La ansiedad: ese niño asustado que puedes calmar
Ana Ibáñez
La ansiedad: ese niño asustado que puedes calmar
Ana Ibáñez
Neurocientífica y entrenadora cerebral
Creando oportunidades
Cómo entrenar tu cerebro para vivir mejor
Ana Ibáñez Neurocientífica y entrenadora cerebral
Así puedes entrenar tu capacidad de concentración
Ana Ibáñez Neurocientífica y entrenadora cerebral
Ana Ibáñez
¿Podemos entrenar nuestro cerebro para vivir mejor? ¿Es verdad que podemos utilizar los últimos descubrimientos de la neurociencia para mejorar nuestra autoestima, nuestras capacidades o gestionar mejor nuestras emociones? Para Ana Ibáñez, experta en neurociencia y entrenadora cerebral, la respuesta es un rotundo “Sí”. Desde hace 15 años, Ibáñez se dedica a la neurociencia aplicada, ayudando a las personas a entrenar su cerebro para mejorar su rendimiento, combatir el estrés o la ansiedad, e incluso, a afrontar mejor los cambios y retos de la vida. Como admiradora del doctor Ramón y Cajal, Ana Ibáñez suscribe las palabras de este pionero en el estudio de la plasticidad cerebral y la neurociencia: “Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro”. Y, por tanto, de su propia vida. Ibáñez propone ideas tan retadoras como que la autoestima la fabrica nuestro propio cerebro o que todos podemos modificar nuestras conexiones neuronales para lograr un mayor bienestar. “Existen entrenamientos cerebrales que ya están a nuestro alcance y que podemos poner en marcha para mejorar muchísimos aspectos de nuestra vida. Entrenar nuestro cerebro para sacarle el máximo partido es posible en el siglo XXI”, afirma.
Ana Ibáñez es ingeniera superior química, exnadadora de alto rendimiento y piloto de helicóptero. Desde 2011 está ligada a su pasión, la neurociencia, investigando los últimos avances en este campo para lograr la optimización cerebral. Es una de las únicas entrenadoras de técnicas y tecnología de neurociencia en España. En sus centros ‘MindStudio’ realiza entrenamientos para el alto rendimiento y bienestar mental de niños y adultos. También entrena a equipos directivos de empresas en todo el mundo y a equipos deportivos. Es conferenciante y divulgadora habitual y en 2023 publicó el libro ‘Sorprende a tu mente: entrena tu cerebro y descubre el poder de transformar tu vida’ (Ed. Planeta).
Transcripción
Y, para ello, algo que es muy útil es dotarle de imágenes en las que él pueda pensar, o incorporar dentro de sus memorias cerebrales que eso que le pretendes pedir y esa novedad que quieres hacer tiene un final feliz. Por eso es tan importante, para que nuestro cerebro no nos boicotee, que nosotros podamos que quedarnos ligados a pensamientos de éxito en aquellas cosas que estamos intentando hacer. Aristóteles dijo una frase con la que yo estoy muy de acuerdo y dijo: «El miedo no es sino la anticipación del sufrimiento por que algo salga mal». Pero no deja de ser eso. Es una anticipación, una duda de si algo va a salir mal. Y fijaos en que la mayoría de las veces todo lo que nos cuenta nuestro cerebro y todo el miedo que nos mete, en realidad, no sale mal. Hay dos grandes circuitos cerebrales. Uno tiene que ver con el circuito del miedo cerebral, que nos defiende, y otro tiene que ver con el circuito de la oportunidad o de los beneficios de intentar cosas. Ese otro circuito, que tiene que ver con el circuito de recompensa, se activa si nosotros somos capaces de calmar a nuestro cerebro y hacer que ese circuito de alarma no esté tan activo y pueda conectar áreas de nuestro córtex prefrontal, que es donde está este otro circuito de oportunidad.
Así que el poder contar con nuestro cerebro como aliado para quedarse en esa incomodidad de esta situación nueva, atravesarla y empezar a tener este premio de dopamina, este premio de ir sintiéndote bien conquistando ese miedo y venciéndolo es algo que, cerebralmente, podemos hacer todos. Así que mi experiencia de piloto ahora la disfruto muchísimo, pero ha ido pasando por todas las etapas y una de ellas fue la de temor.
