“Hacer buenas fotos es fácil, lo difícil es narrar una buena historia”
Gervasio Sánchez
“Hacer buenas fotos es fácil, lo difícil es narrar una buena historia”
Gervasio Sánchez
Fotógrafo y periodista
Creando oportunidades
“¿La dignidad no será morir por estudiar en plena guerra?”
Gervasio Sánchez Fotógrafo y periodista
Gervasio Sánchez
“En Sarajevo he visto morir a chicos atravesando un puente, batido por francotiradores, para ir al instituto. Y pienso a veces, ¿la dignidad no será morir por estudiar en plena guerra?” El fotoperiodista Gervasio Sánchez se especializó en conflictos armados para dar testimonio de lo que sucede en las guerras y sobre todo, las posguerras, donde ha fotografiado lo mejor y peor del ser humano. Dignidad, libertad y humanidad que se abren paso entre los escombros, como un haz de luz en la biblioteca de Sarajevo. Dicen que en sus fotografías hay “más vida que muerte”, a pesar de haber radiografiado los principales conflictos del siglo XX, desde los Balcanes a América Latina y África. Y eso, a pesar de que nunca estudió fotografía ni aprendió a revelar. Su escuela fue la calle y sus maestros, grandes fotógrafos como Salgado, Natchwey, Peress, Scianna y Abbas.
Gervasio Sánchez es enviado especial por la paz de la UNESCO desde 1998 y uno de los reporteros españoles más reconocidos a nivel nacional e internacional, con galardones como el Premio Nacional de Fotografía, Premio Ortega y Gasset y dos veces el Premio Rey de España de Periodismo, entre otros. Su trabajo fotográfico se reúne en libros y exposiciones como ‘Vidas Minadas’, ‘Sarajevo’, ‘Sierra Leona: Guerra y Paz’ o ‘Desaparecidos: víctimas del olvido’. "No se trata de levantar una cámara y disparar. Es narrar. Hacer fotos es muy fácil hoy día; lo difícil es narrar una buena historia", concluye.
Transcripción
Me llamo Gervasio Sánchez. Soy fotógrafo y periodista especializado en conflictos armados. La verdad es que soy periodista porque cuando era un niño, muy niño, menor de nueve años, empecé a coleccionar sellos. Hice una colección de sellos bastante amplia. Sobre todo a partir de los 11 años, que mi abuelo era el cartero de un pequeño pueblo de Tarragona, Hospitalet del infante, y yo era su ayudante. Me encantaba quedarme con los sellos de las personas que estaban en las urbanizaciones donde había muchos extranjeros. De hecho, incluso, a veces, los arrancaba directamente de las cartas. Sé que es ilegal, pero lo hacía. Y me llevó al periodismo creer que los periodistas hacían lo que yo quería hacer cuando era pequeño, que era viajar. Primero viajé, mentalmente, a los países de mis sellos, y, posteriormente, quería viajar físicamente, y pensé que los periodistas o los pilotos de aviones hacían eso, viajar. A los 14 años, 15 años, empecé en el instituto y era el único estudiante que llevaba un periódico debajo del brazo, que compraba yo religiosamente. Me acuerdo que costaba 4,5 pesetas de la época, ¿no? Mis amigos del instituto me recuerdan, con los que me sigo reuniendo ahora una vez o un par de veces al año, me recuerdan que era el único que tenía claro lo que quería hacer: Periodismo. Cuando llegué a la universidad, también mis compañeros con los que empecé a tener relaciones al principio, las primeras semanas de la universidad, yo hice Periodismo en la Autónoma de Barcelona, recuerdan que era el único que tenía claro lo que quería hacer. Quería hacer conflictos armados.
Ustedes pueden pensar que quizás me gustaban los conflictos armados porque me gusta la guerra. Pues no. La verdad es que yo la guerra la conozco muy bien, y os puedo asegurar, les puedo asegurar que es lo peor que le puede pasar a un ser humano, vivir una guerra. Las guerras no acaban cuando dice Wikipedia. A veces, cuando tengo estudiantes delante de la ESO o de bachillerato, siempre les digo: «Si yo os pusiera la pregunta: ¿cuándo acabó la guerra de Bosnia?, y respondierais que la guerra de Bosnia acabó el 14 de diciembre de 1995 porque se firmó el Acuerdo de Dayton, os suspendería». Y vosotros vendríais a quejaros de que eso dice Wikipedia, y os diría: «Las guerras no acaban cuando dice Wikipedia. Las guerras se acaban cuando las consecuencias se superan». ¿Y cuándo se superan las consecuencias de una guerra? A veces, años después. A veces, décadas después. A veces, nunca.
