“El teatro nos enseña a ser más tolerantes”
Carlos Hipólito
“El teatro nos enseña a ser más tolerantes”
Carlos Hipólito
Actor
Creando oportunidades
Los beneficios y las enseñanzas de hacer teatro
Carlos Hipólito Actor
Carlos Hipólito
Carlos Hipólito inició su carrera como actor en 1976, aunque su amor por la interpretación surgió mucho antes, cuando de niño acudía con su madre al Teatro María Guerrero, y se enamoró de la magia creada detrás de un telón.
Durante los últimos 40 años se ha convertido en uno de los grandes referentes del teatro, cine y televisión, con obras como el musical ‘Billy Elliot’, dirigido por David Serrano, ‘Arte’, de Yasmina Reza, ‘El método Grönholm', de Tamzin Towsend o ‘Todos eran mis hijos’, de Arthur Miller. También ha sido la voz de nuestra historia, a través de la exitosa serie ‘Cuéntame cómo pasó’. “El teatro debe ser un espejo para la sociedad, para que hagamos preguntas al espectador desde el escenario, para que pueda sentirse reconocido en lo que ve. Y por otro lado, con un poco de suerte, puede que además de preguntas encuentre respuestas o sirva para que su mundo emocional también se ponga en marcha”, reflexiona el actor.
Su trayectoria ha sido reconocida con más de 12 galardones, como el Premio Corral de Comedias, Premio Max al Mejor Actor Protagonista, Premio de la Unión de Actores y Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid, entre otros. Sin embargo, Carlos Hipólito afirma que el verdadero éxito no es un galardón o una buena crítica, sino conseguir que el espectador se conmueva e identifique con su interpretación.
Transcripción
Y también tuve mucha suerte, yo creo, porque desde muy pequeño descubrí lo que me apasionaba y eso es una cosa complicada porque, a veces, cuando se tiene una edad corta, todavía no sabes a qué te quieres dedicar o no tienes muy claro hacia dónde dirigir tu vida, tus estudios, ¿no? Y yo creo que tuve la suerte de, desde muy pequeño, saber que esto me apasionaba. No sabía si me iba a poder dedicar a ello, pero si sabía que me gustaba mucho. Y yo creo que eso fue motivado, también, porque mis padres eran muy aficionados al teatro y nos llevaban muchísimo al teatro a mí y a mis hermanos.
Yo, desde muy pequeño, recuerdo ir con mi madre a ver funciones de teatro, primero de teatro infantil, después de teatro un poco más para adolescentes, después ya teatro más adulto. Pero desde siempre he ido al teatro. Y, de hecho, curiosamente, el primer recuerdo que yo tengo de haber visto un espectáculo, que, habitualmente, para casi todo el mundo suele ser una película, ¿no? Lo primero que recuerdas que fuiste a ver o que te impresionó.
En mi caso es teatro. Yo fui a ver una obra, debía tener muy pocos años, cinco o seis años, y fui con mi madre al teatro María Guerrero a ver una obra que se llamaba, ojo al título, ‘El cocherito leré’, que era el nombre de una canción que se cantaba… «El cocherito leré me dijo anoche leré…», una canción que había entonces infantil. Bueno, yo fui con mi madre a ver esa función de teatro y estábamos sentados en las primeras filas del patio de butacas. Y llegamos un poco tarde. De tal manera que, cuando avanzábamos por el patio de butacas por el pasillo central hacia nuestras localidades, se apagó la luz, y, claro, íbamos, un poco, como a ciegas porque ya el acomodador se había quedado atrás. Y, de pronto, en aquella oscuridad, yo recuerdo como si fuera ahora, que se levantó un trapito, que luego me dijeron que se llama telón, se levantó una tela en una pared, y de pronto, allí apareció un mundo. Un mundo mágico, para mí, mágico. Y aquella sensación de: «¿Pero qué es esto?», que yo tuve mientras andaba hacia la butaca donde me tenía que sentar con mi madre, me ha acompañado toda mi vida, oye. Que yo era muy pequeño, como os digo, y, sin embargo, todavía hoy, cada vez que se levanta un telón, me recorre un escalofrío. Y da igual que yo esté sentado en el patio de butacas porque vaya a ver una obra de teatro, o que esté dentro del escenario porque vaya a interpretar en esa obra un papel. Siempre, el momento en que se levanta un telón, o si no hay telón porque hay montajes, a lo mejor, que no utilizan telón, pero se apagan las luces y, de pronto, ya se enciende la iluminación de la escena, para mí es un momento mágico, ¿por qué? Porque es el momento en el que empieza, insisto, la magia.
