El emocionante encuentro entre un hombre y una ballena
Guillermo Prieto 'Pirry'
El emocionante encuentro entre un hombre y una ballena
Guillermo Prieto 'Pirry'
Documentalista
Creando oportunidades
De muchacho de pueblo a cronista trotamundos
Guillermo Prieto 'Pirry' Documentalista
Guillermo Prieto 'Pirry'
Guillermo Prieto 'Pirry' es periodista, documentalista y narrador, con una mirada aguda y valiente sobre la condición humana, la naturaleza y los conflictos sociales. Su trabajo explora los límites de la experiencia y la curiosidad, combinando investigación rigurosa, sensibilidad personal y un fuerte compromiso con la verdad.
A lo largo de su trayectoria, ha construido una voz propia en el periodismo latinoamericano, llevando al espectador a escenarios extremos, historias olvidadas y encuentros transformadores que invitan a pensar desde lo real, lo emocional y lo ético.
Su obra es una llamada constante a mirar el mundo con ojos más abiertos, a cuestionar lo establecido y a acercarse a lo humano con empatía y coraje. Porque, para “Pirry”, contar historias no es solo informar: es despertar conciencia, provocar reflexión y tender puentes entre mundos que no siempre se ven.
Transcripción
Y las historias que mi abuela me permitía o los libros que me acercaba muchas veces eran libros de aventura. Cómo llegó el primer ser humano a la cumbre del Everest… Me llevaba las revistas de «National Geographic», imágenes de las que hacía Cousteau… En mi mente de niño todo era posible. Me trepaba por las paredes, saltaba de los árboles imaginándome que iba a ser un gran explorador… Todo muy lindo, hasta que entré al colegio. Cuando terminé el colegio, estaba perfectamente amaestrado para hacer lo que me dijeran cuando me lo dijeran, porque todo era castigo y recompensa. ¿Buenos resultados? Recompensa. ¿Malos resultados? Castigo. Y no importaba el proceso. Terminé metido en una carrera que no me gustaba, que no quería, porque mi papá me metió en esa carrera, pero ese fue el paso para salir de la provincia y llevar a Bogotá a su merced, y eso fue que se me abrieran las puertas del mundo. Ahí sí que había una cantidad de información alrededor, y esa semilla que sembró mi abuela como que explotó y, de pronto, terminando la carrera, que era Zootecnia y Veterinaria, yo digo como: «¿Qué estoy haciendo aquí? O sea, ¿esta es la vida que quiero tener? No». Ni siquiera sabía qué quería hacer. La carrera de cine y televisión no existía. Ya había intentado con una carrera, mis papás no me iban a patrocinar otra. Trabajaba en un bar, vendía de puerta en puerta, bueno, lo que fuera para sobrevivir, y en ese momento empiezo a explorar quién era y qué quería hacer. Otra de mis grandes pasiones han sido los deportes de aventura, y, de un momento a otro, se empezaron a juntar esas dos cosas, porque, con un par de amigos, Eduardo y Nicolás, nos dio por crear una revista de deportes de aventura, en esa época, con las uñas, literalmente aguantando hambre.
Fracasó, quebró, pero ahí estábamos. Una cosa llevó a la otra, hasta que, por fin, de pronto, un director de televisión me dio un pequeño espacio en un programa en las noches, que era un programa… Hacían notas muy superficiales. Simplemente el tipo me dijo: «Vaya y tírese de todas partes». Yo feliz, iba y me tiraba de todas partes. Pero, en ese proceso, empecé a ganar seguridad y me di cuenta de que tal vez podía contar historias como las historias que leía en los libros que mi abuela me enseñó a amar, que por esos libros de aventuras terminé leyendo después a los grandes periodistas literarios. Así que me arriesgué a hacer una primera crónica. No sé si alguien la recuerda, de unos niños que se tiraban por un cable para ir a la escuela. Bueno, esa crónica paralizó este país al menos por un día. Habló el ministro de Trabajo, el ministro de Infraestructura… Bueno, todo el mundo habló. Al final no pasó nada. Pero esa crónica me hizo pensar que sí podía hacer algo mejor y darme confianza. A los tres meses me gané el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y, premio en mano, ya fui donde los directores del canal y me dieron mi primer espacio de televisión, que se llamaba «El mundo según Pirry», y lo demás es historia y aquí estoy.

