“Los niños de hoy serán la generación más empática del futuro”
Albert Espinosa
“Los niños de hoy serán la generación más empática del futuro”
Albert Espinosa
Escritor
Creando oportunidades
“Buscar la felicidad es imposible; debemos defender la alegría”
Albert Espinosa Escritor
Albert Espinosa
A pesar de las predicciones de sus médicos, Albert Espinosa superó no solo un cáncer en su adolescencia, sino también su fecha límite de supervivencia y una pandemia. Después de un “intermezzo” de tres años de retiro, el autor regresa con un nuevo libro: ‘Estaba preparado para todo, menos para ti’, con reflexiones que devuelven la esperanza. “Creo que hay muchos socorristas cuando estás en el agua, pero pocos en tierra y ahí es donde te pasan las cosas más terribles. Al final hay muchos salvavidas, pero pocos «salvaheridas». Quería hacer un libro lleno de soplos energéticos, un botiquín lleno de belleza que ayude a sanar esas heridas”. A partir del poema “Defensa de la alegría” de Mario Benedetti, el autor reúne su experiencia vital y aprendizaje de los últimos años para afrontar la incertidumbre, el dolor o el miedo.
Albert Espinosa es escritor, guionista, actor y director de cine. Ha vendido más de tres millones de libros en 42 países, con títulos como ‘El mundo amarillo’, ‘Lo que te diré cuando te vuelva a ver’, ‘El mundo azul. Ama tu caos’, 'Si tú mes dices ven lo dejo todo… pero dime ven' y ‘Lo mejor de ir es volver’. Con su película ‘Planta 4ª’, dirigida por Antonio Mercero, estuvo nominado al Premio Goya, y la serie televisiva ‘Pulseras rojas’, ganadora de dos premios Emmy, consiguió hacer viral su historia y la de sus compañeros de hospital más allá de nuestras fronteras, llegando a emocionar a Steven Spielberg, que se encargó de la versión estadounidense.
Transcripción
“Los 'amarillos' son personas que, no sabes por qué, son más que un amigo o que un amor”
Y es muy bonito cuando alguien me dice: «He encontrado un amarillo, este fue mi amarillo». O algo muy bonito que me piden: «¿Quieres ser mi amarillo?». La verdad es que ya tengo los 23, pero a veces vas perdiendo personas y puedes tener otra persona nueva. Luego, con el tiempo, la gente me ha contado que hay perros amarillos, que hay cuadros amarillos, que hay canciones amarillas… Y yo creo que es muy cierto. Al final ser amarillo es que te ayuden en un periodo de tu vida, no necesitar que a esa persona la tengas que ver más y sobre todo poder tener algo tan bello como es el contacto físico que nunca tiene que ser solo con la pareja. Así que, aquella mujer increíble de 93 años me enseñó a ser valiente en la vida, en el amor, en el sexo, pero también me enseñó algo muy importante en esta vida, que es: Si crees en los amarillos, si crees en la magia, tu vida puede ser increíble. Porque, si no crees, yo creo que al final te conviertes en alguien muy oscuro, en alguien muy ruidoso.
Y fue como triste. Lo que una enfermedad les dejó, la otra se lo remató. Y creo que al final hay como grandes luchadores de vida que los hemos de proteger. Yo a veces, quizá por haber estado en hospital, tengo un instinto. Veo a alguien y pienso: «Tiene una luz increíble». Va a atraer a muchos lobos, a mucho ruido, y hay que protegerlo. Y a veces le digo: «Dosifica esa luz según a quien tengas cerca». Y quizá por todo ello quería hablar de las personas ruidosas. Así como hemos hablado de los amarillos, que son quizá la luz, el mundo… También durante tiempo estuve pensando mucho en lo difícil, porque me escribió una chica y me dijo: «Qué difícil es ser amarillo en esta vida». Y pensé: «Es verdad, quizá nunca he hablado de la otra parte». Más que los enemigos, son la antítesis de los amarillos, que son las personas ruido. Yo creo que hay gente que está muy vacía, que por eso suena tan fuerte. Es esa gente que emite ruido, que tú notas cómo tu vida se va colapsando, que no aguantas esa oscuridad. Y a veces es muy difícil ser feliz o ser alegre en esta vida si tienes tanto ruido alrededor. Yo quizá tuve la suerte de hacer ese máster en el hospital, donde conocí gente de 90 a 99 que perdía el tiempo con niños de 13 a 15 que seguramente no viviríamos mucho tiempo. Y una de esas personas me habló en su día de las personas ruido. Me dijo: «Nunca tienes que enfrentarte a una persona ruido, porque la única manera de vencerle es emitir más ruido». No hay otra. Para contrarrestar un ruido tienes que ser más ruidoso. Y él me dijo una frase que nunca olvidaré. Me dijo: «Puedes elegir entre la tranquilidad o la razón». Yo al final siempre pienso que tengo la razón. ¿Por qué no? Así que opto por la tranquilidad y cuando veo a una persona ruidosa, yo me alejo.
