El increíble poder de nuestros sentidos
Diego Golombek
El increíble poder de nuestros sentidos
Diego Golombek
Biólogo
Creando oportunidades
La ciencia de la vida cotidiana
Diego Golombek Biólogo
Diego Golombek
Su capacidad para comunicar ciencia de manera accesible y entretenida, ha convertido a Diego Golombek en uno de los científicos más queridos y respetados de Argentina. Según afirma: “La ciencia está en todos lados, en la vida cotidiana. La ciencia es eso que te pasa cuando no te das cuenta”. Golombek es doctor en Ciencias Biológicas y especialista en cronobiología, la disciplina que estudia los ritmos biológicos en los seres vivos, sus alteraciones y los mecanismos de regulación; como el sueño, la actividad cerebral o el sistema endocrino. Asegura que los seres humanos somos “un cerebro con patas, pero también un reloj ambulante”, refiriéndose a la importancia de estos ritmos a la hora de planificar nuestras vidas: “El sueño es tan vital como comer. Es fundamental escuchar nuestro reloj biológico y aplicarlo en nuestra vida”. Diego Golombek defiende con fervor el poder de la curiosidad y el pensamiento científico: “Si uno piensa científicamente, cae un poco menos en los sesgos, es menos prejuicioso, no acepta cualquier argumento, pide evidencia”. Para él, esta forma de analizar la realidad influye en la empatía y en la forma que entendemos el mundo: “Eso nos hace ser mejores ciudadanos y mejores personas”, concluye.
Diego Golombek es licenciado y doctor en Biología de la Universidad de Buenos Aires. Es investigador superior del CONICET, profesor en la Universidad de San Andrés y profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes. Fue Director Ejecutivo del Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET) y presidente de la Sociedad Argentina de Neurociencias. Ha publicado alrededor de 180 artículos científicos y 20 libros, y realizado ciclos televisivos y exposiciones interactivas. Recibió, entre otros, el premio nacional de ciencias “Bernardo Houssay”, la beca Guggenheim, el premio Konex de Platino en comunicación, el Premio Latinoamericano de Popularización de las Ciencias y la Orden de las Palmas Académicas del gobierno de Francia. Ha sido nombrado personalidad destacada de las ciencias en la ciudad de Buenos Aires, y coordinó el Programa Nacional de Popularización de Ciencia e Innovación. La UNESCO le otorgó el premio Kalinga, la mayor distinción a nivel mundial en popularización de la ciencia.
Transcripción
Hay experimentos con animales de laboratorio… Lo pueden hacer. Habrán visto papagayos o esto… Pero en el campo, en la naturaleza, la sincronización es algo que nos define como humanos. Cantar, aplaudir al mismo tiempo, bailar, con la excepción de los biólogos, que no nos llevamos muy bien con esa parte del mundo. Pero es extraño que algo nos defina como humanos científicamente. Aplaudir, por ejemplo, hacer ruido. ¿De dónde habrá salido eso? Bueno, no somos los únicos. También hay chimpancés que aplauden para llamar la atención. Es una forma de decir: «Aquí estoy». Y parece que lo tenemos de hace mucho mucho mucho tiempo. De estas cosas les quiero hablar hoy. De la ciencia, no que hago en mi laboratorio, aunque un poquito podemos hablar también de esto, sino de la ciencia que está, aunque no nos demos cuenta. Parafraseando por ahí al extraordinario científico Juan Lennon, John Winston Lennon, que dijo… No sé si se acuerdan, en su último disco, Lennon le hace una canción a su hijo, a Sean Lennon, y le dice: «La vida es eso que nos pasa cuando estamos ocupados haciendo otros planes». «Life is what happens to you, etc.». Bueno, la ciencia también. La ciencia es eso que nos pasa cuando no nos damos cuenta, cuando aplaudimos, cuando estamos en la cocina, cuando estamos en el baño, cuando estamos en el autobús… Pasa ciencia. La propuesta para este rato que vamos a estar juntos, aprendiendo juntos, es que no pase, que nos detengamos un momento a ver dónde hay ciencia, que allí pongamos la lupa, el microscopio, nuestra atención…
Así empecé yo a hacer ciencia. Yo soy biólogo, trabajo en neurociencias, trabajo con un pedacito de cerebro que mide el tiempo y les cuento cómo empecé. Me habían dado una tarea… Yo era muy joven, recién entraba a la universidad, y mi proyecto de investigación era medir la temperatura de zarigüeyas. Es más, la temperatura rectal de zarigüeyas. Es más, medida manualmente. Así que se imaginan lo que era este joven midiendo temperatura. Básicamente, metiéndoles un termómetro en el culo a las zarigüeyas, para decirlo técnicamente. Y empecé haciéndome preguntas como cualquier otro. No tenemos nada de especial los científicos, más que profesionalmente hacernos preguntas. Nos invito, entonces, a pensar un poco en la ciencia cotidiana, la ciencia que te pasa cuando no te das cuenta. Así que hablemos de eso. Me encanta, es el tema que más me apasiona. Más allá de mi ciencia, lo que yo hago en mi laboratorio, me apasiona esto: la ciencia que te pasa cuando estás cortando cebollas, cuando estás haciendo un asado, cuando estás bañándote… Una operación muy recomendable por la ciencia, por otro lado. Pasa ciencia, no dejemos que pase. ¿Tienen ganas? ¿Hablamos de esto? Adelante.
Y ahí se produce la creatividad. Y hay muchos ejemplos de esto, hay muchos ejemplos cotidianos, de nuevo. ¿No les pasa a ustedes que están trabajando, trabajando así: «No puede ser», y, de pronto, les aparece una idea? Bueno, no viene de la nada, viene de todo lo que trabajaron previamente. La disrupción sola no te garantiza nada, no es que vayan a tomar algo y se les van a ocurrir ideas. Y tampoco el trabajo solo te lo garantiza. Y tenemos tantos ejemplos en la historia de la ciencia de esto, incluso hay ejemplos… Les encanta a los historiadores de la ciencia hablar de los sueños. Científicos y científicas que soñaron grandes cosas y cuentan un poco esto. Por ejemplo, un gran científico llamado Kekulé, un químico orgánico alemán. El chiste de los químicos es: «Kekulé y su hijito…». Perdón, esto… No sé… Ay, perdón, corten, corten. Resulta que Kekulé tenía que encontrar la fórmula del benceno. Benceno es lo que está en los encendedores de cigarrillos. Y trabajó mucho en esto y no encontraba la fórmula. Y cuenta Kekulé que una noche soñó con un monstruo mitológico: el uróboros. El uróboros es la serpiente que se come la cola. Tal vez la hayan visto en algún grabado, en algún cuadro… Se despertó y dijo: «Claro, soy un tarado. Yo estaba buscando el benceno, como empezar aquí y terminar aquí. ¿Y si es un uróboros? ¿Si se come la cola? ¿Si es circular?». Ese mismo día hizo los experimentos, hizo los cálculos y encontró el primer compuesto redondo de la química orgánica, el primer compuesto cíclico, y abrió una nueva puerta para la química.

¿Será verdad? ¿Habrá soñado con el uróboros? Pongámosle que sí, ¿por qué negarlo? Pero cualquiera de nosotros sueña con el uróboros, se despierta y dice: «Vieja, me cayó mal la comida». No piensan en una fórmula rara. ¿Por qué él pudo hacerlo? Porque venía trabajando. Yo lo dije rápido, pero lo importante de la historia es que venía trabajando arduamente en el tema. Y nos pasa a todos. Todos somos científicos en ese sentido. Todos podemos combinar distintas ideas, traerlas al mismo lugar y lograr algo innovador. ¿Por qué? Porque hemos trabajado, trabajado, trabajado y nos hemos corrido de ese trabajo. Muy sencillamente, eso es un resumen de muchas investigaciones de la ciencia de las ideas, de la ciencia de la creatividad.
