“Guarda silencio, tienes todo por descubrir”
Mario Alonso Puig
“Guarda silencio, tienes todo por descubrir”
Mario Alonso Puig
Cirujano, conferenciante y escritor
Creando oportunidades
El poder del silencio
Mario Alonso Puig Cirujano, conferenciante y escritor
Mario Alonso Puig
Aprendemos juntos sale de gira mundial para llevar algunas de sus grabaciones en directo a Madrid, Barcelona, Bogotá, Buenos Aires, Lima y Montevideo. Esta entrevista con Mario Alonso Puig corresponde al evento celebrado en Barcelona el 11 de marzo de 2025.
¿Por qué y para qué sirve la meditación? ¿Cómo podemos conseguir un estado de serenidad y calma? A través de estas y otras cuestiones, Mario Alonso Puig explora nuestra relación con el silencio y explica los beneficios de la meditación. Entre otros aspectos, destaca la importancia de la atención como una herramienta clave "para quitarle la fuerza vital a nuestros pensamientos negativos en el ruido mental". Hemos normalizado ese ruido y la sobreestimulación y esto tiene implicaciones en nuestro bienestar, señala.
Mario Alonso Puig envía un mensaje desafiante a la par que ilusionante y apela a trabajar nuestro autoconocimiento para mejorar en nuestra toma de decisiones, y en general, en nuestro bienestar. Porque, utilizando las palabras de Marcel Proust, "el verdadero acto del descubrimiento no es salir a buscar nuevas tierras, sino que consiste en aprender a ver la vieja tierra con nuevos ojos", concluye.
Transcripción
Y el objetivo es invitaros a todos a introduciros en la práctica meditativa o a saber cómo llegar al siguiente nivel. Pero, lógicamente, tenemos primero que tener alguna experiencia y, sobre todo, tenemos que resolver una pregunta: ¿Por qué, con lo liado que estoy…? ¿Quién de vosotros tiene mucho lío? ¡Todo el mundo! ¿Por qué, con lo liado que estoy, voy a hacer algo tan tonto como cerrar cinco minutos los ojos, o diez minutos o una hora, el tiempo que sea? ¿Realmente esto me va a servir? Ten en cuenta que yo tengo una mentalidad muy racional. Mi formación como cirujano a lo largo de tantos años y mi investigación en la neurociencia también a lo largo de los años me fue haciendo una persona muy enganchada a la tierra, es decir, a lo que se podía pesar y medir. Y, de hecho, mi primer maestro en meditación fue el pionero en el mundo. Era un cardiólogo que vivía en el… Era cardiólogo en el hospital de enfrente al que estaba yo en Boston. Y, a pesar de que me entrené con él, siempre encontraba una resistencia. Por tanto, entenderé perfectamente toda resistencia a pensar que algo tan sencillo como cerrar los ojos durante cinco minutos, diez minutos, puede tener un impacto en cada dimensión de nuestra vida. Entonces, yo no vengo a demostrar nada, vengo a compartir con vosotros mi experiencia. ¿Cuál es el mayor desafío para la práctica meditativa? Yo diría que, si no el mayor, uno de los mayores es la distracción. En Estados Unidos le tocó dar una conferencia a un señor que se dio cuenta de que, primero, era el último, llevaban todo el día escuchando conferencias y se dio cuenta de que las personas estaban supercansadas. Y entonces, claro, era un auditorio de varios miles de personas, y el hombre llegó y se dio cuenta de que cada uno iba a su bola, el que no estaba hablando con el vecino… El típico ruido, ¿sabéis? Claro, la gente estaba cansada, es normal.
