“No hay pensamiento sin tiempo para pensar”
Remedios Zafra
“No hay pensamiento sin tiempo para pensar”
Remedios Zafra
Escritora e investigadora
Creando oportunidades
Fragilidad y entusiasmo, un análisis de la cultura contemporánea
Remedios Zafra Escritora e investigadora
“La diversidad enriquece, somos mejores cuando nos mezclamos”
Remedios Zafra Escritora e investigadora
Remedios Zafra
“No hay pensamiento sin tiempo para pensar”, reivindica Zafra rescatando las palabras del sociólogo francés Pierre Bourdieu. El oficio de esta ensayista y científica es pensar. Pero etiquetar su trabajo sería tan reduccionista como desacertado.
Científica titular en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (CSIC), sus líneas de investigación se orientan al estudio crítico de la cultura contemporánea, el feminismo, las políticas de la identidad en las redes y las transformaciones del trabajo creativo en la cultura red. “Hay dos cambios que, a finales del siglo XX, cambian la forma de entendernos y de relacionarnos como humanos: el feminismo e internet”, asegura.
Remedios Zafra es doctora por la Universidad de Sevilla y licenciada en Arte, licenciada en Antropología Social y Cultural, posee estudios de doctorado en Filosofía Política y un Máster Internacional en Creatividad. Durante 20 años ha sido profesora en varias universidades españolas y está acreditada como Catedrática en Arte y Humanidades. “La educación pública es la que garantiza que las personas, independientemente de dónde vengamos o de cómo nacemos o de cuáles son nuestros contextos, tengamos oportunidades”, defiende la pensadora.
En su obra, Zafra analiza la cultura presente y cómo la Red modifica nuestras relaciones con el entorno, la sociedad, el pensamiento, el modo de habitar y el propio cuerpo. Es autora de ‘El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital’ - Premio Anagrama de Ensayo y Premio Estado Crítico -, 'Ojos y capital', ‘Un cuarto propio conectado’ y, su última obra, ‘Frágiles. Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura’.
Transcripción
Para comentar esta idea, quiero recordar una vivencia que me compartió hace unos años un maravilloso estudiante que dejó su trabajo, teniendo ya más de treinta años, creo recordar. Dejó su trabajo para retomar unos estudios que tenían que ver con su vocación y que tenían que ver con lo que él amaba, y, al poco tiempo, le diagnosticaron un cáncer. Y en esa historia de vida, este maravilloso estudiante me compartía como él pensaba que en la vida hay muy pocas cosas que podemos elegir, porque, prácticamente, lo importante relaciona el cuerpo con el que naces, la genética con la que naces, el lugar donde naces, la familia con la que creces y con la que te educas, el contexto sociocultural en el que te mueves. Todo esto viene impuesto, viene dado ya, y son muy pocas y eran muy pocas las cosas que verdaderamente podemos elegir, y por eso eran muy importantes. Me llamaba también la atención cómo, en la toma de conciencia de la fragilidad de su cuerpo, en ese momento de enfermedad que vivía y, paralelamente, también a esa decisión vital que él tomó de abandonar un trabajo que no le gustaba por unos estudios que sí que le movilizaban, él encontraba en esas elecciones, en esas decisiones, algo que daba sentido a su vida. Yo pienso que cuando somos conscientes de la contingencia y de que la vida dura muy poco, tenemos la grandísima oportunidad de que ese tiempo, ese poco tiempo, tenga sentido. Tenemos la opción de dejarnos llevar por la inercia y hacer lo que todos hacen. Pero también tenemos esas posibilidades, esas elecciones que comentaba este estudiante, de elegir cosas verdaderamente importantes en relación a lo que nos motiva, lo que nos apasiona y también lo que nos ayuda a mejorar mundo. Y creo que, en esos dos ámbitos, en lo que podemos elegir relacionado con lo que nos apasiona, con lo que nos ayuda a conocer, a conocernos, y con lo que nos ayuda también a mejorar la vida de las otras personas para ayudarles a sostenerse en esa fragilidad, yo creo que ahí habitan cosas con mucho sentido.
La cultura nos recuerda que somos, que tenemos cuerpos y tenemos sentidos, y nos permite usar esos sentidos para experimentar desde esas fórmulas y manifestaciones diversas como pueden ser el teatro. El teatro yo creo que es una de las manifestaciones artísticas que, justamente, también en la pandemia se han visto más perjudicadas por poner el cuerpo en el centro y porque, frente a esa lógica contemporánea que tiende archivarlo todo, hoy todo se graba, todo se archiva, lo que acontece en el teatro acontece aquí, ahora, y cada representación es distinta. La riqueza que nos permite el teatro, así como otras representaciones artísticas y simbólicas, nos permite, como te comentaba antes, conocer esa diversidad. Y esa diversidad nos hace mejorar como personas, porque ver siempre las mismas cosas, utilizar los mismos medios, incluso tener la sensación de que, estando conectados a internet, ya estamos accediendo a un mundo diverso, es a veces un espejismo, porque, a poco que miremos, por ejemplo, en las redes sociales, veremos que bajo esa apariencia de diversidad que nos encontramos, o que presuponemos en las redes sociales, se esconde una gran homogeneidad. Las personas con las que nos relacionamos en las redes tienden a ser muy parecidas. Recuerdo también una estudiante que me decía cómo quería hacer un trabajo sobre la percepción que tenían los adolescentes del feminismo, creo recordar, y se daba cuenta de que, si utilizaba sus redes, en sus redes sus perfiles eran muy similares, casi todos tenían, digamos, una visión muy similar a la que tenía ella misma. Esa idea me parece muy interesante. La sensación de que estamos en la red y, por tanto, la heterogeneidad marca la línea, no se corresponde con esa cotidianeidad de encontrarnos personas que, al final, retroalimentan lo que ya saben. Con todo esto quiero insistir en la importancia de que a esa diversidad podemos llegar de muchas maneras. Llegamos con el conocimiento, pero la cultura y las manifestaciones culturales nos permiten acceder a esa diversidad a través, además, de modos, fórmulas, que no son las que predominan en el día a día y tampoco las que predominan en las escuelas y en la formación, porque en la educación predomina especialmente el lenguaje hablado. Sin embargo, en la práctica artística, que es uno de los centros de la práctica cultural, podemos valernos de todo tipo de expresiones. Y, además, acontece algo muy interesante, o que a mí al menos me lo parece, y es que la práctica artística es de esos pocos territorios que nos permiten expresar lo difícilmente narrable. Y hay muchas cosas que nos cuesta expresar con palabras.
