Un elogio a la experiencia
Carl Honoré
Un elogio a la experiencia
Carl Honoré
Escritor y periodista
Creando oportunidades
“En un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder”
Carl Honoré Escritor y periodista
“Estamos corriendo por la vida, en vez de vivirla”
Carl Honoré Escritor y periodista
Carl Honoré
Desde la época romana y las primeras quejas de los ciudadanos por la “tiranía del tiempo” que imponían los relojes de sol, medir minutos y echar a correr ha sido una constante del ser humano. El llamado “gurú anti prisa”, Carl Honoré, es el portavoz del movimiento Slow, que propone ralentizar la vida y reducir las cargas mentales, académicas o laborales para disponer de más tiempo de calidad.
“La ‘deliciosa paradoja de la lentitud’ demuestra que aquellos que ralentizan a través de la meditación, del pensamiento lento, tienen más capacidades para gestionar el mundo rápido que aquellos que nunca pisan el freno. La lentitud es un superpoder en un mundo hiperacelerado”, desarrolla el autor en libros como ‘Bajo presión’, ‘La lentitud como método’ y ‘Elogio de la lentitud’.
Además, Honoré nos explica cómo sacar partido de nuestras vidas más longevas a través de un concepto que ha investigado en su último libro 'Elogio de la experiencia': cómo vivimos la juventud y la vejez en la actualidad; y de qué manera la experiencia puede ayudarnos a tener una vida más plena. Por medio de testimonios muy significativos, el escritor destaca el valor de las vivencias, dignifica el cumplir años y nos enseña a disfrutar de las nuevas etapas de la vida de una forma más saludable: "Cuando eres honesto sobre tu edad te liberas para poder definir tu vida en cualquier edad y etapa”.
Transcripción
Bien, me parece que hay dos conclusiones que podemos sacar de esta noticia. La primera es, obviamente, que el marido en cuestión…, ese tipo tiene que mejorar sus habilidades sexuales, ¿no es cierto? Es un señor que ha estado descansando sobre sus laureles en la cama. Pero la segunda conclusión es la más interesante y la más válida, la más útil para nosotros hoy. Y es que, tanto como a esa mujer distraída por su teléfono, su celular en la cama, a todos nosotros se nos ha olvidado cómo desenchufar, cómo desconectar. Se nos ha olvidado cómo entregarnos plenamente a otra persona. Se nos ha olvidado disfrutar completamente de un momento de la vida. Se nos ha olvidado cómo hacer una cosa a la vez. Se nos ha olvidado cómo desacelerar, cómo ralentizar. Y esto no nos sorprende, porque este es el mundo en el que vivimos. Un mundo donde el botón “avance rápido” quedó atascado. Un mundo obsesionado con la rapidez, con conseguir siempre más y más cosas en menos y menos tiempo. Para muchos de nosotros cada momento del día pasó a ser una carrera contrarreloj. Este es el mundo de la marcación rápida, de la comida rápida, de los encuentros exprés en Tinder, incluso las cosas que son, por su propia naturaleza, lentas, que están diseñadas para que ralenticemos, intentamos acelerarlas también. Cerca de mi casa, en Londres, hay un gimnasio que ahora ofrece un curso nocturno de “speed yoga”, o sea, yoga rápido.
Esto es para para los ejecutivos estresados que quieren saludar al sol y doblarse en la postura del loto, pero quieren hacerlo en cinco minutos en lugar de una hora. Y yo pensaba que el “speed yoga” era la manifestación más absurda de esta cultura de correcaminos, hasta que un amigo mío en Estados Unidos fue invitado a un funeral, una misa fúnebre, o sea, un funeral, sin salir del coche. Y ojalá esto no existiera, pero sí existe: la iglesia coloca el ataúd en la entrada, la gente se acerca en auto y se despide del muerto a través de un cristal. Es como comprar un “big mac” en un McDonalds “drive through”. Estos son ejemplos un poco extremos de esta cultura de la prisa y están bien para echar algunas risas, pero también nos dirigen hacia una situación muy seria. Y es que hoy por hoy estamos tan atrapados en la enloquecida rutina diaria, estamos tan marinados en esta cultura de la velocidad y de la prisa que con mucha frecuencia perdemos de vista el enorme daño que nos está ocasionando toda esta prisa, estimulación, “multitasking”, distracción, impaciencia, velocidad… en todos los aspectos de nuestras vidas. El daño que le hace a nuestra salud y a nuestra dieta, a nuestras relaciones afectivas, familias, comunidades, escuelas…, y también el daño que le hace a nuestra capacidad de trabajar, de innovar, de crear, de pensar, de reflexionar.