Entonces, el hombre llegó adonde estaba el atril. Nadie le hacía ni caso, por supuesto. Y entonces, se puso de pie, sacó algo del bolsillo, que era un globo, un globo azul, y empezó a hincharlo. ¿Qué hizo la gente? De repente, dejó de hablar. Siguió hinchando el globo, hasta que el globo era tan grande que ya le tapaba toda la cabeza. Claro, ya aquello llamaba la atención. Siguió hinchando el globo, lo puso así, el silencio era sepulcral, sacó de un bolsillo un alfiler, lo pinchó, todo el mundo lo hizo así y dijo: «De la conferencia no sé lo que van a recordar, pero esto no lo olvidarán nunca». Es decir, todo el mundo, queridos, busca que se le preste atención. Hay una lucha por la atención y el resultado es una enorme distracción, porque no sé lo que nos habrán contado. La realidad neurocientíficamente hablando es la siguiente: tú no puedes estar en varias cosas a la vez y mantener el 100 % de la atención. No es posible. Por eso hay tanta distracción. Lo primero que necesitamos entender es el poder de la atención. Pero, claro, una cosa es que alguien haga algo sorprendente, como el señor del globo, que a todos nos llamaría la atención, y otra cosa es llevarlo voluntariamente a un sitio, no porque eso te atraiga, como el globo, sino porque tú decides, es mucho más desafiante, ¿verdad que sí? «Vamos a llevar la atención a la respiración». La respiración la conoces desde que naciste, no te va a sorprender. No es como el señor del globo azul. Con lo cual, exige un nivel de entrenamiento la práctica meditativa bastante elaborado.
Os lo digo porque todas aquellas personas que decís: «Es que me cuesta…». Claro que me cuesta. Yo he tenido algunos grandísimos maestros de meditación, reconocidos a nivel global, como, probablemente, de lo mejor que existe en el mundo, y siguen teniendo ese desafío. Entonces, si el desafío existe, nosotros, por lo menos, tenemos que entender que ese esfuerzo, esa dedicación, con la cantidad de cosas que tenemos que hacer, vale la pena. Y eso es lo que vamos a explorar hoy: ¿Vale realmente la pena o no? Entonces, vamos a ver cómo andamos de nivel de atención. Esta es una campana que compré en Bután, un país al que quiero mucho, y vamos a hacer una cosa. Os voy a pedir que toméis una posición cómoda, las piernas descruzadas, nada de caramelos, ni chicles, ni palomitas en la boca, nada. Lo único que puede quedar en la boca es la dentadura, si es la tuya, y, si es postiza, también, no hay que quitársela. Bien. Yo voy a tocar la campana. Esta campana suena sorprendentemente bien. De lo único que se trata es de que intentéis mantener la atención, con los ojos cerrados, siguiendo el sonido de la campana. Solamente es eso. No se trata de decir: «Uy, la campana. Pues me gusta el sonido. No, no me gusta, me podría gustar más. Es melódica, pero no tanto». No, es seguir el sonido. Yo la voy a tocar varias veces, ¿vale? Con los ojos cerrados, respirad hondo, cerrad los ojitos. Ya podéis abrir los ojos. A ver, vamos a hacer una alzada de manos. Aquí no hay ni los listos, ni los torpes, sencillamente es cómo ha ido la atención.

¿Quién de vosotros ha encontrado una seria dificultad en seguir el sonido de la campana porque, de repente, se ha colado un pensamiento? «No, si me tenía que haber comido otro bollo». Levantad la mano. Somos muchos. Somos muchos. ¿Quién ha conseguido seguir el sonido de la campana, la totalidad? La he tocado tres veces. Andáis muy bien. Pero fijaos qué curioso. Aunque la campana no llama tanto la atención como el globo azul, la campana es algo que viene de fuera. ¿Estamos de acuerdo? Porque el sonido viene de fuera. El desafío de la meditación es que la atención la tienes que poner dentro, cuando muchas veces crees que dentro no hay nada interesante. Da la sensación de que todo lo de fuera es interesante, ¿verdad? Las estrellas, los planetas, las cosas que pasan fuera, lo que está más allá, la voz que da mi vecina, mi hijo, que está hecho un salvaje… Pero lo de dentro parece… «¿Yo? ¿Prestar atención a lo de dentro? Si ya lo conozco». Ese es nuestro error. Nuestro error, queridos, es que consideramos que dentro de nosotros no hay nada sorprendente. No hay un globo azul que nos llame la atención, que nos genere asombro. No hay una campanita butanesa con la que de repente diga: «¡Uy, qué sonido tan curioso! Lo pequeña que es y lo lejos que llega». No. Por eso, lo más difícil en la meditación es lo que en sánscrito se dice «samatha». «Samatha» es el arte de estabilizar la atención en algo que en principio no te llama la atención.
