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El emocionante encuentro entre un hombre y una ballena

Guillermo Prieto 'Pirry'

El emocionante encuentro entre un hombre y una ballena

Guillermo Prieto 'Pirry'

Documentalista


Creando oportunidades

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Guillermo Prieto 'Pirry'

Guillermo Prieto 'Pirry' es periodista, documentalista y narrador, con una mirada aguda y valiente sobre la condición humana, la naturaleza y los conflictos sociales. Su trabajo explora los límites de la experiencia y la curiosidad, combinando investigación rigurosa, sensibilidad personal y un fuerte compromiso con la verdad.


A lo largo de su trayectoria, ha construido una voz propia en el periodismo latinoamericano, llevando al espectador a escenarios extremos, historias olvidadas y encuentros transformadores que invitan a pensar desde lo real, lo emocional y lo ético.


Su obra es una llamada constante a mirar el mundo con ojos más abiertos, a cuestionar lo establecido y a acercarse a lo humano con empatía y coraje. Porque, para “Pirry”, contar historias no es solo informar: es despertar conciencia, provocar reflexión y tender puentes entre mundos que no siempre se ven.


Transcripción

00:03
Pirry. Hace unos años, abro los ojos, y, a unas tres mesas de donde yo estaba, veo al señor Robert de Niro, uno de los actores más famosos de la historia, ganador del Óscar. Miro hacia el otro lado, y, más o menos a la misma distancia, está el señor Al Gore, exvicepresidente de los Estados Unidos. Nunca me hubiera imaginado, antes de mi carrera, que iba a estar en el mismo lugar con personajes como estos. ¿Qué hacía ahí? Rebobinemos un poco. Una semana antes, estoy en el baño del canal RCN, haciendo lo que uno hace en el baño de pie, y de pronto alguien me da unos golpecitos en la espalda. No voy a hacer la mímica, pero imagínensela. Volteo a mirar y es la señora del aseo. No sé quién estaba más apenado, si ella, si yo, que no había terminado de hacer lo que estaba haciendo, pero se le veía a la señora una gran urgencia de decirme algo, así que como pude, terminé, me lavé las manos y le dije: «Señora, ¿en qué le puedo servir?». Y la señora me dice: «Mire, mi hijo era soldado del Ejército Nacional y murió en combate hace dos meses. Y ha sido muy difícil para mí, como madre, hacer el duelo. Pero hace dos semanas vimos el documental que ustedes hicieron sobre cómo es la vida de un soldado en el interior del conflicto, cómo es su valor, su sacrificio, y creo que eso nos ayudó como familia y me permitió llorar a mi hijo». Este momento siempre me raya un poco, me conmueve.

02:59
Eleany Rivera. Hola, Pirry, ¿cómo estás? Soy Eleany Rivera. Qué gusto estar acá conociéndote. Quisiera que me contaras cómo se pasa de ser un muchacho de pueblo a volverse un trotamundos.

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Pirry. Sigo siendo un niño de pueblo, nacido y criado en los Andes colombianos. Cuando yo tenía cinco años, esto era otro mundo. La información era un privilegio. Había solo dos canales de televisión, la educación, los papás y los juegos con los amigos. En esa época en la que había tan poco acceso a la información, uno ni se imaginaba qué iba a ser el internet o las redes sociales. Mi abuela, que ha sido la persona tal vez más maravillosa en mi vida, una señora que llegó a estar en 140 países, que estudió en la universidad cuando prácticamente ninguna mujer era admitida en la universidad, una mujer adelantada para su época… Mi mamá me dejaba en la casa de mi abuela porque mi mamá trabajaba y era ama de casa al tiempo, y mi abuela me sentaba en los cantos y todos los días me leía un capítulo de algún libro. «La isla del tesoro», «Veinte mil leguas de viajes en submarino»… Me leía el capítulo y me lo dejaba en «continuará», y yo no veía la hora de estar otra vez donde mi abuela para saber qué pasaba en la historia. Mi abuela un día estaba leyéndome «El último de los mohicanos», de James Fenimore Cooper, y, justo antes del desenlace, me dice: «Hijo, ¿quieres saber el final?». «Claro, abuelita, por favor, cuéntamelo». Dice: «Yo creo que ya va siendo hora de que lo busques por ti mismo». Y cerró el libro y lo dejó ahí en la mesa. Y yo quedé como: «What the fuck?». O sea, era como cuando se acaban las series en estas plataformas y uno tiene que esperar un año completo para saber qué pasa en la historia. Pues qué herramienta pedagógica tan maravillosa, porque aprendí a leer mucho antes que mis compañeros. A los seis años ya me podía leer un libro, comprenderlo, porque mi abuela me dejó una motivación para leer y me enamoré de los libros. Ahora la información sobra. En ese momento faltaba, y ese amor por los libros hizo que me enamorara de las historias.