Bueno, pues, cuando a nuestro cerebro lo forzamos a ir a un lugar incómodo, ahí es donde empiezan a pasar cosas. ¿Y sabéis cuál es el lugar más incómodo para nuestro cerebro? Pues es cometer errores. Cuando nosotros cometemos un error, nuestro sistema nervioso se altera y lo que piensa es: «Algo está pasando aquí y me está poniendo en una amenaza porque estoy haciendo un error». Tenemos que aprovechar los errores porque ahí empieza a ocurrir una neuroquímica que es maravillosa para poder llevar a nuestro cerebro a otro lugar. Hay tres sustancias químicas que son importantísimas en cometer un error. Y es que, frente a esta amenaza de nuestro sistema nervioso por hacer algo mal, él empieza a generar algo que se llama epinefrina, que es una sustancia química que lo que hace es ponernos en alerta y, entonces, se pone a trabajar porque tiene que solucionar eso. En segundo lugar, nos viene una sustancia que se llama acetilcolina y esta sustancia lo que hace es enfocarnos para que nos enfoquemos en aquello que queremos mejorar. Y fijaos en que aquí está la clave, que utilizamos mucho en neurociencia y que yo utilizo en mis entrenamientos, porque esta acetilcolina, en el momento en el que se segrega, si nosotros en ese momento somos capaces de darle una muy buena razón a nuestro cerebro para que se enfoque en adónde queremos ir, estamos provocando esa transformación neuronal y estamos haciendo que esa plasticidad que se está generando en ese momento la podamos aprovechar. ¿Por qué es tan importante tener ahí un objetivo? Porque, si no, perdemos esta neuroquímica y caemos en algo que todos conocemos muy bien que es la frustración. Ese momento es clave: si eres capaz de, en el momento de frustración, seguir generando esfuerzo y que tu cerebro aproveche esa neuroquímica para ir a un lugar más allá, aguantar esa incomodidad, ahí estás aprovechando esa plasticidad.
Cuando ocurre eso, cuando tú te quedas pegado a tu objetivo y estás aguantando esa incomodidad, tu cerebro empieza a regalarte un premio en forma de dopamina. Dopamina es esa sensación de premio, de regalo, de «Lo estás haciendo bien». Entonces, lo que hace tu cerebro es, de repente, empezar a darse cuenta de que esos cambios que está haciendo son positivos. Así que, de todos los descubrimientos que hay ahora en neurociencia, para mí este avance es fundamental: saber cómo podemos hacer que nuestro cerebro aproveche el fallo, cómo podemos darle seguridad en la incomodidad y cómo aprovechar las ventanitas que se nos abren a nivel cerebral para que transforme estructuras. Y yo con eso trabajo todos los días con personas y lo vemos, vemos los cambios.
Entonces, antes de buscar un momento de concentración, es muy bueno que hagas algo que alimente esas frecuencias alfa en tu cerebro. Para cada uno de nosotros puede ser algo distinto, pero en general algo que nos sirve a todos es escuchar una música que te gusta porque eso te pone en un lugar cómodo y seguro. Y algo que ahora se sabe, porque se puede medir con electroencefalogramas, es que después de hacer un ejercicio intenso en un periodo de tiempo muy corto, como puede ser moverte, bailar o saltar antes de querer concentrarte, nuestro cerebro, justo después de hacer un ejercicio intenso, genera ráfagas de frecuencia alfa de la calma. Eso lo hemos vivido porque, normalmente, después de hacer deporte ves que te invade una sensación serena, de calma. Eso es porque tienes frecuencias alfa. Entonces, si vas a concentrarte, viene muy bien que pongas música y que, además, te muevas vigorosamente, y eso ya te va a dar frecuencias alfa. Y, luego, necesitamos que tenga la energía cerebral adecuada para poderse concentrar. Porque fijaos en que concentrarse exige que nuestro cerebro sea capaz de bajarle el volumen al exterior, a todo lo que está ocurriendo, y que de todo lo que percibe, solo se concentre en aquello en lo que tú quieres fijar la atención. Esa bajada de volumen es un esfuerzo cerebral. Para ello, utiliza nuestro hemisferio izquierdo, unas áreas que se llaman el frontal y el prefrontal izquierdo. Y estas áreas necesitan energía, necesitan riego cerebral, para poderse poner en uso. Entonces, ¿qué nos viene bien para eso? Bueno, le va a ayudar ese ejercicio vigoroso que has hecho antes, que te ha dado alfa, y le ayuda también que hagamos una transición, es decir, que no le fuerces a hacer ese esfuerzo de golpe, sino que hagas una transición donde puedas poner, por ejemplo, una música que es animada pero que a él le deja en un lugar seguro, de buena actividad, o de buena activación, y de esa manera va a ir entrando en este momento de concentración.