La magia es una palabra que yo voy a usar mucho. Yo no soy mago, pero el teatro tiene mucho de mágico. Porque el teatro crea ilusión, nos permite vivir historias maravillosas de una manera muy directa, viendo y respirando con los que lo hacen. El teatro tiene la magia de que los actores están ahí, haciéndolo delante de nosotros. También el teatro tiene una cosa que para mí es muy importante que es que el espectador es un personaje más de la obra de teatro que se produce. Porque, con el tiempo, he descubierto que, evidentemente, cada día en el patio de butacas hay gente de todo tipo, ¿no? En un aforo de un teatro completo hay gente lista, gente tonta, gente amable, gente desagradable, hay de todo. Pero, sin embargo, habiendo de todo, sí cada día se crea una energía colectiva, no sé por qué razón, que hace que los que hacemos teatro podamos decir: «Hoy el público es más frío, hoy el público…» Claro, tú la obra la haces prácticamente igual todos los días, ¿no? Hay sutiles diferencias que hacen que no sea idéntico porque no es una película, es una obra de teatro que se está produciendo en directo, y, consecuentemente, las personas que lo hacen están vivas, nos pasan cosas, y eso hace que, sutilmente, se cambien algunos matices de algunas cosas, pero, básicamente, el esquema es el mismo. Y, sin embargo, hay días en los que el público aplaude, otros días en los que no, en determinada escena, o que ríe en determinada frase, y otros días que no. Y, entonces, eso hace que el público sea de una manera o de otra.
Y cuento esto porque esa actitud del público, esa reacción del público hace que la obra también cambie cada día. Porque los que estamos en el escenario trabajamos para el público, y de ese feedback que se produce, de esa reacción que te llega, que no sabéis cómo llega. No solamente llega lo que es sonoro, como el aplauso o las risas si estás haciendo una comedia, sino que llegan los silencios. Es muy diferente escuchar un silencio conmovido, un silencio cómplice, un silencio en el que tú tienes a la gente ahí contigo, a escuchar un silencio que simplemente es respetuoso y va acompañado de un papelito de un caramelo, de que me agacho a coger el bolso o qué hago no sé qué… Son muy diferentes los silencios que se perciben desde el escenario y eso hace que el teatro sea también muy importante para quien lo ve. Porque quién lo ve, participa, y eso tenemos que saberlo todos. Participa de una manera muy directa en lo que se está produciendo ahí. Por eso creo que el teatro, ahora hablaremos de ello, el teatro yo creo que es un arte que conjuga muchas cosas, que puede servir para muchas cosas, que es muy enriquecedor tanto para el que lo ve como para el que lo hace, y si queréis después hablamos de por qué y en qué medida a cada uno. Y, consecuentemente, creo que es algo que tiene un componente educativo muy importante. Y en ese sentido, y para terminar un poco esta primera, digamos, intervención mía, me gustaría leeros un poema de Gabriel Celaya que se llama Educar, que es precioso, a mí me gusta mucho. Y todo esto que dice se podría aplicar perfectamente al mundo de la interpretación, del teatro y todo esto. Dice así:
«Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca…
hay que medir, pensar, equilibrar…
y poner todo en marcha.
Pero para eso, uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia concentrada.
Pero es consolador
soñar mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada».
¿A que es bonito?
