El valor ancestral del cuento
Rodrigo Fresán
El valor ancestral del cuento
Rodrigo Fresán
Escritor
Creando oportunidades
¿Cómo se hace un escritor?
Rodrigo Fresán Escritor
Rodrigo Fresán
“Me recuerdo, entre los cuatro o cuatro años y medio, sabiendo que iba a ser escritor, pero no sabiendo leer ni escribir”. Para Rodrigo Fresán nunca hubo plan B porque siempre soñó con escribir, más que con ser escritor. ¿Su receta? Leer con fervor, buena música de fondo y debajo de todo eso: un deseo de solitud. “Hay una cosa muy atávica y primitiva, que incluso antecede a todo el tema literario, y que es que me gusta estar solo. El leer y el escribir siguen siendo una de las pocas formas respetables de la soledad para segundos y terceros sin que piensen que te estás volviendo loco. Si dices ‘estoy leyendo, estoy escribiendo’, todavía te dejan un poco en paz”, reflexiona.
Fresán no tuvo la conciencia de hacerse escritor porque sentía que era parte de su destino, y su historia se fue acomodando o desacomodando para que no pudiera hacer otra cosa que refugiarse en los libros durante su infancia y adolescencia. Épocas en las que conoció todo tipo de mundos a través de la lectura, que de otra manera no hubieran llegado para transformarle. Un camino que considera indispensable para conocer las motivaciones que hay detrás del proceso narrativo de una historia, en el que se encuentran los tres movimientos principales de todo escritor: inventar, soñar y recordar, y del que nació su trilogía ‘La parte inventada’, ‘La parte soñada’ y ‘La parte recordada’.
Periodista, traductor y escritor, pone en valor el papel ancestral del cuento como herramienta terapéutica y social de los seres humanos: “La literatura no es una ciencia exacta, es una vocación infantil en la que hay que divertirse”. Autor de novelas de ficción, actualmente es considerado uno de los escritores contemporáneos más prometedores destacando obras como ‘Vidas de santos’, ‘La velocidad de las cosas’ o ‘El fondo del cielo’ entre sus publicaciones.
Transcripción
No sé si saben quién es. Es un editor que nació aquí, en Galicia, y empezó su carrera profesional en Argentina, en Buenos Aires. Fue el editor de ‘Rayuela’, de Julio Cortázar, y de ‘Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez. Y además dirigió una colección de ciencia ficción y fantasía que se llama Minotauro, muy, muy conocida, donde está ‘El Señor de los Anillos’, Ray Bradbury… Todos esos libros yo los tenía muy, muy presentes durante mi infancia, durante mi formación, o deformación. Y bueno, y aquí estoy. Espero vuestras preguntas y espero poder responderlas.
Cuando uno empieza a leer, por ejemplo, las primeras lecturas que tiene uno son de identificación plena con el protagonista: o te cae bien el protagonista o te cae mal, y no hay más. No hay mucho más que eso, el grado de identificación que puedas llegar a desarrollar. Luego hay una segunda instancia, que para mí fue muy asombrosa en su momento. Yo leía… Yo soy de una generación, y ya tengo una cierta edad, donde los libros que yo leía de niño eran los mismos que habían leído mis abuelos. No había un gran cambio. Ahora todos los libros para jóvenes… hay una cantidad de títulos de últimas generaciones a los que yo ya no tuve acceso. Pero me sorprendió mucho. Me recuerdo leyendo ‘Los tres mosqueteros’ o ‘Sandokán’, de Alejandro Dumas o de Emilio Salgari, y descubrir que esos personajes aparecían en otros libros, que se podía seguir leyendo y te podías volver a encontrar con esos personajes. La tercera instancia es cuando empiezas a darte cuenta de cómo está construida una historia. Cuando incluso hay un cierto afán por anticiparte a lo que va a suceder. Y, cuando aciertas, sientes como una especie de satisfacción, que para mí es una satisfacción relativa, porque si lo adivinas, claramente, también te pierdes la sorpresa. Pero bueno, es un riesgo que hay que asumir.
