La filosofía no da la felicidad…ni falta que le hace
Roger-Pol Droit
La filosofía no da la felicidad…ni falta que le hace
Roger-Pol Droit
Filósofo y escritor
Creando oportunidades
La filosofía explicada a todo el mundo
Roger-Pol Droit Filósofo y escritor
Roger-Pol Droit
“Lo esencial de la filosofía es que está dirigida a todos y no hay que temer a las grandes preguntas basadas en el asombro”. El filósofo, escritor y académico Roger-Pol Droit, contempla la filosofía como la capacidad universal para reflexionar y meditar sobre cualquier aspecto de la vida. “Esto significa que cualquiera sin conocimiento, sin ser adulto o maduro, tiene esta habilidad”, sostiene. Lo que distingue a Roger-Pol Droit es su profundo humanismo y calidez. Su enfoque no es imponer respuestas, sino invitar a la reflexión y al diálogo, valorando siempre la diversidad de pensamientos y experiencias. Una invitación constante a mirar el mundo con ojos nuevos, a cuestionar lo aparente y a encontrar significado en los rincones más inesperados de la vida.
Autor de numerosos libros que abarcan desde la filosofía académica hasta la divulgación filosófica. Entre sus obras más conocidas destacan ‘101 experiencias de filosofía cotidiana’, ‘Si solo me quedara una hora de vida’ o ‘La tolerancia explicada a todo el mundo’, entre otras. Libros que han tenido gran calado en el público general gracias a su interés y capacidad para trasladar conceptos filosóficos complejos de una manera accesible, útil y atractiva.
Más allá de los premios y reconocimientos, Droit ha mostrado su compromiso con la educación a través de proyectos destinados a promover el pensamiento crítico, y la reflexión filosófica de manera pedagógica para enriquecer la vida cotidiana de cualquier persona: “Una de las cosas que me ha enseñado la filosofía es que no sabemos mucho en profundidad y que debemos trabajar para soportar nuestra ignorancia. De lo contrario, estaremos ante un fantasma de nuestro tiempo que es el fantasma de los expertos, el «yo lo sé todo»”.
Transcripción
Pero esa es la diferencia entre los comerciantes de la felicidad de hoy en día y los filósofos de la antigüedad, que, a menudo, dicen lo mismo… Epicuro dice que la filosofía sirve para hacerte feliz, sirve para calmar la tormenta del alma, según él. Claro que sí, la diferencia es que él no vendía nada y, sobre todo, que nunca estaba garantizada. Vemos que todas las escuelas de sabiduría de la antigüedad, ya sean epicúreas, estoicas, cínicas o escépticas, cada una evidentemente tiene su propia manera de imaginar la felicidad de los sabios, pero saben que no es algo seguro. Saben que es un proceso largo, es el trabajo de toda una vida, el conseguir equilibrar por fin esos golpes del destino y momentos de felicidad y construir algo más o menos estable y equilibrado. La diferencia es que hoy nos dicen: «Págame y ven a mi cursillo de tres días. Así te garantizo que serás feliz para siempre, vas a pensar en positivo… Y, si no lo consigues, es culpa tuya». Pues no. Para nada. Creo que hay que tener cuidado con eso. No hay que abandonar ese trabajo de ser feliz, aunque tampoco existiría nunca un mundo sin negatividad. Para mí, esa es la gran lección de Nietzsche. Explica muy bien que si decimos sí a la vida… Por supuesto que decimos sí al disfrute, la amistad, el amor, la belleza… Y en eso consiste la vida. Pero no es como el agua filtrada. Si decimos sí a la vida, también decimos sí a la traición, la enfermedad, la miseria y todo lo feo y desagradable de la vida. Y, al final, es eso.
Naturalmente, podemos hacer el máximo esfuerzo personal y colectivo para que el sufrimiento sea menor, que la miseria sea menos extensa, que las enfermedades sean menos frecuentes. Pero la idea de un mundo en el que todo eso desaparezca por completo no existe. Bueno, existe en los sueños, pero no existe en la realidad. Por tanto, la idea de la buena suerte consiste más bien en aceptar activamente, no rechazar, una vida en la que hay que hacer todo lo posible para ser feliz sabiendo que la parte de la mala suerte no es del todo suprimible.
