“Esta es la historia de un niño que sobrevivió al acoso escolar”
Iñaki Zubizarreta
“Esta es la historia de un niño que sobrevivió al acoso escolar”
Iñaki Zubizarreta
Exjugador de baloncesto
Creando oportunidades
“Es hora de romper la ley del silencio sobre el ‘bullying’”
Iñaki Zubizarreta Exjugador de baloncesto
Iñaki Zubizarreta
Dos metros de altura pueden suponer la diferencia entre un niño que acude tranquilo al colegio y otro que sufre humillaciones, burlas e insultos a diario en su etapa escolar. Bromas de mal gusto que acaban en palizas. Ese fue el caso del exjugador de baloncesto Iñaki Zubizarreta, que con 11 años fue aislado de sus compañeros por una profesora, que temía que pudiera hacer daño a los demás por ser extraordinariamente alto y fuerte, y se negaba a explicarle las dudas académicas “porque no lo iba a entender”. Fuera del aula, Zubizarreta sufrió todo tipo de vejaciones por un grupo de compañeros, que le llevaron a pensar en quitarse la vida. “Yo era un niño muy tímido, muy acomplejado, tenía un montón de miedos. No me aceptaba a mí mismo en un mundo donde no encontraba mi espacio. Y me sentía como si fuese un monstruo”, recuerda.
Afortunadamente pudo desarrollar su talento en el baloncesto, deporte con el que llegó a jugar como profesional en la Liga ACB y se alzó con la Copa del Rey en 1998. Actualmente colabora con la ACB en la campaña “Actuamos Contra el Bullying”, acudiendo a colegios e institutos para impartir charlas de sensibilización entre los más jóvenes, “porque es tan culpable el que acosa como el que lo permite”. Su historia de superación sirve de ejemplo para saber que se puede salir adelante. “Si me reencontrase con el niño que fui le diría que no guarde silencio, que busque ayuda, que no se calle. Os aseguro que hay vida, buena vida, después del acoso escolar, pero siempre con ayuda. Por desgracia, treinta y tantos años después estas historias siguen siendo actualidad y lo que no ha cambiado es romper la ley del silencio”, concluye el deportista.
(Teléfono contra el acoso escolar en España: 900 018 018)
Transcripción
Y sobre todo que ahora está disfrutando la vida como nunca porque después del acoso escolar hay una buena vida, os aseguro que mi ejemplo se puede conseguir porque simplemente soy uno más. La historia comienza cuando yo tenía 11 años. En mi casa, mi padre medía un metro con noventa y ocho. Mi madre, medía un metro con ochenta y dos. Obviamente, si salimos pequeños algo huele mal. No voy a entrar en detalles. Pero ahí me tenéis. Obviamente vosotros que estáis muy vivos, muy atentos, a ver si adivináis quién soy. Efectivamente, el de azul no, era el entrenador. Bueno, ahí tenía 11 años y los chicos que están conmigo, mis compañeros, eran todos de mi edad. Entonces, ¿qué pasaba? Que la gente lo que veía era un tío enorme que se comportaba como un niño, pero realmente era un niño como ellos, con un cuerpo enorme. Ya no solamente fue en el colegio, sino que socialmente hablando, también la gente pensaba que como actuaba como un niño con el tamaño que tenía, la asociación que se hacía era que era retrasado mental. Hasta el punto que, bueno, tuve una profesora muy joven en aquella época. Creo que le vino bastante grande todo este tema y sobre todo que se confundió mucho.
Pero bueno, así como hay profesores que admiro mucho, el trabajo de los profesores… tenéis mi respeto y admiración cuando sois gente vocacional, que estáis dándolo todo por los chavales, que invertís tiempo, que dedicáis vuestra vida en ello. En mi caso, la profesora lo que vio fue, efectivamente, un chaval enorme que, como según ella me faltaba un puntito, lo que hizo fue llevarme al psicólogo del colegio sin el conocimiento ni el consentimiento de mis padres. Ahí me hizo una entrevista este hombre y su diagnóstico fue que yo era retrasado mental porque mis actos no iban en consonancia con mi estatura. Entonces, la profesora lo que hizo, porque según ella por mi tamaño, envergadura y fuerza podía hacer daño a alguien, me castigó todo el curso sin poder salir al recreo, me dejó todo el curso escolar sin poder relacionarme con mis compañeros y directamente empezó ya con la exclusión, la soledad. El silencio. Un niño. Y te empiezas a encontrar solo. La cosa no quedó solo aquí, sino que había un chaval nuevo que había empezado ese curso con nosotros. Era un chaval, un compañero de clase que era bastante incómodo, como que se tenía que hacer ver, empezaban él y dos o tres amigos más que se hizo, porque normalmente el acoso suele ser en grupo. No suele ser un maltrato entre iguales de uno a uno. Muchas veces sin llegar a poner una mano encima, lo más duro es precisamente la exclusión. Te veían y te ponían lo de: «Eres la peste», eras la peste y cuando te veían: «Viene la peste», y todo el mundo se echaba a correr. Te dejaban solo.