La siguiente instancia ya es una preocupación mucho más calificada y especializada, que es empezar a interesarte por quién escribió todo eso. O sea, a quién se le ocurrió todo eso, cómo se le ocurrió, por qué, en qué circunstancias, etcétera, etcétera, etcétera. Y la última instancia, que no es obligatoria ya… Como lector, no hay por qué acceder a eso, ni hay ninguna obligación. Pero si ya quieres ser escritor, o piensas ser escritor, es tal vez la más interesante de todas, y es la preocupación por el estilo. Empezar a darte cuenta de qué es el estilo de un determinado escritor comparado con el estilo de otro determinado escritor. La manera en que se puede contar una historia, las maneras diferentes en que se pueden contar unas historias sin por eso cambiar la trama. Todo eso te va… Y entonces, finalmente, hay un momento donde con una cierta inconsciencia, o soberbia, o desvergüenza, o audacia, te dices a ti mismo: «Cómo me gustaría provocar en alguien esto que provocaron en mí al leerlo». Y te zambulles en la piscina. Te puedes ahogar, ¿no? Hay que saber nadar y hay que… Y es una cuestión de práctica, etcétera, etcétera, etcétera. Pero es un poco así, en mi experiencia.
Que lo que yo acabo de decir no tiene por qué ser una receta universal, porque supongo que hay gente que… Hay escritores, por ejemplo, grandes escritores que publicaron su primer libro a los 80 años. O el único libro a los 80 años, ‘El Gatopardo’. Hay ejemplos de escritores tardíos formidables. Pero generalmente es una vocación bastante infantil, en el mejor sentido de la palabra. Y cuando digo infantil, no me refiero simplemente a la edad biológica de quien accede a esa vocación, o quien la reclama para sí. Es un juego. Hay que divertirse. Si no te diviertes escribiendo, no tiene mucho sentido. Cada vez me gusta menos ser escritor y cada vez me gusta más escribir. Por «ser escritor» me refiero a todas las obligaciones alrededor de la figura del escritor. Y también hay escritores que han hecho del pasarla mal escribiendo una estética, que sufren mucho y están todo el tiempo anticipando el fin del mundo. Pero a mí básicamente me gusta. Escribo porque la paso bien.
Entre las personas que van a ver a un mago, generalmente, hay dos tipologías. Está el que está como mirando, a ver el truco, a ver si descubre la cosa en la manga y el hilo que baja, el que está muy interesado en descubrir el truco detrás de la magia. Y está el otro tipo de persona que va a un espectáculo de magia, que se pone así y dice: «Bueno, deslúmbrame. No me interesa saber cómo lo haces o cómo lo consigues, sino el efecto que va a causar en mí de maravilla». Esa persona, básicamente, intenta mantener la ilusión y pensar que la magia es posible, que tal vez esta persona que está delante de uno tiene poderes. A mí, en ese sentido… Si bien conozco a amigos escritores que no se sientan a escribir hasta que tienen clara hasta la última coma, y tienen como mapas en la pared, y las vidas de los personajes, y cómo se cruzan, etcétera, etcétera, etcétera, yo soy mucho más intuitivo. Me gusta mucho conservar, en mi tarea como escritor, mi parte lectora, en tanto leerme a mí mismo y sorprenderme con lo que va a ocurrir. Por ejemplo, a mí, las mejores ideas o las mejores soluciones para mis libros, cuando estoy en algún punto muerto o no se me ocurre algo, no se me ocurren frente al ordenador, escribiendo, o ni siquiera caminando por una playa, con una capa, con el viento, diciendo «¡eureka, lo he encontrado!», sino lavando los platos.
Siempre, cuando estoy con algún problema así de… Me gusta lavar los platos, además, lo aclaro. Pero no sé si es el calor sobre las manos o qué… pero es mientras estoy lavando los platos. Y hace poco leí, y me sorprendió mucho, que a Agatha Christie le pasaba lo mismo. O sea, que ni siquiera soy yo el único. Yo pensaba que era como un ‘freak’ en ese sentido, pero a Agatha Christie, que además, la literatura de Agatha Christie requiere de soluciones y de precisiones mucho más científicas y milimétricas a la hora de contar lo criminal, también parece que lavando los platos se le solucionaba mucho. En ese sentido, también a mí me gustan mucho los… Mis escritores favoritos son esos escritores cuyos libros transcurren siempre dentro de una cabeza. ‘En busca del tiempo perdido’, de Marcel Proust, probablemente sea el ejemplo más claro, pero hay muchos otros. Yo no soy un escritor tanto de trama externa o mecánica, en el buen sentido de la palabra, sino más como de libre fluir de conciencia y dejarme llevar un poco y a ver adónde voy a parar. Tengo, sí, unos lineamientos básicos que conviene tenerlos. Una cosa que hago siempre es, incluso antes de empezar a escribir un libro, escribo la última línea. Y, generalmente, resulta ser esa. Aunque no tenga muy claro el argumento del libro, escribo el último párrafo, las últimas tres líneas o algo por el estilo, porque de algún modo es como ver la luz, es como la luz al final del túnel.