¿Sabes qué es lo que sí funciona para mejorar estas funciones, esta génesis de nuevas neuronas o nuevas charlas entre neuronas? Lo mismo que te dice un cardiólogo es lo que te tiene que decir un neurólogo: el ejercicio físico moderado. El ejercicio físico, que el cuerpo esté bien, hace que el cerebro se pueda programar mejor. Y esto lo sabemos hace relativamente poco, con lo cual tenemos excusas a los que no nos gusta el ejercicio. Tenemos excusas. Antes no se sabía. Así que es permanente esa reprogramación. Y ahora preguntabas por, más allá de la reprogramación, la felicidad. ¿Cómo podemos hacer para estar felices? Yo les dije al principio: «Hablar de ciencia no tiene sentido». La ciencia se hace y se hace con experimentos. Y les propongo, entonces, un nuevo experimento, que es muy sencillo. No sé si tienen un lápiz o un bolígrafo a mano, posiblemente no, sino un dedo. Y si no tienen dedo, el dedo del vecino. Es lo mismo. Entonces, con ese lápiz, bolígrafo o dedo del vecino, les voy a pedir que hagan este experimento. Así, los quiero ver a todos así. Están hermosos, lo saben. Ahora, la pregunta es: ¿no se sienten mejor? Mientan, digan sí, si no, se acaba el experimento. Control, experimento. Cuando hacen esto… ¿Cómo que no? ¿Cómo que no? ¿Qué estudió para hoy? ¿Qué estoy haciendo así? Estoy haciendo esfuerzo en una sonrisa. Es lo mismo. Hacer esto o esto es lo mismo. Estos músculos le están diciendo al cerebro que la están pasando bien. Entonces, es el mejor antidepresivo posible.
Ahora la vida me sonríe. Esto no es nuevo. Esto es algo que descubrió el fundador, el padre de la psicología experimental, William James, el hermano de Henry, el novelista Henry James, que dijo: «Tenemos todo equivocado. Nosotros pensamos que primero nos emocionamos y luego actuamos. Primero estamos contentos o felices y luego sonreímos». Y él dijo: «Es al revés. Primero actuamos y luego el cuerpo nos convence de que estamos emocionados». Por eso, el experimento tan sencillo es que forcemos al cuerpo una situación particular. Esta y estos músculos le van a decir al cerebro: «Mirá, la está pasando bien, qué raro, ¿no?». O bien, podemos hacer lo contrario. Poner cara de enojados y ahora vamos a estar pasándola como el orto, diríamos en Argentina, como el culo, en España. Estos músculos le van a decir al cerebro: «La estás pasando mal». Entonces, consejo para ser felices: actuar como si estuvieras feliz. Parece extraño, parece magia. No, no lo es. Por supuesto, eso no alcanza. También busquemos situaciones en las cuales seamos felices. Pero un poquitito ayuda. Forzar esa actitud corporal frente a algo y el cerebro, de alguna manera, va a buscar atajos para pasarla mejor. Después, por supuesto, busquemos la felicidad. Y lo último que te digo es que… Uno de los experimentos más famosos del mundo es el experimento de felicidad de Harvard, el «Harvard Happiness Study». Es uno de los experimentos más antiguos, se hace desde la década de 1930. Se sigue a muchas personas a lo largo de toda su vida y ahora se sigue a sus hijos y a sus nietos para ver qué nos puede predecir la felicidad de esa gente. Y uno puede pensar, no sé, ¿tener más dinero? No. ¿Tener más salud? No, la salud tampoco. Lo que más predice la felicidad son las relaciones humanas significativas. Por lo tanto, si queremos perseguir la felicidad, tengamos buenas relaciones. Tengamos buenos amigos, buenas relaciones de pareja, de familia, de trabajo… Eso no sé si te garantiza, pero sin eso no vas a alcanzar la felicidad. Así que es eso y esto.
En la jerga, llamamos a esas personas «alondras» por un ave que canta muy temprano. Y, por otro lado, hay personas que les cuesta mucho despertarse por la mañana y veo que hay varios que dicen… Y recién por la tarde empiezan a estar mejor. Les llamamos «los búhos». Es más, hasta hay casos de alondras muy extremos, personas extremadamente matutinas, que conocen a una persona búho muy extremo, a una persona extremadamente vespertina, y se casan. En esa ocasión, los hijos son un milagro. No hay forma de explicarlo biológicamente, claramente. Pero conocer tu reloj biológico, conocer el tictac, escuchar el tictac de tu reloj biológico te permite ser más eficiente, ser más feliz, atendiendo a la pregunta anterior también, porque el estado de ánimo también cambia a lo largo del día, y estar sincronizado contigo misma y con la naturaleza. Nosotros tendemos a estar desincronizados con el mundo. ¿Por qué? Porque nuestro reloj biológico marca una hora y la sociedad manda otra. Seguramente, todos ustedes se despiertan con alarma por la mañana. Todos lo hacemos, ¿verdad? Eso quiere decir que no nos estamos despertando en el horario en el cual nuestro cuerpo quisiera despertarse, salvo casos extremos de personas muy alondras posiblemente. Eso quiere decir que estamos desincronizados. Tiene nombre técnico esto, se llama «jet lag» social. Ustedes saben lo que es el «jet lag», muy conocido. Es cuando uno vuela atravesando husos horarios y cuando llegás al destino, el horario del mundo es distinto al horario tuyo y tardas unos días, estás medio zombi, hasta que finalmente te sincronizas. Te puede pasar sin moverte de tu casa. ¿Por qué? Porque tu reloj biológico no responde al horario social. Ejemplo típico del «jet lag» social: los y las adolescentes que están literalmente dormidos por la mañana porque, por su reloj biológico, tienen la hora retrasada, apunta un horario más tardío.
Igual no sería problema, salvo que al día siguiente el liceo, la escuela secundaria, comienza muy temprano por la mañana. En Argentina, por ejemplo, empieza a las 7:20, siete y media de la mañana el colegio secundario y los chicos y las chicas están dormidos literalmente, no figurativamente. Uno le hace un electroencefalograma y estos chicos están dormidos. Si uno pudiera escuchar al reloj biológico y hacer políticas públicas en función de esto, estaría mucho mejor. Las clases empezarían un poco más tarde. No es que queremos que empiecen a las diez de la mañana, pero a las ocho, ocho y media sería extraordinario. Lo mismo cuando uno tiene que trabajar en distintos turnos. Aquellas profesiones que tienen que trabajar una semana de día, otra de tarde, otra de noche… Los turnos rotativos. Las personas que hacen guardias: las médicas, los enfermeros, la gente de seguridad… No estamos preparados, no venimos preparados de fábrica para eso. Estamos preparados para un mundo que ya no existe. Un mundo el cual tiene días y noches predecibles, tiene estaciones predecibles… Y nosotros somos bichos diurnos. Evolucionamos para estar activos de día y para estar dormidos y seguros durante la noche. Bueno, eso lo hemos roto. Y las consecuencias son que estamos de mal humor y, además, nos enfermamos mucho más. Si vamos en contra de este reloj biológico, nuestra salud se resiente. Por eso, tenemos que escuchar al reloj biológico y por eso somos relojes con patas. Todo lo que hacemos no lo hacemos solamente en el espacio, lo hacemos en el tiempo. Eso lo estudiamos nosotros los cronobiólogos y somos maravillosos, como pueden ver, como científicos. Están perdiendo efusividad. Están perdiendo efusividad.
Primero, escucharlo, sin duda. Escuchar al reloj biológico, saber que uno rinde mejor, se siente mejor y tratar de adecuar su situación laboral, escolar y familiar a esto sería ideal. A veces, no podemos claramente. Resulta que el reloj biológico no está completo si no charla con el ambiente, si no se comunica con la naturaleza, si no se sincroniza con la naturaleza… Y el principal sincronizador de nuestro reloj es la luz. La luz solar o la luz artificial, incluso. Con lo cual, lo mejor que uno puede hacer es exponerse a la luz por la mañana, pero no a cualquier luz. Resulta que la luz por la mañana temprano adelanta el horario del reloj biológico. La luz a últimas horas de la tarde retrasa el horario del reloj biológico. Entonces, si uno sabe que tiene que ajustar su horario interno, adelantando o retrasando su reloj biológico, tendrá que pensar: «¿A qué hora me tengo que exponer a esta luz?». Y digo la luz del día y no la luz de la noche. Porque la luz de la noche, la luz que todos llevamos a nuestra cama… Nadie duerme solo, todos dormimos con pantallas: pantallas del teléfono celular, de la «tablet», de la computadora, de la televisión… Es la luz mala. En el campo, en Argentina, está la fábula de la luz mala: «Allá lejos, vio don Zoilo, sí, la luz que…». No, la luz mala es la que uno se lleva a la cama. Esa «tablet», ese celular que tú te llevas a la cama, como todos nos llevamos, le está diciendo al reloj biológico que es de día. «Sigue de largo, no hay problema».