Y luego, poco a poco, a medida que fue pasando el tiempo, al no relacionarte con tus compañeros y quedarte en el recreo en clase. Al final somos seres sociales y necesitamos contacto. ¿Qué pasó? Pues que un día, jugando en el parque, estábamos varios chavales jugando. Estaba este chaval también y estaban varios padres cuidándonos, estaban mi madre, el padre de este chaval… Y el comentario que hizo el padre de este chaval en concreto fue… porque claro, todos los chavales me llegaban por aquí, como lo estáis viendo. El comentario fue: «¿Qué hace ese subnormal jugando con mi hijo?». Muchas veces los adultos tenemos que tener muchísimo cuidado en qué decimos o qué inculcamos a nuestros hijos porque, al final, los chavales somos esponjas y copiamos las conductas que hay en casa. Entonces, este hombre al hacer el comentario delante del grupo en el que estaba mi madre, mi madre al ver que era una alusión directa hacia mí, pues… se enfadó, tuvieron una discusión bastante acalorada, pero lejos de acabarse aquí el tema, al día siguiente, cuando volví al colegio me empezaron con la broma, porque muchas veces se empieza con lo que es la broma y el mote fue: Jacobo, cuanto más alto, más bobo.
Estás solo, llega el recreo y cuando te relacionas con los demás, están con la gracia, están con el chiste. «Jacobo, Jacobo. Tonto, tonto, tonto». Al principio te puede hacer gracia, pero después te empiezas a mosquear. Y después de todo esto es «efecto lija», te va lijando, lijando, lijando, lijando hasta que al final te acabas convenciendo de que todo lo que están diciendo es verdad, que realmente eres lo que te están llamando. La autoestima ya se empieza a romper hasta que puede llegar a desaparecer. Encima esto fue tan gracioso que la propia profesora cuando pasaba la lista en clase, en vez de llamarme Iñaki Zubizarreta delante de mis compañeros, me llamaba Jacobo. Llegando al punto de que igual suspendías y con el suspenso iba enseñando el examen uno a uno toda la clase y te humillaba delante de tus compañeros. Y luego en un problema, porque era la profesora de matemáticas, le preguntaba un problema y te respondía delante de todos que ella no tenía tiempo para explicar las cosas a un tonto que no la iba a entender. Esto era constantemente. Sería mucho más fácil si todos interactuáramos de una forma más sana y cuando veamos que hay alguien que lo está pasando mal, muchas veces una mano amiga salva vidas.
Además lo digo de forma literal porque igual al día siguiente, el que está fastidiado eres tú. Y muchas veces esperamos a que alguien venga cuando nosotros no cumplimos. En aquella época estaba en sexto de EGB que sería el equivalente de sexto de primaria actual, y había un grupo de chavales que estaban en tercero de BUP que sería como primero de bachiller, más o menos, yo tenía once años por mucho que fuese muy grande, era un niño igual que ellos. Exactamente igual que ellos. Contra gente de 16 o 17 años no tenía absolutamente nada que hacer. Estos eran los que me perseguían por el colegio. Te empezaban a escupir, te tiraban los libros, te empezaban a pegar collejas. Te humillaban. Esto era una constante. ¿Qué pasa? Yo era un niño muy tímido, muy acomplejado, tenía un montón de miedos. No me he aceptado a mí mismo. Sobre todo en un mundo donde no encontraba mi espacio para nada. Y me sentía como si fuese un monstruo. Y todo lo que me pasaba, o sea, ya asimilas que es como tiene que ser, que te lo mereces. Que todo el mundo vale más que tú y que, con resignación, asumes que la vida tiene que ser así. Y llega un momento en el que, como el efecto bola de nieve, van haciendo cada vez más más gordas y un día se les fue de las manos. Y la broma fue que uno de ellos se fue al baño, se quedó bien a gusto, me cogieron entre todos y allí me humillaron de la forma más salvaje que os podáis imaginar.
