“Los prejuicios se combaten con hechos y verdades”
Ranga Yogeshwar
“Los prejuicios se combaten con hechos y verdades”
Ranga Yogeshwar
Físico y divulgador científico
Creando oportunidades
“La inteligencia artificial revelará nuestro verdadero valor como humanos”
Ranga Yogeshwar Físico y divulgador científico
El futuro, la asignatura del presente
Ranga Yogeshwar Físico y divulgador científico
Ranga Yogeshwar
Ranga Yogeshwar es el divulgador científico más prestigioso de Alemania. Licenciado en física, durante 25 años ha conducido uno de los programas de divulgación más exitosos de la televisión alemana. A lo largo de su trayectoria profesional, ha recibido más de 60 premios, entre los que destacan un doctorado honorario de la Universidad de Wuppertal, la Cruz Federal de Mérito de la RFA, la Orden del Mérito del Estado de Renania del Norte-Westfalia y la Orden de Mérito du Grand-Duché de Luxemburgo. En su libro ‘Próxima estación: futuro’, arroja una mirada optimista respecto a todas las posibilidades que ofrece la tecnología, a la vez que alerta de la necesidad de establecer unas normas éticas que la regulen: “Con la inteligencia artificial, podríamos acabar dándonos cuenta de cuál es nuestro verdadero valor como humanos”, concluye.
Yogeshwar, entiende la educación como el vehículo principal para convertirnos en la persona que queremos ser. “La educación es mucho más que aprender algo para tener un trabajo, nos proporciona una visión del mundo. Tenemos que aprender a vivir en un mundo cambiante, y eso significa que hemos de tener una educación más sutil, diferente a la educación que conocemos y hemos conocido en nuestras escuelas”, sostiene.
Transcripción
Y, entonces, llegó el primer día de escuela. Cuando llegué, todo era disciplina. Por ejemplo: «Tienes que estar aquí sentado. Este es tu pupitre». Yo era un niño curioso. Me encantaba preguntar. «Si quieres preguntar algo, levanta la mano». Así que, de repente, me sentía muy oprimido. Mi primer día de escuela fue una experiencia traumática. Tenía que estar sentado y me sentía atado, me sentía encerrado. Y este fue, para mí, un sentimiento extraño. Cuando los niños quieren empezar a aprender, los inmovilizamos.
¿Cuántos años pasasteis en la escuela? ¿Cinco? ¿Seis? ¿Diez? ¿Más de diez? ¿Habéis pensado el tiempo que habéis invertido en la escuela? Cuando hablo con profesores, es muy interesante. Todos compartimos la misma experiencia de unos diez años en la escuela. Y luego fuimos a la universidad, así que ponedle unos quince años de educación. Y la cuestión es, ¿qué sentido tiene? Un día puse un examen a unos profesores. Les dije: «Coged una hoja de papel. Y escribid vuestro nombre». Todos en el público se quedaron… Y luego les pregunté algo así: «Por las mañanas, cuando me lavo los dientes, estoy frente al espejo. ¿Cómo de grande tiene que ser el espejo para poder verme a mí mismo, qué tamaño, a qué distancia debería estar?».
Y luego recojo las respuestas. Y todos se sienten muy agobiados. Todos. Y les pregunto: «¿Cómo os sentís?». Y luego les digo: «Esto es justo lo que les hacemos a nuestros hijos cada día». Para que sepáis la respuesta del espejo, en la escuela aprendemos las leyes de la reflexión. Que dicen que el ángulo de entrada y el de salida es el mismo. Podemos decirlo de memoria pero no sabemos la relación que tiene con la vida real. La respuesta correcta es que si el espejo es la mitad de tu tamaño, puedes verte de cuerpo entero. La distancia no tiene nada que ver. Este ejemplo demuestra que aunque pasamos quince años en la escuela, para cosas sencillas como lavarnos los dientes por la mañana no tenemos la respuesta. Eso significa que deberíamos plantear un cambio en la educación. Yo creo que el cambio en la educación es importante en la época actual. ¿Por qué? Porque vivimos en un siglo de progreso, un siglo de innovaciones digitales, un siglo de cambios en el mundo. Así que lo que aprendemos de pequeños no siempre es válido cuando nos hacemos mayores. Las cosas cambian de repente. ¿Cómo nos convertirnos en una cultura del aprendizaje? ¿Cómo lo hacemos?
