La historia de un compromiso con la infancia
Nacho Guadix
La historia de un compromiso con la infancia
Nacho Guadix
Responsable de Educación UNICEF España
Creando oportunidades
Los derechos de la infancia que todos deberíamos conocer
Nacho Guadix Responsable de Educación UNICEF España
Nacho Guadix
Hasta principios del SXX la infancia no era considerada una etapa que había que proteger, los niños y niñas eran considerados adultos en miniatura, personas incompletas con las que no había que contar, ni a las que había que salvaguardar.
Nacho Guadix, responsable de Educación de UNICEF España, comparte con un grupo de jóvenes los acontecimientos históricos que culminaron, en 1989, con la Convención de los Derechos de la Infancia, el tratado de Derechos Humanos más ratificado de la historia.
Un recorrido plagado de dificultades que arranca en el contexto de la Primera Guerra Mundial, cuando una maestra inglesa - Eglantyne Jebb – impulsó el reconocimiento de los derechos de los niños, estableciendo un tratado que elevó a la Sociedad de Naciones, iniciando el camino hacia el reconocimiento de los Derechos de la Infancia.
Unos años más tarde, en el año 48, Naciones Unidas funda UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) con el objetivo de proteger a la infancia en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, trabaja incansablemente manteniendo intacta su misión, su pasión y su dedicación, adaptándose a los desafíos de cada época.
Aunque los avances son innegables, queda mucho por hacer, apunta Guadix, millones de niños en el mundo ven vulnerados sus derechos cada día, por eso, UNICEF sigue trabajando para cambiar esta realidad, recordándonos que la infancia necesita una sociedad comprometida.
Transcripción
Podemos pensar, o podéis pensar, que no se os hace caso, que no se os escucha, que vuestra opinión no es considerada por las personas que toman decisiones, pero, históricamente, esto que es la infancia es algo que se ha ido construyendo con el paso del tiempo. Incluso, si os fijáis, por ejemplo, en la historia del arte, veréis que antes del siglo xiii apenas hay niños en los cuadros. Yo os invito, si tenéis curiosidad, a mirar los cuadros a ver cómo son los niños. Muchos de ellos, incluso, cuando aparecen representados… Incluso en pinturas religiosas, el Niño Jesús parece un señor pequeñito. Porque no se consideraba a los niños, eran personas incompletas que no estaban todavía consideradas para aportar, para contar con ellas y, más allá de una ayuda en la casa o de fuerza de trabajo en algunos casos, no había una percepción especial de que aquello que allí sucedía era importante. Y tuvo que pasar bastante tiempo hasta que algunos filósofos se empezaron a plantear: «Bueno, pues parece que en esta etapa pasan cosas especiales que marcan luego cómo es el futuro». Y pensar que esta división natural que nosotros hacemos de infancia, adolescencia, edad adulta y personas mayores no siempre ha sido así. Y esto solo ha sido posible a base de avances y, en algunos casos, de personas.
Hubo una profesora inglesa, Eglantyne Jebb, que era maestra. Ella veía que, dando clase en el entorno de la Primera Guerra Mundial, una situación de dificultad, de pobreza, de que los chicos muchas veces tenían que trabajar en las minas o en las fábricas, su misión no estaba completa y quería hacer algo más. Y fue la precursora de lo que luego serían los derechos de infancia. Ella estableció un tratado que elevó a la Sociedad de Naciones en los primeros momentos del siglo xx y, a partir de ahí, este camino de los derechos empezó a evolucionar. Y luego llegó, desgraciadamente, la Segunda Guerra Mundial y, evidentemente, los niños, que ya tenían además una situación previa de pobreza, de dificultad, de exclusión… ¿Un conflicto armado qué hace? Agudizarlo aún más. Y en ese momento Naciones Unidas creó UNICEF, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, con la vocación de ayudar a la infancia que acababa de sufrir ese conflicto. Y muy poco después, en el año 48, y en esta situación de desastre mundial y de enfrentamiento entre pueblos y entre personas, se dio el primer gran avance, que es la Declaración de los Derechos Humanos. En el año 48, se aprueba por primera vez la Declaración de los Derechos Humanos. Todos nacemos libres, nacemos iguales, con los mismos derechos y la misma dignidad. Y, a partir de ahí, la humanidad, de alguna forma, cambió. Me podréis decir que no se han resuelto muchos de los problemas que ahí tenemos y os diré que es cierto, pero ese avance es algo que nosotros tenemos que ser capaces de valorar, defender y disfrutar. Pero, en nuestro caso, vamos un paso más allá. Decimos: «Vale, lo de los humanos está bien, pero es que tenemos un grupo de edad, que somos los más pequeños, que tenemos unas necesidades especiales un poco diferentes a las del mundo de los adultos». Y ahí, bueno, hubo un trabajo bastante importante desde el año 59, en que se crea la primera Declaración sobre los Derechos del Niño.
