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Seis semanas con los filósofos griegos

Ilaria Gaspari

Seis semanas con los filósofos griegos

Ilaria Gaspari

Filósofa y escritora


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Ilaria Gaspari

En un momento de crisis personal, la filósofa y escritora Ilaria Gaspari decidió hacer uso de la filosofía antigua como cura de su presente. Tras una ruptura sentimental emprendió un viaje de seis semanas en las que vivió bajo los preceptos de las principales corrientes de pensamiento de la Antigua Grecia. Un experimento existencial que plasma en su libro ‘Seis semanas con filósofos griegos’. “En la semana escéptica no me puse las gafas, lo veía todo un poco borroso, y así desconfiaba de mi propia percepción”, ejemplifica.

Gaspari estudió Filosofía en la Escuela Normal Superior de Pisa y tiene un doctorado por la Universidad de París I Panthéon-Sorbonne. La escritora reclama la filosofía como materia novelable en 'Vita segreta delle emozioni', ‘Etica dell’acquario’ o ‘Ragioni e sentimenti’, un cuento filosófico acerca del amor. Aspira a desterrar el tópico de que la Filosofía nos aleja de la realidad y en su obra analiza las aplicaciones prácticas en temas tan humanos como la ansiedad, la felicidad o la amistad.

Su labor de divulgación se extiende a múltiples colaboraciones en medios italianos y franceses e imparte cursos de escritura creativa en la Scuola Holden. Gaspari reivindica con entusiasmo el conocimiento filosófico: “No solo es necesario seguir enseñándolo, en mi mundo ideal, empezaríamos mucho antes a practicar la filosofía, en la escuela primaria”.


Transcripción

00:07
Ilaria Gaspari. Hola, soy Ilaria Gaspari, soy escritora, me dedico a la filosofía y escribo ensayos narrativos y filosóficos.

00:18
Serena. Hola, Ilaria. Soy Serena y soy profesora. Quisiera empezar esta conversación contigo hablando de dos temas que se encuentran hoy aquí, que son la educación y la filosofía. Como eres doctora en Filosofía, quisiera que me contaras un poco cómo eran las primeras escuelas de filosofía y qué deberíamos recuperar de ellas.

00:46
Ilaria Gaspari. Gracias, Serena, por esta pregunta. Es un tema que me importa mucho, ¿por qué? De entrada porque las primeras escuelas eran efectivamente escuelas de filosofía. Es decir, la idea misma de escuela nace en el ámbito de la enseñanza de la filosofía. Solo que era una enseñanza un poco diferente a como la entendemos nosotros hoy en día. Hoy pensamos en la escuela como un lugar en el que sobre todo se estudia, mientras que en la Grecia antigua las escuelas, las escuelas filosóficas, eran lugares… Eran comunidades, digamos, comunidades libres de personas, lugares en los que las personas vivían siguiendo las enseñanzas de un maestro, que eran enseñanzas no solo, digamos, de pensamiento, sino también de vida. Hay un libro muy bonito, que aconsejo a todos, que es un libro de Pierre Hadot, un estudioso francés, que escribió al final de los años setenta este libro, que se llama «Ejercicios espirituales y filosofía antigua». En él, atribuye justo a la época de estas primeras escuelas de filosofía, la idea del ejercicio espiritual, es decir, de la filosofía como, digamos, un modo de cambiar, de orientar, la propia postura en el mundo. Postura se refiere tanto al modo en que tú te colocas, un poco más erguida… Como al modo en el que estás en el mundo, es decir, el modo en que tú piensas, en que dejas que te lleguen las cosas del mundo y por tanto das tu interpretación. Pero también el modo en que vives, en que afrontas tu vida, tu existencia humana. Esto, para mí, es una idea muy valiosa, muy importante, que nosotros podemos recuperar de los antiguos. Y junto a esta idea yo abordaría… las etimologías en griego, que siempre son muy interesantes y nos dicen mucho del peso que tienen las palabras. La palabra «escuela», que nosotros usamos en italiano, pero también en muchas otras lenguas hay derivados de esta palabra, que viene del griego, cuyo origen es «scholé». «Scholé», en griego significa originariamente no tanto la escuela, mejor dicho, el nombre de la escuela deriva de aquí. Significa «el tiempo libre». Esto es algo que se nos escapa un poco, porque pensamos en la escuela como un tiempo, digamos, del deber, como un tiempo en el que se hacen los deberes, se estudia, se deben hacer las cosas. Mientras que la idea griega de escuela, de «scholé», está mucho más ligada al tema del juego, de un tiempo en el que, digamos, rigen las leyes del deseo. Tanto es así que el tiempo de la «scholé» es el tiempo en el que el hombre griego no se dedica a nada rentable. No se dedica a ganar nada, no se dedica a hacer negocios. Es un poco el equivalente del latino «otium», ¿no?, que curiosamente se contrapone a «negotium», que es el tiempo de los negocios, en que se hacen las cosas. Pero «otium» va primero, porque «neg» es la partícula negativa que se le añade.

03:36

Entonces, este es el sentido original del tiempo libre, en la cultura antigua, que para mí sería realmente importante recuperar. Entonces, el tiempo de la «scholé» es el tiempo en que se mejora uno mismo, pero no porque se persigue un fin concreto, no porque se tiene en mente una meta, una línea que añadir al currículo, o para ganar algo. Es un tiempo de juego libre de tus facultades intelectuales, en el que tú te mejoras a ti mismo. Por tanto, estas escuelas antiguas son lugares en los que se realiza el tiempo de la «scholé». Pero por desgracia hay que decir que muchas de estas escuelas estaban cerradas a las mujeres y a los esclavos, pero no todas, porque hay excepciones. Por ejemplo, está la escuela pitagórica, que es la más antigua, que es una escuela muy fascinante, digamos, en cierto sentido era un poco sectaria, así que no la retomaría tal cual. Pero digamos que tiene esta idea de la iniciación, una escuela casi mistérica, en cierto sentido podemos decir que Pitágoras era casi como un mago. Pero enseña a sus discípulos matemáticas, pero también un modo de estar en el mundo, qué comer, qué no comer, digamos, tomarse estas cosas con sabiduría, como se dice. Pero justo la idea de un maestro que te enseña a pensar, es decir, a encontrar tu lugar en el mundo, para mí es una idea que podemos retomar, sin caer en los excesos pitagóricos. Otra escuela que era abierta a las mujeres, y también a los esclavos, esto es revolucionario, es la escuela epicúrea, que quizás es mi favorita, y es la escuela que retomaría hoy. La escuela epicúrea, llamada «el jardín», en realidad era más un huerto que un jardín, porque los epicúreos se cultivaban sus verduras, porque ellos iban mucho contracorriente, eran muy revolucionarios. Y tenían esta idea de deber sobrevivir y una idea de, ¿cómo decirlo?, de cubrir las necesidades esenciales, para no encontrarse nunca a la merced de la vida, de los aspectos más despiadados y ligados a la fortuna y la suerte. Esto para mí también es muy bonito, la idea de ser dueños del propio destino construyéndolo en esta relación de comunidad con otras personas. La escuela epicúrea era una escuela muy orientada a la libertad, al análisis de los deseos, al… Hay muchos temas de los que podemos hablar todavía hoy, de la amistad, de no dejarnos chantajear por nuestros propios miedos, es decir, enseñanzas muy valiosas también hoy día. Pero para mí, de la idea de escuela, lo que podemos recuperar sobre todo es la idea de un lugar donde ser libres para convertirnos en nosotros mismos. Haciéndolo en total libertad, desvinculados de la idea de deber sacar partido de ello. Y esto para mí es una cosa que hoy es valiosísima, porque vivimos en una sociedad muy performativa, que nos impone ser… dar mucho, mostrar, ser más que los otros, nos hace muy competitivos. Mientras que la idea antigua de la escuela es una idea comunitaria y desinteresada, de mejoramiento desinteresado.

06:48
Serena. Me parece interesante el hecho de que, en cambio, sobre la filosofía, hay una idea un poco anticuada, ¿no? En tu opinión, ¿por qué es necesario seguir enseñando filosofía en la escuela, y qué puede aportarnos la filosofía?

