El ilusionista que dejó sin palabras a Stephen Hawking
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El ilusionista que dejó sin palabras a Stephen Hawking
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Ilusionista
Creando oportunidades
El sonido del asombro es fascinante
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Hubo un tiempo en el que Antonio Díaz preparaba sandwiches e imprimía carteles para que sus amigos del barrio se reunieran en el salón de su casa para verle hacer algunos trucos de magia. Hoy aquel muchacho salido de Badía del Vallés, un pequeño pueblo situado a 25 kilómetros de Barcelona, es propietario de dos teatros (uno de ellos en Misuri, Estados Unidos), y ha batido todos los récords imaginables de venta de entradas alrededor del mundo.
Desde aquellas primeras actuaciones hasta la actualidad, el Mago Pop ha continuado investigando y ensayando para conseguir revivir una sensación que describe como única: el sonido del asombro, que describe como “una cosa fascinante, porque a veces se mezcla con el silencio, es algo increíble”.
Referente para todos aquellos que hoy quieran dedicarse a la magia de gran formato, el Mago Pop creció soñando ser David Copperfield, pero también aprendiendo de la maestría como prestidigitadores de Juan Tamariz o René Lavand.
En este vídeo Antonio Díaz se atreve a hablar del miedo a que las ilusiones fallen, de la rivalidad existente en los magos, de los famosos a los que ha conocido y frente a los que ha actuado, y también del delicado momento (personal y profesional) que tuvo que afrontar cuando llegó a Broadway dispuesto a convertirse en el mago más famoso del planeta en la actualidad.
Transcripción
Y ese oficio, que es un oficio muy singular, al final ha dibujado un poco el camino de mi vida. Yo soy una persona introvertida, y el poderme relacionar con los objetos me ha permitido aprender a relacionarme con las personas, y sobre todo a conocerme a mí mismo y a descubrir un oficio que me hace muy feliz y con el que he podido conocer a muchas personas fascinantes y viajar por todo el mundo. Mi nombre es Antonio Díaz. Quizás me conozcáis más como el Mago Pop. Es un placer estar aquí para contestar a vuestras preguntas.
Y recuerdo, después de muchos «mails» que no contestaba nadie, de muchas visitas a teatros, de mucha… Porque, claro, cuando tienes un manager, pues bueno, tú no te preocupas de eso, pero, cuando eres tan jovencito y tienes que venderte a ti mismo, es ridículín llamar a un teatro y decir: «Oye, contrátame, que soy muy bueno, que lo hago muy bien», hablando de ti mismo. Yo recuerdo esas primeras reuniones. Y un programador de una sala mítica de Barcelona que se llama el teatro Llantiol, que es un café-teatro en el que se hacía sobre todo teatro de variedades, y donde yo pensaba que a lo mejor la magia podía tener su lugar, me dio una oportunidad. Pero, claro, me dio una oportunidad un lunes de agosto, y mi familia estaba de vacaciones, mis amigos estaban de vacaciones y de verdad ese día no vino nadie. Y cuando digo nadie es nadie de verdad. Y yo recuerdo que, claro, yo me preparaba mis cositas. Ahora tengo un equipo muy grande y tal, pero da mucha penita cuando tú vas con tu maletín, te preparas tus cosillas, tres horas de preparación, todo bien. Yo me hacía mis luces, mi música, todo preparado. Y recuerdo esa imagen. Estaba el dueño del teatro tocando un piano. Había un pianito. Era un hombre ruso. Yuri se llamaba. Estaba tocando el piano y yo veía que ya era la hora de la función, pero no abrían puertas. Y yo pensaba: «¿No van a abrir puertas?». Y recuerdo que paró de tocar el piano y dijo: «Bueno, ¿qué? ¿Va a venir alguien?». Me dijo: «¿Va a venir alguien?». No vino nadie. Y ese día aprendí algo muy importante, y es que yo estaba obsesionado por tener un teatro y ese día aprendí que no necesitaba un teatro, que necesitaba público. Y ese día cambió un poco mi plan y mi estrategia. Mi estrategia ya no pasaba solamente por tener un lugar en el que actuar y un espectáculo que guste y que sorprenda, sino que pasaba por generar interés y que la gente viniese a verme.
