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“Las historias son un espacio de libertad y de rebeldía”

Juan Gabriel Vásquez

“Las historias son un espacio de libertad y de rebeldía”

Juan Gabriel Vásquez

Escritor


Creando oportunidades

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Juan Gabriel Vásquez

Decía el escritor Adolfo Bioy Casares que la literatura “añade una habitación a la casa de la vida”. Y es que la necesidad de contar historias ha acompañado a los seres humanos desde el principio de los tiempos. El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez afirma que las novelas nos dan acceso a los secretos más recónditos de las vidas ajenas: “Leemos para habitar a otro, para entender al otro. Esto significa, también, aprender a respetar vidas distintas a la nuestra”. La literatura se convierte así en un buen antídoto contra la polarización. Para Vásquez, el novelista es “una especie de historiador de las emociones”, que indaga en las pasiones que han configurado la historia de nuestros antepasados: “El escritor rescata las emociones que nos importan y nos definen como seres humanos”. Y añade: “Lo hace para contar el lado invisible de lo visible”.
Juan Gabriel Vásquez reivindica el poder democrático de la ficción asegurando que, con mucha frecuencia, las novelas son lugares donde pensamos lo que no se puede pensar, y decimos lo que está prohibido decir. Son, por tanto, “lugares de libertad y rebeldía”.

Juan Gabriel Vásquez está considerado uno de los novelistas latinoamericanos más importantes de su generación. Su obra se ha traducido a 30 lenguas y se publica en 50 países. Es miembro de la Academia colombiana de la Lengua y ha obtenido numerosos premios, entre ellos el Premio Alfaguara, el Premio Gregor von Rezzori-Città di Firenze, el IMPAC International Dublin Literary Award, el Premio Real Academia Española y el Premio Casa de Amèrica Latina de Lisboa. Ha traducido, entre otras, obras de Joseph Conrad y Victor Hugo. Escribe regularmente artículos de opinión en ‘El Espectador’ de Bogotá y ‘El País’ de Madrid. En 2016 fue nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de la República francesa y, en 2018, fue condecorado con la Orden de Isabel la Católica.


Transcripción

00:08
Juan Gabriel Vásquez. Gracias. Muchas gracias.

00:13

Muchas gracias. Muchas gracias a todos por estar aquí. Para mí es un placer hablar ante ustedes hoy. Mi nombre es Juan Gabriel Vásquez. Soy escritor. Toda la vida he sido escritor, soy escritor desde antes de ser escritor. Uno de mis primeros recuerdos de infancia es completar con mi letra de niño en las guardas de unos libros de mis padres una historia infantil cuyo final no me había gustado. De manera que ese es uno de los primeros recuerdos que tengo y esto quiere decir que llevo toda la vida escribiendo. Toda mi vida consciente la llevo escribiendo. Y les cuento esto porque de toda esa vida no ha pasado un solo día en que no me pregunté para qué. ¿Para qué sirve esto? ¿Para qué sirve esto que hacemos que es leer ficción? ¿Para qué nos sirve dedicarles tanto tiempo a las historias que nunca han sucedido de gente que no ha existido? ¿Por qué lo hacemos los seres humanos? Esto para mí sigue siendo un misterio. Vamos a una librería y compramos una novela de la que seguramente han oído ustedes hablar, «Moby Dick», una novela maravillosa de Herman Melville. Y la compramos sabiendo que la escribió Herman Melville y pasamos la primera página en donde pone «Moby Dick por Herman Melville» y abrimos la primera página de la novela y una voz nos dice: «Llamadme Ismael». Y nos abandonamos a eso, sentimos que estamos hablando con Ismael, le creemos a Ismael lo que está diciendo y nos parece importantísimo lo que le va a pasar y dedicamos nuestras horas a saber qué es eso que le va a pasar. ¿Por qué nos abandonamos a este artificio? Para mí es un misterio. Es un misterio por qué lo hacemos como lectores, pero también es un misterio para mí por qué lo hago yo como escritor. ¿Por qué escribimos ficción?

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No sé si ustedes conozcan «El nombre de la rosa», la novela de Umberto Eco, o hayan visto la película. A Umberto Eco una vez le preguntaron por qué había escrito «El nombre de la rosa», y dijo: «Tenía ganas de envenenar a un monje». Bueno, está muy bien como objetivo, pero a mí se me ha ocurrido que lo que nos mueve cuando escribimos ficción, lo que me mueve a mí cuando escribo ficción, es la misma razón por la que la leo, que es la frustración ante el hecho de solo tener una vida. Leemos y escribimos porque nos desespera estar encerrados en una misma vida toda la vida y queremos saber más cosas y queremos tener más vidas y tener más experiencias. Yo quiero ser una mujer negra del siglo XIX. Yo quiero ser un militar colombiano parado frente al pelotón de fusilamiento. Yo quiero ser incluso un hombre que se despierta convertido en un insecto. Quiero saber cómo se siente eso. Para eso leemos ficción, para remediar la camisa de fuerza que es tener solo una vida y estar encerrados en ella durante toda nuestra existencia. Yo creo que es la razón principal por la que leemos de niños, para ser esas otras personas. Yo quise ser el Capitán Nemo encerrado en su submarino en «20 000 leguas de viaje submarino» de Julio Verne y quise ser D’Artagnan cuando leía «Los tres mosqueteros». Esa es una emoción que nunca se va para un lector. Los lectores crecemos, nos transformamos, nos volvemos adultos y volvemos siempre a los libros para buscar cosas cada vez más complejas, cada vez más ricas, pero siempre queda esa razón, las ganas de ser otro, las ganas de tener más experiencia, la sed de experiencia que nos caracteriza como seres humanos.

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Un crítico norteamericano, Harold Bloom, decía que, si viviéramos 150 años o 200 años, no tendríamos necesidad de ficciones, pero, como nuestra vida es más corta y no alcanzamos a conocer tanta gente como quisiéramos o a tener tanta experiencia o a saber tanto como quisiéramos saber, leemos ficción. La ficción es ese remedio para la brevedad y las limitaciones de nuestra vida. Si yo tuviera que escoger un momento en el que supe que sería escritor, en el que nace una vocación, que es ese momento misteriosísimo, yo pienso, entre otros, en mi lectura de «Cien años de soledad», de Gabriel García Márquez, a mis 16 años. En ese momento hubo algo de la lectura de este libro, de la manera como un libro puede eliminar todo lo que nos rodea, eliminar la realidad circundante, secuestrar nuestra atención y devorarla, que me hizo pensar a mí por primera vez: «Yo quiero hacer esto, yo quiero aprender a hacer esto, quiero devolver a los lectores lo que he recibido de esta novela maravillosa». Pero, en mi familia, una familia de abogados, mis padres son abogados, mis tíos son abogados, no era muy fácil decir: «Yo quiero ser novelista, yo quiero hacer esto como profesión». Entonces yo empecé a estudiar Derecho. Empecé a estudiar Derecho con la convicción de que la vocación literaria era algo que se practica en los ratos libres, era algo para los fines de semana, para las noches después de haberme ganado la vida con una profesión respetable.