07:04
Ilaria Gaspari. Yo todavía soy más radical. Además de pensar que es necesario seguir enseñándola, en mi mundo ideal, empezaríamos todavía mucho antes a practicarla. Empezaría en la escuela primaria, con los niños. Es una idea que está, poco a poco, tomando relieve, y estoy muy contenta de ello, espero que sea algo que de alguna forma continúe. ¿Por qué? Sí, es cierto, hay mucha desconfianza, incluso una hostilidad abierta en cuanto a la filosofía, pero eso no es algo nuevo. Es algo que hace tiempo que existe, esta actitud, desde los tiempos en que nació la filosofía. Conocerás, probablemente, una de las historias más famosas sobre uno de los primeros filósofos, Tales. De él se cuenta que era… Él fue uno de los primerísimos filósofos, pero también fue filósofo, ¿en qué sentido?, en el sentido que ya no se contentaba con las explicaciones míticas del cosmos, del funcionamiento del cosmos, y por tanto observaba el cielo, y se dedicaba también a la astronomía, se dedicaba también al estudio de los fenómenos meteorológicos. En realidad esta historia tiene dos caras, te la cuento. La primera cara es esta: Tales, el gran sabio, camina de noche mirando las estrellas, para ver qué tiempo va a hacer, básicamente, para comprender cómo se alinean los planetas, para comprender qué está pasando en el cielo. Un cielo que ya no le aparece bajo la apariencia, digamos, del mito, como había sido hasta entonces, sino que él empieza a estudiar de manera racional, preguntándose cuál es la razón, cuál es el principio de las cosas. Esto es algo muy bonito que dice Aristóteles del nacimiento de la filosofía, que nace de la maravilla. Y por esto pienso que los niños, que saben maravillarse, y que de forma natural se hacen preguntas parecidas a las que se hacen los filósofos, sería bonito que adquirieran familiaridad con la filosofía. Entonces, Tales, mientras mira el cielo, tropieza con un pozo, y se cae al fondo del pozo. Pasa por ahí una muchacha, una sirvienta de Tracia, y se burla de él. Y se burla de él porque dice: “Mira a este, que se pasa el día haciéndose el sabiondo, pensando en las cosas del cielo, y no ve lo que tiene debajo de sus pies.» Que es un pensamiento común, muy aplicado a los filósofos, esta idea.

09:21

Yo misma, yo he estudiado Filosofía, con todo el mundo diciéndome: «Estás loca, ¿qué haces? No vas a trabajar nunca», estas cosas. «No sirve para nada, es algo inútil». Y es un lugar común, la idea de que la filosofía es completamente ajena a las cosas de la vida, está desconectada de las cosas de la vida. Algo común, pero equivocado, en mi opinión. Pero es muy difuso. Esta historia de Tales, en efecto, la cuenta, es decir, es narrada por Platón en boca de Sócrates, en un diálogo, en el «Teeteto», cuando Sócrates ya había muerto. Sócrates fue condenado a muerte por sus conciudadanos. Él, un filósofo tan impopular, con sus preguntas, con sus intentos de hacer razonar a los jóvenes, hasta que fue acusado de corromperlos, fue acusado de impiedad, fue llevado a juicio, condenado y terminó bebiendo cicuta.
Digo esto para decir que esta idea del filósofo impopular, que es curioso que esta historia tan famosa sobre Tales sea transmitida por boca de Sócrates, un filósofo condenado por haber sido filósofo, al fin y al cabo, es algo muy significativo en cuanto al aspecto, digamos, impopular que tiene la filosofía. Pero esta moneda tiene otra cara. Hay otra historia que cuenta Aristóteles, también referida a Tales y que demuestra cómo el filósofo, viendo las cosas desde una perspectiva distinta, una perspectiva que no es la que está a disposición de los otros, porque él consigue darle la vuelta y ver, leer algo que las otras personas no ven, porque no tienen el método, porque no tienen las preguntas adecuadas para comprender lo que él llega a comprender, demuestra que el filósofo ve más lejos. Y es esta historia, la historia de los trujales, las prensas de aceituna. Al parecer, Tales, a fuerza de mirar el cielo cayó en el pozo, pero consiguió prever que cierto año habría una cosecha abundantísima de aceitunas. ¿Y qué hace aquel año? Él, del que todos se burlaban, que decían: «¿Pero qué haces?», alquila todos los trujales de la región. Entonces, cuando se hace realidad su previsión, hay efectivamente una cosecha de aceitunas muy abundante, todos quieren hacer aceite, pero deben realquilar los trujales a Tales, que gana muchísimo dinero. Pero en mi opinión esta historia es importante porque nos muestra cómo la mirada que te da la filosofía, es decir, su filosofía, en este caso es la búsqueda de las causas, el hecho de que él escrutó el cielo y, antes que los otros, comprendió qué era lo que regulaba los fenómenos naturales. Obviamente hablamos de un tiempo en el que las ciencias están mucho menos separadas que en el nuestro. Pero esta idea de la mirada del filósofo que llega a ver algo que los otros no consiguen ver, en mi opinión es muy importante. Y es algo que hoy deberíamos tratar de recuperar quitándole un poco el polvo a la palabra «filosofía», a la idea de la filosofía, y tratando de hacerla vivir. Y hacerla vivir, para mí, significa precisamente enseñarla, hacerla y practicarla en las escuelas. No solamente enseñar su historia, que es muy fascinante, sino más bien como práctica, como mirada al mundo.

Filosofía, un modo de estar en el mundo. Ilaria Gaspari, filósofa y escritora
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“La filosofía es una cura”

Ilaria Gaspari

12:21
Serena. Me gusta mucho, como consejo, como propuesta. Estás citando muchos filósofos, y quería preguntarte un poco sobre tu experiencia, de la que hablas en tu último libro, ‘Seis semanas con los filósofos griegos’, en el que cuentas que viviste durante seis semanas según seis escuelas de pensamiento filosófico distintas. ¿Puedes contarnos un poco cómo te fue, y sobre todo qué aprendiste de esta experiencia?

12:51
Ilaria Gaspari. Sí, gracias por esta pregunta, porque es un libro que escribí con mucho gusto, fue muy divertido, al contrario de lo que se piensa, que escribir sobre filosofía deba ser angustioso. A veces lo es pero no necesariamente. Entonces, este libro, en realidad, nació en un momento de desesperación, en el sentido de que yo estudié Filosofía, primero en Pisa, en la Escuela Normal, y luego hice el doctorado en la Sorbona, en París. ¿Y qué pasó?, que en un momento dado me encontré, como creo que, normalmente, nos sucede a todos en la vida, que estaba perdida. En fin, había perdido un poco los puntos de referencia, ya no sabía qué dirección tomar, y toda esta crisis se me había generado por el hecho de que había terminado una larga historia de amor, que había durado todos los años, digamos, de mi formación universitaria. Termina esta historia y yo me siento muy perdida. Pienso que nos pasa a todos, cuando tenemos que mudarnos, cambiar de casa, cambiar las coordenadas de nuestra vida. Por esto me gusta tanto hablar de postura, porque a veces adoptamos una postura, un modo de estar dentro de nuestra vida, pero nos sucede que nos falta el suelo bajo nuestros pies, como si nos quitaran la alfombra, nos revolvemos y debemos reencontrar un nuevo equilibrio. Y fue un poco lo que me sucedió, había perdido a esta persona, había perdido una serie de hábitos, que, como nos enseña la filosofía, son un poca nuestra segunda naturaleza, nos crean un caparazón protector con respecto al mundo. Entonces tenía que reinventarme. ¿Qué sucedió? Como cuento en el libro, exactamente, de aquella manera, mientras hacía la mudanza de la casa donde había vivido con mi expareja, me di cuenta de que tenía muchos libros de filosofía antigua. Muchísimos, que me había comprado con los años. Pero en realidad nunca había sido mi especialización. Había estudiado filosofía antigua, pero no había sido el argumento de mis tesis. Mis tesis eran todas sobre Spinoza, otro filósofo que me gusta muchísimo. Y me había especializado en él. Pero estos libros los había leído, los había conservado, me gustaban mucho, los apreciaba mucho. Y mientras me los llevaba me di cuenta de que eran libros especiales, que tenían algo muy particular. Y es esto, el hecho de ser libros de una época en la que la filosofía era joven. Por lo tanto, entonces no existía tanto la especialización de las distintas ramas de la filosofía. Era más una, ¿cómo decirlo?, una unidad del saber, un modo de mirar el mundo, en el que el aspecto, digamos, práctico y el aspecto teórico no tenían aquella separación que se desarrolló más adelante. No había esta contradicción entre praxis y “teoresis”. Estaba todo mucho más mezclado. Y había una idea, sobre todo, de la sabiduría, que tenía mucho que ver con comprender las cosas. Que era quizás lo que yo necesitaba en aquel momento. Entre estos libros estaba aquel que te he citado antes, ‘Ejercicios espirituales y filosofía antigua’, de Pierre Hadot.
Y yo, mientras me los llevaba, pensaba: «Realmente soy estúpida desaprovechando toda esta sabiduría. En este momento, en el que necesito maestros, necesito respuestas, ¿por qué no trato de autoeducarme, fingiendo que me inscribo en una escuela de filosofía?». Y lo hice. Pero lo que hice fue hacer un experimento sobre mí misma, porque me interesaba ver adónde llegaría, sometiéndome a esta prueba.