“El movimiento Slow significa priorizar la calidad frente a la cantidad”
Estamos corriendo por la vida en lugar de vivirla. Con mucha frecuencia, cuando quedamos atascados en “fast forward”, en avance rápido, se nos hace necesario un “shock”, un llamado de atención, algo que nos haga ser conscientes de que hemos perdido la capacidad de frenarnos, de pisar el freno y que esto nos está haciendo daño. Y para mucha gente esta llamada de atención llega en forma de enfermedad. Un día el cuerpo dice: “No aguanto más este ritmo”, y te toca un infarto, un “burnout”, y no te puedes levantar de la cama. O quizás una relación romántica se hace humo porque nunca tuviste tiempo ni tranquilidad para estar con la otra persona, para escucharla, para apagar tu celular en la cama. Mi llamada de atención llegó cuando empecé a leerle cuentos a mi hijo. En aquella época yo era incapaz de bajar un cambio, de desacelerar. Entonces, entraba en su dormitorio al final del día, me sentaba en su cama con un pie en el suelo y le hacía una lectura dinámica de Blancanieves, saltándome renglones, párrafos, páginas enteras. De hecho, me volví experto en una técnica que yo llamaba “cómo saltar páginas múltiples”. No sé si les suena, pero nunca funciona porque estos chicos conocen los textos de memoria. Entonces mi hijo siempre me pillaba y me decía: “Papá, ¿por qué hay sólo tres enanitos en el cuento esta noche? ¿Qué le pasó al gruñón?”.
Esta situación lamentable siguió hasta que un día oí hablar de un libro llamado ‘Los cuentos para dormir en un minuto’. O sea, ‘Blancanieves’, los cuentos de Hans Christian Andersen o los hermanos Grimm, en 60 segundos. Y al escuchar hablar de eso me dije: “Qué buena idea. Tengo que conseguir ese libro ahora mismo de Amazon, entrega de dron”. Pero gracias a Dios tuve una segunda reacción, que fue muy diferente. Fue como… casi una epifanía. Me dije: “¿Hasta donde he llegado? ¿Realmente tengo tanta prisa que estoy dispuesto a leerle un “soundbite” a mi hijo en lugar de un cuento?”. Y para mí fue un momento de profunda revelación, me di cuenta de que había perdido la brújula, la cabeza, estaba enloquecido, que estaba arruinando mi vida con esta adicción a la prisa. Y en lugar de tirar la toalla, me dije: “Bueno, tengo que hacer algo”. Entonces salí a investigar por el mundo, no solamente mi propia adicción a la velocidad, sino para entender el contexto global, cultural. Y volví con buenas noticias. Y es que hoy por hoy, por todo el planeta, cada vez más y más gente está haciendo lo impensable. Están desacelerando, están ralentizando, en todos los sectores de la vida. Se están dando cuenta de que la creencia generalizada de que los que ralentizan son unos aburridos, estúpidos, infelices, poco modernos, perdedores…, está equivocada. ¿Por qué? Porque ralentizar de forma racional en los momentos oportunos favorece que trabajemos mejor, hagamos mejor el amor, criemos mejor a nuestros hijos, comamos mejor, que vivamos mejor.
Este terremoto de desaceleración que se ve por todo el mundo tiene nombre, se llama “Slow movement”, el movimiento Slow, el movimiento lento. Pero quiero dejar muy claro desde el vamos que cuando hablamos del movimiento Slow, con la S mayúscula, no se trata de hacerlo todo a paso de tortuga. Eso sería absurdo, sería ridículo. Yo no soy ni extremista ni fundamentalista de la lentitud. A mí me encanta la velocidad, me encanta. Vivo en Londres, que es una ciudad de una energía volcánica, y soy amante de Londres, juego a deportes rápidos como el hockey sobre hielo y el squash. Más rápido es mejor, lo sabemos todos. Pero no siempre. Esa es la clave. No es siempre mejor. La filosofía Slow, el credo Slow consiste en hacer las cosas a la velocidad justa o correcta o adecuada para cada momento. Claro, hay momentos para ser rápido, pero hay otros momentos para ir un poco más lento. Y entre estos dos polos hay un abanico infinito de ritmos, de velocidades, de tiempos. Y es una cuestión de jugar, de bailar entre estos dos extremos: “fast, slow”, rápido, lento. En el fondo, el movimiento Slow o el la idea Slow es un estado de ánimo, es casi como una mentalidad, es un cambio de chip. Significa privilegiar la calidad a la cantidad, hacer una cosa a la vez, hacer las cosas con calma, con calidad, a veces con cariño.
Se habla mucho del “mindfulness”, y esta es la de estar presente en el momento, pero en el fondo, para mí, el movimiento Slow significa hacer lo mejor posible, que en el fondo es una idea muy sencilla, pero hiper, hipercontracultural y poderosa, porque te das cuenta de que si llegas a cada momento con este chip cambiado, este chip Slow, tratando de vivir cada momento con ese espíritu, “¿Cómo puedo hacer esto lo mejor posible en lugar de hacerlo lo más rápido posible?”, esto te lo revoluciona, te lo cambia todo. Y por eso, por todo el mundo hay ahora miles de movimientos en todos los ámbitos de la vida usando el “hashtag”, la etiqueta, el nombre Slow. Entonces: la moda Slow, el turismo Slow, la educación Slow, el sexo Slow, la medicina Slow, la arquitectura Slow, todo usando ese lente, ese filtro Slow, para hacer las cosas mejor, disfrutarlas más y vivirlas más plenamente. Incluso, este cambio, este cambio tectónico, se está dando incluso en el ámbito laboral, que es para mí, capaz, el sector más reacio a la mera idea de ralentizar, es como: “No, no podemos en el trabajo”, pero sí.
