Seis semanas con los filósofos griegos
Ilaria Gaspari
Seis semanas con los filósofos griegos
Ilaria Gaspari
Filósofa y escritora
Creando oportunidades
Consejos filosóficos para la vida
Ilaria Gaspari Filósofa y escritora
Filosofía, un modo de estar en el mundo
Ilaria Gaspari Filósofa y escritora
Ilaria Gaspari
En un momento de crisis personal, la filósofa y escritora Ilaria Gaspari decidió hacer uso de la filosofía antigua como cura de su presente. Tras una ruptura sentimental emprendió un viaje de seis semanas en las que vivió bajo los preceptos de las principales corrientes de pensamiento de la Antigua Grecia. Un experimento existencial que plasma en su libro ‘Seis semanas con filósofos griegos’. “En la semana escéptica no me puse las gafas, lo veía todo un poco borroso, y así desconfiaba de mi propia percepción”, ejemplifica.
Gaspari estudió Filosofía en la Escuela Normal Superior de Pisa y tiene un doctorado por la Universidad de París I Panthéon-Sorbonne. La escritora reclama la filosofía como materia novelable en 'Vita segreta delle emozioni', ‘Etica dell’acquario’ o ‘Ragioni e sentimenti’, un cuento filosófico acerca del amor. Aspira a desterrar el tópico de que la Filosofía nos aleja de la realidad y en su obra analiza las aplicaciones prácticas en temas tan humanos como la ansiedad, la felicidad o la amistad.
Su labor de divulgación se extiende a múltiples colaboraciones en medios italianos y franceses e imparte cursos de escritura creativa en la Scuola Holden. Gaspari reivindica con entusiasmo el conocimiento filosófico: “No solo es necesario seguir enseñándolo, en mi mundo ideal, empezaríamos mucho antes a practicar la filosofía, en la escuela primaria”.
Transcripción
Entonces, este es el sentido original del tiempo libre, en la cultura antigua, que para mí sería realmente importante recuperar. Entonces, el tiempo de la «scholé» es el tiempo en que se mejora uno mismo, pero no porque se persigue un fin concreto, no porque se tiene en mente una meta, una línea que añadir al currículo, o para ganar algo. Es un tiempo de juego libre de tus facultades intelectuales, en el que tú te mejoras a ti mismo. Por tanto, estas escuelas antiguas son lugares en los que se realiza el tiempo de la «scholé». Pero por desgracia hay que decir que muchas de estas escuelas estaban cerradas a las mujeres y a los esclavos, pero no todas, porque hay excepciones. Por ejemplo, está la escuela pitagórica, que es la más antigua, que es una escuela muy fascinante, digamos, en cierto sentido era un poco sectaria, así que no la retomaría tal cual. Pero digamos que tiene esta idea de la iniciación, una escuela casi mistérica, en cierto sentido podemos decir que Pitágoras era casi como un mago. Pero enseña a sus discípulos matemáticas, pero también un modo de estar en el mundo, qué comer, qué no comer, digamos, tomarse estas cosas con sabiduría, como se dice. Pero justo la idea de un maestro que te enseña a pensar, es decir, a encontrar tu lugar en el mundo, para mí es una idea que podemos retomar, sin caer en los excesos pitagóricos. Otra escuela que era abierta a las mujeres, y también a los esclavos, esto es revolucionario, es la escuela epicúrea, que quizás es mi favorita, y es la escuela que retomaría hoy. La escuela epicúrea, llamada «el jardín», en realidad era más un huerto que un jardín, porque los epicúreos se cultivaban sus verduras, porque ellos iban mucho contracorriente, eran muy revolucionarios. Y tenían esta idea de deber sobrevivir y una idea de, ¿cómo decirlo?, de cubrir las necesidades esenciales, para no encontrarse nunca a la merced de la vida, de los aspectos más despiadados y ligados a la fortuna y la suerte. Esto para mí también es muy bonito, la idea de ser dueños del propio destino construyéndolo en esta relación de comunidad con otras personas. La escuela epicúrea era una escuela muy orientada a la libertad, al análisis de los deseos, al… Hay muchos temas de los que podemos hablar todavía hoy, de la amistad, de no dejarnos chantajear por nuestros propios miedos, es decir, enseñanzas muy valiosas también hoy día. Pero para mí, de la idea de escuela, lo que podemos recuperar sobre todo es la idea de un lugar donde ser libres para convertirnos en nosotros mismos. Haciéndolo en total libertad, desvinculados de la idea de deber sacar partido de ello. Y esto para mí es una cosa que hoy es valiosísima, porque vivimos en una sociedad muy performativa, que nos impone ser… dar mucho, mostrar, ser más que los otros, nos hace muy competitivos. Mientras que la idea antigua de la escuela es una idea comunitaria y desinteresada, de mejoramiento desinteresado.