Para concentrarnos, necesitamos una media de cinco u ocho minutos en los que está ocurriendo esta transición. Es decir, nuestro cerebro está trabajando para generar las frecuencias beta, en este caso, que son las de la concentración, y que tú puedas después concentrarte. También ayuda mucho para concentrarse, tener un elemento que siempre está presente en tu concentración. Yo, por ejemplo, cuando tengo que escribir o tengo que pensar algo, tengo una vela que suele ser del mismo olor, porque mi cerebro ya ha identificado que, cuando esa vela está encendida, genera esas frecuencias beta de la concentración. Entonces, para mí, ponerme dentro de esa burbuja de concentración donde está esa música, ese ejercicio antes, esa música y, después, la vela genera concentración. Y un ejercicio que te puede ayudar mucho para atraer esa energía necesaria de concentración, que en el fondo es llevar a tu mente de un foco abierto a un foco más cerrado, es el siguiente, que es muy simple y que lo podemos hacer todos: si tú llevas tu mirada hacia determinados objetos que nos rodean ahora mismo y piensas el nombre del objeto dentro… Yo estoy mirando desde aquí y puedo poner escalera, cortina, suelo, zapato… Cuando tú obligas a tu cerebro a posar la mirada sobre determinados objetos y a pensar su nombre, o puedes pensar también su color, estás haciendo el ejercicio de que tu cerebro pase a un modo de concentración, de enfocarse.
Él va a guardar, sobre todo, muy bien bajo llave aquellos recuerdos y aquellas experiencias que te lo han hecho pasar mal, porque él ha interpretado que eso es una amenaza, que te puede pasar algo malo. Y, si recordáis, el objetivo de nuestro cerebro es nuestra supervivencia, no que seamos felices, no que nos desarrollemos. Entonces, la ansiedad tiene que ver mucho con eso, con que nuestro cerebro está alimentando continuamente información guardada a la que le ha dado un sesgo y es mucho más negativa que positiva. Esto es como las estrellas. Nosotros pensamos que las estrellas salen por la noche cuando, en realidad, las estrellas están siempre ahí. Con nuestro subconsciente ocurre lo mismo. No somos conscientes de que está, no llega a un plano racional, pero nuestro subconsciente está alimentando todos y cada uno de nuestros pensamientos, todas y cada una de nuestras acciones. Y es importante saberlo porque al saberlo es cuando podemos hacer algo para cambiarlo. ¿Y cómo lo hacemos? En esto, os voy a dar una imagen que ayuda mucho y es como que nosotros saquemos nuestro cerebro de nosotros mismos y nos lo pongamos enfrente. Y esto que ponemos enfrente va a ser no un cerebro perfecto, como hemos estudiado. No, vamos a poner enfrente un cerebro que, en realidad, es un niño que está asustado. Y eso es lo que quiero que veáis que es un cerebro cuando siente ansiedad. La ansiedad no es sino la manera que tiene nuestro cerebro de decirnos que está muerto de miedo. Cuando nosotros nos ponemos con sentido común pensando que nuestro cerebro es un niño asustado, se nos hace mucho más fácil ver qué podemos hacer para calmarlo.
Cuando tienes un episodio en el que tu corazón empieza a funcionar y a latir de una manera muy acelerada sin una causa que puedas identificar, o notas que estás en un periodo en el que tienes mucha invasión de pensamientos, en realidad lo que está ocurriendo es que tu cerebro es ese niño que está tan asustado que te está mandando esos síntomas para que te des cuenta de que quiere que lo cuides y de que le tienes que sacar el miedo. Cuando tú tienes a un niño que está asustado, lo primero que le quieres demostrar es calma normalmente. Lo quieres mirar con ojos de calma para que él no vea miedo en ti. Tú le estás traspasando: «Oye, yo estoy seguro». ¿Cómo hacemos eso para nuestro cerebro? Haciendo algo físicamente que no es de ansiedad, sino que es de calma. ¿Qué es lo más rápido para decirle a nuestro sistema nervioso que en realidad nosotros estamos calmados? Es la respiración. Por eso los ejercicios de respiración son tan útiles para bajar la ansiedad, porque, si tú entras en un patrón de respiración donde respiras de manera abdominal y exhalas en exhalaciones más largas que las inhalaciones, tu cerebro, que conoce ese esquema de respiración y lo tiene ligado a calma, empieza a calmarse porque dice: «Ah, espera, yo estoy sintiendo ansiedad, pero está respirando con calma. Yo tengo asociado que este tipo de respiración está asociado a calma». Entonces, va a empezar a producir la neuroquímica y las frecuencias cerebrales adecuadas a la calma. En segundo lugar, es empatizar. Si un niño tiene miedo, tienes que aceptar que siente miedo y él tiene que saber que lo está pasando mal y que tú te das cuenta de ello. Con nuestro cerebro ocurre igual. Por eso no podemos obviar los síntomas, sino que tenemos que mirarlos y decirnos de manera consciente: «Entiendo que estás asustado y por eso estoy con estos síntomas, pero esto no es real, esto es un mecanismo. Entonces, no voy a luchar contra los síntomas, pero voy a despistarte para que te fijes en otras cosas y no en tus síntomas». ¿Qué nos ayuda en esto? Lo sensorial.