Es decir, prestar atención en tu respiración no te llama la atención. ¿Por qué? Porque has respirado toda la vida, no es algo que te sorprenda. ¿Y si hubiera dimensiones en la respiración que no conocemos porque no prestamos atención? ¿Y si lo más importante de lo que está sucediendo sucede precisamente donde no prestamos atención? Entonces, lo más desafiante es el «samatha», esta estabilización de la atención, este seguir la campana, cuando esa campana está representada por las sensaciones de mi cuerpo, por la respiración, por algo que, aparentemente, para mí es muy familiar y, por tanto, nada sorprendente. Por eso pide de un entrenamiento y de una convicción. La convicción de que, aunque ahora no lo veas, ahí hay algo que vale realmente la pena. Yo soy el primero que me he quedado impresionado ante algunas de las experiencias que he tenido cuando, entrando en meditación con cosas tan sencillas como prestando atención a las sensaciones de mi cuerpo, prestando atención al movimiento de mi respiración, he empezado a entrar en una especie de silencio, de vacío, de nada, que, claro, como esto no es una cosa a la que uno está acostumbrado, te da un poco de yuyu. No te tiene que dar yuyu, lo que te tiene que dar es una enorme ilusión. Lo que en Oriente dicen «pasar del yo al no-yo». Esa es la antesala de todos los descubrimientos. Si tú quieres tener alguna experiencia asombrosa en tu vida, no puedes –tú, yo, nosotros–seguir atado al pasado, porque lo conocido no es algo que te pueda sorprender. Te va a sorprender lo desconocido. Y lo desconocido no está en lo conocido, está en lo «por conocer». Pero entre medias tenemos que dejar a ir ese yo que está tan identificado con el pasado.
«Yo hice tal, por tanto, soy tal y seré tal». «Yo siempre fui así, soy así y siempre seré así». Me acuerdo de un joven que entró en mi consulta, cuando yo tenía mi consulta de cirugía general y del aparato digestivo. Entró el chico temblando. Dije: «Hombre, no es que sea yo muy guapo, pero tanto miedo no puedo dar». Digo: «Siéntate, por Dios. ¿Qué te pasa?». Dice: «No, no, no me pasa nada. Bueno, me duele un poco la tripa, pero…». Digo: «¿Y ese movimiento?». Dice: «No, es que soy nervioso». Digo: «¿Y eso?». «No, mi madre dice que en casa somos todos nerviosos, que siempre hemos sido nerviosos». Entonces… No hay ninguna persona que nazca nerviosa de por sí. Se hace nerviosa. Lo mismo que la tartamudez no es algo genético, es algo que uno aprende. Pero, claro, si este chico dice: «Yo soy nervioso», siempre será nervioso. Bueno, salió sin temblor. Esto es importante que lo sepáis. Estas son las cosas sorprendentes que pueden ocurrir con la práctica meditativa. Cuando tú entras en ese silencio, en ese ser que tú eres, con verdadero interés y curiosidad… «Bueno, yo ya me conozco, ahora la respiración. Llevo respirando desde que nací». No, no, tú entras con interés y con curiosidad, supongo que como habéis entrado aquí, en este salón tan precioso, en esta ciudad tan querida. Habéis entrado con un poco de curiosidad: «A ver lo que nos cuentan, a ver lo que decimos, a ver lo que experimentamos». Pues hay que entrar así en tu propio ser, en tu propio cuerpo. Dejarte sorprender. Dejarte enseñar. Pero ¿qué pasa? Pues que tenemos una mente tan analítica, que está muy bien para algunas cosas: para conocer las dimensiones del vaso, cuánta agua tiene, cuánto pesa esta campana… Pero el análisis no sirve para conocer la realidad más profunda, porque la lógica de la realidad profunda no es la lógica de lo superficial. Es la lógica de lo profundo.
