“Leer me salvó la vida, escribir le dio un sentido”
Jordi Sierra i Fabra
“Leer me salvó la vida, escribir le dio un sentido”
Jordi Sierra i Fabra
Escritor
Creando oportunidades
“Intento que cada día sea una pequeña vida en 24 horas”
Jordi Sierra i Fabra Escritor
Jordi Sierra i Fabra
El escritor Jordi Sierra i Fabra nació tartamudo, empezó a escribir novelas con ocho años y sufrió acoso escolar. Sus compañeros le pegaban, sus profesores creían que no llegaría a nada en la vida y su padre le pidió que no fuera escritor, porque aquella profesión no tenía salida. Con todo en contra aprovechó la lectura, la escritura y la música para convertirse en autor superventas, situándose entre los 10 autores más leídos en centros escolares de España. “Os diré algo: cada golpe que recibí me hizo más fuerte. Tenía un sueño; quería ser escritor. Así que recibí muchos golpes y me los tragué. Y esos me hicieron más fuerte. Nunca pudieron conmigo. Un día llorando en casa descubrí que había una persona que sí creía en mí. ¿Sabéis quién? Yo. Es suficiente”, explica el autor.
Con más de 500 títulos escritos y más de 12 millones de libros vendidos, su trayectoria ha sido reconocida con prestigiosos galardones como la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2017, el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Premio Ateneo de Sevilla y en el año 2012 el Premio Cervantes Chico otorgado por la ciudad de Alcalá de Henares, a toda su trayectoria como creador en el campo de literatura infantil y juvenil, entre otros. Sin embargo, su mayor éxito es la creación del Proyecto Escritores por la Infancia y de la Fundación Jordi Sierra i Fabra, que promueve la literatura y escritura entre los más jóvenes. “Con la Fundación Sierra i Fabra llevábamos libros a lugares muy distantes, en canoa, en burro... Fuimos a un colegio hecho por dos barracones de metal a casi 3.000 metros de altura, frío y lleno de barro. Ese día descubrí que existe algo mejor que escribir: que un niño te dé las gracias porque le regalas un libro”, concluye.
Transcripción
Así que os voy a contar por qué soy escritor y después ya preguntáis lo que os dé la gana. Nací en Barcelona en el año 47, tengo 72 años de edad, y yo nací en una Barcelona en una posguerra. Mi idioma, el catalán, no podía hablarlo y nací tartamudo, soy tartamudo.
¿A que no lo parece? Pues no es broma. No podía hablar. Con 8, 9 o 15 años yo no podía hablar. Sigo siendo tartamudo. Lo bueno es que me reciclé, llegué a ser locutor de radio. Es muy cachondo que un tartamudo acabe de disyóquey. Yo lo conseguí, pero aquí entre amigos igual de vez en cuando tartamudeo. No es por nervios o porque esta me guiñe el ojo o algo así. No. Soy tartamudo. Es la verdad.
Tenía más problemas cuando era niño. Éramos pobres, televisión en mi casa no había, jugar en la calle, no, me podía pillar un coche. Estaba siempre en mi casa solo y leyendo. Soy hijo único, además. Solo y leyendo. Y digo leyendo, y me dirijo a la gente joven que hay aquí, todos tenéis menos de 20 años, ya lo veo, porque a vuestra edad yo me leía un libro al día. Al día. Repito, a mi leer me salvó la vida. Devoraba libros sin parar.
Me di cuenta, afortunadamente, de que yo estudiando era un burro integral, pero todo lo que leía se me quedaba aquí y aquí, lo absorbía. Lo absorbía. Además, no podía… En mi barrio biblioteca no había. Ni en mi colegio. Así que yo tenía que ir cada día a mis vecinos, me daban pan seco, diarios viejos. Iba un trapero, lo vendía y me daban dos reales cada tarde por lo que vendía de pan seco y diarios viejos. Sí había en mi barrio una librería de segunda mano. Para mí aquel lugar era un paraíso. Yo entraba en aquel sitio y quería leer todos aquellos libros, todos. Hechos polvo, caídos a pedazos, es igual, los quería devorar. Para mí eran la vida, me nutrían en todos los sentidos. Así que yo empecé a leer libros cutres y horteras, como yo, porque los libros de alquiler buenos valían tres pesetas. Yo solo podía alquilar con dos reales uno de marcianos, del Oeste o de gánsters, así que me formé leyendo porquerías. ¿Un milagro? No sé. El caso es leer.
“Soy tartamudo y descubrí que escribiendo no tartamudeaba. Leer me salvó la vida, escribir le dio sentido”
Mi padre me decía siempre en casa: «Jordi, hijo mío, somos pobres. Eres tartamudo». Yo pensaba: «Ahora me dirá que soy feo y me va a hundir la vida para siempre». Me decía: «Estudia, estudia o serás como yo, un don nadie, un trabajador».
Salí escritor. Ni mejor ni peor. Diferente, como todos lo somos. ¿Qué ocurrió? Un día, yo tenía ocho años, y mi madre entró a curiosear una casa en construcción. Había una puerta de cristal. Me dijeron que era un cristal irrompible. Demostré que se podía romper. ¿Cómo? Por narices, con esta. Pasé el cristal de aquí a aquí sin abrir la puerta y de camino me quedé sin brazo. ¿Veis el corte? Cicatriz, tendones. Me quedé sin nariz. Entera. Cortada. Tengo por aquí más cortes que no voy a enseñar porque estamos en televisión.