Y ahí es cuando pensé que a lo mejor era importante hacer televisión. Y tuve la oportunidad de… Bueno, fue una oportunidad muy buscada, porque recuerdo que yo también hice mi piloto de televisión, intenté venderlo a televisiones… Bueno, ¿qué venderlo? Regalarlo, en plan: «Poned esto, que se vea». Y, después de mucha búsqueda, tuve la suerte de un día tener entre el público a un programador, y me dio una oportunidad no para para nuestro país, sino para trabajar en el Reino Unido haciendo un programa de televisión, en Discovery Channel, que se emitió en muchísimos países y que en ese sentido cambió todo. Me dio la oportunidad de tener público y de empezar a preocuparme por lo que realmente me gustaba, que era hacer el mejor espectáculo posible.
Para mí era un sueño desde niño que parecía inalcanzable. Nunca una producción nacional había estado en Broadway, muy pocos espectáculos de magia, porque allí especialmente lo que hay son grandes musicales. Broadway es el circuito teatral más importante del mundo, donde están los espectáculos más taquilleros del mundo y producciones increíbles, muchas de ellas franquicias, de Disney… Hay musicales, como «El rey león», que están por todo el mundo, como «Hamilton», y el poder competir con un gran espectáculo haciendo un espectáculo de magia para mí era un sueño que se produjo y que supuso un montón de desafíos. En primer lugar, porque, tanto a nivel artístico como financiero, como de estructura de tu propio equipo, es una manera de tensarlo todo, de llevarlo todo al límite, porque la dificultad es enorme. En mi caso, sí que es verdad que yo llevo haciendo muchos años magia en inglés, porque llevo muchos años viajando por el mundo. Pero una cosa es hacer algunos juegos de magia por la tele y otra cosa es hacer un espectáculo de una hora y media. Para mí también supuso un desafío en ese sentido. Yo recuerdo que también, cuando me hicieron la oferta de Discovery, yo no sabía ni una palabra en inglés y me dijeron: «¿Hablas inglés?». Yo dije «nativo», porque era una oportunidad que no se podía escapar. Y dije: «Me meto en el problema y ya saldremos de aquí». En el caso del espectáculo, eso no valía. Tenías que hacer un espectáculo que fuese entretenido, sorprendente, dinámico, y eso requería de la capacidad de comunicar, de conectar. Broadway tiene dificultades también que tienen que ver con la manera de trabajar. Tienen una «union», que es un sindicato de técnicos. Por ejemplo, mi equipo es muy grande. Somos muchísimos técnicos, que además son muy especialistas, que han trabajado durante muchos años para aprender cada pequeño movimiento del espectáculo, que es un espectáculo que intentamos que sea virtuoso a nivel técnico, no solamente mágico, con la iluminación, la música…
Queremos que todo eso forme parte de ese viaje emocional. Claro, cuando llego a Broadway y me doy cuenta de que las 80 personas de mi equipo no pueden trabajar porque ahí solamente pueden trabajar las personas del sindicato, para mí supone ya no solamente un desafío, sino una gran preocupación, a todos los niveles, también a nivel personal, porque ese equipo es un equipo con el que yo llevo trabajando durante muchísimos años, décadas con algunos de ellos, y para mí Broadway no solamente era mi viaje, también era el viaje del equipo. Es un viaje que muchas personas se merecían vivir, y no poder compartir un escenario para mí no era una opción. Convencerles fue muy muy complicado. Soy muy pesado a veces y lo conseguimos. Pero ellos no podían participar de manera directa en el espectáculo tocando las cosas, sino que simplemente tenían que dar la orden a lo que ellos llaman su «shadow», que es el técnico del sindicato que efectúa la acción, pero siempre dirigida por una persona de mi equipo. Claro, eso hacía que tuviéramos 160 personas de equipo. Broadway tiene particularidades. Por ejemplo, en el sindicato, que está muy bien organizado, tienen una orquesta en el teatro, y esa orquesta, que son 18 músicos con unos sueldos superimportantes, porque son profesionales de primer nivel mundial, aunque no los uses, tiene que estar ahí. Y, claro, esos sueldos los pagas tú, tienes ahí a 18 músicos. Y yo pensaba: «Hombre, ya que los pago, que toquen». Y entonces digo: «Pueden tocar las canciones». «No, porque cada canción que se tienen que aprender vale tanto». Con muchos ceros. No digo cifras, pero… Y yo pensaba: «Bueno, pues que se pongan guapos y sonrían mucho a la gente». Bueno, supuso muchísimas dificultades.