Yo siempre digo que hay que vigilar a quién dejas entrar en tu vida, porque luego es muy difícil sacarla de tu vida. Yo creo que al final uno de los problemas es preocuparte por que alguien con ruido te afecte lo que te dice al final. Yo creo que la luz atrae a los lobos y atrae a las personas ruido. Entonces lo que hay que hacer es evitar luchar contra aquello. Yo sobre todo le digo a la gente que ahora tiene un ruido cerca que piense que no es una persona, porque finalmente no lo es. Son gente que se nutre de oscurecerte, que se nutre de que estés triste. Y creo que hay algo mucho más bello, que es simplemente fijarse en otras personas, los amarillos. Yo creo que es la parte más positiva. Pero luego dentro de los amarillos, yo con el tiempo descubrí los cascabeles. Hay gente que esplende. A mí me gusta mucho este verbo, «esplender», que es emitir una luz enorme. Que estás al lado de esa persona y te da una fuerza, una energía. Yo siempre digo que son personas cascabeles. Hay una o dos en tu vida, pero siempre es bellísimo encontrar a esas personas. Te hacen feliz, te hacen sonreír, te hacen sentir. Y creo que aquella mujer de 93 años fue mi primer cascabel. Fue una persona que me hacía sentir y, sobre todo, que tenía muchas ganas de poder ayudar a la gente. Yo noto, presiento, que hay mucha gente que después de toda esta etapa que hemos vivido tiene mucho miedo de volver, porque ha sido… Yo creo que ha sido una pandemia en la que hemos aprendido que la gente no tiene empatía. La gente realmente habla mucho de las libertades personales, habla mucho de lo que yo deseo, pero difícilmente entra en ese punto. Hay una cosa curiosa, que yo con mi pierna ortopédica, pues muchas veces suelo mostrarla. La gente tenía esa sensación de pena, de tristeza y de compasión. Y durante la pandemia desapareció.
Y yo me quedé fascinado. No servía, no era un pasaporte hacia nada. No podías colarte en ningún sitio. Absolutamente. Recuerdo que mucha gente te decía: «Problemas tenemos todos». De repente, la palabra «problema», la palabra «dolor», era compartida. Y creo que ha pasado algo, para mí, maravilloso, que es que la gente que tiene entre ocho y 12 años va a ser la generación más empática. Creo que esa generación ha vivido el dolor, la muerte, la tristeza. Ha sentido lo que es utilizar sus propias herramientas. Y creo que esa generación, cuando llegue a lugares de poder, cuando llegue a la treintena, cuando llegue a esa época en que deciden el mundo, creo que vamos a notar algo muy increíble. Una fuerza y una pasión brutal. Entonces yo tengo la sensación de que ahora hay que decirle a la gente que para vivir hay que vivir. No deberíamos olvidarlo. Pero también a veces es muy difícil con gente que te ha hecho daño, con comportamientos complicados. Y lo más importante es aceptar que esa persona es ruido. No puedes hacer nada, no la vas a cambiar. Apártate. Al final uno… La gente no cambia. Cambian las seis personas que tiene más cerca. Esas seis personas, al final, ese entorno es tu vida. Es lo que tú eres. Yo siempre recomiendo cambiar cada equis años una de esas personas que tienes cerca, porque, si la cambias, realmente comienzas a cambiar tú. Yo creo que muchas veces la gente piensa: «He perdido a este amigo, me ha pasado esto». Yo creo que al final perder amigos simplemente es que evoluciones. Es como una planta cuando pierde las hojas con las estaciones.