Fui a un hospital en Barcelona, medio muerto y desangrado. Y en aquel hospital, con ocho añitos, descubrí esta película que es la vida y de qué iba. Allí había gente muerta, gente enferma. Yo estaba, no es broma, vendado de pies a cabeza como una momia y colgado de hierros así. Tenía solo libre este brazo. Con solo un brazo no podía leer, era muy complicado pasar las páginas. Y me aburría. Y os diré algo, nunca me he aburrido. Para mí el tiempo es oro. Venimos al mundo con un cheque en blanco que es el tiempo que viviremos. Si lo malgastamos, no vuelve. Yo me aburría y le dije a mi madre: «Mamá, dame papel, lápiz y un cartón». Porque sí podía, en el hospital, con esta pierna poner aquí algo y dibujar o escribir. Y un día escribí una novela, tres páginas, mi primera novela. ‘Asalto al First National Bank’. Aún la recuerdo.
Se la di a mi padre, mi padre la leyó y dijo: «Vale sí, pero tonterías pocas, ¿eh? Estudia». Y la rompió. Primera consecuencia. Nunca más volví a enseñar nada a nadie. Escribí siempre para mí hasta que publiqué el primer libro. Esto es importante porque hoy en día escribís una cosita y queréis que alguien la lea. Que la lea la mamá: «Ay, hija mía, qué bien que escribes». Ni caso, es tu madre. Así que yo me di cuenta en ese momento de algo muy importante, escribiendo no tartamudeaba. Eso era genial para un crío de ocho años tartamudo. Yo era un tartamudo de los que no podía hablar, o sea, me quedaba bloqueado, dejaba de respirar, hacía… Y me quedaba así. Era muy duro.
Nunca, hasta que tuve unos 17 o 18 años, no pude hablar. Así que, para mí, escribir era la salvación. Y dije: «Voy a ser escritor». Claro, dicho así parece muy fácil, y no lo fue. No lo fue. Ahí vino el gran problema. Mi padre. «Papá, quiero ser escritor». Me dijo: «¿Cómo se estudia eso?». Digo: «Papá, eso no se estudia. Yo cada día leo, escribo y aprendo solo». Mi padre me dijo: «Lo que no se estudia no se aprende». «Papá, quiero ser escritor». «No. Te morirás de hambre, hijo mío. Esto para comer no da». Mi padre me prohibió escribir. Yo le dije: «Papá, aunque sea poco ganaré algo, ¿no?».
Quería ser escritor, no rico o famoso, eso es otra historia. El arte se mide por lo que sientes al hacerlo, no por lo que te pagan por hacerlo. Y yo quería escribir. Era un niño, nada más que un niño que tenía un sueño. Mi padre me lo prohibió. Mi padre, si me pescaba escribiendo, lloraba. Nunca se enfadaba, nunca me gritaba, nunca me puso la mano encima. Lloraba. Es lo peor, porque estás luchando contra un padre que llora porque sigues tu sueño. Pero a mi pobre padre no le culpo de nada. Hizo una guerra española, la perdió, le dieron por todas partes. Cuando él llevaba muerto 12 años, descubrí que era hijo ilegítimo de una familia de Valladolid muy famosa. Tengo un pedigrí famosísimo y nunca lo supe hasta que fui mayor.
Entonces, entendí a mi padre años después de muerto. En aquel momento no. A mi padre no le culpé nunca de nada. Quería lo mejor para su hijo. Mi escuela fue mi gran trauma y lo que me decidió por fin a tomarme en serio lo escribir. Veréis, iba a una escuela en la que éramos 55 en clase. Además, todos chicos, no había goce visual. Todos eran tíos.
En mi escuela había, por ejemplo, un profesor de Matemáticas que de vez en cuando decía en clase: «Venga, vamos a reír un rato. Sierra, a la pizarra». «Vamos a reír un rato». Era el bufón de la clase. Imaginaos cómo era mi escuela. Recuerdo un día que me dijo: «¿Dos y dos cuánto son?» ¿Por qué? Porque para un tartamudo las palabras empiezan por C, P o T son impronunciables.
Dos y dos son cuatro. Y aquel día dije en clase: «Cua-cua-cua». Y dijo el profe de matemáticas: «Parece un pato, ¿verdad?». Cuidado. Era un niño. Imaginaos cómo era mi escuela. El día de mi vida más importante, y llego al final de la historia, esta es la introducción, tenía 12 años.
En clase de Lengua, la maestra dijo en clase: «Venga, redacción. Tema libre». La gente normal ¿qué hace? Lo típico. «Mi mamá me mima». Tres páginas. «Es primavera, qué bonito». Tres páginas. Yo no. Tema libre. Hice un cuento de un marciano verde, peludo, baboso y asqueroso que bajaba de Marte a la Tierra y se perdía. ¿La película ‘E.T.’, la habéis visto? ¿Os suena? Yo hice ‘E.T.’ con 12 años. Me la copió Steven Spielberg, que es muy guarro. Cuando vi ‘E.T.’ dije: «Ahí va, es mi cuento». Era lo mismo. Exactamente el bicho aquel, con el culo así, diciendo: «Mi casa, mi casa, mi casa». Lo mismo.
Pero veis, mundo injusto. Steven Spielberg va y se forra. A mí me clavó un cero. Me dijo: «Sierra, hijo mío, qué burro eres». Me puso un cero. Con un cero mi padre me mataba. Tuve que decirle: «Maestra, ¿un cero por qué?». Ortografía: no había faltas, leía cada día. Tres páginas no, yo seis folios. Era un tío ya… Era incontenible. Vocabulario alto. Leía en casa el diccionario para buscar palabras nuevas. Mira si era un bicho raro.
Era un cero injusto. Y le dije: «Maestra, quiero ser escritor». Me miró y me dijo delante de toda la clase: «¿Tú escritor, Sierra? Mira, hijo mío, mejor te buscas ya un trabajo porque eres un inútil y lo serás toda tu vida. No sueñes». Me dijo que no soñara con 12 años. Es lo peor que se le puede decir a un niño de 12 años. Aquel día me fui llorando a mi casa. Nunca lo olvidaré. Cerré la puerta de mi cuarto y llorando dije: «¿Alguien cree en mí?». Mi padre me prohibía escribir y según la escuela yo era un ser inferior. Cuidado. En la escuela, además, yo sufrí acoso escolar. «Bullying». Sufrí palizas por ser tartamudo.