Se establecieron diez principios generales que, sin que fueran obligatorios para los países, sí que han marcado el rumbo de lo que posteriormente sería la Convención sobre los Derechos de la Infancia, que es el tratado de derechos humanos más ratificado en la historia. Esto significa que prácticamente todos los países del mundo la han firmado y luego se han comprometido a incorporarla en sus leyes. Se aprobó en la sede de Naciones Unidas el veinte de noviembre de 1989. Por eso todos los veintes de noviembre celebramos el Día de la Infancia con la idea de que este mensaje tiene que estar vivo, que hablando de derechos humanos, treinta y pico años son pocos y que necesitamos que ese triunfo que se ha conseguido en determinados momentos en la historia las siguientes generaciones seáis capaces de mantenerla, de mejorarla y de hacer que estos derechos se conviertan en realidad en todas las partes del mundo, para todos los niños y en todo momento. Cuando hablamos de derechos humanos, estamos hablando de aquellas necesidades que puede tener cualquier persona en cualquier situación y que hemos de ser capaces de garantizarle. ¿Pensáis que hay algún derecho que es más importante?
Sin embargo, cuando la escuela ha vuelto a abrir, nos hemos dado cuenta de todas esas cosas y de que la escuela puede hacer mucho por contribuir no solo a que lo que pase dentro de la escuela sea la mejor de las convivencias posibles, sino a que lo que ocurre fuera, todos aquellos problemas que puedan venir, sea un sitio donde se detecte y podamos ponernos manos a la obra para solucionarlo. Podemos afrontar retos muy complicados y eso también precisa de esa energía y de ese esfuerzo que cada uno podemos poner. Y vosotros ahí no sois unos meros receptores de la educación. O sea, no sois la persona que solo tiene que llegar, sentarse, llegar con los deberes hechos, escuchar todas las clases y demás, aunque eso parezca que es el grueso de nuestra experiencia en la escuela. Es mucho más. Entonces, yo sé que muchos de vuestros profes también estarían deseosos de que os pudierais involucrar precisamente también en ese ámbito, aportando y contribuyendo para hacer un entorno mejor, detectar qué problemas hay, decir lo que no nos gusta. Esto es algo muy importante, porque vosotros no solo sois alumnos y alumnas en los coles. Sois una pieza fundamental. Si no estáis vosotros, el cole no tiene sentido. Esa sensación de comunidad en la que todos pueden aportar también es fundamental. Y un reto que también os propongo es daros cuenta de cómo podemos mirar alrededor de lo que pasa en el cole. Sois más que alumnos y alumnas, sois personas que no solo tenéis el derecho a la educación, de recibir la educación, sino que también, amigos, y este es el recado también, viene con un regalito de responsabilidad. Pasa con todos los derechos. Tenemos la responsabilidad de que ese derecho sea realidad cada día, pero no solo para mí, sino para todos los niños del mundo. Y eso puede parecer un reto muy gordo, pero se empieza haciendo ese ejercicio día a día, en cada clase, en cada conversación y teniendo esta referencia a la hora de solucionar esos problemas.