16:26

Y entonces viví… Hice esto: una semana estudiaba, una semana vivía según aquella escuela, tomaba apuntes y luego pasaba a la escuela siguiente. Luego, con todos aquellos apuntes, nació el libro. Pero las cosas que cuento en el libro son todas ciertas, en el sentido de que vienen justamente de mi diario, excepto alguna pequeña ficción literaria en la última semana, en la que cuento que adopté un perro, cosa que hice después, pero entonces solo lo imaginé. Pero, por el resto, realmente apliqué a mi vida cotidiana estos preceptos. Por ejemplo, en la semana pitagórica, debía aplicar preceptos metafóricos. Porque la escuela de Pitágoras es una escuela, como decía antes, muy cercana a la religión, en realidad, a una forma de religión muy ritualizada, y tiene mucho esta idea de la metempsicosis, de la reencarnación. Entonces, ¿cómo se aplica esto en nuestra vida cotidiana? Se aplica, por ejemplo, en tratar de no dejar rastro, que es un tema muy actual, porque en realidad nosotros hoy vivimos en un mundo en el que nuestro rastro, nuestra huella humana, está modificando, está creando incluso riesgos. Entonces, la idea de dejar el menor rastro posible está muy enlazada con el discurso ecológico de hoy, el hecho de tratar de ensuciar, de contaminar lo menos posible. Existen reglas que son claramente metáforas, pero que, en realidad, en nuestra vida cotidiana nos ayudan a, ¿cómo decirlo?, también a ver el modo en que podemos ser dueños del espacio que ocupamos. Por ejemplo, una regla que dice que no hay que recorrer los caminos principales, sino encontrar los caminos secundarios. Es una bella metáfora, para mí, por la idea de una búsqueda.

18:08
Serena. De explorar, ¿no?

18:09
Ilaria Gaspari. Exacto, explorar según… también sin tener miedo.

18:14
Serena. La aventura.

18:15

Exacto, sin conformarnos con la idea común de que el mejor camino es el camino más corto o el más frecuentado. Un ejemplo es este. Luego viví una semana en la escuela eleática, que fue la segunda. Muy ardua, porque me obligó a reflexionar sobre nuestra relación con el tiempo, que era una cosa, en mi opinión, sobre la que nunca nos paramos a reflexionar, pero que condiciona todas nuestras vidas.
Y ahí me paré mucho a reflexionar sobre el hecho de que estamos acostumbrados a medir nuestra eficiencia de los resultados que obtenemos, y sobre cómo las cosas van según nuestras expectativas. Cuando, en cambio, muchas veces sería mucho más importante imaginarnos como la flecha que Zenón, el discípulo de Parménides, imagina inmóvil en todo momento, mientras se dirige a su objetivo. Inmóvil a cada momento ¿qué significa?, significa que nuestro yo es como si estuviera hecho de muchos pequeños yos que cambian, y que a cada momento tienen sus razones y sus causas para estar de una determinada manera. Entonces, esta manera de verlo fue terapéutica, tras el final de una historia. Tratar de mirar retrospectivamente las cosas que yo llamaba errores, como cosas que yo simplemente había vivido porque en aquel momento estaba en aquel estado.
Luego vino la semana escéptica, en la que me entrené en no ver de manera clara. No me puse las gafas, lo veía todo un poco borroso, y me acostumbraba a desconfiar de mi percepción y a pensar que a veces podía ponerla entre paréntesis. Que una cosa cierta para mí podía no ser cierta para los otros. Ten en cuenta que luego llegó la Covid, con toda esta exacerbación, con los conflictos, los contrastes, la radicalización de las posiciones. En fin, el escepticismo me ayudó a tener una actitud mental en las varias confrontaciones en las redes en las que me encontré metida, naturalmente. Luego fui estoica, y también esto, retrospectivamente, me fue útil. Es decir, la idea de aceptar lo que no puedes cambiar, concentrar tus energías en lo que depende de ti. Es una idea de Epicteto, una idea antigua.Hoy nos suena casi como un consejo de autoayuda. En cambio, si uno reflexiona sobre esto, es un criterio muy duro, incluso muy difícil de aplicar. Distinguir las cosas de nuestra vida en base a estas dos categorías es algo muy radical, que realmente cambia la visión que tenemos del mundo, pero también cambia nuestro modo de estar en él. Luego fui epicúrea, mi semana favorita, luego hablaremos de ello.
Y finalmente fui cínica. La semana cínica con Diógenes de Sínope, que es este filósofo extraordinario, una especie de punk, filósofo punk, un Sócrates punk, que básicamente enseña a las personas, proporciona a las personas, de una forma un poco brusca –los episodios de su vida son muy divertidos, pero también muy instructivos– a no conformarse con las convenciones. Luego me di cuenta de lo convencional, desesperadamente convencional, que era mi modo de estar en el mundo. Fue muy liberador aplicar esta visión. Entonces, cada vez era como una perspectiva diferente que destacaba cosas en las que yo caía, también soluciones ventajosas, también costumbres que habían perdido un poco su significado pero que se habían convertido en parte de mí, se habían incrustado en mí.

21:35
Serena. Habían arraigado, ¿no? Te he oído decir en muchas ocasiones que la filosofía es una cura. ¿Qué quieres decir?

21:42
Ilaria Gaspari. Este es un tema que me parece muy importante en el sentido de que, en mi opinión, hoy vivimos en una sociedad que tiende mucho a la simplificación, aun siendo de lo más compleja, porque hay muchísimos temas que están en cambio constante y que todavía no conseguimos elaborar del todo. Por ejemplo, la relación con la tecnología, que en los últimos veinte años ha cambiado tanto, y nosotros hemos crecido con ella, y pienso que todavía tenemos que encontrar la manera para, ¿cómo decirlo?, relacionarnos con esto. O también el cambio que ha habido en la política; la política que todavía conserva en ciertos aspectos formas del siglo XX, pero, con respecto al siglo XX ya no existe el tema de la ideología en el mismo sentido, y entonces, naturalmente, es importante tratar de comprender algo en este sentido. Y también esta aceleración de cambios que ha sido la pandemia. Digamos que hay muchas temáticas que todavía no sabemos adónde nos llevarán y que aumentan la complejidad. Y a la vez es un tiempo que tiende mucho a la simplificación. Y esto, en mi opinión, es un problema, también con respecto a esta idea de la filosofía como cura, en el sentido que hoy buscamos curas simples, curas que sean eficaces, que nos den una respuesta rápida, a menudo buscamos respuestas, ¿no? Yo también me meto en el mismo saco. En realidad, la cura que nos ofrece la filosofía es una cura mucho más sutil, mucho más compleja, y mucho más vinculada a hacer preguntas que a proporcionar respuestas. Pero esto de la filosofía como cura es una tradición muy antigua, que hoy en día está un poco infravalorada, en una cultura de autoayuda, en una cultura de poner la tirita donde nos duele, en una cultura un poco, ¿cómo podría decirlo?, de normalizar todo aquello que nos hace particulares, todo aquello que nos hace vulnerables. Pero esta es una idea antigua, y un gran exponente de esta idea de la filosofía, antes que otros exponentes modernos, que son filósofos que aprecio mucho, como Michel de Montaigne, como Spinoza, del que hablábamos antes. En fin, también hay filósofos de la modernidad que retoman este tema. Pero en la época antigua esta idea es una cosa fundamental. Y es fundamental, especialmente, por Epicuro. Epicuro es el gran filósofo de la cura. Tanto que él escribe esta frase que me gusta mucho citar, que dice básicamente que es vano, es inútil, el discurso de aquel filósofo que no cure algún dolor del alma humana. Es muy bonita, esta referencia al hecho de que la filosofía nos puede curar, en el sentido que cuida de nosotros. En el sentido de que, de algún modo, da un respiro a nuestras preocupaciones, que permite a estas preocupaciones convertirse en un modo de curarnos, una terapia. Entonces, ¿qué hace Epicuro? Inventa, incluso, para sus discípulos, un razonamiento en cuatro partes que denomina el tetrafármaco, o “cuadrifármaco”, en latín. Es decir, un fármaco cuadrivalente, digamos, una medicina. «Phármakos», en griego, tiene un doble significado. Por un lado es la medicina que te cura, por el otro puede ser también un veneno, esto es interesante. Porque, en cualquier caso, siempre tiene un punto mordaz, el pensamiento filosófico. Pero lo interesante de la idea epicúrea del cuadrifármaco es esta: es el hecho de que él lo elabora, Epicuro lo elabora como si fuera una especie de antídoto contra la esclavitud del miedo.