Con lo cual, vos retrasás tu horario de sueño y tu sueño no es tan bueno. Y si no los convenzo con esto, tengo algo más para convencerlos. Resulta que la luz, aunque sea una luz muy muy pequeñita… Por ejemplo, uno está viendo la televisión, viendo la tercera temporada de una serie, y se queda dormido. Esa luz de nada, que tiene unos pocos metros, también puede afectar al reloj biológico. ¿Y saben qué más? Engorda. Tomá, vieron, no eran los ravioles, no era el asado. Era la tele prendida a la noche en el dormitorio. Entonces, la tele hay que exiliarla. Ojalá pudiéramos exiliar las pantallas del dormitorio. Es muy difícil, al menos retrasémoslas. ¿Necesitamos dormir con el celular acá al lado? ¿Nos van a llamar a las tres de la mañana de Estocolmo para decir que ganamos el premio Nobel? No, difícil a estas alturas. Que esté más lejos, no pasa nada. Porque es muy tentador tenerlo acá y encenderlo. La «tablet» o lo que fuera. Entonces, primero la luz para sincronizar bien. ¿Ejercicio físico? Sí, sin duda, pero durante el día. Durante el día, el ejercicio físico y la exposición a la luz te hacen que luego duermas muchísimo mejor. La comida también, por supuesto. Uno tiene que… El viejo refrán, el viejo adagio de «Desayunar como un rey, almorzar como un príncipe, etc.» funciona. Es cierto para el reloj biológico. Si uno pudiera separar el horario de la cena, el horario nocturno de la cena, del horario de irse a dormir, dormiría mucho mejor. En España, esto es más difícil, porque España es un país noctámbulo, es un país búho. Y nosotros, en Argentina, heredamos eso. Nosotros tenemos la misma costumbre de cenar tarde y cenar cerca del horario de dormir.
Eso no es bueno. Y, además, la cena, tanto en España como en Argentina, es la comida más fuerte. Es el momento en el cual se junta la familia o se juntan los amigos. Entonces, bueno, hacemos todo mal, por decirlo en términos sencillos. Tendríamos que cenar más temprano… No como una serie escandinava, no se preocupen, no tenemos que cenar a las seis de la tarde. Más temprano y más liviano. Hay muchos otros ejemplos de qué hacer. El dormitorio ideal, por ejemplo, para esto es un dormitorio oscuro, por lo que ya les decía, porque muy poquito de luz puede influir en que uno duerma mal o que sus ritmos biológicos no se sincronicen bien. Obviamente, silencioso. ¿Y saben qué más? Templado. Por la noche, necesitamos bajar la temperatura del cuerpo para que el reloj biológico esté bien. Entonces, si durante el invierno nos llenamos de estufas o de mantas, no va a funcionar esto. No les digo que tengan frío, de ninguna manera, pero tampoco se mueran de calor. Finalmente, fíjate, todos los consejos que estoy dando de cómo mejorar la sincronización del reloj biológico son, insisto, consejos de sentido común, consejos de abuela. Y ya sabemos, las abuelas siempre tienen razón. Con lo cual, no queramos pelear al sentido común. Hay que dormir bien, no solamente por dormir bien, sino para estar bien de día. Y para eso, el reloj biológico tiene que estar fuerte y bien sincronizado.
Cuando uno no duerme bien… No se me acerquen, porque les ladro, no les hablo. Pero no solamente eso. Como vimos hace un rato, la luz de noche y la falta de sueño nocturno inciden en el metabolismo. Por ejemplo, uno engorda más. Y si esto se vuelve crónico… Importante. Todas estas cosas que yo les estoy diciendo es cuando la falta de sueño es crónica, no cuando es agudo. No pasa nada si una noche te vas de juerga y no duermes, si te quedas trabajando o estudiando algunas veces. El problema es cuando esto se vuelve crónico. Por ejemplo, engordás. Y puede ser una predicción de que puedes desarrollar enfermedades importantes, como diabetes o síndrome metabólico, si esto es muy crónico. Pero también sucede que el sueño consolida la memoria y el aprendizaje. Para aprender bien algo, hay que dormir. Por lo tanto, si uno tiene un examen al día siguiente, lo peor que puede hacer es la noche heroica. Quedarse estudiando toda la noche es la garantía de que no te vas a acordar de nada. Yo les recomendaría: estudien una cosa, váyanse a dormir y rueguen que les tomen esa cosa en el examen, porque de eso se van a acordar. Pero no solamente eso. También nos pone, más o menos, susceptibles a enfermedades en general. El sueño fortalece el sistema inmune. Con lo cual, si uno no duerme bien, frente a las mismas condiciones, es más posible que te agarres una infección. De alguna manera, tu sistema inmune va a estar más débil para defenderse de una bacteria o de un virus si no dormiste bien. Y muchas otras cosas más. Uno crece durante el sueño. La hormona de crecimiento, en la etapa de crecimiento, en la etapa de la pubertad, se secreta si uno duerme y de noche en oscuridad. Si uno no duerme, no hay oscuridad o no ocurre en el horario adecuado, la hormona de crecimiento no se secreta bien y la gente no crece como corresponde. Durante el sueño, también se repara el cuerpo porque uno tiene energías para eso. Durante el día, estamos usando energía para todo.

Para correr, para buscar cosas, para trabajar, para comer, etc. De noche, parte de esa energía repara el cuerpo. No solo repara el cuerpo, se saca de encima, se quita de encima las sustancias tóxicas. Fijate en la importancia que tiene el sueño y todo eso lo sabemos por experimentos de privación de sueño tanto en animales como en humanos. Con lo cual, recomendación: no lleguemos a esos extremos. Ahora, es importante contarlo, porque la gente no sabe esto. La gente piensa que el sueño es un lujo. Si lo tengo, lo tengo, si no, no pasa nada. No, no es un lujo, es una necesidad y las pruebas son estas. Que si no lo tienes, te enfermas, tienes más accidentes, eres menos productivo… Y lo último que te cuento es que también tiene consecuencias económicas. Uno puede calcular cuánto le cuesta a un país, a una sociedad, la falta de sueño. En promedio, es entre un 1% y un 3% del producto bruto interno. Muchísimo dinero. Acabamos de calcular eso para Argentina y nos dio que la falta de sueño, con los datos que tenemos de sueño en Argentina, le cuesta al país, o bien podría ahorrarse, que es otra forma de pensarlo, un 1,3%, 1,27% del producto bruto interno. Es muchísimo dinero. Con lo cual, el sueño también tiene que ser una política pública. No es solamente una cuestión de salud, es una cuestión que influye en toda la sociedad. Así que, bueno, espero convencerlos un poco. Ustedes son unos cuantos, así que, a partir de ahora, si ustedes les dicen a diez personas que tienen que dormir y, después, esos les dicen a otras diez personas y así, sucesivamente… Y todos me escriben… Si todos me escriben en un momento con un cheque a nombre del laboratorio, creo que vamos a dormir muchísimo mejor.
Por otro lado, es necesario, sobre todo, si caminan. ¿Por qué? Porque se van a lastimar. Si una persona está dormida, literalmente dormida, y, efectivamente, camina, se va a caer en la escalera, se va a tropezar, si sale a la calle ni qué hablar. Es raro que esto ocurra. Por tanto, sí, con mucho cariño, con mucho amor, despiértenlos, acompáñenlos nuevamente a la cama para que puedan conciliar el sueño nuevamente. Después, hay muchos otros mitos alrededor de los sueños, dado que estamos hablando del sueño. Una parte del sueño son los sueños. Primero, que algunas personas sueñan y otras no. Falso, todos soñamos. Lo que ocurre es que no todos recordamos los sueños. Si ustedes tienen la oportunidad de ver a alguien durmiendo en la cama, van a ver que, cada tanto, esa persona, profundamente dormida, va a empezar a mover los ojos muy rápidamente. Eso se llama, fíjense qué poéticos somos los científicos, movimientos oculares rápidos. Podrían buscar otro nombre. O, en inglés, «rapid eye movement», REM, como la banda de rock. Resulta que, si uno despierta a una persona cuando está moviendo los ojos muy rápidamente, es muy probable que te cuente qué estaba soñando. Si vos la despertás en cualquier otro momento, es mucho menos probable.