No voy a entrar en detalles. Ahí toqué fondo por completo. Ahí lo único que vi fue completa oscuridad. No encuentras motivos para salir, asumes que lo mejor que puedes hacer es quitarte de en medio y que haces un favor, primero ti mismo, luego a tu gente porque te sientes como una basura. Ese fin de semana me despedí de mis padres, me despedí de mi hermano pequeño. En casa las cosas estaban muy difíciles. Yo vivo en Getxo, muy cerquita de Bilbao, primera línea de mar, línea de acantilados, y me fui a la Galea, que es un sitio acantilados que como paisaje es espectacular, los acantilados son francamente de vértigo y me fui a suicidar, me puse así. Y la pregunta era… el dilema, la batalla: «¿Qué hago? Me tiro, no me tiro, me tiro, no me tiro…». Obviamente no me tiré, aquí estamos. Y lo que me dio fuerza primero fue mi familia, porque no me pareció justo para nada que mis padres perdiesen tres hijos en tan poco tiempo y digo tres porque pocos años antes se me murieron dos hermanos el mismo día.
Mi madre con una depresión de caballo. Mi padre tampoco lo supo llevar bien. Los problemas eran tan grandes que mi fallo fue por no preocupar a mis padres, me lo callé y lo llevé en silencio. Y sobre todo mi hermano, mi hermano pequeño, que era testigo de todo lo que estaba pasando, es tres años más joven que yo, yo tenía 11, él tenía 8, que se lo paso fatal porque la impotencia que tenía de no poder defenderme fue brutal, pero no me pareció justo el dejarle solo y me aferré a ellos, pero vamos con uñas y dientes. Aparte de esto, apareció un deporte maravilloso para mí, que fue la herramienta que me ayudó a salir de todo esto, que se llama baloncesto, en el cual encontré las herramientas para poder salir adelante. Lo primero que me dio fue reconocimiento. Con reconocimiento no me refiero a la popularidad, sino al hecho de formar parte de un equipo. Que adquieres unos compromisos en cuanto a entrenamientos, partidos… Ya te llaman, pues para entrenar, o para partidos, o para lo que sea y ya no estás solo. Me dio una identidad, primero como jugador porque no tenía otra cosa, porque como persona no me encontraba, no sabía dónde estaba, estaba completamente perdido. Y con mucho sacrificio, con mucho esfuerzo, he conseguido cumplir mis sueños. He podido disfrutar del deporte y me ha dado muchísimas cosas. También te priva de otras. No es todo…
Pero desde luego que ha merecido la pena. Luego, en el camino, conoces a gente superinteresante. Pero son momentos, son regalos de vida el poder compartir esos momentos con gente especial que normalmente son anónima, que los superhéroes no necesitan salir en televisión. Gente que te da unas lecciones de vida, pero espectaculares. Tengo recuerdo de un niño, Toni Sánchez. Enfermo de leucemia. Estaba en la Unidad de Oncología en el Hospital Clínico Universitario de Valencia. Tuve la oportunidad de conocer al niño, el niño tenía cinco o seis años cuando nos conocimos. Creo que cinco, iba pelado de la quimioterapia y cuando entré en la habitación, de repente vió a un bicharraco que ocupa toda la puerta, yo, y se quedó así, y digo: «Iñaki Zubizarreta, reacciona, reacciona, me acerco y le digo: «¿Quién te ha dado permiso para copiarme el corte de pelo?». Y hace: «Ahí va, es verdad», me senté al lado suyo, me toca la cabeza y hubo una conexión espectacular. Cuando podía, en función del calendario y todo el ritmo de competición que es una locura, pues me acercaba al hospital, estaba con él, estaba con otros niños y ves cómo se enfrentan a la vida, cómo se agarran, niños que saben que está mal, que te regalan esa sonrisa, esa mirada. Y dije: «¿De qué me estoy quejando?».
Me acuerdo del último día que lo vi. Fue el último partido que jugué en el Valencia. Ya me confirmaron que no contaban conmigo y que mi época en Valencia se acababa, pues cosas del deporte, que es así, y les invité a toda la familia, al niño con la hermana y los padres a ver el partido. Y me acuerdo que el niño vino con una camiseta que le regalé yo en su día. Lo que no caí fue en la talla, más que nada porque una camiseta para mí hace falta una carpa de circo, más o menos para hacer la mitad. Pero la madre cose muy bien, le hizo unos remiendos y el niño apareció con la equipación ya le había salido pelo. Me quedé donde se habían sentado en las gradas y una de las cosas que también hacía era que cuando nos daban algo para tirar al público y yo en vez de tirar al público, pues me quedaba con los chavales que estaban al pie de pista, que normalmente estaban en silla. Nos dieron unos balones para tirar al público, yo cogí los seis balones, se los di a los chavales que estaban pie de pista, uno por uno, me salté todo el protocolo, subí por la escalera, me fui donde el niño y le fui a dar el balón en mano. Cuando terminó el partido estuve con los padres, estuve con el peque, todo iba muy bien. Yo me despedí de ellos. Y a las tres semanas más o menos me llama la madre para darme la noticia de que el niño había fallecido.