También es posible que… Uno siempre dice: «Vi la luz al final del túnel». Pero hay ocasiones en que la luz al final del túnel es un tren que viene en dirección contraria. Hay que tener cuidado con la luz al final del túnel. Pero es un lugar adonde llegar, como un ancla. Y también para mí es muy importante tener el título antes. Y los epígrafes, mis libros tienen muchos epígrafes. Seguramente es una influencia de… Los epígrafes son estas citas de otros escritores al principio de los libros o de los capítulos. Seguramente sea influencia del ‘Moby Dick’ de Herman Melville, que es uno de mis libros más apreciados y más releídos, que tiene como 18 páginas de epígrafes. Tiene como una especie de construcción. Y me gusta que los epígrafes, de algún modo, aunque no son míos ni frases mías, acaben contando la historia completa de mi libro. Pero bueno, volviendo un poco a lo que decías… La literatura no es una ciencia exacta, afortunadamente, o por lo menos yo la encaro de ese modo. Es una ciencia inexacta. Y entonces también, cuando me hacen una pregunta como la que me acabas de hacer, en realidad intento no contestarla, porque tengo miedo de, contestándola, darme cuenta de algo de lo que no debería haberme dado cuenta, porque también hay como un temor supersticioso allí de… Cuando tienes algo demasiado claro ya no te sirve, ¿no? Entonces también yo creo que es bastante saludable mantenerse en una cierta atmósfera un poco claroscuro crepuscular, no bien iluminada y encontrarte las cosas.
Uno de mis escritores favoritos, que es el ruso Vladímir Nabókov, decía que la palabra «realidad» debía escribirse siempre entre comillas, como relativizándola. Y decía una cosa que es muy interesante y con la que estoy de acuerdo. Decía que la realidad, tal como la entendemos, es una suerte de pacto consensuado entre todos para no volvernos locos. O sea que el día, la noche, el auto… Esto es una silla, ¿no? Si yo pregunto qué es esto, todos me van a decir que es una silla, pero lo que decía Nabókov es que esta misma silla, para alguien con problemas de columna, es una cosa completamente diferente. Para alguien a quien los pies no le llegan al suelo, la silla es otra cosa. Para un carpintero, la visión que va a tener de esta silla de madera va a ser completamente diferente de la de alguien que solo la usa para sentarse. O sea, que toda la realidad es pasible, o puede ser formada o deformada según el ojo del que la ve. Yo nací en Argentina, un país de Latinoamérica, a la que, en un momento dado, literariamente, se la entendió como un continente exportador de algo llamado realismo mágico. Argentina quedó un poco separada de ese movimiento, afortunadamente para mí. Pero yo siempre digo que lo que yo practico no es realismo mágico, sino irrealismo lógico, que es como la contraparte, en el sentido de que el realismo mágico se supone que es la realidad a la que se le bordan pequeños datos de magia.
Y yo lo que escribo es al revés, es una irrealidad absoluta en el sentido de que me gusta más la abstracción que lo figurativo, a lo que voy insertando datos de la realidad que me sirven para que eso no se venga abajo. A mí me sorprende mucho encontrarme a veces con gente que me dice, incluso con orgullo: «Yo no he leído un libro en mi vida». Y la verdad es que me quedo bastante sorprendido. No por decir «¡ah, qué bruto, qué tonto!», sino porque me pregunto cómo será la vida de esa persona. Leyendo, básicamente, tienes acceso a una cantidad de vidas alternativas que de otra manera no vas a poder tener. Cuando hablaba recién de ‘Moby Dick’… O sea, yo tengo 59 años, pero yo a los 14 años ya sabía que no me iba a enrolar en un buque ballenero con un capitán loco e iba a salir en busca de una ballena blanca. Pero puedes hacerlo leyendo esa novela. Y eso con todos los libros. Puedes ir al planeta Marte, puedes enamorarte, puedes desenamorarte, puedes morirte, puedes resucitar… Yo me pregunto a veces cómo será la vida de toda esa gente que no solo no lee, sino que dice que no le interesa o no se arriesga siquiera a que le interese. Si lo piensas en términos materiales, leer es muy barato. Es muy económico. Puedes ser socio de una biblioteca. Los libros, el valor del costo material de los libros, dentro de todo, no es… Cuesta mucho menos que un teléfono móvil. Si tienes teléfono móvil, también puedes leer ahí. Yo no lo recomiendo, no lo hice nunca. Pero me sorprende mucho la idea de gente que diga: «Renuncio a esto». Porque si yo renunciase a eso, la verdad es que me quedaría con la cuarta parte de mi vida, nada más.