Os diré algo, sobre todo a este, que es un niño joven. Cada golpe que recibí me hizo más fuerte. Tenía un sueño. El que pega es un cobarde cagado de miedo, que le tiene tanto pánico a la vida que emplea su violencia, su miedo, con la violencia, para acosar a los demás. Los que me pegaron siguen siendo unos desgraciados, les he seguido la pista.
Yo me aferraba a un sueño. Pensaba: «Yo soy mejor que tú, porque sé lo que quiero ser. Tú no sabes lo que quieres ser». Así que recibí muchos golpes y me los tragué. Y esos me hicieron más fuerte. Nunca pudieron conmigo. Aquel día, llorando en casa, descubrí que sí, que había una persona que sí creía en mí. ¿Sabéis quién? Yo. Es suficiente. Os diré algo, y me pongo de pie, vuestro padre es vuestro padre. Los jóvenes. Vuestra madre os ha parido. Perfecto. Los profes, que no son tontos, saben más o menos cómo sois y de qué pie calzáis. Perfecto. Pero cuidado, lo más importante lo sabéis solo vosotros. ¿Y qué es lo más importante? Lo que cada cual tiene aquí dentro, aquí dentro y aquí dentro. Esto es vuestra vida, son vuestros sueños.
Si estáis seguros de algo, hacedlo. Si creéis en algo, id a por ello. Que no os coman el tarro. Tenéis solo una vida y es corta, se pasa volando. Si creéis en algo, que no os digan: «Sed médicos que ganaréis pasta». No. Sed médicos si queréis coger a un tío como yo, rasgarle y cambiarle el hígado de sitio. El placer… Haced lo que os gusta. Estoy harto de oír a vuestros padres, los jóvenes, diciéndoos: «Hijo mío, estudia algo con salida». ¿Qué sois, una autopista o qué? Por Dios. Con salida. Sed caminos de cabra, id por donde queráis, sed felices. El dinero llega después. Vivimos en un mundo materialista, egoísta, en el que no hay ningún trabajo de hoy en día que dentro de 20 años siga existiendo. Y ningún estudio de hoy en día que os asegure la vida.
¿Qué os va a asegurar la vida? Tener esto abierto, el corazón abierto, el estómago resistente y leer, absorber la vida como esponjas. No perderla. Aquel día llorando en casa pensé: «¿Qué hago, escribo o no escribo?». Si venís un día a Barcelona y venís a la Fundación Sierra i Fabra, veréis en la fundación, en el museo, las novelas que yo escribí con 10, 11 y 12 años. De 100 páginas. Y decían que yo nunca sería escritor. Están ahí expuestas. Las escribía a mano, de 100 páginas. Aquel día me dije: «¿Escribo, sigo o no?». Y me planteé un reto, me dije: «Si hago un libro gordo», era un niño, «es que lo voy a conseguir». Hice un libro de 500 páginas. También está en la fundación expuesto, el original. Cuando lo terminé al cabo de dos años, tenía muy claro que yo iba a ser escritor. No sabía si rico, pobre, famoso… Esto me daba igual.
Y es lo que he sido. Nunca he dejado de escribir. Esta es la razón de que yo sea escritor, de que nadie me haya parado nunca y de que lleve hechos más de 500 libros porque nadie me pudo frenar. Y quiero contar esto de entrada para que ahora en el diálogo sepáis un poco quién soy. No estoy loco. Soy un bicho raro, sí. Pero el diálogo a partir de aquí queda abierto para que lo que queráis preguntarme lo preguntéis.
La he oído en el cementerio de Venecia en el que está Igor Stravinsky ahí sentado en su tumba con los cascos oyéndomela. En medio mundo, porque cuando oí aquello supe lo que era la música para mí. En ese momento, ese niño que era yo, televisión no tenía, pero radio sí. Y me oía óperas por radio. Porque yo me imaginaba, cuando decía el locutor de Radio Nacional de España: «Tercer acto. Tristán va por el bosque galopando, Isolda está…». Y yo veía una película porque soy hijo del cine. Iba siempre al cine cuando era niño. Siempre voy al cine. Todavía hoy me veo cada día una película o dos antes de acostarme. Así que oía un tipo de música que fue para mí muy especial.
Pero a los 16 años acabo la escuela. En aquel tiempo, bachillerato superior con reválida. Me pongo a trabajar en la construcción ocho horas al día como empleado de una empresa. Mi padre me obliga a estudiar aparejador, que era todo matemáticas. Y yo lo odiaba profundamente. ¿Qué es el aparejador? El que está debajo el arquitecto. ¿Por qué lo escogí? Porque ya que no podía escribir, aunque seguía escribiendo, quería crear algo, dejar en la vida una huella. Aunque fuera una casa, aunque no la hiciera yo. Soñaba siempre. Soy un romántico. Siempre lo he sido. Así que estudié eso. Cuando vi que todo era matemáticas fue mortal. Estuve seis años trabajando de día y estudiando por la noche.
Pero ¿qué ocurrió en ese tiempo, a los 16 años míos? Llegan los Beatles. Ahí sí que mi vida cambió. Eran como era yo, sentían como sentía yo, vivía como yo quería vivir y nadie me dejaba. Y John Lennon se convirtió en mi hermano mayor, mi referente. Todos buscamos en la adolescencia un espejo, alguien de quien aprender. Un maestro, un mentor, lo que sea. Para mí lo fue John Lennon. Se convirtió en el hermano mayor que nunca tuve. Bueno… En aquel tiempo seguía vendiendo pan seco. Aunque trabajaba, lo que ganaba se lo daba a mis padres para comer. Entonces yo estaba siempre sin dinero. ¿Qué hacía cada semana para comprarme un long play? Lo que sería hoy en día un CD, ¿eh? Un long play. Bueno, pues me iba cada día a pie a trabajar y a la escuela. Me hacía cada día a pie 15 kilómetros. Una cultura del esfuerzo que hoy en día no existe.