¿Qué es la educación? Si te metes en Internet a leer algo… ¿Estás leyendo noticias reales? ¿O detrás hay algo más? Si te metes en Internet ahora mismo, todo tiene fines comerciales. Facebook, Twitter, YouTube…Todo es comercial. Lo que quieren es que te quedes enganchado a sus redes. ¿Y cómo lo consiguen? Mostrándote cosas impactantes. ¡Vaya! ¿Qué es esto de aquí? Noticias falsas, fake news. Este año se ha realizado un estudio con Twitter. Y han descubierto que las noticias falsas viajan seis veces más rápido que las verdaderas. Los algoritmos las impulsan para que te quedes enganchado. Lo interesante es que estamos viendo un cambio en el lenguaje de la comunicación, en los libros, en la comunicación, y en la política. Y es muy curioso que en la época en la que Internet debería abrirnos la puerta a la Era de la Información, estamos entrando en una era de noticias falsas y tendenciosas, de populismo, de racismo, que están alimentados por los sistemas comerciales. Me parece que estamos en un momento muy interesante, en el que debemos ser conscientes del potencial que tenemos.
¿Qué pasará con la educación si cada vez se vuelve más comercial? ¿Qué pasaría si cada vez que buscaras respuestas en el móvil, solo encontraras respuestas comerciales, no respuestas verdaderas? Porque la educación es mucho más que saber cómo ser llega a la meta. Es mucho más que aprender algo para tener un trabajo. La educación proporciona una visión del mundo. Y yo creo que esta visión del mundo es más importante hoy de lo que ha sido nunca, porque tenemos que aprender a vivir en un mundo cambiante, y eso significa que hemos de tener una educación más sutil, diferente a la educación que conocemos y hemos conocido en nuestras escuelas. Antiguamente bastaba con repetir lo que habíamos aprendido.
Ahora, la educación tiene que hacerte pensar, que es el auténtico gran desafío. ¿Lo que dice Google es verdad? ¿Lo que difunden las noticias es verdad? ¿Hacia dónde quiero ir? Hay muchas cosas de las que me gustaría hablar con vosotros. Propongo abrir el turno de preguntas para empezar la conversación. Eso es lo más importante en la educación: el intercambio de ideas.
Pensad en el ritmo de los cambios. Si os fijáis en un teléfono antiguo, el que había que marcar, tardó setenta y cinco años en alcanzar los cien millones de usuarios. Tardó mucho tiempo. O la llegada de la electricidad a Madrid hace más de cien años. Solo había unas pocas casas con electricidad y tardó mucho tiempo en llegar a todo el mundo. Todos tuvimos tiempo para adaptarnos, para pensar en el futuro y descubrir los beneficios así como los peligros. Sin embargo, ahora lo que ocurre es que el progreso es instantáneo.
El smartphone es, ante todo, un fenómeno global. En todas partes donde voy, veo un smartphone. En todas partes. Lo ves aquí, en España, en Alemania, en Europa, en Estados Unidos… En África, en áreas remotas, aunque vivan mal, tienen un smartphone. Ha tardado once años. Si os fijáis en las redes sociales, han tardado incluso menos. Facebook lo consiguió en cuatro años. Ahora hay aplicaciones que en poco más de un año han llegado a cien millones de personas. El progreso que estamos viviendo lo impulsan motivos comerciales.