Por ejemplo, cuando sufrimos, o cuando hemos vivido episodios de violencia o situaciones muy traumáticas, es más fácil expresarnos a través de los dibujos, por ejemplo, del dibujo, que, a través de las palabras, y la práctica artística, también en sus distintas materializaciones, es también de esos pocos lugares que nos permiten la convivencia de contradicciones. Y no quiere decir que esto sea positivo o negativo, pero esto forma parte de la vida. La vida no solo viene dada por las matemáticas, que hoy están tan presentes en esa lógica algorítmica sobre la que se construye internet. En la vida, sabemos que las respuestas y las situaciones no se resuelven con un dos más dos. Sabemos que hay una complejidad que hay que abordar, y esa complejidad es también abordada por la práctica artística. Es por ello que, si limitamos las manifestaciones artísticas y limitamos el acceso a la cultura, nuestra vida es una vida mucho más pobre. También, si solo nos limitamos u optamos por elegir la película, por ejemplo, frente al libro, o elegir todo lo que nos viene ya contado a través de, digamos, la producción audiovisual, pese a que pueden ser manifestaciones y propuestas muy enriquecedoras, pero yo pienso, por ejemplo, si a todos nos ponen una película, es muy probable que todos tengamos el mismo imaginario respecto a esa temática o a ese asunto que se trata. Si a todos nos dan un libro, con seguridad, cada uno de nosotros tendrá un imaginario singular, porque el libro está cargado de vacíos y permite un mayor trabajo a la imaginación y a la apropiación para construir nuestros propios universos. Y cada una de las prácticas, la escritura, la lectura, la música, cada una de las prácticas que llenan el universo cultural contemporáneo, son enriquecedoras para las personas. Por eso necesitamos fomentarlas y por eso nunca deberán estar en el último lugar del “¿Qué salvamos de lo humano?” cuando tenemos momentos de crisis como los que hemos vivido.
"Si limitamos las manifestaciones artísticas y el acceso a la cultura, nuestra vida es mucho más pobre"
Para mí, hay dos cambios que, a finales del siglo XX, cambian la forma de entendernos y de relacionarnos como humanos. Uno de esos cambios es, en mi opinión, el feminismo, es la toma de conciencia respecto a la igualdad, es decir, la toma de conciencia respecto a que existe desigualdad en las formas de construirnos como personas, y de esa reivindicación que de una manera global y planetaria han hecho las mujeres y hacen en general todas las personas que reivindican una necesaria igualdad en el planeta. Además del feminismo, para mí, internet ha sido otro de esos puntos de inflexión, esos puntos que, como diría Kafka, no permiten retroceso posible y de alguna manera son los verdaderamente importantes, porque ya nos permiten entender la vida de otras maneras. Internet ha sido para mí una parte de esa gestación de lo que llamamos nueva cultura, o de lo que yo denomino nueva cultura, porque ha cambiado muchas de las esferas que antes nos llegaban separadas o entendíamos de manera separada a la hora de organizar nuestro lugar en el mundo. Por ejemplo, las esferas o los espacios en los que producíamos eran distintos a aquellos en los que accedíamos al conocimiento, a la información, a aquellos en los que distribuíamos las cosas. Y ahora, sin embargo, en la pantalla podemos hacer confluir la producción, la recepción, la circulación. Todos y todas nos hemos convertido en productoras y productores de información y de conocimiento posible.
Y esto a mí me parece transgresor, en tanto cambia esa estructura clásica piramidal de “unos hablan a muchos” por una estructura horizontal en la que todos hablamos a todos. Y esto incluso me parece una bonita analogía de nuevas formas de poder que también han interesado al feminismo. Pero también, en esa transformación de nueva cultura derivada de internet, hay cambios que tienen que ver con palabras como “erosionar”. A mí, “erosionar” me parece una palabra muy interesante porque habla de cosas que antes estaban diferenciadas y ahora están líquidas y solapadas en internet, como las esferas pública y privada. Antes teníamos muy claro lo que era la casa, lo que era el trabajo, lo que era la intimidad, lo que no era la intimidad o lo que eran las aficiones, lo que eran las profesiones. En internet confluyen y se erosionan esas clásicas esferas. Hoy podríamos decir que vivimos en mundos donde lo público y lo privado se dan cita en las habitaciones conectadas. En las habitaciones que antes dedicábamos para nuestra privacidad y nuestra vida íntima, ahora se hablan distintas lenguas, distintos acentos. Yo misma recuerdo, en los últimos meses, mi dormitorio se ha convertido en un lugar donde se hablaba argentino, colombiano o mexicano. Quizá porque la pandemia también nos ha dado un empujón para descubrir que, aunque no estemos juntos físicamente, podemos hacer muchas cosas juntos a través de internet. Yo he tenido la sensación de que habitaba en un país diverso, con distintos acentos, pero que ya no era el país que nos acoge. Y esa transformación de las habitaciones conectadas nos ha hecho también reorganizar el mundo. La casa donde yo vivo, que es muy pequeña y no tenía puertas, pues le han nacido tres puertas en los últimos meses, porque de pronto yo pensaba que teletrabajaba desde hace ya muchos años, pero ese teletrabajo de antes era muy distinto. El teletrabajo que nos ha llegado ahora es un teletrabajo más inmersivo, un teletrabajo en el que, además, la voz está muy presente. Hablamos mucho más a través de la pantalla o por teléfono, y la casa ha dejado de ser ese lugar que era antes, quizá más silencioso y quizá más introspectivo. Y hay muchas ganancias en esa nueva cultura que estamos generando, y hay muchas potencias en la posibilidad de trabajar en casa y la posibilidad de contaminar menos y de optimizar nuestros tiempos, de organizarnos de otra forma. Pero junto a esas posibilidades, hay lecturas necesariamente críticas, en tanto vemos como muchas mujeres han tenido que dejar sus trabajos, que pedir excedencia o que pedir tiempos parciales porque, con la pandemia, los niños también han vuelto a casa, que nos han hecho ver las grandísimas carencias que a nivel de conciliación tenemos en nuestra sociedad.