Con el tema del cuento y la novela es… Yo no hago muchos distingos. Ya no me preocupa decir si estoy haciendo un cuento o una novela. De un tiempo a esta parte hago más novelas que cuentos. Empecé escribiendo cuentos. Generalmente se empieza escribiendo cuentos o poemas. Yo nunca intenté escribir un poema, jamás, por esto que decía. Solo una vez, en un relato, necesitaba que un personaje compusiera un poema y que fuera el peor poema posible. Entonces me puse como ejercicio escribir el poema. Creo que se llamaba ‘Raffaella Carrà y la mitología de la fiesta’, una cosa así. Y lo escribí pensando que era el peor poema posible, porque eso era lo que yo necesitaba. Y se lo mostré a un amigo mío poeta, que es Roberto Bolaño, un escritor chileno, y lo leyó y me dijo: «Es lo mejor que has escrito nunca». Y yo me quedé completamente pasmado. Y ya no quise saber nada, porque estaba escrito muy mal a propósito, para mí. Por eso la poesía para mí es un territorio muy… como una jungla, no me gusta adentrarme demasiado. La aprecio, la celebro. La ‘Divina Comedia’ de Dante me parece que… rima, ¿no? La ‘Divina Comedia’ me parece genial. Pero es una cosa que está más allá de mis capacidades en todo sentido. Con el cuento y la novela se da una cosa muy interesante, viniendo de Argentina y de Buenos Aires donde, a diferencia de los otros países de Latinoamérica, y de España también, el cuento es el género rey.
El escritor totémico argentino por excelencia es Jorge Luis Borges, que siempre escribió cuentos y poesía. Nunca escribió una novela, y además hablaba muy mal de la novela como género. Decía que era completamente imperfecto e innecesario. Incluso todas las grandes novelas argentinas, como pueden ser ‘Rayuela’, ‘Respiración artificial’, ‘Adán Buenosayres’ o ‘Sobre héroes y tumbas’, son novelas bastante desarticuladas y fragmentarias, y como en el momento de la explosión. No es la típica novela decimonónica o la gran novela latinoamericana de otros países. Otra cosa interesante que tiene la literatura argentina, o de Buenos Aires, y de Uruguay también, la literatura rioplatense, es que probablemente sea… seguro, la única en idioma español, y yo creo que es la única en el mundo también, y probablemente la única en la galaxia, donde todos sus grandes escritores, todos los próceres de la literatura, todos frecuentaron el género fantástico o el cuento extraño, cosa que no es muy normal. No hay una idea de: «Esto es un cuento de terror, o de ciencia ficción, o fantástico». No, es literatura rioplatense. En España se prestigia, o se apoya mucho más, la literatura realista, lo cual es muy raro porque aquí tienen, como libro totémico canónico, el libro más vanguardista y fantástico de toda la historia, que es ‘Don Quijote de la Mancha’. Una novela, además, con segundas partes donde aparece el autor, donde un personaje se vuelve loco leyendo… O sea, ya hay una reflexión y una metateoría sobre los efectos de la literatura misma, etcétera, etcétera.
Pero en Argentina no hay ese tipo de pudores, si se quiere, o de «tengo que escribir la gran novela». Hay tal vez una ambición de escribir un gran cuento, o un cuento perfecto. Y además, tampoco hay una dependencia, o una obligatoriedad, de depender tanto de lo nacional o de lo argentino. Borges tiene un ensayo que es lo más parecido a un manual de instrucciones para un escritor nacido en Argentina, que se llama ‘El escritor argentino y la tradición’, donde sobre el final Borges dice una cosa así… Voy a parafrasear, no me lo sé de memoria, pero dice: «Puesto que tenemos que resignarnos a la fatalidad de ser argentinos, nos queda el consuelo de que nuestro tema es el universo entero». Eso es un poco lo que marca a la literatura argentina: el no ponerse límites, el vale todo. Y también me parece que en la idea del cuento argentino de volver a empezar una y otra vez, también hay una especie de mecanismo de defensa y de reacción, o de contaminación, con y contra la historia argentina. Argentina es un país con un karma, un mal karma, bastante persistente, que se la pasa empezando y terminando constantemente, incluso ensayando variaciones sobre un mismo personaje. Por ejemplo, no hay un solo Maradona. Hay varios Maradonas, según el momento de la vida en que te toque, o lo prefieras, o que más te interese. No hay un solo Perón. Todo está empezando y comenzando constantemente. Entonces, me parece que también todo eso tiene algo que ver con la idea de lo genérico o lo «degenérico» en lo argentino. Y eso, evidentemente, se traslada a mí.