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Y las historias que mi abuela me permitía o los libros que me acercaba muchas veces eran libros de aventura. Cómo llegó el primer ser humano a la cumbre del Everest… Me llevaba las revistas de «National Geographic», imágenes de las que hacía Cousteau… En mi mente de niño todo era posible. Me trepaba por las paredes, saltaba de los árboles imaginándome que iba a ser un gran explorador… Todo muy lindo, hasta que entré al colegio. Cuando terminé el colegio, estaba perfectamente amaestrado para hacer lo que me dijeran cuando me lo dijeran, porque todo era castigo y recompensa. ¿Buenos resultados? Recompensa. ¿Malos resultados? Castigo. Y no importaba el proceso. Terminé metido en una carrera que no me gustaba, que no quería, porque mi papá me metió en esa carrera, pero ese fue el paso para salir de la provincia y llevar a Bogotá a su merced, y eso fue que se me abrieran las puertas del mundo. Ahí sí que había una cantidad de información alrededor, y esa semilla que sembró mi abuela como que explotó y, de pronto, terminando la carrera, que era Zootecnia y Veterinaria, yo digo como: «¿Qué estoy haciendo aquí? O sea, ¿esta es la vida que quiero tener? No». Ni siquiera sabía qué quería hacer. La carrera de cine y televisión no existía. Ya había intentado con una carrera, mis papás no me iban a patrocinar otra. Trabajaba en un bar, vendía de puerta en puerta, bueno, lo que fuera para sobrevivir, y en ese momento empiezo a explorar quién era y qué quería hacer. Otra de mis grandes pasiones han sido los deportes de aventura, y, de un momento a otro, se empezaron a juntar esas dos cosas, porque, con un par de amigos, Eduardo y Nicolás, nos dio por crear una revista de deportes de aventura, en esa época, con las uñas, literalmente aguantando hambre.

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Fracasó, quebró, pero ahí estábamos. Una cosa llevó a la otra, hasta que, por fin, de pronto, un director de televisión me dio un pequeño espacio en un programa en las noches, que era un programa… Hacían notas muy superficiales. Simplemente el tipo me dijo: «Vaya y tírese de todas partes». Yo feliz, iba y me tiraba de todas partes. Pero, en ese proceso, empecé a ganar seguridad y me di cuenta de que tal vez podía contar historias como las historias que leía en los libros que mi abuela me enseñó a amar, que por esos libros de aventuras terminé leyendo después a los grandes periodistas literarios. Así que me arriesgué a hacer una primera crónica. No sé si alguien la recuerda, de unos niños que se tiraban por un cable para ir a la escuela. Bueno, esa crónica paralizó este país al menos por un día. Habló el ministro de Trabajo, el ministro de Infraestructura… Bueno, todo el mundo habló. Al final no pasó nada. Pero esa crónica me hizo pensar que sí podía hacer algo mejor y darme confianza. A los tres meses me gané el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y, premio en mano, ya fui donde los directores del canal y me dieron mi primer espacio de televisión, que se llamaba «El mundo según Pirry», y lo demás es historia y aquí estoy.

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Chico 1. Un gusto conocerte. Te quería preguntar, de todos los lugares que has visitado en tus exploraciones, ¿cuál es el que más te impacta y por qué?