Seis mil años frente a dos mil millones de años. Me inundó una sensación de absoluto respeto y como de comprensión de los tiempos del planeta y lo diferentes que son a nuestros tiempos. Somos unas hormiguitas imaginándonos que todo gira alrededor nuestro. Estar ahí fue como… Uno lo puede decir con palabras, pero verlo ahí es como interiorizarlo y decir «lo estoy viendo, lo entiendo». Y me llenó de absoluto respeto, de felicidad y de agradecimiento por ser esta criatura que soy en esta roquita que gira alrededor de un sistema solar, en este inmenso universo, justo en este momento y lugar. Me sentí absolutamente privilegiado, agradecido, y quisiera mucho que esas palabras de verdad lograran que ustedes entendieran un poquito lo que es estar ahí y los hagan sentir esa inmensidad, ese respeto y esa felicidad de estar aquí, en este planeta, en este momento.
El microclima que crea el volcán es muy hostil. Los vapores que salen del volcán, con los minerales que tienen, crean como un sistema de nubes encima que hace que de pronto tengas una tormenta eléctrica, de pronto tienes sol, de pronto tienes granizo, de pronto otra vez una tormenta… Y muchas veces esta lluvia es ácida, por los minerales del volcán, así que, al cabo de una semana, ya tu carpa se la ha comido el ácido, las cuerdas, el equipo… Entonces, no tienes mucho tiempo, y hay que esperar una ventana de clima para poder entrar, porque son 400 metros de profundidad. Y, bueno, descendimos, impresionante el abismo, y de pronto estoy ahí. Había visto la foto hacía unos meses y ahora de pronto estoy ahí. Pero como que mi cabeza no lograba interiorizar dónde estaba. Y entonces lo que pensaba era: «Bueno, voy a hacer esta toma, voy a hacer esta otra toma, voy a decir esto a cámara». Me puse el traje este, me paré en el borde y era como que… «Pero esto ¿por qué no me entra? O sea, no me está pasando nada. Debería estar aquí experimentando algo indescriptible, pero no». Como que mi cabeza no lograba interiorizarlo. Es curioso, porque la lava está a unos 1.200 grados centígrados. ¿Ustedes saben cuál es la diferencia entre la lava y el magma? «Magma» se le llama cuando está al interior de la tierra. «Lava» se le llama cuando sale en una erupción o está en un lago de lava. Son 1.200 grados. Yo podía estar a esta distancia del borde y aquí tenía frío, pero me acercaba al borde y la temperatura subía 100 grados. Se le chamuscaban a uno los pelos, por eso tocaba el traje. Era como si el lago proyectara energía, como una lámpara, como una torre de energía, cosa muy rara. Y el suelo vibraba, como una sensación térmica, porque, como es un volcán, hay mucha actividad telúrica. Es difícil de describir, y en el instante como que de verdad…
Terminé de hacer lo mío, luego subimos por las cuerdas, llegué otra vez a mi carpa y yo: «¿Esto era todo? Bueno, tengo unas muy buenas imágenes». Y las miraba otra vez en la cámara. Al otro día, ya me despierto y, claro, siento que mi cerebro se demoró toda la noche en procesar esta información que, claro, te la puedes imaginar, pero no tienes ni idea de lo que es estar ahí. Y, de pronto, como que estalló algo en mi cabeza, y lloré y lloré y lloré, y era una sensación entre de euforia, de emoción… No sabía describirlo, no podía parar de llorar. Una sensación también de absoluta humildad y como de insignificancia, porque vuelvo a que somos unas criaturas absolutamente antropocéntricas. En el pasado, pensábamos que el sol giraba alrededor nuestro o que la Tierra era plana, y lo que muchas veces no dimensionamos son cosas como que, por ejemplo, la corteza del planeta, que es donde están las montañas, los continentes, los océanos, en su parte más delgada tiene unos cinco kilómetros y en la parte más ancha unos 70 kilómetros. Ahí está todo, todo el sistema en el que vivimos, pero la siguiente capa del planeta, que es el manto, tiene 2.600 kilómetros. 70 kilómetros frente a 2.600 kilómetros. Y la que sigue, el núcleo, 2.200 kilómetros. Si el planeta fuera una manzana, la corteza sería la pielecita de la manzana, la cáscara de la manzana, y ahí vivimos. Por ejemplo, tenemos conceptos como el de tierra firme. En el planeta no hay tierra firme. Toda esta corteza está sobre unas placas, que se llaman placas tectónicas, que flotan sobre esa roca fundida y magma que está en el en el manto.