El esfuerzo en aquel tiempo implicaba conseguir algo sudando la gota gorda, pero luego cómo lo disfrutabas. Hoy en día ¿qué hacéis los jóvenes? ¿Queréis un disco? Internet. YouTube. Y encima lo oís mal. Con altavoces del ordenador. Yo lo oía con altavoces grandes y la música tiene que inundarte. Para mí un disco era un ritual. Toda la semana ahorrando el bus y el metro. Ir el sábado por la tarde a la tienda, comprarme el disco, llevarlo a casa, sacarlo con los dos dedos, ponerlo, la aguja, escucharlo. Sentíamos las cosas. Hoy en día se sienten menos. Faltan emociones. Pero no voy a ir por aquí, sigo con lo otro. La música. ¿Por qué? Bueno, antes te he dicho que yo alquilaba libros para leer. Los discos, iba a pie, ahorraba cada semana el bus y el metro y el sábado por la tarde iba a una tienda de discos y me pasaba toda la tarde oyendo los diez long plays que salían cada semana. Había mucha más música antes. Hoy en día U2 saca un disco cada tres años, Madonna cada cuatro, el otro cada ocho. Antes había un LP cada año por cada artista. ¿Sabes lo que es ir con 16 años, 18 años, a una tienda y ver en la tienda en un mismo día Traffic, Who, Pink Floyd, Beatles, Rolling Stones?
Y decías: «¿Cuál me quedo, por Dios?». Los oía todos. Iba a una pecera. No había… En una pecera los oía todos. ¿Y qué hacía un tipo como yo en una pecera oyendo discos una tarde cuatro horas seguidas? Me leía las contraportadas de los discos. Y así, sin darme cuenta, aprendí inglés, supe de qué iban las cosas, elegía el mejor disco y tenía una memoria increíble. Este guitarra tocó el otro día en tal disco. ¿Matemáticas? Burro. ¿De música? Todo se me quedaba aquí. Era increíble. Nunca imaginé que esto me serviría para ganarme la vida. Un día, en Barcelona, yo tenía ya unos 17 o unos 18 años, me dijo un tipo: «Chaval, ¿quieres ser escritor?». Dije: «Sí». Y me dijo: «Pues mira, en este país nuestro, España, una de tres: padrinos, dinero o un nombre».
A ver, yo era muy tonto, me fui a casa a reflexionar. Yo siempre me iba a casa a pensar. ¿Dinero? Ni flowers, no había. ¿Padrinos? No conocía a nadie pa darme un empujón como no fuera por un barranco abajo. Pero el nombre me lo podía hacer yo. Cuidado. Era un empleado de la construcción en una empresa siniestra estudiando aparejador por la noche en una dictadura y dije: «Me haré un nombre». O era un iluso o realmente creía en mí. Si no crees en ti mismo, nadie va a creer en ti. Todo está aquí y aquí. No tienes nada más. Así que me dije: «Vale, me haré un nombre». La vida es muy sencilla. ¿Quién la complica? Nosotros. Somos demasiado complicados, pero en el fondo es sencilla.
Yo me dije: «¿Qué hago yo mejor que los demás?». Escribir. Hacía novelas, ya una cada año, así de gordas. ¿De qué sabía yo más que los demás? De música. Sabía un montón. Tenía olfato, además. Así que dije: «Voy a escribir de música». Durante dos años envié cada semana una carta de 20 folios a la semana a Radio Madrid desde Barcelona. En aquel tiempo el programa de música más importante era ‘El gran musical’. Aún no había 40 Principales. Era ‘El gran musical’. Durante dos años cada semana una carta contando historias de música. En ‘El gran musical’ había unas chicas jóvenes como yo que abrían cartas de los fans. Claro, cada semana la carta del Jordi. Primero porque era así de gorda.
Le hablaron de mi al gran jefe de ‘El gran musical’, Tomás Martín Blanco, y me hicieron delegado en Barcelona de ‘El gran musical’ de Madrid. ¿Eso qué era? Nada. De vez en cuando leían por radio un pedazo de mis cartas y ya está. Pero con esto y este morro ya iba a todas partes gratis. Discotecas y conciertos. Bueno, al cabo de un tiempo, en ‘El gran musical’ se hicieron una revista, ‘El gran musical’. Yo ya fui el corresponsal en Barcelona. Ya gané mi primer dinero escribiendo de música. Trabajo, estudio, ‘Gran musical’, la radio. Ya pasaba algo en mi vida. Y pasó. Con ‘El gran musical’, el periódico, al cabo de un año mi nombre ya estaba aquí arriba. Vino la competencia, Disco Express, me hicieron director. Con 22 años me pude enfrentar a mi padre por fin. Le dije: «Papá, dejó de trabajar y dejó de estudiar. Voy a hacer lo que me gusta, que es escribir». Iba a Nueva York, a Los Ángeles, a Roma, a Londres. Empecé a viajar con los grandes de la música rock, a estar con ellos, a entrevistarles, a irme de giras, a lo que sea. Y durante un tiempo, aparte de Disco Express, fundé ‘Popular 1’, fundé varias revistas, superé la tartamudez, tuve un programa de radio.
Así que la música me sirvió para darme a conocer. Para mí es mi energía. Tengo ahora mismo en mi casa 30.000 discos. Sigo oyendo música, es parte de mi vida. Pero en aquel momento lo utilicé para ser escritor. Y la prueba es que cuando ya era escritor, había publicado libros, tenía un premio importante como el de Villa de Bilbao, y estaba casado y con dos hijos, era el crítico musical español de prensa escrita más importante, porque tenía mucho poder, dije: «Voy a dejarlo todo para hacer novelas».