25:34

Y esto para mí es muy interesante, y es una advertencia que deberíamos tener en mente cuando estudiamos filosofía. Es decir, la idea de que en el momento en que nos dirigimos a la filosofía, nos estamos, en cierto sentido, autorizando a encontrar otras vías de salida que no sean las que nos hacen esclavos del miedo. Estamos encontrando, estamos imaginando modos de ver la realidad, por los que nunca debemos permanecer pasivos con respecto a las vivencias que nos trae el mundo. Y esto, en mi opinión, es bastante revolucionario; es revolucionario porque significa que el pensamiento tiene algo que nos libera, que nos hace más libres, que nos hace más independientes, nos hace más activos. Y aquí puedo citarte a Spinoza, que tiene mucho esta idea de la potencia del hombre. La potencia significa convertirse en dueño del tejido de causas y de efectos que estructuran tu vida. En este sentido Spinoza dice: «Nos hacemos más perfectos en el júbilo, en el júbilo del conocimiento». La alegría es, para Spinoza, un movimiento de ascensión hacia un grado más intenso de existencia. Y nosotros estamos más alegres cuando más nos liberamos de los miedos. Y con este sentido, para mí, la terapia filosófica es una terapia del júbilo, no en el sentido de euforia, de estar muy exaltados y superficiales, sino en el sentido de comprender las cosas con aquel tipo de profundidad que nos permite, comprendiéndonos a nosotros mismos, comprendiendo a los otros, comprendiendo el mundo, tratando de ser lo más activos posible al crearnos esta comprensión, nos permite ser libres.

Filosofía, un modo de estar en el mundo. Ilaria Gaspari, filósofa y escritora
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Hay que vivir la filosofía como práctica, como mirada al mundo

Ilaria Gaspari

27:11
Serena. Muy interesante. Y justamente con respecto a la alegría, en uno de tus libros dices que has estudiado la filosofía, en cambio, como se estudian las lenguas muertas. Pero luego, en un momento un poco complicado de tu vida, retomaste tu educación filosófica para buscar la felicidad. Y yo te pregunto: ¿cómo puede ayudarnos la filosofía a ser más felices?

27:38
Ilaria Gaspari. Sí. Bueno, esta es la gran pregunta con la que me propuse retomar el estudio de la filosofía antigua, en aquel momento de crisis y de sentirme perdida que viví. Yo, efectivamente, cuando digo que estudié la filosofía como una lengua muerta, quiero decir esto; yo estudié, en la enseñanza media, latín y griego, dos lenguas muertas, el griego antiguo. Dos lenguas muertas que más tarde me fueron muy útiles, pero las había estudiado con la idea de que servían para hacer versiones, traducciones, con el vocabulario, ¿no? Entonces, son lenguas que por supuesto es importante estudiarlas, yo pienso que es importantísimo. Hoy existe un debate sobre quitar el griego antiguo de la escuela. Para mí sería realmente una lástima, porque es una lengua, aparte de que es una lengua extremamente filosófica, también… Es filosófica en el sentido de que enseña a prestar atención a las palabras, a las construcciones de palabras, a las composiciones, porque a menudo son palabras compuestas, buscando la raíz de las cosas, que es justamente un comportamiento muy filosófico, y no es casualidad que la filosofía haya nacido precisamente en la Grecia antigua. Pero estudié estas lenguas con el espíritu de alguien que luego tiene que hacer los deberes de clase, hacer la traducción, tener el vocabulario, no usarlas para comunicarse, sino tratar de equivocarse lo mínimo posible, de ser… de traducir de manera acertada, este era mi objetivo. Y este es un objetivo, en realidad, filosófico hasta cierto punto, en el sentido de que pienso que es mucho más enriquecedor, que amplía mucho más tu visión de las cosas el hecho de poder estudiar la filosofía como una lengua viva. Es decir, como una lengua que tú estudias para comunicarte. Yo estudié así el francés, el inglés. A lo mejor me equivoco, cuando hablo inglés, quizás cometo un error gramatical, un error de pronunciación, pero lo que me interesa es que la gente entienda lo que estoy diciendo, lo que quiero decir, que me sirva para comunicarme. En este sentido, mi idea era tratar de usar la filosofía, aun a costa de ser más imprecisa, a nivel, digamos filológico, pero para comunicar, para hacerla vivir través de mí. Y el tema de la felicidad fue central en esta búsqueda, ¿por qué?, porque, en realidad, nosotros tenemos mucho la idea –que es otra de las razones de la desconfianza en cuanto a la filosofía– de que el sabio que sabe, que estudia, es a la fuerza un pesado, que tiene que ser alguien serio, taciturno. Y básicamente para nosotros es casi inconcebible pensar que una persona sabia también pueda ser feliz. Para el griego antiguo, en cambio, el sabio es feliz. Y la felicidad no es un capricho como la concebimos nosotros. Nosotros la concebimos como un momento de despreocupación, de euforia, un momento que arrebatamos, digamos, a la prosa de la vida. La relacionamos mucho con la juventud, cuando todavía no nos hemos dado cuenta de qué terrible trampa es el mundo, ¿no? Esto me parece un poco chocante. Porque pensamos: «Entonces, ¿para qué tengo que ir más allá? Es decir, ¿quién me obliga?».