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Pirry. Muchos lugares me han impresionado por la inmensa belleza de la naturaleza. El círculo polar ártico, los Himalayas, las selvas de Borneo… Pero muchos lugares también, para bien o para mal, por el lado oscuro de la humanidad. Durante el conflicto de los Balcanes, estuve en Serbia y Croacia, en plena guerra entre Serbia y Croacia. Estuve en la franja de Gaza durante la operación Fuego Fundido en el 2008, en el Congo, en la frontera con Ruanda, donde está la guerra más larga de la historia moderna, una guerra que a nadie le importa, en muchos lugares donde se sufría el conflicto colombiano y todavía se sufre. Pero, al mismo tiempo, estaban esos otros lugares, que como que te compensan eso y te llenan y te sorprenden. Se me viene a la cabeza uno de los más cercanos, que fue hace un año y medio, que fue visitar el Salto Ángel en Canaima, en Venezuela. El Salto Ángel es, de lejos, la caída de agua más alta del mundo. Son mil metros, es un kilómetro. Hay un piso térmico arriba y otro totalmente diferente abajo. Asomarse al Salto Ángel es como asomarse a la puerta de un avión, la absoluta inmensidad. Además, era parte como de mis fantasías de niño. Pudimos llegar a la parte alta del Salto Ángel, quedarnos ahí dos días, hacer una observación del ecosistema, de las especies, etc., y luego descenderlo en rápel. Duramos dos días bajando por la cuerda. No podía estar más feliz. Como a unos 200 metros del descenso, me quedo mirando esas paredes. Me da una sensación de absoluto respeto porque, claro, estas son algunas de las formaciones geológicas más antiguas del planeta. Estaban ahí hace dos mil millones de años, dos mil millones de años. El «Homo sapiens» se estima que está en el planeta desde hace unos 200.000 años. La civilización, unos cinco mil, seis mil años.

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Seis mil años frente a dos mil millones de años. Me inundó una sensación de absoluto respeto y como de comprensión de los tiempos del planeta y lo diferentes que son a nuestros tiempos. Somos unas hormiguitas imaginándonos que todo gira alrededor nuestro. Estar ahí fue como… Uno lo puede decir con palabras, pero verlo ahí es como interiorizarlo y decir «lo estoy viendo, lo entiendo». Y me llenó de absoluto respeto, de felicidad y de agradecimiento por ser esta criatura que soy en esta roquita que gira alrededor de un sistema solar, en este inmenso universo, justo en este momento y lugar. Me sentí absolutamente privilegiado, agradecido, y quisiera mucho que esas palabras de verdad lograran que ustedes entendieran un poquito lo que es estar ahí y los hagan sentir esa inmensidad, ese respeto y esa felicidad de estar aquí, en este planeta, en este momento.

11:39
Catalina Giraldo. Hola, Pirry, soy Catalina Giraldo. Primero que todo, te quiero dar las gracias por permitirnos disfrutar de tus historias. Una de las que más nos impresiona es cuando estuviste en el volcán Marum. Contanos qué sentiste en esa experiencia tan tesa.

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Pirry. Bueno, sí, sí fue muy tesa. Primero debo decir que hay 1.500 volcanes activos en el planeta. Solo nueve de ellos tenían un lago de lava. En un viaje por el Pacífico sur, vi un día una foto de un tipo parado al borde del lago de lava con un traje antiflama, y la foto me voló la cabeza y dije: «Esto debe ser lo más cerca que uno puede estar de estar en realidad en otro planeta». Y se me volvió como una obsesión y empecé a investigar hasta que encontré quién era el tipo. Era Geoff McLean, un documentalista neozelandés que, junto con Carsten Peter, un fotógrafo de «National Geographic», habían sido los primeros seres humanos en meterse en ese volcán, en el año 2012. Y escríbale a este hombre hasta que este tipo dijo: «No, me tocó contestarle a este personaje». Y un día logramos hablar por teléfono. «No, es que yo soy Guillermo Prieto, Pirry, un documentalista colombiano…». Habrá dicho: «Un documentalista colombiano…». Pero tanto le jodí la vida hasta que me dijo: «Mire, vamos a hacer una expedición con unos colegas míos. Somos solo tres equipos». Y, al estar en esa expedición, me salía mucho más asequible el precio, e iba a estar con esta gente que en realidad era muy pila. Un instante después, de pronto abro los ojos y estoy aterrizando en Vanuatu. A la mayoría de la gente le digo «Vanuatu» y la gente ni sabe de qué le estoy hablando. Vanuatu es un pequeño país en la Melanesia, al otro lado del mundo. Y en Vanuatu, que es un archipiélago, la isla de Ambry, donde está el volcán, está al otro lado al centro de Vanuatu. De pronto, después de una expedición de un par de días, estamos al borde del cráter del volcán. Armamos un campamento base. Esto era una expedición, teníamos una semana. ¿Por qué teníamos una semana?