También, en esos espacios público-privados, vemos que hay menos espacio para la intimidad, porque siempre hay tecnología y un párpado que se niega a cerrarse. Vivimos con dispositivos que están permanentemente conectados y con la sensación de que todo lo que hacemos puede estar permanentemente grabado. Y esa ansiedad que genera es una ansiedad muy propia de esa nueva cultura en la que, además, no hemos aprendido aún a organizar nuestros tiempos. El trabajo que se puede hacer a través de la tecnología, al venir de una tecnología portátil, el trabajo está allí donde está ese dispositivo. Ese dispositivo puede estar en la cocina o en la cama, de forma que es muy difícil recuperar los tiempos de tránsito o los tiempos vacíos para volver a esa introspección y a esa vida íntima que también necesitamos. Quiero decir con todo esto que está habiendo una transformación que de manera especial internet ha propiciado, pero que la pandemia ha dado un grandísimo empujón para que entremos en una nueva cultura. Posiblemente, esa nueva cultura empiece a materializarse cuando podamos empezar a tener una vida más parecida a lo que teníamos antes, en relación a los cuerpos y a cómo nos relacionábamos, pero no necesariamente en la vida de antes. Y esta es una última idea que quería compartir en relación a esta pregunta que me haces, porque los momentos de crisis son grandísimas oportunidades para, a partir de esos escombros, de ese dolor, de esa tragedia que se genera, no caer en la construcción de lo mismo. Porque aquello que llamamos “normal” no necesariamente era bueno, de hecho, era muy mejorable. Y ahora, ante nosotros, tenemos la oportunidad de mejorar mucho las cosas a nivel climático, a nivel de sostenibilidad, a nivel de organización, de tiempos, de trabajos, de educación. Y claro, este es el reto de esa nueva cultura que no rompe con lo que dejamos, porque no son estratos que se tapan unos a otros, sino que hablamos más bien de algo fluido o de algo donde siempre nos estamos mezclando con lo que heredamos y donde estamos incluyendo cosas nuevas, y en ese trance yo creo que habitamos en este momento.
Es verdad que la incertidumbre es una palabra que tiene una connotación peyorativa, y me parece que tiene esa connotación de manera injusta, porque yo creo que cierto grado de incertidumbre es siempre positivo. La incertidumbre tiene que ver con la apertura del futuro, con que las cosas no están sentenciadas, y yo creo que no hay cosa más estimulante que pensar que los futuros no están condicionados, que por mucho que nos pronostique la estadística, que por mucho que haya limitaciones, lo maravilloso del ser humano es que, tanto a nivel individual como a nivel colectivo, puede transformar las cosas, y se pueden transformar si hay grados de incertidumbre, esos grados de incertidumbre equilibrados. O sea, cuando no se convierten en un miedo que paraliza, esa incertidumbre yo creo que puede ser positiva. Y creo que es muy interesante esto que planteas porque creo que tiene que ver también con cómo la educación está abordando de manera diferente el futuro y la creación de expectativas. Yo pienso que, durante mucho tiempo, en la educación hemos incentivado que los estudiantes puedan imaginar ser quienes quieran ser y hemos cargado sus expectativas con un futuro que siempre dibujamos muy positivo si había algo importante, voluntad, trabajo, esfuerzo. Hemos alimentado esa cultura de que quien estudia después tiene su recompensa.
Pero aquí hay algo que se ha hecho mal. Y es que cuando se alimenta esa expectativa, y especialmente las dos, tres últimas décadas, cuando se alimenta esa expectativa y los adolescentes llegan a la universidad o terminan la universidad, continúan sus estudios y se dan cuenta de que, oye, han hecho todo lo que les dijeron que tenían que hacer y sin embargo no tienen trabajo. Sin embargo, sienten que aquello que les apasionaba no puede ser su empleo. Sienten que las alternativas que tienen son alternativas precarias. Esto es algo muy duro para las personas. Y yo creo que el gran error, hasta hace muy poco, ha sido ocultarlo, pensar que la educación tiene que reforzar esa imagen positiva de que la voluntad, la responsabilidad y el trabajo te llevan a esto. Cuando no es así, cuando si eso no va acompañado de un trabajo social, de una mejora social, de una responsabilidad social, es decir, de una implicación de la sociedad por mejorar el mundo que tenemos para crear oportunidades para las personas y resolver esos problemas, que se han convertido en problemas estructurales y casi normalizados en nuestra sociedad, si no hacemos esto, esa expectativa se convierte en frustración.