Pero la cuestión que nos planteas es más profunda: ¿Adónde nos lleva eso? No es fácil de responder. Pongamos al teléfono móvil como ejemplo. Cuando yo era niño, podía jugar fuera. Como todos los niños. Por la tarde desaparecía y mi madre no sabía dónde estaba. Y luego volvía por la noche. Y no pasaba nada. ¿Qué pasa ahora? Ahora los padres intentan ponerse en contacto con su pequeña Silvia, que se ha ido con sus amigos. Intentan llamarla. Cinco minutos y nada. A los diez minutos: «¿Dónde estará Silvia?». Y entran en pánico. El teléfono móvil, curiosamente, a veces nos provoca miedo. Si no estás localizable: «Oh, no, ¿qué hacemos?». ¿Esto realmente da la felicidad? A veces sí y a veces no. A veces es genial poder contactar con tus seres queridos. Mis hijos ahora están repartidos por todos lados, estudian en distintos países. Como padre, eso es terrible. Mis hijos se han ido de casa y los echo de menos. Pero tengo WhatsApp, así que podemos estar conectados. Pero la pregunta interesante es: ¿Es eso bueno todo el tiempo? ¿Es bueno para el desarrollo de los jóvenes? Quieres salir de tu casa, dejar a la familia y ser independiente, y todas las noches, tus padres están ahí, llamándote por Skype. El desarrollo de la personalidad será muy distinto. ¿Eso es bueno o malo? Aún no lo sabemos.
Si prevemos los diferentes escenarios y establecemos unas normas, el futuro será fantástico. ¿Por qué? Porque somos la primera generación que puede cambiar el mundo en el presente. Todas las generaciones anteriores iban progresando, pero de una forma muy lenta, como he dicho antes. Es decir, podían introducir algún cambio, pero luego el mundo tardaba una, dos o tres generaciones en cambiar. Nosotros tenemos mucha libertad. Pero también una gran responsabilidad.
No paramos de hacer exámenes. No sé cómo será en España, pero en Alemania hay exámenes para todo. Un examen tras otro. ¿Qué pasa con los jóvenes cuando tienen exámenes sin parar? ¿Les apetecerá aprender de verdad o solo querrán sobrevivir a los exámenes? Este es uno de los mayores problemas que tenemos en la educación. Nos concentramos en sobrevivir a los exámenes. Nos concentramos en conseguir la mejor nota posible. El sistema educativo alemán es horrible porque, al final, las notas deciden tu carrera en el futuro. Así que todo el mundo quiere sacar buenas notas.
Y durante el proceso, olvidamos qué es la educación. Es la alegría de saber, la alegría de descubrir conexiones, la alegría de tener esa cultura que nos va a ayudar a evolucionar como seres humanos. Yo creo que esto va a cambiar en los próximos años. Tiene que cambiar. ¿Por qué? Vivimos en una época en la que nuestra vida laboral no va a ser constante durante toda nuestra vida. De hecho, en las escuelas, mucha gente dice: «Vale, ya tengo una educación. Ya estoy listo, he terminado. Recojo mi diploma y adiós, escuela. Adiós, educación. Adiós, curiosidad. Adiós, matemáticas».
Después de muchos años, engañamos a la gente. Ahora tenemos un sistema educativo en el que en vez de alegrarnos por descubrir conexiones, decimos: «Se acabó la escuela». Porque los exámenes nos han traumatizado. Eso hay que cambiarlo. Y es importante que lo cambiemos, porque en el futuro tendremos que seguir aprendiendo a lo largo de toda la vida. Tendremos que aprender cosas nuevas. No hay ningún trabajo en el que entres y todo lo que hayas aprendido no vaya a cambiar en toda tu vida. El progreso está ahí y está cambiando las cosas. Tienes que seguir aprendiendo. Y es importante que nos divirtamos aprendiendo. Y no sentirte obligado. Las herramientas están ahí. Fijaos en Internet. Hay unas plataformas fantásticas donde se puede aprender. Incluso yo, que acabé la universidad hace muchos años, disfruto viendo clases sobre filosofía en Internet. Creo que eso está cambiando lentamente, también en las escuelas.
Porque, ¿qué pasa? Muchos alumnos que van a la escuela y tienen clase con su profesor de matemáticas, cuando vuelven, ¿qué hacen? Se ponen un vídeo sobre matemáticas en YouTube. Tenemos la herramienta que permite que los buenos profesores puedan llegar a muchos. El cambio en la educación online es fantástico para la gente de países pobres. Pero lo importante es que tenemos el mundo digital por un lado, y aún tenemos un sistema educativo muy conservador por el otro. Y tenemos que establecer diferentes prioridades.