No es triste, es simplemente que te interesan cosas diferentes y que estás evolucionando. Perder amigos es evolucionar. A mí nunca me ha dado pena cuando alguien me dice: «No quiero ser amigo tuyo». Significa que yo he evolucionado, que esta persona ha evolucionado, y al final vivir es aprender a perder lo que ganaste. Yo con el cáncer aprendí a perder la pierna, el pulmón, el trozo de hígado, pero también he aprendido otras cosas durante la pandemia, que es entender que contra el ruido no puedes luchar. Entonces, yo al revés. Cuando veo una persona con ruido, pienso: «Ojalá la pudiéramos llevar al mundo amarillo». Pero es imposible, no hay que luchar. A mí, sobre todo, me gustaría decirle a la gente que nos está escuchando ahora que esa persona que te hace daño, que te está haciendo daño, es ruido. No puedes luchar. Apártate de esa persona, acércate a los amarillos, a los cascabeles, y, sobre todo, lucha por tu felicidad.
Uno de los soplos que más me gustan a mí es uno que yo aprendí hace mucho tiempo, que es que cada seis años tu vida cambia. No significa que sea de los cero a los seis, de los seis a los 12, sino que hay un momento en que se activa. Hay un momento con 18, con 22, con 27, que se activa tu vida, que notas que te ha pasado algo clave en tu vida. Y, a partir de ahí, cada seis años tu vida cambia. Y hay años bisagra cada seis años. Los años bisagra son años en los que te pasarán cosas muy buenas o muy malas, que será el inicio del nuevo sexteto. Y para mí eso ha sido fundamental. Descubrir eso ha sido brutal. Yo tengo muy claros los años bisagra de mi vida, las cosas que han pasado, qué han significado y cómo me ha cambiado dentro de mí. Este año para mí es uno de esos años bisagra. Hoy… Hace poco, muy poquito, he cumplido años y justo cuando cumplía esta edad me dijeron que era casi imposible, que era un 0,000007 % de posibilidades que llegase a esta edad. Yo le llamaba «la estadística Bond». Había muchos ceros y un siete. Y me dijeron casi ocho médicos diferentes que no llegaría a esta edad, que nunca cumpliría esos años que he cumplido hace poquito y para mí era un fin. Yo realmente me despedí de muchas cosas, supe que no fallaban mis médicos y que si pasaba eso significaba que el año que viene comenzaría un nuevo sexteto, como mínimo seis años más repletos de ilusión. Y creo que muchas veces la gente tiene que adelantarse a las crisis.
Yo me he adelantado a la muerte de mi padre. Sabía que moriría, le hice un duelo antes, intenté recordarlo antes de perderlo. Y creo que al final es muy importante que ese vivir es aprender a perder las cosas que ganaste, pero también hay que aprender a hacer esos duelos. Y creo que en ese libro hay muchos soplos que ayudan a mucha gente. Hay gente que ha leído el libro y me ha dicho: «Me ha soplado en una herida que llevaba 25 años encima y ahora lo he entendido». Y ha sido casi como hacer la segunda parte de ‘El mundo amarillo’, porque ‘El mundo amarillo’ era lo que aprendí cuando tuve cáncer y fui feliz. Y ‘Estaba preparado para todo menos para ti’ es lo que aprendí después del cáncer y sigo siendo feliz. Entonces, creo que de los once libros, es mi delantero centro. Es el último que he escrito, siempre es el preferido, pero aquí creo que hay algo especial. Es poder ayudar a la gente a ser feliz, a ser alegre, y, sobre todo, a obviar a esos ruidos, a esos «haters» y a esa gente que, al final, yo creo que te has de crear universos de dos, 15, 20, 30 personas. Gente con la que realmente sientas que has creado un mundo propio.