Yo soy una gran defensora de la educación pública, y creo que la educación pública es el tesoro de la igualdad, es la que garantiza que las personas, independientemente de dónde vengamos o de cómo nacemos o de dónde, de cuáles son nuestros contextos, tengamos oportunidades. Y creo que debemos cuidar ese tesoro que es la educación y evitar ese resentimiento con la educación, y esto pasa por tratar a los adolescentes como personas inteligentes capaces de abordar la complejidad. Necesitamos que en la educación podamos abordar lo que inquieta, lo que perturba, esa incertidumbre que nos da miedo. Necesitamos proporcionar recursos, estrategias para que sean capaces no solamente de luchar por un trabajo, sino para que sean capaces también de vivir y de abordar los errores, el fracaso o las dificultades. Ese es uno de los grandes aprendizajes, el tener recursos y estrategias para abordar todo aquello que es difícil en la vida y con lo que se sienten más inseguros. Yo siempre pienso en lo útil que es el pensamiento más crítico, el pensamiento que se interroga, incluso también la práctica artística, en cuanto nos ayuda a ver las cosas de otra manera, favorece el diálogo. Pero, ante todo, pienso que lo esencial, además de tratar como seres inteligentes a los adolescentes, yo creo que otro sostén importante de esta situación viene de fomentar el trabajo cooperativo. Pasa con esta situación, con este camino que muchos adolescentes ven, que, de pronto, aquellos que eran sus amigos y sus compañeros en el instituto y en la universidad comienzan a verse como rivales, porque ese sistema que les proporciona un contexto precario es un sistema que les convierte en competidores por los trabajos precarios. Y esto es absolutamente perverso. Yo pienso que, desde la educación, tenemos que fomentar, justamente, dinámicas distintas, porque los sistemas educativos que se apoyan en cargar de contenidos, en llenar todos los tiempos para que siempre se estén haciendo cosas, para dejar poco espacio libre que nos permita hacernos preguntas y que favorecen visiones muy competitivas de los estudios y de la vida, enseguida rompen esos lazos de solidaridad entre ellos. Sin embargo, aprender a cooperar, aprender a crear alianzas, les da otro tipo de recursos en la vida y también les permite que puedan sumarse como parte de la solución.
Todas las personas tenemos que sumar de muchas maneras. Yo creo que también los propios estudiantes pueden orientar esa energía a pensar fórmulas mejorables de construir trabajos vivibles y trabajos justos que nos permitan desarrollarnos libremente y tener una autonomía en la vida. El futuro es algo construido, es un invento cultural, en cierta manera. Hay otras culturas en las que esa diferenciación que hacemos en Occidente de pasado, presente y futuro no existe. Tienen otras formas para referirse al paso del tiempo. Y yo creo que el que en Occidente y en nuestra cultura tengamos ese concepto de futuro es algo muy interesante porque nos permite planificarnos. Si hay algo que diferencia a los humanos de otros animales es que otros animales pueden hacer… Esto lo decía creo que Karl Marx cuando comparaba, cuando hablaba de que las arañas podían hacer unos tejidos muy sofisticados, pero ni la mejor de las arañas puede compararse al peor de los artesanos porque las personas podemos planificar antes de hacer. Y en esa planificación de lo que hacemos está esa posibilidad de imaginar el futuro, de recrear el futuro, de tantear. Y para esto también, nuevamente, el arte nos puede ayudar. El arte nos ayuda a crear nuevos imaginarios e imaginarnos futuros utópicos, distópicos, con los que poder experimentar fórmulas, en los que poder ver qué pasa si vamos por este camino, por este otro, y, en esa posibilidad de planificación y de intervención, creo que late una potencia interesante. Y termino con una idea que no sé si será valiosa para tu hija. Cuando te escuchaba, recordaba una experiencia que me compartía una estudiante que estaba haciendo prácticas con niños de cinco años, y la estudiante les propuso a esos niños que dibujaran cosas que les daban miedo y cosas que les hacían felices. En las cosas que les daban miedo, todos coincidieron en pintar el papel de negro. Era como sonido aterrador y el color negro, y parece que era algo que se repetía en casi todos los dibujos.
Sin embargo, lo que les hacía felices, para cada uno era una cosa. Uno dibujaba una fiesta de cumpleaños, otro a sus tíos. O sea, quiero decir con esto que hay una cierta sintonía en lo que nos asusta, y creo que ahí hay algo que tenemos en común y que los adolescentes y sus amigos tendrán en común respecto al futuro, para empezar a movernos ante la incertidumbre, dado que cada uno tiene unas motivaciones que pueden ser muy distintas. Pero sí estamos de acuerdo en lo que nos asusta o en lo que no queremos, y eso ya es un punto de partida. Entonces, yo creo que es un punto de partida, ante todo, para la sociedad, y especialmente para quienes tienen más responsabilidad en la sociedad, que son quienes se ocupan de las políticas educativas, de empleo y económicas.
"La educación es el tesoro de la sociedad y el motor de la igualdad""
Yo creo que en esos tres términos, que me parecen claves en la educación, el de la igualdad, el de la diversidad y el de la libertad, radican los grandes valores de la educación, y especialmente teniendo en cuenta que, cuando hablamos de diferencia, normalmente se genera una cierta tensión porque pensamos que diferencia y desigualdad es lo mismo. Y en educación no tiene nada que ver, porque, cuando hablamos de la desigualdad, hablamos de las limitaciones que tienen las personas para desarrollarse libremente, es decir, de una limitación de oportunidades. Cuando hablamos de diferencia, la diferencia no tiene esa connotación negativa. La diferencia tiene que ver con la diversidad, con la diversidad que da, por ejemplo, que en un aula haya personas que tienen distintas religiones, que tienen distintas orientaciones sexuales, que tienen distintos cuerpos, distintos colores de cuerpo, distintas culturas, distintas formas de ver el mundo. Esa diversidad corporal, esa diversidad cultural, esa diversidad religiosa, es algo enriquecedor, porque la humanidad nos ha demostrado que somos mejores cuando nos mezclamos, cuando no nos acotamos en grupos muy similares, sino que la diferencia enriquece, enriquece a todos los niveles. Yo creo que la responsabilidad de la educación es favorecer ese acceso a las personas a esos grados de igualdad social, de diversidad humana y cultural y a esos mayores grados de autonomía.