Vivía demasiado bien. Esto cuesta de entender. Yo quería irme al África, a Asia, a América Latina. Quería que me pasaran… Quería escribir, quería ser novelista. Tenía que sentir cosas. Y claro, yo vivía en un mundo de fábula. Todo era música, ya te digo, el Concorde, helicópteros, limusinas. Vivía de fábula. Pues casado y con dos hijos le dije a mi mujer: «Lo dejo todo para ser novelista de una vez». Y mi mujer me dijo únicamente dos palabras: «Ya comeremos». Y lo dejé todo. Lo dejé todo para hacer novelas. Si estás seguro de algo en la vida, tienes que hacerlo. La música era muy importante, pero no tanto como escribir. Y sigue siendo importante. Mis amigos son músicos más que escritores. Sigue siendo pura energía lo que siento al escuchar música, pero nací para escribir. Quería escribir y la música la usé para esto.
Con algunos músicos tuve mucho contacto, otros no se dejaban entrevistar. Así que te puedo contar cien mil historias. George Harrison nos invitó a gente de España cuando inauguró Dark Horse Records. Y recuerdo que estábamos en un pub de Londres de noche, con George Harrison ahí, y entró la policía porque había alcohol. Y George Harrison dijo: «Yo no me quedo». Abrió una puerta y echó a correr. Y yo tras él.
¿Sabes lo que es ir por Londres corriendo a las tres de la mañana detrás de George Harrison con cinco tíos más? Pues son historias que son divertidas, curiosas, lo que sea. Así que hay muchas. Y de todas sacas algo. ¿La música cuándo cambia? ¿Eso cuándo se acaba? El día que matan a John Lennon. Ese día el rock cambia. ¿Por qué? Porque los cantantes dijeron: «¿Seré yo el próximo?». Tuvieron miedo. A partir de ese momento ya no hubo backstage libre. Yo estaba en los conciertos, backstage libre, estaba en los camerinos, tenía un pase, una credencial que me daba acceso a todo. Nunca les he mitificado. Por ejemplo, a los Beatles los he conocido a todos menos a John Lennon. Lo mataron antes de que pudiera conocerle. En cambio, en mi libro más famoso, uno de los más famosos, ‘El joven Lennon’, es su vida cuando él crea a los Beatles con 15 años. Así que te podía contar historias de música y faltarían días y semanas para hablar de todas.
Cuando hago ciencia ficción, soy Dios. Invento un mundo que no existe. ¿Novela policiaca? Ha de ser un guion exhaustivo, todo ha de encajar a la perfección. ¿Hago novela histórica? Soy un burro. No tengo estudios. He de leer, he de aprender. He de ir a un país a visitarlo para absorber ese país para poder escribir. Hoy en día os dicen: «Bah, tienes Google Maps. Vas a Google Maps y vas por la calle». ¿Y los olores? ¿Y los sonidos? Esto no está en Google Maps. Yo he de sentir las cosas, las he de captar yo. Si no, no me sirven.
¿Primero qué hago? Lo he traído para que lo veáis. El guion. Esto es el guion de varios de mis libros recién hechos. Este está recién hecho hace muy pocos días, calentito. Esto es el guion de un libro. Miradlo bien. Este es policiaco. Saldrá en marzo, de la serie Mascarell. El número 11 de la serie Mascarell. Fijaos lo largo que es el guion. Fijaos lo largo que es cada página porque cada capítulo, capítulo 18… Dos páginas de resumen del capítulo 18. 19. Dos más. El 20. Dos más. El guion de un libro. Soy rápido escribiendo, lento pensando. Todavía hay, con perdón, idiotas que me preguntan: «Tendrás 50 negros, ¿no?». No tengo ni secretaria. Lo hago yo. Me encanta hacer los libros. Otro detalle importante. Si te fijas, verás que los días van correlativos. Y diréis: «¿Sábados y domingos también trabajas?». ¡Sí! El arte no admite sábados y domingos. Puede que en sábado me haya hecho ocho páginas. Y en este en un sábado, un domingo, me hice cinco porque igual me fui al fútbol a ver el Barça o me fui con mis nietas a ver lo que sea. Vale.
Acabo de hacer un libro. Acabo de escribirlo. ¿Por qué gusto a la gente joven y devoran mis libros? Porque no les vendo motos. No me enrollo, no pongo paja. Cuento una historia con las palabras justas y precisas, directas. Y ya está. No quiero cambiar el mundo. Cambio a la gente, lo sé. Un libro siempre cambia a la gente. Pero soy un novelista, hago novelas. Soy un cuentista. Nada más. Entonces cuando acabo un libro, ni me lo leo. Va a la editorial. ¿Que le gusta? Publícalo. ¿Que no le gusta? No lo publiques. Lo mando a otra.
Jopé. Entonces te das cuenta de que no vas a cambiar el mundo con tus libros, no eres tan importante. Pero las novelas cambian a las personas. Las ayudan siempre. Siempre. Porque en la adolescencia somos inseguros, buscamos espejos, buscamos puntos de apoyo, tenemos rabia, una rabia incontrolable. Yo siempre digo: «Esa rabia que tienes con 15 años es tu energía». Si sabes dominarla y dirigirla, vas a comerte el mundo. Si tu rabia es negativa, te va a destruir. La rabia es inherente a la adolescencia. Hay que sentir esa rabia. Es parte de la vida. Y si lees ese libro y lo encuentras y tu vida cambia, eso ya es el privilegio máximo.
Yo tengo dos libros. Uno fue ‘El filo de la navaja’ de William Somerset Maugham. ¿Por qué? Porque el prota era un tío idealista y yo dije: «Quiero ser como él». Entonces ya sí, cuando el prota se va a Katmandú dije: «Un día iré a Katmandú». Fui con 40 años, pero fui a Katmandú. Cumplí mi palabra. Pero el gran libro que me cambió la vida y me hizo ser como soy y entenderme, sobre todo, ‘El manantial’. Escrita por Ayn Rand. Ayn Rand era una rusa exiliada en Estados Unidos y fue tan importante, creó una corriente filosófica con su pensamiento. ‘El manantial’ es la historia… Si no queréis leer el libro, porque es muy gordo y farragoso hoy en día, ved la película de Gary Cooper y Patricia Neal. Ayn Rand en sus novelas habla del individualismo.