Pero vuelvo y llego a los tiempos y a las dimensiones del planeta. Nosotros, como hormiguitas, eso no lo percibimos, y eso me daba una sensación de insignificancia. Me dio como hasta un vacío. Somos tan poquito. Y, si uno mira hacia fuera, a la inmensidad del sistema solar, de las galaxias, etc., todavía más el vacío, da como sensación de ser nada. Pero eso me hacía pensar, al mismo tiempo: «Bueno, entre más miramos hacia fuera más inmensidad descubrimos, pero, entre más miramos hacia adentro, también». O sea, ahora sabemos que entre el núcleo y los electrones hay casi todo ese espacio vacío. Ahora empezamos a entender y a comprender la inmensidad de las cosas hacia dentro. Así que, si uno lo piensa, la inmensidad es hacia fuera, como un reloj de arena, y hacia dentro, como un yin y un yang. Eso me hace pensar: «No somos absolutamente nada, pero somos absolutamente todo». Nuestras moléculas, nuestras partículas, han estado aquí desde la formación del universo. Es un… ¿Cómo describirlo? No sé por qué estamos aquí, pero estamos aquí, y casi que eso me hizo sentir desde la ciencia lo que debe ser la espiritualidad. Para mí, el templo es la naturaleza. Mi espiritualidad está en el medio ambiente. Y todos los días doy gracias por eso. Y estar parado ahí, en ese volcán, me hizo reafirmar y descubrir que no solo somos infinitamente pequeños, sino que somos también absolutamente e infinitamente grandes.

Me tocó muchísimo el corazón, fue realmente conmovedor. Pero, cuando íbamos saliendo… O sea, hay una cerca, puntualmente, donde uno puede ver dónde va la cerca, dónde está el parque y lo que hay hacia fuera, y podía ver una línea recta larguísima. A este lado, el bosque tropical lluvioso, y, aquí, arrasado, deforestado totalmente para sembrar palma. Una de las cosas que me ha hecho preguntarme la naturaleza es: «¿De verdad somos inteligentes? ¿O simplemente como que hemos desarrollado unas habilidades pero no somos tal vez tan inteligentes?». Porque somos la única especie que extermina sus propios recursos para cosas que no necesita. Y yo no digo que no tengamos una civilización, descubrimientos, etc. Y vuelvo, insisto, no es que vayamos a volver otra vez como cuando éramos cazadores y recolectores, pero en este momento tenemos la solución a los problemas ambientales a la mano. Hace poco vi las cifras de lo que se invierte anualmente en defensa en el planeta y es algo así como… No recuerdo bien, pero es algo así como tres mil millones de millones de dólares. Vi un estudio de una universidad en Suecia que dice que con el 10 % de eso podríamos solucionar el problema del cambio climático y del hambre en el mundo. O sea, tenemos la solución a la mano. Si somos tan inteligentes, ¿por qué no la usamos? Así que la naturaleza me ha hecho preguntarme mucho eso, pero, al mismo tiempo, me ha enseñado algo. Por ejemplo, el concepto del bien y del mal es solo de nosotros, los humanos. El de la justicia o la injusticia es de nosotros, los humanos. En la naturaleza no hay eso.
Cuando una gacela es cazada por un león, su mamá sufre, pero su mamá no se sienta a decir: «Esto es injusto, esto es justo…». Sobrevivir. Así que una cosa que siento que me enseña la naturaleza es que en la naturaleza la única ley es la ley del equilibrio. Mientras haya equilibrio, la vida prospera, y siento que nos falta mucho para reconectarnos con el equilibrio del planeta y que podríamos hacerlo teniendo la civilización que tenemos y siguiendo descubriendo cosas y desarrollando cosas, pero hay que reconectarnos con el equilibrio del planeta y con el planeta en el que vivimos.