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El microclima que crea el volcán es muy hostil. Los vapores que salen del volcán, con los minerales que tienen, crean como un sistema de nubes encima que hace que de pronto tengas una tormenta eléctrica, de pronto tienes sol, de pronto tienes granizo, de pronto otra vez una tormenta… Y muchas veces esta lluvia es ácida, por los minerales del volcán, así que, al cabo de una semana, ya tu carpa se la ha comido el ácido, las cuerdas, el equipo… Entonces, no tienes mucho tiempo, y hay que esperar una ventana de clima para poder entrar, porque son 400 metros de profundidad. Y, bueno, descendimos, impresionante el abismo, y de pronto estoy ahí. Había visto la foto hacía unos meses y ahora de pronto estoy ahí. Pero como que mi cabeza no lograba interiorizar dónde estaba. Y entonces lo que pensaba era: «Bueno, voy a hacer esta toma, voy a hacer esta otra toma, voy a decir esto a cámara». Me puse el traje este, me paré en el borde y era como que… «Pero esto ¿por qué no me entra? O sea, no me está pasando nada. Debería estar aquí experimentando algo indescriptible, pero no». Como que mi cabeza no lograba interiorizarlo. Es curioso, porque la lava está a unos 1.200 grados centígrados. ¿Ustedes saben cuál es la diferencia entre la lava y el magma? «Magma» se le llama cuando está al interior de la tierra. «Lava» se le llama cuando sale en una erupción o está en un lago de lava. Son 1.200 grados. Yo podía estar a esta distancia del borde y aquí tenía frío, pero me acercaba al borde y la temperatura subía 100 grados. Se le chamuscaban a uno los pelos, por eso tocaba el traje. Era como si el lago proyectara energía, como una lámpara, como una torre de energía, cosa muy rara. Y el suelo vibraba, como una sensación térmica, porque, como es un volcán, hay mucha actividad telúrica. Es difícil de describir, y en el instante como que de verdad…

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Terminé de hacer lo mío, luego subimos por las cuerdas, llegué otra vez a mi carpa y yo: «¿Esto era todo? Bueno, tengo unas muy buenas imágenes». Y las miraba otra vez en la cámara. Al otro día, ya me despierto y, claro, siento que mi cerebro se demoró toda la noche en procesar esta información que, claro, te la puedes imaginar, pero no tienes ni idea de lo que es estar ahí. Y, de pronto, como que estalló algo en mi cabeza, y lloré y lloré y lloré, y era una sensación entre de euforia, de emoción… No sabía describirlo, no podía parar de llorar. Una sensación también de absoluta humildad y como de insignificancia, porque vuelvo a que somos unas criaturas absolutamente antropocéntricas. En el pasado, pensábamos que el sol giraba alrededor nuestro o que la Tierra era plana, y lo que muchas veces no dimensionamos son cosas como que, por ejemplo, la corteza del planeta, que es donde están las montañas, los continentes, los océanos, en su parte más delgada tiene unos cinco kilómetros y en la parte más ancha unos 70 kilómetros. Ahí está todo, todo el sistema en el que vivimos, pero la siguiente capa del planeta, que es el manto, tiene 2.600 kilómetros. 70 kilómetros frente a 2.600 kilómetros. Y la que sigue, el núcleo, 2.200 kilómetros. Si el planeta fuera una manzana, la corteza sería la pielecita de la manzana, la cáscara de la manzana, y ahí vivimos. Por ejemplo, tenemos conceptos como el de tierra firme. En el planeta no hay tierra firme. Toda esta corteza está sobre unas placas, que se llaman placas tectónicas, que flotan sobre esa roca fundida y magma que está en el en el manto.