Veamos a ver, examinemos, a ver qué cosas podemos cambiar y, sobre todo, tengamos esa mentalidad de que vamos a ver cómo nosotros podemos contribuir a solucionar problemas que estén muy lejos, que ahora puede parecer muy complicado o puede parecer poco evidente, pero tenéis muchas más cosas a vuestro alcance de las que pensáis para poder conectar esto. Pero esto sí que va a requerir que todos cambiemos un poquito el chip y que pensemos cuál es nuestro sitio y cuál es nuestro papel. Porque igual que os he dicho que sin vosotros no hay escuela, sin los profes no hay escuela, sin vuestras familias no hay escuela, sin los responsables administrativos que configuren todo no hay escuela. Y, entonces, esto es un trabajo comunitario en el que todos somos especiales y distintos y característicos. Y esto nos lleva a tener que hacer concesiones y a convivir. ‘Convivir’, que ¿qué significa? Vivir con. Entonces, bueno, a veces es más fácil, la convivencia a veces es más fácil, a veces no lo es tanto, pero creo que es un entorno privilegiado en el que conocer a personas de muchos lugares, personas con distintas vivencias que nos enriquecen. Unas nos caen mejor, otras nos caen peor, pero tienen exactamente, como os decía, la misma dignidad y los mismos derechos que nosotros. La Convención sobre los Derechos de la Infancia es del año 89. Cuando habla del derecho a la educación, habla de varias cosas, pero la primera es que todo niño y toda niña tiene derecho a ser llevado al mayor nivel de sus capacidades. Ese es el compromiso que tiene que tener una verdadera educación y, a partir de ahí, afrontar todos los retos que se va a encontrar. Evidentemente, todo el bagaje cultural de las distintas personas, de los distintos pueblos, el poder utilizar tu idioma, el entender cómo funciona tu cultura, es un requisito imprescindible para que ese desarrollo sea lo más armónico y lo más orgánico posible, como ha de ser. Y ahí sí que podemos influir y sí que podemos estar activos ante cómo queremos que sea tanto nuestra educación como las que vienen por detrás. Seguro que os gustaría que algunas cosas cambiaran.
Y digo las cosas básicas: igual, los horarios, cómo están organizadas las clases, cómo se hacen los grupos, la comida del comedor… En fin, muchas cosas que pensamos que podrían ser de una manera y que podrían hacer que mi experiencia fuera mejor. Y luego está precisamente que al final la educación contribuya a la riqueza de los pueblos. Evidentemente, si un pueblo tiene que formarse y marcharse a otro sitio… Pero ahí nos enfrentamos a fenómenos muy interesantes también que ocurren hoy en día, como es la migración, los movimientos de personas en busca de una mejor oportunidad laboral o las personas que tienen que huir de un conflicto armado o las personas que huyen de una catástrofe natural. Es un síntoma de nuestros tiempos y sinceramente creo que no lo tenemos muy bien resuelto. Y es absolutamente digno que las personas vayan buscando una mejor oportunidad para ellos mismos y para sus familias. Esto nos tiene que hacer ver cómo podemos articular todo esto, porque esto no es un problema sencillo, pero es una realidad que vosotros y vosotras, hoy, que tenéis una mirada más amplia que igual otros tuvimos en las generaciones anteriores, podéis solucionar de forma distinta. Por eso es necesaria esa empatía, esa capacidad de ponerte, como dicen, en los zapatos del otro, en tener esa otra mirada, en entender por qué una persona viene de lejos a otro país o a otro lugar en una situación de mucha dificultad. Bueno, pues por ver qué tipo de posibilidades se le pueden ofrecer y cómo hacer que eso también me enriquezca a mí. Al final, la educación tiene como dos grandes enemigos. Por un lado, la pobreza. Las sociedades pobres o que tienen sus recursos limitados para la educación hacen que esa educación sea peor, que las posibilidades de esa educación sea peor y que tengamos menos ganas de esforzarnos si vemos que nuestro futuro no va a ser muy agradable. ¿Por qué voy a esforzarme si lo que me va a ofrecer esto tampoco es muy diferente a si no estudio? Y, por otro lado, la violencia. La violencia, tanto la que ocurre en grandes conflictos armados como el acoso escolar, como el ‘bullying’, como el ‘cyberbullying’, cuestiones que al final impiden que el aprendizaje tenga lugar.