Yo misma, yo he estudiado Filosofía, con todo el mundo diciéndome: «Estás loca, ¿qué haces? No vas a trabajar nunca», estas cosas. «No sirve para nada, es algo inútil». Y es un lugar común, la idea de que la filosofía es completamente ajena a las cosas de la vida, está desconectada de las cosas de la vida. Algo común, pero equivocado, en mi opinión. Pero es muy difuso. Esta historia de Tales, en efecto, la cuenta, es decir, es narrada por Platón en boca de Sócrates, en un diálogo, en el «Teeteto», cuando Sócrates ya había muerto. Sócrates fue condenado a muerte por sus conciudadanos. Él, un filósofo tan impopular, con sus preguntas, con sus intentos de hacer razonar a los jóvenes, hasta que fue acusado de corromperlos, fue acusado de impiedad, fue llevado a juicio, condenado y terminó bebiendo cicuta.
Digo esto para decir que esta idea del filósofo impopular, que es curioso que esta historia tan famosa sobre Tales sea transmitida por boca de Sócrates, un filósofo condenado por haber sido filósofo, al fin y al cabo, es algo muy significativo en cuanto al aspecto, digamos, impopular que tiene la filosofía. Pero esta moneda tiene otra cara. Hay otra historia que cuenta Aristóteles, también referida a Tales y que demuestra cómo el filósofo, viendo las cosas desde una perspectiva distinta, una perspectiva que no es la que está a disposición de los otros, porque él consigue darle la vuelta y ver, leer algo que las otras personas no ven, porque no tienen el método, porque no tienen las preguntas adecuadas para comprender lo que él llega a comprender, demuestra que el filósofo ve más lejos. Y es esta historia, la historia de los trujales, las prensas de aceituna. Al parecer, Tales, a fuerza de mirar el cielo cayó en el pozo, pero consiguió prever que cierto año habría una cosecha abundantísima de aceitunas. ¿Y qué hace aquel año? Él, del que todos se burlaban, que decían: «¿Pero qué haces?», alquila todos los trujales de la región. Entonces, cuando se hace realidad su previsión, hay efectivamente una cosecha de aceitunas muy abundante, todos quieren hacer aceite, pero deben realquilar los trujales a Tales, que gana muchísimo dinero. Pero en mi opinión esta historia es importante porque nos muestra cómo la mirada que te da la filosofía, es decir, su filosofía, en este caso es la búsqueda de las causas, el hecho de que él escrutó el cielo y, antes que los otros, comprendió qué era lo que regulaba los fenómenos naturales. Obviamente hablamos de un tiempo en el que las ciencias están mucho menos separadas que en el nuestro. Pero esta idea de la mirada del filósofo que llega a ver algo que los otros no consiguen ver, en mi opinión es muy importante. Y es algo que hoy deberíamos tratar de recuperar quitándole un poco el polvo a la palabra «filosofía», a la idea de la filosofía, y tratando de hacerla vivir. Y hacerla vivir, para mí, significa precisamente enseñarla, hacerla y practicarla en las escuelas. No solamente enseñar su historia, que es muy fascinante, sino más bien como práctica, como mirada al mundo.
“La filosofía es una cura”
Y yo, mientras me los llevaba, pensaba: «Realmente soy estúpida desaprovechando toda esta sabiduría. En este momento, en el que necesito maestros, necesito respuestas, ¿por qué no trato de autoeducarme, fingiendo que me inscribo en una escuela de filosofía?». Y lo hice. Pero lo que hice fue hacer un experimento sobre mí misma, porque me interesaba ver adónde llegaría, sometiéndome a esta prueba.
Y entonces viví… Hice esto: una semana estudiaba, una semana vivía según aquella escuela, tomaba apuntes y luego pasaba a la escuela siguiente. Luego, con todos aquellos apuntes, nació el libro. Pero las cosas que cuento en el libro son todas ciertas, en el sentido de que vienen justamente de mi diario, excepto alguna pequeña ficción literaria en la última semana, en la que cuento que adopté un perro, cosa que hice después, pero entonces solo lo imaginé. Pero, por el resto, realmente apliqué a mi vida cotidiana estos preceptos. Por ejemplo, en la semana pitagórica, debía aplicar preceptos metafóricos. Porque la escuela de Pitágoras es una escuela, como decía antes, muy cercana a la religión, en realidad, a una forma de religión muy ritualizada, y tiene mucho esta idea de la metempsicosis, de la reencarnación. Entonces, ¿cómo se aplica esto en nuestra vida cotidiana? Se aplica, por ejemplo, en tratar de no dejar rastro, que es un tema muy actual, porque en realidad nosotros hoy vivimos en un mundo en el que nuestro rastro, nuestra huella humana, está modificando, está creando incluso riesgos. Entonces, la idea de dejar el menor rastro posible está muy enlazada con el discurso ecológico de hoy, el hecho de tratar de ensuciar, de contaminar lo menos posible. Existen reglas que son claramente metáforas, pero que, en realidad, en nuestra vida cotidiana nos ayudan a, ¿cómo decirlo?, también a ver el modo en que podemos ser dueños del espacio que ocupamos. Por ejemplo, una regla que dice que no hay que recorrer los caminos principales, sino encontrar los caminos secundarios. Es una bella metáfora, para mí, por la idea de una búsqueda.