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Y me tomó dos años de estudio de Derecho comprender que no era así, que la literatura es una vocación excluyente que nos devora, que nos exige la atención completa, 24 horas al día pensando en novelas, en la lectura de novelas y en el aprendizaje de su escritura. Estudiaba yo en una universidad del centro bogotano, una universidad muy antigua para los parámetros latinoamericanos, fundada en 1653, y esto quiere decir que es un barrio rodeado de historia, es un barrio donde han ocurrido muchas cosas importantes para la historia colombiana, y yo salía, aburrido de mis clases de Derecho, salía a pasear por estas calles y a visitar el lugar donde un gran poeta, José Asunción Silva, había vivido y luego se había suicidado de un tiro en el corazón, y luego pasaba por los lugares donde hechos importantes de la historia colombiana habían ocurrido. El momento en que Simón Bolívar escapó de un atentado contra su vida saltando por una ventana que daba a la calle Diez de Bogotá. El hecho de vivir en un barrio lleno de historia y de venir de una familia en la cual la historia de mi país eran relatos que se contaban constantemente me hizo sentir, convivir con la historia de mi país de una manera directa, sentir que la historia era algo vivo, no era algo que estaba en los libros muerto, en letra muerta, sino que estos fantasmas convivían conmigo, y muy pronto empecé a pensar: «Esto es lo que yo quiero escribir». Las historias que quiero contar son las historias que exploran mi relación con esos momentos difíciles del pasado de mi país.

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Era difícil por una razón muy sencilla, creo, y era mi sensación de que no entendía la historia de mi país. Creemos que uno escribe sobre lo que conoce y sobre lo que domina. Yo me di cuenta en algún momento de que la verdad es la contraria, escribimos justamente sobre lo que ignoramos, escribimos sobre lo que no conocemos, y la escritura es un acto de investigación en lo misterioso, en lo secreto, en lo secreto de un pasado difícil, en los secretos de un pasado difícil, pero también en el misterio de las vidas ajenas. Yo escribo porque los seres humanos, todos ustedes, me causan una curiosidad enorme. Me parecen todos misterios, me parece que todos ocultamos una historia fascinante. Todos tenemos una historia fascinante, y escribimos también para revelarla, y leemos también por esa curiosidad de saber cómo viven los demás. Esto es la frase de un escritor que me gusta mucho, Ford Madox Ford: «Cómo viven los demás su vida entera». Ese móvil, la curiosidad infinita por las vidas de los otros y la sed de experiencias, la sed de vivir más vidas de las que tenemos, es lo que motiva mi escritura y es lo que les ofrezco a mis lectores.

09:06

Muchas gracias.

09:15
Catalina. Hola, Juan Gabriel. Mi nombre es Catalina Uprimny y quiero agradecerte por las infinitas formas en que me has inspirado. También soy abogada, donde tú estudiaste Derecho yo estudié mi doctorado. Mi investigación era sobre la memoria como mecanismo de justicia, así que cada paso que tú has dado a través de los libros yo lo he seguido como si fuera propio. Mil gracias. Dicho esto, en tu última novela, Feliza, la escultora colombiana que Gabo dice que murió de tristeza, es la protagonista. ¿Nos puedes hablar un poco de ella?

09:47
Juan Gabriel Vásquez. Feliza Bursztyn es un personaje que me ha acompañado durante más de medio siglo. Ella murió en enero del 82 mientras cenaba con Gabriel García Márquez, con su marido, con otros amigos, y García Márquez publicó poco después de su muerte una columna en la que decía, comenzaba diciendo: «La escultora colombiana Feliza Bursztyn murió de tristeza en un restaurante de París, etcétera, etcétera». Yo leí esa columna en el año 96, con 23 años, y me di cuenta, por una parte, de que no sabía quién era Feliza Bursztyn. Nunca había oído hablar de ella. No conocía su obra artística, no sabía de su vida, y me hice muchas otras preguntas acerca de esa columna de García Márquez, pero la principal fue: «¿Por qué dice García Márquez que murió de tristeza? ¿De dónde sale ese diagnóstico, que desde luego no es un diagnóstico médico, es un diagnóstico de novelista?». Es un diagnóstico que mira más bien al alma de un personaje que a sus enfermedades o dolencias. Y me he pasado estos años tratando de averiguar quién era esta mujer y cómo se escribe una novela sobre ella, cómo se utiliza la imaginación para escribir sobre la vida de Feliza Bursztyn partiendo de una investigación larga y detallada, y he descubierto una vida fascinante, una vida de una mujer que fue profundamente contradictoria y ambigua y misteriosa, una mujer que salía de una vida privilegiada y era al mismo tiempo convencidamente de izquierdas pero, además, rechazaba la lucha armada y, además, nunca quiso militar en un partido de izquierdas en Colombia. Era al mismo tiempo amiga de los revolucionarios más radicales y de políticos conservadores como Belisario Betancourt.

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Era una mujer que hablaba muchas lenguas en ese sentido, que servía de centro, de lugar de encuentro para muchas personas distintas, y eso lo encontré muy interesante. Aparte de eso, su vida fue una constante lucha por la libertad, la libertad de ser quien ella quería ser, la libertad de ser artista, contra un marido, un primer marido, que no aceptaba esa vocación, la libertad de ser artista mujer, en un medio artístico, el colombiano, de esos años, que era profundamente machista. Y lentamente ella fue inventándose, inventándose como mujer, inventándose como artista, contra fuerzas muy poderosas que trataron siempre de limitar esas libertades. Y lo que yo encontré fue la posibilidad de contar esta vida, que es una maravillosa historia de independencia. Para mí no hay espectáculos tan maravillosos como un ser humano inventándose a sí mismo frente a fuerzas muy potentes que se lo quieren impedir, el ser humano que está descubriendo quién es. Eso es lo que era Feliza Bursztyn, y es un personaje fascinante. Mi novela, en sus 270 y tantas páginas, es un intento por explorar la verdad de lo que decía García Márquez, que murió de tristeza, de saber por qué es verdad eso o por qué puede que no lo sea, y eso es lo que les invito a descubrir. Muchas gracias.

13:25
Catalina. Entonces son 28 años o más de investigación sobre Feliza. ¿Nos puedes hablar sobre tu proceso creativo?

13:34
Juan Gabriel Vásquez. Yo he descubierto mi método a medida que escribo. He descubierto cuál es mi proceso creativo a medida que he publicado mis libros, y he descubierto que comienza siempre con un acto periodístico. Como siempre, mis libros salen de un interés concreto en una persona que conozco o en una situación que presencio, una vivencia real, algo que me pasa, algo que le pasa a alguien que yo conozco. Los primeros pasos de una de mis novelas siempre son periodísticos, son una entrevista a esta persona para que me cuente todo, un reportaje que hago para mí mismo, no para publicarlo en ninguna parte, para mis propios fines, en el cual voy a los lugares donde ocurrió la acción que me interesa, como fui a París para escribir esta novela, por ejemplo, como fui a China o a la selva colombiana para escribir la novela anterior. Ese primer paso es periodístico. Luego viene una segunda personalidad, que es la del historiador, porque mis novelas con frecuencia hablan del pasado colombiano, como decía antes, y con frecuencia tratan de reconstruir un mundo que ya se ha ido. El mundo de los años 40 en «Los informantes», el mundo de los años 80 en «El ruido de las cosas al caer». El historiador tiene que ir a los archivos y conseguir documentos y entender un momento histórico que no es desde luego el mío. Y entonces busco fotos y trato de reconstruir de manera documental ese momento histórico.

