La peor derrota de mi vida fue no detectar un caso de violencia
Jero García
La peor derrota de mi vida fue no detectar un caso de violencia
Jero García
Exboxeador y formador
Creando oportunidades
Mi batalla contra la violencia y la exclusión social
Jero García Exboxeador y formador
Jero García
Creció en el barrio de Carabanchel de finales de los años 70. Jero García pasó su infancia sorteando la delincuencia, las drogas y la desestructuración social, en ese Madrid que tan bien retrató el cine quinqui. Una escena: con tan solo diez años, jugando al fútbol en un descampado, un amigo se clavó una jeringuilla usada. “Aquello cambió mi vida para siempre”, relata el ahora entrenador.
Abrazó el deporte para sobrevivir al entorno. En el boxeo encontró lo que él llama “los cinco superpoderes”: constancia, sacrificio, disciplina, motivación y pertenencia al grupo. Y gracias a ellos ni su TDAH, ni su joven paternidad, ni las quince fracturas de nariz han sido capaces de tumbarlo. “Nosotros no somos el golpe, nosotros somos lo que hacemos después”, asegura. Curioso y autodidacta, está convencido de que solo con educación se pueden ver las oportunidades que se presentan en la vida. “En la educación está la información y en la información está la solución”, asegura.
Jero García es campeón de boxeo, 'kick boxing' y 'full contact'. Tras retirarse, se dedica a la formación en su gimnasio: 'La escuela de boxeo’ y es, además, presidente de la fundación FAID-Jero García de integración a través del deporte y que lucha contra el acoso escolar. García presentó también varias temporadas del programa de televisión 'Hermano mayor'. Su frase de cabecera: “El boxeo es vida, vive duro”, da título a su primera novela autobiográfica.
Transcripción
Yo nací en el Carabanchel de los ochenta. Ese Carabanchel bajo de los ochenta era uno de los mercados más importantes de la droga de este país. Había una lacra infecta que se llamaba la heroína, que trajo muchos enfermos y mucho, mucho muerto a esa sociedad, sobre todo a la juventud.
Y me tocó tomar unas determinadas decisiones que no me tocaban. Yo vivía a cien metros de un campo de fútbol, el campo del Tercio Terol. Nosotros tendríamos unos diez u once años, íbamos a jugar y muchas veces estaban los mayores y nos daban una colleja dirigida y nos decían: “Idos al parque San Isidro porque aquí no vais a jugar”. Entonces, nos íbamos a nuestro parque, poníamos las chupas, hacíamos los postes y nos poníamos a jugar. En un momento determinado un compañero mío se tiró al suelo, a ras, en hierba no hacía tanto daño, y cae al suelo y se levanta quejándose. “Jero, me duele, me duele, me duele”. Y cuando él se levanta tiene una jeringuilla usada colgada de su pierna. Tienes diez años, tienes once años, no sabes qué hacer. Le cogí del brazo, salimos corriendo, cruzamos el camino alto de San Isidro y llegamos a la casa socorro, esa casa socorro que había antiguamente, en los años 80, que eran como unas casitas que según entramos, el médico le coge, me dejan en una salita, la típica sala con baldosines verdes, un cuadro con una mujer con la Cruz Roja diciéndome… O sea, durante dos horas diciéndome silencio y yo pensando que mi pobre amigo iba a acabar siendo un pobre toxicómano. A las dos horas, sale el doctor, dice que no pasa nada y vamos subiendo por General Ricardos otra vez hacia el barrio, hacia la zona de Urgel, y estábamos discutiendo un poco a ver si se lo contábamos a su padre o no se lo contábamos. Al final yo me pongo por encima de que hay que contárselo, nosotros pensando que su padre, pobrecito, iba a pensar que era toxicómano.