No quiere decir que no esté soñando, pero es mucho más probable que lo recuerde. Y esto, curiosamente, nos pasa a todos varias veces por noche. Soñamos unas cuatro o cinco veces por noche. Si recordamos un sueño, es el último. Es el último periodo REM que ocurre justo antes de despertarnos. Los otros posiblemente quedaron totalmente apagados. Mito tercero o cuarto. Ya perdí un poco la cuenta. El sueño favorece la creatividad. Ese es verdadero. Ese es de los verdaderos. Relacionado con una pregunta que me hicieron hace rato de «tips» para la creatividad, el sueño ayuda mucho. Dormir sobre un problema puede hacer que al día siguiente te despiertes con la solución. Es más, hay dos momentos, hay dos fases en el sueño que son particularmente propiciadoras de la creatividad. El momento en el que uno se está por dormir y el momento en el que uno se acaba de despertar. Ahí es cuando se te ocurre la idea maravillosa con la cual vas a dominar el mundo. El problema es que te olvidás enseguida. Por eso, no estamos todos dominando el mundo todos los días finalmente. Solución a ese problema que nos pasa a todos: libretita al lado de la cama. Funciona extrañamente. Claro, hay que hacerse un hábito de esto. Uno tiene la libreta al lado de la cama. En cuanto se despierta, está esa idea y uno la anota. O cuando se está por dormir, uno la anota. Los primeros días cuando se despierten, van a ver la libreta y va a decir… No va a decir absolutamente nada, no van a entender nada. Pero si lo hacen un hábito, hay varios «papers» al respecto, va a decir que sí, efectivamente, hay una idea nueva o algo que te va a disparar durante el día más creatividad.
Y así muchas otras. ¿Si se pueden inducir sueños? La respuesta es sí. Se puede aprender a hacer sueños lúcidos. Son estas personas, muy pocos, entre un 5% o un 10% de la población como mucho, que pueden dominar los sueños. Pueden hacer una especie de elige tu propia aventura, bueno, elige tu propio sueño. Quiero ir por allí, quiero ir por este lado. Sé que estoy soñando. Ya que estamos con literatura, también les recomiendo un libro bellísimo de un escritor norteamericano llamado Jesse Ball, que es un libro muy muy pequeño, que es justamente sobre sueños lúcidos. Un libro entre la ficción y la no ficción, que es muy interesante para leer. Así que los sueños son una máquina de mitos por todos lados. ¿Son premonitorios? No, no son premonitorios. Uno tiende a soñar con lo que le pasó ayer o lo que le pasó la semana pasada y lo junta de maneras extrañas. Último mito que te cuento. ¿Cómo decirlo? Dormir es morir un poco. Fijate que el dios del sueño, Hipnos, en la mitología griega, era el hermano de Tánatos, el dios de la muerte, y los dos vivían por ahí en el inframundo. No, no es el hermano de la muerte, de ninguna manera. ¿Pero por qué nos viene este mito? Porque hay algunos fenómenos del sueño que se parecen bastante. Hay algo que se llama parálisis del sueño, que ocurre cuando uno se despierta y no se puede mover, pero es consciente de que se despertó. Es relativamente común en la adolescencia, la primera juventud, y, después, en general, espontáneamente desaparece. Las primeras veces que le pasa a la gente, la gente narra: «Bueno, ya está, me morí, ya está, se acabó, ¿qué voy a hacer? Bueno, era esto, no era tan malo, pero, bueno, ¿qué voy a hacer?». Y unos segundos más tarde, que te parecen interminables, uno puede comenzar a moverse. Entonces, hay que desmitificar también la parálisis del sueño. No es nada grave, salvo lo psicológico. Uno tiene que aprender a relajarse, a pensar, a contar ovejas, si es necesario, no para dormirse, sino para despertarse en este caso, y, al cabo de un ratito, te vas a poder despertar. Y así podríamos seguir hablando un rato largo, pero persigamos los mitos. Los mitos son una forma de explicar lo inexplicable, de explicar lo que somos como humanos, incluyendo lo que le pasa al cerebro y, en este caso, lo que le pasa al sueño.
Pruebo de nuevo. «Si las puertas de la percepción se abrieran, todo se le aparecería al hombre como es: infinito». ¿Qué quiere decir eso? Las puertas de la percepción, de hecho, dieron nombre a una gran banda en California en los años 70, The Doors. El nombre «The Doors», de Jim Morrison, lo tomó de un libro llamado «Las puertas de la percepción». Muy importante, para la ciencia, este detalle, por supuesto. ¿Qué quiere decir esta frase? Las puertas de la percepción son los sentidos. Y los sentidos son mentirosos. Mienten, roban cosas que están en el mundo y hacen aparecer cosas que no están en el mundo. Por ejemplo, aquí, entre nosotros, hay ultrasonidos, pero nuestro sistema, nuestra puerta de la percepción no escucha, no capta ultrasonidos. Aquí, entre nosotros, hay rayos ultravioleta, hay rayos infrarrojos. Nuestra puerta de la percepción no los capta. Inventan cosas que no están y roban cosas que sí están. Hagamos un pequeñísimo experimento. Yo les pidiera que apretaran ligeramente un ojo del lado de la nariz. Así ligeramente, que no salgan volando los ojos. Seguramente están sintiendo que se están tocando el ojo, ¿verdad? Pero, además, ¿están viendo algo? ¿Están viendo una mancha? Seguramente están viendo una mancha. Puede ser blanca, puede ser negra, no importa. Esa mancha no existe. No hay una sensación, no hay luz que provoque esa mancha. Ahora, la explicación es muy sencilla. Finalmente, se trata de que, al apretar el ojo, están deformando los fotorreceptores y lo único que le puede decir un fotorreceptor al cerebro es: «Hay luz, vi luz y subí», básicamente. Entonces, esa mancha la inventan los sentidos y, a veces, roban cosas. Otro experimento, les pido que… A ver, a ver si me sale bien. Les pido que pongan los dos pulgares, así como estoy yo, más o menos, a esta distancia, ¿qué serán esto, 15 centímetros? Y miren el pulgar izquierdo con el ojo derecho. Yo estoy mirando bien de frente el pulgar izquierdo con el ojo derecho. Y ahora les pido que muy lentamente acerquen y alejen. Lo están haciendo muy rápido. Muy lentamente, acerquen y alejen los pulgares.
Hay un momento en el cual este pulgar, el pulgar derecho, desaparece. ¿Cómo? ¿Cómo? Bueno, también es muy sencillo de explicar eso. Hay un lugar de la retina que no tiene fotorreceptores. Se llama punto ciego. En algún momento, este pulgar, la luz que refleja este pulgar cae justo en el punto ciego y lo dejan de ver. Para el cerebro, ese punto ciego no existe. Es una trampa de los sentidos. Por eso, yo digo que los sentidos son tramposos. Después, se pueden hacer una cantidad de experimentos… Hay uno truculento. ¿Quieren uno truculento? Se lo tenían guardado. Uno truculento, de hace mucho tiempo, se hizo con sapos. Un señor llamado Roger Sperry, que ganó el premio Nobel, por otro lado. Resulta que los sapos y los anfibios, en general, tienen la propiedad de regenerar neuronas mucho mejor que los mamíferos. Entonces, Sperry estaba midiendo cómo un sapo puede, una vez que tiene una lesión en una neurona o en un nervio, regenerarlo. Entonces, tengo el sapo, yo soy el sapo, tiro un poco de este ojo y le corto el nervio óptico. Corto el nervio óptico para ponerlo de vuelta y ver si se puede regenerar. ¿Pero qué hizo Sperry ahora? Cortó el nervio óptico, le dio la vuelta al ojo y lo puso de nuevo. Con lo cual, tenemos un sapo con un ojo al derecho y un ojo al revés. ¿Lo entienden? ¿Lo ven todos? Ahora, le pongo una mosca a este sapo, le tapo este ojo que está al derecho, le pongo una mosca aquí arriba y a la izquierda. ¿Qué va a hacer el sapo? Además de quejarse frente al sindicato de sapos, por supuesto.
