“La sociedad necesita música, poesía y lentitud”
Ramón Andrés
“La sociedad necesita música, poesía y lentitud”
Ramón Andrés
Musicólogo y escritor
Creando oportunidades
Una historia de la música y de la humanidad
Ramón Andrés Musicólogo y escritor
Ramón Andrés
Con tono pausado, lento y sereno, propio de un sabio erudito de otros tiempos, Ramón Andrés sentencia: “Creo que la sociedad de hoy necesita música, poesía, lentitud y silencio”. Es uno de los mayores expertos del mundo en musicología, la disciplina que se encarga de estudiar la relación del ser humano con la música a lo largo de la historia. Pero Ramón Andrés también es un pensador, un gran poeta y una suerte de filósofo contemporáneo. Alguien capaz de desentrañar las vicisitudes y contradicciones de la sociedad actual, siempre desde una serenidad que invita a la reflexión: “Detenerse a pensar, parar para reflexionar, es un acto de rebeldía y una actitud revolucionaria en estos tiempos”, explica.
Ramón Andrés fue el ganador en 2021 del Premio Nacional de Ensayo por su obra ‘Filosofía y consuelo de la música’. Ha recibido numerosos premios por su contribución a la cultura desde una perspectiva musical. Es autor de más de una decena de ensayos sobre la historia de la música, el pensamiento y la filosofía; y también de numerosos títulos de poesía. En 2020 recibió el Premio de la Crítica de poesía por el libro 'Los árboles que nos quedan' y en 2015 el Premio Internacional Príncipe de Viana de la Cultura. Su ensayo ‘Pensar y no caer’ (2016) es una lúcida y profunda reflexión sobre nuestra sociedad y nuestra época. Para él, la música y la poesía son “una forma de orden y consuelo”.
Transcripción
Si vemos en las antiguas tradiciones, se repiten, por ejemplo, las danzas circulares en torno al fuego, en torno a un árbol, que en ese momento es el eje del mundo para los que están danzando, esto es ancestral. Y si pensamos en las cuevas, por ejemplo, ellos hacían sus rituales, nuestros antepasados provocaban sonoridades en las cuevas. Es muy interesante, muy importante, por ejemplo, las pruebas pioneras de Reznikoff, de Igor Reznikoff, en las cuevas de Dordoña, de algo muy interesante. En los puntos de máxima reverberación del interior de una cueva, con unas fonaciones o, a veces, con una zumbadera, que era un hueso, tenía forma de lanza con un orificio para pasar una cuerda vegetal, se movía y esto producía unos 80 decibelios en su sonido máximo, que es como un violonchelo. Estas ondas que se repartían por la cueva, en los puntos de máxima reverberación, coincide casi siempre con los lugares en los que hay pinturas, pinturas parietales. Así que ya tenemos hace 25 mil años una búsqueda, una coincidencia del sonido con la imagen. No es una coincidencia, es una… No es fortuito, es una búsqueda. Pero esto indica mucho, una mente avanzada, compleja también, simbólica. Y bueno, la música se gesta ahí, la música hasta se gesta en el canto de los pájaros, en la imitación humana de ese canto, en la imitación a través de otros instrumentos de las lluvias, por ejemplo, del viento. Así que imagínate cuando nos vamos a Mesopotamia o a Egipto ya hay una necesidad musical, una raíz musical en el ser humano.
Y eso era una manera de dar voz a lo que estaba en el cielo, una manera de mezclar el cielo y la tierra, de crear un espacio intermedio. Todo esto a través del sonido. Por ejemplo, en Dodona, que era un templo muy importante en la Antigua Grecia, utilizaban estas láminas de sonido. Pero la gente también acudía allí porque había un roble y la gente acudía allí para los augurios, para descifrar el destino del viento que soplaba en las hojas y, según cómo soplaba, según el sonido de ese árbol, pues ahí se interpretaba, se hacía una interpretación de lo que había sugerido. Es decir, el oído es fundamental para la conformación psíquica nuestra.
Pero claro, ellos habían calculado la distancia entre un planeta y otro, y era la proporción de vibraciones que habían calculado en un monocordio entre una nota y otra, las vibraciones que hay entre una nota y otra. Y para ellos esto era prodigioso, ver una coincidencia, como lo habían imaginado ellos, pero no lo vivieron como coincidencia, y entonces pensaron que todo se sustentaba a través del número de las proporciones, de las vibraciones. Y en cierto modo es así. Estamos envueltos en un inmenso universo vibratorio. Y esto es importante, porque, fíjate que hasta el siglo XVI, esta teoría, muchísimos teóricos, muchísimos filósofos la dieron por buena. El cristianismo, a su manera, la asimila, es un modo de hacer sagrado el cielo, está construido perfectamente, por esto en la patrística, en los primeros textos del cristianismo, de los Padres de la Iglesia, a veces aparece Cristo mencionado como Cristo, como el músico del universo o Dios como el armonizador del universo, o como Orfeo, Jesucristo aparece mencionado como Orfeo o comparado con él. Así que bueno, esta concepción numérica, vibratoria, armónica del todo, del todo en el que está la Tierra.