Si yo estoy en un ambiente hostil y violento, no puedo. La educación no tiene lugar. Yo no estoy bien, no estoy preparado para recibir todo esto que me da. Hicimos hace unos años un estudio sobre el tema de violencia en las escuelas, analizando qué se entendía por violencia en las escuelas en los distintos países del mundo. Y nosotros aquí estábamos más preocupados por cuestiones como el ‘bullying’, como el acoso escolar, como ese tipo de conflictividad que había. En otros lugares, el problema era que la gente llevaba armas a la escuela y, en otros lugares, el problema era que, como el camino de llegar desde mi casa a la escuela era muy largo, especialmente las niñas sufrían asaltos, violaciones y cuestiones que eran muy complicadas. Entonces, tú decías: «Guau». Estamos hablando de la misma visión, violencia en la escuela, pero fijaos en qué cantidad de matices hay que a lo mejor ni siquiera vosotros lo habíais pensado. Fue muy revelador decir: «Pues sí que existe esa violencia, sí que existe ese sesgo. Y, en el caso de las niñas, especialmente».
Pero el trabajo realmente que puede aportar la educación está más en la prevención, en generar ese entorno de convivencia, de trabajo y de detección de las necesidades personales y de canalizarlas adecuadamente, de ser capaz de ver dónde está el elemento que mejor le puede ayudar. Es fundamental que en educación seamos capaces de ir incorporando todo esto que ya os digo que no es fácil, porque al final es verdad que la escuela se va cargando de tareas y de cuestiones y los recursos a veces son limitados, pero ahí también está nuestra visión de cómo tiene que ser esa educación para poder hacer esa inversión suficiente que permita atender no solo a la adquisición del conocimiento y de las competencias necesarias para desenvolverme en mi vida, sino para cuidarse de lo que pasa. Nosotros, cuando hablamos de esto, no hablamos tanto… La visión en los coles no ha de ser tanto de lo que pasa en mi cole, sino lo que les pasa a los niños y niñas de mi cole, cómo están, qué tienen. Y, entonces, en el momento en que les damos esa identidad personal y sabemos cómo se llaman y sabemos qué problemas tienen y sabemos qué pueden necesitar, hemos dado un paso muy grande para poder contribuir a esa comunidad educativa. Si llama ‘comunidad’, es porque somos todos y porque es común, es de todos y todos tenemos que tener un protagonismo.
Veníamos ya observando que estos casos empezaban, primero, a contarse mejor, a ser conscientes de ello y que había un crecimiento. Pero es verdad que justamente la pandemia provocó un exceso de casos de estas cuestiones, porque de repente nos vimos encerrados en casa. Si estábamos bien en casa, bueno, pero igual en casa no estábamos bien. No todos los hogares son iguales ni tienen ni la misma atención ni la misma conexión ni los mismos cuidados. Y eso pudo ser muy duro para muchas personas. No quiero deciros ya aquellos que también perdieron familiares o tuvieron unas experiencias duras en este sentido, que además fueron unos momentos terribles. Esto ha servido por lo menos para que hablemos de ello, para que hablemos de ello y nos demos cuenta de que no tenemos el soporte necesario en nuestro sistema de salud para tener toda esa ayuda y para seguir empujando para que se consigan estos recursos y que haya cada vez más profesionales, que estén mejor preparados y que entiendan bien lo que nos pasa, o lo que os pasa a los niños, niñas y adolescentes, que es distinto a lo que les pasa a los adultos. Si hay un rasgo característico de la infancia, es el jugar. Estoy seguro de que os acordáis de que, cuando jugabais, a lo mejor cogíais el palo de una escoba y os montabais y pensabais que era un caballo. Tiene un valor tremendo. Toda esa parte de juego simbólico a la hora del desarrollo del cerebro, de las relaciones interpersonales, es un valor. Pero es verdad que no pensamos que jugar sea un derecho. Pensamos que tenemos la obligación de estudiar, de rendir, de contribuir en casa. Y a veces cuesta hacerse ese hueco. Y, sin embargo, está demostradísimo que, en aquellos niños que juegan las horas suficientes y a los juegos adecuados, eso tiene un beneficio en su desarrollo increíble. Primero, porque cuando juegas estás compartiendo con otros y toca llegar a acuerdos y hay que decidir si la portería mide lo que miden las dos chaquetas o hay que elegir que, si estoy subido aquí, no me puedes dar y no me la ligo.