Hace poco la revista ‘The Economist’ hizo un informe muy grande, y muy amplio, investigando el ritmo en el trabajo de hoy y llegaron a una conclusión que es, en el fondo, un perfecto resumen de la filosofía Slow. Decía, el último párrafo de este informe de ‘The Economist’: “Olvídate de la aceleración frenética. Dominar el reloj del “business” va sobre saber elegir cuándo ser rápido, pero también cuándo ir más lento”. Y ahí está, en muy pocas palabras, la esencia de este cambio, de esta revolución cultural. Porque cuando dominamos esos ritmos, cuando nos movemos entre “slow, fast”, lento, rápido, es en esos momentos en que brotan la magia y la música. Y esto es ‘The Economist’ diciéndonos que la lentitud es importante, no es ninguna revista mensual budista, tampoco una semanal de acupuntura, es la biblia de la gente más ambiciosa, más exitosa, más emprendedora, más rápida del mundo, llegando a la misma conclusión: que la lentitud es un valor positivo, que la paciencia sigue siendo una virtud y que en un mundo adicto a la velocidad y la prisa, la lentitud es un superpoder.
Mirando un poco más la época moderna, creo que la tecnología obviamente tiene su impacto, en la época industrial y mucho más en la época tecnológica de los últimos años, hemos creado herramientas, cosas para hacerlo todo más rápido, y esto nos ha hecho acostumbrarnos un poco a la velocidad. Entonces, estamos en una sociedad, en una vida en la cual con mucha frecuencia hacemos las cosas así, muy rápidamente, con un toque en la pantalla. Creo que eso se ha transmitido un poco a otros ámbitos de la vida, entonces nos ponemos un poco impacientes cuando un ser humano no nos responde a la velocidad de la pantalla. Estar muy ocupado, muy distraído termina siendo casi como un instrumento de negación, es una manera de evitar las grandes preguntas o los problemas más profundos. Entonces, en lugar de preguntarnos o plantearnos las preguntas importantes como: “¿Quién soy?”, “¿Cuál es mi propósito en este mundo?”, “¿Estoy viviendo la vida correcta y adecuada para mí?”, “¿Están bien mis amigos?”…, no, estas preguntas requieren tiempo y profundidad y nos incomodan, también. Es más fácil correr, llenar la agenda de distracción y evitar esas preguntas y simplemente lidiar con las preguntas más sencillas y más simples, como: “¿Dónde están mis llaves?”, “Ando un poco retrasado para la próxima reunión”. Una prueba de esto es que muchos terapeutas dicen que la última etapa antes de un “burnout” es una última explosión de aceleración, como si la persona estuviera intentando escaparse de todos esos problemas que no ha enfrentado hasta ahora, y luego llegas contra la pared y te ves obligado a ralentizar y a ir más lento.
Yo creo que hay otro factor, que es el hecho de que con el tiempo hemos ido forjando un tabú muy fuerte contra la lentitud. Lento es una palabra sucia, es una palabra vergonzosa en esta sociedad, lento es como sinónimo de estúpido, de torpe, de cosas muy negativas. Yo creo que este tabú hace que aun cuando nos morimos de las ganas de pisar el freno, cuando sentimos en los huesos que nos haría bien desacelerar, no lo hagamos. Que no lo hagamos por vergüenza, por culpa, por miedo, por inercia. Y creo que eso explica un poco por qué quedamos atascados en “fast forward”. Que sintamos la necesidad de cambiar el ritmo y que no lo hagamos. De hecho, creo que el tabú es uno de los enemigos principales de ese movimiento Slow. Uno de los objetivos centrales es superar y derrumbar este tabú, romperlo. Esto me lleva un poco a la segunda parte de la respuesta, que es: ¿cuáles son los indicios? Porque la gente siempre dice: “¿Cómo puedo saber que voy demasiado rápido? Tengo la sensación de que sí, pero ¿cuáles son los indicios básicos?”. Yo creo que uno, obviamente, es el cansancio. Estamos llegando a los límites de lo que pueden aguantar el cuerpo, la mente, el alma. Y si estás siempre cansado creo que es un buen indicio de que vas demasiado rápido. Si tienes una sensación, también, de superficialidad, yo creo que eso también es otra indicación, porque creo que es una buena metáfora de todo lo que vamos a hablar hoy.
Y es que rápido suele ser superficial, tocas apenas la superficie de las cosas. En cambio, lento, Slow significa entrar, llegar a la esencia, al núcleo, bucear en el momento, en la cosa. Y yo creo que cuando te das cuenta de que tu vida es más superficial, no te llena, ese puede ser otro indicio. Y un poco vinculado a ese fenómeno están los problemas de memoria, de recordar cosas, porque si vas muy rápido y estás haciendo malabares con cincuenta cosas, no te dejas espacios, momentos para procesar lo que has vivido y experimentado y estás siempre corriendo contrarreloj, no se te pega nada. Así que yo creo que todos tenemos esa experiencia, llegas al final del año, miras hacia atrás y dices: “Dios mío, ¿qué pasó la semana pasada? Ni me acuerdo de lo que cené hace dos días. Me parece que terminé un “box set” de una serie en Netflix, pero la verdad que no me acuerdo cómo terminó”. Es como que yo creo que no es un problema de demencia, se lo aseguro, no es demencia, es un exceso de velocidad. Entonces estos son algunos indicios que pueden ser útiles para detectar que el virus de la prisa está corriendo por tus venas.
