque la felicidad que me produjo fue inmediata. Pero aquel día y medio fue pensar: «¿Por qué me he curado? ¿Qué hago con mi vida?», ¿no? Estaba tan dispuesto a morir que, realmente, era como si se me ofrece un mundo. Y lo acepté y dije: «Bueno, lo voy a gozar». Y decidí darle votos siempre al niño de 13 años. Yo siempre soy el que tengo, que ahora tengo 46, y el de 13. Los dos conviven. Entonces, yo siempre le pregunto al de 13 qué quiere hacer y qué no quiere hacer. Y, sobre todo, recuerdo mucho lo que os he comentado de mi madre hospitalaria, que ella siempre me dijo: «Aprende a decir “no”». Y hay que decir «no» a muchas cosas, a personas, sobre todo. A veces, a emociones y muchas veces, casi siempre, a trabajo y, sobre todo, a dinero. Creo que el dinero tiene un valor muy poco interesante en comparación con las emociones. Yo siempre intento conseguir emociones antes que dinero, porque creo que las emociones tienen algo absolutamente fundamental, ¿no? Y pienso que nosotros lo que hacíamos en el hospital era irnos a divertir. Perderíamos piernas, brazos, sufríamos operaciones, quimioterapias… Pero siempre me lo tomé, yo y mis amigos de pulseras rojas, nos lo tomamos como un juego. Como una sensación de pasárselo bien y de disfrutar y ahí sobre todo estaba el humor y la amistad.
Y con esto quiero irme al final. La reflexión final que os hago. Es que yo creo que, me dijeron… Yo hablé con mucha gente que había venido a dar charlas aquí, de Aprendemos juntos y me dijeron: «Acabarás hablando de cosas que no te esperas. Te harán preguntas que te obligarás a hablar de cosas que, quizá, no las habías contado de la misma manera». Yo me he levantado esta mañana y he pensado: «Quiero venir con la sensación de contar cosas que no he contado». Tengo la sensación de que, si algún día muero pronto o si algún día me pasa algo, ojalá esta charla sea la definitiva, donde diga: «Hostia, ¡qué buenas han sido esas preguntas certeras de esos chicos y esas chicas! Y cómo consiguieron sacar de Albert una cosa diferente». Yo he intentado venir, realmente, a aprender de vosotros, a explicaros cosas que realmente nunca hubiera contado. Así que, a partir de ahora, todos vosotros y yo somos, de alguna manera, amarillos juntos. Os pido que, siempre que os haga falta algo, me escribáis en un e-mail, no dinero, ¿eh? Que esto, a veces, la gente lo confunde. Algo emocional. Me escribáis y ese vínculo hará que me tengáis, ¿vale? Creo que formamos un equipo juntos y creo que nos une algo diferente. No sé. Es la sensación que yo tengo. Así que creo que he aprendido algo con vosotros y formamos parte de un curso, de una clase, diferente. Espero que os lo hayáis pasado tan bien como yo y que disfrutemos de la vida, que vivamos muchos años y que, como dices, no perdamos el sentido del humor y, sobre todo, la felicidad. Y, también, que yo lo defiendo mucho, que seamos voleadores y que no tengamos miedo a volear injusticias ajenas, crear broncas y, si es necesario, acabar en calabozos y disfrutarlos. Así que gracias.