Bueno, pues digamos que… Voy a deciros una cosa antes de nada, porque yo he dicho antes que soy actor. Y yo creo que un actor es actor porque hace personajes. Entonces, para mí no hay actores de teatro o actores de cine o actores de televisión. Hay actores, que hacemos personajes, a veces en un escenario o, a veces, delante de una cámara, donde te toque. Cada medio tiene su técnica y su mecánica y su manera de hacer, pero, básicamente, el trabajo es el mismo. Se trata de construir un ser humano con un personaje que está escrito, y darle tu cuerpo, tu voz y tus sentimientos para que el público lo entienda. Pero, como hoy estamos aquí más para hablar de teatro, pues ya hemos, digamos, conectado un poco el teatro con la educación, porque creo que el teatro tiene un valor terapéutico enorme. Para mí, ser actor creo que me ha hecho mejor persona, y os explico por qué muy brevemente. Porque creo que me ha hecho más tolerante con los demás. A mí, de pequeño, mis padres me enseñaron que una de las cosas más importantes que había que hacer en la vida era intentar siempre ponerse en el lugar del otro. Cuando alguien te hace algo que no te gusta, cuando alguien hace algo que tú no entiendes, intentar, de alguna manera, ponerte en su lugar y ver, en esas circunstancias, cómo te habrías comportado tú. Eso para los actores es muy importante porque, generalmente, nos toca hacer personajes que no tienen nada que ver con nosotros ni con nuestra vida, ¿no? Yo he hecho personajes de todo tipo: Buenos, malos, regulares, personajes que me caían bien, personajes que me caían fatal, tipos a los que nunca tendría por amigos, pero tendría que interpretarlos. Y para eso tienes que intentar entender todo lo que le pasa a ese personaje y por qué lo hace. El hecho de estar toda la vida estudiando a otros personajes que se comportan de manera diferente a ti, intentar entender su manera de actuar y por qué, qué razones les han llevado a ser así, yo creo que te hace ser mejor persona, en el sentido de que eres más tolerante con los demás. Aprendes a entender y a admitir que la gente puede ser muy diferente a ti, y que cosas que a ti no te parecen bien hay que respetarlas, también.
Y vuelvo a lo que te decía, lo que le está pasando al personaje, lo que tú estás viviendo y sintiendo y suponiendo que te emociones en una escena y te caiga una lágrima, te cae por una razón que es que al personaje le está pasando algo que a ti no te está pasando. Pero eso ayuda a que tu mundo emocional y todo tu sistema nervioso, que finalmente están conectados, estén más abiertos, se relajen en muchos sentidos. Entonces, las armas que tenemos los actores para trabajar en el escenario son nuestra voz, nuestro cuerpo, pero nuestros sentimientos porque esos sentimientos tú los pones al servicio del personaje. Cuando tú haces que te enfadas, es algo así entre comillas, de alguna manera te estás enfadando como te enfadas tú habitualmente. Luego ya si tienes que componer un personaje, hacer un personaje que es muy diferente a ti, ya le pones una serie de características físicas diferentes. Pero de entrada, tú estás liberando ahí una serie de emociones que son tuyas y que, yo creo, que te pueden servir, muchas veces, como algo que te pone en contacto con los demás de una manera en la que tú estás como con una cierta barrera, porque tienes un personaje que te ampara. Yo, por ejemplo, estoy mucho más nervioso hoy que lo que voy a estar esta tarde cuando salga a hacer el padre de Billy Elliot. ¿Por qué? Porque allí estoy enmascarado en un personaje y aquí soy yo el que está, y claro, de repente estás mucho más expuesto. Entonces, yo creo que eso por un lado. Luego, por otro lado, insisto, el teatro… El, desde pequeño, trabajar en obras de teatro te pone en contacto con muchos comportamientos muy diferentes a los tuyos que tú tienes que estudiar y que pensar y que incorporar. Hacer de unos chicos que les pasa algo que no tiene nada que ver con lo que te está pasando aquí, eso ya te está abriendo un mundo. Y luego, es que siempre he pensado que el teatro es un espejo para el espectador. El teatro debe ser un espejo para la sociedad, para que a la gente le podamos hacer desde el escenario preguntas, puedan sentirse reconocidos en lo que ven, en las historias que ven, aunque no sean exactamente las que le pasan a ellos. Y por otro lado, a lo mejor, con un poco de suerte, aparte de preguntas encuentren alguna respuesta en algo o le sirva para que su mundo emocional también se ponga en marcha. Para los intérpretes yo creo que es muy importante por eso. Luego, también, porque teatro enseña algo que es muy importante, que es el trabajo en equipo. En el teatro no valen las individualidades, aunque estés haciendo un monólogo. Eso sirve para poco. El teatro es un trabajo de equipo. Si tú no tuvieras al que te pone el foco, si no tuvieras al que ha colocado esta silla en su sitio, si no tienes al que está calibrando que se te escuche bien, no eres nada.
