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“El miedo es contagioso y se hereda de padres a hijos”

Cristina Gutiérrez Lestón

“El miedo es contagioso y se hereda de padres a hijos”

Cristina Gutiérrez Lestón

Educadora emocional


Creando oportunidades

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Cristina Gutiérrez Lestón

Julia, de seis años, acudía a clases extraescolares para ser una crack de las matemáticas, de inglés para conseguir trabajo en el futuro, según decían sus padres, y danza para tener un cuerpo esbelto. “Mis padres siempre me dicen lo que necesitaré cuando sea mayor, pero nunca me preguntan qué necesito ahora”. “¿Y qué necesitas?”. “Llegar a casa y jugar los tres”.

La educadora emocional Cristina Gutiérrez Lestón, directora del centro formativo La Granja, afirma que en los últimos años han aumentado las carencias emocionales de los niños. Tienen menos autoestima, menos seguridad y más miedo. También son más egoístas e impacientes, hasta el punto de formar parte de la generación “Yo, yo”, “Ya, ya”, hijos del siguiente paso después de los “padres helicóptero”: los “padres dron”.

¿Tiene solución? La educadora propone en su libro, ‘Crecer con valentía’, herramientas para fomentar la confianza y resiliencia frente a la vida. “Cuando nace un bebé nos invaden todos los miedos y es normal. Pero tenemos que tomar una difícil decisión: ¿Quién quieres que eduque a tu hijo, tu miedo o tú? Los miedos también se heredan. Así encontramos dos tipos de padres: los que allanan el camino para que su hijo no sufra ni tropiece con las piedras, y los que superan su propio miedo y preparan a su hijo para el camino”.


Transcripción

00:06
Cristina Gutiérrez. Soy Cristina Gutiérrez Lestón, soy educadora emocional, escritora y directora del proyecto educativo de La Granja, con sedes en Barcelona y Madrid. Una granja escuela donde entrenamos habilidades sociales y personales, competencias emocionales de niños, jóvenes y adultos.

00:25
Marta Tamayo. Hola Cristina, ¿qué tal? Soy Marta y soy madre de tres hijos. Bueno, la verdad es que estoy encantada de poder compartir este momento contigo, porque tú, como educadora, compartes sobre todo mucho tiempo de ocio y de tiempo libre con ellos y me gustaría saber un poco cómo es tu día a día con los niños.

00:49
Cristina Gutiérrez. Ostras, pues mi día a día en un lugar donde hay caballos, animales, naturaleza y muchos niños, podría decirte que es intenso. Intenso, muy divertido y cada día de verdad que creo que es una aventura, no sabes nunca qué va a pasar. Tengo que decirte que los niños son asombrosos cuando se les da espacio y tiempo, y te sorprenden cada día. De hecho, yo creo que se dan cuenta de muchas más cosas de las que nosotros, los adultos nos damos cuenta. Tienen una capacidad de percepción muy fina. Me acuerdo de un niño que le dijo a su padre, un niño de 4 años le dijo a su padre: “Papá”, mientras cenaban, le dijo: “Papá, estás sentado en la rabia y eso no es nada bueno”. Ahí me acuerdo de que pensé: “Ostras”. Me lo dijo el padre al día siguiente y pensé: “Ostras, ¿cuántos de nosotros estamos ahí, sentados en esa rabia, sin ni siquiera darnos cuenta?”. Y qué suerte tengo de trabajar en un lugar donde los niños te confrontan cada día y te hacen esos “zascas”, que te dicen en qué momento estás como madre, como padre, como educador o como profesional. Entonces, la verdad es que creo que tengo el mejor trabajo del mundo.

01:53
Marta Tamayo. ¿Crees que en generaciones anteriores, en que se educaba de otra manera, ha habido muchos cambios con respecto a cómo educamos hoy en día? ¿Vosotros habéis notado esos cambios?

02:04
Cristina Gutiérrez. Tengo que decirte que sí, que hemos notado muchos cambios, y cuando trabajas en un lugar como en el que yo trabajo, que es una trinchera de la educación, donde todo te salpica, pues… De alguna manera lo vives en tu propia piel. Tengo que decirte que los niños hoy en día son mucho más exigentes que antes y mucho más retadores. Con exigente me refiero a que cuando tú hablas o les explicas un temario o algo y no les convence o no les interesa, de repente giran la mirada y ya no te escuchan. Tengo que decirte también que en los 37 años que llevo trabajando con niños nunca me he encontrado con tantas carencias emocionales en ellos. Hablo de miedos, miedos a casi todo. Hablo de bajas autoestimas, sobre todo cuando llegan a la ESO. Hablo también de desconfianza, no solo hacia sí mismos, sino también hacia los compañeros del cole, con los cuales llevan, igual, desde P3. Hablo también de inseguridad. Últimamente, mucha aceleración y desde hace dos años nos estamos encontrando, cosa curiosa, niños y niñas de ocho años con ansiedad y estrés, hasta el punto de que hemos tenido que construir el circuito de la ansiedad para que, al menos cuando los niños, ya que no podemos, no tenemos la varita mágica para sacar la ansiedad de la vida de los niños y de las familias, al menos que salgan de la actividad, entendiendo la diferencia entre ansiedad y estrés, y que salgan sabiendo cómo ellos pueden gestionar la ansiedad y que no sea la ansiedad la que los gestione a ellos. Eso es un poco lo que nos estamos encontrando.

03:33

Un ejemplo de cosas que están pasando es Isaac, un niño de doce años que nos vino con una excursión que se llama “Somos una clase, somos un equipo”, en la que, después de tres actividades, el liderazgo con el caballo, el puente de la comunicación positiva, el circuito de la confianza, nos sentamos en un prado y les preguntamos: “¿Qué te llevas de hoy?”. Cuando llegó el turno de Isaac nos dijo: “De hoy me llevo saber que le importo a alguien”. Eso está pasando, está pasando mucho en los institutos, hay muchos Isaacs. Yo sé que Isaac es importante para su padre, pero aquí lo que yo pienso no importa, aquí lo único que importa es lo que piense un chaval de doce años. Y creer eso o pensar eso a esa edad, es francamente peligroso. Así que, no sé, invito a que todos, cuando lleguemos a casa, pues digamos a nuestros hijos, sobre todos los adolescentes que a lo mejor están enfadados con el mundo, digámosles, aunque sea solo en treinta segundos: “Oye, es que eres importante para mí”. Necesitamos sentirnos importantes, que importamos a alguien y podemos desde la educación, como padres, como madres, como tíos o como abuelos, decirle a ese niño: “Oye, eres importante para mí”.