La ignorancia es atrevida. Fuimos, se lo contamos y al día siguiente dijimos: “¿Dónde vamos a jugar? ¿Dónde vamos a jugar?”. Y dijimos: “Vamos al mismo sitio y ponemos las mismas porterías.” Y antes de jugar batimos todo el césped para quitar todas las jeringuillas porque ninguna lacra infecta nos iba a robar nuestro Vicente Calderón. Y ahí jugamos y esa fue la primera decisión que tomé en mi vida. No me tocaba llevar a mi colega a la casa de socorro, no me tocaba decidir que había que contárselo y no me tocaba tener que limpiar un presunto campo de fútbol para que diez, doce niños de diez u once años pudieran jugar. Pero tocó, nos llevamos un golpe, pero nos levantamos. Esa derrota se convirtió en una decisión correcta. Yo nunca volví a ser el mismo desde ese día. Y nos tocó navegar en esa década de los ochenta y nos tocó navegar. Y yo ya empezaba a tener problemas emocionales, desequilibrios. Y no sabía por qué. Yo empezaba a ser muy impulsivo. A mí me daban palmas y bailaba flamenco. Eso me conllevó a tener las expulsiones más rápidas de toda regional. Yo jugaba al fútbol antes de ser boxeador, jugaba al fútbol, o sea, yo, al final, fue todo una manta de indisciplinas por todos lados debido a esos desequilibrios emocionales. Nunca supe qué me pasaba. Rocé todo lo que no debía rozar. Conocí las drogas, conocí la delincuencia. No estoy orgulloso. No estoy orgulloso. Pero es que no sabía lo que me pasaba. Y treinta años después, en un estudio de bullying y medallistas olímpicos, me doy cuenta y un neurólogo me diagnostica que soy TDAH. Pero hace cuarenta años el TDAH ni estaba ni se le esperaba, pero hubo una cosa que encontré. Hubo una cosa que me abrazó con todas sus fuerzas. El boxeo. Pero hubo otro momento muy importante. El primer KO de mi carrera. ¿Sabéis cuál fue el primer KO de mi carrera? Todos estáis viendo un ring, ¿no? Estáis viendo cómo me pegan, el primer KO de mi carrera fue una llamada de teléfono en un teléfono amarillo en un pasillo de ese Carabanchel de los ochenta, cojo el teléfono: “¿Sí? ¿Quién?”. “Hola, soy Yoli”, ah, Yoli era la novia que yo tenía en su momento. “Que me he hecho la prueba de embarazo, el predictor”. “¿Y qué ha pasado? ¿Qué color ha salido?” Ella me dice: “Rosa”. Imaginaos el golpe que me llevé, que le digo: “¿Muy rosa?” Pues muy rosa.
Nueve meses después, una niña de tres kilos y doscientos cincuenta gramos, con los ojos verdes más bonitos me cambió mi vida. Me cambió mi vida. ¿Sabéis cómo? Porque ahí sí que tuve que abrazar la responsabilidad. Ahí sí tuve que ser consecuente con lo que era cuidar a una personita y a otra persona, que era su madre, y yo nunca había estado en una situación de ponerme serio, de ponerme a reflexionar, me tocó.Abracé con mucha fuerza no solo a esa niña, sino a la responsabilidad y esa responsabilidad me llevó a algo que nunca había estado en esos veinte años de vida. La motivación. Ese primer KO de mi carrera, ese golpe que yo me llevo, ese golpe que yo me llevo en esos momentos, tomo una decisión y me levanto. Y gracias a esa decisión, diez, bueno, digamos que trece años después, estaba haciendo un campeonato de Europa de boxeo en Italia. Si mi hija no hubiera nacido, si su madre no me hubiera apoyado jamás, jamás, podría haber sido un boxeador o un deportista de élite. Y me fui allí a Italia y a mi campeonato de Europa. Y yo, con toda la ilusión de mi vida, yo, que quería haber sido boxeador desde que tengo cinco años en ese patio de la plaza central del Pardo, donde se veía boxeo y mi abuelo me llevaba de la mano y yo quería ser como esos dioses sin camiseta, estaba haciendo mi campeonato de Europa. ¿Sabéis lo que pasó en esa pelea? Que me dieron perdedor. La pelea de mi vida, tres meses entrenando, trece años en rings, quince fracturas de nariz y me roban la pelea, me la roban. Mi sueño, mi sueño naufraga en ese mar Adriático, en esa orilla italiana, naufraga.