El caso es que se dieron cuenta de que había que construir esas disciplinas en esos niños y, consecuentemente, crearon la escuela Billy Elliot, que es una escuela dónde se dan clases de claqué, de acrobacia, de danza clásica, de interpretación, de canto y creo que de alguna cosa más, que me dejo alguna disciplina ahí en el tintero. Estos niños entraron en esa escuela un año y medio antes de que se estrenara la obra. Entraron creo que fueron… no sé si eran veintidós, en esa escuela, sin tener la garantía de que iban a ser seleccionados para hacer los personajes. Esos tenían que hacer cuatro horas diarias, cinco días a la semana en esa escuela, aparte del colegio. Si suspendían, desde que habían ingresado en la escuela, si suspendían dos asignaturas en un trimestre automáticamente los sacaban. Es decir, que sabían que tenían que estudiar mucho en el colegio y apretar, porque si bajaba su nivel, digamos, de resultado académico inmediatamente los acaban de la escuela, y ellos no querían irse de la escuela. Pero es que, además, te cuento que de todos esos niños había muchos que eran de fuera de Madrid, la escuela estaba en Madrid, y había muchos que eran de fuera de Madrid y se tuvieron que venir a Madrid a vivir, porque, claro, tenían que ir cuatro horas diarias a esa escuela. Gente de Burgos, de Valladolid, de Barcelona, de Bilbao, de montones de sitios, han tenido que, a veces, dividir las familias. El padre o la madre se ha venido con el chico o la chica que estaba haciendo aquí la disciplina esta, el otro cónyuge, digamos, se ha quedado con los otros hijos… O sea, que han hecho un esfuerzo enorme. Entonces, esta escuela, además, ha becado a estos niños con los mejores maestros que hay en cada disciplina. O sea, en danza clásica está Carmen Roche, Víctor Ullate. En claqué tienen una maestra extraordinaria, que es Elsa Álvaro. En canto también tienen unos profesores buenísimos, o sea, Noemí Gallego, que es una extraordinaria maestra de canto. Es decir, que estos niños han tenido una formación muy intensa enfocada muy a la obra, a Billy Elliot, a lo que iban a tener que hacer en la obra, pero que, de alguna manera, también les estaba abriendo mucho la técnica en todas estas disciplinas que estamos hablando. Es decir, que si tienen que hacerlo en algún otro montaje, pues lo tienen ahí. De esos veintidós niños, quedaron dieciséis, de esos dieciséis quedaron doce, y esos doce son los que han hecho seis de Billy, y seis de Michael.
