La increíble historia del doctor Balint
Inma Puig
La increíble historia del doctor Balint
Inma Puig
Psicóloga Clínica
Creando oportunidades
La revolución emocional
Inma Puig Psicóloga Clínica
“El futuro es de los sensibles”
Inma Puig Psicóloga Clínica
Inma Puig
“Destilar las emociones y cocinar a baja temperatura los sentimientos” es la metáfora culinaria que utiliza Inma Puig para explicar su método de trabajo. La psicóloga, experta en creación, formación y desarrollo de equipos de alto rendimiento en el ámbito del deporte y de las organizaciones empresariales, reivindica la idea de “sostenibilidad emocional”.
Inma Puig es psicóloga clínica, licenciada en Psicología por la Universidad de Barcelona y colaboradora académica del Departamento de Dirección de Personas y Organización de ESADE. Durante cuatro décadas ha trabajado como consultora de organización en diversos proyectos. Fue psicóloga deportiva del Fútbol Club Barcelona durante 15 años y es responsable del proyecto ‘Gestión de las Emociones’ en el Restaurante ‘El Celler de Can Roca’.
Puig comparte su filosofía de acción en las obras ‘Retratos de Familia, todo lo que siempre quiso saber sobre la empresa familiar y nunca se atrevió a preguntar’, ‘Tras las viñas. Un viaje al alma de los vinos’ y en el libro superventas ‘La Revolución Emocional’. Convencida de la importancia de cuidar a las personas que forman equipos humanos, sostiene: “El pasado ha sido de los fuertes físicamente, el futuro es de los sensibles”.
Transcripción
Quizá es por deformación profesional, pero yo encuentro a faltar el que podamos hablar de la sostenibilidad emocional. Yo no oigo hablar de emociones kilómetro cero, ni de sentimientos de proximidad, que son los que nos corresponden a nosotros y a las personas que tenemos a nuestro alrededor. A veces me sorprende la cantidad de recursos que se invierten en la inteligencia artificial y los pocos que probablemente se están invirtiendo en algo tan natural como son las emociones, la emoción natural que tenemos todos. Afortunadamente, no siempre es así. Hay empresas, hay personas, que están invirtiendo tiempo y recursos económicos para trabajar la sostenibilidad emocional, las emociones de las personas que están trabajando con ellos. Yo puedo dar fe, colaboro con empresas multinacionales, con empresas familiares, con empresas de la restauración que realmente estamos trabajando para que la sostenibilidad emocional esté en el día a día de estos lugares.
Por ejemplo, en el Fútbol Club Barcelona, en el año 2003, cuando fui contratada como responsable de psicología, con el staff del primer equipo de fútbol, con Frank Rijkaard a la cabeza, y en el básquet con Xavi Pascual al frente, allí ya trabajábamos la sostenibilidad emocional, que consistía en trabajar con el jugador para que pudiera dar todo el máximo de sí mismo, todos sus recursos pudieran ser utilizados, pero teniendo en cuenta que no quedaran exterminados, exhaustos o que se terminaran, sino que se mantuvieran en el tiempo e incluso se pudieran aumentar. También, desde hace ocho años, los hermanos Joan, Josep y Jordi Roca, siempre a la vanguardia de la innovación, marcando tendencia, con ellos empezamos a gestionar y a trabajar la sostenibilidad emocional. El Celler de Can Roca tiene como restaurante un departamento de I+D en el que allí se estudia, se trabaja con un producto local y foráneo.
Se investigan diferentes técnicas culinarias, también se implementa la tecnología en la cocina, pero también allí hay formado un departamento de I+D+E, investigación y desarrollo emocional, con el que, con los tres hermanos al frente, hacen ellos el trabajo y todo el personal que con ellos colabora también participa de este trabajo de sostenibilidad emocional. Y con la terminología propia de la cocina, podríamos decir que en El Celler de Can Roca lo que estamos trabajando a nivel de sostenibilidad emocional es que destilamos las emociones y cocinamos a baja temperatura los sentimientos. Para los que no estén muy puestos en la terminología culinaria, como no lo estaba yo tampoco cuando empecé a trabajar con ellos, la cocina a baja temperatura es una forma de cocción muy respetuosa con el producto. Cada producto tiene una temperatura óptima y un tiempo necesario para que se cocine sin perder sus propiedades ni sus nutrientes. Entonces es una forma muy simbólica de trabajar, porque nosotros en realidad allí lo que estamos haciendo es destilamos las emociones y cocinamos a baja temperatura los sentimientos.