Es un lugar al que tú llegas con una marca nueva. ¿Y cómo te das a conocer cuando compites con los mejores espectáculos del mundo, con Bruce Springsteen o Hugh Jackman, y haciendo juegos de magia? Fue un gran desafío. El viaje fue fascinante, porque acabó… Y estos años está yendo de una manera que nunca hubiéramos imaginado. Nuestro espectáculo tuvo la oportunidad de funcionar, que es una excepción en Broadway. Te das cuenta de que… Yo siempre pensaba una cosa. Cuando yo era muy jovencito… Yo soy una persona muy introvertida y la magia me ha permitido superar esa timidez e intentar buscar… El Mago Pop es una persona mucho más carismática, echada pa’lante, ingeniosa, ocurrente, divertida, un poquito… Yo soy más paradito, más tranquilo. Me encanta observar, me encanta jugar al ajedrez, comerme una paella cerca del mar… Yo haría vida de pescador más que de artista. Cuando era pequeño, yo siempre pensaba: «El día que actúe en un sitio muy importante me voy a desmayar de los nervios». Porque yo recuerdo que, cuando hacía una actuación para mis cuatro amigos, antes de salir me temblaban las manos, me temblaba la voz, sudaba y pensaba: «Si me pongo así ahora, ¿cómo va a ser el día que actúe, por ejemplo, en Broadway?». Y te das cuenta de que no, de que hay un punto máximo de nervios que tienes siempre a escala en tu vida. Cuando eres pequeño lo que te pone nervioso es tu actuación, aunque sea para siete. Y el punto de nervios es el mismo que actuar para para 100.000 en un estadio. Ese es el punto máximo, porque ya lo siguiente es desmayarte y caerte ahí. O sea, es como el punto máximo. Y recuerdo que, antes de salir al escenario de Broadway, sentí la mayor tranquilidad antes de salir a un escenario en mi vida. Porque para mí mi mayor temor es que sucediese algo que me impidiese hacer esa actuación la primera vez.
Y, una vez que has hecho la primera, ya está. Ya te sientes un artista de Broadway y te acompaña para siempre. Después, he tenido la oportunidad de hacer muchísimas funciones allí, pero la primera era la que me ponía muy nervioso, y esa función para mí fue muy especial, porque además el periodo americano para mí, más allá del desafío que supuso ir a Broadway, que además venía acompañado de la compra de un teatro, que fue una inversión para mí muy importante en esa aventura americana. Venía acompañado, como en la vida las cosas no van solas y no van separadas, de un momento personal y familiar complicado. Mi padre atravesó una enfermedad muy de larga duración y falleció unas semanas antes de ir a América. Esa primera actuación ya no solamente fue una cosa artística, sino darte cuenta de que en la vida a veces haces muchas cosas ya no solamente por ti, sino para que las personas a las que quieres estén orgullosas de ti. Y fue un viaje muy bonito que pude compartir también con mis hermanos, con mi familia, con mis amigos, y que tuvo una carga simbólica que me va a acompañar para siempre. Cuando acabé esa actuación, después de todo lo mal que lo había pasado en esos meses y de lo bien que empezó a ir una vez estrenamos, la sensación interna siempre era «que me quiten lo “bailao”». Esto ya está hecho y es una cosa que si me la dicen de niño no me la creo. Y la siguiente cosa que piensas es: «Ojalá esto no sea la cima y ahora vayamos para abajo, que sigamos creciendo, aprendiendo y planteándonos nuevos retos».