30:58

Porque nosotros tenemos, una ética, digamos, deontológica, una ética del deber. En cambio, en Grecia tienen una ética eudemonista, una ética de la felicidad. Para los griegos la felicidad es una virtud, y en este sentido el sabio es feliz.
¿Pero qué es, entonces, esta felicidad? Está claro que hay dos nociones de felicidad que se están enfrentando. Por un lado, nuestra felicidad, digamos, puntuable, nuestra felicidad fotogénica, nuestra felicidad como un momento en que arrancamos todo este gris de la existencia, y por el otro la felicidad de los antiguos, que, ¿cómo decirlo?, se concilia con la idea del sabio, se concilia con la idea de la sabiduría, se concilia con la idea del saber más. El punto de conjunción está en Sócrates, un personaje extremamente… Que yo aprecio muchísimo, porque también es un personaje literario, en los diálogos de Platón aparece como personaje. ¿Y qué hace Sócrates? En un momento dado, es llevado a juicio por sus conciudadanos, porque molestaba con su filosofar, con su modo mayéutico de filosofar. Es decir, parar a la gente por la calle y hacerle preguntas hasta hacerlas razonar, hacerles parir la verdad. «Mayéutico» significa justamente que trabaja como una comadrona, que era el oficio, por cierto, de la madre de Sócrates, al parecer. Entonces, Sócrates es sometido a juicio y no tendría ninguna dificultad para ser absuelto, porque le bastaría con pedir disculpas, hacer que sus hijos fueran al tribunal a lloriquear un poco, le pondrían una multa y saldría del embrollo. En cambio, decide hacer un discurso que se ha hecho famosísimo, porque lo inmortalizó Platón en la ‘Apología de Sócrates’. Obviamente no sabemos si dijo exactamente aquellas cosas, es probable que no, pero no importa, porque, en realidad, con respecto a estos filósofos antiguos, que también son maestros de vida, también es importante el testimonio que queda en sus discípulos, más allá del realismo de este testimonio. Si se creó en un cierto modo indica que iba en dirección de una cierta enseñanza. Y él básicamente hace este discurso en el que dice: «De acuerdo, me habéis llevado a juicio, pero yo no tengo nada que reprocharme. ¿Por qué? Porque jamás he disgustado a mi ‘daimón’». ¿Qué es el ‘daimón’?
Es esta vocecita –yo la oí por primera vez en mi infancia– la vocecita que me advierte, me ha advertido siempre en mi vida, cada vez que he estado a punto de tomar una decisión en la que me traicionaba. Entonces, ¿qué tiene que ver esto con la felicidad? En griego, felicidad se dice «eúdaimonía», es decir, tener un buen ‘daimón’. ¿Qué significa?, que la noción que tenían ellos de la felicidad tiene que ver con el hecho de que esta vocecita interna que nos advierte cuando estamos haciendo algo que no va con nosotros, cuando nos estamos traicionando, está satisfecha. No se está lamentando, no está protestando.
Por tanto, la idea de que sernos fieles a nosotros mismos, construirnos un recorrido vital parecido a lo que somos realmente, es la felicidad como virtud. Ahora bien, esta es una idea bastante revolucionaria para nosotros, porque no nos da la idea consumista de la felicidad como algo que consumir, mostrar y superar, sino que nos da la idea de la felicidad como un recorrido, como un proyecto. Como algo que presupone el deber conocernos, porque esta voz del ‘daimón’ obviamente la oiremos más clara si nos conocemos más. Y para el griego antiguo el conocimiento de uno mismo es importantísimo. Es la frase esculpida en el templo de Apolo en Delfos, «conócete a ti mismo». Entonces, está esta idea del conocernos, que obviamente no es un proceso de individualismo. Es algo que tiene que ver con conocer a los otros, con reconocerse en los otros…, tiene un aspecto social también muy importante. Y este proceso es un proceso de libertad y de liberación.

34:51
Serena. Qué bonito. Has escrito un libro que se titula ‘Razones y sentimientos’. ¿Qué puede aconsejarnos la filosofía sobre el amor?

35:00
Ilaria Gaspari. Ah, muchísimo. No lo parece, ¿eh? Parecen dos universos paralelos y en realidad la filosofía nos enseña también a amar. Aquí vamos justamente al origen de la palabra «filosofía». Y al hecho de que el primer filósofo, ¿quién es? Eros. Esto se dice en el ‘Banquete’ de Platón, que es la historia de este gran festín en el que se reencuentran las mentes más brillantes de la mejor Atenas, de la Atenas del siglo V. Se encuentran para hacer un banquete, una fiesta, donde, además, se emborrachan todos.

35:41
Serena. Un fiestón.

35:42
Ilaria Gaspari. Sí, una auténtica fiesta, no una fiesta… una convención, no, una buena fiesta. Y en la práctica, ¿qué pasa?, que tratan de dar cada uno una definición de qué es el amor, qué es Eros. Y en un momento dado Sócrates habla, y el suyo es el discurso definitivo, aunque hay muchísimos otros discursos que en realidad profundizan más, como la teoría, por ejemplo, de los andróginos. Pero no divaguemos ahora sobre el mito de los andróginos. Pero ¿qué hace Sócrates? Reconstruye el origen de Eros, del amor, como hijo de Poros y Penia.
36:23 Poros sería una especie de personificación de la divinidad de la astucia, en el sentido de la adquisición, la capacidad de adquirir cosas. Adquirir, no en el sentido monetario, sino en el sentido de conseguirlas. Penia, en cambio, es la pobreza, es la carencia. Y durante una fiesta, un banquete de celebración por el nacimiento de Venus, Poros se emborrachó, y Penia, que no había sido invitada a la fiesta, se durmió con él. Se durmió, como se dice en los mitos griegos en el sentido de que se acuestan juntos, y conciben este hijo, que es Eros, que, por tanto, nace, por un lado, de un padre que sabe conseguir las cosas, y de una madre a la que le faltan las cosas. ¿Y qué dice Sócrates? Dice: «Eros es filósofo, porque él sabe que no sabe». El famoso saber que no se sabe socrático está relacionado con el erotismo del conocimiento, y por tanto a este impulso realmente erótico hacia querer conocer, hacia querer perseguir la sabiduría. Y todo lo que nos falta, en realidad, nos genera un deseo. Por lo tanto, el eros, el deseo que reside en el amor, es algo que nace de la carencia y que se posa en el vacío de lo que nos falta. Entonces, esto ya me parece una enseñanza bastante propia de aquella época. Por lo tanto, la filosofía nos enseña a desear, en el sentido de que nos enseña que nosotros deseamos aquello de lo que tenemos una carencia. Nos enseña a mantener este espacio abierto para el deseo. Y luego, naturalmente, todos los filósofos han discutido sobre el amor, tratando de construir sus teorías. Ahora, en realidad, a mí me gusta muchísimo una cosa que nos enseña, no un filósofo antiguo, sino, digamos, una especie de epicúreo moderno, que es Spinoza, el filósofo de mi corazón, sobre el amor. Él dice que el amor, él, prácticamente, en su ‘Ética’, él escribe este libro, ‘Ética’, en el que crea una teoría de todo. Desde la naturaleza, que es una personificación de Dios en el sentido de que él es un panteísta. Es decir que él ve, en cierto modo, una identificación profunda entre la inmanencia y la trascendencia. Ahora no quiero utilizar un lenguaje complejo, pero, básicamente, para él, la naturaleza y la divinidad son una sola cosa, son la misma cosa.

38:55

Porque son una especie de conexión perfecta de causas y de efectos que dan lugar a todo aquello que existe, es decir, la sustancia, básicamente. Y en el interior de esta sustancia de la que nosotros somos los modos, nosotros somos las expresiones de esta sustancia, él construye también una teoría del hombre. Una teoría del hombre que es una teoría muy interesante también a nivel psicológico porque él examina todos los afectos, todas las emociones que nosotros sentimos, y las pasiones, respecto a las cuales somos pasivos. Pero lo que dice Spinoza, él da definiciones de todas las emociones, a las que nosotros llamamos sentimientos, ¿no? Y sobre el amor dice es una forma de júbilo, es decir, un tránsito de menor a mayor perfección, aquello que decíamos antes. Un tránsito de un nivel de existencia menos intenso a uno más intenso. Esto significa que tú, cuando amas, estás viviendo un tránsito a un mayor nivel de realidad. Que el hecho de amar te vuelve más arraigado a la realidad, más libre, en cierto modo. Pero esta forma de júbilo es una forma de júbilo que se realiza solo en concomitancia con la presencia de una causa externa. Entonces, significa que tú no puedes amar si no tienes a quien amar. Ya sea una idea, o ya sea una presencia real, debe haber otro término. Y debe haber esta presencia como algo externo a ti. En mi opinión, aquí tenemos realmente una tensión bellísima, que nos dice qué es el amor, retomando el discurso del deseo como algo que se desarrolla en un vacío. El hecho de que nosotros…, ten en cuenta que además para Spinoza el deseo es la misma esencia del hombre, también es muy importante. Entonces el amor es algo que nos hace esperar una mayor perfección. En el momento en el que percibimos esta causa externa, esta persona externa a nosotros, y que nos genera este tipo de tensión, este tipo de impulso hacia su ser externo a nosotros. Esto nos dice mucho, porque nos dice que nosotros, aunque, naturalmente, todos, cuando amamos, tendemos a querer acaparar a la otra persona, a no querer dejarla ir, a querer convertirnos en una sola cosa, como en el mito de los andróginos, en realidad no podemos hacerlo. Porque es el ser externo de la otra persona lo que permite a nuestro deseo, lo que permite a nuestra tensión, que nuestra alegría crezca, en este sentido de aumento de perfección. Esto, en mi opinión, es algo que es muy difícil de aceptar, con respecto al amor, y es causa de gran sufrimiento amoroso, porque todos sufrimos por esto, por el hecho de que no podemos fundirnos. Pero esta es una explicación filosófica de este fenómeno que para mí refleja muchísimas otras cosas que nos suceden en el amor. Y otra frase que me gusta mucho, otra imagen del amor que me gusta mucho, en realidad viene de un filósofo que nunca dirías que haya escrito algo interesante sobre el amor, que es Theodor Adorno. Él, crítico de la industria cultural, gran filósofo, ¿cómo decirlo? Muy comprometido, muy polémico, también, extremamente interesante. Aunque no lo asociarías inmediatamente al tema del amor, él escribió esto sobre el amor, que es algo que yo pienso siempre en el momento en que me pongo a reflexionar sobre qué es en realidad el amor. La frase es esta, dice, básicamente: “Solo con quien te ama te puedes mostrar débil sin provocar una reacción de fuerza”. Esto me parece que hace un poco de contrapeso con la idea de permanecer externo. Es cierto que es necesaria, la distancia. Es cierto que es necesaria y además hay una frase bellísima, de Simone Weil, que desarrolla posteriormente este punto spinoziano diciendo que amar significa consentir la distancia y quererla, y adorarla, esto para mí también es muy interesante. Pero, más allá de esta distancia, dentro del amor, tú estás protegido por tu misma debilidad. Y es algo, en mi opinión, muy bonito, que pienso que, ¿cómo decirlo? Puede funcionar como criterio para comprender cuándo una relación no está yendo en buena dirección.