Exacto, sin conformarnos con la idea común de que el mejor camino es el camino más corto o el más frecuentado. Un ejemplo es este. Luego viví una semana en la escuela eleática, que fue la segunda. Muy ardua, porque me obligó a reflexionar sobre nuestra relación con el tiempo, que era una cosa, en mi opinión, sobre la que nunca nos paramos a reflexionar, pero que condiciona todas nuestras vidas.
Y ahí me paré mucho a reflexionar sobre el hecho de que estamos acostumbrados a medir nuestra eficiencia de los resultados que obtenemos, y sobre cómo las cosas van según nuestras expectativas. Cuando, en cambio, muchas veces sería mucho más importante imaginarnos como la flecha que Zenón, el discípulo de Parménides, imagina inmóvil en todo momento, mientras se dirige a su objetivo. Inmóvil a cada momento ¿qué significa?, significa que nuestro yo es como si estuviera hecho de muchos pequeños yos que cambian, y que a cada momento tienen sus razones y sus causas para estar de una determinada manera. Entonces, esta manera de verlo fue terapéutica, tras el final de una historia. Tratar de mirar retrospectivamente las cosas que yo llamaba errores, como cosas que yo simplemente había vivido porque en aquel momento estaba en aquel estado.
Luego vino la semana escéptica, en la que me entrené en no ver de manera clara. No me puse las gafas, lo veía todo un poco borroso, y me acostumbraba a desconfiar de mi percepción y a pensar que a veces podía ponerla entre paréntesis. Que una cosa cierta para mí podía no ser cierta para los otros. Ten en cuenta que luego llegó la Covid, con toda esta exacerbación, con los conflictos, los contrastes, la radicalización de las posiciones. En fin, el escepticismo me ayudó a tener una actitud mental en las varias confrontaciones en las redes en las que me encontré metida, naturalmente. Luego fui estoica, y también esto, retrospectivamente, me fue útil. Es decir, la idea de aceptar lo que no puedes cambiar, concentrar tus energías en lo que depende de ti. Es una idea de Epicteto, una idea antigua.Hoy nos suena casi como un consejo de autoayuda. En cambio, si uno reflexiona sobre esto, es un criterio muy duro, incluso muy difícil de aplicar. Distinguir las cosas de nuestra vida en base a estas dos categorías es algo muy radical, que realmente cambia la visión que tenemos del mundo, pero también cambia nuestro modo de estar en él. Luego fui epicúrea, mi semana favorita, luego hablaremos de ello.
Y finalmente fui cínica. La semana cínica con Diógenes de Sínope, que es este filósofo extraordinario, una especie de punk, filósofo punk, un Sócrates punk, que básicamente enseña a las personas, proporciona a las personas, de una forma un poco brusca –los episodios de su vida son muy divertidos, pero también muy instructivos– a no conformarse con las convenciones. Luego me di cuenta de lo convencional, desesperadamente convencional, que era mi modo de estar en el mundo. Fue muy liberador aplicar esta visión. Entonces, cada vez era como una perspectiva diferente que destacaba cosas en las que yo caía, también soluciones ventajosas, también costumbres que habían perdido un poco su significado pero que se habían convertido en parte de mí, se habían incrustado en mí.
Y esto para mí es muy interesante, y es una advertencia que deberíamos tener en mente cuando estudiamos filosofía. Es decir, la idea de que en el momento en que nos dirigimos a la filosofía, nos estamos, en cierto sentido, autorizando a encontrar otras vías de salida que no sean las que nos hacen esclavos del miedo. Estamos encontrando, estamos imaginando modos de ver la realidad, por los que nunca debemos permanecer pasivos con respecto a las vivencias que nos trae el mundo. Y esto, en mi opinión, es bastante revolucionario; es revolucionario porque significa que el pensamiento tiene algo que nos libera, que nos hace más libres, que nos hace más independientes, nos hace más activos. Y aquí puedo citarte a Spinoza, que tiene mucho esta idea de la potencia del hombre. La potencia significa convertirse en dueño del tejido de causas y de efectos que estructuran tu vida. En este sentido Spinoza dice: «Nos hacemos más perfectos en el júbilo, en el júbilo del conocimiento». La alegría es, para Spinoza, un movimiento de ascensión hacia un grado más intenso de existencia. Y nosotros estamos más alegres cuando más nos liberamos de los miedos. Y con este sentido, para mí, la terapia filosófica es una terapia del júbilo, no en el sentido de euforia, de estar muy exaltados y superficiales, sino en el sentido de comprender las cosas con aquel tipo de profundidad que nos permite, comprendiéndonos a nosotros mismos, comprendiendo a los otros, comprendiendo el mundo, tratando de ser lo más activos posible al crearnos esta comprensión, nos permite ser libres.
Hay que vivir la filosofía como práctica, como mirada al mundo
Porque nosotros tenemos, una ética, digamos, deontológica, una ética del deber. En cambio, en Grecia tienen una ética eudemonista, una ética de la felicidad. Para los griegos la felicidad es una virtud, y en este sentido el sabio es feliz.