La clonación humana no se inventó en la antigüedad. El mundo digital tampoco fue imaginado, ni concebido ni experimentado en la antigüedad. Entonces, ¿significa eso que…? Es lo que dicen algunos, yo no lo comparto. ¿Significa eso que, como nuestras preguntas son totalmente distintas, sus respuestas ya no nos sirven? No. En ese caso, habría que tirarlo todo y pensar en el presente únicamente con las herramientas del presente. Eso no es verdad. Pero, evidentemente, hay que escucharlas y adaptarlas. No hay que utilizar la filosofía antigua y la filosofía en general, incluso la clásica, como una caja de herramientas, de donde podemos coger un destornillador, una llave inglesa o lo que necesitemos para aflojar, desmontar o examinar las situaciones que enfrentamos hoy en día. Dicho de otro modo, hay que aprovechar este patrimonio inmenso, pero sin llevarlo a nuestro tiempo, para coger las herramientas que necesitemos para abordar de la mejor forma las preguntas de nuestro tiempo y el tema de la felicidad. Pero hay mucho más, como por ejemplo el tema de la actualidad, la información, la objetividad de la información, las noticias falsas… Todo eso puede pensarse con este tipo de herramientas. Vaya, el trabajo que consiste siempre en buscar, entre el extenso inventario de la filosofía, las herramientas necesarias para reflexionar sobre el mundo actual.
A lo mejor acabamos cambiando un poco de parecer y, si no, entonces sabremos que no funciona. Pero lo que ocurre hoy en día, sobre todo en las redes sociales —escribí un libro con Monique Atlan sobre este asunto, «Quand la parole détruit» —, es que, en vez de querer hablar los unos con los otros, cada uno da su opinión, su sensación, su impresión, el «yo opino que». Y todos los que piensen igual que yo, genial, bienvenidos. Pero los que piensen lo contrario, a callar. Los censuran así sin más. Y ese es el fin del habla humana porque el habla consiste en intercambiar opiniones y saber que existen cosas totalmente opuestas que debemos reconocer, en vez de hablar entre nosotros, ponernos de acuerdo y dejar de hablarle al que discrepa de nosotros.
No. Lo entiende de verdad él solo. Y, al final, eso es lo esencial de la filosofía, que está dirigida a todos y no hay que temer a las grandes preguntas porque otra cara de la filosofía que no hemos mencionado aún es que se basa en el asombro. Eso decía Platón, lo decía también Aristóteles y lo ha dicho más recientemente Jankélévitch (yanquélevich). Todos los grandes filósofos, a lo largo de la historia, han insistido en ello. ¿Qué significa que la filosofía se basa en el asombro? Significa que debemos salir de la rutina, o sea, de la vida cotidiana, de una serie de cosas como hacer la compra, recoger a los niños del colegio, lavar los platos, ir a trabajar, salir otra vez… Bueno, en cierto modo, salir de unos programas que se suceden de manera habitual y sin preguntas. Y la filosofía consiste en decir: «¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué esto es así? Qué raro. Y ¿qué tipo de problemas plantea esto?». Entonces, si todo resulta familiar, si todo se desarrolla como una rutina, no tendremos más preguntas. Tenemos que empezar por asombrarnos y preguntarnos por qué vivimos y por qué el mundo es como es. Bueno, todos los niños lo hacen.
Y creo que los filósofos han conservado algo de este asombro infantil, pero nosotros también tenemos que asombrarnos. Y algo que he intentado hacer siempre a través de varios medios es hacer pequeños gestos, cositas extrañas precisamente para asombrarme, para romper con la rutina del día a día, y que constituyen el punto de partida de la filosofía. Ya luego podemos hacer preguntas y leer a otros autores, pero siempre el punto de partida es preguntarse por qué esto es así. En cierto modo, hay que despegarse de las acciones habituales.