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Y, en tercer lugar, viene el novelista. Y la única tarea del novelista, su única misión, en lo que no puede fracasar, es en decir algo que no pueda decir ni el periodista ni el historiador. Yo no escribo novelas para decir lo mismo que ya puede decir un gran historiador o un gran periodista. Escribo novelas para tratar de decir algo que no se pueda decir de otra manera. ¿Dónde ocurre eso que no se puede contar de otra manera? Ocurre en las zonas invisibles de lo que somos, ocurre en nuestra conciencia, en nuestras emociones. Yo he dicho que el novelista es una especie de historiador de las emociones. El novelista es alguien que, igual que un historiador rescata un hecho a través de documentos y de pruebas para que no se muera en nuestra memoria, el novelista rescata una emoción, una emoción que nos importa, que nos cambia como seres humanos, que puede cambiar una vida, una emoción grande o pequeña. La rescata para que, en el flujo de nuestra experiencia, no se pierda. Y hacer eso, contar el lado invisible de lo visible, contar el lado oculto o secreto de las vidas que son públicas o que pueden ser públicas, eso es lo que puede dar una novela y no se puede obtener de otra manera.

16:23
Nicolás. Hola, Juan Gabriel. Mi nombre es Nicolás, admirador de tu obra. Quisiera hacerte una pregunta. ¿A ti qué te proporciona escribir una novela y por qué crees que es importante para la humanidad contar historias?

16:40
Juan Gabriel Vásquez. Muchas gracias. Sobre esto podría comenzar a hablar hoy y terminar en siete u ocho días. Es algo sobre lo que he pensado mucho, he reflexionado mucho sobre la importancia que tiene para la humanidad, lo que llamas la humanidad, contar historias. Creo que es, por un lado, lo que nos define. Ustedes conocen las cuevas de Altamira, en las que los hombres de la época pintaban escenas de caza. Hay distintas teorías sobre esto. Para mucha gente, las escenas de caza son la explicación que hace uno de los miembros de la tribu de lo que ha ocurrido. Les cuentan con estos dibujos a su grupo humano lo que ha ocurrido. Pero a mí me encanta la idea de pensar que eso no ha ocurrido y que pintan una escena de caza para anunciar, para imaginar y anunciar lo que va a pasar. Los seres humanos contamos historias porque son una posibilidad de ver el futuro. Las historias son una herramienta que nos sirve para imaginarnos en situaciones que no hemos vivido y probablemente anticiparnos a ellas y cuando lleguen en nuestras vidas saber cómo mejor lidiar con ellas. Pero creo que toda nuestra vida está definida por las historias que contamos. En las novelas que leemos, construimos los seres humanos nuestra identidad, nos definimos, sabemos cuáles son nuestras convicciones, cuáles son nuestros valores. Con mucha frecuencia, las novelas son lugares donde pensamos lo que no se puede pensar, lo que está prohibido pensar, lo que está prohibido decir, y son por lo tanto estas novelas lugares de libertad.

18:24

La literatura siempre ha sido un lugar de libertad, esto es importante para mí, porque, cuando la consideramos en el marco de una sociedad, de un país, yo tengo la sospecha de que, cuanto más saludable es una democracia, mayor o más sólido es el lugar en ella de la literatura, pero no lo pude probar. Sobre esto no hay pruebas. Lo que sí se puede ver fácilmente, lo que sí podemos probar fácilmente es el fenómeno contrario. Cuando una sociedad está dejando de ser democrática, cuando una sociedad está deteriorándose en su convivencia, en sus reglas de libertad, una de las primeras cosas que pasa es que empezamos a perseguir las historias. Se empieza a prohibir que se cuenten algunas historias, se empieza a encarcelar a los escritores, se empieza a perseguir a los periodistas, a los historiadores, a los novelistas, a quienes cuentan historias, porque las historias son un espacio de libertad y de rebeldía, si quieres. En las historias, en las ficciones que nos contamos los seres humanos, rechazamos las versiones de nuestra vida que se nos quieren imponer. Con mucha frecuencia, los seres humanos usamos esas historias que contamos en la literatura para decir: «No, yo tengo el derecho de contar mi propia historia y lo voy a hacer de esta manera». Es parte de lo que nos ha definido como especie desde siempre, pero no quiere decir que siempre haya sido fácil. Los que contamos historias de imaginación, los que utilizamos la literatura para ponernos en el lugar de otra persona y contar el mundo desde el lugar de otra persona nunca hemos sido del todo bien vistos.

20:16

Platón, el filósofo griego, en uno de sus libros decía que los poetas eran gente muy peligrosa que había que expulsar de la ciudad. Decía que eran también muy admirables y decía: «Si un poeta llega a nuestra ciudad, lo vamos a recibir con flores y con ofrendas, pero le vamos a pedir que siga su camino porque no nos interesa que se quede». ¿Por qué no nos interesa? Porque los poetas hablan desde el lugar de otro, y eso a Platón le parecía muy peligroso. Le parecía que cada persona en una sociedad tiene un solo papel y debe cumplir un solo papel y ocupar un solo lugar, y el poeta es esa persona que se llama Homero y que de repente se para frente a un auditorio y dice: «Yo soy Ulises», «yo soy Aquiles». Y nos cuenta la historia desde el punto de vista de ese Aquiles o de ese Ulises. Y a Platón no le gustaba nada esto y lo prohibió en su modelo social. Eso ocurrió hace tantos siglos, pero hoy sigue vivo. Hoy seguimos de alguna manera, y ustedes todos lo saben, condenando a la persona que cuenta una historia desde el punto de vista de alguien que no es como él. Y lo prohibimos y lo miramos con malos ojos y eso es profundamente triste. Esa capacidad o esa curiosidad que tenemos por habitar a otro termina siendo responsable de algunas de nuestras grandes conquistas democráticas también. Nuestro derecho a imaginar la vida de otro, a contar el mundo desde la vida de otro, es lo que acaba convirtiéndose en palabras muy gastadas pero muy importantes para nosotros, como tolerancia, como empatía. Queremos saber cómo vive otro y eso es también aprender a respetar vidas distintas de la nuestra, opciones vitales distintas de la nuestra. Cuando eso se rompe la democracia sufre y la convivencia sufre. Esa es la importancia que tienen las ficciones.

22:26
Claudia. Hola, Juan Gabriel. ¿Cómo estás? Soy Claudia.

22:29
Juan Gabriel Vásquez. Encantado.

22:30
Claudia. Hay un dicho que dice: «Vive tu vida y deja vivir a los demás», pero siempre hay un cotilla. ¿Tú eres cotilla o eres protagonista? Creo que eres las dos cosas, cotilla y protagonista.