Son pequeños conflictos que yo tengo que ir resolviendo y que en el juego soy capaz porque tengo todas las herramientas: sé jugar, quiero pasar el mejor rato posible con mis compañeros y quiero sacarle lo máximo a esta experiencia.
Seguramente, esta batalla que queda para que la infancia y la adolescencia ocupen su espacio estáis en una posición privilegiada para poder abordarla. Pero es verdad que también precisa de adultos generosos y de personas que estén dispuestas a ceder parte de ese poder, pero no por nada, sino porque es un derecho y hay una obligación para que eso suceda. O sea que no me están regalando nada. Simplemente se está cumpliendo lo que decidimos a nivel mundial que ha de ser. Y es verdad que esto no ocurre mucho y la verdad es que en el cole no ocurre mucho tampoco. Yo siempre pongo un ejemplo muy fácil cuando hablo con adultos para explicarles por qué es importante escuchar y dar oportunidad de participar a chicos y chicas. Y yo siempre digo: ¿quiénes eran los que mejor seguían el protocolo de higiene y distancia y mascarilla en los coles? Los chicos, las chicas. Y, de hecho, no era extraño llegar a casa y que alguno dijera: «Es que al de Educación Física se le cae un poco la mascarilla y… Fatal». ¿Por qué? Porque habíais entendido el mensaje y la responsabilidad que teníais en ese momento y ninguno quería contagiar a un abuelo o a una abuela de COVID. Y, entonces, por eso lo hacíais y por eso manteníais la distancia y la fila se hacía de una manera y las aulas se organizaban de una manera o se hacían los turnos. ¿Qué pasó? Que se os dio la oportunidad, entendisteis cuál era vuestra contribución y fuisteis los mejores en hacer eso. Mucho mejor que los adultos seguramente. Bueno, ¿por qué no aprender de esa lección? Ya que este periodo ha sido tan duro y tan difícil, ¿por qué no sacar esas lecciones positivas y darnos cuenta de que juntos somos más fuertes? Es verdad que a participar se aprende. Uno no sabe… no está en primero de infantil y tiene una opinión superformada de todos los temas, pero yo creo que algunos de aquí habéis tenido un recorrido en esto y habéis ido viendo cómo poco a poco también esto os ha llevado a preocuparos por conocer, por aprender, por estudiar, por elevar la voz por los que no pueden.
Entonces sí que me gustaría un poco escuchar alguna de estas historias que tenéis de participación.
¿Para qué vamos a hacer algo si ni los adultos ni muchas veces los propios niños nos tomamos nuestra opinión en serio? Yo creo que el primer paso es crear espacios seguros en donde podamos hablar y entre todos nos escuchemos más para que, así, podamos desarrollar nuestra infancia de la mejor manera posible, siendo niños, pero también participando como ciudadanos de pleno derecho, dando nuestra opinión para así cambiar las cosas a mejor. Y, no sé, ya un poquito para terminar, me gustaría decir sobre los derechos de la infancia, en todo lo que he aprendido en mi participación, que su cumplimiento tiene que ser una realidad, no una posibilidad, como ocurre en muchos casos.