Ahora vemos áreas no formales en las que la escuela o la educación se expanden. La semana pasada estuve en Colonia, en la apertura de un gran festival en Colonia. En las bibliotecas. Las bibliotecas de las ciudades. Donde la gente puede aprender programación y tienen laboratorios con impresoras 3D. ¿Y si queréis saber cómo funciona una impresora 3D? ¿Tenéis una impresora 3D en la escuela? No, pero seguro que os gustaría saber cómo funciona. Necesitamos lugares abiertos a todo el mundo. La educación ha de ser gratuita, no queremos una educación donde solo una minoría de ricos se la puedan permitir y el resto queden excluidos.
Tenemos que cambiar el ritmo y la visión que tenemos de la educación, que tiene que estar más centrada en el aprendizaje. Un profesor de mi hija pequeña hizo algo fantástico. En una tutoría, el profesor la llevó hasta la ventana. Era el profesor de matemáticas. Y le dijo: «Selena, mira ahí fuera. ¿Dónde ves las matemáticas? Mira el paisaje. ¿Ves matemáticas en esta sala?». Qué buena pregunta. La educación no es solo repetir las respuestas, sino hacer preguntas.
No somos conscientes del progreso. Os pondré un ejemplo. Yo tengo un teléfono móvil. Todos tenéis uno. Mi móvil tiene una capacidad de doscientos cincuenta y seis gigas. Yo soy físico. En mis días de investigador, teníamos un enorme centro de computación, con unos discos de almacenamiento del tamaño de una lavadora. Su capacidad era de quinientos megas. En otras palabras, en el teléfono móvil que llevo en el bolsillo tengo más capacidad de almacenamiento que en todo el centro de computación donde yo investigaba.
Y el ritmo sigue aumentando, va cada vez más rápido. Y esto abre nuevas posibilidades al aprendizaje automático para hacer una reconstrucción del cerebro. Porque, hoy en día, en el aprendizaje automático tenemos sistemas que, más o menos, simulan el cerebro, simulan las células cerebrales. Son las «redes neuronales». Y estas redes son fascinantes, porque solo hay que introducirles datos ellas se adaptan según estos datos, y entonces pueden empezar a identificar cosas. De modo que podemos tener una red neuronal capaz de identificar personas o de comprender el lenguaje. Y en el futuro podrían ser aún mejores. Ya estamos viendo áreas en las que las inteligencias artificiales son superhumanas, mejores que los humanos. Puede que conozcáis la prueba del Deep Mind de Google con el juego de “go”, que es más complejo que el ajedrez, en la que la máquina ganó a un humano, al mejor jugador de “go” del mundo. Así que hay áreas en las que la máquina ya es mejor.
Yo no creo en eso. ¿Por qué? Porque soy un ser humano y tengo mucho interés en seguir a los mandos. Yo no creo que vayamos a crear máquinas que acaben quitándonos el control. Es un instinto egoísta muy natural. Y creo que todos estaremos de acuerdo en que es mejor si nosotros dirigimos en vez de dejar que las máquinas nos dirijan a nosotros.
Pero también habrá una época fantástica en la que las máquinas podrán hacer cosas que nosotros ya no tendremos que hacer. Serán asistentes inteligentes. En medicina. No solo para diagnosticar, también en las pruebas médicas. Serán muy útiles. También en la producción. Imaginaos toda una fábrica sin personas. Con máquinas que se reproducen. Pero tenemos que analizar la situación y plantearnos la importancia de establecer una serie de normas. ¿Dónde aceptamos que haya máquinas? ¿Dónde no las aceptamos?
Ahora mismo, hay áreas donde hemos de ser muy cuidadosos. Hay quienes piensan en aplicaciones para el sector militar. Hay armas automatizadas que matan personas de forma autónoma. Eso no lo queremos. Tenemos que prohibir globalmente el desarrollo de esas armas. Es muy importante que consigamos prohibirlas antes de que ocurra algo. En la historia de la ciencia, a menudo hemos reaccionado tarde. Hicimos la primera bomba atómica, luego la prohibimos y dijimos: «Vale, pongámonos todos de acuerdo para prohibir las armas nucleares».