Y lo más bonito es que la oyó. Y no me extraña, porque aquel «sonotone» tenía el poder de traspasar mundos. Y la vio. Oyó cómo se despidió de él, le dio consejos. Y cuando me lo contaba, él tenía las lágrimas en los ojos y yo le creí totalmente. Yo creo que hay una cosa muy bonita, que son las leyes increíbles. Hay una ley de la física, que habla poca gente de ella, pero es la ley de las cosas que no cumplen las leyes de la física. Hay una ley en este mundo que son las cosas imposibles, las casualidades increíbles, y lo engloba todo. Él escuchó a su abuela, contó cosas increíbles y cada noche se pone ese «sonotone» y cada mañana despierta con una sonrisa. Eso, para mí, es la alegría. Y yo creo que tiene que ver con esa fuerza. Yo creo que al final no hay que perder la alegría, porque hasta en época de pandemia hubo un chico, que fue preciosa su historia, que me contó… Y de ahí nació el cuento de ‘Aprendemos juntos’, que me contó… Él era un actor mío, habíamos hecho cosas juntos. Y le notaba tan feliz, tan alegre durante el confinamiento que no me lo podía creer. Y le llamé un día y le dije: «Tío, ¿cómo puedes estar tan contento?». Porque últimamente no lo estaba. Y él me decía: «Porque tengo «bullying» en el colegio. Me hacen la vida imposible todas las horas del día. Y pensaba: ‘hasta que no llegase el verano no lo superaré'». Y de repente llegó el confinamiento y aquel niño se sintió tan libre. Llegó a casa, sintió que durante tres meses nadie le iba a pegar, nadie le iba a insultar y se convirtió en… Él decía que había pasado de ser un pequeño cobarde a un gran valiente. Le contó a sus padres y a sus abuelos todo lo que estaba pasando, y cuando volvió después al colegio era otra persona.
De ahí nació el cuento, que quizá la gente no lo sabía, pero aquel chaval ya era un valiente. Simplemente necesitaba un «intermezzo», necesitaba un tiempo para poderse enfrentar a ese miedo. Para mí el libro y parte de mi vida es intentar devolver esa alegría y defender la alegría. Es algo que la gente considera que es muy naif. A mí hay gente que en el Twitter, en Instagram, en Facebook, me dice: «Tú eres muy naif, la vida no es así», y te atacan. Y eso al final, odiar, es no poder manipular a alguien. Cuando no te pueden manipular, te odian. Y yo creo que al final odiar es como tener una enfermedad dentro de ti, que la muestras, la riegas, la haces grande. A mí realmente lo que le importe a esa gente no me afecta, no me toca, no me importa. Porque pienso que son ruido y no les hago caso, pero pienso que al final ser naif, ser tierno, es algo que es muy bello. Yo recuerdo que tengo una amiga francesa que, cuando llegó aquí, en lugar de pedir 100 gramos de ternera en el mercado, pidió 100 gramos de ternura y le dijo la persona que le estaba vendiendo: «Si tuviera ternura, te vendería un kilo y medio». Y yo creo que al final me parece muy bonita la ternura. Esta está en desuso y la gente al final tiene la sensación de que venden más otras cosas. Pero creo que al final la ternura, el ser naif, el querer la felicidad, te aporta muchísimo en este mundo. Y yo soy un gran defensor de la alegría. Y de ahí nació el libro, de defender la alegría.