¿Pero qué es, entonces, esta felicidad? Está claro que hay dos nociones de felicidad que se están enfrentando. Por un lado, nuestra felicidad, digamos, puntuable, nuestra felicidad fotogénica, nuestra felicidad como un momento en que arrancamos todo este gris de la existencia, y por el otro la felicidad de los antiguos, que, ¿cómo decirlo?, se concilia con la idea del sabio, se concilia con la idea de la sabiduría, se concilia con la idea del saber más. El punto de conjunción está en Sócrates, un personaje extremamente… Que yo aprecio muchísimo, porque también es un personaje literario, en los diálogos de Platón aparece como personaje. ¿Y qué hace Sócrates? En un momento dado, es llevado a juicio por sus conciudadanos, porque molestaba con su filosofar, con su modo mayéutico de filosofar. Es decir, parar a la gente por la calle y hacerle preguntas hasta hacerlas razonar, hacerles parir la verdad. «Mayéutico» significa justamente que trabaja como una comadrona, que era el oficio, por cierto, de la madre de Sócrates, al parecer. Entonces, Sócrates es sometido a juicio y no tendría ninguna dificultad para ser absuelto, porque le bastaría con pedir disculpas, hacer que sus hijos fueran al tribunal a lloriquear un poco, le pondrían una multa y saldría del embrollo. En cambio, decide hacer un discurso que se ha hecho famosísimo, porque lo inmortalizó Platón en la ‘Apología de Sócrates’. Obviamente no sabemos si dijo exactamente aquellas cosas, es probable que no, pero no importa, porque, en realidad, con respecto a estos filósofos antiguos, que también son maestros de vida, también es importante el testimonio que queda en sus discípulos, más allá del realismo de este testimonio. Si se creó en un cierto modo indica que iba en dirección de una cierta enseñanza. Y él básicamente hace este discurso en el que dice: «De acuerdo, me habéis llevado a juicio, pero yo no tengo nada que reprocharme. ¿Por qué? Porque jamás he disgustado a mi ‘daimón’». ¿Qué es el ‘daimón’?
Es esta vocecita –yo la oí por primera vez en mi infancia– la vocecita que me advierte, me ha advertido siempre en mi vida, cada vez que he estado a punto de tomar una decisión en la que me traicionaba. Entonces, ¿qué tiene que ver esto con la felicidad? En griego, felicidad se dice «eúdaimonía», es decir, tener un buen ‘daimón’. ¿Qué significa?, que la noción que tenían ellos de la felicidad tiene que ver con el hecho de que esta vocecita interna que nos advierte cuando estamos haciendo algo que no va con nosotros, cuando nos estamos traicionando, está satisfecha. No se está lamentando, no está protestando.
Por tanto, la idea de que sernos fieles a nosotros mismos, construirnos un recorrido vital parecido a lo que somos realmente, es la felicidad como virtud. Ahora bien, esta es una idea bastante revolucionaria para nosotros, porque no nos da la idea consumista de la felicidad como algo que consumir, mostrar y superar, sino que nos da la idea de la felicidad como un recorrido, como un proyecto. Como algo que presupone el deber conocernos, porque esta voz del ‘daimón’ obviamente la oiremos más clara si nos conocemos más. Y para el griego antiguo el conocimiento de uno mismo es importantísimo. Es la frase esculpida en el templo de Apolo en Delfos, «conócete a ti mismo». Entonces, está esta idea del conocernos, que obviamente no es un proceso de individualismo. Es algo que tiene que ver con conocer a los otros, con reconocerse en los otros…, tiene un aspecto social también muy importante. Y este proceso es un proceso de libertad y de liberación.
36:23 Poros sería una especie de personificación de la divinidad de la astucia, en el sentido de la adquisición, la capacidad de adquirir cosas. Adquirir, no en el sentido monetario, sino en el sentido de conseguirlas. Penia, en cambio, es la pobreza, es la carencia. Y durante una fiesta, un banquete de celebración por el nacimiento de Venus, Poros se emborrachó, y Penia, que no había sido invitada a la fiesta, se durmió con él. Se durmió, como se dice en los mitos griegos en el sentido de que se acuestan juntos, y conciben este hijo, que es Eros, que, por tanto, nace, por un lado, de un padre que sabe conseguir las cosas, y de una madre a la que le faltan las cosas. ¿Y qué dice Sócrates? Dice: «Eros es filósofo, porque él sabe que no sabe». El famoso saber que no se sabe socrático está relacionado con el erotismo del conocimiento, y por tanto a este impulso realmente erótico hacia querer conocer, hacia querer perseguir la sabiduría. Y todo lo que nos falta, en realidad, nos genera un deseo. Por lo tanto, el eros, el deseo que reside en el amor, es algo que nace de la carencia y que se posa en el vacío de lo que nos falta. Entonces, esto ya me parece una enseñanza bastante propia de aquella época. Por lo tanto, la filosofía nos enseña a desear, en el sentido de que nos enseña que nosotros deseamos aquello de lo que tenemos una carencia. Nos enseña a mantener este espacio abierto para el deseo. Y luego, naturalmente, todos los filósofos han discutido sobre el amor, tratando de construir sus teorías. Ahora, en realidad, a mí me gusta muchísimo una cosa que nos enseña, no un filósofo antiguo, sino, digamos, una especie de epicúreo moderno, que es Spinoza, el filósofo de mi corazón, sobre el amor. Él dice que el amor, él, prácticamente, en su ‘Ética’, él escribe este libro, ‘Ética’, en el que crea una teoría de todo. Desde la naturaleza, que es una personificación de Dios en el sentido de que él es un panteísta. Es decir que él ve, en cierto modo, una identificación profunda entre la inmanencia y la trascendencia. Ahora no quiero utilizar un lenguaje complejo, pero, básicamente, para él, la naturaleza y la divinidad son una sola cosa, son la misma cosa.