Un buen “trader”, por ejemplo, volverá de sus momentos rápidos, en los que tiene que tomar decisiones hiperrápidamente, para reanalizar lo que ha hecho, lo que no le salió, en esos momentos más lentos, para volver a la carga, a la batalla más rápida, con un pensamiento rápido más agudo, más eficaz. Entonces, siempre hay que hacer malabares, pasar del rápido al lento, y las dos cosas se retroalimentan. Y eso me parece más rico, más interesante. En la época de la Revolución Rusa, en 1917, cuando Rusia estaba cambiando a un ritmo frenético, con cambios todos los días, de la noche a la mañana, alguien le preguntó a Boris Pasternak, el autor de Doctor Zhivago y ganador del Premio Nobel, alguien le dijo: “Mira, Boris, se supone que en esta época de muchos cambios muy rápidos, uno tiene que pensar más rápidamente”. Y Pasternak dijo: “No, no, al contrario. En una época de celeridad uno tiene que pensar lentamente”, y yo creo que es una lección, una moraleja muy importante para nosotros, porque es precisamente en los momentos de cambio superrápidos que necesitamos el pensamiento lento. ¿Por qué? Porque es a través del pensamiento lento que logramos entender esos cambios y poder dirigirlos y matizarlos.
El pensamiento lento tiene muchos más niveles de riqueza. El pensamiento lento va de la mano con la creatividad: los estudios, las investigaciones demuestran que cuando el ser humano, sea un chico en el colegio, sea un trabajador en la oficina, un ejecutivo…, cuando estamos en un estado relajado, con calma, sin prisa, el cerebro entra en un modo de pensar más creativo, más matizado, más rico que los psicólogos llaman “slow thinking”, el pensamiento lento. La pista está en el nombre. Y creo que todos ustedes van a reconocer la situación, les lanzo una pregunta y, por favor, simplemente griten la respuesta. No tengan reparos. La pregunta es: ¿cuándo suelen surgir sus mejores ideas?
En la ducha, les aseguro que es la respuesta número uno que recibes a esa pregunta en cualquier foro del mundo. Puedes lanzar la misma pregunta a abogados en Nueva York, a banqueros en Londres, arquitectos en Sídney, chicos de secundaria en Estocolmo y nadie te va a decir: “Mis mejores ideas surgen cuando estoy haciendo malabares con 48 mails o corriendo para cumplir con un ‘deadline’ muy estricto con el jefe o el profesor, o mi mamá empujándome diciéndome: ‘Date prisa, date prisa’”. Al contrario, llegan en esos momentos lentos: en la ducha, dándole un paseo al perro o columpiándose en una hamaca en las vacaciones, en esos momentos lentos. Y ¿cómo podemos cultivar esa lentitud? Obviamente, cambiando nuestra forma de ser, haciendo menos cosas, abriendo espacios y momentos en la vida para poder entrar en ese modo “slow thinking” o pensamiento lento. Pero una de las herramientas más vistas, más comunes en estos días es la meditación, ¿no es cierto? Que hace diez, quince años era visto como algo un poco…, de la nueva era, un poco raro, y ahora pasó a ser algo de todos los días, algo muy cotidiano. Hay programas de meditación desde las empresas más rápidas de Silicon Valley hasta los colegios más humildes de pueblo de España. Porque la meditación funciona. Los estudios lo han mostrado miles de veces, que aumenta la sensación de calma, reduce el estrés, aumenta el bienestar y también la creatividad.
Y de hecho, hay una cosa interesante con la meditación: unos estudios de la Universidad de California, en Los Ángeles, han demostrado que la meditación, con el tiempo, va cambiando la estructura del cerebro, o sea, aumenta la tasa de lo que se llama la “girificación”. ¿Y eso qué significa? Significa que tienes más pliegues en el córtex cerebral, más densidad. Y si tienes más densidad en esa parte del cerebro, ¿sabes lo que puedes hacer? Puedes procesar la información más rápidamente. Y esto nos lleva a lo que yo llamo la deliciosa paradoja de la lentitud: que los que ralentizan a través de la meditación, del pensamiento lento y todas esas cosas, tienen más capacidad para gestionar el mundo rápido que los que nunca pisan el freno, los que están totalmente, constantemente atrapados en “fast forward”. O sea, como decía antes, la lentitud es un superpoder en un mundo hiperacelerado.