Y te tienes que posicionar, aceptando todas sus condiciones de cómo van a ser los planos, hacer magia rodeado… En el que no controlas nada, en el que la gente que iba a participar y que íbamos a teletransportar era gente escogida al azar por ellos. Al final, cuando yo escojo a la gente en el público, siempre tengo en cuenta factores como la edad, como el tamaño, factores que pueden colaborar en un juego de teletransportación a garantizar una mayor probabilidad de éxito. En este caso todo lo hacían ellos. El desafío era enorme y la ilusión… Yo recuerdo la primera vez que yo se la explicaba a mi equipo. Me miraban en plan «esto de diez veces va a fallar diez». Es que es muy complicado. Y con el ensayo pues, oye, yo creo que fuimos al programa con la sensación del 70 u 80 % de éxito, sabiendo que la magia, cuando funciona, es preciosa, pero que, cuando falla, te puedes convertir en un meme. Afortunadamente fue muy bien y Broadway fue muy bien. Y ese día fue uno de los días más importantes en nuestra aventura en Broadway, porque fue el día que supuso un antes y un después. Ese juego tuvo un impacto impresionante. Fue «trending topic» en Estados Unidos en ese instante, tuvo 200 millones de reproducciones en redes sociales… Ese día se agotaron todas las entradas de toda nuestra temporada en el teatro de Estados Unidos. Y ese día te llaman de Jimmy Fallon, de todos los «late night», de todos los programas. Se te abren todas las puertas, lo cual es muy complicado cuando llegas nuevo. La apuesta salió muy bien. Podía haber salido muy mal, pero la sensación era que nos la teníamos que jugar a cara o cruz. Ensayamos el juego hasta la extenuación, y la sensación que te queda es que, si lo tuvieras que volver a repetir, pasarías un rato terrible, porque pasas un día de nervios tremendos, pero mirándolo «a posteriori» fue un día fundamental.
A mí me gusta mucho trabajar para prevenir el error. El error… Siempre hay ese pensamiento de que todo puede fallar. Evidentemente es así, todo puede fallar, pero hay que luchar contra la estadística. A mí me encanta, por ejemplo, cómo trabajan en el mundo de la aviación. Todo puede fallar, pero un avión no puede fallar. Un avión parece algo como muy sofisticado, es una cosa de hierro que vuela y que tiene sus «flaps»… No tengo ni idea de aviones. Tiene sus cosillas y vuela. No puede fallar. Hay un control para que eso no falle impresionante. Si los ves trabajar, hay unas «checklist», una revisión, alguien que revisa al que revisa, que a su vez revisa a alguien que ya está revisando. Y eso lo hemos intentado llevar un poquito a nuestra magia, a mi forma de intentar abordar las ilusiones, que sean ilusiones muy sorprendentes, porque al final hay una relación invisible entre lo sorprendente que es un juego y su dificultad. Normalmente, cuanto más difícil es una ilusión, más sorprendente es, y, cuanto más difícil es, más probabilidades hay de que falle. Para prevenir ese error hay que hacer un trabajo previo tremendo, y en eso trabajamos muchísimo.