Y esta mujer, María Dolores, con la pérdida del hijo, todavía tienen el valor de llamarme por teléfono y lo último que me dijo fue: «Gracias por haber hecho feliz a mi hijo». Para mí eso es uno de los mayores regalos que me ha dado el baloncesto. Lo que no he hecho nunca, jamás, rendirme. Es una de las cosas que me dice mi hermano, una de las cosas por los que me admira es, precisamente, porque no me rindo jamás. Siempre hay algo positivo, siempre hay algo para sumar. Hace falta la suma de voces. Hay que romper el silencio. Muchas veces el hecho de denunciar que el término los jóvenes los soléis tener bastante confuso, qué es denunciar y qué es chivar. Es una de las maniobras o los instrumentos que suelen utilizar los mediocres, los que necesitan humillar a alguien para sentirse importantes. El hecho que si tú denuncias algo o que alguien lo esté pasando mal: «No, es que eres un chivato», no eres un valiente que estás denunciando. Hace falta valentía. Tanto el que lo está sufriendo como el que lo ve, que no nos podemos quedar de brazos cruzados. Tenemos que romper la ley del silencio. El silencio puede ser letal. Es durísimo, lo aseguro.
Allí en el acantilado para mí fue un punto de inflexión superimportante en mi vida porque me hice una promesa a mí mismo, que fue que jamás iba a volver a permitir que absolutamente nada ni nadie me humillase ni una sola vez más, y tampoco iba a permitir que absolutamente nadie lo estuviese pasando mal si veía algo. Que muchas veces no hace falta, insisto, llegar a la violencia física, sino lo que es la exclusión, que te quedes solo, es una de las formas de acoso más durísimas que hay. Esto no lo he estudiado, lo he vivido, yo lo transmito como lo vivió el niño que habéis visto antes. Del acoso escolar se sale. Se puede salir y hay muy buena vida. Nosotros los adultos somos los que tenemos que a4yudar a los chavales. Hay que darles un área de seguridad. Tenemos que dar amparo sin tener que exponerlos. Y aquí la responsabilidad recae tanto en el que lo hace como en el que lo permite, el acosador pasivo. Y no os cuento nada ya con los teléfonos móviles que sacamos al vídeo o sacamos la foto, le damos al botoncito y ya está en todo el mundo.
Lo que más eché de menos en aquella época, precisamente, fue voces, que la gente actuase, de todo el colegio solamente había dos chavales que me defendían, que eran de COU, sería de segundo de bachiller actual. Y obviamente no estaban siempre, pero cuando veían algo me defendían. Me han defendido muchas veces. Hoy por hoy con estos dos, más que una relación de amistad, tengo una relación de hermandad y los adoro y seguimos teniendo un contacto espectacular muchos años después. Me pasó con 11 años, tengo 47 y el vínculo no es que se mantiene, sino que cada vez más fuerte. Los adoro, la verdad es que los adoro. Después de todo esto, obviamente había que volver al colegio. Y no te estaban esperando aplaudiendo. Te estaban esperando: «A ver qué hacemos». Y estos chavales en cuanto pudieron siguieron con lo suyo, me cogieron y me empezaron a pegar, y fue la primera vez en mi vida que tuve la capacidad para defenderme. Ellos eran bastantes más. Entonces vino uno de estos, me metió un sopapo en la cara, me defendí, me cogió y le metí un puñetazo. Le dejé todos los morros sangrando. Ellos eran muchos más, me cogieron entre todos, me llevaron a un apartado del colegio y me dieron una paliza que me reventaron la cabeza y la cara a patadas. Hasta el punto de que cuando llegué a casa perdí el conocimiento y desperté dos días después en el hospital, en la UVI, que había estado dos días en coma.