Porque son una especie de conexión perfecta de causas y de efectos que dan lugar a todo aquello que existe, es decir, la sustancia, básicamente. Y en el interior de esta sustancia de la que nosotros somos los modos, nosotros somos las expresiones de esta sustancia, él construye también una teoría del hombre. Una teoría del hombre que es una teoría muy interesante también a nivel psicológico porque él examina todos los afectos, todas las emociones que nosotros sentimos, y las pasiones, respecto a las cuales somos pasivos. Pero lo que dice Spinoza, él da definiciones de todas las emociones, a las que nosotros llamamos sentimientos, ¿no? Y sobre el amor dice es una forma de júbilo, es decir, un tránsito de menor a mayor perfección, aquello que decíamos antes. Un tránsito de un nivel de existencia menos intenso a uno más intenso. Esto significa que tú, cuando amas, estás viviendo un tránsito a un mayor nivel de realidad. Que el hecho de amar te vuelve más arraigado a la realidad, más libre, en cierto modo. Pero esta forma de júbilo es una forma de júbilo que se realiza solo en concomitancia con la presencia de una causa externa. Entonces, significa que tú no puedes amar si no tienes a quien amar. Ya sea una idea, o ya sea una presencia real, debe haber otro término. Y debe haber esta presencia como algo externo a ti. En mi opinión, aquí tenemos realmente una tensión bellísima, que nos dice qué es el amor, retomando el discurso del deseo como algo que se desarrolla en un vacío. El hecho de que nosotros…, ten en cuenta que además para Spinoza el deseo es la misma esencia del hombre, también es muy importante. Entonces el amor es algo que nos hace esperar una mayor perfección. En el momento en el que percibimos esta causa externa, esta persona externa a nosotros, y que nos genera este tipo de tensión, este tipo de impulso hacia su ser externo a nosotros. Esto nos dice mucho, porque nos dice que nosotros, aunque, naturalmente, todos, cuando amamos, tendemos a querer acaparar a la otra persona, a no querer dejarla ir, a querer convertirnos en una sola cosa, como en el mito de los andróginos, en realidad no podemos hacerlo. Porque es el ser externo de la otra persona lo que permite a nuestro deseo, lo que permite a nuestra tensión, que nuestra alegría crezca, en este sentido de aumento de perfección. Esto, en mi opinión, es algo que es muy difícil de aceptar, con respecto al amor, y es causa de gran sufrimiento amoroso, porque todos sufrimos por esto, por el hecho de que no podemos fundirnos. Pero esta es una explicación filosófica de este fenómeno que para mí refleja muchísimas otras cosas que nos suceden en el amor. Y otra frase que me gusta mucho, otra imagen del amor que me gusta mucho, en realidad viene de un filósofo que nunca dirías que haya escrito algo interesante sobre el amor, que es Theodor Adorno. Él, crítico de la industria cultural, gran filósofo, ¿cómo decirlo? Muy comprometido, muy polémico, también, extremamente interesante. Aunque no lo asociarías inmediatamente al tema del amor, él escribió esto sobre el amor, que es algo que yo pienso siempre en el momento en que me pongo a reflexionar sobre qué es en realidad el amor. La frase es esta, dice, básicamente: “Solo con quien te ama te puedes mostrar débil sin provocar una reacción de fuerza”. Esto me parece que hace un poco de contrapeso con la idea de permanecer externo. Es cierto que es necesaria, la distancia. Es cierto que es necesaria y además hay una frase bellísima, de Simone Weil, que desarrolla posteriormente este punto spinoziano diciendo que amar significa consentir la distancia y quererla, y adorarla, esto para mí también es muy interesante. Pero, más allá de esta distancia, dentro del amor, tú estás protegido por tu misma debilidad. Y es algo, en mi opinión, muy bonito, que pienso que, ¿cómo decirlo? Puede funcionar como criterio para comprender cuándo una relación no está yendo en buena dirección.