Para bajar la ansiedad es muy importante conectar con los sentidos. Por eso, una música que tú has escuchado antes, en épocas en las que estabas calmado, te va a ayudar mucho a calmar a tu cerebro. Puedes meter una música y, a pesar de que estés sintiendo estos síntomas incómodos de ansiedad, tú pones una música y cerebralmente tu cerebro va a empezar a reconocer de nuevo esta música que está relacionada con «yo no tener miedo o estar en calma» y entonces va a ir para allá. Así que es importante entender que la ansiedad es normal que nos ocurra, pero que la acrecentamos siempre que nos preocupamos mucho por ella. Porque, en nuestro radar cerebral, él está viendo cuánto te importa. Si te preocupas mucho, te quedas muy pegado a los síntomas y a mirar, en el fondo le estás diciendo a este niño: «Tienes razones para estar asustado». Y lo que le queremos demostrar a nuestro cerebro es: «No, no tienes razones para estar tan asustado. Quiero que conectes con áreas cerebrales más sofisticadas que te demuestran que esto no es un problema de supervivencia, que mi vida no está en amenaza por sentir estrés o por estar con situaciones que suponen retos». Mirarnos de esa manera y calmarlo desde ese lugar es algo que nos ayuda mucho para la ansiedad. Os quiero contar un caso concreto, hablando de la ansiedad. La ansiedad está presente en todos nosotros. Parte del colectivo que yo entreno… Hay una parte que es de alto rendimiento, es decir, son personas… Alto rendimiento profesional o deportivo. Son personas a las que se les exige en su trabajo más allá de lo normal. En este caso, os quiero hablar de un deportista de primer nivel que sentía mucha ansiedad y que se estaba lesionando mucho por la ansiedad que le provocaba su cerebro. ¿Qué es lo que le estaba pasando a este cerebro? Cuando trabajé con él, le hice entrenar en sus frecuencias cerebrales, es decir, le hacía unos electroencefalogramas a tiempo real en los que leía sus frecuencias cerebrales para hacer que su cerebro fuera consciente de estas frecuencias y pudiera optimizarlas.
Bueno, lo que vimos con él es que había una parte emocional que él no identificaba qué era que le estaba subiendo todo el tiempo información de alerta y de alarma, de forma que cuando él salía el terreno de juego no era capaz de aislarse de su mundo emocional, sino que se lo llevaba consigo al terreno de juego. Cuando a tu sistema le estás exigiendo muchísimo a nivel físico y a nivel mental también le estás exigiendo mucho, es muy fácil que se rompa. Allí hicimos un trabajo de identificar qué había pasado en este niño asustado que tenía él a nivel cerebral, qué había pasado en su infancia que le estaba dando todo el tiempo esa información de alerta cerebral que le estaba exigiendo tanto y que le estaba pasando esta incomodidad que se llevaba consigo al terreno de juego. Y, entonces, lo que pudo hacer de manera consciente es superar eso que había sido un trauma a nivel emocional y, con ello, su ansiedad disminuyó hasta llegar a desaparecer y sus lesiones bajaron muchísimo. Pero, sobre todo, lo que aumentó es la seguridad como deportista, porque su cerebro ya no le está pidiendo que lleve tanta energía a combatir esos pensamientos negativos.