22:42
Juan Gabriel Vásquez. Yo creo que un novelista, en cierto sentido, es un cotilla muy sofisticado. La novela nace por esa curiosidad que nos causan las vidas ajenas, y esto no es más que una forma muy sofisticada del cotilleo o del chisme, como decimos los colombianos. Había una escritora francesa del siglo XIX, Madame de Staël. A ella Napoleón la expulsó de Francia, entre muchas otras razones, por ser una novelista de mucho éxito que tenía influencia en la sociedad y, por lo tanto, resultaba molesta para el poder. Y dice ella: «Yo entiendo que causen reticencia las novelas, que causen molestia, porque las novelas nos permiten saber de los demás cosas que no deberíamos saber». Las novelas nos dan acceso a los secretos más recónditos de las vidas ajenas, pero lo hacen, y esto es importante, sin hacer daño. Podemos vivir y seguir dejando vivir mientras nos enteramos de los secretos más recónditos de otra persona en una ficción. Es más, las ficciones, la sostenida lectura de las grandes novelas a lo largo de toda una vida acaba teniendo un efecto muy misterioso, que es convencernos no solo de aceptar, sino de valorar enormemente que la gente viva vidas distintas a las nuestras, que la gente tenga convicciones y valores y existencias diametralmente opuestos a los nuestros. Leer novelas es también enterarnos de la infinita diversidad de lo que es el ser humano, esta criatura tan misteriosa, tan contradictoria, y de cómo no solo no es un problema que tenemos que aceptar, sino un valor que tenemos que defender, que todos seamos distintos, que vivamos vidas distintas y tengamos convicciones distintas.

24:44

Las novelas también nos ponen constantemente en contacto con esto y nos permiten seguir viviendo pero también querer vivir de manera distinta. Gracias.

25:06
Miriam. Hola, Juan Gabriel. Soy Miriam Fuentes. Gusto en saludarte. Sobre el libro «El ruido de las cosas al caer», pues haces reflexiones profundas sobre el proceso y todo lo que ha pasado en nuestro país, y hay una cita que dice que no hay colombiano inocente. Mi pregunta es sobre esto. ¿Para ti qué significa la inocencia?

25:31
Juan Gabriel Vásquez. Gracias. Lo que ocurre en esa escena de la novela es que un personaje cae en la cuenta de una especie de ambigüedad con esa palabra y se pregunta por la diferencia que hay entre ser inocentes y ser unos inocentes. Los colombianos lo diríamos así, «soy un inocente», en el sentido de «he sido un ingenuo, no me he dado cuenta de lo que ocurría mientras yo miraba para otra parte», y está esa ambigüedad entre eso y la inocencia que, desde luego, es lo opuesto a la culpa, la responsabilidad. Yo escribí esa novela también para explorar un poco cuál ha sido nuestra relación como colombianos con un fenómeno que nos ha marcado, el fenómeno de la violencia terrorista, ligada al fenómeno del narcotráfico con el que hemos convivido con tanto dolor y tanto sufrimiento, y también tanta resiliencia. El nuestro es un país que para mí es extrañísimo, porque no ha sido capaz de cerrar ciclos de violencia a lo largo de muchos años, y al mismo tiempo me resulta tremendamente admirable el talento que hemos tenido para superarlos, para enfrentarnos a ellos, lidiar con ellos y superarlos a pesar de la terquedad de los violentos que siguen ahí constantemente. Esa novela era un intento por contar el lado invisible de fenómenos muy visibles que todos conocemos.

27:11

Todos los colombianos de mi generación y de otras hemos crecido con las imágenes tristes de esos años, con las imágenes del dolor y de los atentados terroristas y de los aviones que estallan en pleno vuelo y los edificios atacados por Pablo Escobar y el cartel de Medellín, pero a partir de cierto momento yo me pregunté: «¿A dónde vamos si queremos ver el otro lado de estas imágenes? ¿A dónde vamos si queremos no solo ver las imágenes del dolor y oír las estadísticas del dolor, sino saber cómo era ser hijos o padres, cómo era ser amantes, cómo era ser amigos en ese mundo marcado por la violencia de unos pocos y por el miedo y por la angustia y por la ansiedad y por la convivencia con la violencia impredecible que nos ha marcado a todos?». Una novela se escribe para eso. Para eso la escribí yo, para contar todo lo que no podía contar un documental y, sobre todo, para contarlo con el equilibrio correcto, para no convertir en sensacionalismo barato esas historias que tanto dolor nos han causado a los colombianos.

28:41
Lina. Hola, Juan Gabriel. Soy Lina y veo que en tus obras el pasado es un tema muy recurrente. Quisiera saber cómo tú consideras que tu literatura construye un relato sobre el pasado en Colombia.

28:54
Juan Gabriel Vásquez. Muchas gracias. Sí, es muy importante para mí ese territorio que llamamos pasado, entre otras cosas porque no sé si ustedes han pensado en esto, pero el pasado tiene una cualidad misteriosísima, que es que solo existe cuando lo contamos. Mientras no lo contamos no existe. ¿Qué quiere decir esto? Que tienen inmenso poder los que lo cuentan. Los que cuentan el pasado, los que nos cuentan a nosotros nuestro pasado, tienen un poder muy grande sobre lo que somos como sociedad o como individuos, y por eso hay tantas disputas sobre las versiones del pasado que puedan definir nuestra vida. En una novela que me gusta mucho, «1984» de George Orwell, se dice que quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro. ¿Qué quiere decir esto? Que quien tiene el poder político en algún momento de nuestro presente puede imponer un relato del pasado en una sociedad, puede imponer una versión de la historia de lo que nos ha sucedido a todos, y quien tiene el poder de imponer su versión de la historia puede llevar a una sociedad a donde quiera. Por eso hay tantos debates en la política sobre si nos pasó esto, si nos pasó lo otro, sobre cómo interpretar un momento traumático de nuestro pasado, sobre si un momento traumático realmente existió, y yo creo que en todo momento de toda sociedad hay cosas incómodas en el pasado, momentos difíciles que nos han herido, que nos han hecho daño, que es necesario recordar, es necesario recordar y no dejar que desaparezcan y no dejar que se olviden y no dejar que se mueran por muchas razones.

30:48

Una de ellas es el respeto por la gente que ha sufrido, pero esto con mucha frecuencia se encuentra con fuerzas muy poderosas que están interesadas en que sí se olvide, en que no se hable de eso que fue incómodo, en que ya dejemos eso atrás. Las novelas son para mí uno de esos lugares donde mantenemos el pasado con vida, donde mantenemos la memoria de nuestros pueblos, la memoria de nuestras sociedades, donde rendimos una especie de homenaje a la gente que ha sufrido en un pasado difícil, doloroso, violento, y eso es una de las tareas yo creo que tienen los novelistas. Las novelas de García Márquez constantemente están recordando el pasado. Carlos Fuentes, el novelista mexicano, decía: «No hay futuro vivo con un pasado muerto». Es decir, las sociedades que dejan que su pasado se muera o que se olvide o que no se cuente o que desaparezca o que se distorsione o que se manipule tienen más dificultad para avanzar hacia un futuro mejor. Yo creo que la novela es cómplice en ese ejercicio de mantener el pasado con vida, de recordar lo que otros quieren que se olvide y de entonces mantener en cierto sentido la salud de una sociedad, que depende de una buena relación con la historia que nos hizo a todos. Gracias.

32:17
Cristina. Buenas, soy Cristina. Algo que me preocupa y que veo prácticamente a diario es el tema de la polarización. Parece que todo el mundo se siente con la necesidad de hablar, opinar y criticar sobre cualquier cosa sin pararnos a pensar en si le molestamos o no a alguien. ¿Qué opina usted sobre esto?