El síndrome de la familia perfecta. Cristina Gutiérrez
04:40
Marta Tamayo. ¿Y de dónde crees que vienen todas estas carencias emocionales?

04:43
Cristina Gutiérrez. Por un lado, la sobreprotección. Por otro lado, la aceleración del mundo en el que hacemos vivir a nuestros niños y nosotros. Y en tercer lugar, algo muy curioso, que es que creo que hemos hecho desaparecer la cultura del ser por la cultura del tener. Cuando yo sobreprotejo, lo que hago es, directamente, congelar la autonomía de los niños, genero dependencia. Cuando son pequeños, dependencia en los papás y las mamás. Pero a medida que crecen, sobre todo cuando llegamos a la ESO, los papás ya no somos tan guays, y entonces lo que pasa es que los niños buscan esa dependencia en los amiguitos o las amiguitas de la clase. Cuando yo digo que sobreproteger literalmente es desproteger, es porque cuando yo sobreprotejo lo que estoy haciendo en realidad es hacer cosas que puedes hacer tú. Es decir, si yo te hago los deberes, o pregunto por el grupo de WhatsApp cuáles son los deberes del día, lo que estoy haciendo es: “Ya lo hago yo, porque tú no puedes”. Cuando soy yo la que, por ejemplo, discute la nota de un examen con tu profesor de la ESO, lo que estoy diciendo es: “Ya lo hago yo, porque tú no puedes”, y al final el niño se lo acaba creyendo. Cuando un niño cree que no puede le baja la autoestima, tiene miedos e inseguridades. Además, tiene desconfianza. Recuerdo una niña, Ana, que vino a la granja a hacer unas colonias emocionales con su clase y era la típica niña que siempre iba un poco, pues detrás de las demás niñitas. Si todas iban con las bambas blancas, ella iba con las mismas bambas blancas. Recuerdo el último día le pregunté: “¿Qué te llevas, Ana?”. Y me dijo: “Me llevo que la autoestima es como una botella que hemos de mantener llena para estar bien con nosotros mismos”. Es decir, esa botella que todos tenemos, ella iba todo el día con la botella detrás pidiendo a las amiguitas que le llenasen la autoestima. Como todos esos niños que de alguna manera han sufrido, con esa generosidad que tienen, también añadió al final: “Y cuando me sobre, Cristina, llenaré las botellas de los demás”.

06:35

Ese “cuando me sobre” a mí me impactó, porque tenía los niños más pequeños en aquella época y yo me sentía como que siempre yo iba dando, iba vaciando mi botella de autoestima para llenar la de los demás y que muchas veces llegas a casa y la tienes vacía. Entonces, cuando la tienes vacía es cuando la autoestima ya no está, y ahí es cuando te desesperas o ya no puedes más. O cuando, por ejemplo, empiezas a gritar. Esta, para mí, es una de las causas, esa sobreprotección que hace que a los niños les baje la autoestima y no se sientan capaces de quererse a sí mismos, de tener una buena opinión de sí mismos. La segunda de las causas, para mí, es esa aceleración en la que hacemos vivir al mundo. Hay otra anécdota, me acuerdo, bueno, es una anécdota que pasa muchas veces, subiendo a caballo un niño me dijo: “¿Qué haremos después?”. Y yo pensaba: “Ostras, estás encima del caballo”. Y recuerdo que cogí, le tapé los ojos con una venda y el niño de repente dice: “Huele”. Claro, notó que el caballo tenía olor. Entonces me dice: “Está muy suave”. Claro, cuando dejo de pensar con ansiedad en el futuro y me pongo aquí en el momento presente, puedo vivir esa sensación, ese instante. Y además estaba montado a pelo y me dijo, tocándolo, acariciándolo: “Le late el corazón”. Sí, el corazón de un animal late, igual que el tuyo, igual que el mío. Nos falta esa empatía. La aceleración del mundo nos aleja de la empatía, de verte, de mirarte y también de mí.

08:03

Pero claro, es lógico que eso pase, porque cuando llegamos a casa, ¿qué hacemos? El niño está merendando, le decimos: “Va, venga, que ya tendrías que estar haciendo los deberes”. Está haciendo los deberes y le decimos: “Va, venga, que ya tendrías que estar cenando”. Está cenando y le dices: “Va, venga, que ya tendrías que estar en la ducha”. Está en la ducha y le dices: “Va, venga, que ya tendríamos que estar en la cama, porque mañana…”. Porque mañana, ¿qué? ¿Empieza la competición? ¿Empieza esa carrera? La pregunta que tendremos que hacernos a lo mejor es quién ha decidido vivir con prisas, tú o él.

08:34
Marta Tamayo. Y cómo podemos conseguir, porque efectivamente, sobre todo los que tenemos niños pequeños, siempre se entretienen mucho y eso hace que se ralenticen los ritmos de los adultos. Es verdad que entiendo que los adultos deberíamos ponernos un poco más a su altura, pero ¿qué manera podemos encontrar para frenar nuestro propio ritmo?

08:54
Cristina Gutiérrez. Recuerdo que un niño de cinco años me dijo, hay muchos que te comentan: “Mis papás están muy ocupados”. Y ellos de verdad, os juro que entienden que los padres estén ocupados. Lo entienden perfectamente. ¿Sabes qué no entienden? Que cuando lleguemos a casa los padres y las madres nos sigamos sintiendo ocupados. Eso no lo entienden. Entonces yo, a lo que os invito es que, cuando lleguéis a casa, en vez de hablaros a vosotros mismos: “Tengo que hacer la cena”, lo cambiéis por un: “Quiero hacer la cena”. “Tengo que ayudar a mi hijo a hacer los deberes” por un: “Quiero ayudar a mi hijo a hacer los deberes”. “Tengo que llevar a mi hijo a entrenar” por un: “Quiero llevar a mi hijo a entrenar”. Veréis que solo hablando así vais a cambiar el tener que hacer por el querer hacer. Incluso podemos decir: “No tengo que ir a trabajar, quiero ir a trabajar”.

09:38
Marta Tamayo. Al hilo de eso, yo es verdad que intento un poco hacer ese tipo de ejercicios con mis hijos y en muchas ocasiones en vez de: “Tengo que”, intento sustituirlo por: “¿Me ayudas? ¿Compartimos esto?”, y así también se implican ellos y conseguimos equilibrar los ritmos de todos.