Había una escena, por ejemplo, en ‘Sonrisas y lágrimas’, en la que el padre este que hacía yo, el capitán, se había quedado viudo, entonces en una casa en la que se cantaba mucho, y que los niños cantaban con la madre, él, por el dolor de haber perdido a su mujer, prohíbe la música. Él es un militar y prohíbe la música en la casa. Entonces, de pronto, llega esta institutriz que vuelve a traer la música esa casa, y entonces les enseña una canción a los niños, y un día el padre los pilla cantando. Y entonces, había la escena en la que yo muy severo tenía que mirarles, hacerles callar y, entonces, parecía que les iba a echar una bronca, es decir: «¿Cómo estáis cantando aquí? Lo he prohibido, esto no se puede hacer». Y entonces en la obra estaba escrito que uno de los niños, que estaba tocando una guitarra, le daba la guitarra al padre, en ese silencio tremendo, y entonces yo tenía que coger la guitarra, entonces, me queda como pensando, era una pausa larga, y, de pronto, me arrancaba cantar. Entonces, no solamente me ponía a tocar la guitarra, sino que empezaba a cantar, los niños empezaban a cantar conmigo y aquello era una cosa muy emotiva. En fin, todos llorando… Y el día del estreno, al director de la obra no se le ocurrió otra cosa que que la guitarra me la diera mi hija, que no estaba montado así. Y entonces, yo cuando vi a mi hija en ese momento tan emotivo de la obra, yo muy serio y veo a mi hija que viene con la guitarra, me la da, y veo a Elisa, que es como se llama mi hija, que me da la guitarra. A mí se me hizo una bola que no podía hablar, que no podía articular palabra, digo: «Pues ahora he fastidiado el estreno, porque yo ahora soy incapaz de cantar ni de abrir la boca ni de decir nada». Consecuentemente, aquella pausa duró una eternidad, hasta que yo pude respirar. Porque, claro, era muy emocionante ese momento para mí. Entonces, ya arranqué a cantar. Y luego, todo el mundo nos dijo: «Vaya momentazo que habéis conseguido, qué maravilla», digo: «¿Sí? Pues yo casi estaba a punto de que me diera un infarto». Ahora que mi hija tiene dieciséis años y está en Billy, ella ya es parte, digamos, casi del elenco adulto, porque ya está como con las mayores, y la verdad es que nos entendemos muy bien. Yo tengo la suerte de que Elisa es muy respetuosa, eso se lo hemos enseñado Mapi… o sea, su madre y yo a nuestra hija. El respeto por el escenario, el respeto por el público, el respeto por este trabajo, que no se va ahí a jugar, que se va a trabajar, que te lo puedes pasar muy bien trabajando, pero que tienes que trabajar y que tienes que estar concentrado y que tienes que estar en silencio cuando se está entre cajas, y que tienes que estar muy concentrado con lo que haces… Y ella es muy respetuosa con todo eso, consecuentemente, yo no tengo más que palabras de admiración por mi hija, porque encima baila muy bien, canta muy bien, lo hace muy bien. O sea, que está siendo una experiencia maravillosa. Pero, curiosamente, el año pasado, antes de estrenar Billy, o sea, un año antes de hacer Billy, yo estuve haciendo una comedia que se llamaba La mentira, una comedia francesa, con mi mujer, donde trabajamos los dos juntos. O sea que yo, o con mi mujer o con mi hija siempre estoy en familia. Es una maravilla el teatro para mí.
Yo quería preguntarte… Leyendo una entrevista que decías que no te gustaba tú voz, ¿cómo se puede pasar de odiar tu voz a convertirte en la voz de la serie casi más famosa de la Televisión Española?
O sea, que bueno, me han pasado cosas muy graciosas con esto de la voz, porque sé que a mucha gente le gusta mucho. Ahora yo ya me he acostumbrado un poco a mí, también es verdad que la voz que yo pongo en Cuéntame no es exactamente la voz que yo utilizo hablando aquí. De hecho, mucha gente dice: «No te reconozco». Porque yo en Cuéntame pongo la voz un poquito más así, un poquito más campanuda. También, por otra parte, porque cuando me ofrecieron aquel trabajo, en su momento, pensé: «Oye, suponiendo que esto tenga éxito, yo no quiero luego, cada vez que abra la boca, que digan: “Mira, es Carlitos Alcántara”», ¿sabes? Porque si estás haciendo Macbeth o Hamlet pues igual como que no pega mucho. Entonces, mira, es algo que me hace reflexionar sobre algo que nos pasa, yo creo, a todos. Hay tantas cosas que tenemos cada uno que no nos gustan ¿verdad?, y que, sin embargo, los demás nos dicen que les gustan. Y tú dices: «¿Pero cómo le puede gustar esto mío si es un horror». Porque estamos obsesionados, a veces, con tonterías, con cosas que uno piensa… que tiene un grano aquí, que tiene la nariz torcida, que tiene una voz fea, que tiene un no sé qué, que las manos son no sé cómo, que las uñas no sé cuántos. Yo que sé, a cada uno el fantasma que quieras sacarle, porque todos lo tenemos. Todos hay algo que no nos gusta de nosotros. Mi consejo es que hay que olvidarse de eso, porque lo que menos te gusta de ti, puede ser lo que más le guste a los demás. Así que fíjate. Y ahora, ya te digo, yo ya me acostumbrado un poco a escucharme y me tolero, pero aun así a veces digo: «¿Porque no tendré…?», oigo tíos hablando así, con una voz de esas así, y digo: «¿Por qué no tendré yo esa voz, por Dios?». Pero bueno, no se puede tener todo.