17:50

Pero vuelvo y llego a los tiempos y a las dimensiones del planeta. Nosotros, como hormiguitas, eso no lo percibimos, y eso me daba una sensación de insignificancia. Me dio como hasta un vacío. Somos tan poquito. Y, si uno mira hacia fuera, a la inmensidad del sistema solar, de las galaxias, etc., todavía más el vacío, da como sensación de ser nada. Pero eso me hacía pensar, al mismo tiempo: «Bueno, entre más miramos hacia fuera más inmensidad descubrimos, pero, entre más miramos hacia adentro, también». O sea, ahora sabemos que entre el núcleo y los electrones hay casi todo ese espacio vacío. Ahora empezamos a entender y a comprender la inmensidad de las cosas hacia dentro. Así que, si uno lo piensa, la inmensidad es hacia fuera, como un reloj de arena, y hacia dentro, como un yin y un yang. Eso me hace pensar: «No somos absolutamente nada, pero somos absolutamente todo». Nuestras moléculas, nuestras partículas, han estado aquí desde la formación del universo. Es un… ¿Cómo describirlo? No sé por qué estamos aquí, pero estamos aquí, y casi que eso me hizo sentir desde la ciencia lo que debe ser la espiritualidad. Para mí, el templo es la naturaleza. Mi espiritualidad está en el medio ambiente. Y todos los días doy gracias por eso. Y estar parado ahí, en ese volcán, me hizo reafirmar y descubrir que no solo somos infinitamente pequeños, sino que somos también absolutamente e infinitamente grandes.

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Chico 2. Hola, Pirry. Feliz de estar acá, compartiendo este espacio contigo. Tú que has tenido la oportunidad de viajar en el planeta de norte a sur y de oriente a occidente, ¿tú que crees que tiene la naturaleza para enseñarnos a nosotros los seres humanos?

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Pirry. Bueno, ¿qué me ha enseñado la naturaleza? Después de muchos viajes, aventuras y algunas interacciones realmente increíbles con los animales salvajes, con los ecosistemas, recuerdo mucho uno con una familia de gorilas de montaña, en el Parque Nacional de Virunga, en el Congo. Recuerdo ir con los guardaparques, muy obediente de las indicaciones que ellos daban, y, aunque uno tiene ya algo de experiencia con la naturaleza, tenía miedo. Cuando vimos esta familia de gorilas, y vemos el macho espalda plateada así, imponente, dije: «Lo que haría un macho de cualquier especie de mamíferos es defender su territorio y sus crías. O sea, ¿cómo estamos aquí parados? Pero, bueno, si los guardaparques nos trajeron acá es porque se puede». Me explicaron los guardaparques: «Hay que acercarse con mucho respeto, con la cabeza abajo como señal de obediencia, y vemos cómo se porta el macho y si nos acepta o no». Y, efectivamente, llegamos, nos hicimos ahí con mucho silencio y con respeto… Pero no había que pararse con respeto, se sentía el respeto. El macho como que nos miró, así como quien no quiere la cosa, y se relajó, y empezaron las hembras a rascarle la espalda, y dijimos: «Bueno, el tipo está tranquilo». Y en ese momento veo a una de las hembras con una de sus crías en brazos, dándole pecho, y era como: «Uf, ¿cómo no nos sentimos más relacionados con los animales, con los mamíferos especialmente?». Era ver en los ojos de esa mamá gorila todo el instinto maternal que uno puede ver en una madre humana, los comportamientos, etc.