Por ejemplo, yo he probado un coche autónomo. Me subí en un prototipo de coche autónomo y salimos a la autopista. Sin manos, conducía el coche. Te da una sensación muy extraña cuando el coche empieza a adelantar a otro coche. Estás como… Todo el rato quieres hacer algo. Tardas un poco en acostumbrarte.
¿Y a qué nos enfrentamos con los coches autónomos? Ya nos están surgiendo nuevas preguntas. Por ejemplo, ¿qué pasaría si voy en un coche autónomo, y se da una situación en la que aquí hay un niño y aquí hay un camión? Hay que hacer algo, el coche tiene que decidir. ¿Debería matar al niño para que yo sobreviva? ¿O debería chocar contra el camión y que yo muera? Estamos ante un dilema. Es un dilema moral.
¿Qué hacemos? Esta es una pregunta nueva. ¿Por qué? Porque si vas conduciendo tú, las cosas pasan tan rápido que no te da tiempo a pensarlo, haces algo instintivamente, y con suerte será lo correcto. Pero la inteligencia artificial es una tecnología que estira el tiempo. Porque para un ordenador incluso un milisegundo es mucho tiempo para procesar datos y tomar decisiones. De repente nos enfrentamos a una cuestión ética en un área en la que nunca nos lo habíamos planteado. Y tenemos que decidir qué debemos hacer. Hay muchos debates al respecto. ¿Necesitamos algún tipo de ética? ¿Se puede elegir entre la vida del niño o la tuya? ¿Qué pasa si es entre una persona mayor y otra joven? ¿Matas a la mayor y dices: «Ya ha vivido su vida», en vez de matar a la persona joven? ¿Qué haces? Es bastante complicado.
Necesitamos una forma de afrontar esto, pero las máquinas tomarán decisiones. Y es fascinante, porque al año mueren en el mundo uno coma dos millones de personas en accidentes de tráfico. Uno coma dos millones de muertos. Y los grandes defensores del coche autónomo dicen: «Podemos bajar esa cifra a la mitad. Cada año, hay seiscientas mil personas que podrían seguir viviendo». Y, al final, nos plantearemos la misma pregunta que nos hemos planteado a lo largo de la historia: «¿Qué nos diferencia a nosotros de las máquinas? ¿Qué nos diferencia a nosotros de los animales?». Aristóteles ya se lo preguntaba. ¿Qué nos diferencia? Y, al final, tenemos que dar una respuesta, y cada generación se tiene que replantear esta pregunta. Con la inteligencia artificial, podríamos acabar dándonos cuenta de cuál es el verdadero valor de los humanos.
Nos preguntamos si el mundo digital podría cambiar el modo en que trabajamos y si puede dejar a la gente sin trabajo. Es interesante, si repasamos las historia, había un hombre llamado Lee que desarrolló un «bastidor para medias», una especie de máquina de tejer. Era la época de la reina Isabel Primera. Él invitó a la reina a ver la máquina, y la reina le respondió y le dijo: «Verá, maestro Lee, lo que hace está muy bien, pero ¿ha tenido en cuenta las consecuencias? Porque todo el mundo se quedará sin trabajo y acabará en la pobreza». Este debate tiene lugar en la época de la reina Isabel Primera, y nos muestra que hoy en día nos planteamos cuestiones similares. «¿Deberíamos introducir robots en las fábricas y que cada vez haya más personas sin trabajo?». Necesitamos la cultura del pasado para comprender el futuro.