Me gustaría saber si tienes algún referente en el mundo del teatro o del cine.
De William Layton que era mi otro maestro americano, que tuvimos la suerte de que viniera aquí a enseñarnos, aprendí que el mejor trabajo es el que no se nota. Es decir, que no hay que salir al escenario y decir: «Lo que me está costando esto. Mira cómo sudo, mira qué voz tengo, mira cómo me muevo, mira…», no, no, no. El mejor trabajo es el que hace que el espectador que te está viendo piense: «Pero este no está haciendo nada, no. Este es que es así». O sea que se lo crean. Él me decía una cosa, Layton decía una cosa preciosa, decía: «Ojalá mientras te esté viendo la gente…». Decía: «Carlitos…», porque él hablaba con acento americano. Decía: «Carlitos, ojalá la gente cuando esté viéndote no diga: “Qué buen actor es”, lo que tiene que decir mientras te está viendo es: “Pobre hombre, ¿qué le está pasando?”. Y luego, cuando se haya terminado la obra, que digan: “Qué buen actor era, que me lo creí”, pero mientras te están viendo tienen que estar viendo al personaje, no al actor». Entonces, en ese sentido, nos enseñó que cuanto más sencilla es una interpretación, cuanto más realista, mejor, y no hay que hacer grandes cosas ni exageraciones. Y luego, otro de mis grandes maestros por Miguel Narros que es un director con el que hice once montajes, llegué a hacer con él once montajes, que me enseñó también mucho de esa magia de la que yo hablo tanto. Porque era un hombre lleno de ideas, que tenía un bombardeo de imágenes en la cabeza y nos ayudaba mucho. Y tener la suerte de tener grandes y buenos maestros es algo estupendo, porque te enseñan, no solamente a hacer bien tu trabajo, sino a estar en un oficio. Porque uno puede ser buen actor, mal actor, regular actor, lo que sea, pero hay que saber qué tipo de actor quieres ser. Hay gente que se acerca este oficio solamente porque piensa que le va a hacer famoso y que con eso se van a hacer famosos. Esos, los que se acercan así, están abocados al fracaso seguro. Porque, ¿sabéis qué? Que suponiendo que mañana os cojan para una serie de televisión y esa serie tenga mucho éxito, y os conozca todo el mundo por la calle, y os vean y os pidan fotos y selfies todo el rato y tal, cuando se acabe la serie, eso se acaba. Si alguna vez pensáis en dedicaros a este oficio, así con el tiempo y tal, lo que tenéis que pensar es que tenéis que llegar a ser mayores haciendo esto, y que no hace falta hacerse muy famoso de entrada y de golpe, sino que poco a poco, que tu trabajo vaya dejando ahí un… Lo importante es tener continuidad en el trabajo. Y eso se consigue a base de hacerlo lo mejor posible siempre, no pensando tanto en el resultado que eso va a tener de cara a la galería. Porque los actores somos actores, no somos famosos.
Bueno, a estas alturas sabemos que eres un gran actor.
Y que has recibido un montón de premios y de reconocimientos públicos por tu trabajo. Y quería preguntarte qué es para ti el éxito y qué es para ti el fracaso.