El papel de las mujeres, en la cultura contemporánea y en el contexto español, es un papel muy distinto al que teníamos hace décadas, pero justamente porque muchos perciben que esto es diferente, a veces pensamos que hemos logrado todo en igualdad, y lo que hemos logrado es muy frágil. Quizá lo que hemos visto con la pandemia, y lo que vemos cada vez que hay una crisis, en la que normalmente las más perjudicadas suelen ser las mujeres, que vuelven a hacer lo que tradicionalmente se esperaba de ellas, en relación a la atención de los cuidados y a la vida doméstica, esto obliga a estar alertas para no repetir esa inercia, porque son siglos. Es una reiteración que ha construido esa desigualdad como algo estructural y que ahora empieza, ahora y en los últimos años, en las últimas décadas, empieza a cambiar. En relación al papel de las mujeres en la cultura y en la tecnología, es muy interesante ver como las mujeres han tenido un acceso privilegiado a las máquinas, y vemos como, en el siglo XX, las primeras personas que usaban las máquinas de escribir, los primeros ordenadores, eran mujeres. Sin embargo, es también llamativo como ese acceso como tecleadoras, no venía acompañado de una emancipación, o sea, no venía acompañado de una apropiación de esas tecnologías para un uso crítico o reflexivo o imaginativo, sino que las mujeres han sido históricamente, tradicionalmente, tecleadoras, maquiladoras, como engranajes en las cadenas de producción de las fábricas, y mediadoras. Desde los años noventa, la reivindicación de las mujeres en relación a las tecnologías ha estado muy presente porque internet permitía ese nuevo escenario en el que todas las personas podíamos participar de otras maneras. Y todavía sigue siendo un reto el papel de las mujeres en los espacios de ideación, producción y liderazgo tecnológicos. Aquí es curioso como podemos ver muchas veces a mujeres como caras visibles de la comunicación, pero si observamos en quienes siguen programando y quienes siguen pensando las máquinas, tienen perfiles muy parecidos, y siguen siendo hombres blancos que además viven o trabajan en determinadas partes del mundo.
Hoy en día, el papel también de las mujeres en la cultura está muy influenciado por esos logros recientes, pero igualmente está influenciado por siglos de invisibilidad y de infravaloración. De hecho, yo creo que, cuando hablamos de las mujeres en la práctica cultural y en la práctica artística, no es tanto que las mujeres no hayan estado, sino que lo que han hecho las mujeres ha sido considerado algo valorado de distinta manera, algo infravalorado, algo que no estaba en los ámbitos de prestigio que sí estaba lo que estaba, digamos, hecho por los hombres. La pintura es un ejemplo muy concreto. En las primeras academias, las poquitas mujeres que tenían acceso a la formación y que podían acceder a las academias de pintura, se les impedía dibujar desnudos por razones de pudor. Y, llamativamente, los desnudos formaban parte de las obras históricas y míticas que eran las mejor valoradas, las que tenían más prestigio. A ellas se las animaba a dibujar bodegones, a pintar bodegones y a hacer paisajes. O sea, era un tipo de producción artística que tenía otro valor. Claro que ha habido también muchas mujeres en el mundo del arte y de la cultura que nos han pasado desapercibidas porque sus obras han sido firmadas a veces por familiares, a veces por los maridos, a veces eran anónimas. Ese “anónimo” es nombre de mujer, que a menudo reiteramos como guiño a que era un tipo de práctica que no ya se prohibía o se impedía, sino que ya existía esa inseguridad educada en muchas mujeres que temían que sus obras no fueran valoradas de la misma manera si tenían esa firma de mujer. Los contextos del pasado hablan de un contexto patriarcal, de un contexto donde no ha habido esas oportunidades que hoy tenemos. Hoy encontramos que gran parte de las mujeres que trabajan y crean cultura lo hacen desde esa mirada feminista, y no es algo anecdótico y tampoco es una moda. Cuando hablamos de feminismo, no hablamos sino de esa toma de conciencia respecto a una exclusión social, en nuestra cultura y en otras culturas, en todas las culturas, porque, pese a que en la cultura más cercana los logros han sido muchos, si miramos a nuestro alrededor, la precariedad, la pobreza, el no acceso a las escuelas sigue estando feminizado.