¿Qué hago? ¿Me doy cabezazos contra la pared? ¿Me pongo a llorar en una esquina? Me levanto, me quedo con que me he sentido boxeador y di un paso atrás. Y me dediqué a ser entrenador. Otro golpe, otra decisión y otra vez me tuve que levantar y me levanté. Pero cuando menos te lo esperas, me encuentro a las violencias en mi cara. Bullying, violencia de género, abusos sexuales. Me encuentro todo eso y digo: “¿Y qué hago?” Yo me doy cuenta de que tengo la capacidad de transformar, a través de mi deporte, tengo la capacidad de transformar a las personas. Tengo la capacidad de poder prevenir todo eso. Y monto una fundación. Monto una fundación y me dedico a prevenir la violencia. Monto una fundación, me dedico a prevenirlas y de la noche a la mañana aparezco en un programa de televisión y durante unos cuantos años fui vuestro hermano mayor. Y cuando menos te lo esperas, aparece un bicho y se mete en nuestras vidas, y yo a punto de abrir un gimnasio, con toda la ilusión del mundo, con todo lo que había ganado en Hermano mayor, iba a abrir un gimnasio y me lo cierran y nos meten en casa, ¿no? Imaginaos a mí con dos gemelos y con los gimnasios cerrados. ¿Y qué haces? Pues te tienes que levantar, porque, señores, nosotros no somos el golpe, nosotros somos lo que hacemos después, porque yo voy a permitir que os caigáis, os permitiré que os caigáis cuarenta millones de veces, pero lo que nunca voy a permitir es que no intentéis levantaros. Tenemos un superpoder.¿Sabéis cuál es? El poder de querer intentarlo y eso es una actitud. Ahora me gustaría que me hicierais preguntas, si tenéis incertidumbres o algo y así me seguís conociendo.
Los cinco superpoderes del boxeo son: constancia, sacrificio, disciplina, motivación y pertenencia al grupo
Primero, fisiológico. Tú haces un deporte y es un deporte que para mucha gente es uno de los deportes más duros, pero no duros porque haya contacto, no, te estoy hablando del boxeo sin contacto. Es durísimo, pero te sientes apretado, fuerte. Ya tiene esa recompensa fisiológica que va conectada directamente con la psicológica, porque al sentirte fuerte, te sientes fuerte mentalmente. Pero además de esa psicológica, tiene la recompensa dentro química, porque tú, haciendo boxeo, segregas todos los neurotransmisores y hormonas de la recompensa, serotonina, endorfinas, dopamina, esa dopamina maravillosa que nos ayuda a regular ese equilibrio emocional. Y el tercer beneficio, el que más me ha ayudado a mí, el que más me ha aportado y a la gente que tengo alrededor, los valores. Los valores. Yo digo que los cinco valores que me ha dado el boxeo son cinco superpoderes. La constancia, voluntad inquebrantable de hacer algo o su forma de hacerlo. A mí la constancia me ha dado la paciencia, que como dicen algunos filósofos, es la constancia valerosa de no caer en el mal. Y la perseverancia, que es la firmeza en esa constancia. ¿Cómo no me va a haber hecho paciente el boxeo? Si no hubiera sido por el boxeo, no hubiera aprendido a contar hasta diez. Sacrificio, segundo superpoder. Según Viktor Frankl, la definición podría ser “sufrimiento con propósito”, porque el sufrimiento con propósito, a veces, deja de ser sufrimiento y se llama sacrificio. Tercer superpoder, motivación. Esa motivación la cogí con fuerza gracias a mi hija, por eso siempre digo que, gracias al primer KO de mi carrera, que fue el nacimiento de mi hija y esa motivación que me dio, pude dedicarme al mundo del deporte de élite. Disciplina, cuarto superpoder. Yo en mi vida, os he contado un poco este TDAH desarbolado, desequilibrado emocionalmente, ¿disciplinado? Si a la semana de la mili estaba ya arrestado toda la mili. Pero fue llegar a un gimnasio de boxeo y un profesor que me podía prohibir no hacer el deporte que más quería y un reloj que marca tres minutos de trabajo y uno de descanso me insuflaron más disciplina que todo el ejército de tierra español. Y el último, el más bonito, la pertenencia de grupo. Porque siempre, siempre, en este deporte necesitas a alguien que te de una voz de aliento, que te de una palmada en la espalda, que te diga que hay un asalto más y que nunca jamás tires la toalla. Mis cinco superpoderes: Constancia, sacrificio, disciplina, motivación y pertenencia de grupo. ¿Cómo no voy a querer a mi deporte?