Y, al final, esa falta de oportunidades viene de esa imagen que tenemos construida. Aquí también hay un ámbito de reivindicación y de lucha, de ganar ese espacio, de hacer cosas buenas y contarlas bien, de ser capaz de presentar adecuadamente a personas que te puedan favorecer. Al final hay que buscar también aliados en esto. Para nosotros es muy importante este trabajo y colaboramos para que así sea, tanto en el entorno educativo como, sobre todo, a nivel municipal, porque en las ciudades es donde vivís, es donde ejercéis vuestra ciudadanía, donde estáis en primer lugar. El Estado a veces queda un poco lejos, pero tu pueblo o tu ciudad es donde sales todos los días, donde vas de un lado a otro. Para nosotros, esa labor que hacemos desde el programa de Ciudades Amigas de la Infancia precisamente va de eso, de exponer a los niños a la agenda de la vida municipal contando con su punto de vista. Y animamos a que en todos los municipios haya estos consejos asesores infantiles y que tengan capacidad de tener interlocución con sus alcaldes y con sus alcaldesas para que se encuentren soluciones en las que yo pueda aportar. Yo sé muy bien si aquí hace falta una farola o si este parque está suficientemente dotado o si hay niños que no pueden acceder al colegio sin cruzar seis carreteras. Eso lo sé yo mejor que nadie que está en un despacho, lejos, y no lo vea. Pero eso, si no se hace, si no se comunica, si no se traslada, al final, bueno, incluso lo puedo vivir con dolor, pero no estoy contribuyendo a su solución. Yo muchas veces también pongo el ejemplo de que a veces participar es cuando uno es delegado de clase. Es tu primera representación institucional, eres el delegado de clase. Y a veces el delegado de clase… Yo ya soy muy mayor, ¿pero lo que hacíamos qué era? Apuntábamos en la pizarra, cuando el profesor salía, quién hablaba y quién se portaba mal, con lo cual imaginaos qué terrible experiencia de responsabilidad social era esa para empezar. Yo creo que eso está superado, afortunadamente, y creo que ahora hay otra serie de aproximaciones.
Pero creo que en los coles se puede hacer mucho, porque si yo tengo que expresar una opinión, ¿cuántas cosas tengo que aprender antes? Tengo que documentarme, tengo que hablar con otros, tengo que elaborar un discurso, tengo que hablar en público, tengo que hacer un montón de cosas que, qué casualidad, son las mismas que están en el currículum de Lengua a la hora de mi competencia verbal y escrita. Pero también está por vuestra mano proponerlo. Yo creo que a veces es verdad que uno se puede frustrar cuando propone una idea que le parece buenísima y no le hacen caso. Esto puede pasar, pero veo que aquí hay algunos ejemplos, incluso de autoorganización. Habéis decidido: «Bueno, más allá de nosotros… Nosotros esto lo podemos hacer, podemos juntar recursos, podemos motivar a otros a salir adelante» y habéis iniciado vuestros propios proyectos. A veces serán muy grandes y durarán mucho en el tiempo y a veces serán muy pequeños, pero estoy seguro de que serán muy positivos. Creo que había alguna opinión.