O sea, son las niñas las grandes perjudicadas, las grandes víctimas de las desigualdades contemporáneas y también de las formas de violencia contemporáneas. Por todo ello, no es anecdótico, como te decía, que esa mirada de las mujeres en la cultura se pregunte por lo que supone escribir, pintar, hacer cine, desde una mirada que es novedosa porque no la hemos tenido. Es algo que tiene poco tiempo de historia. Y también quería compartirte, en relación a ese papel de las mujeres en la cultura y en la tecnología, un nexo en común, el papel de las mujeres en la investigación y en la educación. Hay algo muy interesante cuando observamos las estadísticas de la presencia de las mujeres en las escuelas, en los institutos, en las universidades, en los trabajos de investigación. Mientras el porcentaje de mujeres va creciendo, cuando vemos mujeres universitarias, cada vez hay más mujeres universitarias, mujeres que empiezan a investigar y que empiezan a hacer una tesis doctoral, hay muchas mujeres que empiezan, pero acontece en esa estadística lo que llamamos “estadística tijera”, que, mientras en el caso de los hombres la tendencia es a crecer, en el caso de las mujeres hay un punto de inflexión que tiene que ver con el embarazo, que tiene que ver, normalmente, con el momento en el que muchas mujeres deciden ser madres. Y, en ese momento, pasa que el número de mujeres en la investigación y los trabajos derivados de la investigación cae, y el número de mujeres también en la promoción, en la promoción académica y la promoción de investigación, cae. Y ese punto de inflexión tiene que ver con la maternidad. Lo que cabe preguntarse y preguntar a la sociedad es cómo, hoy en día, es tan distinto ser madre a ser padre. No debiera serlo, pensamos muchas personas. Por ejemplo, para mí, eres una persona independientemente, más allá de lo que supone ser madre, lo eres por muchas cosas que te identifican como persona. Pero el hecho de ser madre supone que la sociedad olvida que ahí se genera una situación de falta de apoyo, porque en ese momento necesitamos conciliación, necesitamos una estructura que permita mantener las mismas oportunidades a los padres y a las madres. Las sociedades que consiguen esto son sociedades más igualitarias, tanto para quienes ahora son padres como para los niños y adolescentes que de mayores se planteen tener hijos. Porque cuando nos planteamos por qué muchas mujeres deciden no tener hijos, cabe pensar en todas esas dificultades que se encuentran y en cómo la sociedad no siempre proporciona el contexto para ayudarlas.
Sí, bueno, de hecho, ‘Frágiles’, el libro con el que comenzábamos nuestra conversación, está construido sobre cartas, y puede parecer raro, en un tiempo que se caracteriza por la comunicación rápida a través de e-mails, “whatsapps”, de mensajes instantáneos, optar por un formato como la carta, porque, efectivamente, como tú comentas, la literatura tiene muchos ejemplos, y para mí han sido inspiradores. En concreto, la obra epistolar de Kafka me parece una referencia necesaria y bellísima a nivel estético y a nivel formal. En esta obra, en mi libro ‘Frágiles’, también trabajos como el de Virginia Woolf, ‘Tres guineas’, que nace como una carta contestación a una situación determinada, o la obra también de Simone Weil, ‘La condición obrera’, en la que esta filósofa, queriendo sentir en su propia piel lo que es el trabajo en las fábricas, estamos hablando de los años veinte, años treinta del siglo XX, y siendo ya profesora ella, en Filosofía, decide hacer algo tan excéntrico como entrar a trabajar en una fábrica, porque entendía que solo desde esa experimentación propia podría entender y podría favorecer el discurso crítico con lo que en aquellos momentos estaba pasando en relación a las condiciones de trabajo de los obreros. Estas obras en concreto a mí me han influenciado mucho, pero, especialmente, en este libro me parecía interesante algo que yo también trabajaba cuando era profesora en la universidad con mis estudiantes, y es identificar conceptos propios de época y, aquellos con los que queremos ser críticos, pues basarnos en ellos. Yo creo que la época contemporánea se caracteriza por favorecer la celeridad, la espontaneidad, la rapidez, los formatos breves, el aforismo, el titular. De alguna manera, incluso la lectura y la escritura se han visto también transformados por el medio digital, en el que la lectura se ha convertido en algo similar a la percepción de imágenes. Hay una autora que se llama Marisa Olson que habla de que la lectura tiene algo del surfear en el texto, del movernos por esos elementos que nos llaman más la atención, que normalmente suelen ser los titulares o suelen ser los enlaces. Esta nueva forma de construir discurso, de construir narrativa, a mí me parece muy interesante, pero me parece que tiene grandes pérdidas. Esas carencias de la cultura contemporánea son las que yo he querido recuperar con esas cartas. Me refiero a la profundidad, me refiero a la lentitud, a la escucha, incluso también al hablar a dos.
Esto que estamos haciendo aquí nosotras es algo muy infrecuente. Hoy en día, todo parece ir tan rápido, todos tenemos tanta prisa, que apenas nos detenemos con las personas, incluso si estamos en internet. Internet se ha convertido en ese espacio al que accedemos a través de las redes sociales, que se han configurado casi en plaza pública, siendo empresas privadas, pero son esa plaza pública en donde el sujeto es el protagonista. El sujeto se hace casi producto, porque estamos hablando de nosotros todo el tiempo. Las redes se construyen en base a un “yo” que tiene un perfil y que va construyendo su biografía y archivándola de manera auditiva, sumando cosas, no tanto de manera narrativa como podemos hacer nosotros cuando dialogamos o como se hace en la carta. Esa forma de hablar en internet también tiene algo de “uno habla a muchos”, o sea, nos pronunciamos y quien quiera que comente o que se comunique mediante un “like”. Y en Twitter también suele pasar. Es una red que a mí me llama mucho la atención porque tiende a favorecer esos pensamientos cortos, breves, que a veces tienen el encanto de lo aforístico, pero a veces simplifican las cosas y no hacen sino generar polémicas y posicionamientos de mundos partidos en dos, donde los matices son muy difíciles. Frente a ese hablar de uno a muchos, a mí me interesaba hablar a dos, porque ese hablar a dos permite, a través de las cartas, permite profundizar, permite escuchar al otro antes de volver a hablar, permite una estructura más narrativa, no limitarnos a ideas, sino narrarnos incluso en lo que nos deja en mal lugar. Porque lo que se comparte en las cartas no solamente es lo positivo, lo bien que nos va, sino también lo que nos perturba y nos inquieta. En estas cartas en concreto que hay en ‘Frágiles’, son cartas escritas a un “usted”, a una persona que podríamos ser perfectamente nosotras dos, que, aunque quien nos vea desde fuera pueda creer “Oye, estas mujeres se conocen desde hace mucho”, nosotras nos acabamos de conocer, pero, posiblemente porque no nos conocemos, no existe expectativa entre nosotras, y existe como esa libertad que da el poder hablar con sinceridad, hablar de forma que posiblemente no habláramos igual con… Pienso en cómo hablo con mi madre, o cómo hablaría con mi hermana, y con ellas cuidaría… No les contaría determinadas cosas. Sin embargo, con una persona desconocida, pero con la que tenemos determinadas afinidades, puede explotar esa posibilidad del derramarnos, del mostrarnos incluso íntimamente, de mostrar lo que nos inquieta y lo que nos perturba.