“El pensamiento nos libera, nos hace más libres e independientes”
Y la reacción es muy interesante, sobre todo la de Spinoza, porque ¿qué hace él?, dice: «No, no debemos pensar a la fuerza que lo que sentimos debe ser al 100% una pasión, de manera obligatoria. Hay algo que nos hace pasivos, solo porque nos llega del cuerpo». Él se inventa esta idea de los afectos, es decir, de modos a través de los cuales podemos conocer emocionalmente el mundo. Él dice: «En realidad, incluso las cosas que sentimos, que se imprimen en nuestro cuerpo, en realidad, en el momento en que conseguimos construir una idea adecuada sobre ellas, aumentan nuestro conocimiento del mundo». Para mí es una bella alternativa a la idea estoica, sobre todo, de tener que cerrarse, de tener que ser autosuficientes con respecto al mundo, y por tanto del sabio que no debe sentir nada. En realidad hay un conocimiento afectivo, un conocimiento emotivo, que las neurociencias están probando, además, en este momento, lo útiles e importantes que son en este tipo de conocimientos, y es una riqueza, la que nos viene justamente de lo que sentimos a nivel epidérmico, del mundo. Y en este sentido, también la ansiedad, también el miedo, es decir, las emociones que consideramos negativas, pueden darnos una ayuda, para conocer el mundo, y para conocernos a nosotros mismos, en el momento en que tratamos, no de apagarlas, a través de razonamientos, diciéndonos: «No, no debo sentirla», etcétera, de una forma puramente racional, sino tratando de entablar un discurso emotivo, es decir, de hablar su mismo lenguaje en el momento en que las sentimos. Obviamente, el miedo sería una pasión triste para Spinoza. Pero es una pasión triste en el momento en que no conseguimos ver sus causas, y la sufrimos, simplemente. En el momento en que tratamos de mirarla, digamos, «vis à vis», en el momento en que tratamos de descifrarla, ya puede enseñarnos algo. Y en este sentido volvemos a Aristóteles. Aristóteles dice una cosa que me parece muy bonita, a propósito del coraje. Dice que el coraje no es no tener miedo, no es no haber tenido nunca miedo, sino reconocer el miedo y afrontarlo. Y esto, en mi opinión, es una de las cosas que podemos llevarnos como bagaje filosófico ante el miedo. El miedo es una reacción ancestral, es una reacción que viene de manera natural de la necesidad de conservación de la especie. Hay cosas que nos dan miedo, porque aprendemos desde pequeños instintivamente que son cosas que para nosotros son peligrosas. Pero al mismo tiempo darnos cuenta de los miedos que viven dentro de nosotros, que se estructuran dentro de nosotros, tomando forma a través de las palabras, del modo en que nos las contamos, de nuestra imaginación, etcétera, también es una manera de familiarizarnos con el hecho de que, siendo humanos, a la fuerza siempre tendremos miedo de algo,
y tratar de descifrarlas, comprender por qué algo nos da miedo, y qué podemos hacer para afrontar aquel miedo y para evitar que nos paralice. Aquí volvemos a Epicuro. Evitar ser esclavos, evitar ser chantajeados, y evitar permanecer paralizados por estos miedos. La ansiedad es una forma concreta de miedo. Me parece muy interesante en el sentido de que es un tema, una emoción extremamente contemporánea, aunque siempre haya existido. En mi libro, en un momento dado cito un discurso sobre el primer monólogo en escena de la ‘Electra’ de Sófocles, estamos yendo muy atrás. ¿Qué hace Electra? Entra en escena y cuenta con mucho detalle los síntomas de la ansiedad: insomnio, taquicardia, sentirse descompuesto, tan increíble, con una precisión realmente clínica. ¿Y qué le pasa? Que el coro le contesta, y le contesta lo que siempre se responde a quien sufre de ansiedad: «Basta, déjalo correr, no es tan grave, cálmate, eres solo tú que lo vives, eres solo tú quien ve el problema». Es lo que siempre tienen que oír todos los que sufren de ansiedad. ¿Qué es la ansiedad? La ansiedad en la práctica se parece al miedo. Tiene la misma sintomatología que el miedo. Solo que, mientras el miedo tiene un objeto identificado e identificable, la ansiedad no tiene este objeto. Entonces, cuando sentimos ansiedad –yo siento ansiedad a menudo, así que la conozco muy bien–, cuando sufrimos ansiedad tenemos la misma reacción física que tenemos cuando nos asustamos, solo que no conseguimos identificar la fuente de esta reacción. Y eso es lo que hace tan insidiosa la ansiedad. Y es por esto que en la historia, y además es muy fascinante, la historia de la ansiedad, porque se mezcla con la historia de los remedios para la ansiedad, que son de lo más fantasiosos, como comer nueces porque tienen la misma forma que el cerebro, o subirse a un columpio usar opioides, opiáceos, varias cosas. Hay muchas soluciones que tienen que ver con la idea de tratar de adormecerla, hacer que se calle. ¿Por qué? Porque naturalmente la ansiedad nace y se traduce en una hiperactividad imaginativa. Porque quien sufre de ansiedad, al no conseguir identificar la fuente, como si oyeras un ruido, un rumor inquietante que oyes pero no consigues identificar su origen. Entonces, lo ves venir de todos lados, lo oyes venir de todos lados. Imaginas que viene de todas partes. Y esta hiperactividad va muy ligada a la ansiedad, al hecho de que tú, en el momento en que no consigues