“El día que perdamos la utopía volveremos a la caverna”
Emilio Lledó
“El día que perdamos la utopía volveremos a la caverna”
Emilio Lledó
Filósofo y profesor
Creando oportunidades
“Si volviera a nacer, volvería a ser profesor”
Emilio Lledó Filósofo y profesor
“La esencia de la educación es mostrar el mundo como posibilidad”
Emilio Lledó Filósofo y profesor
Emilio Lledó
Al filósofo y miembro de la Real Academia Española, Emilio Lledó, quizá le despertó la vocación docente su profesor don Francisco. Aquel maestro, en plena Guerra Civil, conseguía crear un espacio de alegría y libertad con ejercicios inspiradores a partir de la lectura del Quijote. “Don Francisco nos hacía leer y luego nos planteaba ese sustantivo, que yo no sé si entonces éramos capaces de entender: “sugerencias”. Sugerencias de la lectura. Yo entonces no sabía qué significaba nada de lo que él estaba haciendo con nosotros, que era creándonos libertad”, recuerda Lledó, que ha recibido, entre otros galardones, el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, y el Premio Nacional de las Letras Españolas, por su labor literaria y divulgativa.
Considera que la esencia de la educación no “asignaturesca” consiste en presentar el mundo como posibilidad, una reflexión que ha desarrollado en libros como ‘Sobre la educación’, ‘Los libros y la libertad’, o ‘Palabras en el tiempo. Abecedario filosófico’, este último ordenado y comentado por quien fue su alumno, Cipriano Játiva, que le entrevista en esta ocasión.
La carrera filosófica de Emilio Lledó, desarrollada entre las Universidades de Heideberg (Alemania), La Laguna, la UNED y Barcelona, se ha inspirado en los antiguos griegos para defender la importancia del logos y el diálogo, el lenguaje y la escritura o la ética y el humanismo. “El bien, la belleza, la justicia, la verdad. Ese es un horizonte al que no podemos nunca renunciar, por mucho que esto suene a utopía. Que suene, que siga sonando, porque el día en que no suene estaremos volviendo a la caverna, a la caverna ya sin luz”, concluye.
Transcripción
Porque una de las, me parece, ¿eh?, una de las educaciones más… Voy a decir un adjetivo un poco fuerte: “siniestras”, es la de meter en la cabeza de los niños determinados aprendizajes, determinados grumos mentales, como suelo decir, que impiden esa fluidez de las neuronas, esa vida de las neuronas. Esa vida que es la libertad. Por eso una de las enseñanzas fundamentales de la educación es dar pie a esa libertad, dar alimento a esa libertad y que la mente del niño, que es tan, tan prodigiosa, cuando… Yo tengo nietos y nietas y veo la frescura que tienen con cinco o con seis años, y no porque hablen distintos idiomas ni porque hayan vivido en Alemania, no, no. Es porque… Porque tienen…
“La esencia de la educación es mostrar el mundo como posibilidad”
Y entonces, dentro de esos recuerdos violentos… Pero éramos niños que nos estábamos haciendo a eso ya. Yo tenía nueve, diez, once años en la época de la Guerra Civil, pero entre esos recuerdos, algunos horribles, pero creo que superados por la paz y la alegría que nos daba el colegio público, en donde yo recuerdo lo que tú me decías de ese profesor, don Francisco. Tanto lo recuerdo que no lo he olvidado jamás. Hay otros profesores, incluso de la Universidad, que ya no recuerdo ni su nombre. Y, por cierto, me interesó tanto que unos amigos de un instituto de Numancia de la Sagra se pusieron en contacto con otros historiadores jóvenes y lograron llegar a descubrir los apellidos de don Francisco López Sancho. Esto lo he sabido hace un par de años, como quien dice, pero para mí ese don Francisco fue… Todo eso, claro, lo he aprendido después. Yo entonces no sabía qué significaba nada de lo que él estaba haciendo con nosotros, que era creándonos libertad.
Don Francisco nos hacía leer y luego nos planteaba ese sustantivo, que yo no sé si entonces éramos capaces de entender, “sugerencias”. Sugerencias de la lectura. Imagínate lo que podría sugerirnos a niños de diez u once años si leíamos una media página de El Quijote. El Quijote, un Quijote no arreglado, sino el Quijote auténtico, ¿verdad?
Bueno, pues en esa Ciudad Universitaria, donde yo estudiaba Filosofía y Letras, pues había algunos profesores, sobre todo los de Filología Clásica, estupendos, pero la estructura era asignaturesca. Yo recuerdo a este propósito que una vez, cuando yo hice oposiciones a la cátedra de la Laguna, de la Universidad, pues tenía que preparar un programa de Historia de la Filosofía, desde los presocráticos hasta Sartre o hasta lo más… Y recuerdo que ese programa, eso fue en las oposiciones de Historia de la Filosofía. ¿Cómo puede ser, por mucho que quiera ser catedrático, especialista en toda la historia de la Filosofía? No, no puedes conocer porque no tienes ni tiempo material ni tiempo astral para tenerlo.