Esas cartas también parten de esa crítica a un mundo contemporáneo donde tendemos más a dejarnos llevar por la impresión frente a la concentración. Por ese exceso que caracteriza la vida en internet y la vida en nuestros dispositivos móviles, es tal el mundo de oportunidades, de opciones que se nos muestran, que casi se funciona como una forma de ceguera. Necesitamos ayuda para movernos ahí. Y esto yo creo que es un problema para las personas y también para la formación de las personas y para la educación de las personas, porque dificulta el juicio crítico y dificulta algo que yo creo que está en crisis en la actualidad, y es la capacidad de atención. Cuando estamos saturados de estímulos, tendemos a apoyarnos en ideas preconcebidas para aguantar esa celeridad que nos permite movernos en ese exceso, y es fácil quedarnos con la apariencia. De hecho, yo creo que, en la cultura digital, otro de los riesgos, de las visiones críticas que podemos plantear de cara a la educación en la cultura digital, tendría que ver con esa dificultad para captar la atención, con esa tendencia a pasar epidérmicamente por las cosas y a legitimar y a dar por sentado que la apariencia es lo importante.Quizá esta idea, de cara a la educación y a la adolescencia, pueda sernos interesante, porque pienso que cuando fomentamos un contexto, un tipo de relación que favorece el aparentar, el parecer antes que el ser, tendemos a reforzar todo lo que conlleva impostura. El contexto digital permite muchos códigos de representación y de producción, pero creo que requieren también de nuestra mirada crítica hacia esos riesgos que también conllevan. Y, en gran medida, esos riesgos y esas tendencias son lo que se critica en las cartas que forman parte de ‘Frágiles’, en las que los modos de decir quieren ser igualmente significativos, y esto es muy habitual en literatura. Especialmente, en la literatura que se construye con un enfoque crítico, en el que no solamente hay un valor en lo que se quiere decir, sino una intencionalidad en que el código es también el mensaje.
"No hay pensamiento sin tiempo para pensar"
Ese tiempo está muy presente en referencias que podemos encontrar en la literatura y que podemos encontrar incluso también en la historia de la tecnología, de la que hemos hablado en esta conversación. Recuerdo la historia de una mujer que a mí me interesa mucho, que se llama Ada Lovelace, y animo a las personas que nos estén escuchando a indagar en ella, porque antes hemos hablado del papel de las mujeres en la tecnología, y aunque yo he enfatizado una visión crítica, también tenemos referentes. Y uno de esos referentes es esta mujer que, en el siglo XIX, en el Londres del siglo XIX, a ella le atribuimos la programación, el origen de la programación contemporánea. Ella era una mujer de alta clase social que no fue a la universidad, se educaba en casa, tenía mentores, tenía profesores que venían a casa. Su padre fue el famoso poeta Lord Byron. De hecho, a Lord Byron es posible que muchas personas sí le conozcan, pero no tanto a su hija, a Ada Lovelace. Esta mujer, a ella la castigaban cuando era pequeña, y esto lo sabemos por sus cartas, por las cartas que nos han llegado de su biografía, por las que accedemos a su vida. Decía que su madre la castigaba haciéndole escribir, no recuerdo si veinte o treinta veces, la expresión “no perderé mi tiempo, no perderé mi tiempo, no perderé mi tiempo, no perderé mi tiempo”. Esta visión de que el tiempo es algo valioso y no se puede perder está muy interiorizada hoy en día. Pero tendemos a pensar que no perder el tiempo supone llenar nuestra vida de cosas, y quizá esa sea la manera más eficaz de perderlo, porque muchas veces perdemos el control sobre posicionarnos en esas cosas que hacemos. Otra autora que me parece interesante, que también reflexionó sobre esta idea del tiempo, es Virginia Woolf, que reivindicaba la necesidad de holgazanear por las esquinas. Esto, si lanzamos un hilo a nuestra pregunta cuando hablábamos de educación, qué importante es ese tiempo en apariencia perdido, eso que le prohibían a Ada y que ella en el fondo buscaba porque era ese tiempo, que su madre consideraba perder el tiempo, en el que ella dibujaba y especulaba con un caballo volador y fantaseaba e imaginaba cosas. Cuando Virginia Woolf habla de holgazanear por las esquinas, habla de la importancia de tener tiempo propio, tiempo que nos pertenezca a las personas y que podamos orientar a lo que queremos, y que no sea solamente concebido, como hoy muchas veces lo concebimos, como una fase del trabajo. Porque casi que hoy consideramos el descanso como una fase del trabajo, un coger energías para seguir, para seguir metidos en esa rutina hipnótica del trabajo, que se retroalimenta muy bien con la idea de la prisa.