Es difícil vincularse con un mundo con el que tú no te identificas. Tú no te ves allí y dices: «Allí a mí no me están esperando porque, cuando me esperan, bien que me lo hacen». En el entorno comercial está muy claro. Si es un producto infantil, tiene un formato infantil, tiene unos colores, tiene una música, tiene una presencia, tiene un lenguaje y ahí sé que eso es para mí, que ese producto es para mí. Sin embargo, hay cosas de este mundo de la participación que no están completamente bien enfocadas. Quiero ser optimista en ese sentido. Yo veo que vamos dando pasos y que tenéis ganas de coger ese relevo. Hay personas muy jóvenes que han tenido mucho impacto a nivel mundial. Han encontrado los altavoces que han conseguido que su voz trascienda e inspirarnos para decir: «Bueno, pues es que yo también tengo una opinión sobre esto». Hay que ver si somos capaces también de conseguir esas oportunidades de escucha, de decir: «Oye, pues si hay esta inquietud, también que sea atendida». Y nosotros por eso apelamos mucho a esa responsabilidad, especialmente en el plano municipal, que es donde más sencillo es. No olvidemos que estamos hablando de derechos de infancia, que es algo que se tiene que cumplir. Que esté escrito ya sabemos que no significa que se cumpla. Lo que sí es importante es que ya está escrito. Vosotros pensad que era peor cuando ni siquiera estaba escrito, cuando ni siquiera era una posibilidad. El mundo os está esperando. Me ha gustado mucho lo que dijisteis, porque lo decimos mucho los mayores: «¡Es que son el futuro de nuestro país!». No, lo siento, no son gente que va a llegar un día, que va a sonar como el microondas, va a sonar y ya «Hola, soy un adulto funcional, vengo aquí a aportar a esta sociedad». No, mira, esta sociedad está compuesta de gente de muchas edades con muchas situaciones diferentes que tienen que ser atendidas todo el tiempo. ¿Tenéis alguna idea más que aportar? Por favor.
Pero las sociedades no se mueven si sus ciudadanos no se mueven. Entonces, por eso es importante que desde bien abajo empecemos a tener claro hacia dónde queremos empujar esto. Y no minusvaloréis vuestras posibilidades, porque una mala noticia que os traslado es que la infancia pasa rápido. Para vosotros es toda la parte de vuestra vida, pero muy pronto algunos de aquí ya vais a ser adultos legalmente dentro de muy poco. Algunos no notaréis nada aparte de que hagáis una fiesta más o menos grande, pero de repente vais a tener un montón de exigencias que pueden parecer nuevas. Si has ido trabajando eso de forma paulatina, no será difícil y confiamos en que esta generación tan formada, tan preparada, tan motivada, lo haga mejor de lo que lo han hecho las generaciones anteriores. Cada una hizo su contribución… pero siempre, eso sí, esa exigencia sí que queda, o a ese compromiso tenemos que ser capaces de llegar. Al final, la Convención de los Derechos del Niño se engloba en cuatro grandes cuestiones que también las habéis dicho vosotros. La primera es la de la no discriminación. No hay ninguna causa que justifique que ningún niño esté fuera de ninguno de estos derechos. El segundo se llama el interés superior del menor. Esto quiere decir que siempre hay que tomar las decisiones que sean las mejores para el niño, siempre poner su interés por delante. El tercero es asegurar su supervivencia y su desarrollo, evidentemente, desde la alimentación, la protección, la salud, la educación… todas aquellas cuestiones que necesito para crecer y desarrollarme cuando soy más vulnerable y a medida que voy creciendo, también, con mis nuevos retos. Y el cuarto es el de la participación. Sois absolutamente ciudadanos de presente a día de hoy, igual que cualquier otra persona.
Todos estos derechos son indivisibles. O sea, no puedo tener mucha educación y no tener sanidad, no puedo tener mucha protección y tener poca participación, no puedo estar protegido frente a una guerra y a la vez no tener respeto a mi identidad. No se pueden separar, no pueden ser para unos sí o para otros no. Este mensaje de llevar los derechos de infancia a todos los rincones y que vuestra voz sea escuchada es imposible hacerlo sin grandes aliados, porque solos llegamos a muy pocas partes. ‘Aprendemos juntos’ tiene ese compromiso y en este camino, junto con UNICEF, estamos encontrando esta oportunidad de dar este altavoz que estamos seguros de que va a seguir contribuyendo a esta creación de un mundo más justo para la infancia. Os agradezco muchísimo vuestra atención, vuestra motivación, y creo que tenemos un buen equipo, un buen equipo para seguir adelante. Así que muchísimas gracias.