Bueno, pues y cuando fui a Heidelberg una vez, ese programa, se lo enseñé a Gadamer y a Löwith, los dos profesores con los que yo ya, cuando me soltaba un poco en alemán, pude defenderme y exponerles mis… Me preguntaron: “Pero bueno, ¿esto, todo eso? A nosotros nos habrían suspendido”, y es verdad, y es una anécdota que tengo que refleja el cambio que supuso para mí el llegar con 22 o 23 años, al acabar el servicio militar y la carrera, a Heidelberg, porque no había asignaturas, los profesores hablaban de lo que querían, dentro, por supuesto, de su especialidad.
Un año, no lo sé, pero, por ejemplo, Gadamer hablaba de la fenomenología del espíritu de Hegel y al semestre siguiente, porque estaba dividido, la universidad, la vida universitaria, en semestres con sus correspondientes vacaciones. El semestre siguiente hablaba de Kant, por ejemplo, del prólogo a la Crítica de la razón pura, por ejemplo. Y al semestre siguiente hablaba del Cármides, de Platón. Claro, yo iba buscando la asignatura, la asignatura no existía, y claro, tuve, no yo, sino cualquier persona normal, tuve la intuición de que eso era enseñar.
Y en Filología Clásica, pues Regenbogen me decía: “Bueno, Lledó, usted, ¿por qué no hacer un curso de sintaxis griega?”. Porque me debió de ver que a lo mejor en sintaxis griega estaba un poco más flojo. Y para entrar en sus seminarios, pues había que haber hecho unos determinados, haber tenido unas determinadas preocupaciones intelectuales y esto me parecía prodigioso. Por eso los exámenes, los exámenes, que solían ser orales, los que yo hice, me preguntaban: “Bueno, ¿qué ha preparado usted?”. Eso es maravilloso. “¿Qué ha preparado usted? Pues mire, en Filología Clásica, por ejemplo, ¿qué autores le han interesado?”. “Pues he leído a Tucídides y un poco también a Heródoto”. “Bueno, pues vamos a hablar de eso”. Esto era la creación, esto era educar. Era la creación de la libertad.
Y para eso, claro, tienes que tener una mente fluida, como ya los griegos, el río de Heráclito que fluye, fluye, es bonito. Es hermoso que, en los principios de la filosofía griega, de los fragmentos que nos quedan, porque claro, normalmente no se escribía, casi se hablaba. Por eso los poemas épicos estaban en hexámetros, porque era una manera de conservar la memoria, el hexámetro, la medida, el verso, digámoslo así, era una forma de mantener que la memoria pudiera funcionar.
Se habla mucho, por ejemplo, del sentido crítico, siempre. Todos los sistemas educativos hablan del sentido crítico de los alumnos. Pero claro, a veces eso queda muy vacío. ¿Cómo se podría enseñar a ser crítico? ¿Piensas que eso se puede enseñar o no es posible?
Y yo no me imagino en mi biblioteca que tengo libros, no de valor, nunca me ha interesado comprar libros así, caros, jamás, porque tampoco he tenido dinero para ello, y aunque lo hubiera tenido, sino libros de mi vida, entonces esos libros de mi vida me acompañan en mi casa y me reabren la memoria, me estimulan la fluidez y me piden que los lea muchas veces. Creo que te he contado alguna vez que Kant estaba molesto desde la esquina donde están las obras, que dice: “Oye, Emilio, que hace mucho que no me lees”. Es una broma si quieres, pero que indica cómo esta… Cómo el coger el libro, el tener el libro, el pasar la página, pasar el tiempo. Es el tiempo que pasa con la página que vas pasando y en la que vas leyendo. Ese pasar el tiempo es algo esencial en la vida, porque somos tiempo. Estamos atravesados por dos flechas, por la flecha de la sensibilidad, del amor, de la tendencia hacia los demás, de la curiosidad y por la inteligencia, por el lenguaje, por el logos, por la palabra. Por eso es importantísimo esa fluidez a lo que nos referíamos antes de la palabra, que tiene que ser no una palabra cuadriculante, sino una palabra «aperturizante», valga la expresión.
El lenguaje, nacemos en él, el lenguaje, el español, el alemán, el inglés, el japonés, el idioma que sea. Hemos nacido por casualidad en él. No tenemos ningún mérito, por supuesto, porque no lo hemos elegido. Pero el lenguaje en el que hemos nacido es eso, es la cuna, pero tenemos que convertirlo en algo educativo. Y yo le llamo a eso la lengua matriz, la lengua que somos. Hay un texto hermoso de la filosofía griega que dice: “Habla para que te conozca, para que te conozca, si estás atontado o si estás curioso o si estás lleno de vida o si tienes ahí en la cabeza cuatro o cinco grumos pringosos ideológicos que no te dejan que el pensamiento, como el río de Heráclito, fluya”.