Un ejemplo: he hecho un programa de televisión en Australia que se llama, en español sería algo así como “Al rescate de las familias frenéticas”. No sé si ustedes conocen ‘Supernanny’, ¿les suena? Bueno, en este programa yo soy algo así como “slownanny”. Me dan familias hiperaceleradas con agendas cargadísimas, constantemente mirando pantallas, les tengo durante un mes y tengo que ralentizar estas familias. Y una de las cosas que siempre les propongo es que recuperen la cena familiar, ese momento tan eterno, de toda la vida: padres e hijos sentados a la mesa, comiendo juntos, sin celulares, sin distracciones. Y eso tiene un efecto casi mágico a nivel de conexión familiar, pero también en el desarrollo del niño, porque todos los estudios en Estados Unidos, en todo el mundo, demuestran que los chicos que tienen una cena familiar regularmente se desarrollan mejor, tienen mejor salud mental y física, tienen menos tendencia a caer en las drogas, etcétera, y desarrollan también sus habilidades sociales. ¿Por qué? Porque en ese momento tan lento de estar juntos, como nuestros antepasados desde hace siglos, tú tienes que aprender a debatir, a escuchar, a estar en un silencio capaz un poco incómodo, que es lo que es ser un ser humano. Y obviamente, las habilidades sociales son la piedra angular del desarrollo del niño y del éxito, de la felicidad, del bienestar, más tarde. Entonces, recuperar la cena, la comida compartida.
Otro ejemplo que a mí me gusta mucho, que también he usado en el programa de televisión y que uso en mi casa es poner un rompecabezas de quinientas piezas, algo así, en un lugar en la casa, en un sitio común. Nosotros en casa lo ponemos en la mesa de la cocina, y es impresionante el efecto que tiene, porque un rompecabezas es algo que tú no puedes acelerar, no tiene ningún sentido hacer un rompecabezas rápidamente. El placer se encuentra en su lentitud, es casi una práctica, un ritual meditativo y tiene su lado táctil, visual, creativo, pero es muy lento. Y yo lo que he visto en mi familia, y en esta familia también del programa de televisión en Australia, es que el rompecabezas se convierte casi en un santuario, es como un imán de zen, y miembros de la familia se van a sentar ahí, solos a veces, y a veces juntos. Y yo con mi hijo, que ahora tiene casi veintiún años, estuvo en casa esta semana y tenemos justamente un rompecabezas enorme de Londres que es muy difícil, el más difícil de todos. Él es un nativo digital, le encanta, pero nos sentamos ahí horas, hablando y también en silencio. Son esos momentos que definen, que enriquecen y, de hecho, estos son los momentos para toda la vida. Nadie se encuentra en su lecho de muerte mirando hacia atrás, pensando: “Ojalá hubiera pasado más tiempo en Instagram o corriendo de la clase de ballet a la de fútbol”. Son esos momentos lentos. Toca hablar un poco de la tecnología.
Yo no soy ningún ludita, me encantan los aparatos electrónicos, son fantásticos, los tengo todos y mis hijos también, pero todos tienen un botoncito rojo, hay que usar la tecnología con más calma y de manera más equilibrada. Hay un centro de investigaciones donde hicieron un estudio sobre los celulares y el uso de celulares y descubrieron que el usuario promedio de “smartphone” ahora… De hecho, les voy a preguntar a ustedes: ¿cuántas veces piensan ustedes que el usuario promedio de “smartphone” toca el celular, el “smartphone” en un día? Adivinen, ¿cuántas veces? Pensando en su propio uso. Mil, ¿cuántos?
Así que, incluso pensando en el contexto de la familia, cómo ralentizar a la familia, cómo enriquecer la experiencia familiar, creo que una pieza importante en ese rompecabezas, para volver a la misma metáfora, es tener momentos de soledad genuina y absoluta, para recargar las pilas, para reflexionar, para entrar en ese pensamiento lento, porque ese es otro beneficio del pensamiento lento: la reflexión. Vivimos en una sociedad tan obsesionada con la reacción que hemos perdido esa capacidad de reflexión.
La autolesión, problemas de bulimia, anorexia, suicidio, abuso de drogas, etcétera, van aumentando, ¿no es cierto? Y vemos también a la vanguardia de esta generación hiperacelerada que ha crecido en una olla a presión, ahora están saliendo de casa, del nido y lanzándose al mundo, y no pueden. No pueden, no lo pueden hacer porque han pasado toda su niñez siguiendo una agenda sin tiempo para desarrollar esas herramientas mentales, esa resiliencia, esa fuerza interna. Entonces, llegan a la facultad, a la universidad, en primer año y están teniendo problemas emocionales en números récord, es impresionante. Y ya lo hemos visto todo: tú estás caminando por la calle con tu hija de cinco años y ella percibe una mariquita en un rosal y es capaz de pararse delante de la mariquita durante media hora, ¿no es cierto? Bautiza a la mariquita, teje un cuento épico alrededor de la mariquita y si la mariquita pasa a otro rosal la sigue, haciendo ejercicio. Y la ciencia nos está diciendo que en ese momento de puro juego, de exploración a su antojo, a su ritmo, el cerebro de tu hija está en llamas, está construyendo su cerebro de una manera maravillosa, de una manera que ni mil horas de “tutoring”, de ‘Kumon’ o de mil deberes educativos llegarán a tocar nunca.