Yo creo en la colectividad, creo en el grupo, pero en un equipo de gente, en un equipo de fútbol, solo hay un Messi. O un lo que sea. Yo soy individualista. Soy artista. Lo que yo hago sale de aquí. Y es mío. De nadie más. Y aquel chaval que era yo con 18 años, que trabajaba en la construcción, que aún tartamudeaba, que estudiaba de noche algo que odiaba, se dio cuenta de qué tenía que hacer para llegar a ser escritor.
Un médico estudia medicina, le dan un diploma y tiene un punto en el que apoyarse. Un arquitecto igual, un diploma, tal y cual. Un trabajador, un lampista, es un oficio. Lo aprende, es lampista. Pero escritor ni se estudia ni se aprende, se siente. Escribir es algo que sale de dentro, de las tripas. Por tanto, aquel chaval que era yo, dije: «¿Qué puntos tengo yo de apoyo?». No tenía ninguno. No tenía nada a lo que agarrarme. «¿Cómo seré escritor?». Esa novela me hizo pensar en lo que yo creía de la vida y de mí mismo. Entonces me construí, en lugar de tener en la pared algo, me construí un taburete mental de cinco patas. Un taburete, sabéis lo que es un taburete, con cinco patas y me senté encima. Ese fue mi punto de apoyo, mi trono. ¿Cuáles son las cinco patas? Las cinco palabras que han marcado toda mi vida. Amor. Paz. Respeto. Honradez. Y esperanza.
Para mí la paz es esencial. Nunca he entendido la violencia. Nunca. Me supera, me supera. Para mí es algo… Cuando tuve que hacer la mili, obligatoria en aquel tiempo, me negué. Y tuve que sobornar a un militar para no ir al Sidi Ifni, al África, con un uniforme. Para mí los uniformes me dan miedo y las armas las odio. Así que me jugué un consejo de guerra, que me fusilaran, pero me negué. No podía entenderlo, así que no fui. Por tanto, para mí la paz es esencial.
El amor. Hay que enamorarse cada día. Y enamórate de cosas, de una ciudad, de algo. El amor es necesario. Respeto. La gente no se respeta. Fijaos bien, hemos creado herramientas maravillosas como Internet o Twitter o Facebook, y las estamos usando para odiar. Cuando veo en Internet «Las redes arden». No. Arden cincuenta mil descerebrados sin nada más que hacer que meterse con el traje que llevaba Sergio Ramos en la boda o con el peluquín que lleva el otro tío en no sé qué. ¿Eso es importante? Anda ya, por Dios. Por tanto, no hay respeto. Honradez. La cuarta. Vivimos en un mundo… Fijaos la corrupción que hay, el dinero que hay del narcotráfico, ¿adónde va a parar? O sea, un tipo que encima roba a su país o a su partido o lo que sea, y encima se lo lleva a Suiza. La honradez es básica. Dame a una persona honrada y tendré alguien en quien creer.
Y por último la esperanza. ¿Por qué es lo último? Veréis, siento decirlo, no creo en dioses ni en paraísos ni en más allás. No. Creo que somos un accidente cósmico maravilloso, pero mi vida es esto aquí y ahora. Y cada día me levanto con una ilusión tremenda. Hay días en que ni me lavaría porque he dejado el libro el capítulo cuatro y quiero escribir el quinto. Y tengo ganas de ponerme a escribir. Por tanto, mi esperanza es únicamente lo que hago cada día. Estar vivo, tener la ilusión de escribir, de ser feliz, de hacer lo que me gusta y punto. Y sueño. Y mi gran ilusión sería morir con 100 años y escribiendo. Entonces ese taburete, esas cinco patas, esas cinco palabras nacen de leer un libro que me hizo pensar en quién era yo y cómo quería. Y todo el mundo tiene que encontrarlo si lee.
Entonces me daba cuenta de que había mucha gente, como todo niño o niña, que también soñaba. Y un día me dije: «Jordi, vas a crear un premio literario». El premio Jordi Sierra i Fabra para menores de 18 años. Tiene que haber detrás algo que lo respalde. Entonces dije: «Voy a hacer, además, una fundación. Una fundación que apoye el premio y más iniciativas». Cuidado. No soy rico, no soy millonario. Jodorowsky, el gran Jodorowsky, me dijo una vez: «Jordi…» Bueno, me lo decía siempre. «Si la vida te dio un don, tienes que devolverle a la vida un 10%». Y tengo un don. Sé escribir. Y rápido. Así que, lo único que hago es, ese 10%… No me cambio el coche cada año, vivo en el mismo lugar desde hace 30 años. No soy un tipo de lujos. Aunque he estado en medio mundo me enamoré de Medellín. Me dijeron en Medellín: «Jordi, aquí con muy poco dinero haríamos como tú en Barcelona».
Y dije: «Pues haré dos fundaciones» para crear un puente cultural Barcelona-Medellín, Cataluña-Antioquia, España-Colombia. Y lo creé hace 15 años, en 2004. En Medellín conseguimos llegar a ser… Bueno, nos dieron el premio Ibby-Asahi al mejor proyecto cultural del mundo. Me han dado la Medalla de Honor de Barcelona también por la fundación. En el último año… Esto lo digo como chiste, pero es verdad. España me ha dado la medalla de oro de las bellas artes y Cataluña la creu de Sant Jordi. Y le dije a mi mujer, digo: «Oye, ¿me voy a morir? ¿Sabe algo que yo no sepa?». Porque claro, cuando te dan premios en vida, sospechas. Sospechas mucho. Pero no, de momento sigo aquí. Gandhi decía que la peor violencia es la indiferencia. Y es verdad. Estamos en un mundo, antes lo he dicho, egoísta y materialista. Nadie hace nada por los demás. O casi nadie. Creo que hay que hacer algo, lo que sea, donde sea.