32:36
Juan Gabriel Vásquez. Yo creo que es un fenómeno que siempre nos ha acompañado a los seres humanos, esta pasión por el juicio, por juzgar a los demás, por ir por la vida juzgando a los otros y condenándolos o absolviéndolos. Es algo que siempre hemos hecho y es un problema. Pero estoy de acuerdo contigo en que parece haberse exacerbado recientemente. Yo creo que en particular las redes sociales han facilitado una especie de continuo tribunal. Nuestra vida es un continuo tribunal en el cual estamos juzgando a todo el mundo y además tomando partido constantemente por cualquier cosa, aun sin saber de qué se trata. Juzgar sin información, juzgar sin conocimiento se ha vuelto una costumbre que permitimos y toleramos, y esto tiene consecuencias profundamente negativas. Creo que hay mecanismos misteriosos en el funcionamiento de las redes sociales que han exacerbado esto porque nos han separado en pequeñas burbujas. Cada uno de nosotros está instalado en una pequeña burbuja de información y de convicciones que se crea mediante algoritmos, que se crea mediante la utilización de los datos que nosotros proporcionamos a los mecanismos de las redes sociales y que en cierto sentido, y esto no lo digo yo, lo dice un experto en estos asuntos, Jaron Lanier, en cierto sentido nos devuelven a cada uno de nosotros una versión de la realidad que es ligeramente distinta de la del vecino.

34:27

Por eso se explican las peleas y los desacuerdos y las continuas divisiones y la continua crispación en la que estamos metidos, porque nuestras redes sociales toman nuestro comportamiento en línea, nuestra información, nuestros datos sobre nuestra edad, nuestro sexo, nuestra ubicación y nos dan una versión de la realidad que no es la misma que le dan a quien piensa de manera distinta, a quien visita páginas distintas, a quien es una persona distinta. Jaron Lanier dice: «Eso es como si Wikipedia nos mostrara a cada uno de nosotros un artículo distinto de la misma cosa que buscamos». Buscamos la misma palabra en Wikipedia, «historia de Australia», y, dependiendo de quiénes somos, de nuestra religión, de nuestro historial de consumo, de nuestra edad, nos diera Wikipedia un artículo distinto. Eso es lo que pasa con la realidad. No es para sorprenderse que andemos tan divididos y tan peleados, porque estamos viendo realidades distintas. Yo creo que en cierto sentido la literatura, la novela, la escritura de imaginación puede ser un antídoto contra esto. Creo que, en cierto sentido, cuando entramos a leer una novela, una de las primeras cosas que nos pide una novela es dejar fuera el juicio moral, suspender el juicio moral.

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Quien lee «Madame Bovary» o «Ana Karenina» solamente con ganas de juzgar moralmente a la protagonista está perdiéndose de algo muy valioso. Más bien las novelas lo que nos ofrecen es una posibilidad de entender, de entender lo que es distinto, lo que es extraño, lo que nos parece condenable o negativo, pero hay que tener ese valor, ese coraje, el de aparcar nuestros juicios morales para entrar en el proceso de entender al otro. Y en mis días más optimistas, que no son muchos, pienso con frecuencia que la literatura puede ser ese espacio, ese espacio donde se rompen un poco las divisiones que tenemos, estas burbujas en las que nos encierra la vida contemporánea, y entramos en una comunicación con otras conciencias. Y con algo de suerte eso puede terminar de alguna manera debilitando esa polarización tan extrema que tanto daño, creo yo, nos hace en nuestro comportamiento ciudadano.

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Christian. Hola, Juan Gabriel. Yo soy Christian, soy un enamorado alemán de Colombia y de su gente y me gustan mucho sus libros. Mi pregunta es… Yo creo que muchos nos imaginamos a los escritores y los intelectuales en lugares y situaciones controladas, donde nada les despeina. Sin embargo, si no les pasaran cosas raras, absurdas o incluso cómicas, no tendrían nada que contar. Comparte con nosotros alguna anécdota divertida, por favor.

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Juan Gabriel Vásquez. Muchas gracias. Yo creo que escribir novelas es, en cierto sentido, ir a lugares fuera de tu zona de confort, ir a lugares donde no estás cómodo, donde no lo controlas todo. No creo que se puedan escribir novelas, por lo menos no las novelas que yo escribo, sin salir de esas zonas protegidas, y yo he tratado conscientemente de hacerlo siempre, y a veces con consecuencias difíciles. Puedo recordar a propósito, por ejemplo, de la última novela que publiqué, «Los nombres de Feliza», el momento en que llegué en París al estudio donde iba a escribir el libro y me di cuenta de que, por pura casualidad, el estudio daba a la misma calle donde Feliza estudió escultura en los años 50 en París. Me fui a averiguar si la academia donde estudió, la academia de la Grande Chaumière, existe todavía, y, para mi gran sorpresa, existe, está igual que como estaba cuando Feliza estudió allí hace 70 años. El problema fue que, cuando quise entrar, me prohibieron la entrada porque solo los estudiantes podían entrar a las instalaciones, con lo cual no me quedó más remedio que convertirme en uno de esos estudiantes, y me inscribí en clases de escultura. En esas clases de escultura puedo decir con toda certeza que hice el ridículo día tras día en el intento por dominar los materiales, por hacer lo que hace un escultor talentoso con sus manos. Descubrí cuáles eran mis limitaciones y descubrí también que estaba mucho mejor que volviera a mi teclado de mi computador.

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Pero para escribir la novela fue necesario haber salido de mi zona de confort y haber pasado por eso. También puedo contar algunas de las experiencias que están en la raíz de un libro de cuentos que se llama «Canciones para el incendio». En ese libro hay dos cuentos en particular en los que el narrador se llama Juan Gabriel Vásquez y cuenta una experiencia extraña, insólita, que tiene, y salen de una experiencia real que a mí me pareció lo suficientemente exótica como para indagar en sus significados ocultos y tratar de escribir una ficción que vaya más allá, que cuente algo más. Pero la anécdota en sí misma es divertida. Uno de esos cuentos se llama «El último corrido», y nació de un fracaso, nació de una invitación que me hizo una revista mexicana para que viajara por España con Los Tigres del Norte, un grupo de corridos de la frontera mexicana, que viajara con ellos durante una semana y los acompañara a cinco conciertos y escribiera sobre ellos. Descubrí tantas cosas interesantes, asistiendo a las conversaciones muy íntimas entre ellos, en las que se contaban sus problemas y sus vidas, descubrí tantas cosas interesantes que acabé reproduciéndolas todas en la crónica y luego eso fue un problema, porque no era esa la intención de la publicación que me encargaba la crónica. De manera que mi trabajo se perdió, quedó en nada, pero allí quedó el germen de un cuento de ficción para el cual utilicé esta experiencia de fracaso como periodista. Hubo otro momento extraño en el cual recibí yo, viviendo en París, necesitado de ganarme la vida con cualquier cosa que se me cruzara en el camino…

42:14

Tenía 23 años y recibí una llamada de una persona que me dijo: «Ha sido usted escogido como extra». Y entonces yo les aclaré que yo nunca me había propuesto como extra para ninguna película y luego me dijeron: «Bueno, ¿sabe usted que se trata de una película de Polanski?». Entonces ahí yo dije: «Bueno, yo soy extra profesional, he hecho esto toda mi vida y por supuesto que puede usted contar conmigo». Me fui a ser uno de los 100 o 120 extras de una película de Polanski que se llama «La novena puerta», basada en una novela de Arturo Pérez Reverte, y tuve ese privilegio enorme y extrañísimo de ver trabajar a Polanski, ver trabajar a los actores, estaba Johnny Depp, estaba Emmanuelle Seigner, y esforzarme muchísimo por caminar de la manera correcta y por seguir las instrucciones. Y luego, cuando fui a ver la película, emocionadísimo, me di cuenta de que las únicas escenas que habían cortado eran las mías. Y pensé: «Lo único que puedo hacer con esto ahora es escribir un cuento». Y el cuento lo escribí para tratar de utilizar esta anécdota frívola y banal como una manera de explorar otras cosas, explorar emociones más profundas, más ambiguas, más propias de la literatura, pero esa anécdota es una de las cosas divertidas que me han pasado.