identificar la causa del miedo, lo encuentras en todas partes, lo ves en todas partes, la esparces por todos lados y sobre toda tu experiencia. Y es por esto que quien sufre ansiedad se siente constantemente bajo amenaza, porque la amenaza viene de todos lados y sobre todo viene de dentro de la persona. Con respecto a esto, en mi opinión, la actitud adecuada es sin duda intentar afrontarla. Como dice Aristóteles en cuanto al coraje, hay que tratar de ser valiente también con respecto a la ansiedad. Saber que el hecho de sentirla es lo que nos pone en condición de poder afrontarla. Pero al mismo tiempo es muy difícil, justamente porque es difícil identificar su causa. Entonces, mi idea siempre es que la ansiedad es una pregunta. Que tenemos que tratar de comprender qué está enmascarando. Porque la causa… porque en realidad la ansiedad es miedo, y lo es indudablemente. Y por tanto, es probable que aunque no la veamos inmediatamente, quizás es solo un impedimento de nuestra mirada en ese momento, que nos provoca confusión y que nos hace imaginar que este miedo viene de todos lados. Hay que tratar de deconstruirla poco a poco, tratando de hacerlo no a fin de minimizarla, como hace el coro con la pobre Electra, sino tratando de escuchar cuáles pueden ser sus posibles causas, y poco a poco identificar cuál es el origen principal, sin duda es la mejor manera de combatir la ansiedad. Dicho esto, es muy difícil luchar contra ella, pero siempre podemos consolarnos con las palabras de Kierkegaard, que dice que básicamente quien vive sin ansiedad está privado de espíritu. Por tanto, digamos que la ansiedad es una señal que nos indica que estamos viviendo. También es una condición que reside en nuestra conciencia de existir, que naturalmente es algo muy bonito, vertiginoso, pero también muy difícil de soportar.
Porque el helenismo es un momento de crisis. Es un momento en que el hombre griego pierde su centralidad en la “polis”. Es un momento en que el ciudadano se convierte en súbdito, los confines del mundo se amplían. Cambian muchas cosas. Entonces, es el momento en que florecen estas escuelas. No es casualidad, para mí, que hoy, junto a la desconfianza que existe hacia la filosofía, haya tantas preguntas, tanta curiosidad por la filosofía.
Y entonces, en mi opinión, tratar de afrontar esta crisis haciéndonos preguntas y tratando de repensar de una manera a menudo incluso radical, valiente, pero sobre todo libre, nuestro lugar en el mundo puede ser importante. Y me viene otra cosa en mente, que va ligada a la idea del tiempo que tienen los griegos. Ellos tienen esta idea del tiempo, sí, claro, también una idea del tiempo lineal, aunque son mucho más cercanos a una idea de circularidad del tiempo, porque son una sociedad más antigua que la nuestra, y naturalmente, están más cercanos a esta primerísima idea que nace de la observación de las estaciones que se repiten, de los ciclos de la vida. Pero también tienen una idea que me parece muy interesante y que deberíamos, de alguna forma, tratar de recuperar, que es la idea del «kairós». El «kairós» es una idea cualitativa, no cuantitativa del tiempo, que básicamente nos hace ver el momento como el momento oportuno, el momento justo, el momento de actuar. El «kairós» es esta noción que se aplica de varias maneras en los distintos sectores del saber. Por ejemplo, está el «kairós» para el orador. El orador es el que arenga a las masas y hay un momento en el que sabe que tiene a la audiencia en su mano, y es el momento en el que debe disparar su frase más contundente. Debe ir al punto, debe ir al corazón de su discurso. Pero también existe el «kairós» para el médico, que es el momento de la crisis del paciente, el momento de actuar. Quizás deberíamos tratar de repensar sobre nuestro presente, que se ha dilatado, porque, en cierto modo, se ha comido el futuro. Y las posibilidades de futuro dependen de cómo gestionamos este presente. Tratar de repensarlo en estos términos, en términos de «kairós», es decir, un momento en el que es importante actuar para que mañana sean posibles cosas que habíamos dado por sentadas y que en realidad debemos volver a hacer posibles.
El valor de la amistad, incluso ahora, en tiempo de pandemia, ha sido una gran escuela, desde este punto de vista, en el sentido de que ha reconfigurado todas nuestras relaciones. El tema de la amistad es un tema, en realidad, auténticamente filosófico, en el sentido de que la filosofía antigua se ocupa muchísimo de ella, y luego se pierde un poco. Porque en las éticas deontológicas se pierde. Solo Kant dice algo interesante sobre la amistad, aunque tiene una idea muy desencantada. Sostiene que la amistad perfecta, una amistad ideal, la que indica Aristóteles… Aristóteles indica básicamente tres tipos de amistad. La que está relacionada con la utilidad, que es, dice, sobre todo, la de los ancianos. Los ancianos, que son amigos porque piensan que el otro puede quizás ayudarle, en cierto modo. Puede ser sincera, puede ser paritaria, pero cada uno espera del otro una utilidad. Luego está la amistad ligada al placer, que es sobre todo la de los jóvenes. Es decir, eres amigo de alguien porque te hace hacer cosas que te gusta hacer. Esta también puede ser recíproca. Pero, en todo caso, hay un fin que es externo al bien del amigo.