Pero el problema es que hoy por hoy nosotros vemos ese momento mariquita y nos parece una pérdida de tiempo, pensamos: “No puedes poner un momento mariquita en el currículum para buscar un lugar en Harvard”. Entonces la agarramos de la muñeca, la separamos de la mariquita y le decimos: “Vamos, vamos, que vamos a llegar tarde la clase de ballet”. Para mí la respuesta, la solución a este problema es la lentitud, es el movimiento que se llama “slow parenting”, la parentalidad Slow, un enfoque Slow con respecto a los niños. Y cuando se habla de la filosofía Slow en ese ámbito no se trata de convertir la niñez en una utopía de “no hay nada, nadie hace nada, no hay estructura”. No, porque los chicos necesitan estructura, también competición, presión, estrés. Necesitan todas estas cosas, pero las necesitan en una buena dosis. El problema es que muchos niños y chicos están recibiendo esa parte, digamos la parte “fast” rápida de la ecuación en exceso. Lo que necesitan, más que nada, es el otro lado de la ecuación, el lado más Slow. Necesitan el tiempo y el espacio para explorar el mundo a su ritmo, correr riesgos razonables, fracasar, también, y tener el tiempo para poder analizar el fracaso y aprender de ese momento de fallo.
Necesitan también aburrirse. Hoy por hoy le tenemos miedo al aburrimiento, y en cambio, en toda la historia, cuando un chico le decía a su mamá o su papá: “Me aburro”, era problema del niño. Entonces tu mamá te decía: “Bueno, vete a jugar, búscate un amigo”, usaban esa expresión de toda la vida: “Usa tu imaginación, usa la imaginación”. ¿Qué pasa hoy cuando un chico le dice a su mamá o su papá que se aburre, que está aburrido? El padre se siente culpable: “Dios mío, mi hijo se aburre. Estoy fracasando como mamá, como papá. ¿Dónde está el iPad? ¿Necesitamos otra actividad extracurricular en la agenda?”. No, lo que tienes que hacer en ese momento es dejar que florezca el aburrimiento, porque el aburrimiento es el trampolín hacia la creatividad. Porque precisamente en esos momentos no estructurados, sin reloj, sin agenda, sin evaluación y también sin fotos y video, sin saber lo que viene después, en estos momentos es que los chicos aprenden a pensar, a pensar lentamente, a reflexionar, a usar su imaginación, a sociabilizar, a llevarse bien con sus amigos y también a mirar hacia adentro y conocerse a sí mismos. Entonces eso para mí es como la clave del movimiento Slow en cuanto a los niños.
Otro consejo es decirles a los alumnos que hagan sus apuntes a mano, con un lápiz o lapicera, porque hay estudios muy interesantes que muestran que cuando los chicos hacen sus apuntes en el ordenador no queda la información, el aprendizaje, tan bien, porque pasa tan rápidamente que no tienen que procesar la información. En cambio, cuando uno escribe a mano tiene que hacer una síntesis y eso hace que en el momento haga un aprendizaje. Es otro ejemplo de esa deliciosa paradoja de la lentitud: que adoptas la técnica más lenta para hacer las cosas mejor. Entonces, apuntes a mano, con lápiz.
Porque no solamente vas a destruir tu salud a medio y largo plazo, sino que desde el vamos vas a ser menos eficiente: vas a cometer más errores, serás menos creativo, etcétera, etcétera. Y por eso hay todo un movimiento para abrazar la lentitud en el trabajo. Un ejemplo es reducir las horas laborales. Si uno mira los países que trabajan muchas horas, como muchos países latinos, son muchas horas, pero el nivel de productividad es bajísimo. Y muchas empresas se están dando cuenta de que puedes sacar horas productivas de un empleado, pero hasta cierto punto. Hace poco Microsoft en Japón hizo un experimento: durante un mes pasaron a una semana laboral, de trabajo, de cuatro días. Resultado: la productividad aumentó en cuarenta por ciento haciendo ese recorte. Otro ejemplo de trabajo Slow es la idea de la importancia de hacer pausas, de tomar pausas durante el día laboral, de dejar, como los chicos que necesitan parar, nosotros también en el trabajo necesitamos momentos para dejar la pantalla y dejar el escritorio. Y por eso muchas empresas están instalando salas tranquilas donde los empleados pueden ir a hacer yoga, meditación e incluso echar una siesta. La siesta se está volviendo a poner de moda, y no me refiero a la siesta tradicional de una botella de Rioja y dos horas de sueño. Es algo brillante, pero mejor conservarlo para las vacaciones lentas.
No, me refiero a una siesta más moderna de capaz una botella de agua y luego entre veinte y veinticuatro minutos, como recomienda la NASA en Estados Unidos, para volver fresco por la tarde. Y también con la tecnología, muchas empresas están diciendo basta, los empleados necesitan desconectar. Entonces ahora hay jornadas libres de mail, se les está dando a los empleados el derecho de apagar sus celulares en momentos determinados. Volkswagen modificó sus servidores para que la mayoría de sus empleados no puedan ni enviar y recibir mails fuera de las horas de trabajo. Estos son cambios sísmicos. Mi ejemplo favorito de cómo poner límites de velocidad en la autopista informática vino de un emprendedor muy exitoso en Estados Unidos que conocí hace poco y me dijo: “Carl, hace cinco años yo estaba a punto de morir. Estaba acelerado, nunca dejaba de mirar mi celular y estaba pagando un precio muy alto. Estaba cometiendo errores en el trabajo. Me llevaba mal con mis inversores, mis colegas, mi matrimonio estaba a punto de explotar, tenía problemas de salud…”. Y me dijo: “Mira, me di cuenta que tenía que hacer algo drástico”. Entonces lo que hizo fue que a partir de ese momento empezó, cuando se iba de vacaciones, en Estados Unidos se toman vacaciones muy cortitas, tres, cuatro días, mandaba una respuesta automática a todos los mensajes que le llegaban durante estas vacaciones.