Mi colega se queda blanco y dije: “Ahora déjamelo que venga todos los días”, Y diez, doce años después, ese niño ahora mismo es funcionario y es uno de los que más me ayuda, sobre todo en el tema del bullying. Ese niño estaba destrozado. Ese niño estaba hundido. Que no quiero generalizar porque las violencias, cada una tiene su origen, pero tenemos que venir aprendido desde casa. El acosador sale de una casa y el acosado sale de una casa. Entonces, a la pregunta de “¿qué consejos?”, yo siempre digo que no hay mejor consejo que el que no se da. Yo, primero, diría, como hemos hablado antes, que el primer parapeto, las primeras herramientas y las primeras armas se dan desde casa, se dan desde casa. Por tanto, esas fortalezas las tenemos que dar en casa, sobre todo a esos niños que en un momento dado pueden llegar a ser débiles.
Tenemos que empezar a asentar unas determinadas bases de no entrar en ese juego. Nosotros no podemos entrar en el juego de si a ti te pegan, tú pegas porque fuego con fuego es más fuego. Tenemos que entrar en el juego de empatizar, de que un niño trate a los demás como a él le gustaría que lo trataran. Ha habido muchos casos, y nosotros hemos hecho algunos ejercicios y algunos talleres en colegios donde a ti, aunque te traten con mucho asco, aunque te traten con mucho odio, si tú tratas con normalidad, con simpatía, con educación, transformas ese odio y transformas ese mal. Y luego una cosa muy clara y que siempre pongo en jaque a los padres. Hay que explicarles que los valientes son ellos, los valientes son los que en un momento dado no abrazan el mayor cómplice de las violencias. ¿Sabéis cuál es el mayor cómplice de las violencias? El silencio. El silencio. Y hay que enseñar a los niños que cuando ven un comportamiento violento lo tienen que decir, lo tienen que decir y que a veces evitar esos comportamientos violentos y, en un momento dado, notificarlos, es de valientes porque a lo mejor no te va afectar a ti, pero sí les va a afectar a muchos compañeros. Y para cerrar un poco la pregunta, yo creo que el empoderamiento, el empoderamiento está desde casa. Nosotros, los padres, estamos obligados a darles esas herramientas, a construir esas fortalezas.
Pues yo me iba a un supermercado, ahí en Alcobendas, todos los fines de semana. Y yo tenía la fantástica idea de coger el carro con mi niña, escaquearnos de la madre y nos íbamos a ese pasillo donde estaban los Tigretones, los Ponis y sobre todo las Panteras rosas, porque me gustaban mucho y a mi hija le gustaban mucho, ¿sabéis lo que hacíamos?, las abríamos y no las comíamos. Y así un fin de semana, y otro, y otro, y la niña creció, y la niña fue creciendo y seguíamos haciéndolo, hasta que un día mi hija, con esos ojos verdes maravillosos que tiene, me miró y no me dijo nada. Me dijo con esa mirada: “¿Qué haces, papá?” No hay mejor forma de influir que el ejemplo. ¿Qué ejemplo le estaba dando yo? Lógicamente, si me rompo ahora, imaginaos allí. Imaginaos ese momento allí, como dicen, se me cayeron todos los palos del sombrajo ahí, en ese pasillo del supermercado. Al día siguiente, la senté a ella, senté a su madre y les pedí perdón. Les pedí perdón y a partir de ahí decidí que tenía que ser el héroe de mi hija. Al día siguiente me compré dieciséis libros de educación, algunos de ellos de José Antonio Marina, que a veces, cuando hago ponencias con él se lo cuento y se ríe y empecé a estudiar. Empecé a formarme. Volvemos, un golpe en la vida, un golpe en la vida y veo la oportunidad, a través de la formación, de levantarme. Es así. Fui un mal padre y por eso me siento en la legitimidad de poder decirlo, porque ahora mismo, digamos que ese estudio sociológico que me he hecho yo desde ese día que yo me rompí ese pasillo, puedo diferenciar los tipos de padres. Hay padres que educan, que son generosos en el esfuerzo por educar, se forman, aprenden, son resilientes con todo, luego están los padres que maleducan, como era yo. No hay mejor forma de influir que el ejemplo. Yo conozco a muchos que te dicen “Niño, no fumes”, con el piti en la boca o te dicen “Eh, que no bebas”, desde la puerta del bar. Tu hijo ve en ti el espejo. Tú eres su espejo, lo que hagas tú, hará él.