Como les decía, cuando llegué a la universidad, tenía muy claro que quería hacer conflictos, quería documentar los grandes dramas que ocurren en el mundo. Era un poco soñador ¿no?, pensaba que mis trabajos iban a cambiar el mundo, iban a mejorar el mundo. El periodismo iba a permitir que la población, que los ciudadanos, que ustedes fueran más sensibles al dolor ajeno, que fueran menos pasivos de lo que son habitualmente. Y, al final, con el paso de los años y las décadas, he visto que por muy bien que hagas tu trabajo, casi nada cambia nunca, muy rara vez cambia. Hemos visto a los periodistas que, como yo, que trabajamos en los Balcanes, como yo, que empezamos en América Latina en los años 80, los Balcanes fue mi universidad, donde yo me hice adulto periodísticamente hablando. Yo también estuve en Ruanda en el 94. Estuve en Somalia, en Sudán. He estado en Afganistán, en Irak, en Timor Oriental, en el Congo, en Angola, en Liberia, en Sierra Leona… He estado en tantos conflictos armados… Con el paso de los años, he visto que siempre ocurre lo mismo. Setenta años de la Declaración Universal, setenta años desde que Naciones Unidas reguló la palabra genocidio. Desde hace 60 años el genocidio es un crimen de la humanidad. Declaraciones pomposas de las mismas personas que luego se dedican a financiar las armas. Políticos que toman decisiones pisoteando los derechos de gente que ni siquiera sabe por qué muere o por qué sufre una guerra. Políticos que traicionan sus principios. Empresarios que saben muy bien por qué ocurre una guerra en lugares alejados por miles de kilómetros, y qué negocios hay que hacer para que sean más rentables. Todo esto ocurre todos los días.
“Periodismo es pasión y compromiso; reivindicar lo que ocurre más allá de nuestras fronteras físicas y anímicas”
Yo estoy a punto de cumplir 60 años. Me he hecho mayor, estoy envejeciendo, y me cuesta trabajo entender cómo es posible que vivamos en un mundo tan brutalmente injusto. En el que los periodistas vemos pasar las historias por nuestro lado y, muy pocas veces, somos capaces de darnos cuenta con antelación de lo que ocurre. Nos meten goles continuamente. Para mí el periodismo es pasión y compromiso, la importancia de reivindicar lo que ocurre más allá de nuestras fronteras físicas y anímicas, la importancia de colocarnos en el lugar de otros y de otras para entender el sufrimiento humano. Siempre digo que el periodismo debe ser el arma que genera el debate, ¿no? Los periodistas debemos ser los vigilantes del poder político y del poder económico. Hace unos días, estaba mirando cómo ha ido evolucionando el mercado de las armas en este mundo en que vivimos, y cómo ha ido evolucionando el mercado de las víctimas, que es paralelo. Mercado de armas que crece de manera brutal, mercado de refugiados y desplazados que crece cada año. En el 2015, cuando se produjo el momento más efervescente de la crisis de refugiados, éramos cincuenta y siete millones de desplazados y refugiados en el mundo. Este año vamos a acabar por encima de sesenta y cinco millones. En tres años, ocho millones más de refugiados. Datos oficiales del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados.