Desde aquel día, en el orbicular del ojo, aquí, tengo el hueso roto, se toca perfectamente. Los labios por dentro están reventados y la imagen que tengo es en el hospital. Mi hermano cuando me vio no me reconoció, diciendo: «Ese no es mi hermano, ese no es mi hermano». Y cuando pude abrir los ojos y vi un poquito, no me reconocía. Es una historia más que se sigue repitiendo. Por desgracia, treinta y tantos años después estas historias siguen siendo actualidad y lo que no ha cambiado en este tiempo precisamente es romper la ley del silencio. Hace falta un cambio. Hace falta un cambio ya. Está en nosotros. He estado mucho tiempo anclado en la rabia, en el odio, en el rencor. Es muy fácil caer ahí y es muy atractivo. Y he pensado en hacer auténticas barbaridades. Pero llega un día que, por lo que sea, te cambia el chip. La fortaleza de la persona no reside ni en lo grande que seas, ni lo fuerte que estés, ni en las tortas que puedas pegar. La fortaleza de la persona reside en la capacidad que tengas para adaptarte rápido y bien a las nuevas circunstancias. Y con los años, desde luego, lo he aprendido y se me da bastante bien. Todos tenemos nuestras circunstancias. Todos tenemos nuestros aprendizajes. Lo que sí que he aprendido con el tiempo es a disfrutar de lo bueno, y de lo malo, aprender.
Porque si no se hacen bien las preguntas, es muy fácil que acabemos consumidos, hundidos en un pozo. Después de hacer todo el trabajo del acoso, haciendo ya toda la limpieza y decir: «Ahora esto lo hemos pasado», pues hay que dar un paso más, porque actualmente estamos haciendo una campaña con la ACB, con la primera división de baloncesto, la campaña Actuamos Contra el Bullying, que estamos haciendo la campaña por todo el país. Chavales que nos han venido y te dicen que gracias a ti no se han suicidado, ya son muchos. Muchos. Solamente por esto es que no podemos parar, hasta que el cuerpo aguante. No sé lo que aguantará, pero intentaremos que sea lo máximo posible. Y sumando momentos, salvando vidas, además literal. Intentando, cada día, no dejar nada pendiente con nadie cercano por si acaso. Ese es uno de los deberes que hago todos los días y, sobre todo, que cuando vamos a la cama, de esto puedo hablar por mi hermano y por mí, cuando se termina la jornada de tener la satisfacción de que nuestros padres, que ya no están, se sienten orgullosos de lo que estamos haciendo. Muchísimas gracias.
Es una pregunta que me hacen muy a menudo, pero lo que no se tiene es perspectiva. Me explico, yo tenía 11 años, vale que medía metro ochenta, pero tenía 11 años. ¿Bien? Contra gente de 16 o 17, y además en grupo, ¿me podía defender? Al final era un niño que estaba solo. No te fijes en el tamaño, quédate con el niño. Que por mucho que fuese muy grande, era un niño. Otra cosa es que me vengan ahora, que bueno, que te doy los «buenos días». Además con una sonrisa así: «Por majo, plas, plas. Venga, campeón, a tu casa».
Y sobre todo, por encima de esto, hay patrones de familias que están muy desestructuradas, otras que lo intentan hacer bien, ahí ni entro ni voy a entrar… pero sí creo que es importante que alrededor de los hijos haya un espacio de seguridad en el cual se compartan las inquietudes, las dudas, las preocupaciones, las alegrías… Que haya comunicación, que haya diálogo, que haya confianza. Y repito, un poco también tener la capacidad de empatizar con los críos y ver las cosas desde el punto de vista del niño, no del adulto. Y más que estar en una casa, es formar un hogar. Con sus responsabilidades, con sus competencias. Que todos sean una parte activa de la familia. Pero, sobre todo, estaos atentos a los cambios y, por favor, dedicadles el tiempo que necesitan.
Me voy emocionado hoy. Una pasada. Ha sido un regalazo estar aquí con vosotros. Chicos, no os calléis, buscad una salida buena, sea el deporte o sea la música, sea lo que sea, pero sumad. Si queréis que os vengan cosas buenas, poned vosotros las cosas buenas. Al final vais a recibir lo que vais a sembrar. Y otra cosa, procurad no repetir los errores de vuestros mayores. Que no sirva para que, como a mí me han hecho esto, ahora lo voy a hacer yo, sino coged la parte positiva. A mí toda la gente que me ha hecho cosas, lo que me ha enseñado es a no ser como ellos. Y vosotros tenéis la capacidad para hacerlo. Cambia la vida por completo. Está en vuestras manos, está en nuestras manos. ¡Basta ya! Trátame con respeto.