¿Cómo te lo demuestra? Haciendo un ataque de ansiedad o haciendo un evento en el que tú vas a tener estas sensaciones físicas. Entonces, es importante entender que estrés y ansiedad son distintos y que ansiedad es un mecanismo cerebral. Pero fijaos en que ahí hay un estudio que a mí me gusta mucho, en la Universidad de Harvard en este caso. Este estudio lo que ha demostrado es qué ocurre si nosotros reprogramamos nuestro cerebro y le damos un significado diferente al estrés. Qué ocurre si nosotros le damos un significado diferente a tener un corazón latiendo fuerte, a estar transpirando o a tener una respiración más acelerada. Qué pasa si a nuestro cerebro le decimos que en vez de que eso es negativo y que lo que hay enfrente es una amenaza… Qué pasa si le decimos que eso es positivo. ¿Cambiará algo? Y fijaos en que es muy interesante porque, efectivamente, cambia. Lo que ahora sabemos, porque se estudia por resonancia magnética funcional, que es la manera que tenemos de hacer imágenes de nuestro cerebro, y también con electroencefalogramas, que es la manera que tenemos de leer nuestra electricidad cerebral y ver qué frecuencias está sintonizando, si sintoniza las de la calma o no… Bueno, pues lo que se sabe ahora es que, si nosotros hacemos el ejercicio de pensar que cuando tienes esos síntomas lo que haces es tener el mensaje de que ese es mi cuerpo trabajando para mí, para hacerme un superhombre o una supermujer para hacer frente a este evento, todo cambia. Tu cerebro, en vez de verlo como un acto de supervivencia, lo ve como un acto de poder, se fortalece. Y fijaos: va más allá. Lo que se ha demostrado es que, aunque el corazón lata más fuerte, es decir, esté llevando más riego, no tiene asociado el efecto negativo cardiovascular que sí tendría un estrés que acelera tu corazón, pero que tiene la connotación negativa.
Cuando tú estás a gusto con tus síntomas de estrés, tus vasos sanguíneos no están contraídos y este es un gran descubrimiento, porque lo que hace es que, si nosotros conectamos con el estrés de una manera positiva, estamos haciendo que nuestro organismo esté sacando lo mejor de sí y que, encima, eso no sea nada que nos venga mal, sino que le haga desarrollarse. Y esto es importantísimo, porque hay dos tipos de estrés. Está el estrés positivo, que se llama «eustrés», y el estrés negativo que sí que nos daña, que se llama distrés. Del eustrés es del que os estoy hablando, de este estrés que nos desarrolla en vez de perjudicarnos. Pues fijaos, hay dos variables que es necesario que estén presentes para que nuestro estrés se mantenga positivo y sea eustrés. Una de las variables es que nosotros tengamos muy claro, y se lo digamos a nuestro cerebro, cuál es el beneficio que hay detrás de ese estrés que estamos sintiendo. Dónde me lleva, qué gano yo poniendo a mi sistema fuera de esta zona de confort. Y, en segundo lugar, limitar el tiempo al que está sometido al estrés. No hay ningún estrés positivo que, alargado durante mucho tiempo, pueda mantenerse positivo porque nuestro organismo no tiene la capacidad de regenerarse de ese estrés y no puede disminuir la carga alostática que conlleva el estrés. Pero, si tú mantienes el estrés en un periodo determinado de tiempo y tu cerebro lo sabe, ahí estás haciendo que tu estrés sea positivo. Y esto, muchas veces, lo único que necesita es que nosotros seamos conscientes de que esta situación es incómoda, estoy estresado, pero va a durar equis horas, equis días… Puede durar meses, puede ser una situación laboral que te dure más tiempo, pero siempre y cuando tu cerebro sabe que va a tener un fin, estás cayendo en estrés positivo.
Os voy a pasar un ejercicio con el que yo trabajo día a día y que es muy simple pero es muy poderoso. Para hacer este ejercicio, vamos a utilizar una habilidad que tiene nuestro cerebro y es la tridimensionalidad. Os voy a pedir, para él, que cerréis los ojos y que, desde los ojos cerrados, sigáis mis instrucciones. ¿Podéis imaginar el espacio que hay entre vuestras orejas? ¿Podéis imaginar la distancia que hay entre vuestra oreja derecha y la punta de vuestra nariz? ¿Podéis imaginar la distancia entre vuestra oreja izquierda y la punta de vuestra nariz? ¿Podéis imaginar lo que ocupa vuestra lengua dentro de la boca? ¿Podéis imaginar la columna de aire que recorre vuestra nariz? ¿Podéis imaginar la distancia entre la punta de tu nariz y la punta de tu barbilla? ¿Y podéis imaginar la distancia que hay entre vuestras orejas? Ya podéis abrir los ojos. Fijaos en que un ejercicio tan simple como este tiene una habilidad, que se ha leído con electroencefalogramas, en este caso, de producir muchas frecuencias alfa de la calma. ¿Y por qué ocurre esto? Porque cuando nuestro cerebro se queda como pendiente de sí mismo, imaginando los espacios que nos contienen a nosotros, trabaja con una faceta que es la tridimensionalidad, el espacio. Y esto tiene un beneficio inmediato que es subir estas frecuencias alfa.