Entonces hay unas ventanas al mundo exterior que no las necesitas. Yo pienso que hay que dosificarse. Hay que desarmarse para rearmarse. Y a mí me sirve mucho. Yo siempre he encontrado un sentido en mi vida en estar vivo. Para mí pensar que tenía que estar muerto hace tanto tiempo, y sobre todo cuando fui con 16 años a un hospital, me dieron un 3 % de posibilidades de vivir. Me dijeron que fuera a Menorca. Era un hospital que era tan bonito que lo llamaban «el Hilton de la muerte». Era superbello, había mil actividades. Creo que eran 13 días lo que duraba la gente. Éramos solo niños. Durábamos 13 días en aquel hospital y a los 13 días morían. Y yo pensé: «Quiero pasar 13 días esplendorosos». Sentí tanto en aquellos 13 días, porque era mi final, pero llegó el día 14 y seguía vivo, llegó el día 18 y seguía vivo, el 24… Yo pensé: «Me van a pegar una patada, me echarán del Hilton de la muerte, ahí tiene que haber una caducidad». Y fue algo bello, porque llevaba yo creo que 50 días y me dijeron: «Tu cáncer va más lento, te está matando más lento de lo que esperabas». Y cada día que perdíamos a un chaval era muy bonito. Lo incineraban, lo ponían como en una especie de cohete. Ahora no se podría hacer. En un cohete, la música que quería. Lo lanzaban por la noche al cielo y veías a tu amigo, que había elegido la canción, los colores, los petardos, los fuegos artificiales. Durante 50 días vi a gente ir por los aires y fue como encontrar todas esas canciones, esos soplos energéticos. Entonces muchas veces la gente me dice: «No tiene sentido mi vida». Yo cierro los ojos, miro aquellos cielos y solo por ello se debe vivir.
Solo por estar aquí, por haber pasado tantas cosas, creo que al final debes seguir viviendo, porque hay gente que no ha podido tener esa oportunidad. Entonces yo simplemente creo que tienes que encontrar una motivación en esta vida, algo que te guste. Hay una cosa que a mí me encanta, que dijo un filósofo muy importante, que es que «solo hay tres motivaciones en la vida»: Ser pasional, encontrar algo que te apasione con locura; entregar tu vida a alguien, luchar la vida por alguien; o el tercer motivo, que también yo creo que es muy importante, el dolor. Cuando tienes un dolor muy fuerte, que estás luchando por tu vida, por el amor, por algo, eso te da ganas de vivir. Y creo que al final yo soy una mezcla de esas tres cosas. Yo soy muy pasional, me encanta vivir, me encanta morir. Porque yo he vivido y he muerto muchas veces, porque me han dado pocas posibilidades. Pero si aprendes a morir, aprendes a vivir. Sobre todo, invito a la gente a que encuentre una motivación, una persona, un placer, algo, y que se dedique a eso. Y, que sobre todo, mire poco a la vida. Yo creo que si miras la vida de cerca tiene muy poco sentido. De cerca, así, observándolo todo. Pero, si la miras de lejos, todo es bellísimo. Yo miro la vida de lejos. Yo la verdad es que me entero de muy pocas cosas porque presto poca atención. Creo que al final es mirar de lejos y pensar que al final los problemas solo es la diferencia entre lo que esperabas de la vida y lo que la vida te ha dado. Yo no espero mucho de la vida, yo creo que la vida me ha regalado muchas cosas y si hace pocos días cuando fue mi cumpleaños, hubiera sido mi fin, yo lo tenía todo preparado. Me había adelantado a esa crisis, había hecho cosas preciosas.
Quizá no como mi padre, que mi padre cogió todas las libretas, las troceó, donde tenía apuntados todos los problemas, y me creó una almohada para que yo durmiese. Y me pareció precioso. Me la llevo a todos los sitios. Cuando he venido hoy a Madrid me he traído la almohada con esos papeles de mi padre troceados, donde duermo, porque es dormir sobre sus problemas solucionados. Pero creo que al final has de encontrar algo que te enganche en este mundo. Y para mí eso es lo importante, la razón por la que jamás tiro la toalla. Porque cierro los ojos, veo aquellos fuegos artificiales, que son niños de 13 años que eligieron las canciones, las músicas, y es un soplo en mi vida. Con lo cual sonrío. Yo ahora, por ejemplo, como tenía que haber muerto este año y no he muerto, cada día que pasa lo veo como un regalo. Algo impresionante, pero también cada problema que viene lo encuentro una tontería. Entonces me siento muy renovado, me siento muy feliz y me siento con la sensación de querer contarlo. Por eso hoy estoy contigo aquí con mis amigos de ‘Aprendemos’, porque me parecía un nuevo comienzo muy bello. Porque a veces la gente ve la grabación, nos ve hablar a ti y a mí, escuchar. Pero no sabe que alrededor hay un montón de gente que luego ha escuchado toda la conversación, que te dice: «He sentido esto, esto y esto». Yo creo que aquí hay una pasión que es muy difícil de explicar.