Cuando yo tenía la edad de los más jóvenes de aquí, soñaba con cambiar todo esto. Yo había conocido Yugoslavia en 1981, cuando era un estudiante de Periodismo. Estaban mejor incluso preparados para hacer la transición entre el comunismo a la yugoslava y el capitalismo, que nosotros de la autarquía franquista o del franquismo a la democracia. De repente, todo esto estalló en mil pedazos. Si a mí, en el 81, alguien me hubiera dicho que Yugoslavia hoy día serían siete países, después de cinco guerras, centenares de miles de muertos, decenas de miles de desaparecidos, decenas de miles de mujeres y niñas violadas y, sobre todo, lo peor de todo, después de estas cifras brutales, un deterioro económico que hace que el país o los países, salvo la costa adriática, por motivos obvios turísticos, haya retrocedido 30 años, no lo hubiera creído. Cuando todo se desmorona, cuando las leyes dejan de funcionar, los seres humanos actuamos de una manera brutal. A los más jóvenes, deciros que el único camino que hoy día hay para los que, quizás, queráis ser periodistas o personas bien informadas o buenos fotógrafos o buenos camarógrafos o buenos médicos o buenas médicas, la única manera de enfrentarse a la propaganda, al utilitarismo político, muchas veces, a la forma que tienen los políticos de custodiar nuestro voto como si fueran los dueños, es profundizando, leyendo, utilizando los armatostes estos que tenemos en los bolsillos, los móviles, para mejorar la perspectiva del mundo. Cuando os encontréis a alguien en la cola del pan o en el cine o en el autobús, al lado en el instituto o en la universidad, de una cultura, de una educación, de una vestimenta, de una religión distinta, en vez de caer en la tentación de cerrarse en banda, preguntarle a la persona: «¿De dónde vienes, chico? ¿De dónde vienes, chica? Señor, señora». E intentar ponerse en el lugar de esa persona. ¿Qué haría yo si mi país estuviera en guerra? ¿Qué haría yo si mis hijos o mis padres o mis hermanos o mis abuelos estuvieran en peligro de muerte por culpa de la guerra? Seguramente, comprenderíamos mejor y con más facilidad por qué la gente intenta llegar a un mundo mejor. Algo que hemos hecho todos los pueblos del mundo.
Mi profesión, posiblemente, es la profesión más interesante que puede uno ejercer. No se es periodista solamente porque escribas bien o que hagas buenas fotos o des bien en la radio o la televisión. Se es periodista cuando se tiene interés por lo que pasa en el mundo, cuando se quiere profundizar en el mundo, cuando se quiere mejorar la visión del mundo que tiene uno. No solamente porque quiera viajar como yo quería cuando era pequeño, aunque he viajado mucho en mi vida. Yo soy un periodista veinticuatro horas al día. Duermo como periodista, sueño como periodista, me levanto como periodista y me acuesto como periodista. A veces, me canso, también, como periodista. Y, a veces, me rebelaría contra muchas cosas que ocurren. De hecho, me rebelo muy a menudo. Escribo, a veces, cosas… incluso artículos que pueden llamarse «panfleto», pero en el mejor sentido del término. Incendiarios contra lo que ocurre a mi alrededor. Pero sigo creyendo en el periodismo y sigo creyendo en el periodismo porque la mayor parte de mis amigos murieron ejerciendo el periodismo con mayúsculas, fueron capaces de sacrificarse para ir a lugares remotos e intentar contar a ciudadanos como ustedes lo que ocurría en zonas oscuras. Mi amigo Juantxu Rodríguez murió en Panamá en 1989. Un joven fotógrafo, llamado Jordi Pujol, murió con 23 años en Sarajevo: el primer periodista de cualquier nacionalidad muerto en Sarajevo. Mi amigo Luis Valtueña, que quería ser fotógrafo, pero no conseguía vender su fotografía lo suficiente y acabó siendo… trabajando con Médicos del Mundo, fue asesinado en el Congo. Mi amigo Miguel Gil murió en una emboscada con 33 años en Sierra Leona. El peor día de mi vida, porque me tocó el triste trabajo de tener que identificarlo en la morgue. Identificar a un amigo, casi un hermano, fue muy duro. Y, además, es muy duro cuando sabes que quizás el muerto podrías haber sido tú, porque yo no iba con él de milagro. En el 2001 asesinaron a Julio Fuentes en Afganistán. En el 2003, en apenas 24 horas, murieron dos periodistas en Irak, Julio Anguita Parrado y José Couso. En el 2004 murió Ricardo Ortega en Haití. Podría hablar de decenas más que han muerto ejerciendo el periodismo. Periodistas anónimos, extranjeros… que trabajan en zonas oscuras, o periodistas locales que trabajan en lugares muy dolorosos, también, cubriendo sus propios conflictos armados. Son auténticos héroes que luchan por mejorar la percepción de los ciudadanos de lo que ocurre. Espero que ahora podamos dialogar y que ustedes puedan hacer preguntas difíciles de responder pero no fáciles de olvidar.