09:56
Cristina Gutiérrez. Sí, eso es interesante, hablar de que somos un equipo, eso nos funciona mucho. Nosotros somos un equipo, y como un equipo, cada uno tiene su misión. Entonces tu niña de siete años ya puede ser la encargada, la responsable de hacer la ensalada en casa, y los niños más pequeños, de cuatro o cinco años, son los responsables, como parte el equipo, de poner la mesa. Es fantástico ir una dimensión mucho más allá, es decir, no quedarnos en el ayudar, sino para una misión más grande, ser un equipo.

10:24
Marta Tamayo. Otra de las causas que has mencionado es la cultura del ser por el tener. ¿Cómo nos la explicas?

10:31
Cristina Gutiérrez. Eso lo empezamos a ver en el año 2000, 2002, que los niños iban cambiando muchísimo, no nos escuchaban como antes, no conseguíamos modular actitudes y comportamientos, y a raíz de eso empezamos a estudiar lo que pasa. Como pasa en tantos niños y tantas familias, pudimos hacerlo bastante fácilmente, y nos dimos cuenta de que habíamos cambiado. Sobre todo en esa época, fue el año 2000, 2004, la época del auge económico, en que éramos todos un poco los reyes del mambo. Entonces, se cambió un poco la cultura de ser por el tener, es decir, ir a comprar ya ocupa mucho tiempo, y todo aquello que compramos, sobre todo a los niños, aún más, porque lo que compramos, tardamos mucho en utilizarlo. Antes una muñeca igual nos cansábamos antes, pero en un juego de ordenador puedes poner horas y horas y horas de dedicación. Y estamos tan ocupados teniendo y haciendo servir aquello que tenemos, que al final no nos da tiempo, no nos queda tiempo para ser. Y ser es, compartir, ser es tener tiempo para pensar, para sentir, ser es pelearte con el compañero de clase y buscar dentro de ti esas herramientas, esos recursos para volver a ser amigos. Eso, eso es ser.

11:38
Marta Tamayo. Sí, tener tiempo, un poco, para la reflexión, ¿no?

11:40
Cristina Gutiérrez. Exacto. Es que generar oportunidades para ser ahora ya empieza a ser vital, por cómo están, por esas carencias que estamos viendo y lo que estamos viviendo. Y cuando no podemos tener esas oportunidades de ser, eso lo que hace es que, si yo no soy, yo no sé quién soy, y ¿cómo me voy a querer si no sé quién soy? Ahí es cuando la autoestima baja, no puedo quererme. La autoestima baja. Recordemos que la autoestima es la base del éxito y de la felicidad de las personas. Por eso es básico, imprescindible, que desde las familias, pero también desde el sistema educativo, intentemos buscar ocasiones, oportunidades para que los niños puedan entrenar ese ser, esa valentía, esas competencias emocionales, esos recursos que tenemos dentro, esas habilidades sociales y personales para poder ser.

12:30
Marta Tamayo. Al hilo de esto que me estás contando, tu libro se basa un poco en la valentía, en crecer con valentía. ¿La valentía se puede entrenar?

12:40
Cristina Gutiérrez. A ver, lo primero que hemos de tener en cuenta es que cuando a nosotros nos nace un bebé, una criatura, nos invaden todos los miedos del mundo mundial, todos y más. No pasa nada, es natural. Lo que sí que hemos de tomar en ese momento, también, es una difícil decisión y es quién quieres que eduque a tu hijo: tu miedo o tú. Miedo a que le pase algo, miedo a que no sea feliz, miedo a que no tenga amigos, miedo a que suspenda, miedo a que no sea bueno en mates, miedo a que no sea bueno en ese deporte que quiero. Miedo, miedo, miedo. Yo creo que esa es la primera pregunta que nos tenemos que hacer: quién queremos que eduque a nuestro hijo. Si nosotros queremos… Si dices: “Bueno, lo va a educar el miedo porque no puedo hacerlo de otra manera”, no pasa nada, pero recordemos que los miedos también se heredan, como las casas, los pisos, los miedos también se heredan. Eso tengámoslo en cuenta. Yo siempre digo que hay dos tipos de padres: los padres que preparan el camino para sus hijos, aquellos que se lo aplanan y le quitan las piedras, porque no vaya a ser que no esté bien, no esté contento, no esté alegre y feliz todo el día. Y luego hay otro tipo de padre, el padre que prepara al hijo para el camino, sea este camino como sea. Esos padres se comen sus miedos, porque los que preparan al hijo no significa que no tengan miedo, significa que son valientes, los superan y lo afrontan. Esa es la diferencia. Así que yo recuerdo cuando mi hija Alexandra tenía tres años y me llegó el papelito de las colonias en la escuela. Ostras, pensé: “Uf, es que es muy pequeña. ¿Y si no le gusta la comida? ¿Y si por la noche me añora?”. Así que cada vez que tengo que tomar una decisión me hago una pregunta: “¿Quién está decidiendo, tú o tu miedo, Cristina?”. En ese caso, firmé el papel para que fuera de campamento.

El síndrome de la familia perfecta. Cristina Gutiérrez
14:23
Marta Tamayo. Sí, es verdad que muchas veces los que tenemos que superar primero el miedo somos los padres. Poner caras de: “Bueno no va a pasar nada. No te lo traslado a ti”. Aunque hay veces que yo creo que también es importante que tus hijos vean que tú también sientes miedo, que es algo normal, pero que eres capaz de superarlo, que es un poco la valentía, yo creo, es el concepto que tú introduces también en tu libro: crecer con valentía, que no significa no tener miedo, sino más bien superarlo, ¿eso es así?

14:53
Cristina Gutiérrez. Sí, de hecho, he escrito sobre la valentía porque cada vez me encuentro más niños con miedos y también me encuentro cada vez más padres asustados. Un padre asustado significa que tiene el miedo enganchado en la piel. Cuando tú tienes el miedo enganchado en la piel es muy difícil que no sobreprotejas, también es muy difícil que no eduques en el miedo, pero justo en ese momento es cuando has de tomar la decisión para con tus hijos, de sacar tu valentía de los bolsillos, porque los tenemos aquí dentro, sacar la valentía y afrontar esos miedos que tienes con respecto a tus hijos. Que sí, que son muchos y además muy intensos, como madres todas lo sabemos, y como padres también. Porque si no, ojo, porque nos vamos a acercar peligrosamente, a educar en la cobardía, y eso ya está pasando. Estamos educando más en la cobardía, en no afrontar un miedo, que en la valentía. ¿Qué es la valentía? La valentía es un comportamiento, es una actitud, que nos sirve para afrontar un miedo, sea real o sea imaginario. De hecho, el noventa y tres por ciento de los miedos que sentimos no son reales. La valentía, yo me acuerdo de un caso que me pasó, Sergio, un niño de nueve años que vino de colonias. Íbamos a subir a caballo, me vino muy triste, me dice: “Soy el único cobarde de la clase”. Yo le dije: “No, ¿qué quieres decir?”, y me dice: “Soy el único niño al que le da miedo subir a caballo”. Yo me acuerdo, en la granja no hablamos, en la granja preguntamos, así que no le dije nada, simplemente con las actividades sabía que tenía que aprenderlo por sí mismo, porque eso para nosotros es la educación emocional: la vivencia, aprender por ti mismo, para que sea un aprendizaje significativo. Al tercer día Sergio estaba montando a caballo. Me acuerdo que pasé, lo vi, lo miré… Son esos momentos mágicos, lo miras, él me vio, me miró, y cuando bajó del caballo vino corriendo y me dijo: “Cristina Gutiérrez, ya lo entiendo”, y le dije: “¿Qué entiendes?”. “Entiendo que la valentía no es no tener miedo. La valentía es tener miedo y aun así subir a caballo”. Dije: “Pues sí, genial”.