Me dice la hermana vaca: «Te voy a cambiar la pregunta. ¿Te quieres quedar haciendo esto el resto de tu vida?». Tuve una revelación, una epifanía, así que el ser de luz que me ha dado el mejor consejo fue la hermana vaca, que me dijo: «Haz tu vida, no la que te dicen que hagas». Saqué el brazo de ahí y le di gracias a la vaca y me fui a decirle a mi mamá: «Muchas gracias por el patrocinio y el apoyo, pero yo no quiero ser veterinario y zootecnista». Al final terminé la carrera, pero inmediatamente empecé a buscar mi verdadero destino. Y siempre le daré gracias a esa vaca por alumbrarme el camino. Ese y un consejo que me dio un amigo, que me dijo: «No busques tanto afuera lo que debes tener adentro». Y creo que antes de salir uno a buscar las cosas tiene que empezar por explorar dentro de uno mismo, para encontrar en realidad qué es lo que quiere salir a buscar. Así que creo que esos son los dos mejores consejos que me han dado en la vida, y uno me lo dio una vaca.
Por ejemplo, antes de salir a hablar en público, siempre me da mucho miedo. Se me seca la garganta, etc., porque mi cuerpo no sabe si estoy nervioso porque me van a atracar en el TransMilenio o porque voy a salir a hablar en público. Si racionalizo mi temor, digo: «No, pero, a ver, de esto no me voy a morir. Lo peor que puede pasar es que la gente se ría de mí». Si estoy bien preparado me relajo, salgo, doy el paso al vacío, tomo el riesgo y me lanzo a hablarles. Siento que el riesgo ha sido una gran herramienta en mi vida y, vuelvo e insisto, utilizado de manera inteligente, de manera estratégica, es un elemento imprescindible para alcanzar los sueños. Y, si no existieran seres arriesgados en la vida, no hubiéramos llegado a la luna, no hubiéramos descubierto todo lo que hemos descubierto en tecnología, en ciencia, no hubiéramos llegado a donde estamos, así que pues que vivan el riesgo y la aventura.
Por eso uno cumple un sueño y quiere tener otro, cumplir otro, y se nos olvida regocijarnos y disfrutar el momento, la experiencia, inclusive cuando es dura, cuando te duele, cuando lloras. Al final, la mezcla de todo eso es lo que hace que la vida valga la pena, así que hay que meterle ganas, perrenque, verraquera, como tú dices, y persistir por negro que se vea el paisaje.

Detrás de ese lugar tan maravilloso, hay una historia. Ese lugar estuvo mucho tiempo vedado para todo el mundo, porque eso era territorio de la guerrilla. Cuando intentamos hacer ese proceso de paz que intentamos, esa paz tan esquiva para nosotros los colombianos, ese lugar se pudo despejar y ahora se puede visitar. Y siempre pienso: «Tanta belleza que tenemos aquí, en este momento, en este lugar…». Ahí, en ese lugar donde estaba, es donde quiero estar. Quisiera poder estar así en todo el país. El cañón del río Guejar, en el Meta, es otro lugar impresionante, que de verdad uno dice: «Esto podría ser lo que uno ve en las postales de Tailandia». Las paredes de roca, increíbles. Un río que en verano es absolutamente azul, prístino, transparente, se puede recorrer en balsa. Y la gente que está haciendo el turismo sostenible en este lugar es gente que ha tenido que sufrir todas las violencias de este país, la otra Colombia que uno no ve desde la ciudad. Y estando ahí, navegando el cañón del río Guejar, con esta persona que me decía: «Mire, yo sembré yuca, yo sembré plátano, yo sembré coca. Nada, nada me sirvió, porque no hay infraestructura, no hay vías, no nos compran las cosas»… ¿Cómo va a ser paz así? Y, sin embargo, ahora que este lugar se puede visitar, encontraron en el turismo sostenible una alternativa, y es donde digo: «La verdad, el lugar donde quiero estar en esta Colombia tan maravillosa es cualquier lugar en Colombia que esté en paz». Y ojalá todo, todo el país algún día de verdad pudiera estar en paz.