Las mejores preguntas que he recibido en mi vida no me lo ha hecho público adulto, siento tener que decirlo nada más empezar este debate, me las han hecho niños, niños de corta edad, 11 o 12 años. Todavía recuerdo la primera vez que yo fui a hacer una conferencia a un colegio con niños de 11 años y 12 años. Y les conté… No les engañé nunca, les conté con claridad qué era el cerco de Sarajevo. Salieron preguntas increíbles. Los chavales lo vivían como muy emocionados, y nunca he recibido preguntas más inteligentes que aquellas, ¿no? Con lo cual, me gusta mucho, por todos los medios, ir a institutos, a colegios. A veces, quizá los chicos de 11 y 12 años son demasiado pequeños, pero a partir de los 13, a partir de tercero de la ESO, es una edad magnífica para escuchar a alguien que te puede contar cosas de manera distinta a como tú las ves normalmente. Me gusta hacer muchas conferencias, hago muchas conferencias con diferentes instituciones, me gusta hacer muchas visitas guiadas a mis exposiciones con gente joven. Me pongo mucho en el lugar de los maestros que necesitan, muchas veces, abrir senderos de debate entre los jóvenes. Y son muy interesantes las imágenes, porque esos niños que tú tienes en primaria, han aprendido a leer imágenes antes que palabras. Cuando un niño empieza a leer o a escribir que la m con la a es «ma», y dos «ma» son «mamá», o dos «pa» son «papá», está harto de leer imágenes. Su retina, su mente, su capacidad de entendimiento está totalmente conectada al mundo de la imagen. Con lo cual, si utilizas imágenes, es más fácil envolverlos, llevarlos al lugar que tú quieres llevarlos, arrastrarles a tener mejores percepciones de lo que pasa en el mundo que peores. A decirles: «Hay que mirar el mundo con el ángulo abierto, no con el ángulo cerrado. Y evitar por todos los medios que nos manipulen, aunque tengáis 13 años. Intentar crecer con la fuerza de ser conscientes, de que sois autocríticos y que tenéis derecho a tener información, porque una sociedad con buena información es menos manipulable».
Hola, Gervasio. Has comentado tu faceta como profesor, y quería saber qué personas han sido tus grandes maestros.
Insisto, nunca he hecho… nunca. Todo lo que sé de fotografía lo he aprendido sobre la marcha y, sobre todo, cometiendo muchos, muchos errores. Los fotógrafos que creen o piensan que esto es un camino corto tienen todos los números para estrellarse. De hecho, yo soy enemigo declarado de dar premios a menores de 30 años. A los menores de 30 años hay que becarlos y obligarles a hacer un trabajo mejor que el que haya enseñado siempre. Viajé a América Latina y allí aprendí el oficio viendo fotografiar a los mejores fotógrafos del mundo. Mi escuela ha sido la calle y verlos a ellos. A veces, incluso dejaba de fotografiar para ver cómo fotografiaba Salgado, James Nachtwey, Gilles Peress, Scianna, Abbas. Y gracias a admirarlos y dejar de fotografiar, he aprendido. Luego, también, he aprendido, a veces, cuando me han hecho críticas duras, a reconocerlas, ser autocrítico. Todavía recuerdo una vez un fotógrafo de los que acabo de nombrar que me dijo, cuando yo tenía 31 años prácticamente, quedaban unos meses, que por el camino que iba, no iba a ninguna parte. Que eso se lo digan a alguien de 15 años, 16 años, 18 años, 20 años, pues todavía, aunque sea duro, es factible. Pero que te lo digan con 31 años, cuando yo le estaba enseñando las fotografías mejores que había publicado en mi vida, que habían sido portadas de medios españoles y de medios extranjeros, y al mismo tiempo, en ese momento me decía: «Por aquí no vas a ninguna parte. Tienes que buscar tu forma de contar las cosas». Y, de hecho, me dio ese consejo y me dio un segundo consejo: «Pásate al blanco y negro». Y me pasé al blanco y negro. Y busqué mi forma de contar las cosas que, al principio, eso de «mi forma de contar las cosas» me parecía chino, no lo entendía. ¿Qué es eso de contar cosas?, es hacer fotos. No, no. No es hacer fotos. Es que no es levantar una cámara y disparar. Es narrar. Hacer fotos es muy fácil hoy día. Las cámaras actuales son bastante mejores que las que yo utilizaba y, en algunos casos, utilizo todavía, porque sigo trabajando en analógico en algunos temas. Son, hoy día, muy buenas, muy precisas. Hacer buenas fotos es bastante fácil. Lo difícil es narrar una buena historia. Por eso, a veces, hay que dedicar más tiempo a narrar o a buscar cómo narrar una historia que a preocuparse por la técnica. Creo que es esto lo que para mí es muy importante. Entonces, he aprendido viendo a los mejores. Y, casi siempre, los mejores son los más humildes.