Luego están los que no educan. Los que sí, están en casa a lo mejor, mucho tiempo, pero están a lo suyo, dejan al niño al libre albedrío o que le educa la abuela. O que le eduque la tata. Luego están los ausentes, los que ni están ni se les espera, “es que tengo mucho trabajo”. ¿Quién quieres que le eduque? Y luego los que más me gustan, los papás helicóptero, el papá que está siempre encima del niño, el papá que está siempre protegiéndole, que no le pase nada, que esta vida es muy dura, el que no permite que el niño se caiga. Pero, paquete, deja que el niño se caiga y ayúdale a levantarle y explícale por qué se ha caído, pero no lo evites, no le metas en una burbujita porque ¿sabéis lo que estamos haciendo con eso? Debilidad. Entonces, señores, tenemos que ser generosos en el esfuerzo en la formación, porque la vida no es fácil. Tenemos que hincar los codos y seguir aprendiendo en la prevención de las violencias y en todo, es importante. En la formación está la información y en la información está la solución.
Y me ayuda a dar las clases. Intentamos siempre que esté con gente que pueda tener un poco esas discapacidades. Bueno, yo las llamo capacidades especiales, y para mí es un ejemplo, ya no solo como un ejemplo de boxeo, sino como un ejemplo de vida, porque lo que lo ha conseguido, lo ha conseguido él. Nosotros le hemos puesto la mano y hemos caminado a su lado, pero es que ha sido él. Y os voy a contar una cosa que no se la he contado ni a él. Yo tengo un hijo, ahora tiene diecinueve años y llegó un momento que no sabía qué iba a hacer en la vida y yo sabía que, a Iván, que es mi hijo, le hacía falta algo así. Entonces quedé con Javito y con otro chico que tengo yo, que se llama Lorenzo Albaladejo, que también con parálisis cerebral, pero que Lorenzo es una historia de superación con patas. Es un niño que nace muerto, es un niño que con cinco años no es capaz de levantarse y quince años después está corriendo dos finales olímpicas en Londres. Con Lorenzo puedes boxear, puedes torcer esquinas, pero línea recta, corre los cien metros en menos de once segundos. Y yo quedé con ellos dos a comer con Iván. Comimos, él los conoce del gimnasio, pero no conoce que, a la hora de comer, yo tengo que cortarle la comida y dársela en la boca a Javi. Esa, posiblemente, es la mejor lección de vida que mi hijo ha tenido en su vida. A los diez días, mi hijo sabía lo que iba a hacer en la vida. Y esos críos que muchas veces, mucha gente, mucha gente cruel, les mira de una manera así, un poco, fea, no se dan cuenta que ellos son capaces de transformar otras vidas porque sus historias son nuestras historias. Esas historias son las que les hacen grandes a ellos y nos hacen grandes a nosotros. Y esa es una de las historias más bonitas que me ha pasado en el gimnasio.