Si bien yo no soy un escritor que va envuelto en la bandera argentina. Mi primer libro lo llamé ‘Historia argentina’ y justamente fue un comentario irónico sobre eso. Yo no soy… para los argentinos, me parece que ya no soy un escritor argentino. Para los españoles, no soy un escritor español. Y a mí me gusta mucho un escritor norteamericano que se llama Kurt Vonnegut, que se cumplen los 100 años de su nacimiento, creo que hoy, justamente. Él habla de unos habitantes de un planeta llamado Tralfamadore, cuyos libros son como muy pequeños, no tienen ni principio ni final, y son como signos conectados por estrellas. Y dice que su ambición es la sucesión de un montón de momentos maravillosos al mismo tiempo, captados al mismo tiempo. A mí me gustaría acabar siendo un escritor tralfamadoriano, en ese sentido. Lo más extraterrestre posible.
De todas maneras, yo los libros míos de cuentos siempre he tratado de que tengan como una ilación entre uno y otro, a veces repitiendo personajes, de una manera bastante evidente, y a veces repitiendo motivos o temas. Pero no es una preocupación mía. El cuento, también, cuando lo pones desde un punto de vista histórico dentro de la literatura más o menos moderna, el gran ‘boom’ cuentístico norteamericano, por ejemplo, tiene lugar a partir de un hecho que no tiene nada que ver con la literatura, que es que a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX se consolida la idea imperial de Estados Unidos. Surge una cantidad de productos nuevos, y esos productos se publicitaban en revistas. Entonces se multiplica la cantidad de revistas que hay, y necesitan cuentos para llenar las páginas entre publicidad y publicidad. Y eso hace que una cantidad de grandes novelistas norteamericanos también sean grandes cuentistas. Y además era una manera de vivir bastante bien. Si uno era un cuentista de éxito en un momento… En los años 20, por ejemplo, un escritor llamado Francis Scott Fitzgerald, que escribió ‘El gran Gatsby’, se hizo muy famoso escribiendo cuentos sobre su generación y los jóvenes en la época del jazz y todo eso. Y piensa que, en 1920, a este hombre le pagaban por un relato como de ocasión, para una revista, entre 5.000 y 10.000 dólares de entonces, que son como 40.000 dólares de ahora por un relato.
Eso nunca más va a volver a ocurrir. Se acabó, también en Estados Unidos, al poco tiempo, cuando surgió el ‘boom’ de la radio y la televisión. Entonces la publicidad se desplazó hacia esos soportes, y estas revistas que publicaban muchos cuentos fueron cerrando, y ahora quedan muy pocas. Con esto quiero decir que en un terreno ideal de las cosas, y en un determinado momento, un escritor vivía de sus cuentos y con eso financiaba su novela. De hecho, todavía hoy, en el mercado norteamericano literario, los contratos generalmente se firman por un libro de cuentos y una novela, en el sentido de que el escritor va publicando esos cuentos, va viviendo de eso, lo junta en un libro, escribe la novela, sale la novela, publica más cuentos… pero eso es cada vez más difícil. También el cuento tuvo una… Además de todas las virtudes que puede tener el cuento, y todo el perfume ancestral y original a la hora de contar historias, que ya está en la ‘Odisea’ y en ‘Las mil y una noches’, que son estructuras novelescas pero fragmentarias y que se pueden narrar en parte, el cuento tenía esta función práctica que ya no la tiene. Pero para mí sigue siendo algo formidable poder leer un cuento, que te puede llevar media hora, y salir con algo de ahí.
A mí me gustaría volver a escribir cuentos. Ahora siempre estoy postergando el volver a escribir cuentos porque me parece… No sé si decir esto. Tengo el temor de haber perdido un poco el don. O sea, cuando yo empecé a escribir, mis dos primeros libros eran libros de cuentos y jamás pensé que iba a poder escribir una novela. Y ahora es al revés, ¿no? Tengo que volver al cuento y a ver qué aprendí por el camino. Me interesaría poder averiguarlo.
Como todos saben, hay toda una parte del psicoanálisis que está construida sobre la interpretación de los sueños. Cosa que a mí siempre me causa una cierta intriga de desconfianza, cuando alguien interpreta los sueños, porque nuestro recuerdo de los sueños no es la exactitud del sueño, sino que son como unos bosquejos sueltos. Lo que te pueden interpretar te lo están interpretando sobre algo que se va diluyendo. Es muy extraña, además, la idea de que uno se despierta con la exactitud del sueño, muchas veces, y diez minutos más tarde se empieza como a deshilachar, como un Alka-Seltzer, empieza como a disolverse. Es una cosa bastante extraña. Hay un libro muy… hay muchos libros, de muchos autores, que son diarios de sueños y que son muy divertidos. Jack Kerouac tiene uno, Nabókov tiene otro, Graham Greene… Yo tengo una libreta. A veces, cuando me despierto, anoto algo y después, claro, a la mañana siguiente no tiene ningún sentido. Es bastante desconcertante. Hay una anécdota, que a mí me gusta mucho, de un director de cine llamado Alfred Hitchcock, de cine… criminal para aunar todo lo que hizo.