16:50

Y entonces le hice una pregunta: “Entonces ¿quién ha sido el único valiente de la clase?”. Me miró y me dijo: “Yo”. Y digo: “Claro”. Entonces, fue uno de esos momentos mágicos en que abre los ojos, en que le brilla la mirada y de repente la autoestima, vi cómo subía. Si hay una mirada que refleja la autoestima, sin duda era la de Sergio de ese día.

17:09
Marta Tamayo. Eso es lo que te iba a preguntar, que la autoestima está intrínsecamente relacionada con la superación de los miedos, con el poder sentirte capaz de afrontar la vida en general, te venga como te venga, bonita o fea.

17:22
Cristina Gutiérrez. Claro, es que realmente, si lo piensas, el miedo… Nadie sabe lo que es el miedo. Si te pregunto: “¿Qué es el miedo?”.

17:28
Marta Tamayo. Sí, claro…

17:29
Cristina Gutiérrez. Pues el miedo, ¿no?

17:29
Marta Tamayo. Lo relacionamos con una fobia, o…

17:31
Cristina Gutiérrez. Una fobia. El miedo, si no pasa nada, el miedo es una emoción natural, la sentimos todos los humanos, porque es una emoción primaria. Pero es una emoción cuya función nos sirve para alejarnos, apartarnos del peligro, y nos ayuda a sobrevivir como especie. Por eso es tan potente, porque te has de apartar del peligro, porque si no como especie acabaremos muriéndonos. Entonces es fantástico lo que hace el miedo con nosotros. Lo que pasa es lo que también te decía, el noventa y tres por ciento de los miedos no son reales, nos los imaginamos. Y queda un siete por ciento que sí, pero en nombre de este siete por ciento, o de este noventa y tres por ciento, hacemos a veces barbaridades, sobre todo cuando sobreprotegemos o educamos a nuestros hijos. Además, el miedo, también, además de invasivo y de que nos paraliza, el miedo es contagioso. Nosotros a los niños les decimos que el miedo es falta de información o porque no tengo, o porque me falta una parte de esa información. Yo recuerdo a Alba, una niña que también me dijo, íbamos hacia la pista donde estaban los caballos, íbamos caminando y me dijo: “Me dan miedo los caballos, porque son peligrosos”. Cuando nosotros tenemos esa situación, una cosa que nos funciona muy bien para bajar y reducir los miedos de los niños es concretar el miedo. Así que cuando la niña me dijo: “Me dan miedo los caballos porque mi mamá me ha dicho que son muy peligrosos”, yo le dije: “Concretamente, ¿qué te da miedo de los caballos?”, y me miró y me dijo: “La boca”. Y yo le dije: “Ah, entonces no te dan miedo los caballos, lo que te da miedo es la boca de los caballos”. De repente de un caballo, que es muy grande, lo hemos hecho más pequeño: la boca de los caballos. Y entonces, la segunda parte, es darle la información. Si el miedo es falta de información, le doy esa información.

19:10

Me acerqué al caballo, como era pequeña la pude coger en brazos, me acerqué al caballo hacia atrás, desde donde está el culo y el lomo, la niña lo tocó y dijo: “Ay, qué calentito”. También me dijo: “La piel brilla”, porque ese día hacía sol. Cuando me acerqué a la crin vi que ya se me quedaba más tensa. Entonces ya dije: “Vale, hasta aquí”. Concretemos los miedos, hagámoslos pequeños y afrontemos los miedos poco a poco y al ritmo de la niña. Mañana ya podremos continuar.

19:38
Marta Tamayo. En cierta ocasión leí que si tú no te has ocupado de escuchar a tu hijo cuando es pequeño, cuando tiene cinco o seis años, que a lo mejor lo que te cuentan no te resulta demasiado interesante como adulto, pero para él es su mundo, es su vida y le escuchas y le enseñas que puede confiar en ti, luego, cuando sea adolescente, igualmente se acercará a ti, pero si no lo has hecho en esa etapa más infantil, luego es mucho más difícil pretender que tu hijo adolescente se vuelva hacia ti para hacerte preguntas y entender la vida.

20:11
Cristina Gutiérrez. Es un poco lo que explicábamos, volvemos al tema del ser un equipo. Un equipo es todos juntos hacia un mismo objetivo, en este caso, por ejemplo, el objetivo de la familia: todos juntos para que todos podamos ser felices. No solo el niño o la niña, también el papá y la mamá, porque a veces ellos son los reyes de la casa y vamos todos a su alrededor para que ellos sean felices y entonces nos olvidamos de serlo nosotros. Y al final hay niños que se acaban creyendo que su felicidad depende de sus padres. No, no, cariño, tu felicidad depende de ti y la mía depende de mí. Enseñemos eso a nuestros hijos, que mi felicidad depende de mí, y lo aprenderán solos. No hay ninguna dificultad en eso cuando lo hacemos. Cuando trabajamos en equipo, ¿sabes cuál es la habilidad principal para que sea un trabajo en equipo de verdad? La confianza. Confianza etimológicamente significa tener fe. Tener fe significa que no sé si vas a hacerlo o no, no es la seguridad, es la fe de que creo en ti. La sobreprotección es no confiar en los niños, es desconfiar absolutamente, por eso te lo hago yo, porque no puedes. Entonces, el momento en que yo confío, que tengo fe en ti, el niño tiene fe en sí mismo, eso siempre funciona, por eso a veces habrás tenido algún profesor, alguna persona o a un padre o una madre, algún familiar que cuando te ha mirado, te ha mirado de una manera que te ha empoderado y te ha hecho ver algo en ti que tú ni siquiera veías. Esa persona lo que está viendo es algo que brilla dentro de ti y confía en que lo que brilla, algún día puede salir. Y es entonces cuando tú lo puedes ver y sales a brillar. Entonces, para mí, ¿cuándo puedo demostrar de la manera más corta, más fácil y más rápida la confianza? En los momentos chungos, es decir, cuando la ha liado, cuando te ha decepcionado, cuando no te lo esperabas. En ese momento tenemos dos caminos, no solo como padres y madres, sino también como educadores, como profesores, como maestros. En ese momento tienes dos caminos: o lo humillas o lo dignificas.