Una mosca acá arriba y este ojo está al revés, el nervio óptico está intacto. ¿Qué va a hacer? Va a intentar comerla. Pero no va a hacer… Como debe hacer un sapo de bien. Va a sacar la lengua para allá y para abajo. ¿Por qué? Porque el ojo le está diciendo al cerebro: «La mosca está ahí atrás». Y ese sapo no aprende porque sigue a sus sentidos. Ese sapo, si yo le dejo este ojo tapado, se muere de hambre porque no puede comer esa mosca que está ahí arriba. Y eso que… Bueno, obviamente es muy sanguinario este experimento, nuevamente. Nos pasa todo el tiempo. Nosotros solamente conocemos el mundo a través de los sentidos. No tenemos otra forma de conocer el mundo, no hay percepción extrasensorial para ciencias naturales, al menos. A veces, no nos alcanzan los sentidos. Queremos estudiar algo, ¿qué hacemos? Hacemos prótesis de sentidos. Para entender algo muy chiquitito, ¿qué hacemos? Inventamos un microscopio. Para ver algo muy lejano, ¿qué hacemos? Inventamos el telescopio. ¿Por qué? Porque tenemos que mejorar esos sentidos, pero no tenemos otra forma de verlo. Pero, en el fondo, entender el mundo es entender lo que le dicen los sentidos al cerebro. Y, de nuevo, son falibles, son falsos, a veces inventan cosas y tenemos que vivir con eso. ¿Qué le vamos a hacer? Es lo que vino de fábrica, con eso vivimos.
Las huellas dactilares son tuyas y no son iguales a las de tu compañero ni a las mías. El iris, la forma del iris es diferente en cada persona. La forma de caminar, la forma de hablar es diferente en cada persona. Ciertas células son como una marca personal. Por ejemplo, ciertas células del sistema inmune son una marca personal. De hecho, ustedes tal vez hayan escuchado hablar de las Abuelas de Plaza de Mayo, en Argentina, que hacen esta lucha extraordinaria por restituir a los nietos secuestrados durante la dictadura. Cuando comenzaron a buscar a los nietos, las tecnologías de ADN no estaban tan modernas como ahora. No es que uno podía ir y hacer una prueba de ADN. Estudiaban estas células del sistema inmune para lograr eso. Y uno puede decir: «Bueno, ya está. Entonces, somos eso. Somos nuestros genes, las herramientas o las instrucciones para fabricar herramientas». Más o menos, no me convence tanto. A ver, si es así, mis genes son 99% iguales a los de cualquiera de ustedes y 99% iguales a los de los chimpancés. ¿Que yo soy 99% chimpancé? Bueno, sí, pero también soy 50% banana. Porque el 50% de mis genes es igual al de las bananas. Elijan. Un día quieren despertarse más chimpancés, otro más bananas. A ver, no tiene sentido pensar así, falta algo. Claro, eso es lo que traés de fábrica. Falta lo que hacés con lo que traés de fábrica. Lo que uno podría llamar ambiente o cultura.
Y la relación entre lo que traés de fábrica y lo que hacés con lo que traés de fábrica son los sentidos. Son nuestra puerta de entrada al mundo. Y eso soy yo. La mezcla perfecta entre lo que heredé de papá y mamá y lo que hice para eso. Lo que heredé de papá y mamá tiene límites. Mi color de ojos, si soy más alto, más bajo… Lo que hago con eso a través de los sentidos no tiene límites. Nadie está predestinado. Y eso es un mensaje muy nuevo de la biología. La biología supo ser determinista cuando aparecieron los genes en escena. Hoy no. Y el mensaje más fuerte que podemos dar es: «Uno es lo que pueda y lo que quiera ser y lo que el ambiente le permite hacer a través de los sentidos». Hay una gran escritora argentina, una cuentista, que se llama Hebe Uhart. En una entrevista, recuerdo que le preguntaron a esta escritora: «Hebe, dígame, ¿se nace escritor?». Y la respuesta fue: «No, se nace bebé». ¡Claro! Y ahí uno le agrega todo lo que necesita para fabricar un futbolista, una escritora… Y los sentidos son fundamentales ahí, porque son nuestra puerta de entrada al mundo. Sin esos sentidos, que son distintos en cada uno de nosotros, seríamos todos iguales y, por suerte, no lo somos.
La visual, en particular, para nosotros es muy importante. Somos los humanos, los primates, seres bastante visuales. Y, de pronto, descubrimos que también somos seres auditivos, que también somos seres olfativos, que lo tenemos un poco relegado los humanos. La importancia del olfato para la memoria, por ejemplo. No la consideramos y es importantísima. Recordamos muchas cosas por el olor que tenía un fenómeno determinado, la casa de nuestra abuela… De hecho, un olor te puede llevar a escribir una novela de 3.000 páginas, como «En busca del tiempo perdido», que comienza con esa escena muy famosa, Swann se come una magdalena, un «croissant», y eso le lleva a una novela de 3.000 páginas, nada menos. Entonces, concretamente, cuando la deficiencia es temprana, hay bastante demostración de que hay cambios anatómicos y fisiológicos. Cuando la deficiencia es tardía, no necesariamente pasa eso, pero hay cambios ambientales. Uno esfuerza más, entrena más otros sentidos para suplir un poco esto que le falta. Y si la deficiencia no es muy grave, ni te das cuenta de que esa persona tiene alguna deficiencia visual, auditiva… Porque aprendió a moverse de esa manera. No olvidemos también que somos seres sociales. También podemos suplir parte de esa deficiencia sensorial con el trabajo en equipo, con lo que pasa alrededor. Somos un poco esos tres monos que uno se tapa los ojos, otro la boca, otro los oídos, pero entre los tres entienden un poco de qué trata el mundo. Y eso me parece maravilloso, que podamos suplir deficiencias individuales, sean de los sentidos cognitivos o de lo que fuera, porque vivimos en un mundo en constante unión, en constante trayecto entre las personas. Ojalá aprendamos a hacerlo no solamente para los sentidos, sino para muchos otros devenires del ser humano.
¿Cuántos de ustedes tienen el pelo…? Me están mirando. Me están mirando. Me están mirando. Cómo son, ¿eh? ¿Cuántos tienen el pelo…? Imagínenselo. Tú me comprendes, ¿verdad? Sí, bien. Muchas gracias. ¿Cuántos en el pelo les nace como una línea así o tiene un piquito? Algunos de ustedes van a tener el pelo así y tienen un piquito. Bueno, algunos sí, otros no. O tóquense el lado de adentro del pabellón de la oreja. ¿Vieron que hay como un serruchito? Como un cuchillo. Y hay un triángulo de ese serruchito que es un poquito más largo que el resto. Algunos lo tienen mucho más marcado que otros. O me puedo meter con intimidades. Por ejemplo, puedo preguntarles, ¿cuántos tienen pelos en los dedos de los pies? No, no quiero saber. No me interesa. Todo eso, los que dijeron sí, no, más o menos, es porque todos son mutantes. Se lo tenía que decir. Todos somos mutantes, todos tenemos variaciones en eso. Y eso es un punto de partida. Es un punto de partida entender que todos tenemos diferencias y entender, tratar de hacer las preguntas para esas diferencias es empezar a comprendernos a nosotros mismos. Nos falta mucho para eso. Y, además, la gran paradoja en neurociencia es una cuestión de jerarquías, porque es tratar de entender al cerebro humano, que hace un rato dijimos «somos un cerebro con patas», con una herramienta tan compleja como el cerebro humano. Hay algo ahí que no termina de cerrarnos. ¿Podremos hacerlo algún día? ¿Podremos entendernos completamente nosotros a nosotros mismos? Yo creo que sí, yo soy optimista en ese sentido. Creo que vamos a seguir formulando mejores preguntas, la tecnología nos va a ayudar para esto, pero ojalá que nunca se acabe ese camino. Sería muy aburrido que tuviéramos todas las respuestas. Creo que es mucho más divertido y más interesante que, a medida que recorremos un camino como humanidad, aparezcan nuevas preguntas que nos vuelvan locos, que digan: «no lo puedo entender» y así sucesivamente haya generaciones que sigan haciéndose preguntas. Entonces, volviendo a tu pregunta, creo que inequívocamente ahora sí podemos decir, con todo este recorrido, la ciencia es un punto de partida. Si fuera un punto de llegada, sería enormemente aburrido y nos quedaríamos sin trabajo.