Si queréis calmaros antes de algo, si queréis llevar a vuestro cerebro a un lugar de más calma y de más frecuencias alfa que os van a hacer afrontar esa situación desde un lugar mejor, podéis cerrar un momento los ojos y hacer este ejercicio vosotros mismos que os acabo de enseñar. Y de esta manera estáis calmando vuestro cerebro.
Pero fijaos en que aquí ocurre algo que es curioso y que es bueno saberlo también a nivel cerebral y es: ¿qué información incorpora a nivel de autoestima primero nuestro cerebro en nuestras etapas iniciales de educación y de vida? Pues lo primero que incorpora es, por comparación a los demás, cómo nos vemos. Establece cómo de queribles somos por otros, porque fijaos en que, ya en el entorno familiar, cada uno de nosotros hemos tenido que buscar un espacio y nuestro cerebro ha trabajado para que nos quieran. ¿Y cómo lo ha hecho? ¿Soy el hijo mayor o menor y lo que se espera de mí es que sea responsable? O puedo ser el rebelde o puedo ser el que saque buenas notas o puedo ser el que es creativo. En el fondo, nuestro cerebro está buscando todo el tiempo una seguridad de que aquello que somos es algo que los demás ven y que nos van a querer por ello y seguimos participando en este grupo. Y fijaos en que eso viene desde el subconsciente. ¿Qué ocurre? Que nosotros seguimos creciendo y, entonces, entra la siguiente parte de la autoestima, que es cómo nos queremos nosotros, cómo de queribles somos ante nuestros ojos. Y ahí es donde viene la reprogramación de la autoestima, que no solo es bueno que la hagamos, sino que es necesario que la hagamos, porque es en esa reprogramación de la autoestima donde nosotros podemos meter la información cerebral de que ya no solo eres querible porque eras todas estas cosas, sino que eres querible por el simple hecho de ser, por el simple hecho de tener aquellas cosas dentro de ti que son talentos, que es muy bueno que descubramos, y que simplemente por eso tú tienes una razón de ser y tu supervivencia no está amenazada.
No importa lo que otro piense de nosotros, porque eso ya no es una cuestión de vida o muerte, cuando sí lo pudo ser en un cerebro infantil. ¿Y cómo lo hacemos? Bueno, pues la manera más directa de hacerlo es ir a recordarle a nuestro cerebro situaciones ya vividas donde él ha podido experimentar que, efectivamente, eras querible por ti mismo. ¿Cuándo ocurre eso? Ocurre sobre todo cuando estamos orgullosos de nosotros mismos. Si nosotros somos capaces de traer nuestra memoria cerebral de situaciones de orgullo, donde nosotros nos hemos sentido bien con nosotros mismos y subirlo a la superficie, que forme parte del bagaje cerebral que tenemos, nuestra autoestima ya sube, porque independientemente de lo que escuches, tú vas a tener la certeza de que tú puedes estar orgulloso de ti mismo y tu cerebro va a ir alimentándote esos pensamientos. Cuando eso te cuesta, es muy bueno meter el factor externo, lo que otros están viendo de ti, que quizás es opaco para ti, o quizás está oculto a tus ojos. Porque muchas veces lo que nosotros somos está oculto a nosotros mismos y es una persona que tienes al lado la que te lo puede decir y te puede decir: «Oye, a mí de ti me gusta esto y esto, o me sorprende esto y esto». Entonces, las personas que te quieren o que tienes cerca o que te conocen sí tienen una visión más clara de en qué cosas tú estás brillando. Si utilizamos esa información en nuestro favor, estamos dándole más razones a nuestro cerebro para que nos pase mensajes de querernos a nosotros mismos. Y ahí hay una frase que a mí me gusta mucho y es que el acto egoísta más generoso que podemos hacer por los demás es amarnos a nosotros mismos.
Porque si nosotros nos queremos a nosotros mismos y subimos nuestra autoestima, vamos a desprender cosas mucho más positivas, vamos a hacer que nuestros entornos sean mejores. Creo que estaréis conmigo en que las personas que sufren de autoestima baja normalmente hacen que los entornos sufran también un poco de ello porque te preocupas por ellos, lo cual no significa que siempre la autoestima tenga que estar alta. No, la autoestima es viva, sube, baja… pero lo importante es que nosotros nos quedemos seguros y muy próximos a aquellas herramientas que nos hacen vernos en la profundidad de quiénes somos. De esta manera, estaremos haciendo que ese ser querible por los demás y por nosotros mismos sea de una manera sana, sea de una manera real y nuestro cerebro se reprograme con ello.