Lo mismo que lo que hay en el fondo del mar no es lo mismo que lo que hay en la superficie del mar. Por tanto, la primera propuesta cuando entremos en un proceso de meditación es entrar con interés, con curiosidad y con humildad. La humildad de aquella persona que dice: «Llevo conmigo 70 años, 80, 20, 30, 40, los que sean, y aun así me voy a dejar sorprender». Y vaya que si te dejas sorprender. Y mucho. Entonces, ¿qué ocurre? Que cuando uno quiere controlar el proceso, el proceso no se puede controlar. Es como el agua. Si está cayendo el agua, la única manera de recogerla es con las manos abiertas, no cerrando la mano, no queriéndola atrapar. Esta campana la compré en Bután porque representa la esencia de lo que es la meditación. Vosotros sabéis que hoy en día el nombre que se le da es «mindfulness», es un nombre inglés, pero no es el nombre original. O sea, la meditación tiene dos partes: «samatha», que es estabilizar la mente, y «vipassana», qué ves cuando has estabilizado la mente, qué ves cuando, prestando atención a tu respiración y no dejándote distraer por: «¿qué comeré luego», «¿qué habrá después?», «¿qué tendré que resolver?», sino que, dándote cuenta de que eso sucede, tú dices: «Ah, no me quiero ir para allá», y vuelves. Cuando tú consigues estabilizar la atención es como cuando consigues estabilizar un telescopio. Entonces, la vista se acopla, se acomoda, y empiezas a ver cosas. «Vipassana», ves lo profundo. ¿Qué hay en lo profundo? Yo os digo lo que hay en lo profundo, en mi experiencia.
Primero, lo que no quieres ver, pero que necesitas ver. «No es que no lo quiero ver», bien, es una opción, pero entonces seguirás, seguiremos, pagando el precio por no querer verlo. Yo me acuerdo de que hace muchos años entré en un hospital, con mucha ilusión. Y un buen día, de refilón, oí algo de: «el médico estirado». Dije yo: «¿Quién será ese desgraciado? ¿Quién sea ese desgraciado? Un médico estirado por aquí y tal». Y en otro momento, así, de pasada: «el médico estirado». Digo: «Otra vez, este desgraciado está haciendo historia». Y un buen día había dos enfermeras que estaban en el control, y yo paso por detrás y oigo hablar «del médico estirado». Y digo: «Me voy a enterar de quién es ese desgraciado». ¡Era yo! Como yo suelo ir muy rígido y normalmente tengo cara un poco seria, resulta que acababa de llegar y que era el médico estirado. Oye, yo puedo no querer verlo, pero, si no veo esto, tengo que estar dispuesto a pagar el precio. ¿Qué hay de mí que les hace verme como estirado? A lo mejor voy muy serio, pues tendré que sonreír más. A lo mejor voy como una estaca, pues tendré que ir más flexible. Queridos, muchas veces, para crecer hay que salir de lo cómodo. Número dos, pero esta no es la mejor noticia. La mejor noticia es que cuando tú conectas con ese nivel de profundidad, qué es nuestra verdadera esencia, vas a ver cosas de ti maravillosas que siempre han estado ahí, pero que tú no sabías que tenías.
Y, como las vas a ver como os veo ahora a vosotros, no las vas a poder negar. Se te van a resolver situaciones que están hechas un nudo, y de repente ves la solución. Estás en una situación de miedo y te serenas. ¿Cuántas veces yo, antes de tomar una decisión muy difícil en cirugía, muy arriesgada, durante diez segundos he entrado en ese espacio y he sabido exactamente lo que tenía que hacer? Entonces, lo que os quiero decir es que es un campo de enormes oportunidades. Soy consciente, por mi propia experiencia, de que es desafiante. Entonces, ojalá, sobre todo, con vuestras preguntas, que serán extraordinarias, salgamos de aquí con la ilusión, todos, de entrenarnos en esto que ya está en algunas de las universidades más reconocidas del mundo, en algunos de los centros de investigación más punteros, en empresas que están consiguiendo que la gente esté más sana, con más ilusión y, encima, que sean más eficientes, en universidades… En montones de sitios. Entonces, eso es lo que tenemos que ver. Si encontramos la respuesta no de «por qué tengo que meditar», sino de «para qué tengo que meditar». Final de la primera parte. Ahora, preguntas.