Cuenta que una noche se despertó con la certeza absoluta de haber tenido la mejor idea posible y la mejor trama para una película. Se despertó, buscó una libreta, la anotó y se fue a dormir. Y cuando se despertó a la mañana, se despertó con el recuerdo de haber hecho eso, de decir: «De la idea que tuve no me acuerdo de nada, pero por suerte la anoté». Y entonces, cuando fue a ver la libreta, había tres palabras nada más, y lo que decía era: «Chico conoce a chica». Eso fue todo. Y él se lo había anotado convencido de que era lo más increíble, original, único… Los sueños no pueden ser muy claros o muy explícitos, porque también son falsos. El libro, ‘La parte soñada’, gira un poco alrededor de todo eso. Pero casi más interesante que el sueño es el insomnio, que es como algo que no es ni estar despierto ni estar dormido, es como una situación intermedia. Yo la padezco y es un lugar terriblemente interesante en el que moverse, en el que habitar. A las tres de la mañana, con la luz apagada, se te ocurren cosas que jamás se te ocurrirían a mediodía, bajo el sol, eso es seguro.
Entonces, bueno, me llevaron a dar vueltas por ahí. Evidentemente, también era un mecanismo de defensa de uno, pero yo lo que pensaba y me decía a mí mismo en esa situación, que era bastante incierta y que podía terminar de la peor manera posible, era: «Por fin me está ocurriendo algo a mí que un día va a ser un muy buen cuento». Me repetía eso todo el tiempo. Y finalmente lo fue. Bueno, encuentran a mi madre y me canjean por ella. Entonces, a los pocos días… Todavía era cuando la gente que era secuestrada pasaba a disposición judicial, y se sabía dónde estaban. Después vino lo de los desaparecidos, que ya no se sabía más nada. Entonces nos tuvimos que ir a Venezuela de un día para el otro, dejar la casa, mi biblioteca, todo abandonado, así, tal cual. Cuando llego a Venezuela, la educación primaria no era siete grados o siete años, sino seis. Yo estaba, en Argentina, haciendo 7.º grado, y cuando llego a Venezuela entro a primer año directamente. Hago primer año, hago segundo año, y al principio del tercer año me expulsan del colegio, porque la ley venezolana te permitía llevarte una materia tres veces y, si a la tercera vez no la aprobabas, tenías que irte a otro colegio. Eso era así. En mi caso era matemáticas, cosa que yo no… Al día de hoy… Quiero decir, yo me acuerdo perfectamente, con siete años, cuando entró la coma de los decimales, yo dije: «¿Qué hace una coma aquí entre números? ¡Y después letras, además! ¿Qué es esta farsa?». Entonces yo, ahí, bajé la persiana y ya no me preocupé por entender nada.
Bueno, a la altura del tercer año mi destino me alcanzó. Me expulsaron y yo no le dije nada… Mis padres ya estaban divorciados. Yo vivía con mi padre y yo no le dije nada a mi padre de que me habían expulsado. Niños, no intenten hacer esto en vuestras casas. Lo digo antes. Pasé dos años fingiendo que iba al colegio todas las mañanas sin que mi padre se diera cuenta, lo cual para mí es inexplicable al día de hoy. Y me iba a leer a una biblioteca, o a un centro comercial donde había una librería, y compraba libros, y a veces los robaba incluso. Lo cual es todo un tema: el robo de libros, si está bien o está mal… no entremos ahí. Y yo nunca leí como en ese entonces. Iban pasando primero los días, luego las semanas, luego los meses y finalmente los años. Y yo, por ejemplo, decía… Toda mi formación como lector clásico, los griegos, el siglo XVIII, el siglo XIX, yo lo leí todo en esas mañanas donde yo fingía que iba al colegio. Y además me acuerdo de que decía, por ejemplo: «Bueno, termino de leer todo Dostoyevski y se lo digo a mi padre». Y después: «Ay, no, pero me falta Tolstoi. Sigamos un poco más». Así fui encadenando escritores. Y mi gran formación como lector fue en ese tiempo que, en perspectiva, la verdad es que fue lo mejor que pude hacer, porque si no hubiera estado lidiando con comas y polinomios y ecuaciones y todas esas estupideces. Pero leí con un nivel de intensidad y de entrega como jamás volví a leer nunca, porque además realmente ahí comprendí que, como dicen, la literatura es evasión. Yo necesitaba evadirme de mi realidad.