Creo que hay algo muy bonito en no odiar a nadie. Creo que al final me gusta más la idea de desprenderte de esa gente, que no formen parte de tu camino. Y al final los miedos, si los resuelves, todas las dudas, es muy complicado tener un miedo. Si ahora te pregunto tus miedos, imagino que estará la muerte, estarán cosas de tu vida que te pueden llegar a pasar… Pero yo creo que cada uno tiene que luchar contra ello, encontrar sus preguntas, resolverlas. Y yo creo que el libro está muy repleto de todo ello y quizá el favorito es tener una segunda vida. Yo creo que al final tomar decisiones por otras personas, tener esa segunda vida, me parece alucinante. Durante una semana, yo coger tu vida. Yo ser tú, tú ser yo, y decirme: «Albert, haz esto, haz esto otro». Y yo decirte: «Tú haz esto y esto». Y durante una semana poder tener otra persona a la que le ayudes a resolver sus problemas, me parece algo muy bello. Y creo que cada uno de esos soplos energéticos creo que le curará a la gente, pero a veces no solo a ellos, sino que encontrará a alguien que le dirá: «Oye, te cedo estas páginas». Porque el libro realmente yo quiero que la gente lo corte, lo trocee y lo regale. «Te cedo estas páginas para que puedas de alguna manera curarte, sentir».
Es decir, que ahí donde tienes que aparcar hay una estrella preciosa dorada y todo el mundo diría: «¿Cómo puedo conseguir esta estrella?». Pues yo qué sé, córtate la pierna o no sé. Pero sería algo precioso. Entonces yo siempre he sido un gran luchador. Yo recuerdo en la universidad que cuando quería aparcar en uno de esos sitios, siempre había alguien que no tenía tarjeta. Y esto, a la gente que tenemos la tarjeta, nos pone muy nerviosos, porque estás en unos sitios preparados para ti. Y yo siempre me esperé, me esperé, hasta que un día apareció esa persona y cuando bajó del coche le pregunté: «Oye, ¿pero por qué aparcas aquí?». Y me dijo: «Es que soy el rector de la universidad». Y le dije: «Ah, claro, había olvidado que eso era una gran minusvalía». La verdad es que lo pasé muy mal en la universidad porque me hizo la vida imposible, pero no volvió a aparcar. Entonces yo creo que al final hay que ser un gran luchador. Que la gente entienda que, que te falte una pierna, no significa nada en tu vida. La gente a veces me dice: «¿Tú duermes con la pierna?». Y digo: «No, no duermo con la pierna». Cuando voy por la calle, la gente hace como si no viera la pierna y dos segundos después se cruza mirándome. Pero yo siempre me giro y lo pillos a todos. Entonces siempre creo que hay algo en luchar. Yo creo que al final, hay una frase que a mí me gusta mucho, que es: «O entramos todos o no entra nadie». Yo hace cuatro años me rompí la cadera. Me tuvieron que poner un tornillo en la cadera. Me faltaba un tornillo, con lo cual me equilibré. Y pasó algo, que es que tuve que estar mucho tiempo en una silla de ruedas. Y había una chica, que se llamaba Ana, que se ha pasado toda su vida en una silla de ruedas, desde los seis años. Y me dijo una frase que es: «Ojalá todo el mundo tuviera que ir un tiempo en silla de ruedas para que aprendiera esa frase: ‘O entramos todos o no entra nadie'». Porque un simple escalón así en un bar hacía que yo no pudiera entrar. Así que cuando tenía que quedar con un amigo en un restaurante le preguntase: «Oye, ¿sabes si hay escalones?».