Filosofía, un modo de estar en el mundo. Ilaria Gaspari, filósofa y escritora
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“El pensamiento nos libera, nos hace más libres e independientes”

Ilaria Gaspari

43:32
Serena. No funciona.

43:34
Ilaria Gaspari. Sí, porque en el momento en que tú, en una relación –un tú genérico– sientes que no puedes mostrarte débil porque en respuesta recibes la violencia, recibes la fuerza, entonces significa que algo no está yendo por buen camino, significa que la causa externa quizá nos está engañando, y no nos está haciendo pasar a una mayor perfección.

43:57
Serena. Claro. Estamos hablando de emociones. Tú has escrito un libro, ‘La vida secreta de las emociones’, donde hablas de cómo los filósofos tienen que afrontar muchas emociones. Entonces, lo que te pregunto sobre esto es: dado que hay dos emociones que me parecen especialmente relevantes, ¿cómo podrían ayudarnos los filósofos a afrontar el miedo o la ansiedad?

44:24
Ilaria Gaspari. Sí, escribí este libro y además, es el último que he escrito, y lo he escrito en esta fase de pandemia. Porque en realidad retomé unos trabajos que hice para mi tesis doctoral, que estaba dedicada al estudio de las pasiones en el siglo XVII, sobre todo Spinoza y Pascal, cómo reaccionan al modelo cartesiano de las pasiones del alma.
Y la reacción es muy interesante, sobre todo la de Spinoza, porque ¿qué hace él?, dice: «No, no debemos pensar a la fuerza que lo que sentimos debe ser al 100% una pasión, de manera obligatoria. Hay algo que nos hace pasivos, solo porque nos llega del cuerpo». Él se inventa esta idea de los afectos, es decir, de modos a través de los cuales podemos conocer emocionalmente el mundo. Él dice: «En realidad, incluso las cosas que sentimos, que se imprimen en nuestro cuerpo, en realidad, en el momento en que conseguimos construir una idea adecuada sobre ellas, aumentan nuestro conocimiento del mundo». Para mí es una bella alternativa a la idea estoica, sobre todo, de tener que cerrarse, de tener que ser autosuficientes con respecto al mundo, y por tanto del sabio que no debe sentir nada. En realidad hay un conocimiento afectivo, un conocimiento emotivo, que las neurociencias están probando, además, en este momento, lo útiles e importantes que son en este tipo de conocimientos, y es una riqueza, la que nos viene justamente de lo que sentimos a nivel epidérmico, del mundo. Y en este sentido, también la ansiedad, también el miedo, es decir, las emociones que consideramos negativas, pueden darnos una ayuda, para conocer el mundo, y para conocernos a nosotros mismos, en el momento en que tratamos, no de apagarlas, a través de razonamientos, diciéndonos: «No, no debo sentirla», etcétera, de una forma puramente racional, sino tratando de entablar un discurso emotivo, es decir, de hablar su mismo lenguaje en el momento en que las sentimos. Obviamente, el miedo sería una pasión triste para Spinoza. Pero es una pasión triste en el momento en que no conseguimos ver sus causas, y la sufrimos, simplemente. En el momento en que tratamos de mirarla, digamos, «vis à vis», en el momento en que tratamos de descifrarla, ya puede enseñarnos algo. Y en este sentido volvemos a Aristóteles. Aristóteles dice una cosa que me parece muy bonita, a propósito del coraje. Dice que el coraje no es no tener miedo, no es no haber tenido nunca miedo, sino reconocer el miedo y afrontarlo. Y esto, en mi opinión, es una de las cosas que podemos llevarnos como bagaje filosófico ante el miedo. El miedo es una reacción ancestral, es una reacción que viene de manera natural de la necesidad de conservación de la especie. Hay cosas que nos dan miedo, porque aprendemos desde pequeños instintivamente que son cosas que para nosotros son peligrosas. Pero al mismo tiempo darnos cuenta de los miedos que viven dentro de nosotros, que se estructuran dentro de nosotros, tomando forma a través de las palabras, del modo en que nos las contamos, de nuestra imaginación, etcétera, también es una manera de familiarizarnos con el hecho de que, siendo humanos, a la fuerza siempre tendremos miedo de algo,

47:48

y tratar de descifrarlas, comprender por qué algo nos da miedo, y qué podemos hacer para afrontar aquel miedo y para evitar que nos paralice. Aquí volvemos a Epicuro. Evitar ser esclavos, evitar ser chantajeados, y evitar permanecer paralizados por estos miedos. La ansiedad es una forma concreta de miedo. Me parece muy interesante en el sentido de que es un tema, una emoción extremamente contemporánea, aunque siempre haya existido. En mi libro, en un momento dado cito un discurso sobre el primer monólogo en escena de la ‘Electra’ de Sófocles, estamos yendo muy atrás. ¿Qué hace Electra? Entra en escena y cuenta con mucho detalle los síntomas de la ansiedad: insomnio, taquicardia, sentirse descompuesto, tan increíble, con una precisión realmente clínica. ¿Y qué le pasa? Que el coro le contesta, y le contesta lo que siempre se responde a quien sufre de ansiedad: «Basta, déjalo correr, no es tan grave, cálmate, eres solo tú que lo vives, eres solo tú quien ve el problema». Es lo que siempre tienen que oír todos los que sufren de ansiedad. ¿Qué es la ansiedad? La ansiedad en la práctica se parece al miedo. Tiene la misma sintomatología que el miedo. Solo que, mientras el miedo tiene un objeto identificado e identificable, la ansiedad no tiene este objeto. Entonces, cuando sentimos ansiedad –yo siento ansiedad a menudo, así que la conozco muy bien–, cuando sufrimos ansiedad tenemos la misma reacción física que tenemos cuando nos asustamos, solo que no conseguimos identificar la fuente de esta reacción. Y eso es lo que hace tan insidiosa la ansiedad. Y es por esto que en la historia, y además es muy fascinante, la historia de la ansiedad, porque se mezcla con la historia de los remedios para la ansiedad, que son de lo más fantasiosos, como comer nueces porque tienen la misma forma que el cerebro, o subirse a un columpio usar opioides, opiáceos, varias cosas. Hay muchas soluciones que tienen que ver con la idea de tratar de adormecerla, hacer que se calle. ¿Por qué? Porque naturalmente la ansiedad nace y se traduce en una hiperactividad imaginativa. Porque quien sufre de ansiedad, al no conseguir identificar la fuente, como si oyeras un ruido, un rumor inquietante que oyes pero no consigues identificar su origen. Entonces, lo ves venir de todos lados, lo oyes venir de todos lados. Imaginas que viene de todas partes. Y esta hiperactividad va muy ligada a la ansiedad, al hecho de que tú, en el momento en que no consigues identificar la causa del miedo, lo encuentras en todas partes, lo ves en todas partes, la esparces por todos lados y sobre toda tu experiencia. Y es por esto que quien sufre ansiedad se siente constantemente bajo amenaza, porque la amenaza viene de todos lados y sobre todo viene de dentro de la persona. Con respecto a esto, en mi opinión, la actitud adecuada es sin duda intentar afrontarla. Como dice Aristóteles en cuanto al coraje, hay que tratar de ser valiente también con respecto a la ansiedad. Saber que el hecho de sentirla es lo que nos pone en condición de poder afrontarla. Pero al mismo tiempo es muy difícil, justamente porque es difícil identificar su causa. Entonces, mi idea siempre es que la ansiedad es una pregunta. Que tenemos que tratar de comprender qué está enmascarando. Porque la causa… porque en realidad la ansiedad es miedo, y lo es indudablemente. Y por tanto, es probable que aunque no la veamos inmediatamente, quizás es solo un impedimento de nuestra mirada en ese momento, que nos provoca confusión y que nos hace imaginar que este miedo viene de todos lados. Hay que tratar de deconstruirla poco a poco, tratando de hacerlo no a fin de minimizarla, como hace el coro con la pobre Electra, sino tratando de escuchar cuáles pueden ser sus posibles causas, y poco a poco identificar cuál es el origen principal, sin duda es la mejor manera de combatir la ansiedad. Dicho esto, es muy difícil luchar contra ella, pero siempre podemos consolarnos con las palabras de Kierkegaard, que dice que básicamente quien vive sin ansiedad está privado de espíritu. Por tanto, digamos que la ansiedad es una señal que nos indica que estamos viviendo. También es una condición que reside en nuestra conciencia de existir, que naturalmente es algo muy bonito, vertiginoso, pero también muy difícil de soportar.