Sin embargo, seguimos cayendo y con eso tomamos decisiones. Un ejemplo de los muchos que puede haber. Imagínense que ustedes tienen que tomar una decisión entre dos personas. ¿Quién les gusta más? ¿Quién les parece más confiable? Cualquier opinión que quieran tomar. Y yo les presento aquí dos personas generadas por inteligencia artificial o dibujadas por computadora, no son reales, pero diseñadas estas dos caras… El experimento se llama «el experimento de Tom y Jerry», por otro lado, que así se llaman estos dos personajes. Diseñados de manera que yo sé, yo puedo predecir que la mitad de ustedes van a elegir a Tom y la mitad de ustedes van a elegir a Jerry. Están diseñados de esta manera. ¿Y ahora qué pasa? Ahora agrego una tercera cara. Es un sesgo esto, es el sesgo de la tercera opción. Es parecida a Tom, pero un poquito deformado, o parecida a Jerry, pero un poquito deformado. ¿Me siguen hasta aquí? Y ahora les digo nuevamente: ¿a quién eligen de estos tres? Resulta que cuando yo pongo al Tom deformado, todos ustedes van a elegir al Tom normal y nadie va a elegir a Jerry. Cuando pongo al Jerry deformado, todos ustedes van a elegir al Jerry normal y nadie va a elegir al Tom. Se entiende, por poner una tercera opción, yo estoy sesgando sus decisiones. Esto tiene una consecuencia práctica. Imagínense que quieren ir… En argentino, se diría «ir de levante» a un boliche, «de ligue» sería en español. ¿Cuál es la forma de asegurarse de que les va a ir bien? Tienen que ir con un amigo o una amiga que sea muy parecido a ustedes, pero un poquito más feo. ¿Qué hacen con esto? Sesgan las decisiones de la gente. Pues no los van a estar eligiendo a ustedes, van a estar eligiéndolos a ustedes en relación a su amigo o amiga que… Bueno, ¿qué va a hacer? Que sea un buen amigo, así no se enoja demasiado. Y los sesgos ocurren todo el tiempo. Sesgo de confirmación, por ejemplo. Sesgo de confirmación se refiere a que todos tenemos ideas previas sobre algo, pensamos algo.
Cuando viene alguien y nos dice algo que está de acuerdo con lo que nosotros pensamos, lo consideramos verdadero, le damos valor de verdad. No bello o me parece interesante, verdadero. Cuando viene alguien con argumentos que están en contra de lo que nosotros pensamos, lo consideramos falso. Y eso pasa todo el tiempo. Conocer los sesgos nos ayuda un poquitito a no caer tanto en ellos. Vamos a seguir cayendo, insisto, pero podemos caer un poquitito menos al entender cómo funciona nuestro cerebro. Lo loco es que son inconscientes, pero después algo nos convence, a la conciencia nos llega la noción de que tomamos una decisión adecuada, objetiva, etc. El inconsciente nos engaña permanentemente como los sentidos. Uno toma una decisión por cosas que no tiene ni idea, por su historia, por cuestiones emocionales… Y, después, se convence de que la tomó porque era la mejor decisión. No, no es así. En general, somos irracionales. Hay 300 sesgos y no estoy diciendo el número al azar, sino que hay definidos, incluso algunos matemáticamente. Hay cualquier cantidad de sesgos. Son fascinantes, porque es entender un poco cómo funciona una persona, por qué crees en algo… Yo estoy acá como científico. Diego Golombek, científico, les estoy hablando de algo. Y ustedes, más allá de que algunas cosas les puedan sonar medio raras, van a tender a creer en lo que yo diga. Eso es un sesgo. Se llama principio de autoridad, según el cual algo es verdadero de acuerdo a quién lo dice. Esto es verdadero porque lo dice un científico, lo dice un premio Nobel, lo dicen tus padres, lo dice la maestra, lo dice tu jefa…
Bueno, en ciencia, afortunadamente, no es así. En ciencia, no hay o no debiera haber principio de autoridad. En ciencia, las cosas no son verdad por quien las diga, porque las dice una premio Nobel. En ciencia, las cosas son verdad porque se demuestran de cierta manera. Es una forma de romper con los sesgos. Y eso, es algo que podríamos devolverle al mundo, desde la forma de entender ciencia a partir de la educación, la educación básica en ciencia tiene que servir para eso. No tiene que servir para formar muchos más científicos. Ojalá muchos chicos, muchos niños, muchas niñas quieran hacer ciencia. Pero, aun así, la enseñanza, la educación científica, sirve para romper sesgos. Sirve no para ser más y mejores científicos, sino para ser más y mejores personas. Porque si uno piensa científicamente y cae un poco menos en los sesgos, es menos prejuicioso. No acepta cualquier argumento, sino que pide evidencia para ese argumento. Y es un mejor ciudadano, una mejor ciudadana y una mejor persona. Si no les vendí la ciencia con esto, ya no sé qué decirles, muchachos.
Entonces, eso que nosotros, más o menos, sabemos hacer, aún con falencias, hay que admitirlo, que son ciertas alarmas de seguridad. Cuando uno va contando profesionalmente algo de ciencia, tendríamos que aplicarlo en la comunicación pública. Por ejemplo, cuando uno lee una noticia, a ver, ¿cuáles son las fuentes? ¿Hay fuentes aquí? ¿Hay científicas y científicos que dicen esto? ¿Hay fuentes independientes de esto? ¿Hay una racionalidad en el argumento? ¿Sabemos el método por el cual se llegó a un cierto resultado o solamente nos dice un resultado? Vieron que hay un formato de noticias científicas que indefectiblemente comienza diciendo: «un grupo de científicos». Siempre empiezan así. Un grupo de científicos de la Universidad de algo con «ch», de Chicago, Massachusetts, Michigan… Carabanchel. O sea, un grupo de científicos de la Universidad de, lo que quieras, descubrió el gen de la estupidez. Punto, ya está, es la noticia. No, no, no, espera un momento. ¿Quiénes son? ¿Por qué es anónimo? ¿Qué hicieron? ¿Cómo lograron esto? ¿Hay explicaciones alternativas? Todo eso que nosotros aprendemos en una carrera científica e intentamos enseñar a nuestros estudiantes, tendríamos que compartirlo en la comunicación pública de la ciencia. Es más, somos responsables de eso. Un poco tendríamos que aprender que contar lo que hacemos, para los científicos, es parte de lo que hacemos. Parece un trabalenguas, pero no lo es.
Es que contar la ciencia es parte de hacer ciencia. Y, normalmente, no lo es. Vos llamás a un científico para que dé una nota y le va a costar un poco, porque dice: «Después van a tergiversar lo que digo o lo van a leer mis competidores y lo voy a simplificar demasiado y no va a estar bien». Bueno, tenemos que educarnos mucho a nosotros mismos desde la ciencia, porque contar la ciencia es una obligación del científico y creo que esa es la mejor manera de enfrentar la epidemia de desinformación, de «fake news», etc. Involucrarnos desde la ciencia en eso y no simplemente quejarnos. A nosotros nos encanta quejarnos: «Mirá lo que dicen estos periodistas». Es la eterna lucha del bien contra el mal. O sea, de la ciencia contra el periodismo. Bueno, no es tan así. Afortunadamente, hay eslabones en el medio, hay extraordinarios divulgadores, extraordinarias periodistas, pero hay un poco de pelea entre ambos porque son lógicas distintas. ¿Cómo se soluciona eso? Formando más y mejores periodistas científicos. Formando más al público para que pregunte, para que no se quede con algo superficial y, sobre todo, involucrando más a los científicos. Parte de nuestro trabajo debería ser contar la ciencia. Si no, después no nos podemos quejar cuando empiezan a decir que la ciencia no sirve para nada. Bueno, si yo no la defendí, es un poco tarde para quejarnos. No es la culpa nuestra en este caso, pero tenemos que aprender a defender la ciencia contándola con sus maravillas y también con sus fracasos y sus miserias.

Por ejemplo, sabemos que la motivación depende de que las personas valoren su trabajo. Muy sencillo esto, pero bueno, ¿cómo lo sabemos? Con experimentos. Yo les pido a cada uno de ustedes que me fabriquen… ¿Vieron esos muñequitos que son los «Bionicle»? Esos que pueden hacer… Los «Transformers», esos. Bueno, me lo traen aquí adelante. Yo puedo hacer dos cosas. Puedo reciclar las partes de los «Transformers» para que sigan funcionando y puedo hacer una caja grandota o agarrar el «Transformer», decir: «Ajá», y ponerlo aquí exhibido para todo el mundo. Ese segundo grupo va a estar mucho más motivado y va a seguir haciendo nuevos «Transformers» con muchas más ganas. O bien saber que lo que hacemos ayuda. Eso es tremendamente motivador. Hay un experimento hecho en un hospital, que quería hacer un «nudge». Un «nudge» es un empujoncito para que la gente se lavara más las manos en el hospital. Entonces, tomaron dos lavatorios de manos y en uno pusieron un cartel que decía: «Lavar las manos previene enfermedades». En el otro, pusieron un cartel que decía: «Lavar las manos previene que tus pacientes se enfermen». ¿Y después qué hicieron? Midieron el peso del jabón en cada uno de los lavatorios, bajo la idea de que si la gente se lavó las manos, el jabón va a estar más liviano. En el segundo caso, el jabón estaba mucho más liviano. ¿Por qué? Porque habías inducido a que la gente pensara: «Lavándome las manos estoy ayudando a alguien, estoy ayudando a mis pacientes». Lo mismo con el trabajo en equipo, tan fundamental. A ver, lo que pueden hacer 10, 15, millones de cerebros trabajando juntos es exponencial. Ejemplos de esto. ¿Ustedes saben lo que es el CAPTCHA? Esas letritas medio torcidas que tenemos que llenar para entrar a un sitio web para demostrar que somos humanos y no una máquina. Eso lo inventó un científico guatemalteco llamado Luis von Ahn, un genio realmente.