22:05
Marta Tamayo. Yo creo que en algún momento he leído también que tú apoyas el hecho de no corregir tanto, no echar tantas broncas cuando se comete un error, sino: “Bueno, vamos a analizar. Errores cometemos todos, vamos a intentar resolver qué es lo que ha producido este error y cuáles son sus consecuencias, para aprender también de ellos”.

22:26
Cristina Gutiérrez. Yo tengo una frase en la entrada de la granja que pone: “Aquí no castigamos los errores, reparamos los efectos”. Yo me equivoco, tú te equivocas, todos nos equivocamos y los niños también pueden equivocarse. Hay niños que creen que no se pueden equivocar y eso está pasando también, porque cada vez que yo le hago los deberes a mi hijo, y eso está pasando, el ochenta y tres por ciento de los profesores afirma, en una encuesta que hicimos nosotros, que alguna vez se ha encontrado deberes hechos por los padres, con letra, caligrafía de los padres. Cuando tú haces los deberes a tu hijo, realmente, ¿qué le estás diciendo? Los padres me dicen: “No es que con tantas extraescolares, pobrecito. Está muy agobiado. Hoy ya se los hago yo”. Cuando se los haces tú ¿sabes lo que le estás diciendo? “No te puedes equivocar”. Cada vez que le corrijo los deberes: “No te puedes equivocar”. Y hay niños que se lo han creído. Tengo una niña de quinto de primaria, María, veinticinco grados, mes de mayo, me llega a la granja y vamos a desayunar al prado y me dice: “¿Me puedo sacar la chaqueta?”. En la granja no hablamos, en la granja preguntamos. Y le dije: “¿Tú no crees que esta pregunta te la puedes responder tú?”. Y me miró y me dijo: “No”. Me quedé… Digo: “Ah, ¿no?”, y dice: “No”. Y le dije: “¿Por qué?”, y me dice: “Porque me puedo equivocar”. Me quedé que dije: “Ostras, pero ¿qué estamos haciendo?”. Estamos enseñando a una niña que para sacarse la chaqueta a veinticinco grados en el mes de mayo, ha de preguntarlo, por miedo a equivocarse. Los profesores también afirman que cada vez más… “Coged el lápiz punta dos”. “¿Punta dos?”, “¿Punta dos?”, “¿Seguro, punta dos?”, “Sí”, y veinticinco preguntas: “¿Punta dos”?, por el miedo ese a equivocarse. Es superimportante, yo creo, que hagamos autónomos a los niños, que confiemos en ellos y que en los momentos, si yo puedo hablar, llenarme la boca, decir que eres maravilloso. Pero cuando me decepciona, cuando me la ha liado, ahí es cuando yo me pongo como una moto: “Y encima, es que no sirves para nada. Es que no vales. Estoy harta, es que no aguanto más”. Ahí es, por mucho que tú hagas de lo otro, esto va a pesar mucho más y la confianza se va a romper.

El síndrome de la familia perfecta. Cristina Gutiérrez
24:27
Marta Tamayo. Y si les sobreprotegemos demasiado, al final eso tampoco va a poder resolverse. A mí me hace mucha gracia que bueno, habíamos oído hablar de padres y madres helicóptero, y de repente tú has sacado ese concepto que realmente creo que es más actual, además, el de padres y madres dron. Explícanos qué es para ti algo más que un padre o madre helicóptero, un padre o madre dron.

24:51
Cristina Gutiérrez. Los padres helicóptero son aquellos que van todo el día dando vueltas alrededor de los niños, controlándolo todo a extremos que flipamos. Padres que dicen a una profesora dónde se ha de sentar su hijo en clase, o uno que le dijo a la profesora que había un niño de la clase que no se podía acercar a menos de diez metros de su hija, porque si no le denunciaba. Otra madre que se coló en la excursión del cole, la profesora se despistó y de repente la madre subió corriendo y cuando la vio estaba cambiando niños de sitio para que su niño se sentara con no sé quién. Entonces, realmente el miedo es capaz de hacernos cosas ridículas y que luego, cuando llegamos a casa pensamos: “Ostras, qué vergüenza, ¿qué he hecho?”. Pero realmente porque quien estaba haciendo eso no eras tú, era tu miedo. Ese es el perdón que tenemos y el consuelo que podemos tener. Pero sí, los padres dron ya no solo dan vueltas, o sea, que lo hacen ya con mando a distancia. Ser un padre helicóptero es agotador. Hay muchas madres y padres agotadores, pero sobre todo hay un poquito más de madres, y los drones son aquellos que van con el mando a distancia y son capaces de que todos esos agentes educadores que también, aparte del padre y madre, que tiene cualquier niño, como por ejemplo profesor, los canguros, los abuelos y las abuelas, si van de campamentos, los monitores, los entrenadores de los deportes que hacen en extraescolar o los sábados y domingos, pues que quieren que eduquen como ellos, en su visión y en su mirada de cómo se ha de educar. Es decir, el niño ha de estar ahí, en su pedestal, y no puede pasar ni un segundo en que no esté contento en su vida. Y bueno, entonces van con el mando a distancia, hasta el punto, te pongo un ejemplo muy curioso, pero bueno, no es el único, todo esto es real, no es exagerado. Una escuela con niños de P5, ochenta niños, con los que tenemos que hacer por la noche una actividad superchula que es ir a escuchar los sonidos de los animales cuando duermen por la noche, los caballos… No sé si has oído alguna vez, cuando duerme un caballo el sonido que hace, o una oveja, o las gallinas o los cerdos. Es superchulo, les encanta.