El poder de la cultura nos muestra que hay un vector en el tiempo que va hacia adelante. Y el poder de este vector es la cultura. Es lo que nos ayuda en el futuro. No queremos acabar en un futuro en el que no haya cultura, en el que hayamos olvidado el pasado, en el que nos hayamos olvidado a nosotros mismos. Porque a las máquinas las utilizamos. Tenemos un teléfono móvil, cuando se hace viejo lo tiramos y compramos otro, pasados unos años lo tiramos, compramos otro… Nos actualizamos continuamente. Pero nosotros no somos así, nosotros tenemos un pasado. No deberíamos descartar el pasado como hacemos con nuestros teléfonos móviles. Es una entidad estabilizadora en nuestra cultura. La cultura a veces significa revisar lo que pensaban las generaciones anteriores y que pueda servirnos hoy. De hecho, muchas preguntas ya se han planteado. He mencionado a Aristóteles, que se preguntaba por la diferencia entre los humanos y los animales. Ahora cogemos esa misma pregunta de Aristóteles, de hace dos mil seiscientos años, y la trasladamos a la actualidad: «¿Cuál es la diferencia entre las máquinas y los humanos?».
Un filete, por ejemplo. Tienes un filete en tu plato. ¿Tienes idea de cuántos recursos han sido necesarios para que este filete acabe en tu plato? Hace falta un cultivo intensivo, hace falta hierba, hay que criar al ganado… Son un montón de cosas para que, al final, tengas tu filete. El filete contribuye al problema del cambio climático. Pero están muy ricos. ¿Te gustan los filetes? A mí también. Bueno… En el futuro, podríamos acabar preguntándonos lo siguiente: «Si yo quiero un filete, puedo crear uno de carne sintética. No harán falta tantos recursos». Tú podrías decir: «¿Quiero comerme eso?». Sí, seguro. Los primeros filetes eran muy caros. Pero si cierras los ojos, ni te das cuenta de que es sintético. Es un poco raro, la verdad. Pero aquí hay potencial. Y hay potencial en muchas otras áreas donde podemos cambiar cosas también mediante la inteligencia artificial. Los pesticidas, por ejemplo. Muchos pesticidas que utilizamos contienen toxinas químicas que no son buenas.
Imaginaos que en el futuro, en vez de gente que trabaja los campos, hubiera máquinas autónomas que hicieran el trabajo. Que pudieran recolectar como se hacía antiguamente, pero de manera más eficiente. Harían falta menos productos químicos y obtendríamos unas cosechas o unas frutas de mejor calidad. Así que las cosas están cambiando. Fijaos en la justicia en el mundo, que es un aspecto importante. Tu camiseta es muy bonita. ¿Sabes dónde la han fabricado?
Las cadenas de suministro se volverían cada vez más transparentes. Yo creo que ahí hay potencial. Pero, naturalmente, tenemos que ser conscientes de que no podemos seguir consumiendo sin parar. Nos están sometiendo a un lavado de cerebro para que consumamos sin parar. La industria del automóvil alemana, por ejemplo. Se gastan unos dos mil millones de euros en publicidad. Solo la industria del automóvil. Me lavan el cerebro: «Quiero un coche, quiero un coche». Imaginaos que viniéramos de Marte, ¿vale? Llegamos a Madrid y observamos. «¿Qué hace el Homo sapiens con los coches? Los aparcan, porque están ahí… La mayoría de los coches están aparcados, no se mueven. Qué raro. ¿Qué hace el Homo sapiens? Aparca coches». Hay mucho tráfico. A veces hay coches que están buscando aparcamiento.
Están dando vueltas a la manzana buscando un hueco para aparcar. Los marcianos dirían: «Qué raro. Hay que ver, qué raros que son. ¿Tienen a un montón de personas durmiendo en la calle, pero construyen casas para sus coches? ¿Qué? Pesáis setenta kilos y necesitáis algo de una tonelada para moveros. Cogéis el coche y conducís hasta el gimnasio para hacer ejercicio. Y en el gimnasio os montáis en una bici». El marciano diría: «¿Por qué no vais en bici? No, vais con el coche al gimnasio para hacer ejercicio allí. Y congestionáis las ciudades». Y en algunas ciudades la calidad del aire es horrible. Por ejemplo, yo he estado en El Cairo. Es increíble la velocidad a la que algunas ciudades progresan.