No he conocido a un solo ser humano que sea capaz de pelar mentalmente una manzana entera, sin haberla transformado ni nada, con el cuchillo exacto, de un modo que no falle, en un solo plano o, mejor dicho, en una sola imagen. ¿Qué significa eso? A partir de ahí, después de este juego, podemos hacer las preguntas que queramos. Yo no. Para mí, es un detonante para reflexionar, pero usted se dará cuenta de que no es capaz de reproducir una realidad tan simple como pelar una manzana de forma fiel, exacta y completamente auténtica. Por tanto, se dará cuenta de que nuestra percepción de las cosas, nuestras sensaciones físicas son vivas, intensas y precisas. Pero en cuanto intentamos replantearnos el mundo y reproducirlo en nuestra cabeza, vemos que es algo más aproximado, más vago, hay unos márgenes de incertidumbre. Entonces, ese es un primer ejemplo de estas pequeñas experiencias. Otro ejemplo estas experiencias sería preguntar si las palabras y las cosas se corresponden de forma exacta. Es más una pregunta para una clase, para la universidad, para una tesis de filosofía. Pero si digo: «Escoja algo que lleve encima, un botón, el reloj, un lápiz… Y luego, vacíe el significado de la palabra». Usted va a mirar el lápiz, por ejemplo, y va a repetir: «Lápiz, lápiz, lápiz, lápiz, lápiz, lápiz, lápiz». Es como un juego de niños. Los niños lo hacen y, cuando lo hacemos nosotros, enseguida nos percatamos de que, si lo repite veinte, treinta, cuarenta veces, la palabra se deseca.
Ya no tiene sentido. Pierde la adherencia, su pegamento por así decirlo, al objeto y en la mano solo nos queda un trocito de plástico o de madera y la palabra que se cae se deseca. Ya ve que solo con esta repetición, esta pequeña experiencia, nos damos cuenta de que la relación entre las palabras y las cosas no es necesariamente fija, no es imposible separarla. Y, por lo tanto, podemos reflexionar a partir de ahí sobre la relación entre las palabras y las cosas, sobre cómo articulamos nuestros pensamientos. Es un libro que se me fue de las manos, me atrevería a decir, porque ha sido traducido a 24 idiomas, años más tarde me enteré de que había clubes de estudiantes que jugaban y comparaban sus resultados y tal. Pero sobre todo yo quería hacer un libro en el que las preguntas filosóficas… No es un libro de filosofía, sino un libro que te prepara, que te guía hacia la filosofía. Y quería que los lectores experimentaran estas cosas extrañas e insólitas, esta desvinculación, para luego crear su propio camino. Como ve, es siempre la misma idea. Yo no les digo adónde ir.
En un momento de la introducción, digo o pregunto: «¿Adónde quieres ir?» o «¿Qué quieres hacer?», y respondo: «Pues ahí vas a ir». Entonces yo no les enseño el camino, sino que les doy el impulso, el detonante, y con esta mecánica cada uno toma su camino.
Se trata de avanzar en nuestra reflexión a través de las palabras, los argumentos y las oposiciones. Y el diálogo no se da solo en filosofía, no quiere decir que es una mera charla donde todos estamos de acuerdo. En absoluto. Hay que avanzar contraponiendo una idea a otra, aunque seamos tres o cuatro personas las que discrepemos a menudo. Al final, lo importante es crear nuestro camino a través de este diálogo, esta confrontación. Platón decía en alguna parte que el pensamiento es el diálogo del alma consigo misma. ¿Eso qué quiere decir? Quiere decir que, aunque esté yo solo, aunque no haya nadie a mi alrededor, soy varias personas en mi pensamiento porque me contradigo. Cuando decimos «pensar contra sí mismo» es como decirnos: «No, no tiene por qué ser así». Aunque esté yo solo o no hable, al pensar filosóficamente, yo dialogo en el sentido de que soy yo mismo, pero también soy otro que dice: «No, a lo mejor te equivocas».
Observamos nuestros propios pensamientos, los analizamos y los criticamos. Y esto es lo que le diría a una persona normal y corriente sobre el diálogo, que es fundamental, cuando queremos reflexionar, empezar a analizar estas ideas. Es lo que hacía Sócrates en los diálogos de Platón que precisamente se llaman así. Como avanzamos a través del debate y el intercambio de ideas, se trata de coger nuestras ideas y analizarlas. Y esa podría ser otra definición de la filosofía. No consiste en tener ideas. Todo el mundo tiene sus opiniones, sus puntos de vista. No se trata de saber defenderlas. Si usted me contradice algo, yo sabré contestarle. No estaríamos haciendo filosofía, sino debatiendo. Pero empezamos a hacer filosofía si observamos nuestros propios pensamientos y los de los demás, y los ponemos a prueba. Nos preguntamos si se sostienen, de qué están hechas, cómo podemos descifrarlas, me atrevería a decir, cómo desmontarlas, vaya. O, en cambio, ¿son perfectamente homogéneas y coherentes? Eso es la filosofía. No va de tener ideas, sino de ponerlas a prueba y analizarlas precisamente a través del diálogo.