«Hace buen tiempo». Sí, ya tenemos tema. ¿A que sí? Bueno, entonces, nosotros vamos a hablar de otro tipo de silencio. El silencio del que hablas tú es el silencio con el que nos cuesta congraciarnos. Hay otro silencio que es muy diferente. No es la ausencia de sonido, es la ausencia de ruido. Es un silencio que uno puede percibir muy bien, por ejemplo, cuando estás frente al mar y llega un momento en que el mar te absorbe, o vas dando un paseo por la naturaleza y, de repente, estás atento a los arbolitos, a los pajaritos, a lo que sea, y no estás con la voz interior, con el crítico interior. Sigue habiendo sonido, pero dentro de ti ya no hay ruido. Es la diferencia. Ese silencio es muy interesante porque ese silencio es lo que nos conecta con una dimensión nuestra que, si no abrimos ese silencio, no puede entrar. Mira, ¿a quiénes os gusta la música clásica? Estamos en una ciudad que es una referencia mundial en música clásica. El gran pianista polaco Rubinstein parece ser, yo he visto algún vídeo de él, que enamoraba cuando tocaba. Y un periodista –esto lo sé porque lo leí en una revista musical– le pudo entrevistar y le preguntó cuál era el secreto de su música: si era un conocimiento superior de la partitura, si eran unos dedos privilegiados, si era un piano… lo que fuera. Y él dijo: «El manejo de los silencios». Yo puedo decirte lo siguiente: «Mira, hay una cosa fundamental en el funcionamiento del cerebro que tienes que entender, que es que tienes un enorme potencial. Y eso tiene impacto». Pero puedo decir: «Hay una cosa en el funcionamiento de tu cerebro que tiene un extraordinario potencial». En el segundo caso estoy llegando al hemisferio derecho, la puerta al inconsciente. En el otro, está el análisis.
Entonces, ese silencio que no tiene forma, que no es material, es el umbral, la antesala a un mundo de descubrimiento. Es como si fuéramos abriendo una puerta. Tenemos que entender que nuestro silencio, el silencio al que queremos abrazar, no tiene nada que ver con: «Cállate, que no tienes nada que decir», sino: «Guarda silencio porque tienes todo que descubrir». No es: «Cállate porque tu presencia no importa», es: «Entra en silencio porque descubrirás hasta qué punto tu presencia importa». Es lo opuesto, 180 grados. Y, cuando una persona experimenta eso, ya es que no lo olvida, porque, claro, te das cuenta de que en ese silencio te surge la intuición, en ese silencio te pasan muchísimas cosas. Voy a poner un ejemplo rápido. Un paciente, hace muchos años, cuando yo ejercía como cirujano, que yo le ingresé en urgencias por una diverticulitis aguda de libro. Divertículos que salen del sigma, la parte izquierda del colon, se inflaman, y es que eso es lo que produce dolor ahí. Me había hecho una ecografía una radióloga espectacular, la analítica… Todo era compatible con una diverticulitis aguda, cuyo tratamiento es antibioterapia: suero, dieta absoluta, antibioterapia.
Le subí. Era el tío de una enfermera maravillosa del hospital. Oye, pero pasa un día y eso no evoluciona bien. Es cierto que hay diverticulitis agudas que no evolucionan bien, pero había algo ahí que no casaba, queridos. No casaba. ¿Sabéis esto que es una intuición? No sabes lo que hay ahí, pero algo hay ahí. Y yo, que siempre he procurado estar en medicina en el lado seguro, hablo con la radióloga y le digo: «Repíteme la ecografía». Dice: «Nada, Mario, diverticulitis de…». Hablo de una radióloga espectacular y una tecnología puntera. «Mario, diverticulitis de libro». Segundo día, no acaba de mejorar. Algo no casaba. Entonces, me metí en el despacho de médico, serené mi cuerpo y me lancé una pregunta a mí mismo: «¿Qué es lo que no estoy viendo?». Y, enseguida, la mente analítica decía: «Nada. Nada. Nada. Una diverticulitis. Nada». «¿Qué es lo que no estoy viendo?». Me dije: «No me levantaré de esta silla hasta que no lo sepa». Y, entonces, seguí con la pregunta: «¿Qué es lo que no estoy viendo?». Pero con silencio, dejando silencio.