Hay algún diálogo, pero concretamente el Hipias Mayor, que dice: “Hemos estado hablando de la belleza y a estas alturas no sabemos muy bien qué es la belleza”, y acaba, como dice la última línea del Hipias Mayor de Platón dice: “Sí, como dice el dicho, ‘Khal epa ta kala’, lo bello es difícil”. Es prodigioso que acabe un diálogo, después de haber estado hablando sobre esto, resulta que no sabemos lo que es la belleza, sí, pero es que lo bello es difícil, pero por eso tenemos que seguir pensando en ello y en el bien y en la justicia y en la verdad. En el momento en que eso desaparezca de nuestro horizonte, casi no merece la pena vivir.
Pero es maravilloso que tenemos la memoria, que somos memoria y por eso hay que defender también la memoria y un país, si quiere progresar hacia unos ideales de justicia, tiene que poner la memoria por delante. Tiene que recordar, y claro, que no le falsifiquen la memoria, que también eso puede ocurrir y no tanto por la maldad de unos señores que quieren, no porque ya ellos están, porque eso es grave, ¿eh?, a fuerza de crear mentiras, uno…
Un universo relativamente oculto, tienes que vivir, tienes que andar, tienes que caminar por tu propia experiencia, porque la esencia también de esa verdad, por eso no hay muchas verdades, hay unas cuantas verdades. No hay unos cuantos aires, unas cuantas aguas, no hay unas cuantas verdades, unas cuantas bellezas. Hay múltiples bellezas, por supuesto, pero todas tienen una estructura determinada de dialogar y de justicia. Qué duda cabe que hay que tender a esos ideales y, por lo tanto, la verdad puede parecer múltiple, pero la verdad sobre esa proyección de tendencia a la igualdad, tendencia al progreso, tendencia hacia la vida, tendencia a la solidaridad.
A ese término maravilloso de la filosofía griega, “philanthropia”, esta aparece por primera vez, creo, en un texto de Aristóteles. El amor al ser humano, philanthropía, filos, igual que filosofía, filantropía. Hay que amar. Y en ese amor que suena un poco, puede parecer, no lo creo, puede parecer utópico, en ese amor hacia la igualdad y hacia la verdad y hacia la justicia, tenemos que seguir instalados, por muchos tropiezos que demos y por eso tenemos que procurar que nuestro pensamiento fluya y que esté dispuesto a aceptar no cualquier verdad, sino cualquier apariencia de verdad.
Porque la verdad es “phainomenon agathon”, como el bien también, “phainomenon alétheia”. Es una verdad que se te presenta, pero que tiene que coincidir de alguna forma con esos ideales a los que nos estamos refiriendo. Y que me parece que dan sentido a la existencia humana.
“No podemos renunciar a buscar el bien, la belleza, la justicia y la verdad”
O sea, el 80% es provocarnos esos sentimientos de solidaridad, que es maravilloso y que hay que tener. Pero casi nadie nos explica por qué hay guerras. ¿Por qué ocurre eso? Nadie, eso se da como un hecho. Y, claro, provoca esas emigraciones tristísimas. Pero el bien de una sociedad hacia el futuro no es que el hombre sea un lobo para el hombre. La tendencia al bien está dicho en la mejor tradición filosófica. La tendencia al bien en los seres humanos. Por eso tenemos amor. El amor es “sympatheia”, es sentir con el otro, estar con el otro y eso es algo fundamental en la vida, la idea de bien. Porque ya desde los principios de la filosofía se nos dijo que había unos elementos, eso es una intuición preciosa, que tú conoces de sobra, de los presocráticos, que era el principio, era el aire, el agua, la tierra, la luz.
Y yo creo, a pesar de todo, porque hay tantas cosas positivas en nuestro mundo y tanta, precisamente lo que podría parecer, que yo lo he criticado excesivamente, la posibilidad de información es magnífica, pero la posibilidad de información tiene también tiene que abrirse a unas determinadas críticas o evoluciones para que también se crea, se sienta, se perciba, se entusiasme uno con ese horizonte de futuro que está en el ser humano también. Por eso yo estoy totalmente en desacuerdo con la frase famosa de que el hombre es un lobo para el hombre.
Era un diosecillo, alguien misterioso que te quería, que te miraba, porque los griegos debieron de pensar: “¿Por qué esa gente tan rica y esa gente tan pobre? ¿Qué daimon han tenido para que ellos sean ricos y nosotros no?, ¿cuál es nuestro daimon que no nos ha querido?”. Eudaimonía era eso. El buen daimon, el buen diosecillo que nos ha regalado la vida. Y ese buen diosecillo está en nuestra esperanza, en nuestro futuro, en nuestra educación, en nuestro diálogo, en nuestro fluir. Y repito que la eudaimonía, la felicidad, tiene que estar siempre llena de esperanza y la esperanza tiene que estar llena de posibilidad, no de la realidad que te cuajen en tu esperanza: “Tienes que hacer esto o lo otro”, sino una realidad, una esperanza que es felicidad porque se presenta como posibilidad, como apertura. Lo posible es lo que puede ser, a pesar de que el mundo esté lleno, por desgracia, muchas veces, de no poder ser, de no poder ser, pues hay que luchar por el poder del ser, no solo el poder del estar, sino el poder del ser que empieza en uno mismo. Creo que hay que acabar, puesto que hay esa posibilidad de que la eudaimonía, la felicidad, es difícil y hay que seguir luchando por ella.