52:12
Serena. Porque ahora estamos viviendo muchos momentos de incertidumbre. ¿Cómo podemos afrontarlos?

52:19
Ilaria Gaspari. Bueno, con toda seguridad, sin angustia. No, esto es bastante inevitable. Pero sí. Efectivamente, estamos afrontando un momento de gran crisis, en el sentido de que esta situación de la COVID, es algo que tendemos, a veces, a querer apartar de nuestros discursos, pero no podemos, porque es algo muy evidente. Porque ha sido una crisis que realmente ha acelerado muchos cambios, y nos ha obligado a enfrentarnos a algunas cosas que hemos tratado de no ver durante mucho tiempo, como nuestra vulnerabilidad como seres humanos, el hecho de que todos nuestros destinos están interconectados. En realidad esto es algo que se ha demostrado tremendamente en la pandemia, pero es algo, en cierto modo, bonito. La idea de que somos tan cercanos a los otros, de que somos básicamente la misma cosa. Es imposible, como en la famosa frase de Terencio, que somos humanos y no podemos considerar nada que sea humano como ajeno a nosotros. La COVID nos ha demostrado esto, de una manera, digamos, negativa, de una forma traumática, pero que tiene una contrapartida positiva, y es la idea de estar juntos para combatirla, estar juntos en esforzarnos por disminuir los contagios, estar juntos, también, en esta conciencia de nuestra vulnerabilidad. Es una posibilidad que pienso que no deberíamos desaprovechar, no deberíamos rechazar, deberíamos tratar de no desperdiciar. Porque, naturalmente, lo que ha sucedido tiene unas razones, unas razones determinadas que tienen que ver con la gestión del planeta, con cuestiones ecológicas que son muy profundas, no son caprichos. Son cosas que tienen mucho que ver con nuestra presencia en la Tierra. Digamos que hay muchas cosas que pueden servirnos de lección. Al mismo tiempo está esta idea de que nuestra forma de pensar sobre el futuro ha cambiado, que hemos tenido que resituarnos. Ha cambiado nuestra forma de percibir nuestro lugar en el mundo, y también con respecto a todo el discurso de la muerte, por ejemplo. Ha sido un momento muy traumático, porque nos ha obligado a ver cosas que realmente, durante décadas, y durante muchas décadas, estábamos esforzándonos por obviar. Muchos filósofos contemporáneos sostienen que la nuestra es una sociedad que trata de alejar la muerte, convertirla en el nuevo tabú. El nuevo tabú ya no es el sexo, sino la muerte. Y creo que esto es verdad. Y que la COVID, en realidad, nos ha llevado a darle la vuelta. Y nos encontramos básicamente, de patas arriba, nos hemos caído en un pozo, y un poco sin puntos de referencia. Y naturalmente es algo que me ha vuelto a la mente muchas veces en este periodo. En realidad, también estas escuelas filosóficas, la mayor parte de estas escuelas filosóficas que exploré, las helenísticas, también nacen en un tiempo de crisis.

Porque el helenismo es un momento de crisis. Es un momento en que el hombre griego pierde su centralidad en la “polis”. Es un momento en que el ciudadano se convierte en súbdito, los confines del mundo se amplían. Cambian muchas cosas. Entonces, es el momento en que florecen estas escuelas. No es casualidad, para mí, que hoy, junto a la desconfianza que existe hacia la filosofía, haya tantas preguntas, tanta curiosidad por la filosofía.
Y entonces, en mi opinión, tratar de afrontar esta crisis haciéndonos preguntas y tratando de repensar de una manera a menudo incluso radical, valiente, pero sobre todo libre, nuestro lugar en el mundo puede ser importante. Y me viene otra cosa en mente, que va ligada a la idea del tiempo que tienen los griegos. Ellos tienen esta idea del tiempo, sí, claro, también una idea del tiempo lineal, aunque son mucho más cercanos a una idea de circularidad del tiempo, porque son una sociedad más antigua que la nuestra, y naturalmente, están más cercanos a esta primerísima idea que nace de la observación de las estaciones que se repiten, de los ciclos de la vida. Pero también tienen una idea que me parece muy interesante y que deberíamos, de alguna forma, tratar de recuperar, que es la idea del «kairós». El «kairós» es una idea cualitativa, no cuantitativa del tiempo, que básicamente nos hace ver el momento como el momento oportuno, el momento justo, el momento de actuar. El «kairós» es esta noción que se aplica de varias maneras en los distintos sectores del saber. Por ejemplo, está el «kairós» para el orador. El orador es el que arenga a las masas y hay un momento en el que sabe que tiene a la audiencia en su mano, y es el momento en el que debe disparar su frase más contundente. Debe ir al punto, debe ir al corazón de su discurso. Pero también existe el «kairós» para el médico, que es el momento de la crisis del paciente, el momento de actuar. Quizás deberíamos tratar de repensar sobre nuestro presente, que se ha dilatado, porque, en cierto modo, se ha comido el futuro. Y las posibilidades de futuro dependen de cómo gestionamos este presente. Tratar de repensarlo en estos términos, en términos de «kairós», es decir, un momento en el que es importante actuar para que mañana sean posibles cosas que habíamos dado por sentadas y que en realidad debemos volver a hacer posibles.

57:43
Serena. Además de los sentimientos, de las emociones, como dices, estamos viviendo en una sociedad fuertemente individualista. ¿Cuál es el valor de la amistad?

57:54

El valor de la amistad, incluso ahora, en tiempo de pandemia, ha sido una gran escuela, desde este punto de vista, en el sentido de que ha reconfigurado todas nuestras relaciones. El tema de la amistad es un tema, en realidad, auténticamente filosófico, en el sentido de que la filosofía antigua se ocupa muchísimo de ella, y luego se pierde un poco. Porque en las éticas deontológicas se pierde. Solo Kant dice algo interesante sobre la amistad, aunque tiene una idea muy desencantada. Sostiene que la amistad perfecta, una amistad ideal, la que indica Aristóteles… Aristóteles indica básicamente tres tipos de amistad. La que está relacionada con la utilidad, que es, dice, sobre todo, la de los ancianos. Los ancianos, que son amigos porque piensan que el otro puede quizás ayudarle, en cierto modo. Puede ser sincera, puede ser paritaria, pero cada uno espera del otro una utilidad. Luego está la amistad ligada al placer, que es sobre todo la de los jóvenes. Es decir, eres amigo de alguien porque te hace hacer cosas que te gusta hacer. Esta también puede ser recíproca. Pero, en todo caso, hay un fin que es externo al bien del amigo.
59:04 Luego hay una tercera forma de amistad, que es la amistad, digamos, más pura, más desinteresada, que es una amistad que encuentra en el bien del amigo su mismo fin. Y es una amistad muy importante, con el fin de aquella construcción de la felicidad como «daimonía». Entonces, este perfeccionamiento de la felicidad como una virtud, tiene mucho que ver con cultivar esta amistad desinteresada, que para Aristóteles es típica del hombre de mediana edad. Entonces, cuando no tienes demasiada prisa para el placer, como cuando eres joven, cuando no tienes demasiado miedo de la vida y de las limitaciones como cuando eres viejo –obviamente esta es su teoría, pero es muy divertido que sea así. Hay mucha verdad, en el sentido de que es cierto que todos tenemos amistades que quizás cultivamos un poco más tendiendo a uno de estos, ¿cómo decirlo? De estos… fines. Y luego están aquellos amigos que tienen en sí mismos el premio de nuestra amistad. Pero Kant sostiene básicamente que es imposible que tenga lugar esta amistad perfecta, esta amistad sin fines externos, pero sí que hay que tenerla como un ideal regulador. Pero yo no estoy muy de acuerdo con esto, porque pienso que en realidad puede existir. Dentro de la amistad que está más marcada por una de estas tendencias, hay algo de otra tendencia. Es muy cierto, por ejemplo, que nosotros tenemos muchísimo esta nueva forma de amistad, que por supuesto Aristóteles no podía conocer, que es la amistad en las redes sociales.