26:51

Pero no pudimos hacer la actividad, la tuvimos que anular porque los padres habían exigido a través del grupo de WhatsApp que para que fuera una noche, las profesoras tenían que lavar el cabello a los niños con jabón y suavizante. Como te puedes imaginar, ochenta niños. Claro, nos pusimos todos a ayudar a lavar la cabeza, el cabello a los niños y luego, como no teníamos ochenta secadores, porque claro, no tenemos ochenta secadores, pues íbamos secando el pelo. Pues claro, con el pelo mojado y por la noche, no tuvimos tiempo para hacer la actividad. Entonces, pues bueno, se quedaron sin actividad en nombre de ese mando a distancia y estábamos a cuarenta kilómetros de los papás y de las mamás. Pero ese padre dron es capaz de, con ese mando a distancia, que todo el mundo juegue su juego. Y eso es peligroso, porque gracias a Dios tenemos ese lugar que es la escuela que es el único que por ahora queda que está luchando contra la sobreprotección, contra ese río que nos lleva. Esos maestros, esas maestras, aquí mi tributo, mi homenaje, porque realmente son verdaderos héroes que salvan de la sobreprotección a muchos niños y gracias a ellos hay muchos niños que pueden tirar para adelante. Hay padres que me dicen: “No, es que el mundo es tan duro que quiero que mientras sea pequeño sea feliz”. Y digo: “Ya, y cuando salga de casa y se encuentre el mundo y vea que le has engañado, ¿qué crees que va a hacer? Primera piedra y pam, al suelo, se va a caer y luego como no sabrá levantarse, porque claro, no lo hemos entrenado, tendrá que ir a una farmacia a comprar una de esas pastillas que venden para levantarse”.

28:24

De hecho, el 35% de los universitarios de nuestro país toman antidepresivos y ansiolíticos en primero de carrera por la tolerancia cero a la frustración. Eso está pasando. En nuestras manos está cambiar lo que está sucediendo. Creo que tenemos, de hecho, reivindico entrenar a nuestros hijos en la valentía, en superar sus miedos, en educar en una sana autoestima, porque si no, nos vamos a cargar la sociedad. Nosotros como sociedad, por muy modernos que seamos, necesitamos lo mismo que siempre hemos necesitado para sobrevivir: jóvenes, adolescentes, fuertes, autónomos, valientes y seguros para algún día tirar del carro de la tribu. Yo me acuerdo que siempre les dije a mis hijos: “Vosotros a los dieciocho años os iréis fuera de casa”, en el sentido de no echarlo, pero de vivir o salir fuera, bueno. A los dieciocho años a mi hija Alexandra la envié un año fuera, a Canadá, a Alemania, un poco… Que viviera mundo. Me acuerdo que cuando se fue, creo que lo explico en el libro, y mira que no me gusta explicar cosas personales. Pero aunque yo lo tenía clarísimo, claro, es mi hija, es mi primera niña. Se iba fuera. Recuerdo que los primeros días, mientras estaba en Canadá, yo pensé: “Ostras, ¿por qué la habré enviado tan lejos? Es que si pasa algo no puedo coger un avión”, porque vale mucho dinero y ya nos habíamos gastado muchísimo. Y me acuerdo de que iba a su pupitre, que aún estaba desgastado de los años de estudio, me sentaba y lloraba a escondidas para que no se enteraran ni mi marido ni mi hijo, para que no me dijeran que era tonta. Y bueno, cuando acababa salía, muy digna, y tiraba.

29:55

Pero me acuerdo que entonces le escribí, al cabo de dos semanas le escribí un mail y le dije: “Ostras, es que ahora veo que el inglés está bien, que es importante, pero lo que ahora me preocupa no es tu nivel de inglés. Ahora me preocupa que no seas capaz de levantarte si pasa algo, que alguien se meta contigo, que no seas capaz de defenderte, de saber qué quieres. Me aterra todo eso”, y le dije: “Creo que no te lo he enseñado todo”. Y entonces me envió un mail, me contestó: “Mamá, es que no me lo has de enseñar todo”. Y pensé: “Ostras, es verdad”. Nos creemos que lo hemos de hacer todo, para todo y ostras, luego tus hijos te dan… perdón, estas lecciones de vida.

30:30
Marta Tamayo. Es normal, yo entiendo que como madre te sientes emocionada porque tu hija te dio la respuesta, que al final tú no te habías dado cuenta. Y es que ella misma, por sí misma, tenía que aprender lo que tú no le puedes enseñar en ciertos momentos y que ella, por su experiencia, tiene que ir aprendiendo. Entonces ahí es normal que te emociones. Yo como madre también me emociono, porque te das cuenta de que al final ese bumerán que lanzaste te vuelve, y te sientes satisfecha al mismo tiempo.

31:02
Cristina Gutiérrez. Sí, que ese estrés que sientes como madre para hacerlo todo, pues bueno. Que pueden más de lo que creemos.

31:08
Marta Tamayo. Y que eres capaz de superarlo, tu propio miedo, porque te das cuenta de que tu hija tiene las herramientas para superarlo.

31:14
Cristina Gutiérrez. Exacto. Entonces, aunque como profesional lo utilizo, luego hay momentos en que… Cuando cuesta más es con tus hijos.

31:21
Marta Tamayo. Pero es normal, porque tendemos un poco a ser siempre una familia perfecta, donde todo lo sabemos hacer bien, donde cada miembro ejerce su papel idílico, y qué va. O sea, que levante la mano quien tenga una familia perfecta. Yo no conozco a nadie y ojalá no lo seamos nunca.

31:39
Cristina Gutiérrez. Es un síndrome, eso de esconder la vulnerabilidad, es un síndrome, el de la familia perfecta, que cada vez está más presente y cada vez veo más. El síndrome de la familia perfecta es aquello de casa perfecta, cuerpo perfecto, dientes blancos perfectos, y para complementar el cuadro: hijo perfecto. Entonces, ostras, veo que muchas veces confundimos un hijo con un proyecto y un hijo no es un proyecto. Un hijo es un hijo, o una hija, sea como sea. Entonces, muchos padres y muchas madres tienen tanta ilusión, y ahora, además, tenemos menos hijos, que hacen una proyección brutal y hacen un programa de vida, pero además, diseñado al milímetro: inglés fluido a los ocho, deportista de élite a los catorce, licenciado ‘cum laude’ a los veintitrés… Para cumplir ese plan que nos hemos ideado y ahí todos somos una montaña de felicidad. Pero hay niños, recuerdo que un niño me dijo, Marc, de seis años, me dijo: “La felicidad de mis padres depende de mí”. Ostras.

32:41
Marta Tamayo. Eso es duro.