Pero esa teletransportación a Nueva York, que también fue un juego que hice en directo, con todas las dificultades que tenía, y en un programa que para mí tenía mucha carga simbólica… Porque yo recuerdo de adolescente, con todas esas inseguridades que comentábamos, yo recuerdo ensayar cómo sería que me entrevistaran en un programa de «late night». Y yo recuerdo, en el sofá de mi casa, diciendo: «¿Cómo se sienta uno? ¿Qué contesta?». Y yo recuerdo que yo admiraba muchísimo a Andreu Buenafuente. Para mí ir a su programa… En aquel momento yo era muy jovencito y supuso un «highlight» para mí. Y ese juego que preparé durante muchísimo tiempo a Andreu y a todo el equipo del programa les fascinó tanto que Andreu llegó a decir algo como «es de los mejores momentos que he vivido en televisión en directo». Y que lo diga Andreu Buenafuente, alguien a quien admiras tanto… Era como yo hubiera soñado que eso acabase, que ese juego acabase. Cuando veo ese juego, pasa como cuando uno mira fotos o vídeos antiguos, que te ves también todos los defectillos, que dices «esto lo haría diferente, esto tal…». Pero, si lo miro de una manera objetiva y me separo de mí, creo que es el juego de magia en televisión en directo que más impacto ha causado en el espectador.
A veces la idea viene de la tecnología. Dicen que cuando la tecnología es rompedora parece magia. La tecnología, cuando la utilizas y la gente todavía no es consciente de que esa tecnología existe, se convierte en una herramienta fascinante para la magia. A veces las ideas vienen de una película, una escena en la que ves una imagen imposible porque está hecha con efectos visuales que te gustaría recrear en directo. A veces vienen de una canción. A mí me vienen mucho las ideas de una canción. A veces estoy escuchando una canción y pienso: «Esta canción se merece un juego de magia, no sé cuál». Y, de repente, un día que la estás escuchando, te viene el juego. Y cuando sé que el juego va a funcionar es cuando estás escuchando la canción haciendo el juego y, chimpún, acaba la canción, acaba el juego y dices: «Mira, no hay ni que editarla, está perfecto». Viene de muchos lugares. A mí sobre todo de la música, del cine y de la tecnología. Ahora, sí que es verdad que la magia que realizamos cada vez busca sorprender más y ser más grande y más difícil… Intentamos rodearnos de ingenieros, de científicos, de todas las ideas que vengan de fuera del mundo de la magia que podamos aprovechar para buscar el más difícil todavía. Y sí, cuando tienes una idea muy buena, tienes las ganas de contarlo. Tengo la suerte de tener un equipo increíble y siempre tengo la oportunidad de contárselo a ellos. También a mis hermanos, que son mis consejeros.
Me encanta siempre decirles: «Oye, he pensado esto». Al principio siempre decían… Ahora ya me dan mucha cancha, todo el mundo dice: «Bueno, al final vas a hacer lo que quieras y tal». Pero al principio recuerdo que era en plan: «¿Estás seguro?». «Voy a volar por encima de no sé dónde». «¿No te vas a caer? ¿Tú no tienes vértigo?». Sí, la tentación de contarlo siempre está ahí, y tengo la suerte de poderlo hacer en «petit comité». Lo que sí que es verdad es que, cuando tienes un juego que te gusta mucho y sabes que hasta dentro de dos años no lo vas a hacer, porque requiere muchísima práctica y ensayo, posicionarlo en el nuevo espectáculo, estás dos años pensando: «¿Cómo será la reacción cuando lo haga?». Los procesos son muy lentos y yo, que soy muy apasionado, tengo ganas de que llegue pronto.