43:41
Hombre. Hola, Juan Gabriel. Cuando hablas de ficción, nos dices que posiblemente aprendemos más de las novelas que de la historia. Eso me da que pensar en los maestros, y quería decirte que si ves que es necesario que se tenga que tocar algo en los métodos de educación actuales.

44:01
Juan Gabriel Vásquez. Sí, muchas gracias. En realidad, lo que yo pienso es que la historia nos cuenta nuestro pasado de una manera que es imprescindible. Sin el conocimiento histórico, no sabríamos de dónde venimos y, por lo tanto, no sabríamos avanzar hacia ninguna parte, no sabríamos quiénes somos, como sociedades. La historia es imprescindible, pero, es lo que creo yo, hay rincones de nuestra experiencia humana que la historia no puede contar, porque no tiene los documentos, porque no tiene las pruebas. Un libro de historia sobre las guerras napoleónicas nos cuenta información fantástica y utilísima e imprescindible para entender lo que fueron las guerras napoleónicas, pero no nos cuenta cómo se sentía un padre al enviar a su hijo al frente de batalla, cómo se sentía una mujer que espera que su amante vuelva de la guerra, no nos explica lo que humanamente se sentía sufrir la muerte o el miedo de la guerra. Para eso vamos a una novela. Vamos a «Guerra y paz» de Tolstói, por ejemplo. Y creo que hay aspectos del pasado que sin la novela no conoceríamos nunca, sin la escritura de imaginación no conoceríamos nunca. No creo que la literatura sea superior a la historia, creo que es complementaria, creo que se necesitan mutuamente. Si queremos tener una comprensión completa de nuestro pasado, tenemos que acudir a las dos fuentes, a la fuente de los hechos y a la fuente que cuenta eso tan misterioso que cuentan las novelas, que no son solo hechos, sino también cosas inasibles, etéreas, que no se pueden capturar, que son las emociones humanas, que son terriblemente importantes.

45:56

Nadie ha leído la historia sin darse cuenta del papel importantísimo que juegan las emociones en la construcción de la historia. Las pasiones mueven el mundo, las pasiones hacen que los reyes invadan países y que, si quieren divorciarse y no les permiten divorciarse, entonces rompen con una Iglesia, un país entero rompe con una Iglesia como sucedió en Inglaterra. Bien. Historia y ficción son complementarias, se necesitan para una comprensión completa del pasado. Los maestros son para mí héroes. Son héroes de nuestra sociedad, son los héroes tal vez menos cantados, menos homenajeados de nuestra sociedad. Su papel como formadores de ciudadanos es un papel que los convierte en garantes de una democracia. Un economista norteamericano, J. K. Galbraith, decía: «Las democracias viven con el miedo a la influencia de la ignorancia». Cuando falta la educación en una sociedad, cuando la educación se debilita, cuando la educación se desatiende, sufre la ciudadanía, sufre la formación de ciudadanos y sufre la democracia. Por eso creo que los maestros son importantísimos e imprescindibles, y para mí deberíamos triplicar sus salarios inmediatamente y convertirlos en protagonistas importantísimos de lo que somos, nuestras democracias.

47:36

Sí creo que la manera como nuestros países entienden la educación hoy se aleja lentamente de valores que para mí son importantes. Creo que hemos olvidado el uso de la ficción o de la literatura como manera para interpretar el mundo, para entender el mundo, para construir sociedades, para construir democracias. Conozco sociedades en las que la Historia ha desaparecido del currículum. Esto me parece no solo lamentable sino terriblemente peligroso, terriblemente peligroso. Las sociedades que ignoran su pasado son incapaces de moverse hacia adelante y además son presas del relato interesado que puedan hacer fuerzas muy potentes que siempre quieren controlar lo que somos como sociedad. De manera que yo invito a eso, a una recuperación de viejos valores humanistas que parece que están en desuso en nuestra educación porque no son de utilidad inmediata para un mundo laboral, tal vez, pero sin los cuales nuestras ciudadanías se deterioran y nuestros ciudadanos son más susceptibles de ser engañados o manipulados con consecuencias, creo yo, nefastas para el futuro de lo que somos.

49:09
Gloria. Hola, Juan Gabriel. Soy Gloria, un placer conocerte.

49:12
Juan Gabriel Vásquez. Gracias.

49:13
Gloria. Te he escuchado hablar de la imaginación como una forma de entrar en la vida ajena de las personas y descubrir qué hay detrás de la máscara. Mi pregunta es: ¿qué hay detrás de las profundidades humanas que te apasiona tanto?

49:26
Juan Gabriel Vásquez. Bueno, sí, creo además que la ficción es probablemente la única manera que tenemos de hacer esto, de bucear en las profundidades de lo que otro es. Todos andamos por la vida con una máscara, todos nos presentamos ante el mundo de una manera muy cuidadosamente editada para dar la impresión que queremos dar, y con mucha frecuencia además esa máscara es cambiable. Somos una persona en un contexto y otra persona en otro. Pero tenemos que preguntarnos los seres humanos qué hay detrás de eso. Es parte de nuestra curiosidad vital, yo creo, más intensa. ¿Cómo es otra persona por dentro? ¿Cómo viven los demás su vida entera? Es la frase que utiliza un personaje, un escritor inglés que me gusta mucho, Ford Madox Ford. La palabra clave es «entera». «Cómo viven los demás su vida entera» significa que no solo tengo curiosidad por cómo viven la vida visible, la vida social, la vida que ocurre en acciones, sino también qué piensan, qué sienten los otros seres humanos. Con mucha frecuencia, estoy seguro de que si eres lectora de ficción estás de acuerdo, conocemos mejor a un personaje de ficción que a cualquiera de nuestras personas más cercanas. Yo conozco mejor a Raskólnikov y a Madame Bovary que a mis mejores amigos, y eso se debe al conocimiento privilegiado del alma humana que nos da la ficción.

51:09

Hay una gran novela que les recomiendo a ustedes para cuando tengan tres o cuatro años libres que es «En busca del tiempo perdido», la novela de Marcel Proust, que tiene siete tomos y 3000 páginas pero es fascinante. Y en una de ellas hay una conversación entre el narrador y la mujer que trabaja en su casa, que le dice que ella no lee novelas porque lo que le gusta son personajes reales, personajes de la realidad, eso es lo que le gusta. Y el narrador dice que el problema es que a los personajes reales los conocemos mediante los sentidos, los vemos, como los estoy viendo a ustedes yo, y, como los conocemos a través de los sentidos, tienen siempre algo invisible, algo opaco, algo oculto, algo que no conseguimos ver. A un personaje de ficción no lo conocemos mediante los sentidos, sino, dice el narrador de esta novela, mediante el alma. A un personaje, a la señora Dalloway, de Virginia Woolf, a Fermina Daza, personaje de García Márquez, los conocemos no mediante los sentidos, porque están hechos de palabras, los conocemos mediante el alma, y por lo tanto sus secretos son visibles, sus misterios son visibles, y eso es un conocimiento de lo que somos invaluable, nos enriquece y nos completa como seres humanos. Eso es lo que creo yo puede hacer la literatura. Gracias.