Siempre que seas capaz, frente a un cambio, de enseñarle que lo que hay detrás de este cambio te va a llevar a un lugar donde sí vas a estar bien…Y no tiene por qué ser extraordinario. Tu cerebro lo único que necesita es saber que va a sobrevivir a ese cambio. No hace falta que tu vida mejore muchísimo después de ese cambio. Lo único que necesitamos es que tu cerebro pierda el miedo a que algo muy negativo le puede pasar. Entonces, si logramos eso, ya estamos ayudándonos mucho en forma de información cerebral. Muchas de nuestras crisis tienen una base emocional. Todo lo que tenga que ver con separaciones, con preocupación por nuestros hijos, por nuestra familia, con pérdidas de personas que queremos, todo eso son estreses emocionales y crisis a nivel de nuestro cerebro. Si emocionalmente lo estás pasando mal, es difícil que te concentres bien, es difícil que tengas buena memoria, es difícil que duermas bien. Todo nuestro mecanismo cerebral del resto de ámbitos se ve afectado. Pero fijaos en que, por ejemplo, una separación es una crisis y nuestro cerebro no nos ayuda mucho cuando nos está ocurriendo esto. Lo tenemos que ayudar en el sentido de… Cuando se produce una separación emocional con alguien, ocurre porque alguien de los implicados ya no estaba bien. Si no, no ocurre esa crisis. Es decir, que el punto de partida es una situación que ya no está funcionando, que tiene que ocurrir una transición para ir a un lugar nuevo. ¿Qué le ocurre a nuestro cerebro en la transición? Que él, a pesar de saber que no estaba bien aquí, prefiere lo malo conocido que lo bueno por conocer. Entonces, ¿qué va a hacer en ese momento? Te va a llenar de pensamientos obsesivos, te va a llenar de pensamientos en los que mejora la realidad pasada, que no era buena, pero te va a borrar lo que no era bueno y te va a alimentar de cosas que eran especialmente buenas en esta situación, porque te quiere convencer, en el fondo, de que lo que había antes era mejor que lo que está por llegar, porque eso no lo conoce.
Pero eso es falso, eso es un mecanismo cerebral. Cuando no estás bien en una situación, tiene que ocurrir algo en el medio que transforme eso para que tú puedas llegar a un lugar mejor. Bueno, pues ahí hay algo que es muy efectivo y es conectarse con nuestras sensaciones físicas y emocionales de estar bien. Es decir, si tomamos el ejemplo de una relación personal que se termina, es muy importante que a tu cerebro le hagas sentir cómo estoy yo cuando estoy bien personalmente, cómo estoy yo cuando estoy bien emocionalmente, cómo es esa situación. Y quiero que, en ese caso, seas capaz de cerrar los ojos, de conectarte con esas emociones y seas capaz de ver que eso se va a implantar en el futuro. Porque a él sí le gustan las buenas sensaciones. Si tú le haces sentir esas buenas sensaciones y le dices «Esto es donde yo pongo el objetivo en el futuro», él va a empezar a trabajar a tu favor. Por eso es tan importante, en las crisis, darle primero el significado… ¿Qué es una crisis? Es una transición de algo conocido, que algo estaba fallando ahí, por eso hay una crisis y necesitas cambiar, meter algo nuevo. Bueno, pues ya no funcionaba. Es pasar de eso que no funcionaba a una transición para ir a algo nuevo. Tenemos que acompañarlo ilusionándose con que eso nuevo va a tener buenas sensaciones emocionales y corporales para ti.
Pero, fíjate, hay algo que podemos tratar también cuando hablamos de niños y de jóvenes, y es algo que están sufriendo mucho ahora, precisamente por lo que hablábamos de esta dificultad de concentrarnos y de focalizarnos en algo. Porque nuestros niños y nuestros jóvenes reciben tantos estímulos del exterior que para ellos es todavía más difícil bajar el volumen de todos estos estímulos para concentrarse solo en algo y sobre todo en algo si ese algo no les interesa o no los motiva mucho. Hay niños y niñas y jóvenes que tienen una inteligencia sensorial enorme. Eso significa que perciben más estímulos del exterior de lo que percibe un cerebro que no tiene esa inteligencia. Ahí es donde entra el perfil de niños y niñas y jóvenes y también adultos que sufren del llamado déficit de atención. Yo no estoy de acuerdo con el término déficit de atención. Las personas que caen dentro de este saco que se llama déficit de atención con o sin hiperactividad, en el noventa por ciento de los casos, por no decir más, son personas que tienen una inteligencia sensorial fuera de lo normal, extraordinaria. Son personas creativas, son personas sensibles, son personas con muy buenas ideas, son personas que ven cosas que se salen de lo que una mente normal ve. Entonces, tienen una dificultad a nivel cerebral que es cómo poder calmar a su cerebro cuando lo necesitan para no percibir tanto del exterior y que sí les permita concentrarse, y a ellos les cuesta más. Así que en estos casos tenemos que calmarlos y decirles: «Estamos ante una inteligencia extraordinaria, necesitamos que tu cerebro entienda que tú tienes esta inteligencia y te premie por ella, lo cual te va a dar seguridad y autoestima, pero necesitamos también que tu cerebro sepa que tiene que hacer un esfuerzo extra para concentrarse». Y eso es a lo que le podemos entrenar. Esa burbuja de concentración en estos casos la tenemos que hacer mejor todavía.