Y ese tipo de magia tiene que ver mucho con la habilidad, con la destreza, y, por lo tanto, con la práctica, con las horas de ensayo y con la repetición. Y Cardini yo creo que ha sido el prestidigitador, que es como se llama a los ilusionistas especializados en el arte digital, Cardini probablemente ha sido el prestidigitador más grande de la historia. Era un hombre que tenía unos dedos que ni un pianista. Era algo fascinante. Luego, por supuesto, a David Copperfield no me lo quiero dejar, porque David Copperfield es el que hace que te dé menos vergüenza de decir que eres mago, porque de repente hay un tipo que haciendo juegos de magia se puede convertir en una estrella del rocanrol, y cuando eres niño dices: «Mira, está con Claudia Schiffer, hace desaparecer la estatua de la Libertad, compite con los grandes musicales». David Copperfield ha vendido más entradas que Michael Jackson, que Elvis. Es una barbaridad. Eso también me sirve para darme cuenta de que la magia es un arte transversal. Por lo tanto, puedes interesar a diferentes tipos de público y hacer espectáculos que puedan competir con los musicales, por ejemplo. Quizá ellos son los magos que más me han marcado. Y René Lavand. René Lavand es un mago argentino que además esconde, escondía, porque nos dejó, escondía una historia fascinante. Cuando era niño ya le encantaban los juegos de manos, pero tuvo un accidente y perdió un brazo. Cualquier persona se hubiera planteado dejar de hacer magia. Él decidió ponerse con un libro de cartomagia y adaptar todas las técnicas de cartomagia, que son técnicas muy sofisticadas, muy difíciles, que requieren muchísimo ensayo, adaptarlas para poderlas hacer con una sola mano.
Y él hacía sus espectáculos con una sola mano, en los que la magia era una compañera de sus historias y él era un narrador de historias. Él tiene una frase que probablemente os suene. Siempre decía: «No se puede hacer más lento». Porque él, al contrario que muchos ilusionistas que buscamos la velocidad, él buscaba la transparencia, y la buscaba a través de la limpieza, de hacer los movimientos muy despacio y con una sola mano, con la dificultad que eso conlleva. Ha habido grandes ilusionistas en la historia a los que admiro muchísimo. Y seguramente todas las personas que amamos este este oficio lo amamos por estos referentes.
Si tuviera que decir una, diría a Stephen Hawking, porque yo soy un apasionado de la ciencia, de la astronomía. Para mí Stephen Hawking forma parte de mi infancia, de mi adolescencia. Y uno de mis primeros programas de televisión, cuando tuve la suerte de estar en Discovery Channel, lo que os decía, de repente me plantea la posibilidad de hacer una gran producción, un programa de televisión en el que teníamos posibilidades de hacer muchísimas cosas. Se me ocurre una idea que es viajar por el mundo conociendo a mis iconos pop. De ahí viene lo de Mago Pop, que realmente no nació para ser mi nombre artístico, sino que era el nombre del programa. Y, como tuvo tanto éxito en Reino Unido, al final se convirtió en mi nombre artístico. El programa se basaba en la idea de los seis grados de separación, la teoría de los seis grados, que defiende que podemos llegar a cualquier persona del mundo a través de seis conocidos comunes. En este viaje que yo hacía haciendo magia por el mundo, comencé con Eduard Punset, y él me daba el siguiente grado, el siguiente grado… Y mi objetivo era sorprenderles. Si era capaz de sorprenderles con un juego de magia, me daban el siguiente contacto, hasta llegar a Stephen Hawking. Y en esa aventura, en la que pude hacer muchísima magia por la calle y sorprender a muchísimas personas por decenas de países del mundo, pude conocer a muchísimos científicos y hacer juegos de magia relacionados con la ciencia. Imaginaos con lo que os decía, con lo que a mí me gusta la ciencia, haber podido hacer un juego de magia en gravedad cero, por ejemplo, haber podido estar en la NASA y sorprender a científicos de la NASA… Y el final apoteósico fue conocer a Stephen Hawking, que, además, cuando íbamos por el cuarto o quinto grado, ya no nos podían dar el contacto de Stephen Hawking.