Si yo hubiera tenido una leucemia como la tuvo José Carreras, tendría una fundación para ayudar a gente con leucemia. Pero soy escritor e intento que la gente joven lea. Y además que escriban. Serán mejores personas. Sabrán contarle al papel cómo se sienten. Por lo tanto, la fundación responde a un montón de mis inquietudes de hacer algo por los demás. No espero que me lo agradezcan. Por ejemplo, en Barcelona hace 11 años hice una iniciativa. Estaba harto de ver a los futbolistas, del Barça, del Madrid, del Espanyol, ir el día de Reyes a los hospitales, bueno por Navidad a los hospitales, a llevar a los niños juguetes. Con TV detrás y prensa detrás. Y me daba rabia. Además, nunca dan libros, dan juguetes. ¿Qué pasa, que un libro no es un juguete?
Llamé a cinco escritores amigos míos hace 11 años y fuimos a ver tres hospitales el día antes de Navidad a llevar nuestros libros a niños enfermos. Hoy en día somos 50 escritores con más de 20 hospitales por todo Barcelona. Y ya el ejemplo ha cundido en Valencia, en Girona, en Tarragona y en Lleida. Pero ¿cuál es mi norma? No queremos prensa. No lo hacemos por fardar o por decir: «Qué buenos somos que vamos a los hospitales». No. No. Y cuidado, ir a un hospital a ver niños en oncología que se están muriendo es duro. Ir a ver niñas con anorexia o bulimia vendadas, temblando, es duro. Y vamos. Escritores por la infancia. Eso es algo que sin la Fundación Sierra i Fabra… Me lo dicen: «Mira qué simple, pero si no se te llega a ocurrir a ti, no existiría».
He creado el Premio al Maestro del Año en Cataluña. ¿Por qué? No tuve a ningún maestro al que quisiera. Ninguno. Y es muy triste. Y durante años los maestros han puesto mis libros. Les quiero. Sin ellos no estaría aquí, no comería cada día como como. Así que he creado un premio para honrar a un maestro cada año. La fundación está para esto.
¿Sabes el día que descubrí que sí había algo mejor que escribir? Fue un día que en Medellín, en Colombia, la Fundación Sierra i Fabra durante un tiempo, con el Banco de Colombia, llevábamos libros a lugares muy distantes. Bibliotecas de 300 o 400 libros seleccionados. Y los llevábamos en canoa, en burro, con las FARC… Las FARC te paraban, pero como eran libros no te hacían nada. «Pasa, pasa». Era peligroso, pero pasábamos. Bueno… Pues llevábamos cada cuatro días una biblioteca a algún pueblito por ahí perdido y un día dije: «Quiero ir yo». Y fuimos a la biblioteca en un lugar llamado Copacabana. No Copacabana Brasil, sino Copacabana Medellín, Antioquia. Era un colegio hecho por dos barracones de metal a 2.000, casi 3.000 metros de altura, con un frío que pelaba. Había un palmo de barro. No pudimos llegar hasta arriba. Y después de ir a la biblioteca y dar mi charla, de repente me tiran del pantalón. Hago así y había un niño bajito, raquítico, una cosita así pequeñita, tenía unos siete, ocho años, y me dice muy serio: «Oiga, ¿usted ha traído los libros?».
Y yo también le digo muy serio: «Sí, ¿qué pasa?». Y me dice: «Nada, es que me encanta leer». Giré la cabeza y me eché a llorar. No pude evitarlo. En ese momento me di cuenta de que sí había algo más importante que escribir. Y es que un niño te diga «Gracias por darme un libro». Y esto sin la fundación no existiría. Así que, la fundación responde a todas esas inquietudes.
También tenemos una revista literaria online gratuita. Se llama www.lapáginaescrita.com. Cada tres meses publicamos una revista de 100 páginas gratis, o sea, la puede ver la gente, y entrevistamos a escritores que nos cuentan cómo escriben y por qué escriben. Para que la gente aprenda a escribir. Y publicamos relatos y poemas a chicos y chicas hasta 21 años. Intento que la gente lea. Mira, hoy en día la incultura se huele. Vais a buscar trabajo y el de delante en dos minutos os huele que apestáis a burros. Os lo huele. Así que la cultura no se aprende estudiando, se aprende leyendo. Estudiar te da una disciplina, tal y cual, pero únicamente. No puedes llegar a todo.
Desde que hay Internet aún es más fácil llegar a todo. La gente no lo usa para aprender, lo usa para hacer el idiota. Así que hay más burros que antes. Por tanto, yo intento predicar con el ejemplo. Premio literario, la revista online ‘La página escrita’, los hospitales, tal y cual. Hacemos cosas. Tengo un equipo de gente maravilloso. Cuatro personas. En Barcelona no somos más. En Medellín hay más. Y la fundación es esto. Únicamente la última locura de un señor. Pero al menos la he visto en vida, la disfruto en vida. Y bueno, me quedan cosas por hacer, claro. Todavía falta que alguien le ponga mi nombre a un colegio. Me encantaría. Sí. Si alguien tiene colegio y quiere ponerle mi nombre, que lo ponga. Sí. Y lo digo así, o sea, no me da ninguna vergüenza. Sí, hombre, sí, es divertido. Yo que odié tanto mi colegio, sería genial. Así que bueno, ya he hablado de la fundación.