Hasta que un día, a los dos años, mi padre necesitaba hacer un trámite y se había olvidado del número de mi DNI. Y llamó al colegio para hablar conmigo, para preguntarme por el DNI. No había teléfonos móviles. Y entonces llamó y le dijeron: «Señor Fresán, su hijo no viene a este colegio desde hace dos años». Me acuerdo de que volví aquel mediodía a mi casa y mi padre me preguntó: «¿Qué tal el colegio hoy, cómo estuvo?». Y yo le dije: «Ah, fantástico, como siempre». Ahí funde a negro la escena y… lo dejamos ahí. Pero bueno, finalmente volvimos a… Yo entré en otro colegio, estaba en cuarto, pasando a quinto año. Y cuando llego a Buenos Aires de vuelta para terminar mi colegio secundario, miran los papeles y me dicen: «Pero usted no tiene 7.º grado de primaria terminado». Digo: «No, es que en Venezuela no había 7.º grado y pasé directamente a primer año». «Sí, pero usted no tiene la primaria terminada». Entonces tenía que volver a hacer todo otra vez. Entonces, moraleja: al día de hoy, yo, para la ley argentina, estoy tipificado como semianalfabeto. ¡No, no, es verdad! O sea, sé leer y escribir, pero no terminé el colegio primario. Esto entronca con lo que decía un poco al principio de que no me quedaban más opciones que ser escritor, porque es la única profesión donde no necesitas un diploma.
Puedes estudiar Literatura o puedes ir a talleres literarios. Yo no lo hice nunca eso. Pero es la única profesión que te permite ser un poco autodidacta o no depender de un papel. El no tener, de todas maneras, estudios es complicado a la hora… por ejemplo, yo cada vez que he pedido una beca buena para escribir, generalmente siempre llegas empatado con alguien y claro, el historial académico siempre me tira atrás. Difícilmente… A la hora de que quedan dos personas, es bastante difícil que me lo den a mí. Pero esa es la historia.
Yo soy incapaz de hacer eso, me parece. Me gusta mucho la idea desarticulada de la narración. Lo mismo sentí cuando escuché por primera vez ‘A day in the life’, una canción de los Beatles. Cuando digo estas cosas, me siento tan viejo porque… ¿Saben de lo que estoy hablando, o no tienen la menor idea? Ah, bueno, qué alivio. Menos mal. Que también es como una canción estructurada o desestructurada en varias partes, y dije: «Ah, bueno, mira, también se puede hacer esto de este modo». Yo escribo escuchando música, bastante. Me gustan mucho las ‘Variaciones Goldberg’ de Bach, interpretadas por Glenn Gould, que es un pianista canadiense bastante particular dentro de lo que es un músico clásico. Me gusta mucho Bob Dylan, muchísimo. Me gustan muchísimo los Beatles, me gusta mucho Pink Floyd. Voy a decir una cosa que cada vez que la digo causa un cierto desconcierto, pero también escribo mucho viendo las tertulias de televisión, tipo ‘Sálvame’. Es la verdad. Las tertulias políticas, esto que se llama ‘Al rojo vivo’, y ‘Sálvame’. Pero generalmente me gusta escribir con música y con ruido, e incluso viendo películas también.
Dentro de lo que es el cine me gusta mucho… Lo que pasa es que el cine también se ha degradado un poco. Cuando murió Stanley Kubrick en 1999, sentí un poco que se acababa el cine. Tengo Netflix ahora, y cada tanto veo una película, pero la verdad que me sorprende el modo en que están hechas. Me parece todo muy algorítmico, muy mecánico, muy calculado. Y hay muy pocos directores de cine en actividad que me sorprendan. Bueno, David Lynch sigue siendo uno, los hermanos Coen, Wes Anderson también un poco… Paul Thomas Anderson me parece genial, no sé si lo conocen. Hace poco se estrenó una película de él que se llama ‘Licorice pizza’ que me pareció una obra maestra. Pero también determinados cuadros, determinados lugares… Quiero decir, la idea de que un escritor solo responde a estímulos escritos… Supongo que los hay. Me parece limitarse un poco de más. Yo estoy abierto absolutamente a cualquier… Muchas cosas me inspiran, la verdad. Como dije, también lavar los platos. No nos olvidemos de ese detalle.