Era una persona muy inaccesible, que además se relacionaba muy poco con científicos y a la que le gustaba muchísimo pasar tiempo con él, consigo. Y ahí es cuando sucedió algo fascinante. Esas casualidades que tiene la vida. Un día recibimos un correo de la Universidad de Cambridge, de uno de los trabajadores de la universidad, diciendo que Stephen Hawking veía mi programa de televisión en Reino Unido y que si le podía hacer un juego de magia para sorprenderle. Claro, al principio creíamos que era broma. Dije: «Hombre, suena muy raro esto». Pero por si acaso fui. Yo soy de los de «por si acaso, ve». Fuimos a Cambridge. Yo me preparé un juego muy sofisticado, por si acaso, porque lo quería sorprender. Llegamos a Cambridge. Efectivamente, nos dejan pasar. Voy con mi equipo, nos dejan pasar, nos llevan por un pasillo como en las películas, y, de repente, nos meten en una sala de universidad enorme, todo de fórmulas en una pizarra, y Stephen Hawking sentado a lo lejos. Yo no he estado tan nervioso en mi vida, ni en Broadway. Lo que decíamos antes. Y ahora le tengo que sorprender. Y, cuando voy hacia él, una persona de mi equipo me dice: «Antonio, tenemos que hablar». Y yo: «¿Ahora? Pero si voy a conocer a Stephen Hawking». «Se ha roto lo que íbamos a hacer». Y el juego que teníamos preparado para él, justo antes de sorprender a Stephen Hawking, no se podía hacer. Y entonces opté por improvisar un juego que había hecho millones de veces, con una bolita de papel. Pedí rápidamente que me fueran a conseguir una manzana. Hice un juego dedicado a la gravedad en el que una bola de papel comenzaba a levitar de maneras imposibles. La metíamos en un frasco cerrado y levitaba, levitaba y visualmente se convertía en una manzana, como símbolo de la gravedad, un tema que para Stephen Hawking siempre ha sido un tema recurrente.
Le fascinó. Estuvimos seis horas con él en el rodaje. Para mí, estar con Stephen Hawking… Imaginaos. ¿Qué hablas con Stephen Hawking? Tienes la sensación de que estás hablando con alguien que sabe cosas que tú no sabes. Y las preguntas que le haces, ya que estás ahí, son de niño pequeño. «¿Tú qué crees que hay después de la vida? ¿Tú qué crees que es esto? ¿Tú crees que hay vida en otros planetas?». Y me quedo con dos momentos que viví con Stephen Hawking. Uno es cuando le hice pensar una palabra para hacerle otro juego de magia y me dijo la palabra «ahora». Y le dije: «¿Por qué “ahora”?». Y me dijo: «Porque es lo único que existe». Y recuerdo ese momento que me impactó muchísimo. Y otro momento que también recuerdo muchísimo es que le fascina la magia. Yo no era consciente de que le fascina la magia. Llegó un momento en el que yo le había hecho ya dos o tres preguntas y ya él me empezaba a preguntar cómo se hacían los trucos de magia. Y decía: «Stephen…». Entonces, saber tú algo que no sabe Stephen Hawking… Oye, pues te vas a dormir con un ego tremendo.
Y luego hay una cosa que me fascina del mundo de los musicales, que tiene que ver con el oficio. A mí me encanta la matemática que hay detrás del contar una historia, las estructuras. Cómo la música tiene la capacidad de conectar con la emoción. Cómo lo visual nos lleva a rincones desconocidos. Creo que el arte en directo tiene un futuro increíble. En un mundo en el que cada vez estamos más conectados a las máquinas y en el que a veces nos miramos menos a los ojos, me parece fascinante que mil desconocidos se sienten en un lugar a la misma hora para ver cómo les cuentan una historia. Creo que eso tiene un futuro impresionante y que es algo que me reconcilia muchísimo con el ser humano también, porque tenemos nuestras cosillas, hay cosas de las que, como especie, tenemos que estar más orgullosos, otras menos, pero creo que una que nos hace muy especiales es esa cosa de sentarnos alrededor de una hoguera a contarnos historias. Creo que eso nos ha llevado a sitios fascinantes, nos ha llevado a la luna, literalmente. Entonces, a mí sentarme a ver musicales… Yo cuando viajo me encanta ver muchísimos musicales. Y, si alguno no habéis ido a ver espectáculos, os animo y os lo recomiendo, porque quizás descubráis un mundo apasionante.
Hola, Antonio. ¿Qué tal? Yo soy María y me gustaría saber si alguna vez has conocido a algún mago o a alguna maga en la vida real.