Los cuatro pilares para cultivar una vida con sentido
Emily Esfahani
Los cuatro pilares para cultivar una vida con sentido
Emily Esfahani
Filósofa y escritora
Creando oportunidades
Cómo vivir una vida con más sentido
Emily Esfahani Filósofa y escritora
Emily Esfahani
“La búsqueda de felicidad nos hace infelices”, asegura la filósofa, psicóloga y escritora Emily Esfahani. Una paradoja que descubrió en su infancia. Nació en Suiza y creció en Canadá inmersa en una comunidad de meditación sufí. “De ellos aprendí que a pesar de haber tenido una vida muy dura y de que no buscaban la felicidad, sus vidas tenían sentido”, reconoce. Así fue como, desde adolescente, comenzó a investigar una alternativa a la felicidad: el sentido de la vida. “Una vida con sentido proporciona, a la larga, un sentimiento de satisfacción más profundo y duradero”, asegura la experta.
La también periodista, es autora del libro superventas ‘El arte de cultivar una vida con sentido’ que ha sido traducido a más de 15 idiomas. Una obra en la que se sirve de la psicología, la sociología o la neurociencia para analizar cuáles son las claves que dan sentido a la vida. El estudio incide en estos cuatro pilares: la pertenencia y las relaciones con los demás, el propósito en la vida, un relato coherente sobre nosotros mismos y espacio para la trascendencia.
Emily Esfahani estudió Filosofía en el Dartmouth College, una de las universidades más antiguas y prestigiosas de los Estados Unidos, y realizó un máster en Psicología Positiva en la Universidad de Pennsylvania. Ha sido columnista de The New Criterion y editora de la institución Hoover de la Universidad de Stanford. Su trabajo ha aparecido en numerosas publicaciones como el New York Times o el Wall Street Journal. Hoy se dedica a divulgar por todo el mundo que hay más cosas en la vida que ser feliz.
Transcripción
“Sin sentido en la vida, sufrimos”
Los cuatro pilares del sentido son: pertenencia, propósito, trascendencia y narrativa
Les dijeron que pasaran un rato observando las copas de los árboles. Esos árboles son una obra increíble y antiquísima de la naturaleza. En su presencia, los estudiantes tuvieron esa sensación de admiración y trascendencia. Más tarde, cuando se los puso en una situación en la que podían ayudar a alguien, tenían muchas más probabilidades de querer ayudar a esa persona que los que no habían vivido esa experiencia. Hay algo en ese tipo de experiencias que reorganiza la manera en que pensamos en el mundo y nos empuja a actuar de modos que aportan más sentido. El último pilar es la narrativa. La narrativa trata de la historia que nos contamos sobre nosotros mismos, sobre cómo hemos llegado a ser la persona que somos hoy. Si pensamos en todas las historias que nos rodean en la vida, tenemos películas, televisión, los libros que leemos, los programas de radio que escuchamos. Todas ellas pueden ser, a su manera, fuentes de sentido, pero a lo que me refiero es a nuestra narrativa personal, a la explicación de quiénes somos y cómo hemos llegado a ser así. Me he dado cuenta de que, a menudo, cuando hablo acerca de este pilar, la gente lo encuentra fascinante y sorprendente. Creo que es porque normalmente no nos damos cuenta de que somos los autores de nuestras propias historias, de que tenemos una narrativa continua en la cabeza sobre quiénes somos y cómo hemos llegado a ser así. Si somos conscientes de esa narrativa, podemos editarla si nuestra propia historia no nos deja avanzar. Eso es, básicamente, lo que hace la gente que asiste a terapia o escribe un diario, la gente que suele reflexionar sobre su vida. Ese es el proceso de edición de nuestra propia historia. Si la historia que nos contamos no nos deja avanzar es posible modificarla o reinterpretarla, de tal modo que nos permita ir hacia delante.
Que esas ideas se asienten durante la infancia les da a los niños una muy buena base para lo que les espera en la vida. Me viene a la mente un estudio en el que se pedía a alumnos de secundaria que pensaran más allá de sus objetivos individuales. Sería lo que en el libro llamo “propósito”, pero lo presentaban en un lenguaje más cercano a los niños. Los investigadores pidieron a los niños que escribieran una redacción sobre qué contribución les gustaría aportar al mundo y la importancia que su educación tenía en esa posible contribución. Un chico escribió que quería ser ingeniero genético para poder producir más comida y ayudar a la gente que pasa hambre. Recuerdo, durante mis entrevistas del mismo estilo a adolescentes, que una chica me dijo que quería ser agente de policía para dar más seguridad a su comunidad. Y, volviendo a la investigación, los chavales que se enfrentaron a ese tipo de ejercicio luego tuvieron mejores notas en Matemáticas. Ese fue uno de los efectos.
Pero, además, cuando, durante el estudio, pusieron a algunos chicos a resolver una serie de problemas aburridos, pero les dieron la opción de jugar a videojuegos en un ordenador cuando quisieran, en realidad aguantaron más tiempo resolviendo los problemas. Tener ese marco mental relacionado con el propósito permitió que hicieran una tarea difícil, y que en principio no tenían ganas de hacer, porque entendieron que a la larga podía ser importante para lograr su propósito.
Así que, si nos pasa algo malo, tenemos la tendencia de dejar que eso ocupe un lugar central en nuestra mente y en nuestros sentimientos, mucho más que si nos pasa algo bueno. Hasta el punto de que, para que una relación funcione bien, por ejemplo, necesitamos cinco cosas buenas por cada cosa mala que pase. Así nos afecta lo malo. Hablando de narrativas, eso implica que, cuando nos pasa algo malo, es mucho más probable que incorporemos ese hecho a nuestras historias por la intensidad que tiene en nuestra mente. Y, probablemente, ignoraremos muchas cosas buenas que nos pasan y no las incluiremos en nuestras historias. El proceso de editar nuestras historias exige preguntarnos qué pruebas tenemos de los aspectos negativos que incluimos y qué cosas positivas podríamos incorporar a nuestra narrativa para contar una historia más esperanzadora o redentora.
Las humanidades pueden convertirse en una entrada al sentido de la vida.