Y en una época, había dos CAPTCHA. Uno se llamaba CAPTCHA y el otro, no era poeta, muy originalmente, se llamaba reCAPTCHA. ¿Qué va a ser? Uno de los dos era para demostrar que efectivamente éramos humanos. El otro no. El otro era para enseñarle a leer a las computadoras. Cuando comenzaron estas pruebas de Luis von Ahn, los programas de reconocimiento de caracteres no eran perfectos. Entonces, uno ponía un escaneo de un manuscrito antiguo o unas letras que no se leían bien, las computadoras no leían muy bien. Nosotros sí. No nosotros: uno, dos, tres… Millones de nosotros, resolviendo esos CAPTCHA, lo hacíamos perfecto. El promedio se acercaba muchísimo a la perfección. Y con esos millones de cerebros, le enseñamos a las computadoras a leer. Por eso, justamente, el líder adecuado tiene que saber construir equipos, equipos diversos que piensen diferente. A ver, si yo, por ejemplo, ahora les preguntara: ¿cuál es la altura de la Estatua de la Libertad? Y cada uno de ustedes va a pensar un número, van a pensar 10 metros o van a pensar 500 metros. Ahora les digo, bueno, durante… No lo vamos a hacer, pero háganlo después, con esto pueden ser el alma de la fiesta, si lo saben. Es fantástico. Después, les pido: «Ahora discutan entre cuatro o cinco de ustedes durante un minuto cuál sería la altura de la Estatua de la Libertad y lleguen a un número en conjunto». Ese segundo número se va a acercar muchísimo más, pero muchísimo más a la altura real de la Estatua de la Libertad. ¿Por qué? Porque alegramos diversidad justamente a esto, a la toma de decisiones o a la estimación de un número. ¿Qué más tenés que saber como emprendedora, como líder, como presidenta? Tenés que saber que somos bichos mucho más emocionales que racionales, aun cuando nos convencemos de que somos más racionales.
Por lo tanto, si uno quiere ayudar a tomar decisiones, tiene que apelar a la emoción. Ejemplo muy cercano, el ejemplo que tuvimos en la pandemia. ¿Cuánta gente, con buenas intenciones incluso, pensaba que no había que vacunarse? Porque había escuchado por ahí: «Las vacunas hacen mal y estas se acaban de fabricar. No tienen ninguna prueba». ¿Qué dice uno? «Léete 20 “papers”, léete 100 “papers”, vas a ver…». Bueno, eso no sirve para nada. No podemos apelar solamente a la razón. Tenemos que apelar a cuestiones también emocionales para que la gente al menos se ponga en un plano de poder discutirlo, que abra la puerta para poder discutirlo. Lo mismo pasa con tu grupo. Con tu grupo, puede ser tu emprendimiento, puede ser tu país. Si uno va solamente apelando a lo racional… Lo racional es importantísimo, la ciencia es un emprendimiento, una aventura racional, pero si no entendés que también somos eminentemente emocionales, no funciona. Cuestiones de memoria y aprendizaje, lo que sabemos desde las neurociencias para aportar a la educación. Ustedes saben que el prefijo «neuro» está muy de moda. Estamos en la época del «neurotodo»: «neurofútbol», «neurohelado», «neurocafé»… En algunos casos, exagerando. Hay «neurogym», hay «neurogym kids» con gusto a fresa, también si quieren. «Neuromanagement», lo que quieran. Bueno, uno de esos «neuros» es neuroeducación. Es poco feliz porque se confunde con todos estos otros «neuros» que están dando vueltas, pero sabemos mucho ahora de cómo el cerebro aprende y eso lo tenemos que aplicar en la escuela, en la educación continua, en un trabajo. No para reemplazar la educación jamás, la educación es el bien más preciado que tenemos, pero sí para aportar algunas ideas de cómo prestar atención, qué pasa con la concentración, qué pasa con la memoria, qué pasa con los esquemas de lectura…
Así que realmente como neurocientíficos, como científicos en general, tenemos esa responsabilidad de todo lo que aprendimos de la ciencia, que parte puede ser muy aprovechada en procesos de liderazgo. Y son muchos. Cuidado cuando te parece un cartel de «neuroliderazgo», «neurocoaching», «neurodulces»… Fijate qué hay detrás de eso, pero a veces hay gente muy seria detrás de eso, con la cual uno puede aprender mucho. Si te causa dudas, pensá por qué te causa dudas, porque tal vez tengas razón. Pero hay mucho material realmente y los científicos estamos deseosos de ayudar, no queremos guardarnos el conocimiento, queremos que ese conocimiento se democratice, que sirva para ser más felices, para ser mejores personas, para tener mejor calidad de vida y, en tu caso, para tener mejores emprendimientos y, por qué no, mejores países.
Por supuesto. ¿Qué pasa si uno lo hace lentamente? Hay componentes en la carne que, si uno los calienta parejo y despacio, muy despacito, se hacen mucho más tiernos. El colágeno, que es una parte dura de la carne, con tiempo y calor se gelatiniza, se vuelve gelatina. Y la gelatina es mucho más blandita y mucho más rica para comer. Así que el tiempo es importantísimo. Y, además, hay otros trucos para el tiempo en el asado. Imaginen que hacen un asado de un trozo de carne con hueso. El hueso es nuestro mejor aliado en la parrilla. ¿Por qué? Porque es un disipador de calor. El hueso no es algo concreto, tiene un montón de agujeros ahí adentro. Nuestros huesos y el hueso de la res que estamos usando, del cerdo, de lo que sea que estamos usando para hacer el asado. Si uno pone la carne, hueso para abajo, uno piensa: «Estoy perdiendo calor». No, todo lo contrario. Está aprovechando el hueso para que transmita ese calor homogénea y lentamente a la carne. Y cuando uno ve que la parte de arriba de la carne ya está un poquito doradita, le da la vuelta unos pocos minutos y la carne está perfecta. ¿Qué más? No cortar el asado. Los jugos de la carne son bastante preciosos para esto. En general, es agua, no es sangre. No se preocupen. Cuando sale ese jugo con color, no es sangre. La res, en general, se desangró en el matadero antes de esto. Perdón si alguno es medio impresionable con esto. Es agua con un poquitito de mioglobina, es el pigmento que tienen los músculos de la carne. Pero si uno lo abre, de pronto expone muchísima más superficie al calor y, a través de esa superficie, ¿qué pasa? Se evapora el agua. Y si se evapora el agua, la carne está menos tierna. ¿Por qué? Porque el mito dice que eso cierra los poros de la carne y los jugos, la humedad queda bien adentro. ¡Mentira! La carne no tiene poros, no tiene agujeros. Sí, se va a seguir evaporando el agua.