Cuando llevábamos como una hora de trayecto, se para el carro, se baja el veterinario de la camioneta de ellos, viene a la de nosotros y nos dice: «Miren, nos acaban de informar de otra parte del parque de que hay un elefante que lo hirieron hace unos tres días con una flecha envenenada. Está ahí, o sea, sabemos dónde está, y vamos a cambiar los planes. Vamos a intentar hacerle una cirugía a ese elefante porque estamos seguros de que está ahí. En cambio, la leona no sabemos. ¿Están de acuerdo?». «Donde nos quieran llevar, lo que ustedes digan». Arrancamos hacia allá, detrás de la unidad veterinaria. Encuentras estos machos elefantes jóvenes, los machos jóvenes que nunca están en los grupos de las hembras. Un elefante es muy lindo, un elefante es imponente, pero, si me sueltas en la selva, le tengo mucho más miedo a un elefante que a un león. El elefante es la criatura más poderosa en la selva, no tiene depredadores. Los leones tratan a veces, cuando son crías, pero el elefante es el animal más poderoso de la sabana africana. Claro, ellos ven la amenaza y empiezan a alinearse como si nos fueran a atacar. Y yo decía: «Este es el trabajo diario de este veterinario y de sus asistentes, muchos verracos», así como dicen, porque literalmente arriesgan la vida para salvar a estos animales. El animal no sabe si lo quieren ayudar o no, lo que ve en el humano es una amenaza. Primero, estos tipos con el carro separan el elefante herido de la manada, con la suficiente habilidad para que el elefante no los ataque. El elefante es el único animal que puede voltear un carro. Bueno, y el rinoceronte, pero particularmente el elefante. Primero toda esta maniobra. Luego, como en las películas, sacan el rifle de aire, ponen el dardo… Y yo al lado del veterinario, grabándolo aquí.
El disparo en la nalga del elefante, el elefante que se sacude y luego persígalo, porque, cuando le hace efecto la anestesia, si el elefante cae mal, se puede romper una rodilla, y ahí sí toca sacrificarlo. Cuando el elefante está medio borracho, esta gente tiene que venir, tirarle unas cuerdas y empujarlo hacia un lado. Y ha sucedido que el elefante reacciona y él, con un golpe de uno de sus colmillos o de la pata, mata al asistente o al veterinario. Era una mezcla de adrenalina y emoción al tiempo ver todo este proceso, la agilidad de estas personas, y sentir caer un mastodonte de cinco toneladas. Es poderoso, y verlo caer y verlo al mismo tiempo en su fragilidad. Y estos señores tienen que, en 15 minutos, hacerle una intervención al elefante que básicamente es retirar el veneno de la herida, hacer una mezcla que es como una masa epóxica, como pegante, pero que además está llena de antibióticos, ponerle esa plasta ahí y luego ponerle una contra de la anestesia para que el elefante reaccione y se vaya. Todo esto pasaba tan rápido como que, igual que con el volcán, mi mente como que no lo lograba procesar. No podía creer que estuviera en ese lugar, que tuviera esa suerte de poder capturar ese momento, que además fuera un momento bonito, un momento que iba a terminar en salvar la vida de ese animal, una historia con final feliz dentro de esa tragedia que es la cacería ilegal de animales en África y en todas partes del mundo para esos tráficos tan estúpidos que hay. Pero, en un momento, ya le ponen entonces en la vena de la oreja como la contra de la anestesia y el elefante reacciona y se levanta.
Y ya los veterinarios y los asistentes están a unos 20, 25 metros, nosotros también, y el elefante se para, se sacude como diciendo «¿y aquí qué pasó?» y se queda mirando fijamente al veterinario yo diría que por unos cinco segundos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Sacudió las orejas y se fue otra vez hacia donde estaban sus compañeros. Y, dentro de mí, yo pensaba en ese momento: «Este elefante entendió. Este elefante se dio cuenta de lo que sucedió aquí, se dio cuenta de que estos humanos lo querían ayudar, a diferencia del humano que intentó matarlo». No sé si es mi imaginación, pero es lo que percibí en ese momento, y ese momento ha sido uno de esos top en mi vida, uno de esos momentos indescriptibles y que me llevaré a la tumba y nunca olvidaré.
Un animal de unos 20 metros, veintipico de toneladas, lo he venido a venir hacia mí y decir «me mató», y darme cuenta de que en el último instante mete su inmensa aleta hacia un lado para no tocarte, como absolutamente consciente de tu fragilidad. Se han registrado comportamientos donde las ballenas tratan de proteger a un humano, por ejemplo, de un tiburón. Eso lo documentó una bióloga muy famosa. Tienen como un sentido maternal y de protección, inclusive hacia otras especies. Es increíble. Y, estando en esas aguas de Tonga, en un momento en el que ya ni siquiera tenía la cámara, simplemente estaba ahí, la ballena se quedó como tranquila con su compañera, como jugando. Yo siento como que querían jugar con nosotros, y quiero compartirles esta imagen de ese momento. Ese soy yo. ¿Alcanzan a verlo? Pareciera que la ballena está mucho más cerca de lo que en realidad está. Es el efecto de la cámara. Esa ballena es muy grande, pero en un instante empezó a girarse y a abrir las aletas. Cuando las ballenas abren las aletas y te muestran la panza es una señal de absoluta tranquilidad, porque es su parte más frágil. No están a la defensiva. Yo estaba poniéndome de cabeza y era como que no me alcanzaba la mirada para ir de la cola a la cabeza, y las emociones eran tantas al mismo tiempo que lloré, se me erizaron los pelos, todo debajo del agua.