Hombre, claro que hago planes, pienso en el futuro, tal y cual, pero cada día cuando me levanto he de sentir la vida que me motiva a levantarme contento y a escribir. Claro que tengo altibajos como todo el mundo, pero intento, repito, como le he dicho a ella, para hacer los mejores libros que pueda escribir y contar las mejores historias y seguir siendo yo mismo, he de tener esa confianza, esa esperanza, esa creencia de que hoy es hoy, mañana no existe, el pasado ha pasado. Igual que cuando hago un libro cada capítulo que hago lo enfoco como si fuera una sola novela y cuento ese capítulo, que luego va unido con los demás. Pues cada día de mi vida es parte de una cadena. Te juro que cada libro que he hecho sé cuándo lo he hecho, por qué lo he hecho, cómo lo he hecho y lo que he sentido.
Escribo cuando viajo. En los aviones, hoteles. ¿Pa qué pensar en casa? En casa no puedo pensar. En casa escribo. Pensar no. Me cojo un avión. 15 horas en avión. ¿Qué hago? Escribir. Hacer guiones. Me voy a islas donde no hay ni televisión ni periódico ni Internet. Dos semanas aislado, ahí a pensar. Estoy solo, y es duro estar solo sabiendo que tienes en Barcelona nietas, hijos, esposa, gente que te quiere. Es duro. He tenido una vida muy llena, pero la lección es que esa vida llena me sirve para cargar las pilas hoy. Es como el móvil, que por la noche lo enchufas y por la mañana te levantas y el móvil está cargado. Pues es igual.
Duermo cada día nueve horas. He de dormir mucho para estar bien físicamente. Nueve horas. De una de la madrugada a diez de la mañana, que es la hora en que me levanto. Nueve horas. Y me levanto y vivo ese día. En mis viajes he estado a punto de morir seis veces. Me he caído en avión tres. Una en Lhasa, en el Tíbet. Bueno, yendo a China. Otra es Johannesburgo, en Sudáfrica. Y otra en la Martinica. He estado a punto de morir en el terremoto de Chile de 2010. Escala 8,8, el octavo más grande de la historia. Yo estaba ahí, arriba del todo del rascacielos haciendo así. Tenía una sangre fría acojonante porque bajé vestido. Me vestí. Cogí el guion que estaba haciendo y el pasaporte. Bajé con el guion y el pasaporte, que era todo lo que me interesaba. Así que…
En la India una vez, en Amritsar, en el Punyab indio, unos paramilitares me cogieron, me pusieron allí en un paredón como si fueran a fusilarme. En Sri Lanka, en Colombo, atentado terrorista. En cambio, nunca lo he contado en mis libros. Es parte de mi vida. O sea, no lo uso. Te lo cuento a ti porque estamos aquí hablando en familia. ¿Me han hecho mejor o peor? Me han demostrado que tengo sangre fría. Porque el día que se caía el avión en Chengdú, éramos 30 españoles, y yo gritaba: «Tranquilos, no caemos, bajamos rápido, pero no caemos». Así que, la lección, no sé. Lecciones tal y cual… Hoy. Vive hoy. Vive hoy. Siente hoy. Enamórate hoy. Una vez di una charla hablando del amor y un amigo mío me dijo al cabo de tres meses: «Jordi, ¿sabes que aquel día después de oírte hablar llamé a mi padre y le dije «Papá, nunca te lo he dicho, pero te quiero mucho» y se murió al cabo de una semana? Sin ti no le habría dicho a mi padre que le quería, nunca se lo había dicho». Entonces ese día le ayudó.
Y otra anécdota de la que me siento orgulloso. En Quito, hace unos años, en una charla, al cabo de diez años volví a Quito y vino un señor de 90 años y me dice: «Señor, estuve hace diez años oyéndole. Tenía 80 años. Y yo pensaba: «Me gustaría aprender cosas, pero a mi edad ya, con lo que me queda de vida… Y me gustaría estudiar, pero con lo que me queda de vida…»» Y no sé qué. Y siempre era «Con lo que me queda de vida, pa qué» o no sé qué. Dice: «Y usted nos dijo que teníamos la obligación de vivir hasta el último día. Si estábamos vivos, teníamos el deber de quemar nuestra vida y morir saciados». «Usted dijo todo esto y ¿sabe qué hice? Hice una carrera, aprendí informática… Oiga, tengo 90 años y ahora no pienso en morirme, pienso que llegaré a los 100. Y aún me quedan por hacer tantas cosas». 90 años. Con 80 se iba a morir. ¿De qué le sirvió que yo le dijera que tenía la obligación de vivir? Pues porque el tío salió convencido de que podía vivir. Hasta el último aliento. Así que, tío, vive hoy, siente hoy, haz lo que te toque hoy porque no sabes si mañana estarás vivo. Es tu única oportunidad.
Y para acabar, leed libros. No los descarguéis de Internet piratas. No seáis malas personas. No me robáis a mí ni a la editorial, en mi caso robáis a una fundación de ayuda a niños. Si no vendo libros, no puedo ayudarles. Es una cadena. No seáis malos. Hay libros baratos. Y si no hay bibliotecas, pero no os descarguéis. Y… Básicamente, creo que he contado tantas cosas que lo resumo únicamente en esto: soy lo que soy porque he leído. Leer me salvó la vida, escribir le dio un sentido Creo que seréis mejores personas si cogéis una novela de tanto en tanto. Pero no una al año ni una… No, no, más, más, más.
Me despido siempre haciendo un gesto. Hago así. De mi personaje de ‘Star Trek’, el señor Spock. Vulcano. El señor Spock se despedía siempre en la serie ‘Star Trek’, decía: «Larga vida y prosperidad». Yo siempre digo «Paz y larga vida». Lo malo es que ahora la gente joven me dice: «Ay, mira, como Sheldon Cooper, de ‘Big Bang’». Y les digo: «No, Sheldon Cooper se inspiró en mí. Hace 40 años que yo me despido así». Así que sed felices, leed, id a comeros el mundo. Y si no, una buena pizza que ya os toca. Sed felices y paz. Gracias.