Y ahí te sientes realmente como que estás sacrificando un poco a… no a tus hijos, pero a tus padres… bueno, y a tus hijos también, porque un libro leído acaba siendo un poco hijo de uno, ¿no? Y además, el criterio que utilicé ahí fue: «¿Qué libro no voy a volver a abrir más en mi vida, ni tiene algún significado personal, anecdótico o sentimental?». Entonces, claro, la mayoría… A veces me despierto a las tres de la mañana y digo: «¡Ah, ese libro! ¿Por qué ese? ¿Cómo se me ocurrió hacer eso?». Y es algo que también entronca con otra cosa que es esa especie de pregunta, lugar común, de cuál es tu autor favorito o qué libro te llevarías a una isla desierta. A mí son cosas que… Primero me intriga que alguien tenga que tener un autor favorito, que te encorseten de ese modo. Y después, llevarte un libro a una isla desierta… siempre me desconcertó la idea porque bueno, se supone que si llegas con un libro a una isla desierta es porque naufragaste y el libro va a estar mojado. No va a tener una gran utilidad. Además, siempre digo que está la posibilidad de llegar a una isla desierta que tenga una muy buena biblioteca también. Seamos optimistas y pensemos en ese sentido.
Pero sí sé, por ejemplo, cuáles son los escritores que, si tú me los sacaras de mi disco duro, cambiarían absolutamente el tipo de escritor que soy yo al no haberlos leído. El norteamericano John Cheever, Kurt Vonnegut, que ya lo mencioné, a Cheever también, Marcel Proust, Vladímir Nabókov, Adolfo Bioy Casares, por encima de Borges para mí… Y voy a mencionar a una mujer, porque si no después hay problemas. Yo leo todos los años, una vez por lo menos, ‘Cumbres borrascosas’ de Emily Brontë. No sé si lo leyeron. Es una novela increíble. Yo, además, soy un gran lector. Me gusta mucho leer ‘best sellers’, me intrigan mucho. No tengo desprecio, pero sí me quedo muy desconcertado. Por ejemplo, leí el primero… No los leo todos, pero leí la saga esta de ‘Crepúsculo’, la de los vampiros, y me quedé bastante sorprendido de… no sé. Bueno, primero, ‘Drácula’ es uno de mis libros favoritos y me sorprendía mucho la idea de que los vampiros tengan que ir al colegio. ¿No? ¿No es un poco raro? O sea, tú eres vampiro. No te vas a morir nunca. ¿Para qué vas al colegio? Y además, supongo que tienes que cambiarte de colegio cada tres años, porque no envejeces. O sea, estás siempre en el mismo año. Es como ‘El día de la marmota’ elevado a la millonésima potencia. Me sorprendía mucho eso.
Y leí también ‘Cincuenta sombras de Grey’, que no lo podía creer, realmente. De esa leí los tres, porque no lo podía creer y me sorprendía mucho… Como escritor y como lector, me sorprendía mucho, por ejemplo, ‘Crepúsculo’, ‘Cincuenta sombras de Grey’… O sea, ¿por qué no lees ‘Cumbres Borrascosas’ o ‘El gran Gatsby’, que es básicamente lo mismo, pero la versión noble? Me sorprende mucho, de repente, esa especie de enganches multitudinarios y masivos con un determinado libro, donde todas las personas que generalmente no leen dicen: «Voy a leer este libro». Y lo tienen como único referente y piensan que es buenísimo, porque claro, es el único que leyeron. Es muy importante para la vida de un escritor también tener un buen editor, llevarse muy bien con su pareja y llevarse muy bien con su hijo o sus hijos. Porque debe ser muy duro estar viviendo con alguien que tiene parte de su cabeza todo el tiempo en algún otro lugar, comprender eso y acompañar eso. Y eso es más o menos todo, pienso. A eso se reduce. A confiar en que uno contó buenas historias y que terminen más o menos bien.
Y esto ha sido todo. Muy agradecido por estar aquí. Muchísimas gracias por sus preguntas. Me la pasé genial. Yo en tanto soy argentino, pero nunca me psicoanalicé, lo cual es como una contradicción. Tal vez porque mi madre es psicóloga, entonces ya es como que estoy inmunizado, ¿no? Me vacunaron de entrada. Pero me gusta mucho compartir estas ocasiones y responder a estas preguntas, porque son cosas en las que ahora yo salgo de aquí y no vuelvo a pensar en ellas hasta la próxima vez, digamos. Creo que fue Anthony Burgess, el autor de ‘La naranja mecánica’, el que dijo que lo bueno de ser escritor, o una de las cosas que eran categóricamente buenas a nivel profesional es que, si todo va más o menos bien, y no caes ni padeces una de esas enfermedades degenerativas, un escritor siempre muere en el campo de batalla. Entonces, pues eso, al ataque y muchas gracias.