Y yo tengo muchísimas derrotas, yo tengo a dos chicos metidos en una cárcel. Me acuerdo todos los días, todos los días, porque no he sido capaz, a la hora de tomar la decisión, a la hora de inculcarles unos determinados valores, que yo me siento responsable de habérselos tenido que asociar, que no tomaran la decisión correcta, se equivocaran y ahora estén pagando. En cierta manera me siento yo responsable. Sí, sí, cada uno hace lo que quiere y es mayorcito, pero yo me siento responsable porque lo necesito. También, otra derrota es cuando abrazan la deslealtad, cuando muchos boxeadores míos, frustrados, porque el deporte frustra, el deporte frustra porque hay victorias y derrotas y cuando alguien, un competidor, está frustrado intenta buscar culpables. Y empiezan las envidias, y es algo que estoy luchando constantemente, que haya habido boxeadores que los he tratado como hijos, como hijos, que luego te apuñalan por la espalda. Y me siento yo responsable de eso. ¿Por qué? Porque no les he inculcado lo suficientemente valores para que no lo hagan. Entonces sigo trabajando y sigo trabajando y sigo trabajando sobre ello. Y luego la derrota mayor que he tenido en mi vida, hace unos años, una niña jovencita aparece con su entrenador, colega mío, Omar, aparece por el gimnasio y me dice que él va a dejar de dar clases y que la niña quiere boxear. Hace quince años, más de quince años, el boxeo femenino estaba en el reverso tenebroso, no, en el oscurantismo estaba. Bueno, yo ya la conocía, ya había peleado en full contact, la había visto en los campeonatos, la niña tenía mimbres y, sobre todo, tenía ganas. Y por supuesto, si ella tiene ganas y hambre, pues vamos a intentar. Si ella me da, yo le doy y empezó a entrenar, empezó a entrenar y empezó a entrenar duro, duro, duro. Se le veía con ganas, da igual, hacía guantes con chicos, con chicas. O sea, valiente, valiente y de la noche a la mañana, le empieza a cambiar el carácter. Empieza a dar contestaciones raras, extrañas, no me empieza a mirar a la cara. Atisbos de ira, a veces hasta la tenía que controlar. Incluso hubo en algún momento la tuve que sujetar, pero no me di cuenta.
No sé lo que pasaba, llegamos un día, vamos a hacer una interclub, en esa época no había ni competición de boxeo femenino, nos juntábamos entre gimnasios y tal, y en el boxeo hay una cosa que es un ritual, que es el pesaje. El día antes nos pesamos, nos vamos allí. Lógicamente en un pesaje femenino solo pueden entrar los entrenadores. Ella se desviste, se queda con su short y demás y veo que se tapa demasiado. Me extraña, ¿no? Ni me mira, se pesa rápido, al peso, se baja, se empieza a vestir. Y lo veo. Y digo: “¿Qué es esto?”. Tenía marcas, tenía cardenales. Digo: “¿Y esto?”. “No, nada, esto del boxeo”, digo: “No, esto no es del boxeo. ¿Qué ha pasado? ¿Qué ocurre? ¿Qué está pasando?”. Ella se bloquea y sale corriendo, salgo corriendo detrás de ella, la busco, no la encuentro, me voy a su barrio. Paso varios días con el coche a ver si la encuentro, en esa época no había casi ni móviles y no la localizo. Pasan los días, pasan los meses, pasan los años. Al final te olvidas, estás en otro rollo, estás en otra historia, ya hay más gente. Al año y medio, más o menos aparece por la puerta del gimnasio con una niña en brazos y me dice que me tiene que dar una explicación. Le digo: “Bueno, dímelo”. Y me cuenta que durante el último año que estuvo conmigo, estuvo sufriendo violencia de género, su pareja le pegaba. Y todo acabó cuando ella estaba embarazada, con un golpe que le rompió parte de la cara y la mandó al hospital, con miedo de perder a la niña. Ahí ella tomó la decisión de dejarlo, de dar un paso atrás y emprender otra vida. Quince años después, esa niña se llama Miriam Gutiérrez, es campeona del mundo, campeona de Europa, cinco veces campeona de España. Y ya no solo eso, ella es concejala de la mujer de una de las poblaciones más importantes de España, que es Torrejón de Ardoz y es segunda teniente de alcalde. Lo que ella sufrió, ahora está ayudando a otras mujeres a que no lo pasen. Joder, es una victoria, ¿verdad? La peor derrota de mi vida. No fui capaz de detectarlo. Durante un año, esa niña estuvo sufriendo golpes y golpes y golpes y yo no fui capaz de detectarlo. Es el peor fracaso que he tenido en mi vida. Pero me caí, me levanté y prometí que jamás me volvería a pasar, que jamás me volvería a pasar. Al día siguiente, empecé a prepararme en prevención de las violencias. Unos años después monté una fundación que se dedica a eso. Mi sueño es que todo el mundo sea capaz de detectar cualquier tipo de violencia en cualquier ámbito deportivo y educativo, porque, señores, prevenir las violencias no es una opción, es una misión.
