“La sociedad ha olvidado la importancia del afecto”
Sonia López Iglesias
“La sociedad ha olvidado la importancia del afecto”
Sonia López Iglesias
Maestra y psicopedagoga
Creando oportunidades
Claves para desarrollar la inteligencia social de los niños
Sonia López Iglesias Maestra y psicopedagoga
Sonia López Iglesias
Maestra, psicopedagoga y formadora de profesores y familias, Sonia López Iglesias destaca que su tarea más importante es la de ser madre de dos adolescentes. “Ser mamá o papá es el único oficio del mundo en el que primero te otorgan el título y luego cursas la carrera. Además, una carrera de fondo, llena de tropiezos y de no saber dar respuesta”, afirma. En esta carrera profesional y vital ha tenido ocasión de trabajar en todas las etapas educativas, desde Educación Infantil a Secundaria, e impartir charlas y talleres sobre cómo mejorar la comunicación familiar, la inteligencia emocional y lo que defiende como “pedagogía del querer”.
“Esta pedagogía se basa en un acompañamiento desde el amor incondicional, desde la confianza, desde el respeto, desde la creación de un vínculo sólido y desde la disponibilidad”, plantea la experta, que comparte sus reflexiones en varios medios especializados en crianza y en su blog Equilibrium. Según su experiencia, en tiempos de incertidumbre y estrés, la sociedad olvida la importancia de las muestras de afecto hacia los más pequeños. “Nuestros hijos necesitan de nosotros nuestro cariño, ternura y, sobre todo, que establezcamos con ellos un vínculo fuerte. Ese vínculo es el que les va a dar seguridad ante la vida”, concluye.
Transcripción
Tenemos que potenciar también mucho su inteligencia emocional y, sobre todo, conseguir que sean capaces de disfrutar de las pequeñas cosas, de los pequeños detalles, teniendo una atención plena en todo lo que hacen. Olvidarnos un poco de centrarnos en el futuro y, sobre todo, no arrastrar los errores del pasado. Vivimos en una sociedad en la que no dejamos aburrirse a nuestros hijos porque les hemos metido en la dinámica muy parecida a la nuestra. Les hacemos entrelazar tareas todo el día. Ellos acaban su jornada escolar y siguen haciendo actividades extraescolares: un día hacemos inglés, otros días vamos a practicar algún deporte. Entonces, lo que les pasa a nuestros hijos en nuestra sociedad es que no saben aburrirse, que no les damos la oportunidad de experimentar esta emoción. El aburrimiento enseña a nuestros hijos a tener la capacidad de esperar y en una sociedad que va tan, tan rápido es una habilidad que tienen que aprender, la espera. Además, el aburrimiento nos permite conectar con nuestras emociones. Cuando estamos aburridos sin hacer nada, es cuando es más fácil el autoconocernos e incluso autogestionarnos. El aburrimiento también activa en nosotros la creatividad, que es la base esencial para el aprendizaje.
Tenemos que validar que nuestros hijos no hagan nada, porque enseguida en casa cuando los vemos estirados en el sofá, o a un adolescente mirando el móvil, o a un niño tranquilamente descansando, viendo un programa de tele, nos ponemos nerviosos y parece que siempre tengan que estar haciendo algo: estudiando, preparando un trabajo, entrenando. Validar que no hagan nada va a hacer que nuestros hijos toleren mucho más esta emoción. Bertrand Russell decía que una sociedad que no tolera el aburrimiento es una sociedad con muy poco valor. Entonces pongamos de moda el aburrimiento y pongamos de moda que sean nuestros hijos los que decidan lo que quieren hacer en sus momentos libres, en su tiempo de ocio.
También nos cuesta escucharles con calma, ofrecerles tiempo, sin prisas, acompañarles estando presentes y con nuestros cinco sentidos, porque hay muchas veces que los escuchamos a la vez que hacemos la cena, preparamos las cosas del día siguiente… Entonces, el no acompañarles desde la serenidad hace que nuestros hijos puedan sentirse poco seguros, que no sientan el apego seguro que ellos necesitan. Sobre todo, tenemos que eliminar de nuestro acompañamiento las comparaciones entre hermanos o con otras personas, las etiquetas que tanto les limitan o los juicios de valor. Hay muchas veces que hablamos con ellos sin ganas de entendernos, porque nos centramos en todo aquello que nosotros le queremos decir y nos importa poco lo que ellos nos puedan contestar, especialmente en la adolescencia, porque parece que lo más importante es nuestra visión sobre el mundo o sobre el conflicto. Y ellos sienten que no les escuchamos con empatía. Y, sobre todo, tenemos que conseguir que lo que decimos y lo que hacemos esté en armonía. Entonces tenemos que ser el mejor ejemplo de que lo que decimos se hace.
Entonces, nuestros hijos necesitan que cuidemos de esa autoestima a diario. Necesitan que les ayudemos a descubrir sus habilidades, sus capacidades. Necesitan que nuestras expectativas sean acertadas, porque hay veces que les exigimos demasiado. Necesitan que les acompañemos con mucho cariño, con mucha paciencia, que entendamos sus errores, que les digamos a diario las cosas que hacen bien, pero sin exagerar demasiado los logros. Porque hay veces que el trabajo de esta autoestima nos hace llegar a sobreprotegerlos. Entonces, para que nuestros hijos tengan una buena autoestima hay que confiar en ellos, dejándoles que se equivoquen y sobre todo eso, ofreciéndoles tiempo para aprender. Hay que acompañarles sin etiquetas, sin comparaciones, sin juicios de valor que, al final, son los que rompen la autoestima.