Así que, por eso, somos seres, sin que nos demos mucha cuenta, a veces, seres aislados que creemos que estamos comunicados. Estamos necesitados de una mayor lentitud, de silencio, de tiempo para pensar, para pensarnos, para pensar el mundo. Una vez, no hace tanto, vamos, hace un año publiqué un artículo en la prensa, había una frase que decía: “Dar un paso atrás para modernizarnos”, yo quería decir dar un paso atrás, es decir, detenernos, parar, ver con una perspectiva, que es cuando se ven las cosas, para seguir bien en una mejora del mundo. Bueno, pues me llovieron críticas diciéndome que era una postura reaccionaria, bueno, no me importa, pero bueno, cuando creo que no es así, es pedir tiempo, tiempo para pensar. Me pregunto yo: “¿A dónde vamos? ¿Por qué necesitamos tanta prisa? ¿Quién necesita tanta prisa?”. Y claro, cuando vas pensando en la historia y te das cuenta que cuando la producción acelera, con la llegada de la máquina, que todo era una promesa porque era un instrumento que iba a dar libertad al ser humano, lo haría la máquina, y no fue así, las épocas de industrialización, las revoluciones industriales, generaron una cantidad de bolsas, como se dice hoy, de bolsas de pobreza enormes.
Y eso hay que pensarlo. Y estamos igual, una altísima tecnología y los pobres cada vez son más. O gente que vive de manera muy precaria, con unos salarios que son inmorales y, sin embargo, cada vez vamos más deprisa. El otro día estaba leyendo que hay unos trenes en Japón, unos trenes magnéticos que están probando que van a dos mil por hora, pueden alcanzar los dos mil por hora, y me pregunto yo para qué queremos ir a dos mil por hora. Yo creo que el hecho de plantearlo, de replantearlo, eso no es ser reaccionario, esto es tratar precisamente de entender qué está sucediendo, qué está sucediendo con los medios de comunicación, con los planes de educación que están expoliando a cada persona de su tiempo. Porque nunca estamos donde estamos ya, vivimos desplazados, desplazados de nosotros mismos y por lo tanto no somos y, por lo tanto, somos muy manipulables, entonces. Nunca estamos donde estamos, somos una proyección continua. Por eso yo decía detenerse, detenerse en la medida de lo posible para actuar bien.
Así, no es necesario que yo lo diga, pero se va hacia una destrucción, ya no solo del planeta, sino de nuestra propia mente, que no es capaz de asimilar la existencia de ese Dios castigador y omnipotente llamado futuro, porque todo es para el futuro, todo es para el futuro. Los planes de enseñanza, para el futuro, los planes políticos, para el futuro, siempre el futuro, estaremos mejor en el futuro. Y el futuro nunca llega, porque cuando se llega siempre hay un futuro al que apelar. Y esto es muy peligroso porque es como la zanahoria que va siguiendo el burro. En este sentido, creo que el detenerse, el pensar, es una actitud, yo creo que ética y una actitud, diría, de rebeldía, una actitud revolucionaria en su sentido más exacto, para, primero, podernos comunicar de verdad, porque estamos en la era de la comunicación, las redes sociales y hay una soledad, una soledad en cada uno de los individuos, bastante pronunciada, bastante considerable y yo creo que es necesario que pensemos, que estemos en silencio, que vayamos más despacio, que comamos menos, comemos a todas horas, somos una civilización que come a todas horas, a todas horas, y así muchísimas cosas. A los lectores, ahora, lectoras, se les dice que son consumidores de libros, un consumidor de música, es decir, un oyente que va a un auditorio. Se habla de las industrias culturales. Imagínate, si la cultura está así, tú imagínate los otros campos. Las industrias culturales, pues eso crea consumidores de libros, y entonces el lector ha desaparecido, como ha desaparecido el ciudadano, que ahora ya es un cliente, un consumidor. Yo creo que es necesario plantear todo esto, plantear todo esto y decirlo.
Se les tiene que enseñar la música como algo necesario para ellos, no para aprobar un examen, sino necesario, necesario. Y la parte que tenemos nosotros musical, lo que nos constituye, el movimiento, el sonido, el ritmo, los gestos acompasados, etcétera. Que no se vea la música como un lujo o como algo ajeno a nosotros. En este sentido creo que vamos muy desencaminados. Y creo que tenemos unas grandes carencias, no solo en España, lo que ocurre que, en algunos países, por ejemplo, de Europa, estoy pensando en los países nórdicos o estoy pensando en Alemania, en Austria, claro, se han apoyado, ha habido una tradición tan grande, se han apoyado en ella, y nosotros no tenemos ese apoyo de la tradición, no porque no hayamos tenido música, sino porque la música no se ha considerado como un elemento primordial, como lo es para para la vida. Y este es el problema.
Y luego otra fuente que es la espiritual, en la que se necesita la misma inteligencia y también una especulación a la hora de expresarlo en la música sacra. Y esto lo hace una persona, yo creo, que muy interesante. Fue un músico que no viajó, todo lo contrario de Händel, fue un hombre que no vivió en grandes estrecheces, pero dado su potencial hubiera podido ganar mucho dinero, como Telemann, que vendía sus obras. Bach, hasta para sus propios hijos, Johann Christian, Carl Philipp, era un gran maestro, un gran músico, pero alguien ya pasado en su tiempo. Si pensamos que Bach no se movió en un triángulo de 150 kilómetros, esto, claro, es asombroso, excepto cuando fue a Lübeck para escuchar a Buxtehude, que se fue andando.
Claro, Bach tuvo una vida cotidiana muy, digamos, insignificante, por decirlo así. Él tenía que procurar que los niños cantores, por la noche, se acostaran, que estuviera todo bien, por la mañana, levantarlos muy pronto, a las cinco de la mañana, ver que no hubiera ninguna vela encendida, era caro, además, que se cepillaran el pelo, estaba aquel coro lleno de piojos, chinches por todas partes, porque era así, era así. El mundo cotidiano era así. Imaginemos lo que sería en invierno Leipzig a las cinco de la mañana, el frío, la nieve. Pues para esto, escribir una música sublime.