Llegó un momento en el que conecté con ese silencio. Y, de repente, me viene una imagen de una apendicitis aguda en el lado izquierdo. Vosotros sabéis dónde tenéis la apendicitis, ¿no? En el lado derecho. La apendicitis, no, el apéndice. Que sale del ciego. Las apendicitis en el lado izquierdo son tales rarezas que es casi imposible. Pero lo vi como te veo a ti. Tanto que hice así, me fui a la enfermera y le digo: «Voy a tener que operar a tu tío». Me dice: «Pero, doctor, si es una diverticulitis aguda». Digo: «Es una apendicitis». Me dice: «¿Cómo lo sabe?». Yo no le dije cómo lo sabía. Yo me lo callé como un bribón. Dije: «Sospecha clínica». Digo: «Mira, si abro y es una diverticulitis aguda, cierro. Pero si es una apendicitis aguda y no abro, te hace una peritonitis». Me fui al tío y el tío era tan cariñoso que dijo: «Doctor, lo que usted quiera». Le abrí: una apendicitis aguda a punto de perforarse. El ciego, que es donde sale el apéndice, está en el lado derecho, pero lo que le une a los vasos, que se llama el «meso», que es así de corto, en este hombre era así de largo, era como un tirante y se había ido para el otro lado. Esto es lo que os quiero decir. Hay dentro de cada uno de nosotros un maestro interior. Pero no le dejamos que hable. Hoy sabemos que, neurológicamente, es el hemisferio derecho, que está captando cosas que la mente analítica no puede captar. La mente analítica capta los análisis, la radiología, etcétera, pero no lo profundo.
Y bajé a saludarle y me senté en el despacho. Y estaban haciendo una investigación, para que nos demos cuenta, de lo siguiente: personas que van a cirugía cardíaca extracorpórea, ¿vale? Se abre el esternón, se para el corazón, se hace un baipás coronario, se sustituye una válvula o lo que sea, es decir, totalmente inconscientes. Yo, que estuve una época en Boston en cuidados intensivos con pacientes de cirugía cardíaca, sé, a veces, que ese tocar el corazón y esas cosas producen arritmias. Él les enseñaba a gestionar el diálogo interior antes de la operación. Y es que me acuerdo como si fuera ayer. Me decía: «Mario, estamos teniendo unos resultados fabulosos, porque los de la UVI, los de cuidados intensivos quirúrgicos, nos dicen que tienen menos arritmias de lo que era esperable». Es decir, no es: «Tengo que quitarme no sé cuántos kilos», es: «Qué bien voy a estar». El diálogo interior que tenemos, normalmente, es muy dañino. Es muy dañino. Se ha podido fotografiar con resonancia funcional magnética lo que ocurre en el cerebro cuando una persona se está hablando mal, que es como normalmente nos hablamos. O sea, estoy por ver a alguien que mete la pata y se dice a sí mismo: «Venga, campeón, lo has intentado, a ver qué puedes aprender de esto. Venga, que a la segunda va a ser mejor». Estoy por verlo.
Normalmente es: «¿Pero otra vez he metido la pata? Mira que soy un mendrugo». ¿O no? Entonces, ¿qué pasa? Que ese diálogo interior no viene de quiénes somos, viene de quienes creemos que somos, de nuestra identificación egoica, viene de ahí. Entonces, ¿qué ocurre? Que en el momento en que tú empiezas a meter luz, ¿qué ocurre con la oscuridad? Se va desvaneciendo. Y ese desvanecimiento se nota en una mejora del funcionamiento cardíaco. Por ejemplo, hay la liberación de una hormona que se llama «oxitocina», que protege el corazón, porque es un marcador del óxido nítrico, que dilata las coronarias, aumenta la producción de DHEA, de dehidroepiandrosterona, de la zona reticular de las glándulas suprarrenales, también lo produce, que protege el corazón, mejora el funcionamiento del sistema inmune, reduce el cuadro de ansiedad y el cuadro de depresión. El silencio, quitarnos… No es enfadarte con la voz interior, es llevar tu atención no donde ella dice, sino donde tú eliges. Está asociado con una mayor conexión de los dos hemisferios cerebrales. De hecho, el profesor Benson, cuando empezó, a él lo único que le interesaba como cardiólogo era mejorar la función cardíaca, pero es que sus pacientes empezaron a decirle: «Doctor Benson, es que desde que practicamos esto estamos resolviendo mejor los problemas del día a día». Y entonces el tío dijo: «¿Qué está pasando en el cerebro?». Y empezó a estudiar lo que pasaba en el cerebro. Los dos hemisferios están enfrentados. Me he traído solo uno porque el otro lo necesito para hablar con cierta propiedad. Entonces, claro, los dos hemisferios del cerebro están enfrentados, lo que se llama «lateralización hemisférica» y, claro, ¿quién domina? El analítico. El analítico es el que domina. ¿Cuál es el más poderoso? El otro. Pero no le deja hablar. Entonces, con la práctica meditativa lo que se ha visto es una sincronización de los dos hemisferios cerebrales.