Ese tiempo, esos intervalos de tiempo, que serían como lo opuesto a la prisa, como esa posibilidad de recuperar el tiempo yendo despacio, haciendo las cosas despacio, dándoles a las cosas un poco más de margen, permitiéndonos intervalos para pensarlas, nos permite también huir de un hacer las cosas de cualquier manera, porque cuando las cosas se hacen rápido, se hacen de cualquier manera, y tiene mucho que ver con una cultura que algunos denominamos cultura precaria, donde predominan trabajos precarios, pero donde también la forma de la obra que hacemos, cuando hacemos las cosas rápido, es una obra precaria, es como coser el dobladillo pegándolo. Reivindicando el poder que tiene la lentitud, o la lentitud de pensar y de profundizar las cosas, y de darnos esos espacios y esos tiempos para pensar las cosas, es la única oportunidad que tenemos de verlas de otro modo, de ver no solo lo que está enfocado, sino, de pronto, mirar quién nos enfoca o mirar lo que está difuminado. Ese cambiar la percepción es lo que nos permite un juicio crítico. Por eso en Filosofía es muy importante el tiempo reflexivo, y también en la creatividad y en la innovación. No puede haber, nunca podemos hacer algo innovador bajo la presión de la prisa. Cuando trabajaba con asignaturas vinculadas a la creatividad en la universidad, a menudo solíamos dejar intervalos para, en lugar de hacer lo que cualquier persona haría cuando tiene un proyecto innovador o creativo, que es “me propongo este proyecto, lo hago”, es decir, esa línea recta de ir de A a B, lo que proponíamos en creatividad, en las asignaturas de creatividad, es distanciarnos, es dar un rodeo, es ese ir lento o ese distanciarnos para, en ese tiempo, apreciar las cosas desde otros prismas e incluso jugar con ese problema. Solo si jugamos, si ponemos en conversación eso sobre lo que estamos trabajando, logramos verlo de una manera más imaginativa, y, cuando hay prisa, la inercia es a repetir. Por eso, ahora, cuando hablábamos de la necesidad de crear una cultura mejorada, es muy importante ese distanciamiento creativo que nos permite imaginar cosas diferentes, y por eso es muy importante permitirnos ese tiempo para ir más despacio y para pensar de otras maneras las cosas.
Pero hay lecturas también positivas y, posiblemente, también la pandemia nos trae esos ejemplos, porque nunca habíamos utilizado tanto la tecnología para que la soledad no fuera lo que primara en las vidas de personas, especialmente de personas mayores, que se sienten solas, pero que habían rechazado la tecnología porque pensaban que no era necesario, y, de pronto, cuántos padres, abuelos, que rechazaban la tecnología, han aprendido a usar la tecnología que les permite contactar con sus familiares a través no solo de sonido, sino de imagen. Durante mucho tiempo… Yo tengo dos teléfonos, un teléfono para mi trabajo y un teléfono rojo antiguo, de tapa, que es con el que mantengo conversación con mis padres. Y, en ese teléfono, yo hablo, o sea, yo escucho a mis padres, y mi madre a menudo tiene un tono muy triste, y yo siempre presuponía a mi madre que estaba triste, y me afectaba cómo llevaba no la soledad, ella está con mi padre, pero también se pueden sentir solos en pareja. Las personas mayores se sienten solas casi siempre. Y animándola a usar por fin la videollamada, descubrí que, cuando mi madre me hablaba, aunque su tono era triste, su cara era sonriente, y para mí fue un descubrimiento mucho mayor que para ella. Para ella ha sido maravilloso el aprovechar la cercanía que da contar con otro sentido más que permita que, estando lejos, nos sintamos cerca. Pero para mí, además, ha sido ese complemento que me ha traído de pronto una madre que, aunque tenía una voz triste, pero hace un esfuerzo por sonreír que me resultó tan tierno como emocionante.
"Las ideas pueden ayudarnos a transformar mundo"
Y ahí yo creo que tienen que tener mucho entusiasmo y mucha necesidad de poder llevar a la práctica, con la solidaridad necesaria, esos conocimientos que hoy están estudiando, los adolescentes que nos estarán escuchando, en llevarlos a la práctica, porque en esa materialización de sus sueños, de sus expectativas, en trabajos vinculados especialmente con la ciencia y con la investigación, que yo creo que es donde muchas personas proyectamos con fuerza nuestra esperanza, estarán las soluciones del futuro y quizá de un futuro cercano a cosas que ahora no podemos afrontar. Y la humanidad nos da ejemplo constante de que esto es posible. Y yo creo que la esperanza tiene también esto que comentaba el filósofo Adorno cuando decía que, en el desvío de los “siempre igual”, ahí está, ahí habita la esperanza. Y creo que tiene que ver con que, ante esa rutina, ese bucle en el que a menudo andamos, a veces ese desvío, ese detenernos a pensar, a hacer las cosas de otra manera, esa diferencia permite un posicionamiento que crea contagio, y ese crear contagio crea también cambio social, porque las ideas, al igual que los virus, son contagiosas, pero, así como los virus pueden hacernos enfermar y morir, las ideas pueden ayudarnos a transformar, a transformar mundo. Y creo que, en esa proyección del futuro, desde una mirada no ya solo positiva, sino diría especialmente propositiva, es donde está la esperanza. Digo propositiva porque la esperanza es activa y nos interpela como individuos y como colectivo. Y muchas veces dedicamos mucho tiempo a la crítica y poco a lo propositivo, y creo que la esperanza es mucho más valiosa cuando es propositiva, cuando está cargada de ideas y de imaginación que nos recuerdan que somos agentes activos, personas activas en la construcción del futuro. Porque el futuro es algo que se puede construir, es algo que podemos modificar, que no está predeterminado. En esa posibilidad de transformar y mejorar mundo, yo creo que es donde radica la esperanza.