Nuestros hijos, al final, necesitan de nosotros nuestro cariño, nuestro amor, nuestra ternura y, sobre todo, que establezcamos con ellos un vínculo fuerte. Y ese vínculo es el que les va a dar seguridad ante la vida. Entonces, no podemos olvidar que nuestros hijos necesitan de nosotros diariamente muestras de cariño y de afecto. A veces esta sociedad ha olvidado la importancia que pueden tener los besos, los abrazos, las palabras que alientan. Entonces hay que apostar por que nuestros hijos tengan a diario abrazos, que se amolden a todas las circunstancias. Besos que regalen oportunidades, que hagan, por ejemplo, más sencillas las despedidas. También necesitan palabras que les alienten, que les digan que lo están haciendo muy bien y, sobre todo, también necesitan de nuestras miradas, unas miradas que creen complicidad y que les digan que pase lo que pase, vamos a estar a su lado. Sagan decía que amar es mucho más que querer. Amar es comprender, entonces al final lo que necesitan nuestros hijos es nuestro tiempo y nuestra comprensión.
Además, necesitan que hablemos con ellos con ganas de entendernos, que no les carguemos de etiquetas, ni de comparaciones, ni de reproches. Necesitan nuestra confianza, que entendamos que empiezan a necesitar volar fuera del nido. Necesitan que mostremos mucho interés por sus cosas. Las mamás y papás de los adolescentes debemos conocer la música que les gusta, las actividades que les gusta compartir con sus amigos. Debemos conocer también, por ejemplo, los «youtubers» a los que siguen, los personajes populares que siguen en las redes sociales. Nosotros, en casa, solemos cerrar el día yo pasándome por sus habitaciones diciendo una frase que en catalán es una frase muy bonita que es el «T’estimo», el «Te quiero mucho». Hay muchas veces que mis hijos ni siquiera me miran, pero hay alguna noche que al salir de la habitación escucho: «Yo también te quiero». Entonces ese amor incondicional que consigamos hacerles sentir va a ser la base para entenderlos y para que no se rompa nunca el vínculo con ellos.
Entonces, la mejor forma de conseguir que nuestros hijos se esfuercen es dándoles motivos para hacerlo. Es muy difícil que un niño de ocho o diez años entienda, por ejemplo, que tiene que esforzarse en los estudios. Pero si les explicamos que esos estudios no solo nos van a abrir puertas en un futuro, sino que también nos permiten disfrutar del día a día, va a ser mucho más fácil que se esfuercen. O si les explicamos que cuando, por ejemplo, hacen deporte y hacen un deporte de equipo es muy importante que se esfuercen. ¿Por qué? Porque el esfuerzo suyo va a sumar con el esfuerzo de los compañeros y va a ser mucho más fácil llegar a la victoria. Entonces hay que hacerles que amen los retos, hay que contagiarles y explicarles nuestros retos también y, sobre todo, hacerles conscientes de que ellos valoren su fuerza de voluntad. Einstein decía que no existe mayor fuerza en el mundo que la fuerza de la voluntad. Entonces hay que quedarnos con esto.
Los niños que practican deporte son niños mucho más autónomos, son niños que obtienen mejor rendimiento en la escuela y son niños mucho más felices. Recuerdo una anécdota de cuando mi hijo pequeño tenía seis o siete años, nos pidió que lo preguntásemos a un «cross» escolar donde corrían muchísimos niños. Recuerdo los nervios que tenía el día anterior, pero también recuerdo la emoción que le hacía el momento que le pusimos un dorsal, papá y mamá estábamos allí para para apoyarle. Superorgullosos de que hubiese salido de él la necesidad, las ganas de probar que era un «cross». Recuerdo que en la primera vuelta al verlo pasar, le gritamos y le animamos a disfrutar la carrera. Y también recuerdo que iba de los primeros, pero en la segunda vuelta, al llegar los primeros clasificados, vimos que él no estaba y nos preocupamos. Y a los instantes lo vimos correr y hablar con un niño que no sabíamos quién era. Él corría mucho más lento de lo que puede hacer. Entonces, al llegar a meta, enseguida le preguntamos que si había tenido algún problema, si se había hecho daño y nos dijo que no, que en la segunda vuelta, cuando iba de los primeros, vio que un niño al que no conocía se había caído y se había puesto a llorar y él decidió parar a ayudarle. Se aseguró de que estuviese bien, siendo muy consciente de que perdía posiciones. Y además le animó este niño a acabar la carrera y le dijo que no se preocupase, que él iba a correr a su ritmo y que llegarían juntos a la meta. El deporte es una forma maravillosa de educar y deberíamos todos potenciarlo en las familias.
Nuestros hijos ante las peleas necesitan, primero, que sepamos que son necesarias para su desarrollo. También necesitan que nuestro cariño sea equitativo y que no noten, por ejemplo, que nos pasamos el día comparándolos o que queremos más al pequeño o al grande de la familia. También tenemos que explicarles que en casa queremos vivir en un ambiente sin gritos y convertirnos en el mejor modelo que puedan tener a la hora de gestionar nuestras propias peleas. Nuestros hijos también necesitan que ante una pelea no intervengamos, siempre que sea posible. Solo deberíamos intervenir si en esa pelea hay un maltrato físico, hay una agresión. Ante una pelea nos tenemos que mostrar ante ellos super neutros. Tenemos que dejar que nos expliquen ambas partes lo que ha pasado y evitar dar la solución nosotros a esa pelea. Hay que animarles a que cada uno pueda aportar alguna solución y que ellos mismos encuentren la mejor solución para el problema, que normalmente son problemas insignificantes. Antes de cerrar el conflicto nos tenemos que asegurar de que ambas partes han cedido y de que ambas partes consideran que se les ha tenido en cuenta.