Tenemos que ayudarles para que su entorno les permita tener aquello que ellos necesitan que les haga que su cerebro esté tranquilo y se pueda focalizar. Y eso incluye meter herramientas como música, aunque no nos parezca una música calmada. Si es una música que a su cerebro lo mantiene atento, lo mantiene entretenido, su cerebro se va a quedar tranquilo y le va a permitir concentrarse después. Aquí hay determinados ejercicios que se pueden hacer para ayudar a los niños a concentrarse más y uno de ellos es el ejercicio de nombrar objetos alrededor. Pero, como lo que buscamos en su caso es que partan de una calma que ‘a priori’ ellos no tienen dentro de sí, el ejercicio siempre de poder escuchar una música que a ellos les guste y de respirar donde prioricen el tiempo de exhalación nos va a ayudar. Nuestro cerebro se calma mucho cuando el exhalar aire es más largo que la inhalación. A este tipo de cerebros que van muy rápido les viene muy bien ese tipo de ejercicio y, con ello, les estaremos ayudando. Así que, respondiendo a tu pregunta, efectivamente podemos entrenar a los niños. Es muy bueno hacerlo y creo que, en el futuro, será algo que veamos muy normal. Algo fascinante de la neurociencia y que espero que hayáis podido vislumbrar en estos minutos juntos es que sabemos más de nuestro cerebro de lo que nunca antes en la historia hemos sabido. Tenemos más herramientas hoy de las que nunca hemos tenido, pero también es el día del futuro en el que menos sabemos y menos herramientas tenemos. Se trata de una ciencia tan viva que cada día que pasa aprendemos más.
Cada día que pasa nos empoderamos más de que nosotros, cada uno de nosotros, somos capaces de hacer algo a nivel cerebral, con ejercicios, para poder salvar aquellas deficiencias que nuestro cerebro tiene hoy en día y que nos impide sentirnos mejor de lo que nos sentimos, poder brillar con las capacidades que cada uno de nosotros tenemos y que no necesariamente están saliendo a la luz. Acompañar a nuestro cerebro en eso es una labor apasionante. Yo dedico mi tiempo y mi pasión a ello y es porque no hay nada más gratificante que poder llevar a una persona que lo está pasando mal o que no está brillando en su justa medida a que lo haga. Si conocéis la frase de mi querido Santiago Ramón y Cajal… Porque él fue muy mágico dentro de la neurociencia, se atrevió a soñar, se atrevió a ver más allá y él dijo esta frase: «Cualquier hombre o mujer, si lo pretende, si lo quiere hacer, puede ser escultor de su propio cerebro». Nunca ha sido más cierta esa frase que hoy en día, mucho más que cuando él, como precursor, lo vio. Nosotros podemos esculpir nuestro cerebro. Y os añado algo más: lo importante es que lo esculpamos no solo desde el esfuerzo, que también, porque todos nuestros talentos internos innatos van a salir más a la luz si le ponemos esfuerzo a nuestros talentos, pero no solo va a ser desde el esfuerzo, sino que va a ser desde el disfrute. A nuestro cerebro le encanta disfrutar porque eso le da el mensaje de que está seguro.
Y nuestro cerebro, sobre todo, quiere nuestra supervivencia y que nosotros estemos seguros. El disfrute es la mayor de las herramientas que tenemos para que, junto con el esfuerzo, logremos sacar lo mejor de nosotros. Espero que todo esto os ilumine, juguéis con vuestro cerebro, os atreváis a cambiar cosas, os atreváis a soñar y a jugar con este cerebro que no es tan perfecto. Lo podemos hacer nosotros mucho más perfecto.