Y no podía entrar. Yo me curé, volví a andar. Ella sigue en silla de ruedas, pero le prometí una cosa, que es que no iría a ningún restaurante, a ningún sitio, a ninguna tienda, a nada, donde hubiera un escalón. Porque o entramos todos o no entra nadie. He conseguido que dos tiendas lo cambien. Dos tiendas. No es mucho, porque quizás he estado 200 o 300 veces haciendo eso, pero creo que una de cada cien no está mal. Entonces, si lo hiciéramos todo el mundo, si todo el mundo fuéramos y dijéramos que tienen un escalón y diéramos la brasa, estoy seguro de que cambiaría. Yo creo que al final la minusvalía, discapacitado, que son de las palabras más feas del mundo… Yo muchas veces me acuerdo de una vez en Lisboa, que me dijo un hombre: «Usted, el discapacitado, entre». Y yo le dije: «No sé de quién habla». Dice: «Usted». Y le dije: «No pienso pasar». Y tuvimos una discusión tan gorda que acabé en el calabozo. Entonces, creo que al final has de luchar mucho para cambiar las palabras. Y la gente al final no tiene esa sensación, porque, primero, le provoca tristeza o piensa: «Pero tampoco son tan importantes las palabras». Y creo que al revés. Yo creo que son fundamentales. Yo soy muy protestón. Soy de los que más protesta. A la gente le intento hacer ver que ha de preguntar. Yo nado cada día porque tengo un pulmón que me tiene que valer por los dos. Lo tengo que hacer muy grande, muy potente. Y cuando estoy en la piscina siempre vienen todos los niños a mirarme la pierna, y siempre viene un adulto que dice: «No molestes al señor cojo». Me gusta lo de «señor cojo» porque me da pedigrí, ¿no? Pero yo le digo: «No, que pregunten, que metan la cabeza, que toquen, que sientan». Porque sé que al día siguiente ya no prestarán atención, porque han resuelto todas sus dudas. Y lo más bonito es cuando estoy nadando, los veo alrededor de la pierna dando vueltas y les digo: «¿Qué hacéis?». Y me dicen: «Estamos vigilando tu Porsche». Porque ven lo que cuesta y lo vigilan. Y creo que hay algo precioso en cambiar la idea desde que son niños.
Y eso no me hace bueno a mí, los hace buenos a ellos. Es un piropo hacia ellos. Entonces, de alguna manera creo que en las firmas, cuando la gente me viene y me pide que le firme el libro, a veces me cuentan cosas preciosas. Una chica me contó que me traía un libro y que era lo último que había leído su padre. Faltaban dos páginas y me dice: «¿Lo acabas conmigo?». Yo leí una página, ella otra. Y me parecen de una ternura brutal. Y, de alguna manera, les quería decir a mis lectores: «Yo voy a perder a mi madre y estaré perdido, muy perdido». Porque, al final, cuando pierdes tu faro en la vida y a la persona de la que has heredado la felicidad y la alegría, es algo que me va a costar mucho. Entonces, en este sexteto quiero disfrutarla mucho. Una de las cosas más bonitas de la pandemia ha sido que hemos pasado mucho tiempo juntos. Y una de las cosas que quiero hacer es aprovechar cada segundo de estos seis años. Que me regala 12, que mi madre muere más tarde… Pero creo que es mi gran motivación, es mi gran felicidad. Yo creo mucho en la atmósfera ideal de creación. Hay una cosa a la que yo le llamo «la atmósfera ideal de creación», que es gente que nunca ha escrito, que nunca ha hecho nada, porque no ha encontrado esa atmósfera ideal de creación. La mía es el agua. A mí me encanta nadar, las piscinas, las bañeras… Todos los libros los escribo al lado del agua. Siempre que encuentro a alguien conocido le pregunto: «¿Cuál es tu atmósfera ideal de creación?». Cuando fui a Estados Unidos conocí a un guionista que había ganado dos Óscars y le pregunté cuál era su atmósfera ideal de creación.