32:42
Cristina Gutiérrez. Claro, porque predicamos tantas cosas que los niños se dan cuenta, incluso con 6 años, de todo eso que tenemos que hacer. O Júlia, de siete, que me dijo: “Mis padres siempre me dicen lo que necesitaré cuando sea mayor, pero nunca me preguntan lo que necesito ahora”. Yo le pregunté: “¿Qué necesitas ahora?”. Resulta que Julia hacía unas extraescolares para ser una crack de las mates, hacía también inglés, para tener trabajo cuando sea mayor, que le decían sus padres, y luego hacía danza para tener un cuerpo perfecto, para ser esbelta y bueno, todo eso que le decía su madre. Entonces yo le pregunté: “Bueno, y ¿qué necesitas ahora? Porque si tus padres no te lo preguntan, ¿qué es lo que necesitas ahora?”. Era hija única y ¿sabes qué me contestó?: “Llegar a casa y jugar los tres”. Sin tanta presión, los niños, porque cuando tenemos cinco y seis años ¿sabes qué es lo que queremos? Lo único que realmente nos importa es que nuestros papás, mi papá y mi mamá se sientan orgullosos de mí. Entonces, cuando tú ves que es tanta esa presión, que hay niños, sobre todo en la adolescencia, que explotan y dinamitan el plan milimétrico, la familia ideal y todo se destruye como un castillo de naipes.

33:51
Marta Tamayo. Pero bueno, yo creo que también viene un poco al hilo de lo que hablas en tu libro, de educar en la derrota.

33:57
Cristina Gutiérrez. No sé, por algún motivo educamos suponiendo que la vida les va a ir perfecta a nuestros hijos. Y es fantástico tener ese optimismo, pero creo que todos los que estamos aquí sabemos que alguna batalla vamos a perder, antes o después, alguna va a caer. Entonces la pregunta es: ¿pero también los educamos para cuando se caigan al suelo, cuando haya esa derrota? En esas habilidades que vamos a necesitar: tolerar la frustración, la paciencia, la resiliencia, el ser capaz de, aunque los demás no me quieran, yo voy a aguantar, la fortaleza interior. Es básico poder decirles a nuestros hijos, por ejemplo: “No, porque te quiero. No te voy a ayudar a hacer los deberes, porque te quiero, porque llevas toda la tarde jugando a la Play y ahora es tarde y yo me voy a dormir, porque voy a descansar y mañana te espabilas tú con tu profesor”. Y que pierda esa pequeña batalla mañana, cuando tiene ocho, nueve o diez años, no cuando tenga veinte, que a lo mejor no me voy a enterar. Enseñémosle ese: “No, porque te quiero” y que entienda que hay unos límites y que él se ha de espabilar y que la felicidad depende de él, no de ti.

35:02
Marta Tamayo. Nuestros padres a nosotros nos enseñaron de una manera. Creo que las generaciones han cambiado, la sociedad ha evolucionado muchísimo y ahora a veces creo que nos encontramos perdidos. ¿Qué cambios has notado tú y qué consejos podrías darnos para poder afrontar esta educación?

35:19
Cristina Gutiérrez. Ahora hay una nueva generación que hemos bautizado en La Granja, porque cada vez encontramos más, es la generación “Yo, yo, ya, ya”. “Yo, yo”, yo primero, antes que nadie y “Ya, ya”, no soporto esperar. El “Ya, ya” me conecta directamente con la impaciencia. ¿Sabes cuál es la habilidad principal para tolerar la frustración? La paciencia. ¿Cuándo la entrenamos? ¿Con el WhatsApp la entrenamos? ¿Qué entreno, la impaciencia o la paciencia?

35:46
Marta Tamayo. La impaciencia.

35:46
Cristina Gutiérrez. La impaciencia. Cuando los juegos de ordenador con recompensa inmediata, ¿qué entreno, la impaciencia o la paciencia? La impaciencia. Entonces, cuando entreno la impaciencia no puedo tolerar la frustración. Cuando tengo paciencia, puedo tolerar la frustración. Y eso es el “Ya, ya”, eso está pasando ya, como generación. Y luego está el “Yo, yo”, el: “Yo primero y antes que nadie”. Es el egoísmo. Como animales sociales nosotros hemos de trabajar desde la empatía, desde el equipo, que decíamos. Y también el “Yo, yo” muchas veces es: “Yo soy tan importante…”. Eso también, el “Yo, yo” un poco lo creamos nosotros en casa con el niño, que es el rey de la casa, en la que todo gira a su alrededor. Y conseguimos inconscientemente, sin esa intención, que él se crea que la felicidad del niño depende de los demás. Y ahí estoy yo, en medio, esperando a que me llegue la felicidad y no entendemos, o confundimos la alegría con felicidad. La alegría es una emoción que, además, viene rápida y es algo momentáneo. La felicidad es un trabajo personal, es conocerte, saber quién eres, está relacionado con la sana autoestima, con, a pesar de todo, sentirte digno de ti mismo, sentirte digno no solo como eres, sino como tu digno protector, que no soy alguien frágil, que necesito que constantemente alguien me proteja. Así que veo ese “Yo, yo, ya, ya” y claro, os invito a no hacer “Yo, yo ya, ya”.

37:10

Algo que creo que es muy importante es que nos conozcamos. Yo invito, como consejo o como ayuda para cambiar las cosas y para preparar los niños un poco más para la vida, hay que conocernos unos a otros, porque esta noche, cuando vayamos a cenar le puedes explicar… Le puedes preguntar: “¿Cuál es tu sueño, hijo?”. Y tú explicarle cuál era tu sueño, tus años de juventud, si ahora ya te has olvidado, recupéralo, recupera ese sueño y explícaselo. ¿Por qué no preguntarles esta noche cenando: “Oye, ¿cómo nos ves como familia?”? O, por ejemplo: “¿Qué crees que es lo mejor que tenemos como familia?”. O: “¿Qué crees que podríamos mejorar?”. O sea, es brutal lo que los niños son capaces de decir con seis años. Recuerdo a Nil, que le dijo a su mamá, bueno, que me dijo a mí que le iba a decir a su mamá y lo dijo, porque al día siguiente su mamá me llamó, y le dijo con cuatro años: “Mi mamá necesita semillas de alegría, le daré las mías”. Tú preguntas qué necesitas en casa y te dice eso, que: “Mi mamá necesita semillas de alegría”.

38:05
Marta Tamayo. Y además de la alegría, yo creo que hay otro tipo de emociones que también tenemos que validar, no solamente el estar alegre.