Y eso hace que, un problema en el que estabas bloqueada, de repente, lo resuelves. Eso es lo que hizo que yo pudiera ver que era una apendicitis aguda y no una diverticulitis aguda. Pero hay que tener paciencia, queridos. El que se siente y diga: «Vamos a ver, tengo cinco minutitos. A mí esto me ha gustado mucho, lo voy a probar, cinco minutitos, pero quiero resultados ya». Ya me encantaría. A veces sucede, a veces sucede, pero no podemos contar con eso. Yo que tengo enorme admiración por los agricultores y tengo muchos amigos payeses, yo no me imagino un agricultor que pone una semilla y al día siguiente, como no ha crecido nada, dice: «Vaya desastre semilla que me han vendido». No. Él confía y hace lo que tiene que hacer, que es regar, que es abonar la tierra y esperar que la naturaleza sea un poco propicia para que crezca un árbol. Pero nosotros lo queremos ya, la ley de la inmediatez, que es la del hemisferio izquierdo. El hemisferio derecho te dice: «Espera, confía y verás». ¿Tiene sentido? Listo.

«Yo no tendría que sentir ira. ¡Qué vergüenza!». Entonces, en vez de sentir ira, ya sientes culpa. ¡Menudo trueque que has hecho! Has cambiado la ira por la culpa. No sé cuál es peor de las dos. ¿Sabes? O: «Qué vergüenza. Yo con ira». Encima, se te ha colado la vergüenza. Entonces, eso es número dos. Número tres: en ese momento, tu pensamiento no sirve para nada más que para hundirte. Es un pensamiento automático que lo que está haciendo es reavivar esas emociones. Entonces, ¿qué es lo que haces? Tienes que quitarle la fuerza vital. ¿Cuál es la fuerza vital? La fuerza vital es tu atención. Hace muchos años, yo ya tengo mucha juventud acumulada, hace muchos años, los tocadiscos, los de vinilo, estaban dando vueltas, ¿verdad? Le quitas, lo desenchufas y ¿a que no se para inmediatamente la música? ¿A que no se para el disco? Pero sabes que el disco se parará. Cuando tú llevas la atención al cuerpo, no permites que siga alimentando al pensamiento, el pensamiento se va debilitando. No pasa nada porque no contestes. No pasa nada porque no reacciones. Pasa todo si te mantienes en calma y en silencio. Y, en ese momento, haciendo eso, notarás como, poco a poco, ese disco, ese «racket», ese disco se va parando y vas teniendo más sosiego.
Por cierto, ese sosiego está asociado a un mayor riego sanguíneo del cerebro ejecutivo, que en el ruido mental experimenta un robo de esa sangre que va a la musculatura. Por eso nos vemos tan tensos muscularmente hablando. Como todo, esto es un entrenamiento. Al principio serás capaz, igual, de aguantar un nanosegundo en respiración. Pero al día siguiente aguantarás 10 nanosegundos. Al siguiente, a lo mejor 20 segundos. Llegará un momento en que un minuto. ¿Y qué ocurrirá? Que, conforme mayor riego sanguíneo tengas en tu región prefrontal, en la corteza prefrontal, pensarás con más claridad, aumentará tu eficacia y tu eficiencia. Es que hay que romper el círculo vicioso. Por algún lado habrá que empezar. ¿Tiene sentido? Queridos, a ver. Hace… Laetoli, que está en Etiopía, tiene las huellas más antiguas del ser humano. Australopiteco, muy parecido al humano. Un volcán, ceniza. Caminando bípedos. ¿Sabéis lo que supuso la posición bípeda? Supuso lo siguiente. Primero, manos libres. ¿Os imagináis no tener las manos libres? ¿Cómo habríamos construido cosas? Número dos, capacidad, no de correr más, pero de caminar distancias más largas. El ser humano, por ejemplo, puede caminar a veces distancias más largas que un antílope. Aunque el antílope corra más. Capacidad de ver el horizonte. Cuando un niño nace, ¿nace de pie? Si conocéis un niño que nazca de pie, me lo presentáis. Nace gateando. Y poco a poco va aprendiendo. Es una ley de la naturaleza.