59:04 Luego hay una tercera forma de amistad, que es la amistad, digamos, más pura, más desinteresada, que es una amistad que encuentra en el bien del amigo su mismo fin. Y es una amistad muy importante, con el fin de aquella construcción de la felicidad como «daimonía». Entonces, este perfeccionamiento de la felicidad como una virtud, tiene mucho que ver con cultivar esta amistad desinteresada, que para Aristóteles es típica del hombre de mediana edad. Entonces, cuando no tienes demasiada prisa para el placer, como cuando eres joven, cuando no tienes demasiado miedo de la vida y de las limitaciones como cuando eres viejo –obviamente esta es su teoría, pero es muy divertido que sea así. Hay mucha verdad, en el sentido de que es cierto que todos tenemos amistades que quizás cultivamos un poco más tendiendo a uno de estos, ¿cómo decirlo? De estos… fines. Y luego están aquellos amigos que tienen en sí mismos el premio de nuestra amistad. Pero Kant sostiene básicamente que es imposible que tenga lugar esta amistad perfecta, esta amistad sin fines externos, pero sí que hay que tenerla como un ideal regulador. Pero yo no estoy muy de acuerdo con esto, porque pienso que en realidad puede existir. Dentro de la amistad que está más marcada por una de estas tendencias, hay algo de otra tendencia. Es muy cierto, por ejemplo, que nosotros tenemos muchísimo esta nueva forma de amistad, que por supuesto Aristóteles no podía conocer, que es la amistad en las redes sociales.
Es una forma de amistad, me parece, que debería ser estudiada, es interesante en muchos aspectos, pero también tiene algo que está cambiando y que tiene mucho que ver con el tema de la admiración, de la emulación y de la búsqueda de aprobación. También con el hecho de conocerse a otro nivel, pero puede ser algo muy prometedor para el futuro, pero debemos tratar de comprender dónde se sitúa exactamente y qué nos da, qué nos aporta. Pero, una vez más, quiero volver a Epicuro y a su noción, que es todavía más amplia que la de Aristóteles. Tiene esta idea de la «philía», que es básicamente algo que significa «amistad», aunque toda la historia de la palabra «philos» y «philía», en griego es muy interesante porque es una palabra que nace tarde.Pero «philos», en un primer momento, en los poetas más arcaicos, también significa «mío»; significa «amigo», pero también significa «mío», es una especie de adjetivo posesivo. Entonces, existe esta idea de que el amigo tiene algo que es tuyo, que es algo que te pertenece y tiene algo que te pertenece. Esta idea, para mí, es muy bonita, y es muy bonita si la vemos en la definición que da Epicuro de la «philía». La «philía» es básicamente un comportamiento, es una actitud. Más allá de la amistad en sí y de por sí, al vínculo entre los amigos, es también un modo, digamos, una forma de generosidad, una mirada abierta y, ¿cómo decirlo? Que prescinde de todas las formas de contabilidad, de contar qué favor haces tú, qué favor recibes, etcétera, con respecto a los otros. Y eso es lo más importante que tenemos en la vida, en el mundo. Es la amistad que cada mañana despierta a todos los hombres de la Tierra. Para mí es una idea muy bonita. La idea de una comunidad.
“La filosofía nos enseña a desear”
Para mí es otra cosa muy importante. Es decir, cuestionar lo que hacemos preguntándonos: «¿Esto lo hago porque me han enseñado que debo hacerlo, porque lo hacen todos, lo hago por conformismo?». ¿Adónde lleva el conformismo en un deseo, en un comportamiento, en una postura, en una actitud? Esta, para mí, es una pregunta muy importante que hacerse. Yo me doy cuenta muchas veces de que habría hecho muy bien de seguir haciéndomela, pero a veces, por cansancio, por algún motivo, no me la hago, dejo de hacérmela, y luego me pierdo un poco. Pero en realidad es algo que es muy importante preguntarse. Igual que es importante observar a los perros. Diógenes el Cínico se compara muchas veces con un perro, porque no necesita nada, porque sigue solo impulsos muy simples. Es obvio que no podemos ponernos todos a vivir como perros, sería muy complicado, probablemente nuestro mundo colapsaría. Pero también es cierto que mantener una mirada atenta con respecto a otras formas de vida, no sentirnos tanto como unos privilegiados que deben estar en el centro de todo. Es verdad que tenemos especificidades de nuestra condición humana, de las que nos hacemos cargo, pero también es cierto que no somos mejores que ningún otro animal. Y creo que siempre va bien recordarlo.