38:12
Cristina Gutiérrez. Exacto, sí, no, confundimos la alegría con tener que estar siempre bien. De hecho, Nil, en esa actividad de: “Le daré semillas de alegría”, es una actividad que hacemos en la granja en la que nos vamos al bosque. Entonces hay un personaje, un hada, que tiene muchos saquitos de emociones. Hay pesimismo, hay enfado, hay rabia, hay tristeza, hay abrazos, hay sonrisas, hay un montón. Entonces, cada niño ha conseguido unas piedras mágicas a través de las actividades y escoge aquellas, compra, digamos, aquellas semillas que más necesita, que siente que más necesita en su vida. Ahí es cuando estamos trabajando la conciencia emocional a través del juego. Entonces hay niños que cogen, recuerdo que uno cogió la responsabilidad porque su padre siempre le decía, con cuatro años, que si quería un perro tenía que ser responsable. Entonces pensó: “Pues eso me suena, responsabilidad”.

39:03
Marta Tamayo. Incluso sin saber lo que era, seguramente.

39:04
Cristina Gutiérrez. Sin saber lo que era. Pero yo creo que hay que validar todas las emociones que sentimos, porque el tema de disimularlas, de tener que estar siempre guapos, perfectos y fantásticos, sobre todo hoy en día con fotos, Instagram y todo eso… Es un peligro, es un arma de doble filo, porque cuando tú no estás bien te sientes terriblemente mal, porque piensas que todo mundo está bien y eres tú el rarito. No, las emociones todas son naturales. No puedes evitar sentir lo que sientes, lo que tú puedes, si a veces sientes eso, es regularlo. Y siempre digo, a los niños siempre les digo: “Tú puedes sentir lo que quieras, eres libre de sentir lo que quieras, hasta rabia, puedes hasta odiarme a mí, pero lo que no puedes es hacer lo que quieras con aquello que sientes. Eso sí que no te lo voy a permitir”. Esa es la diferencia de qué siento y qué hago con lo que siento. Y eso los niños lo han de tener claro desde pequeños. Y además, es tan fácil enseñárselo, de verdad, con la educación emocional, es que aprenden así. Pero si nos cuesta más a nosotros que a ellos. Así que con esas semillas, cuando tú, por ejemplo, la herramienta que nosotros utilizamos, porque es un ejercicio, un juego que podemos hacer en casa, cogemos el saquito de semillas de alegría, lo colgamos con un collar en el cuello de los niños y cada vez que veíamos a Nil o a otro niño, por ejemplo, que estaba serio, Nil había dicho que quería más sonrisas, pues cuando estaba serio le hacíamos así, entonces el niño hacía así y sonreía. Es esa conciencia constante de: “Si quieres eso para tu vida, empieza tú por ti mismo a hacerlo”.

40:29
Marta Tamayo. Y yo creo que la base radica en eso, en la comunicación, en la empatía. Yo lo veo, por ejemplo, con los niños cuando son pequeños, como tú llegas a cualquier sitio, a un parque, da igual, donde sea, a un lugar donde hay otros niños que no se conocen para nada. No hace falta ni preguntarse el nombre y espontáneamente empiezan a interrelacionarse, a tener juegos en común. Sí, hay alguna pelea, alguna discusión, porque al final el yo egoísta siempre está en la naturaleza del ser humano. Pero, por ejemplo, los adultos somos mucho más diferentes, somos más reacios, a lo mejor, a tener ese tipo de espontaneidad en nuestra comunicación.

El síndrome de la familia perfecta. Cristina Gutiérrez
41:05
Cristina Gutiérrez. ¿Sabes por qué? ¿Sabes cuál es el miedo más común que tenemos en España? El miedo a lo que piensen los demás de nosotros. Los pequeños, claro, aún no han adquirido ese miedo porque son pequeños, ya lo adquirirán. Y luego pasa lo que pasa, que sentimos ese miedo todos. Un poquito más de autoestima y no nos pasará tanto, y valentía para superarlo.

41:25
Marta Tamayo. Bueno, yo creo que es fundamental tener esa seguridad en sí mismo para poder afrontar el qué pensarán de nosotros, que nos dé un poco más igual, al final. Y a lo largo de todos estos años como educadora, con las relaciones que has tenido con los niños, con adolescentes, como madre, incluso, ¿con qué anécdota te quedarías? ¿Cuál es la que más te ha aportado? La que dijiste un día: “Dios mío, esto es importante”.

41:53
Cristina Gutiérrez. Hay muchos momentos increíbles, porque ya te he explicado todas las anécdotas. Pero probablemente hay una historia muy bonita que me explicó la madre de Gael, un niño de 6 años que fue el verano pasado: volvían de la fiesta mayor, de bailar en la fiesta mayor y entonces, volviendo a casa, el niño le dice a su madre: “Mamá, tú siempre me preguntas qué tendrías que cambiar para que yo me sintiera orgulloso de ser tu hijo”. Y su madre le dijo, un poco asustada: “Ya, pero tú siempre me dices que nada”. Y entonces el niño le dijo: “Pues yo creo que ahora deberías cambiar una cosa”. La madre le dice: “Ay, ¿el qué?”, con un miedo horroroso, porque Gael se las trae: “Ay, madre, ¿qué me va a decir?”. Entonces Gael le dijo: “Creo que tendrías que trabajar menos y bailar más”. Y la madre respiró y dijo: “Bueno”. Entonces el niño añadió: “Porque cuando bailas, brillas, mamá”.

42:47
Marta Tamayo. Qué bonito.

42:48
Cristina Gutiérrez. “Cuando bailas, brillas”. ¿Cuántas de nosotras no sabemos en qué brillamos? Y si no sabemos en qué brillamos, ¿cómo vamos a ver en qué brillan nuestros hijos? ¿Cómo vamos a ver su potencial? Creo que debemos, podemos ser valientes, podemos ser valientes por ellos, para poder ser eso que queremos. Invito a que en esta época de tanta sobreprotección, de WhatsApp y de todo esto que está pasando, que seamos de esas madres, esos padres que coloreamos saltándonos las rayas. Seamos valientes, atrevámonos a soñar, porque creo que un mundo mejor se lo merecen nuestros niños y que un mundo de valientes es un mundo con autoestima.

43:26
Marta Tamayo. Que no nos dé miedo lo que piensen los demás de nosotros.

43:29
Cristina Gutiérrez. Que piensen lo que quieran, tú a lo tuyo. Y si tus hijos sonríen y lo que haces les funciona, tira para adelante.

43:35
Marta Tamayo. Pues ha sido un placer, de verdad, compartir estos momentos contigo. He aprendido muchísimo, tanto como madre como persona, y espero que puedas seguir dedicándote a este mundo de la educación emocional, con niños, con adolescentes y, por qué no, con los padres y los profesores que los atendemos. Y de verdad que de aquí quiero darte las gracias por haber venido y encantada de haberte conocido.

44:00
Cristina Gutiérrez. Muchísimas gracias. Muchísimas gracias a todos, de verdad.