Cuando hablamos de entender a las personas, también hay dos caminos, uno corto, es más difícil, pero bien preparado, bien entrenado, se puede conseguir, que es ponerse en el lugar del otro. Pero luego hay otro, otro sistema que es mucho más sencillo, que está al alcance de todo el mundo y consiste en seguir la anatomía. Y cuando digo anatomía, quiero decir que la naturaleza, que es muy sabia y pone las cosas donde han de estar, nos ha dotado de dos oídos y una boca, con lo cual hemos de escuchar el doble de lo que hablamos si queremos entender a los demás. Y puesto que estamos con los oídos, y tenemos dos, vamos a aprovecharlos y, con uno, vamos a escuchar lo que nos dicen y, con el otro, lo que no nos dicen, que a veces es más importante que lo que nos dicen.
Y cuando les respondes, te escuchan con una atención, con toda su atención. Están fascinados escuchando. Esta es la mejor manera de aprender. En cambio, parece que de mayores lo hemos de saber todo. No hace falta preguntar, no hace falta observar, no hace falta escuchar. ¿Cuántas veces, en lugar de preguntar, las preguntas son un poco inquisitivas y en lugar de escuchar, estamos esperando que el otro termine de decir lo que está diciendo para decir lo que ya tenemos pensado, aunque no tenga nada que ver con lo que nos están diciendo? El escuchar es abrirte los horizontes. Fíjate qué diferente es ver un partido de fútbol con alguien al lado que entienda. Tú ves personas corriendo detrás de una pelota, pero cuando te explican que hay una estrategia, que hay una táctica, que cada puesto tiene una función, que todo pasa por algo, se te abre un horizonte nuevo. Qué diferente es estar en la ópera, al lado de alguien que entiende y te va diciendo y todo va tomando un sentido diferente.
Es decir, escuchar es un regalo y a veces no somos conscientes. Fíjate que el hecho de escuchar, para mí el hecho de escuchar equivale a que estuvieras en una habitación a oscuras, cuando preguntas, y, cuando te contestan, es como si alguien en aquella misma habitación hubiera prendido la luz y empiezas a ver un montón de cosas que estaban ahí ya antes y tú no las veías. Uno de los momentos de colaboración más genuinos que existe entre personas es cuando uno pregunta y el otro escucha. Los dos salen ganando. El que pregunta obtiene conocimiento y el que responde mejora su autoestima.
“Escuchar es abrirte los horizontes”
“Una persona con futuro es una persona que no tiene coartada la creatividad”
El niño, realmente, no está muy seguro, pero ante tal manera de decirle que venga, con el cariño, la ilusión, las ganas de que lo haga el niño se lanza, se lanza, pero con miedo, porque tienen miedo a caerse y realmente, inmediatamente después se cae. La reacción del adulto es básica en la reacción del niño. Si el adulto se alarma y dice: “Ay, Dios mío, te has caído”, el niño es probable que se ponga a llorar, pero si se le dice: “No pasa nada, uy, no pasa nada, venga, venga otra vez, venga, vale, vale”, el niño se levanta y lo vuelve a intentar. Cuando al tiempo el niño ya empieza a andar solo, ¿cómo se escucha, con qué alegría, con qué orgullo, con qué satisfacción la frase de “ya anda solo”? Es como para darte un subidón. Y después, cuando el niño sigue y sigue deambulando y sigue andando, qué satisfacción produce a su alrededor, se cuenta a todo el mundo, el niño ya anda, se llama, se dice, se le hacen fotos, se le hacen vídeos. Esto, cuando somos adultos y estamos aprendiendo a hacer alguna cosa, normalmente no es así. Y a veces nos olvidamos de que los adultos somos niños vestidos de adulto. Tenemos las mismas necesidades, pero parece que nos dé vergüenza, parece que tengamos que disimular, porque cuando uno empieza a hacer algo, si no lo hace bien a la primera, parece que tiene miedo de que le digan que es un inútil. Si no lo hace el primero es que no es competidor, en cambio, el estar rodeado de gente que está deseando que tú hagas algo que es para tu bien, los adultos volamos casi.