Hay muchos filósofos, como Nietzsche, que han utilizado el humor, la provocación, la burla y la crítica no solo para reírse, sino también para encontrar en la risa o la provocación algo que incite al pensamiento. Debe haber maneras, y he intentado hacerlo en algunos libros míos, de provocar risa o, al menos, de sorprender, que no sean simplemente unos juegos, sino unos juegos que inciten a la reflexión. Y eso es lo que me parece más interesante. En cualquier caso, no hay que pensar que vamos a aburrirnos necesariamente con la filosofía o que hay que aburrirse para que sea interesante. No, en absoluto. Tampoco significa que vayamos a reírnos de todo, todo el tiempo, y tal, pero una cuestión puede ser increíblemente seria, como la muerte o el final de la vida, sin tener que ponerse a llorar o simplemente calentarse mucho la cabeza para reflexionar sobre ello.
Luego, los hay más tranquilos, como Sócrates por supuesto, que fue el primero en verse afectado por su propia filosofía porque murió por ella, fue condenado a muerte por la ciudad de Atenas. Y Platón llamaba a Diógenes un «Sócrates delirante», es decir, en definitiva, iba más allá de todas las comodidades, los decoros y las normas de cortesía. Ese es el ejemplo que yo elegiría, pero evidentemente hay muchos otros. A lo largo de la historia de la filosofía, creo que todos los filósofos se han visto influidos, de un modo u otro, por el pensamiento. Esa sería la naturaleza de toda filosofía, el servirse de la reflexión para responder a la pregunta de cómo vivir y para cambiar nuestra propia vida.
Si por ejemplo dijéramos que, en vez de hacer esta entrevista, estamos jugando a ser entrevistadora y entrevistado, estamos jugando muy en serio e intentamos hacerlo lo mejor posible, entonces siempre estaríamos jugando hiciéramos lo que hiciéramos. Y, si encontramos este espíritu de la infancia, del juego, entonces yo estoy jugando a ser filósofo, uno juega a ser escritor, otro juega a ser contable y hay otros que juegan a ser médicos. No jugamos mucho a ser enfermos porque, bueno… Pero existe esta idea de que, al final, siempre estamos atrapados en unos roles sociales, en unos juegos, y de que no es en absoluto una mera máscara, sino que este juego forma parte de la creación de la existencia. Y una de las otras grandes dimensiones del espíritu de la infancia es también la primera vez. Es lo que yo llamo la frescura renovada. Estoy seguro de que todos lo habéis hecho alguna vez, incluida usted, el hacer muecas para que un niño se ría. Lo hace dos veces, se ríe. Lo hace 102 veces, se sigue riendo. Pero usted ya está harta. A usted ya no le hace gracia, entonces para.
Pero ahí está esa frescura de la primera vez que los adultos en su mayoría evidentemente han perdido. Pero uno de los posibles ejercicios es intentar encontrarla. Si la encontrase, aunque no del todo, pero si lo hiciera… Por ejemplo, si quisiera hacer el amor por primera vez con alguien con quien ha vivido durante diez, veinte o treinta años, o probar por primera vez el vino que más le gusta, o ver por primera vez su cuadro favorito o el lugar al que más cariño le tiene. Existe esta capacidad de refrescar la mirada, la sensación, que tienen los niños y que debemos conservar a través del espíritu de la infancia.
El conocimiento mismo aumenta la ignorancia, cuando normalmente pensaríamos que la reduce. Pero no. Cuanto más sabemos sobre el universo, por ejemplo, más preguntas nos hacemos. Un ejemplo serían los agujeros negros. Sabemos poco, pero no sabíamos en absoluto hace 150 o 200 años que los agujeros negros existían en el universo. Entonces, como tenemos más conocimiento, también tenemos más ignorancia y más conocimientos que descubrir. Y una de las cosas que me ha enseñado la filosofía es que me gustaría compartir con los demás que no sabemos mucho y que evidentemente debemos trabajar para saber más. Pero, al mismo tiempo, trabajar para soportar nuestra ignorancia y aceptar que no sabemos. De lo contrario, estaremos ante un fantasma de nuestro tiempo que es el fantasma de los expertos, el «yo lo sé todo». Ya sabemos que los expertos son muy respetados por sus conocimientos técnicos y tal, pero el experto es algo muy pequeño. Sabe mucho sobre algo muy pequeño. Y, como seres humanos, sabemos muy poco de las grandes cosas.
A usted, muchas gracias. Hasta luego.