En El Cairo, ir en coche significa… Bueno… Para recorrer un kilómetro tardas una hora, esa es la velocidad de los coches. En El Cairo sería más rápido bajarse e ir andando, llegarías antes que con el coche. El problema es que te asfixiarías. El aire es tóxico. De nuevo, el marciano diría: «Qué cosa más rara. La gente utiliza coches que contaminan el aire justo donde se concentra mucha gente. ¿Por qué lo hacen?». Yo creo que tenemos que repensar la manera en que afrontamos lo que llamamos «progreso».
Yo creo que, en primer lugar, necesitamos unas normas. Por ejemplo, debemos preguntarnos a quién damos nuestros datos, y qué datos acumula qué compañía. Pero aún no tenemos un lenguaje para manejar los datos. Yo puedo robar tus datos y nadie dice nada. Eso ha estado haciendo Facebook. Y los han usado mal. Y ahora empieza a surgir el debate de: «¿Puede esto influir a la población?». Puede que recordéis que a principios de año salió el escándalo de Cambridge Analytica. Cambridge Analytica se dedicaba a coger datos y los utilizaba para influir en la gente para cambiar su posición política. De manera que si hay elecciones la gente puede ser manipulada de modo que ellos no se dan cuenta, pero al final votan al partido X en vez de al partido Y. Poco a poco estamos comprobando que las redes sociales son un elemento desestabilizador, tienen el potencial de desestabilizar las estructuras democráticas.
¿Y qué deberíamos hacer? La Unión Europea ha empezado a legislar para la privacidad, eso es muy importante y tiene un gran alcance. Yo estuve en la mesa directiva de una empresa en Alemania que hacía álbumes de fotos. ¿Vale? Tú podías subir tus fotos para hacerte un álbum. Y me contactaron para decirme: «Tenemos que pensar en la privacidad y en su potencial». Os diré cuáles son las posibilidades. Imaginaos que tenemos una empresa a la que se pueden subir fotos. Yo tendré fotos vuestras a lo largo del tiempo. Puedo usar inteligencia artificial para analizar esas fotos. Estoy convencido de que una inteligencia artificial puede saber si una persona tiene un problema de alcoholismo.
Hay que poner impuestos sobre los datos. Porque es el combustible del siglo veintiuno, es el oro del siglo veintiuno. Y los que están aprovechando los datos son las grandes compañías. Hay áreas en las que podríamos decir: «Vale, esto va a ser perjudicial para negocios que conocemos, como las compañías de seguros». Una compañía de seguros médicos, por ejemplo. ¿Qué hace una compañía de seguros médicos? Recopila datos y luego calcula un riesgo. ¿Qué riesgo tienes de contraer esta enfermedad? Y entonces pone un precio. Eso hace una compañía de seguros. En la actualidad, hay gente que tiene muchos datos, y yo me pregunto por qué no viene Google y les dice: «Vemos que vas a abrir una compañía de seguros médicos. Nosotros tenemos más datos que los demás y podemos calcular mejor los riesgos». ¿Queremos eso? No. Yo creo que llegados a ese punto tenemos que replantearnos las cosas. La privacidad está ahí. Y la privacidad no termina donde vosotros pensáis. Podéis pensar que son solo datos superficiales, vuestra dirección, vuestros amigos… Pero no.
En los próximos años, estos datos permitirán la entrada a la esfera privada. Al lugar donde, hasta ahora, creíais: «Estos son mis pensamientos, este soy yo. Nadie más sabe esto». En nuestras mentes, podemos pensar cosas sin que nadie se entere. Pero con la ayuda de la inteligencia artificial y el rastro masivo de datos que vas dejando… Cómo andas, por dónde, tus amigos, tus búsquedas y cómo cambian con el tiempo… Todo esto permite a la gente mirar dentro de ti. Pero, al final, tendremos que lidiar con ello. No hay que limitarse a consumir, antes hay que comprender. Y la educación para esto es muy importante.