“Si alguna vez pensáis dedicaros a este oficio, pensad que tenéis que llegar a ser mayores haciendo esto”
Entonces, una vez me pasó que yo estaba haciendo una obra que se llama ‘Historia de un caballo’, que es un cuento de Tolstoi, que es un autor ruso, que se adaptó para teatro y se hacía en formato de musical, tenía canciones y bailes y tal. Entonces, los actores hacíamos de caballos, y el personaje protagonista, que es el que me dieron a mí, era un personaje que se llamaba Patizanco, que era un caballo pura sangre de muy buena raza que nacía pío. «Pío» quiere decir que nace manchado, con manchas, que tenía manchas. Eso, como pura sangre, le quitaba todas las posibilidades de competir en concursos, etcétera, porque ya era un caballo defectuoso. Y, por ese hecho, a ese caballo la manada le daba la espalda, y los hombres lo utilizaban para trabajos durísimos y le quitaban de lo bonito que era correr en las carreras, etcétera. Entonces, era la historia de un tipo marginado. Finalmente, lo que contaba la obra era la historia de un marginado por ser diferente, y que los demás le dejaban de lado. Y yo hacía ese personaje. Era un personaje muy bonito. Trabajamos mucho el cómo hacer de caballos, porque, claro, un hombre a cuatro patas puede ser un gato o un perro, pero nunca un caballo. Porque un caballo tiene el cuerpo aquí, luego tiene un cuello enorme, una cabeza grande… Es decir, la morfología no tiene nada que ver con la del ser humano. Pero nosotros intentamos hacer, con nuestro cuerpo, la parte delantera del caballo. Entonces, hacíamos una serie de movimientos que nos hacían como… Bueno, trabajamos con un mimo maravilloso, José Piris, un tipo extraordinariamente talentoso que nos ayudó mucho a hacer aquello.
En esa obra, haciendo eso, yo tenía unos monólogos enormes, larguísimos, que yo contaba al público mi triste historia, lo que me pasaba, etcétera. Un día, que yo llegué a ese teatro a hacer la función, me dieron una carta que me habían escrito. En esa carta, cuando yo la abrí, no había firma, no lo firmaba nadie, pero ponía: «Hola, señor Hipólito. Quería darle las gracias por haber contado mi historia. A mí también, de pequeño, la manada me dio la espalda», eso ponía. Yo me quedé… Digo: «Caray, ¿y esto?». Y no había un teléfono donde poder llamar, donde poder dirigirme, una dirección, nada. Entonces, yo pensé: «Bueno, realmente esto da sentido a que yo sea actor, a que yo haya hecho esta obra. Porque ha pasado, exactamente, lo que yo siempre he soñado con que pasara, que alguien dijera: “Jope, eso me llega”». Entonces, dos días después de esta carta que yo leí, llego al teatro y la entrada de actores está al lado de la taquilla en ese teatro, y había un tipo, un señor en una silla de ruedas, con una parálisis cerebral, tetrapléjico, no se podía mover. Él me dijo: «Señor Hipólito, señor Hipólito», entonces yo me acerqué, y me dijo: «¿Le llegó una carta?», y dije yo: «Este hombre es el que me ha escrito la carta». Y entonces me dijo: «Es que quería darle las gracias en persona porque había visto muchas historias de marginados, pero nunca había visto que alguien contara mi historia, y usted cuenta mi historia, y le quiero dar las gracias». Yo, o sea, es que me derretí allí, en aquel momento, yo le dije: «Usted acaba de dar sentido a mi vida». Pues eso es el mayor éxito profesional que he tenido yo nunca. Y tengo un montón de premios, me han hecho críticas buenísimas y todo lo que tú quieras, y me han aplaudido mucho en noches de teatro mágicas y maravillosas. Pero para mí ese éxito, que no lo puedo poner en una vitrina ni lo puedo poner en una estantería, pero ese recuerdo de lo que ese señor me regaló a mí ese es el éxito para mí, os acabo de contestar. Para mí eso es el éxito.
Es que yo insisto, y yo también tengo malos momentos, y tengo, a veces, muy mal genio, y todo eso. O sea que no me estoy poniendo de ejemplo de nada, en absoluto. Pero sí es verdad que creo que si todos hiciéramos un mínimo esfuerzo por intentar no ser tan egoístas a la hora de pensar y solo pensar en lo que nos pasa a nosotros, lo que nos han hecho, lo que nos han dicho, lo que nos han no sé qué, yo creo que sería todo muchísimo más fácil. Pues el teatro a mí me ha ayudado a entender eso más. Muchas gracias.