52:47
Alberto. Hola, Juan Gabriel. Soy Alberto, un alumno de cuarto de la ESO, y quería hacerte una pregunta. ¿Para ti qué es la originalidad?

52:55
Juan Gabriel Vásquez. Está muy bien esa pregunta, gracias. Yo creo que al contrario de lo que solemos pensar, que la originalidad consiste en no parecerse a nadie, yo creo más bien que la originalidad es parecerse a cuantas más personas sea posible. Eso acaba produciendo un ser humano único. Lo que quiero decir es que, por lo menos en las artes, no hay nada que no se haya dicho ya. La originalidad consiste en decirnos algo sobre lo que somos los seres humanos en palabras que nunca se hayan usado. Eso nos revela un ángulo distinto de lo que somos, nos hace una pequeña epifanía, una revelación de un lugar distinto de lo que somos. La originalidad con mucha frecuencia está en nuestra mirada. Mirar el mundo de una manera personal es absolutamente valioso, respetar nuestra individualidad es una de las cosas más maravillosas que puede lograr un ser humano. Somos seres sociales, somos seres gregarios, nos gusta el grupo, nos gusta la aprobación del grupo, pero no hay nada tan valioso como la libertad de ser quienes queremos ser, la libertad de construirnos como individuos. No hay un espectáculo más hermoso que el de un ser humano que se construye a sí mismo, con frecuencia en contra de fuerzas que quieren cambiarlo, que quieren decirle quién debe ser, que quieren decirle cómo debe ser. Defender la libertad de ser quienes queremos ser es una cosa bellísima, y yo creo que la literatura es una herramienta para hacerlo.

54:53

En la lectura encontramos herramientas para construir lo que somos, y esto ocurre porque la literatura está hecha de palabras y, como está hecha de palabras, la rellenamos cada uno de nosotros con significados distintos que sacamos de nuestra experiencia. Y por eso no es lo mismo leer una novela que ver una película, que también es una experiencia fantástica, y respeto y admiro enormemente el arte del cine, pero lo que distingue a la literatura es esa capacidad que nos da de rellenar las palabras que leemos con nuestra propia experiencia. Yo siempre pongo el ejemplo de una de mis novelas favoritas, que es «Ana Karenina» de Tolstói, escritor ruso, que comienza diciendo: «Todas las familias felices se parecen. Las infelices lo son cada una a su manera. Todas las familias felices se parecen. Las infelices lo son cada una a su manera». Bien, la maravilla de la literatura es que no hay dos personas en esta sala que piensen o sientan lo mismo cuando leen la palabra «familia». No hay dos personas en esta sala que piensen o sientan lo mismo cuando leen la palabra «feliz» o la palabra «infeliz». A la literatura llevamos nuestra experiencia, llevamos nuestra felicidad, nuestra satisfacción, pero también nuestros dolores, nuestras preguntas, nuestras ansiedades, y lo que la literatura nos devuelve es la posibilidad de usar esas palabras para construirnos como individuos y, sobre todo, para defender en nuestra vida con los otros, en nuestra vida social, esa persona que somos que es distinta de las demás y que en la literatura se puede construir como individuo. Esa libertad es absolutamente imprescindible.

56:53
Mujer. Bueno, Juan Gabriel, nos has venido contando todo el proceso creativo para poder contar esas historias, y con todo este boom del «storytelling», pues, bueno, tú te nutres de todas las experiencias que vives, de la gente que te rodea y todo eso te permite alimentar. Mi pregunta es cómo escoges entre tantas posibilidades, cómo escoges esa historia y si es verdad que la historia tiene alma y que te llama.

57:22
Juan Gabriel Vásquez. Sí, mira, las historias que escribo son siempre ideas que llevan conviviendo conmigo muchísimo tiempo. Siempre hay una convivencia con el proyecto, con la idea, muy larga. Son muchísimas las ideas que surgen. Yo no escojo la que acabo escribiendo, tengo la sensación absolutamente diáfana, aunque suene esotérico, de que la historia me escoge a mí, entre otras cosas, porque las otras las voy olvidando, voy perdiendo… Entre las mil posibilidades que surgen de historias que me interesaría explorar, hay una que se queda mientras las otras se diluyen, pierdo interés en ellas, van desapareciendo, mientras que hay una que me sigue incomodando y de alguna manera me sugiere que aquí hay algo que me importa más que en otras. Eso es algo que siempre he sentido. Mis novelas han sido siempre producto en ese sentido de una obsesión. Hay algo irracional, algo profundamente irracional, en la escritura de novelas. Luego invocamos mecanismos muy racionales para escribirlas. El lenguaje es un hecho racional, la manera como se monta una novela, la estructura que se escoge para que para ustedes los lectores sea más apasionante, más susceptible de capturar su interés, todos esos son mecanismos de la técnica del arte, que son hasta cierto punto racionales, pero nuestra relación con las historias que escogemos no lo es, es irracional, sale de nuestros demonios y nuestros fantasmas y las preguntas más profundas que nos hacemos. Escribimos novelas por razones muy misteriosas, como decía al principio, que no tienen que ver con lo que sabemos, tienen más bien que ver con lo que ignoramos, con las preguntas que nos hacemos.

59:58

Para mí hay una novela en particular que ha sido muy importante, que es «El corazón de las tinieblas», de Joseph Conrad. Es una novela corta que cuenta la aventura de un marinero que viaja río arriba por un río africano, hacia el corazón del África, para rescatar de allí, de ese lugar misterioso que son las tinieblas de las que habla el título, a un hombre que ha enloquecido. A mi esa novela me parece extraordinaria, por lo que cuenta, por cómo está contado, pero también porque se me ha vuelto una metáfora de lo que es la literatura, un viaje a lo desconocido. La literatura es un viaje que hacemos con un mapa en blanco, y hay que tener coraje para leer ciertas novelas por eso, porque nos invitan a hacer un viaje a lugares que no conocemos y de los cuales podemos venir además cambiados. Ese riesgo que tomamos cuando leemos ciertas novelas es el riesgo de que las novelas nos cambien, y a ningún ser humano le gusta fácilmente abandonarse al cambio, pero la literatura es eso. Gracias.

1:00:38
Mujer. Gracias por el espacio. Te quería preguntar qué consejos le darías a alguien que quiere comenzar a incursionar en este mundo de la escritura y cómo hacer ese perfecto balance entre la experiencia personal y la ficción.