“En la educación está la información y en la información está la solución”
Vamos a ver, si hay algo que ha marcado mi vida, son los golpes, son los golpes, no solo porque me haya dedicado al boxeo, sino por los golpes que me ha dado la vida, porque los golpes más duros me los ha dado la vida más que en el boxeo. Yo nací con TDAH, no sabía ni lo que era, desequilibrios emocionales, esas impulsividades que me llevaron a lugares donde no debería de estar ningún joven. Siendo ese joven desbocado, aparece mi hija para ponerme en mi sitio, gracias a Dios. Yo si no hubiera nacido mi hija, no sé dónde estaría. Y me lo tomé, su madre y yo, como una misión de vida. Me dediqué al boxeo profesional durante trece años, durante trece años de mi vida, quince fracturas de nariz, dos roturas de mano, roturas de fibras, lo incontable, sufriendo, siempre con propósito, eso es sacrificio. Y cuando llego al momento cumbre, donde hago todo lo que había que haber hecho y cuando lo tengo en mi mano, cuando lo tengo en mi mano con posibilidades de hacer un Mundial, me lo quitan de las manos, me lo quitan de las manos. Otro golpe. Otro golpe. Y me levanto y me dedico a mi rol de entrenador. Empiezo como entrenador, empiezo a ganar títulos, títulos, títulos, cuando creo que está todo bien, con mi negocio, con todo bien, me aparece una niña que le destrozan la vida y me llevo otro golpe, me llevo otro golpe. Me levanté y monté mi fundación, me dedico a la prevención de las violencias. Entro en un programa de televisión, gano dinero, lo ahorro, monto otro gimnasio, que yo digo ya con mis dos gimnasios, mis dos planetas metidos en un garaje, lo voy a inaugurar el veintiséis de marzo y hay un bicho que aparece en este mundo y nos encierran, nos encierran, como mis dos negocios cerrados, mis dos negocios cerrados, yo con mi TDAH que me subía por las paredes. Hacía un mes que se había muerto mi mejor amigo.
Y un domingo yo estaba sentado, Paula estaba durmiendo, los niños estaban durmiendo. Y sentí que se sentaban a mi lado. Era David. Me miró y me dijo: “Jero, llora. Llora”. Un mes entero llorando debajo de una manta, esa no me la esperaba. Esa no me la esperaba. No le había llorado y me tocó llorarlo. Yo sabía lo que me estaba pasando y eso fue lo que me salvó. Al mes me llamó Chema de Isidro, me dijo que hacía falta comida. Me explicó lo que eran las colas del hambre. Y me levanté, me levanté. Me puse a dar clases online, lo que no había hecho en mi vida, con un ordenador enfrente, empecé a conseguir dinero. ¿Para qué? Para comprar comida para esa gente y volví a mi ser. Me levanté, porque en esta vida, nosotros no somos el golpe, somos lo que hacemos después. Nosotros no somos la hostia, nosotros somos lo que hacemos después de la hostia. Que caerse está permitido, lo que no está permitido es no levantarse. Porque nadie ni nada evita que podamos brillar. Porque nosotros somos diamantes y nosotros tenemos que brillar. Por muy oscuro que esté, por muy poco sol que nos llegue, nosotros estamos obligados a brillar porque nosotros no somos rocas oscuras del camino. ¡No! A nosotros ningún viento ni ninguna lluvia nos va opacar y nos va a enterrar. Nosotros estamos aquí para brillar.¿Por qué? Porque nosotros tenemos ese gran superpoder. Tenemos el poder de querer intentarlo y eso es actitud. Actitud. Os estoy escuchando pensar. ¿Qué queréis ser? ¿Diamantes o piedras? ¿Qué queréis ser, diamantes o piedras? No os oigo.