Los fotoperiodistas sois testigos de guerras y de conflictos. Pero, a pesar de vuestras imágenes, estos conflictos no cesan. ¿Te has preguntado alguna vez si sirve para algo tu trabajo?
Hola, Gervasio. Soy fotógrafa y, en tus fotografías, se puede ver quizá más vida que muerte y, quizá, esperanza. A mí me gustaría que me contaras, un poco, cómo piensas a la hora de hacer esas fotografías, ¿cómo lo planificas?
De hecho, estoy muy contento porque, en los últimos años, uno de los mejores comisarios de arte contemporáneo que hay, no en España, sino en el mundo, que es Gerardo Mosqueda, me propuso hacer una nueva exposición, hace unos tres años, a la que llamamos «Vida». Y me dijo claramente: «Es que en tus fotos hay más vida que muerte». Siempre la vida antes que la muerte. Y por eso he intentado buscar historias que huyeran del «bang bang». Tengo amigos fotógrafos a los que quiero muchísimo que están obsesionados con el «bang bang». Yo he vivido mucho «bang bang», y tengo fotografías extremadamente duras sobre el «bang bang». Yo he visto matar a gente delante de mí. Es decir, he visto cómo los mataban y lo he fotografiado. Lo que hay que contar son… narrar qué significa que con ocho años yo, Mónica Ardiles, me haya quedado ciega porque, cuando volvía del colegio, me salí del sendero, y al salirme del sendero tropecé, activé una mina, y esa explosionó y me dejó ciega. ¿Qué me pasa a mí cuando yo, Sofia Elface Fumo, me dirijo con mi hermana pequeña, María, que tiene ocho años y me acompaña porque mi mamá me ha ordenado que vaya a buscar leña para cenar? Y yo, que tengo once años, Sofía, activo una mina, me deja sin piernas y mata a mi hermana. Yo quiero saber qué pasa con estas personas. Para mí son los verdaderos héroes de la guerra, cuyas historias cuentan más sobre la guerra que todos los alegatos, las conmemoraciones, celebraciones, etcétera, que se suelen hacer cada fecha determinada en el calendario de fechas extraordinarias que tenemos. Entonces, por eso, para mí es muy importante documentar la vida antes que la muerte. Incluso cuando documentas historias sobre desaparecidos. Yo he hecho un trabajo muy largo sobre desaparecidos. De hecho, sigo trabajando sobre desaparecidos en España. Estás hablando de la vida. Eso es lo que hay que documentar. Y creo que este ha sido el camino que yo he elegido y creo que ahí no me he equivocado.
Robert Capa comentaba que una fotografía buena no es buena si no te has acercado lo suficiente. Quería preguntarte si esto sigue siendo válido y tu opinión en este aspecto.
Entonces, yo creo que Robert Capa quería estar en un camino en el que él se sintiera partícipe de lo que estaba ocurriendo y, de hecho, él salió de España como un refugiado más. Él era un apátrida. Él llegó a España como apátrida. Tuvo que dejar Hungría cuando llegaron los movimientos fascistas a principio de los 30. Llegó a Alemania, en el 33, con su pareja que era alemana. Se marcharon a Francia y en el 35 llegó a España y se quedó aquí durante la Guerra Civil. Era un apátrida. Cuando él sale como uno más, como un derrotado más, es un apátrida. Entonces, él sentía mucho esa necesidad de acercarse a las víctimas y, de hecho, sus fotos más importantes para mí son las fotos que hizo en la retaguardia. Y eso que estuvo en momentos muy duros, estuvo en la batalla de Teruel, estuvo en Caspe. Estuvo en momentos superduros de gran violencia, con temperaturas brutales. La batalla de Teruel, según uno de los mejores historiadores europeos, Beevor, fue peor que Stalingrado. Y él estuvo ahí. Y vivió momentos muy brutales de la guerra, pero él empatizaba con las víctimas. Cómo de repente tu vida queda hecha añicos por culpa de la guerra. Cómo tienes que cogerlo lo que tienes y te marchas. Eso pasaba en los 30, pasó en los 40 con toda Europa, con una parte importante del mundo, sigue pasando hoy día. Hace tres años estaba en las fronteras balcánicas viendo como entraban refugiados afganos, sirios, iraquíes, eritreos, somalíes, sudaneses… Venían en grandes grupos. A una media de siete mil y ocho mil personas pasaban las fronteras balcánicas, diariamente, durante el mes de noviembre del 2015. Todas estas personas venían con lo puesto. Los que tenían algo de dinero se les notaba en la forma de vestir, los relojes que llevaban, en los