Es una palabra, que a veces la confundimos, porque creemos que cuidar es sobreproteger. No. Sobreproteger no ayuda a que haya un crecimiento armónico de la persona, pero cuidar sí, porque cuidar quiere decir también reconocer. Cuidar quiere decir estar pendiente, cuidar quiere decir también escuchar. Fíjate que en mis veinte años dando clase en la universidad, el primer día de clase, cuando yo llegaba, a los alumnos les daba los buenos días, inmediatamente después les decía: “Tomad nota del trabajo que me vais a presentar la semana que viene”. Imagínate la mirada torva que me daban, como diciendo: “Esta señora solo nos ha dado los buenos días y ya nos encarga un trabajo, pero si no tenemos ni materia”.
El trabajo consistía en que tenían que comprar una planta, no había presupuesto ni preferencias en cuanto a la especie, pero tenían que dejarla en un lugar de la casa y no acercarse a dos metros durante varias semanas. ¿Qué le pasaba? Pero tenían que traer una fotografía de la planta cada semana. ¿Qué le pasa a una planta si no la cuidas? Cada vez se va poniendo más mustia y termina fatal. Con las personas pasa lo mismo. Yo, particularmente cuando voy a comprar una planta, como que no entiendo de plantas, le pregunto al jardinero, le digo: “Perdone, ¿me dará las instrucciones de la planta?”. Porque unas necesitan mucha agua, otras pocas, unas necesitan mucha luz, otras pocas, unas son de interior, otras, de exterior. Y recuerdo una vez que compré una que me dijeron: “Sobre todo, no la ponga en medio de una corriente de aire”. ¿Qué les pasa a las plantas? Lo mismo que a las personas, las personas, todas necesitamos lo mismo para sentirnos bien. Lo que cambia es la dosis. Porque unos necesitan que los escuches mucho y otros, con un poco, tienen suficiente, unos necesitan que los mires mucho, otros, menos. Otros necesitan que los reconozcas mucho, otros, con un poco, tienen suficiente. Y es que el reconocimiento es una de las bases del cuidar. Llama la atención cómo nos comportamos con el reconocimiento los humanos.
El ser humano necesita el reconocimiento como el aire que respira. Es más, podríamos casi asegurar que somos adictos al reconocimiento. Hacemos algo, nos reconocen, nos sentimos pletóricos y ya empezamos a buscar otra cosa para poder hacerla bien y que nos la vuelvan a reconocer. Pero llama la atención lo rancios y tacaños que somos con el reconocimiento. Si tenemos una pareja, unos hijos, unos colaboradores, unos amigos que, de cien cosas, hacen noventa bien y diez mal, nos van a señalar las diez que hacemos mal, no nos van a decir las noventa que hacemos bien. Pensamos lo que hacen bien, pero decimos lo que hacen mal. Podríamos darle, de vez en cuando, un vuelco, ¿por qué pensamos “cómo me gusta esto, qué bien lo hace, cómo me gustaría hacerlo como lo hace” y no decimos nada, pero en cambio, a la que hay alguien que hace algo que no nos gusta: “esto no se hace así, esto podrías haberlo hecho de otra manera”? Y todavía llama más la atención porque, visto así, parece que es muy costoso dar reconocimiento, pero es gratis, es gratis. Y yo me temo que el día que Hacienda descubra los beneficios que da el reconocimiento nos va a hacer pagar por dar reconocimiento. Porque en las empresas en las que colaboro, con las personas en la consulta con las que trabajo, cuando preguntas “¿qué es lo que encuentras a faltar en tu empresa o en tu relación de pareja?”, el 90 % te dicen: “No me siento suficientemente reconocido”. Y cuando alguien no se siente suficientemente reconocido, podemos empezar a estar seguros de que hemos dado el primer paso para que las cosas empiecen a no andar bien.