Nosotros lo que queremos es tener esas capacidades que nos aporta la práctica del silencio, pero lo queremos ya. Queremos las manzanas maravillosas sin haber plantado la semilla, sin haberla cultivado y tener la paciencia que no es el aguantarse, sino el adaptarse al ritmo natural de las cosas. No es posible. En mi experiencia no lo es. Entonces, uno tendrá que decidir, no cuánto le va a costar, sino hasta dónde le puede llevar. Es lo que hay.
Por otro lado, se produce, como comentaba antes, la sincronización entre los dos hemisferios, empiezan a hablar entre ellos porque cambia el patrón electroencefalográfico. Normalmente, el estrés es alto beta y empieza a verse cómo se forman ondas alfa, ondas theta, y esas ondas están asociadas con muchos efectos a nivel de salud y a nivel de eficiencia. Por otro lado, la práctica meditativa activa lo que se llama «el sistema nervioso parasimpático». Es el que repara el cuerpo. El sistema nervioso parasimpático tiene un gran impacto antiinflamatorio. Imagínate la importancia que tiene en enfermedades como la esclerosis múltiple, trastornos degenerativos del sistema nervioso central, trastornos autoinmunes, etcétera. Y, además, el sistema parasimpático libera acetilcolina, que potencia al sistema inmune para portarse bien. Por otro lado, se sabe que en estos estados meditativos el corazón cambia su ritmo. No el ritmo del electrocardiograma, sino un ritmo mucho más sofisticado, que se puede medir con unos aparatos no muy complejos, pero muy interesantes, y pasa lo que se llama «coherencia cardíaca». Es decir, en vez de ser algo como una línea de una sierra, empieza a hacer como forma de olas. Esta coherencia cardíaca está mandando mensajes, por ejemplo, a las glándulas suprarrenales, para que liberen DHEA. La DHEA se ha asociado a reducción de cuadros de ansiedad y de depresión, mejora el sistema inmune, mejora el funcionamiento del corazón. Es lo que se llama la «hormona de la eterna juventud». También libera oxitocina. El corazón, cuando entra en esa coherencia cardíaca, también libera oxitocina.
Es decir, son tantos los beneficios que montones de hospitales en el mundo, pero hospitales ultraprestigiosos, el MD Anderson Cancer Center, la Universidad de Harvard, el Weisman en Madison, que son sitios muy reconocidos a nivel mundial, lo enseñan. No solo a los pacientes, también a los médicos y al personal de enfermería, que también tienen enormes niveles de estrés. Entonces, por eso es tan importante que poquito a poco vayamos aprendiendo. Mejora clarísimamente la salud y es uno de los mejores remedios contra la forma dañina de estrés que libera cortisol. De hecho, la DHEA, que liberan las glándulas suprarrenales, es una de las hormonas, junto con la oxitocina, capaz de cortar el eje del estrés crónico. Es decir, los recursos los tenemos, pero como nos miramos en el espejo y decimos: «El de siempre. La de siempre». No, hombre, no. ¿Qué decía…? Ya voy a terminar porque veo que se me pasa el tiempo. ¿Qué decía Marcel Proust? Algo precioso. Gran escritor francés. «El verdadero acto del descubrimiento no es salir a buscar nuevas tierras. No consiste en eso. Consiste en aprender a ver la vieja tierra con nuevos ojos».
Bueno, muchas gracias. Como no me puedo alargar más, daros las gracias por vuestro cariño, por vuestra presencia, por vuestro interés. Gracias a ‘Aprendemos Juntos’ y a BBVA por la invitación. Gracias a esta ciudad tan maravillosa como es Barcelona. Y, sencillamente, invitaros a eso. Esos pequeños pasitos, cinco minutitos por la mañana, voy a cerrar los ojos, voy a poner mi atención en la respiración, voy a ganar esos segundos de libertad cuando tenga ganas de reaccionar. Y, a medida que vuestro cuerpo empiece a sentir esos beneficios y vuestra propia mente, será algo que, probablemente, y afortunadamente, ya jamás dejaréis.