1:00:50
Juan Gabriel Vásquez. Mira, yo creo que el consejo más valioso que le puedo dar a una persona que quiere comenzar a escribir es preguntarse si no hacerlo la haría infeliz. El momento en que yo descubrí que quería ser escritor fue el momento en que descubrí que lo haría aunque fracasara, que lo haría aunque no tuviera nunca ningún éxito ni económico ni literario, que lo haría aunque tuviera que luchar contra todas las carencias, las limitaciones, los problemas que tiene una vida en el arte, una vida en lo creativo, que es menos cómoda, es menos fácil, está más llena de riesgos. Si tú consideras todo eso y crees que de todas formas esto es lo que quieres hacer, hazlo. Cuando ya hayas decidido que quieres dedicarte a esto, que quieres escribir novelas, que quieres escribir poesía, mi consejo es traducir, si tienes la fortuna de otra lengua, y si no la aprendes, pero traducir literatura es la escuela más fantástica para aprender a escribirla, porque aprendemos a escribir leyendo, y el traductor es el lector perfecto. Nadie lee tan bien como un traductor. Incluso el ejercicio de aprender una lengua para traducir es una escuela de escritura fantástica. Es una pasión, es una vocación, yo no la entiendo de otra manera. No es un medio para nada más.

1:02:32

Quien empieza a escribir pensando que esto es un medio para lo que sea, para el éxito, para la fama o para el dinero, se equivoca completamente, y esas equivocaciones los dioses de la literatura las castigan. Un escritor argentino, Adolfo Bioy Casares, fantástico, decía que la oposición entre literatura y vida es falsa. La literatura no es lo contrario de la experiencia vivida, decía, la literatura lo que hace es añadir una habitación a la casa de la vida. La literatura nos hace incluso vivir más intensamente, nos hace vivir con más conciencia de estar vivos, nos hace pasar por la vida fijándonos en las cosas, fijándonos en el mundo, fijándonos en los otros seres humanos, fijándonos en nosotros mismos, y eso es invaluable. Lo que te quiero decir es que no hay una… No se separan, la experiencia vivida y la experiencia leída forman parte de una misma dimensión de lo que somos como seres humanos, y somos más pobres si carecemos de la una o de la otra.

1:03:44
Hombre. Bueno, buenos días, Juan Gabriel. Lo primero, encantado de conocerle, que no tenía el placer. Y muchas gracias por la charla que nos ha proporcionado. Bueno, mi pregunta es acerca de la literatura española y cómo se ha visto influenciado a lo largo de su carrera por ella y si lo ha cambiado en alguna época a la hora de escribir y si tiene algún autor así como referente y eso, muchas gracias.

1:04:02
Juan Gabriel Vásquez. Muchas gracias. Tengo una relación muy fuerte con la literatura española y como lector me resulta muy fascinante una especie de viaje de ida y vuelta que se ha hecho entre España y América Latina en el último siglo. De repente llegaron de América Latina García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, grandes escritores que revolucionaron la literatura española, la literatura de los escritores españoles, y es muy bonito escuchar a Antonio Muñoz Molina, escritor español, por ejemplo, hablar de la influencia que tuvieron en él Borges, argentino, o Juan Carlos Onetti, uruguayo, y lo mismo pasa con muchos otros. Para mí, como escritor latinoamericano, es muy satisfactorio ser en cierto sentido testigo o partícipe del camino contrario. Para mí han sido influencias importantes Javier Marías, también lo es Antonio Muñoz Molina, y lo que siento que se ha entablado entonces a lo largo de los años es una especie de diálogo muy enriquecedor que acaba formando una misma república, una misma república de las letras, que es la de nuestra lengua. Carlos Fuentes llamaba a esto «el territorio de La Mancha», en homenaje evidentemente a Don Quijote. De Don Quijote venimos todos, latinoamericanos, españoles, es esa novela que es una maravilla, es un milagro de la literatura, esa novela, «Don Quijote de La Mancha».

1:05:44

Yo no exagero cuando digo que mi patria es mi lengua española, mi lengua española hablada y escrita por un colombiano. Mi español colombiano es mi lengua, pero esa lengua ampliada es la misma de los escritores españoles que más me interesan, que más respeto, que más admiro, y ser parte de esa gran república que es nuestra lengua maravillosa para mí es un privilegio. La lengua del Quijote, de «Cien años de soledad», es una herramienta extraordinaria, y yo me he pasado la vida tratando de hacerle un homenaje. Gracias.

1:06:29
David. Hola, Juan Gabriel. Mi nombre es David. Todos sabemos que eres un gran novelista, pero también escribes poemas. ¿Nos podrías compartir alguno?

1:06:38
Juan Gabriel Vásquez. Muchas gracias, David. Esto es un acto un poco impúdico. Estos poemas fueron escritos, por decirlo así, para consumo privado y solo por una especie de feliz accidente de la vida acabaron siendo publicados. Pero la poesía es importante para mí. Soy lector de poesía, lo he sido siempre. La poesía es lo que en mi cabeza toma el lugar que para tanta otra gente tiene la oración. Los versos más importantes para mí son versos que me acompañan, que me ayudan en momentos difíciles, que me ayudan a ponerles nombre a cosas, a emociones que de otra manera se quedarían sin identificar y que yo no sabría que las he sentido, por ejemplo. Y quiero entonces terminar con este poema que tiene el nombre de una dirección en Bogotá, «Séptima con Jiménez». Es una dirección que los bogotanos reconocen. La consideramos a veces el centro neurálgico de Bogotá, y allí han ocurrido cosas importantes, una de ellas un asesinato que marcó la historia colombiana. Y yo he pasado mucho tiempo en ese barrio y cruzando por este cruce de calles, y este poema evoca un poco mis pensamientos, mis emociones cada vez que pasaba por ahí.

1:08:15

Dice: «La temporada feroz en que nos conocimos a veces me visita como un dolor nocturno. En esos tiempos, la ciudad moría vestida de estertores cada tarde, destrozando los sueños improbables de un joven transeúnte o el preciso proyecto, dibujado en servilletas, de una mujer embarazada o de un político. En las horas sucias, cuando me agobiaba el querer ser otro en otra parte, yo dejaba las aulas de códigos y trajes y techos altos donde nuestros miedos se alzaban como el helio en fiestas infantiles, y sin ver la sangre allí vertida en otros siglos tan atroces como el nuestro pero nobles, sin recordar a los que allí languidecieron cuando las aulas fueron celdas gruesas de tortura y solo se abrían sus puertas vigiladas para que de ellas salieran los rebeldes, una costurera espía hacia el fusilamiento, un hombre que recogía tizones y pintaba letras griegas. En esas sucias horas, ¿lo recuerdas?, salía del sitio, me perdía entre la gente, me escapaba, y en la mejor esquina del mundo, como supo llamarla un poeta de otras tierras, me agachaba para tocar los viejos rieles de los pálidos tranvías espectrales, igual que se toma el pulso a un moribundo, igual que se consuela al caballo sudoroso que hemos reventado por descuido o por crueldad. Me sentaba así en la acera, dos dedos sobre el riel, mirada al cielo, y gritaban entonces las campanas bestiales de la iglesia vecina con su Cristo arrodillado, y pasaban aullando sin prisas los mendigos cuidadosamente envueltos en trajín. Yo les pedía silencio, no, les imploraba a los mendigos y también a las campanas, porque allí, con el dedo corazón y con el índice sobre la férrea carótida durmiente, estaba, pobre ingenuo, convencido de que la ciudad podría revelarme sus secretos, la recóndita intención de asesinarme, el lugar del hecho, su color, sus coordenadas y el nombre melodioso de mi victimario. Y yo, con tanto ruido, no lograba entender nada. Muchas gracias.