Fíjate si es importante el concepto cuidar, porque si no te han cuidado es muy difícil que sepas cuidar, de la misma manera que si no te han escuchado, es difícil que sepas escuchar, si no te han querido, es difícil que sepas querer, si no te han puesto límites, es difícil que los sepas poner, si no te has sentido reconocido, es difícil que sepas reconocer. En el sentido de cuidar, a mí me parece apasionante la experiencia del profesor, del doctor Escardó. El doctor Escardó, médico de Argentina, que empezó a trabajar en la sala 17 del Hospital de niños de Buenos Aires. Cuando fue a hacer prácticas, cuando recién se había recibido, entró en la sala 17 de niños y se prometió que, si algún día estaba a su alcance, aquello iba a ser diferente, porque la sala, una sala inmensa, con los niños en sus camitas solos, le produjo una sensación muy impactante. Pasaron los años y el profesor Escardó terminó siendo el director de este hospital, catedrático de la Cátedra de Niños de la Universidad de Buenos Aires, y lo primero que hizo cuando él tuvo la posibilidad de llevarlo a cabo es ingresar a los niños con sus mamás, sus papás o sus cuidadores, con uno de ellos. Porque él tenía el convencimiento de que, si cuando estás mal, estás enfermo, tienes a alguien querido a tu lado, te vas a sentir menos mal. El doctor Escardó también fue el impulsor de que las salas de niños, de camitas, que eran números, pasaron de ser números a ser nombres, porque los niños eran números y a partir de entonces, cada camita tenía un nombre que era la del niño que la ocupaba. Pero esto pasa a veces en las instituciones que, sin darse cuenta, es la misma institución la que frena el bienestar de los que allí trabajan y de los que allí pueden utilizarla. Porque cuando él propuso y logró que las madres estuvieran en una silla al lado de la camita de sus hijos, se encontró con una cantidad de trabas que jamás se lo hubiera imaginado. Trabas burocráticas, trabas de todo tipo. Entre ellas, las trabas venían sorprendentemente del mismo equipo médico, de las enfermeras, que decían que ellos no podían trabajar tan bien si estaban siendo observados. Innumerables. Decían que no podía ser porque el doctor Escardó también pedía que llevaran un juguete de casa para el niño y decían que no, porque entonces, si los niños se cambiaban los juguetes, se podían infectar. Pero casualmente, cuando estaban los juguetes y los niños estaban con sus familiares o sus cuidadores, había menos infectados, pero la traba máxima la encontró por un problema estructural.
Las salas de niños no estaban los baños dimensionados para que hubiera muchos adultos, con lo cual, la gran queja vino por la parte sanitaria, diciendo que como no estaban dimensionados ni la limpieza preparada para que los baños fueran ocupados por tantos adultos, que no podían estar los adultos ahí, el doctor Escardó lo resolvió convocando a todas las madres y dando un anuncio a todas las madres que iban a estar con sus niños diciendo que tenían que traerse unos artículos de limpieza y que iban por tandas y por turnos a hacer la limpieza de los baños. Años después, cuando al doctor Escardó le dieron un premio por ser tan novedoso y tan innovador, en su discurso él solo dijo: “¿Innovador? Si llevo 30 años intentando hacerlo porque ya me parecía que era esencial”. Dio la casualidad, cosas de la vida, que yo asistí a un congreso de recursos humanos y en la hora de la comida, pues, bueno, fui invitada a la mesa presidencial y estábamos hablando justamente de que muchas veces las empresas, en lugar de implementar beneficios para los que allí están, parece que son los que ponen las trabas y yo lo asocié con la historia del profesor Escardó y la expliqué. Realmente fueron muy educados porque me escuchaban con mucha atención, pero había una persona especialmente que estaba como emocionada cuando yo estaba explicando esto. Cuando yo terminé de explicarlo, me preguntó: “Pero ¿usted conoció al doctor Escardó?”. Y yo le dije: “Pues mire, no, la verdad, me hubiera gustado conocerlo, pero no lo conocí, pero esto me lo ha explicado un doctor que sí trabajó allí con el doctor Escardó”, y entonces me dice, emocionada: “Es que yo sí conocí al doctor Escardó, fue mi pediatra y, gracias a él, yo pude estar con mi mamá cuando estuve ingresada.