Y el mensaje automático decía: “Gracias por su mail, tengo muchas ganas de colaborar con usted, pero en este momento estoy de vacaciones hasta el próximo, no sé, jueves. Y mientras tanto, durante estas vacaciones no voy a mirar el buzón de entrada, no voy a trabajar sobre el mail. Pero si su mensaje es urgente y usted necesita una respuesta antes del jueves, por favor vuelva a escribir y mandar el mismo mensaje, pero a otra dirección”. Y la dirección que pone es arruina mis vacaciones arroba gmail punto com. ¿Saben lo que me dijo? Me dijo: “En cinco años nadie, nadie me ha escrito nada a este buzón de entrada y en cinco años mi vida se ha transformado. Soy más productivo, me llevo mucho mejor con mis hijos, mi mujer. No he perdido ni un trabajo, ni un contrato. Soy mil veces mejor que antes, simplemente diciendo basta. No. Tengo que ralentizar, poner un límite de velocidad a mi autopista informática”.
Y a mi juicio, ha llegado el momento de dejar de aceptar estas mentiras. Ha llegado el momento de sepultar el culto a la juventud. ¿Por qué? Porque nos hace daño a todos y de muchas maneras. La sola idea de envejecer nos provoca vergüenza, culpa, miedo, asco y mucha negación. Si tú escribes en el motor de búsqueda de Google, “yo miento sobre…”, la respuesta que sale en el tope de la lista no es mi peso, mi altura, mi sueldo, ni siquiera cuánto porno veo. Aunque me imagino que eso debería figurar en el top 5. No, es mi edad. El “edadismo”, la discriminación por edad, el culto a la juventud nos hace sentir tan mal por envejecer que mentimos sobre nuestra edad, mentimos en Tinder, en el trabajo, a nuestros seres queridos, incluso a nosotros mismos. Tengo una amiga que hace poco festejó su cumpleaños número 39…, por cuarta vez. Este culto a la juventud también nos divide, divide a las generaciones en un momento en que necesitamos estar juntos para enfrentar los problemas enormes, épicos que nos enfrentan como seres humanos. Hay toda una biblioteca de estudios que demuestran que el “edadismo”, el tener esa idea tóxica con respecto al envejecimiento, funciona algo así como una profecía autocumplida, o sea, venerar la juventud y denigrar el envejecimiento hace que envejezcas peor, sufriendo más deterioro cognitivo y físico, más demencia e incluso una muerte más temprana.
Y piensen también en todas las puertas sin abrir y todos los caminos sin recorrer, porque una voz, un susurro, nos dice: “Estoy viejo para esto”, ¿no es cierto? Y esa vocecita a mí me jugó una muy mala pasada, que fue un poco la chispa para escribir mi nuevo libro. Estaba jugando en un torneo de hockey en Inglaterra y marqué un golazo que llevó a mi equipo a las semifinales, y estaba en la gloria. Pero, sin embargo, de inmediato descubrí que yo era el jugador más viejo del torneo. Éramos, no sé, 250 y algo jugadores y sabía que era de los más viejos, pero, no sé, esa revelación, el hecho de ser el más viejo…, me paró en seco, me sacudió en lo más íntimo y en mi cabeza se agolparon mil preguntas. “Me veo fuera de lugar aquí”, “La gente se ríe de mí”, “Debería dedicarme a un pasatiempo más acorde a mi edad, como el bingo, quizás”… Pero gracias a Dios no renuncié al hockey. Al contrario, me dediqué a estudiar y a investigar todo este tema, el concepto del envejecimiento y volví con buenas noticias: que hay otra historia que contar sobre el envejecimiento. De hecho, estamos entrando en una época dorada de envejecer, nunca ha sido mejor momento en la historia humana para envejecer. Y además, muchos de los estereotipos que yo también llevaba por dentro acerca del envejecimiento están equivocados.
Y eso es lo más brillante, para mí, de mi investigación, porque yo era un “edadista”, llevaba el culto a la juventud muy profundamente. Y al estudiarlo, investigar y conocer, logré quitarme de encima ese culto a la juventud. Si uno mira las palabras que usamos para hablar de la gente mayor son como: “gruñones”, “tristes”, “maniáticos”…, palabras feas, de tristeza. Pero la realidad es que los seres humanos seguimos lo que se llama “la curva de felicidad” en forma de uve. Empezamos bastante alto en la infancia, vamos descendiendo hasta tocar fondo en la mediana edad y luego recuperamos nuevamente. En muchos países del mundo, el grupo que reporta los niveles de felicidad y autosatisfacción de vida más altos son los de más de 55 años. Otro estereotipo es que la creatividad es de los jóvenes, que la gente mayor es menos creativa. Otra vez incorrecto. Uno puede seguir siendo creativo hasta la tumba. Y hay ciertas formas de creatividad que dependen de dos cosas que solo el envejecimiento nos da: tiempo y experiencia. Es por eso que la historia está repleta de ejemplos maravillosos de creatividad en los últimos capítulos de la vida, desde Miguel Ángel hasta Matisse, de Beethoven a Bach. La artista Louise Bourgeois inventó sus icónicas arañas gigantes a sus 80 años.