Llorar debajo del agua, las lágrimas saladas, el océano, es como si la esencia de la vida saliera por mis ojos y se conectara otra vez con el mar de donde venimos todos. Todos los pensamientos que ustedes quieran se me venían a la cabeza. Era como… un orgasmo increíble. Sí. Suena a frase de cajón, pero no hay palabras para describirlo. Y, aunque la imagen sé que es hermosa y la tengo ahí como en mi colección del ego, mi colección personal de momentos, la imagen no logra transmitir lo que en realidad uno siente en ese momento, sobre todo cuando haces contenidos documentales sobre estas especies y sabes lo difícil que es y cuántas veces hay que ir al océano y cuánto hay que aprender de cómo comportarte al lado de una especie para lograr documentarla. No me lo esperaba, la verdad. Sucedía y, mientras sucedía, no puedo creer, o sea… Hasta que empecé a sentir la presión en mi cabeza y me di cuenta de que ya estaba como bajando mucho y ya me solté, empecé a subir de nuevo y la ballena como si nada. Debió sentir en ese momento: «Ah, este bichito. Bichito, bichito». Y siento que las ballenas están como en un nivel muy superior al nuestro, como en un nivel de conciencia donde la violencia no existe si no se necesita.
Yo creo que nos miran y debe ser como que no nos comprenden. Las hemos cazado y las hemos matado tanto durante tanto tiempo y ellas no nos atacan. Hay como una mirada de compasión, siento yo, como de ellas a nosotros, y creo que entienden también cuando te acercas como de buena voluntad. Y cada tanto puede suceder ese milagro maravilloso de que, además de estar y pasar cerca de donde tú estás, se detenga un momento a ver qué eres y de pronto quiera jugar un poquito contigo.

Gracias a ese escándalo que causaron, nace en 1982 la Comisión Ballenera Internacional, y la Comisión Ballenera Internacional, creo que para 1986, logra la prohibición de la caza de ballenas en el mundo. Hay dos o tres países que no la han respetado, pero, en términos generales, pasamos de 450 ballenas a casi el mismo número de ballenas que había antes de que empezáramos a cazarlas. Una recuperación… La evidencia de que sí se puede cuando nos ponemos de acuerdo. Viendo lo que está pasando actualmente, me preocupa que nuestra atención se esté dispersando demasiado en contenidos estúpidos y vacíos en las redes sociales. Yo les decía, cuando yo era niño, la información es un privilegio. Ahora la información sobra. Pero siento que nunca habíamos sido tan estúpidos como lo somos ahora. Hay tanta información, pero la información no es necesariamente buena. Estás alimentado de información vacía y estúpida todo el tiempo, y lo realmente importante no lo es. Siento que alguien tendrá que echarse un cabezazo como el del capitán Paul Watson en los ochenta. Hoy en día, tiene su fundación Paul Watson, y va y se interpone con sus barcos frente a los balleneros japoneses en aguas internacionales. Es una leyenda ese señor. Pero digo: «¿Será que aparece alguien de esta nueva generación que, interpretando esta realidad tecnológica en la que estamos, logre causar esa viralidad hacia lo que esté pasando en el planeta?». Viendo la historia de Paul Watson tengo el optimismo de que eso pueda pasar y de que lo que hacemos por el planeta, que es así, se vuelva así, y por lo menos le pueda competir a lo que hacemos en contra del planeta.
Y, aunque a veces, de verdad, me vuelvo un poco nihilista, historias como esas son las que me hacen recuperar la esperanza, pensar que todavía se puede y reconciliarme con el espíritu humano, y pensar que sí, que, si nos ponemos de acuerdo y ponemos las prioridades sobre la mesa, en algún momento vamos a reaccionar, y que esto espero de corazón vaya a cambiar. Gracias.
Ese es como el mensaje que les quería dar, y el de que no pierdan la esperanza. Pongamos de nuestra parte, pero exijamos que corporaciones y gobiernos también pongan de su parte. Gracias.