“Solo el sensible es confiable”
Llego a Madrid, me recibe la hermana Marina y me dice: “Bueno, ¿y de qué quiere hablar usted de fútbol?”. Digo: “Quería hablar de Valdo”, y se le ilumina la cara y me dice: “¿Lo conoce usted?”. Digo: “Yo no, de nada, pero creo que usted sí. ¿Me podría contar la historia de Valdo?”. Y me empezó a contar que ella había pedido que la llevaran a trabajar a lugares donde fuera realmente necesario acompañar a los niños y la destinaron a una casa de Aravaca, una casa de acogida. Allí había muchísimos niños, con un punto, a veces, de tristeza, un punto de melancolía. Ella estaba muy preocupada porque no sabía cómo arrancarles sonrisas, cómo motivarlos para que aprendieran a leer y a escribir, algo que iba a ser básico en su vida. Pero un día descubrieron que salía una pelota, no se sabía de dónde, y que aparecieron las sonrisas, las celebraciones, las risas, y dijo: “Ya sé lo que voy a hacer. Si queréis jugar al fútbol cada día un poco, tenéis que estudiar”. Y así empezó. Empezaron a jugar, a entrenar. No voy a contar más para no hacer un ‘spoiler’ para los que la quieran leer en el libro, pero en un momento determinado me dice: “¿Tiene usted tiempo?”. Digo: “Sí, sí, he venido solo a Madrid para hablar con usted”. Dice: “Pues voy un momento a la habitación y vuelvo a bajar”. Baja, cargada de trofeos, de fotografías, de medallas, dice: “Todo esto es lo que ha ganado Valdo y me dedica los goles, me trae los trofeos”. Y entre lo que había, había una camiseta dedicada, con rotulador negro, que ponía: “Gracias, hermana Marina, por los años que me diste. No lo olvidaré jamás”. Y yo, absolutamente emocionada, le digo: “Pero qué majo, ¿no? Este chico, qué agradecido”. Y con toda la tranquilidad del mundo, me dice la hermana Marina: “Fíjate, ¿verdad? Yo, al fin y al cabo, solo le di cariño”. Me conmocionó tanto que esta historia que pasó hace veinte años, yo la escribí a la vuelta, y la guardé en un cajón. Cuando yo terminé el libro ‘La revolución emocional’, es de las cosas más difíciles para mí cómo se termina un libro, y lo quería terminar de manera que pudiera explicarse una historia que fuera fiel al espíritu de lo que quería yo explicar en el libro. Y entonces como no la he olvidado jamás, me acordé de la hermana Marina y Valdo y es la historia con la que termina el libro.
Hay una historia en este sentido, ahora que lo estamos comentando, es vivida también en el mundo del fútbol, en este caso. Me viene un entrenador y me dice: “Yo, hay un jugador que lo estoy viendo, que no lo veo bien y le pasa algo, no está bien. Por favor, pregúntale qué le pasa, averigua qué le pasa y vamos a ver qué hacemos”. Y yo le digo: “No, no, yo no le tengo que preguntar lo que le pasa. Eres tú el que lo ha descubierto, eres tú el que está día a día con él, trabajando. Pregúntaselo tú”. Y me dice: “No, no, yo no, porque no sabré qué preguntarle”. Digo: “Pero es tan sencillo como lo que me estás preguntando a mí. ¿Qué te pasa? Te veo diferente. ¿Te puedo ayudar en algo?”. “No, porque tú sabes más, porque, además, además no, porque yo no lo haré bien”. Y digo: “Vamos a hacer un trato. Se lo preguntas tú y yo te digo qué es lo que le has de preguntar”. Dice: “Hecho. ¿Qué le pregunto?”. Digo: “Pregúntale de qué color lleva los calcetines”. Y me mira y me dice: “¿Cómo? ¿Pero cómo quieres que le pregunte esto? ¿Qué va a pensar de mí? Soy el primer entrenador y esto no lo puedo preguntar a nadie”. Y yo le dije: “Hemos hecho un trato, yo lo he cumplido. Ahora lo has de cumplir tú”. Dice: “Sí, es verdad, voy”.