teléfonos que llevaban. Tenían algo de algo dinero porque habían pagado a las mafias, podían pagar las mafias, lo tenían un poquito mejor porque podían llegar más cómodamente a Europa. La Europa que ellos buscaba, Alemania, Austria. Pero los que venían sin nada, venían con una pequeña mochila donde habían metido toda su vida. El año pasado estuve dos semanas delante de la de las costas libias, con el Golfo Azzurro, de la organización Open Arms. Era increíble. Sacamos de pateras de plástico, de goma, 145 personas en una patera de 12 metros de eslora. Algunos con la carne quemada por culpa del carburante, que había que desnudar en el barco. Es decir, desnudarlos completamente, sin nada en los bolsillos, sin dinero, sin identificación, y volverles a dar una ropa, casi como si fuera el nuevo nacimiento de esas personas. Y entraban en el barco y llegaban a los puertos italianos como recién nacidos de la gran tragedia que es la guerra y la desolación, o la pobreza endémica. Entonces, yo creo que Capa tuvo muchas conexiones con esta forma de entender el mundo. Por eso yo me siento muy cercano de pensamiento a Capa. Y lo digo muy humildemente, su biógrafo Richard Whelan, que murió hace unos años, cuando yo le regalé mi primer libro, «El cerco de Sarajevo», me dijo algo que me emocionó: «Eres igual que Capa. Si Capa estuviese hoy vivo, seguramente hubiera hecho las mismas fotos que tú has hecho».
“La fotografía documental, como decía Eugene Smith, podría ser la luz que nos permita no volver a cometer el mismo error”
A mí me gustó continuarlo, primero porque me pareció una historia interesante, y segundo porque yo estaba en Sierra Leona. A partir de diciembre del 2000, volví a Sierra Leona para encontrar mi propia paz. Una de las razones por las que yo quiero volver a los sitios es para no quedarme con esa sensación de que lo importante es la guerra, cuando lo importante es la Paz. Y la paz siempre es imperfecta. Lo que es perfecto es la guerra. Entonces, intentemos acabar con la guerra perfecta, aunque sea a partir de una paz imperfecta. Intentemos documentar lo difícil que es la paz, lo difícil que es rehabilitar un país, lo difícil que es superar la violencia de un país, lo difícil que es que, años después o décadas después, no esté todavía inmerso en la conciencia colectiva la violencia que ha sufrido esa sociedad. Y, entonces, empezaremos a mejorar. Yo quiero ser testigo de todo esto por una razón, primero porque soy periodista y quiero documentar esos periodos oscuros que a nadie le interesa. Si tú vas a un periódico le dices: «Voy a hacer un trabajo sobre la rehabilitación de niños soldado que va a durar cinco años», se ríen de ti. Si vas a un periódico y le dices: «Voy a hacer una historia sobre cómo esa sociedad ha sido capaz de superar la violencia de aquellos tiempos o han llegado al perdón incluso entre sus ciudadanos», se van a raíz de ti, descaradamente se van a reír. «¿Qué es eso de hacer una historia de cinco años? Si lo que queremos es sacar el periódico mañana. Y ahora, en Internet dentro de un rato». Lo hago por estas razones, porque quiero documentar, y lo hago para salvarme a mí mismo. En el fondo, al final, a la conclusión que he llegado yo en mi vida profesional es que hago ese trabajo para salvaguardar mi propia conciencia. Para que alguien me pueda decir mañana que no pasó tal cosa o tal otra. Mi forma de ir… mi forma de superar la violencia que he vivido, de cargar una mochila de dolor y muerte que cargo, invisible para todos ustedes pero cuyo peso yo conozco, es regresar y regresar y regresar a los sitios que he vivido cuando se ha acabado, al menos, «bang bang», y construir historias, narrar historias que me sirvan para entender mejor lo que ha ocurrido allí.
Hola, Gervasio. Sabemos que eres el embajador de paz por la Unesco, sabemos que has cubierto conflictos durante toda tu vida. Muchos de nosotros, como docentes, trabajábamos en positivo con el conflicto, queremos sacar siempre un balance positivo del conflicto. Como buen periodista, yo te pediría un titular. Un titular para transmitir a los jóvenes sobre el valor de la paz.
Hola, Gervasio. Después de haber sido testigo de todo lo que has sido testigo, de todo lo que has visto, ¿tienes fe en la humanidad como colectivo, y en el ser humano como individuo?