En la actualidad, un físico que se llama John Goodenough está reinventando las pilas recargables a sus 97 años. La productividad suele aumentar en los trabajos que dependen de las habilidades sociales. ¿Por qué? Porque nuestra inteligencia social mejora con la edad y también somos mejores a la hora de sopesar múltiples puntos de vista, de ver esos patrones que nos permiten encontrar soluciones. De hecho, unos estudios que han salido últimamente demuestran que los más exitosos, los fundadores de “startups” más exitosos, son los que empiezan más o menos de los 40 años para arriba. Vemos a Mark Zuckerberg y pensamos que ese es el modelo a seguir, pero es un “outlier”, es la minoría. El grupo más exitoso en el mundo de las “startups” es el de la gente más mayor. Ahí tienen tres estereotipos sobre el envejecimiento, todos ellos generalizados, todos ellos sombríos y todos ellos errados.
Bueno, quiero despedirme dándoles un mensaje optimista. En el fondo mi mensaje central es que el cambio siempre es posible. Aunque pueda parecer a veces imposible o impensable, uno puede cambiar, y yo soy, de hecho, la prueba definitiva. Yo era un aficionado al culto a la juventud y también al culto a la velocidad, y he logrado cambiar a través, no solamente de mis investigaciones literarias y científicas, sino gracias a los cambios que he hecho en mi vida. Entonces, si ustedes se sienten solos o sin esperanza, no, tengan esperanza y sean optimistas, porque pueden cambiar el chip y pueden cambiar su vida, transformar su vida. En cuanto a la lentitud, que fue un poco el punto de partida de todo, todo este evento y toda mi experiencia como escritor, etcétera, eso también ha cambiado totalmente. Yo he reconectado con mi tortuga interior y me ha transformado la vida. Sigo disfrutando de la velocidad, pero también he aprendido a tolerar y también a amar la lentitud. Tengo más salud, me siento mucho mejor, tengo más felicidad, disfruto mucho más de vivir, soy más productivo. Pero para mí el beneficio más importante es que mis relaciones sociales son más fuertes porque estoy presente, tengo tiempo para la gente y cuando estoy con alguien estoy ahí en cuerpo y alma.
Y de hecho, la prueba principal está en el cuarto de mis hijos. Cuando logré ralentizar, todo el ritual de leer cuentos cambió totalmente. Empecé a entrar en el dormitorio con los dos pies subidos y leyendo los libros sin saltar páginas, y les puedo asegurar que Blancanieves es mucho más divertido con siete enanitos que con tres. Y tengo que confesar que antes, cuando era un correcaminos total, odiaba leer cuentos porque era lento, no lo soportaba. Era horrible, pero cuando reconecté con mi tortuga interior, el ritual de leer cuentos pasó a ser como un premio. Pasó a ser la cosa a la que esperaba. Cuando mi primer libro, ‘Elogio a la lentitud’ salió, estaba preparándome para hacer una gira de publicidad, de promoción en Estados Unidos. Entonces, la maleta estaba hecha, la puerta estaba abierta y estaba esperando a que llegara el taxi para llevarme a aeropuerto. Y mi hijo bajó la escalera y en la mano llevaba una tarjeta que había hecho. Y en la portada de la tarjeta había puesto una pegatina de Tintín. Ustedes saben, Todos sabemos quién es Tintín. Somos una familia muy de Tintín. Y yo reconocí la pegatina porque un amigo de la familia se la había traído de regalo de la “boutique”, de la tienda de Tintín en Bruselas, en Bélgica, para mi hijo. Y cuando llegó la pegatina a casa, mi hijo dijo: “Es demasiado especial para usarla” y la escondió en un rincón de su dormitorio.
Pero ahí estaba, en la portada de la tarjeta. Abrí la tarjeta y adentro él apenas había escrito: “’Dear daddy’, querido papá, cariños, Benjamin”. Y dije: “Benjamin, qué tarjeta más bonita. Y la pegatina de Tintín, qué honor, sé lo que significa para ti. ¿Es una tarjeta para darme buena suerte en Estados Unidos?”. Me dijo: “No, no es una tarjeta para el mejor cuentacuentos del mundo”. Sí, ese sonido fue mi reacción también. Y me dije: “Guau, esto de ralentizar está funcionando de maravilla”. Pero tengo que confesar que arruiné un poquito el momento con mi siguiente pensamiento. Esto no lo dije en voz alta, gracias a Dios, pero me dije por dentro: “Ay, Benjamín, no pudiste darte más prisa y decirme esto hace seis meses, hubiera podido terminar el libro con esta linda anécdota”. Pero esto no tiene nada que ver con el Slow, así que corramos un tupido velo y rebobinemos a mi primer pensamiento, que fue: “Guau, esto de ralentizar está funcionando de maravilla”. Muchísimas gracias.