Se va hacia allí y le pregunta y a la vuelta, me dice: “Estoy absolutamente asombrado”. Y yo pensé: “A ver qué habrá pasado, qué le habrá dicho”. Dice: “Le he preguntado de qué color llevas hoy los calcetines y me ha contestado ‘mi mujer no se adapta a Barcelona’”. Cuando tenemos una preocupación, estamos deseando que alguien nos pregunte para poder compartirla, para poder sentir a alguien que nos escucha, que nos eche un cable, sin olvidar que las alegrías compartidas son más y las tristezas compartidas son menos. Entonces, todos estamos deseando que alguien nos pregunte para poder expresar lo que sentimos. Hay un método que a mí me ayuda muchísimo, no solamente me ayuda, sino que, en cuarenta años gestionando equipos, podrás suponer que he probado muchos métodos y que algunos me han dado los resultados deseados y otros, chascos considerables, con lo cual, me he quedado con el método que siempre me da resultados y no siempre en un equipo de trabajo se logran los objetivos que uno se ha marcado, porque hay muchas veces variables que no dependen de ti. Hay imprevistos y, si no puedes, si no dependen de ti, pues no los puedes gestionar, pero hay un método que es con el que yo trabajo desde hace muchísimos años, más de treinta, que siempre me da resultados y es el método Balint. Es un método que siempre da resultados, porque, aunque no logres conseguir tus objetivos, que no siempre es posible, al final del trabajo, sí que has logrado algo que antes no tenías, te vas con algo que antes no tenías, y es un mayor y un mejor conocimiento acerca de las personas. Y sea cual sea la profesión que hagamos, como más y mejor conozcamos a las personas, mejores profesionales seremos. Yo te voy a contar la historia tal como me la contaron a mí, para que entendamos el espíritu del método Balint. Yo pregunté: “¿Esta historia sucedió tal cual?”, y se me contestó: “Se non é vero, é ben trovato”. Es el espíritu del método Balint.
El doctor Michael Balint era hijo de un médico rural de un pequeño pueblo de Hungría, y él vio lo que era ser médico porque su padre era médico y muchas veces le decía: “Oye, acompáñame a las afueras a visitar a un paciente”. Y él vio lo que era ser médico y ser médico era llegaba a la casa del paciente, entraba a la habitación, se sentaba en la cama del paciente, le miraba a los ojos, lo tocaba, le preguntaba qué sucede y podía decirle: “Pues se me cayó el tractor encima, doctor”. “Otra vez, vamos a ver, bueno, esta vez es menos grave que la otra”. Estaban un rato hablando de los últimos sucesos que habían pasado en el pueblo y al irse les decía a los familiares: “Si por la noche veis que se pone peor o tiene fiebre, me venís a buscar”. El pequeño Michael dijo: “Yo también quiero ser médico, me gusta ser médico”, y se matriculó en la Facultad de Medicina. Cuando terminó la carrera, tenía la certeza de que no le habían dado la suficiente formación humanista para tratar a sus pacientes como él vio que lo hacía su padre y se propuso matricularse en Psicología. No le dio tiempo, huyendo de la persecución nazi, se fue a Inglaterra con dos objetivos. El primero, encontrar trabajo, y el segundo, matricularse en Psicología.