1:00:34

Es una forma de amistad, me parece, que debería ser estudiada, es interesante en muchos aspectos, pero también tiene algo que está cambiando y que tiene mucho que ver con el tema de la admiración, de la emulación y de la búsqueda de aprobación. También con el hecho de conocerse a otro nivel, pero puede ser algo muy prometedor para el futuro, pero debemos tratar de comprender dónde se sitúa exactamente y qué nos da, qué nos aporta. Pero, una vez más, quiero volver a Epicuro y a su noción, que es todavía más amplia que la de Aristóteles. Tiene esta idea de la «philía», que es básicamente algo que significa «amistad», aunque toda la historia de la palabra «philos» y «philía», en griego es muy interesante porque es una palabra que nace tarde.Pero «philos», en un primer momento, en los poetas más arcaicos, también significa «mío»; significa «amigo», pero también significa «mío», es una especie de adjetivo posesivo. Entonces, existe esta idea de que el amigo tiene algo que es tuyo, que es algo que te pertenece y tiene algo que te pertenece. Esta idea, para mí, es muy bonita, y es muy bonita si la vemos en la definición que da Epicuro de la «philía». La «philía» es básicamente un comportamiento, es una actitud. Más allá de la amistad en sí y de por sí, al vínculo entre los amigos, es también un modo, digamos, una forma de generosidad, una mirada abierta y, ¿cómo decirlo? Que prescinde de todas las formas de contabilidad, de contar qué favor haces tú, qué favor recibes, etcétera, con respecto a los otros. Y eso es lo más importante que tenemos en la vida, en el mundo. Es la amistad que cada mañana despierta a todos los hombres de la Tierra. Para mí es una idea muy bonita. La idea de una comunidad.

Filosofía, un modo de estar en el mundo. Ilaria Gaspari, filósofa y escritora
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“La filosofía nos enseña a desear”

Ilaria Gaspari

1:02:26
Serena. Muy potente.

1:02:27
Ilaria Gaspari. Es muy potente, y también muy poética, porque es muy evocadora la manera en que la expresa. Pero, en mi opinión, en un tiempo de crisis, en un tiempo de aislamiento, como era su tiempo y como es el nuestro, pensar en la amistad como una especie de vínculo que de alguna forma corre a través de nosotros, como si fuera una corriente eléctrica, que corre a través de todos nosotros, que estamos vivos y que compartimos este peso pero también este privilegio de la condición humana, para mí es una idea muy bonita, y muy marcada por una forma de generosidad y de filantropía, que creo que deberíamos redescubrir, aunque me parece que el mundo no está yendo exactamente en esta dirección, pero nosotros creemos en ello igualmente.

1:03:15
Serena. Ilaria, para terminar, si tuvieras que escoger una escuela filosófica, ¿cuál escogerías? ¿Y por qué?

1:03:23
Ilaria Gaspari. Bueno, obviamente escogería la escuela epicúrea, como ya habréis comprendido. Atemperada con una pizca de cinismo, ahora te lo explico. Escogería la escuela epicúrea porque pienso que apela a las mejores partes de nosotros, a las cosas, ¿cómo decirlo? Mejores no en un sentido esperanzador, sino en el sentido de que nos desafían a cultivar el hecho de ser humanos, es decir, nuestro privilegio de tener consciencia de vivir, nuestro privilegio, de alguna manera, de poder ser libres. Y nos estimula a hacerlo con una profundidad, con una franqueza, que me parecen sencillamente maravillosas. Nos estimula a hacerlo incluso dándonos cuenta del hecho de que vivimos de nuestros cuerpos, en nuestros cuerpos. Esto también es muy protospinoziano, la idea no es que por una parte somos solo mente y fuerza de voluntad, que es un poco la tendencia del estoicismo, sino que nosotros somos nuestros cuerpos, por tanto somos nuestros deseos, que podemos examinar estos deseos con el fin de modelar nuestra vida en este sentido eudaimónico, creándonos las condiciones para esta felicidad. Sobre todo está esta idea de comunidad, esta idea de felicidad, en el sentido spinoziano, plural, de ser dueños de nuestro destino, de ser dueños de nuestras acciones, de lo que sentimos, de lo que nos concierne, pero en un modo que también está abierto al otro, y no es aislamiento, no es autarquía, en el sentido histórico. Entonces, en mi opinión, ser epicúreo hoy podría ser una buena idea, porque nos lleva a pensar en nuestros deseos como algo que podemos examinar críticamente, de lo que podemos ser conscientes, nos empuja a no ser esclavos de las cosas que nos dan miedo, no dejarnos paralizar por lo que tememos, incluido el temor de no llegar a ser felices. Esto, para mí, es muy sutil. Esto parece algo muy simple, pero en realidad, si lo haces, en el momento en que realmente estés angustiado, estés abrumado… es muy útil. Y es un buen modo de mirar tu propia vida. Entonces, diría con toda seguridad el epicureísmo. Le añadiría una pizca de cinismo, no en el sentido de cinismo, sabes que «cínico» se ha convertido en un adjetivo. Pero en realidad el cinismo nace como imitación del perro, literalmente. Aparte que yo adoro a los perros, aunque esto es abrir otro paréntesis. Pero efectivamente, la idea de observar otra forma de vida, que puede ser la de los perros, para encontrar el punto en el que situarse en el mundo sin ser pasivos con respecto a las imposiciones convencionales.

1:06:39

Para mí es otra cosa muy importante. Es decir, cuestionar lo que hacemos preguntándonos: «¿Esto lo hago porque me han enseñado que debo hacerlo, porque lo hacen todos, lo hago por conformismo?». ¿Adónde lleva el conformismo en un deseo, en un comportamiento, en una postura, en una actitud? Esta, para mí, es una pregunta muy importante que hacerse. Yo me doy cuenta muchas veces de que habría hecho muy bien de seguir haciéndomela, pero a veces, por cansancio, por algún motivo, no me la hago, dejo de hacérmela, y luego me pierdo un poco. Pero en realidad es algo que es muy importante preguntarse. Igual que es importante observar a los perros. Diógenes el Cínico se compara muchas veces con un perro, porque no necesita nada, porque sigue solo impulsos muy simples. Es obvio que no podemos ponernos todos a vivir como perros, sería muy complicado, probablemente nuestro mundo colapsaría. Pero también es cierto que mantener una mirada atenta con respecto a otras formas de vida, no sentirnos tanto como unos privilegiados que deben estar en el centro de todo. Es verdad que tenemos especificidades de nuestra condición humana, de las que nos hacemos cargo, pero también es cierto que no somos mejores que ningún otro animal. Y creo que siempre va bien recordarlo.

1:08:00
Serena. Ilaria, te agradezco muchísimo esta charla. Ha sido realmente muy interesante y enriquecedora. Gracias.

1:08:08
Ilaria Gaspari. Gracias a ti. Para mí ha estado muy bien. Esperemos volver a hacerlo, es muy agradable hablar contigo. Gracias.

1:08:14
Serena. Un placer.