Y yo al final dije: «Le voy a demostrar a Alemania que se puede ser creíble sin corbata y pareciendo negro». Eso era un prejuicio. No era malintencionado, este chico quería ayudarme, quería protegerme contra los prejuicios. Pero eso lleva su tiempo. Los prejuicios están ahí y tenemos que combatirlos con hechos. Y lo que estamos viendo hoy en día, volviendo a tu pregunta, es que en las redes sociales hay una discrepancia enorme entre lo que percibe el público y los hechos. Para ser un mundo aparentemente ilustrado, los prejuicios y las ideas falsas son muy abundantes. Yo creo que como hijos de la Ilustración, hemos de combatir el miedo con los hechos. Tenemos que mostrar los hechos. Es humano, pero hay que trabajar en ello. Es mejor tener información. Y con Internet y con un conocimiento cada vez mayor, podemos obtenerla. Pero hay que tener los ojos bien abiertos.
Es genial, cuando lees algo así te sientes como un dios, porque tú sabes cómo es en realidad y estás viendo cómo creían ellos que acabaría siendo. Y te das cuenta de que, en primer lugar, siempre proyectamos desde nuestra propia perspectiva. Desde nuestro marco de pensamiento, desde nuestro marco tecnológico… En el año mil novecientos, imaginamos que habría trenes a vapor de alta velocidad atravesando el Atlántico. Ahora sabemos que ya no hay trenes a vapor, porque ha habido progreso, y eso no lo habían previsto. En segundo lugar, nuestra perspectiva es única a nuestro tiempo.
Hoy en día tenemos un gran debate respecto a la ética de la inteligencia artificial. Porque no tenemos unos estándares éticos rígidos que podamos aplicar de cara al futuro. Imaginaos que este debate sobre la inteligencia artificial se hubiera producido hace ochenta años. Entonces estaba bien visto pegar a los niños, estaba bien visto socialmente que las mujeres, en muchos países, no tuvieran derecho a votar. Pero ahora sabemos que el progreso nos ha cambiado a nosotros. Así que la pregunta es: ¿Podemos prever el futuro? Algunas cosas sí, pero siempre hemos de tener en cuenta que vemos el futuro con los ojos del presente. Y hemos de saber que el futuro y la innovación nos cambian.
Básicamente, deberíamos saber tres cosas. Primera: el mundo lo cambiamos nosotros. Esto es muy importante. Hemos de ser conscientes de nuestro papel activo. No debemos limitarnos a ser consumidores pasivos que utilizan solamente lo que otros nos dan. Hemos de tener un papel activo. Segunda: deberíamos creer firmemente que el futuro va a ser positivo. Esto lo veo siempre, la gente tiene miedo: «¿Qué papel voy a jugar en el futuro? ¿Dónde voy a acabar?». Piensan que la inteligencia artificial será el fin de la humanidad. Yo no lo creo. ¿Por qué?
Porque si nos fijamos en las innovaciones del pasado, la innovación ha hecho que nuestro mundo sea mejor y nosotros podemos participar. Y la tercera cosa es que hay que tener una cultura para afrontar esto. Porque somos la primera generación en la que el progreso es tan rápido que lo percibiremos en nuestras propias vidas. No estamos hablando de un futuro dentro de cien años, estamos hablando de un futuro que tendrá lugar dentro unos pocos años, dentro de unos meses incluso, y que pueden cambiar el mundo a una escala global. Y esto implica que habrá una falta de seguridad, puede que miedo. Pero no debemos tener miedo. Debemos pensar en todas las posibilidades, en todos los cambios positivos, y sentir que estamos construyendo el futuro.
Va a ser nuestro futuro, no el futuro de unas cuantas empresas, ni el futuro de unos cuantos dictadores. No, va a ser nuestro futuro. Me gustaría terminar con uno de los mayores genios españoles que conozco: Pablo Picasso. Hay una cita de Pablo Picasso que ha sido una inspiración para mi libro. Me gustaría cerrar con ella, pero como mi español, por desgracia, no es muy bueno, pero el de mi amigo sí, le voy a invitar a sentarse aquí para que comparta con vosotros la última idea, que es el legado cultural de un gran pensador, artista y, como ahora veréis, también filósofo español. Léelo en mi lugar, por favor. Gracias.