El primero lo encontró rápidamente porque estaba muy bien formado y lo contrató un gran hospital inglés. Desde el minuto uno que empieza el doctor Balint a trabajar, empieza a darse cuenta de cosas que le llaman mucho la atención. Su lema siempre había sido que las cosas no son por casualidad, sino por causalidad. Y a la causalidad se llega mediante la observación. Se puso a observar y observó que las mismas enfermedades que, en el pueblo, su padre, sin apenas medios, curaba en un tiempo determinado, en el gran hospital inglés, con todos los medios posibles, tardaban más tiempo en curarse y a veces se cronificaban. Siguiendo su observación de la casualidad versus la causalidad, empezó a observar y vio que los enfermos del hospital inglés no tenían nombre, tenían un número, eran la cama dos de la planta tres. Observó que cuando pasaba el doctor, la visita a las salas, normalmente no pasaba el doctor solo, pasaba acompañado de una nube de médicos jóvenes con una bata desabrochada, llevaban una carpeta bajo el brazo en la que anotaban y cuando el doctor decía: “Fíjense ustedes en el hígado”, todos miraban el hígado y continuaban.
También observó que sus colegas, cuando veían a lo lejos del pasillo a un familiar de alguien con el que estaban trabajando, era habitual que se metieran en otra habitación, bajaran por las escaleras, como si los evitaran. En las guardias, en el comedor, escuchaba hablar de sus pacientes como jamás había escuchado a su padre. Podía oír decir: “¿Qué? ¿Ya llegas tarde otra vez, que te has encontrado a una madre que te ha parado, a un padre que te dice?”. Hasta que un día uno de sus colegas le dice: “Perdona, Balint. Tú has terminado psicología, ¿verdad?”. Dice: “Sí, ¿por qué?”. “¿Me puedes atender un momento? Tengo un insomnio que ya ni medicándome como sea consigo controlar”. Otro le dice: “Perdona, Balint, ¿tienes un momento? Tengo unos trastornos gástricos y estoy comiendo lo mismo de siempre”. “Perdona, Balint”, le dice otro, “¿tienes un momento? Tengo unas afecciones cutáneas y el dermatólogo me ha dicho que no tiene nada que ver con la piel”.
Llega un momento en que él dijo: “Mira, me sabe mal, pero como que a todos os pasa lo mismo, yo ya no tengo más tiempo para atenderos. Si os parece, nos vamos a reunir una vez por semana una hora y media para hablar de nuestro self profesional”. Bueno, le dijeron: “Si crees que esto nos va a ser útil”. Y así empezaron a hacerlo. Primera sesión, primer tema que aparece, la institución. La institución no nos da los medios, la institución no nos da las posibilidades, los horarios, los sueldos. Segundo tema, los pacientes nos adjudican una omnipotencia que nos causa una presión extrema. Balint los estaba escuchando cuando de repente le pregunta a uno de los asistentes: “¿Perdona, tú cómo te sientes cuando se te muere un paciente?” Todos dieron un brinco en la silla: “¡Uy, muy mal!, respondió, “porque es lo peor que le puede pasar a un médico, que se te muera un paciente”. Otro de los asistentes dijo: “Sí, a mí también me pasaba, pero yo ya lo resuelto. Lo he resuelto poniendo distancia. Si estoy muy distante del paciente y se muere, bueno, me quedo mal, pero me dura menos días”, y uno con mucha experiencia les dijo: “A mí me ha pasado lo mismo que os pasa a vosotros dos, yo también he puesto distancia, pero he descubierto con la experiencia que como más distancia pongo, menos terapéutico soy”.
Allí empezaron a tratar y a descubrir y a trabajar el hecho de que cada paciente necesita una distancia óptima para sentirse bien atendido, y que cada médico precisa de una distancia adecuada para poder hacer bien su trabajo y no perecer en ello. Se termina el año, todos están agradecidísimos al doctor Balint porque sienten que tienen una mayor calidad de vida a nivel profesional y dejan de hacer el grupo. El director del hospital le pide al jefe de servicio del doctor Balint, y le dice: “¿Qué habéis hecho diferente este año?”. Y él dice: “Pues nada”. Dice: “Algo habéis hecho diferente. Busca, porque algo habéis hecho diferente”. “Deme una pista porque no sé dónde buscar”. “Pues, sencillamente, que este año ha habido mayor rotación de camas y los pacientes se curan antes y hay menos crónicos”. Siguió buscando y el jefe de servicio dice: “Lo único que hemos hecho diferente es que nos hemos reunido una vez por semana una hora y media con el doctor Balint, no creo que sea esto lo que lo ha conseguido”. Dice: “Bueno, si solo has hecho esto, yo le pediré al doctor Balint que lo haga en otro servicio y vamos a ver qué sucede”.