¿Qué es lo que sucede? Cuando uno calienta bruscamente casi cualquier comida, se produce una reacción química súper compleja, se llama la reacción de Maillard, el francés que lo estudió, que es que, cuando se calientan aminoácidos y azúcares, bruscamente, se producen miles, literalmente, miles de olores nuevos, sabores nuevos y colores nuevos. Por eso es el doradito que tiene la carne o una tostada. Y es muy rico eso. Esos sabores son realmente deliciosos. Por tanto, cuando uno los come, saliva más, porque la carne es más rica. Entonces, al salivar más, te parece que está más húmedo. No, no está más húmedo. Está rico porque lo hiciste bien, pero no cerraste ningún poro. Una de las dudas en la ciencia del asado, en la ciencia de la parrilla, es mecánica. Es la altura de la parrilla, la forma de la parrilla, si tiene que ser cilíndrica o tiene que ser en V. Y tiene mucho que ver. Es una pregunta muy relevante. Uno podría decir… A ver, yo puedo tener bastante fuego aquí abajo y poner la parrilla bien alta, o poco fuego y poner la parrilla más baja y es lo mismo. ¿Saben qué? No es lo mismo. Es ideal tener un fuego medio y una altura que uno pueda ir gobernando porque las distintas carnes necesitan distinto tiempo. Con lo cual, si tienen un fuego muy alto y la parrilla ahí arriba y lo sacamos, bueno, la gente va a tener que esperar un montón. Vamos a tener que sacar un trozo de carne en un momento y, tal vez, una hora más tarde, el siguiente. Lo mismo si lo ponemos muy abajo. Con lo cual, hay un tipo de brasero, no sé si se utiliza aquí en España para las parrillas, que te permite ir sacando brasas a medida que las necesitas. Se pone al costado de la parrilla. Y lo ideal es una mezcla de carbón y leña para esto, porque el carbón tiene una enorme capacidad calorífica. El carbón básicamente es madera casi seca del todo, el carbón vegetal, pero no da gusto, no da olorcito rico.
En cambio, la madera no tiene, en general, tanta capacidad calorífica, pero da un humo muy rico. Entonces, uno, en el brasero, pone una mezcla adecuada de carbón y leña, va recogiendo eso y eso le da control sobre el fuego. Le da mucho más control que la altura de la parrilla porque uno recoge esas brasas y las va poniendo en el lugar adecuado para que cada trozo de carne tenga el calor adecuado. Hay carne que no se cocina. Las morcillas se calientan. Entonces, si uno pone la morcilla al comienzo con el resto de la carne, va a salir quemada obviamente. Hay carnes, por el contrario, que requieren muchísimo más calor y mucho más tiempo, los cortes más gruesos, por supuesto. Y esto me lleva a otra ciencia del asado, que esto ha causado divorcios, «Capuletos y Montescos». La sal en la carne, ¿antes o después? He visto parrilleros en actitud… Tienen cuchillo en la mano, cuidado con los parrilleros. Y vieron que siempre está la persona que llega temprano a la parrilla y se pone atrás del parrillero y dice: «Ah, vos lo hacéis así. Ah, bueno, bueno…». Y después, se pone a hablar. No inviten a esa gente. ¿Qué pasa con la sal? La sal, de nuevo, depende del trozo de la carne. La sal le hace bien al asado. Pero depende muchísimo de cuán grueso sea el corte que tenemos. Si tenemos un corte de un cuarto trasero de res, enorme así, y lo salamos, la parte del medio ni se entera de que hubo sal. No hay forma de que llegue. Con lo cual, esa parte del medio, obviamente, va a haber que salarla después. Y no tiene sentido llenar de sal lo de afuera, porque afuera va a estar incomible y lo de adentro no le va a haber llegado esto. Por el contrario, si es un churrasco, un bife, algo más finito, sí hay que pasarlo por sal. Va a ayudar a la cocción, va a hacer la masa homogénea y le va a dar mucho mejor sabor. Entonces, respondiendo a esta idea de qué hacer con el fuego: controlarlo, que el fuego no nos controle a nosotros. Somos un poco prehistóricos, sobre todo los animales parrilleros como nosotros, que, en general, suelen tener un cromosoma X y un cromosoma Y, que son los más brutos de todos. Pero controlemos el fuego, con eso vamos a controlar el asado.

Bien, muchísimas gracias. Muchísimas gracias por la atención, por las preguntas. Vi que estaban prestando mucha atención y eso me fascina porque es lo que me gusta hacer. No sé cuánto les convencí, espero que un poquitito de esto que decíamos al principio, que la ciencia está presente en todo lo que hacemos. Por un lado, uno lo puede estudiar eso profesionalmente. Es lo que yo hago, es lo que hacen mis colegas, y es maravilloso, lo recomiendo enormemente. La carrera del científico es una belleza. No pasan días sin que descubras algo. Algo que no le importa a nadie, pero no importa. Lo descubriste y, durante un ratito, le robaste secretos a la naturaleza. Había algo que solo sabía la naturaleza y, de pronto, por un momento, vos también sos el dueño de eso. Eso es maravilloso. Pero aún sin ser científico profesional, podemos tener esta sensación. Sería muy egoísta por parte de los científicos que nos la guardáramos para el laboratorio, para el microscopio, para el tubo de ensayo… Y yo lo que quiero es contagiarles un poco de eso, contagiarles de que esa sensación de descubrir, de sacudir a la naturaleza preguntazos y ver qué pasa, está al alcance de todos. Y nos vuelve mejores personas, nos vuelve más felices. Ojalá sea así. Ojalá puedan preguntarse más cosas. La pregunta no tiene muy buena prensa. Fíjense que, en la escuela, los estudiantes, las estudiantes no suelen preguntar mucho y menos que menos a un colega, menos que menos a un compañero. Pues no, eso no está bien. Ojalá podamos romper un poco ese prejuicio y hacer más preguntas. Para la ciencia, ninguna pregunta es un disparate. Toda pregunta es válida, toda pregunta que surge de una curiosidad genuina es válida. Y eso fue un poco el ejercicio que hicimos aquí.
Preguntas desde lo que ustedes me estuvieron diciendo, de los sentidos, del sueño, del asado, de lo que fuera. Preguntas de por qué la gente canta en la ducha. No sé, ¿cuántos de ustedes cantan en el baño? A ver, reformulo la pregunta. ¿Cuántos de ustedes se bañan? Bueno, suponiendo que se bañaran, muy recomendable. ¿Les gustaría cantar? ¿Alguna vez cantaron? Sí, todo el mundo alguna vez cantó. ¿Por qué? Bueno, esa es una pregunta científica. No se la voy a contestar, porque quiero que la piensen un poquito. Porque detrás de toda pregunta, hay un camino. Y ese camino, créanme… Y creo que lo vivimos en este rato de ‘Aprendemos Juntos’. Créanme que nos hace mejores personas y nos hace más felices. Espero que hayamos pasado un rato, una hora y pico, no sé cuánto, de un poco más de felicidad. Porque la ciencia, si sirve para algo, es para eso, para mejorar nuestra calidad de vida, para hacernos más felices y para ser mejores personas. Seamos científicos por un rato largo. Muchísimas gracias. Bueno, está bien, está bien, les voy a contestar, está bien. Sé que no van a poder dormir. Uno puede pensar: «Yo canto en la ducha, pues no me escucha nadie». Les tengo noticias. Uno se va a bañar… Vámonos, vámonos, por favor. Uno puede decir: «Bueno, canto en la ducha porque, no sé, estoy más relajado, estoy más contento». No, ¿por qué no cantas en tu cuarto o en la cocina? Puedes decir: «Estoy solo». Podrías estar solo en cualquier lugar de la casa y no cantás en general. Algo debe tener el baño de especial, ¿verdad? Claro que sí.
A ver, pensemos en un baño. Suele ser un lugar pequeño, en general cerrado, y en las paredes del baño, a diferencia de otros lugares de la casa, suele haber azulejos o cerámicos. No hay madera, ladrillo o chapa. Resulta que si uno le canta a un ladrillo, la historia de mi vida, le canta a un ladrillo, el ladrillo tiene un montón de agujeros, tiene mucho aire, se chupa el sonido, no me lo devuelve. Un azulejo me lo devuelve. Está dando vueltas. Imagínense que todos nosotros fuéramos un coro de 50 personas y hay dos que cantan horriblemente mal. No voy a decir quiénes. Cantamos todos juntos. ¿Vamos a escuchar a esos dos que cantan mal? No, se van a promediar con el resto. Entonces, si uno canta y el sonido empieza a estar ahí mucho tiempo, y canta mal, cala una nota, le sale mal una nota, no la va a escuchar, se va a promediar con el resto. Además, el baño es una cámara de reverberancia. Quiere decir que hay notas que suenan más fuertes que otras, las notas graves suenan más fuertes que las agudas. ¿Y uno cuándo canta mal? Uno canta mal justamente cuando canta agudo y no se escucha tanto en el baño. Conclusión científicamente comprobada, en el baño todos somos María Callas, todos somos Gardel. No, mejor, más que Gardel, otro Carlos, todos somos Darwin, que vale la pena.