Y él me dijo: «Mira, yo no escribía nada. No conseguía escribir ningún guion, porque tenía seis hijos y mis seis hijos se peleaban y era imposible escribir. Y me fui a un estudio pequeñito. Y estaba allí y pensaba: ‘Ahora haré mi obra maestra’. Y me di cuenta de que me faltaba algo. Y es que mi atmósfera ideal de creación eran los gritos entre mis hijos, las discusiones. Me di cuenta de que aquello era». Cuando aceptó que aquello era su atmósfera ideal de creación, comenzó a hacer dos guiones icónicos con los que ganó dos Óscars. A mí el agua es lo que más me entusiasma. Y mi madre es parte de esa atmósfera ideal de creación. Entonces, sé que el día que la pierda será un golpe, pero me he preparado. Es una de las crisis para las que más preparado estoy, y estoy seguro de que uno o varios de esos lectores increíbles que tengo me ayudará a salir del pozo. Yo creo que cuando caes en el pozo nadie te puede sacar. Yo siempre lo digo. Cuando hay gente que está deprimida es imposible, no le puedes echar nada. Pueden ir a sitios, les pueden ayudar las palabras, los libros, los psicólogos, los psiquiatras. Pero yo creo que la única manera de curarte es querer salir de ese pozo. Y para salir de ese pozo, yo creo que muchas veces has de estar preparado para caer. Entonces, algo que me da miedo, porque no lo he vivido, que es perder a mi madre, pero me entusiasma, porque creo que cuando la pierda seré otra persona nueva, será otro año bisagra y me dará algo feliz.
Yo recuerdo que cuando murió mi padre… A mi padre le gustaba mucho mirar al cielo y decía: «Quiero morir un día de cielo bonito». Y recuerdo que aquel día estaba en un restaurante. Mi padre estaba en el hospital. Hasta las tres no le podía ver y fui a comer algo al lado. Y vi un cielo y dije: «Qué cielo más bonito». Hacía tiempo que no veía un cielo tan bonito. Le hice una foto y dije: «Se lo voy a enseñar a mi padre cuando vaya». Y cuando fui me dijeron: «A tu padre le queda como media hora de vida». Le enseñé el cielo y le dije: «Papá, hace un cielo bonito. Es el más bonito que he visto». Y tengo la foto conmigo, siempre la miro. Y me dijo algo que no olvidaré: «Tienes que prometerme una cosa: Que cuando me muera, me hagas una foto. Y te la mires una vez al año y recuerdes lo que es vivir». Y le hice una foto muerto. Cuando murió, le dije a todo el mundo que saliese y fue algo extraño. Le dije: «Sonríe». Y te juro que hizo algo parecido. Le hice una foto y me miro cada año esa foto y pienso que hay algo bello, porque mi padre luchó tanto por que estuviera vivo, que hasta en el último momento quiso que su foto de él desaparecido me ayudase a seguir viviendo. Mira que no lloré en el otro ‘Aprendemos juntos’, pero en este… Un día te enseñaré la foto del cielo. La de mi padre no, pero la del cielo sí. Y yo muchas veces pienso: «Tengo ganas de morir nadando». Es de lo más bonito que me apetece, porque a mí lo que más me gusta en el mundo es nadar. Y pienso: «Imagínate que nadas, pegas tres brazadas, te da un ataque al corazón y te quedas ahí tirado. Y hasta que venga la policía y todo, toda la piscina es para ti», que es lo que más me gusta en el mundo. Yo creo que al final estar allí es un poco como la película aquella, ¿no? Pero estar allí tirado y en el agua, me parece un momento bello. Así que, si un día la palmo y estoy en una piscina, sonríe de oreja a oreja, porque lo habré conseguido.
Quizá compartida con una canción de Cacho Castaña, que se llama «Septiembre del 88», que había una crisis muy grande en Buenos Aires. Es un hombre que escribe una carta y al principio cuenta todo lo terrible y se lo está contando a un pariente. Y, al final, él mismo cantando dice: «Rompo la carta y digo todo lo bonito que es». Muchas veces cuando me pasa algo, me pongo «Septiembre del 88», ‘El nadador’ o «Stay Gold», o me miro un cuadro de la vida de Picasso. Y me da soplo. Esa energía me da fuerza. Y creo que al final la vida es eso. Encontrar cosas que te den energía, te soplen como aquel momento en que tenías la herida y venía tu madre, ¿no? Y creo que eso es lo más bello en la vida.