Se hizo. El resultado fue el mismo y desde entonces el doctor Balint se dedicó a trabajar con el personal que trabajaba en el hospital y lograr un ambiente que era mucho más propicio para que pudieran realizar bien su labor y que redundara en beneficio de los pacientes. Los primeros grupos, como hemos visto, se hicieron con médicos, luego se hicieron con maestros y yo hace bastantes años ya, muchísimos, podríamos decir, lo empecé a hacer en el mundo del deporte y, en estos momentos, lo estamos haciendo en el ámbito de la restauración con los hermanos Roca. No es un grupo de terapia, no es un grupo terapéutico, no es un grupo de autoayuda, es un grupo en el que consiste en encontrar un tiempo, un espacio y un interlocutor neutro para poder hablar de todas las cosas que suceden cada día en el trabajo y que no hay ni tiempo, ni espacio, ni interlocutor. Es un espacio que te permite escuchar, ser escuchado, hablar, poder pulir, enderezar cosas que a veces se van torciendo y da una satisfacción personal porque tú te conoces más y terminas conociendo más a las personas con las que estás trabajando.
“El ser humano necesita el reconocimiento como el aire que respira”
Esto, que parece solo un hecho operativo, va mucho más allá porque tu autoridad va disminuyendo, porque estás necesitando conocimientos del otro y esto va a tener una contrapartida. En este sentido, yo recuerdo, en veinte años dando clase en la universidad, yo he vivido cuando los alumnos tomaban apuntes con bolígrafo y papel a tomarlos con el ordenador. El paso ha sido muy grande, pero además me coincidió que la Universidad se trasladó, el campus, a las afueras de Barcelona y entonces a los profesores se nos convocó para darnos un curso de utilización de toda la domótica que se iba a instalar en las nuevas aulas. A los profesores, porque claro, las cortinas, las persianas, las pizarras, las luces, los proyectores, antes lo hacías de forma manual, te entraba el sol y te molestaba y corrías la cortina, pero ahora había como una consola de un avión, parecían los mandos de un avión, y nos tuvieron que hacer un cursillo para enseñarnos cómo iban las ventanas, cómo iba todo.
Estábamos un poco… Nos sentíamos ridículos y decíamos: “Tener que venir aquí a hacer unas horas de esto…”. ¿Qué pasó? A mí me tocó dar una de las primeras clases que se hizo en el nuevo edificio. Cuando yo entraba en los primeros años de la clase al aula y yo miraba a los alumnos y los alumnos me miraban a mí, yo estaba segura, y ellos también, de que yo sabía más de prácticamente todo que ellos. Aquel día yo entré en el aula de la misma manera y el sol, eran las cuatro de la tarde, caía así de refilón y molestaba a varias filas de alumnos y entonces pensé: “Bueno, voy a correr las cortinas”. Miré los mandos, dije: “Lo de las cortinas será esto”, y no, bajó la pizarra. Entonces dije: “Ah, no, este es el de la pizarra, entonces la cortina debe ser la otra», y no, entonces se bajaron las persianas, la cortina seguía sin moverse. Entonces, en unos instantes, aquello era un baile de cortinas, proyectores, pizarras. Un silencio sepulcral estaba instalado en el aula hasta que, de repente, una voz caritativa dijo: “¿Quiere que la ayude?”. Inmediatamente dije: “Sí”. Vino, y él, que no había hecho el cursillo de domótica, apretó a la primera y a la primera, paró el proyector, la cortina la puso donde tenía que estar. Cuando yo levanté la vista y miré a mis alumnos, había una mirada de ternura y condescendencia en ellos, como queriendo decir: “Fíjate, como mi madre”. Allí sentí que mi autoridad empezaba a tambalear. Es decir, son situaciones en las que no nos damos cuenta y la brecha tecnológica, la brecha digital no solamente es por edades, sino también es por conocimientos, también es por las consecuencias de la brecha digital.