22:09

Me tocó muchísimo el corazón, fue realmente conmovedor. Pero, cuando íbamos saliendo… O sea, hay una cerca, puntualmente, donde uno puede ver dónde va la cerca, dónde está el parque y lo que hay hacia fuera, y podía ver una línea recta larguísima. A este lado, el bosque tropical lluvioso, y, aquí, arrasado, deforestado totalmente para sembrar palma. Una de las cosas que me ha hecho preguntarme la naturaleza es: «¿De verdad somos inteligentes? ¿O simplemente como que hemos desarrollado unas habilidades pero no somos tal vez tan inteligentes?». Porque somos la única especie que extermina sus propios recursos para cosas que no necesita. Y yo no digo que no tengamos una civilización, descubrimientos, etc. Y vuelvo, insisto, no es que vayamos a volver otra vez como cuando éramos cazadores y recolectores, pero en este momento tenemos la solución a los problemas ambientales a la mano. Hace poco vi las cifras de lo que se invierte anualmente en defensa en el planeta y es algo así como… No recuerdo bien, pero es algo así como tres mil millones de millones de dólares. Vi un estudio de una universidad en Suecia que dice que con el 10 % de eso podríamos solucionar el problema del cambio climático y del hambre en el mundo. O sea, tenemos la solución a la mano. Si somos tan inteligentes, ¿por qué no la usamos? Así que la naturaleza me ha hecho preguntarme mucho eso, pero, al mismo tiempo, me ha enseñado algo. Por ejemplo, el concepto del bien y del mal es solo de nosotros, los humanos. El de la justicia o la injusticia es de nosotros, los humanos. En la naturaleza no hay eso.

24:04

Cuando una gacela es cazada por un león, su mamá sufre, pero su mamá no se sienta a decir: «Esto es injusto, esto es justo…». Sobrevivir. Así que una cosa que siento que me enseña la naturaleza es que en la naturaleza la única ley es la ley del equilibrio. Mientras haya equilibrio, la vida prospera, y siento que nos falta mucho para reconectarnos con el equilibrio del planeta y que podríamos hacerlo teniendo la civilización que tenemos y siguiendo descubriendo cosas y desarrollando cosas, pero hay que reconectarnos con el equilibrio del planeta y con el planeta en el que vivimos.

24:49
María Paulina. Hola, Pirry. Mi nombre es María Paulina. Qué dicha, qué emoción, qué alegría estar aquí. En todos tus viajes por el mundo has conocido a miles de personas, pero seguramente hay una persona que te dio un consejo que está en tu corazón. Cuéntanos cuál fue esa persona y cuál fue ese consejo.

25:03
Pirry. Bueno, yo les había contado que de niño, muy pequeño, me soñaba ser un aventurero y explorador. Yo me imaginaba que, cuando tuviera 20, 22 años, sería un valiente explorador, alto y atractivo, de luenga cabellera, envidiado por sus amigos y deseado por las damas, pero, cuando un día abro los ojos, en séptimo semestre en la universidad, definitivamente no era ni alto ni atractivo, tampoco deseado por las damas, y no estaba en ninguna aventura espectacular en ninguna parte del mundo, sino que estaba en la sabana de Bogotá, con el brazo metido en el culo de una vaca. ¿Qué carajos hace uno en tan indigna situación? Pues ni la vaca ni yo teníamos ninguna cosa extraña, pero estaba tratando de sacar las mejores notas en la carrera de Zootecnia y Veterinaria, y parte de eso era la reproducción de los vacunos. Además de que soy bien bajito, con el frío que hace en la sabana de Bogotá a las cinco de la mañana, lo único que estaba cómodo en ese momento era el brazo que tenía ahí metido. Y a ninguna vaca, por casquivana que sea, le gusta que uno le haga eso. La vaca se movía y yo con ese brazo para aquí y para allá, y, por un momento, la vaca se quedó quieta. Y cuando una vaca que tiene el brazo metido por allá se queda quieta es porque algo está pasando. Saqué la cabeza para mirar hacia la vaca y la vaca me estaba mirando. «¡Qué vergüenza, por favor! ¡Hermana vaca, perdóname!». Y la vaca me habló telepáticamente, porque ustedes saben que las vacas no dicen ni mu, y la vaca me preguntó: «Oiga, amigo, ¿qué está haciendo?». «Ay, no, hermana vaca, perdóneme, pero es que estoy en la carrera de Zootecnia y Veterinaria, me dijeron que tenía que hacer esto, quiero sacar las mejores notas y entonces pues me toca».

26:59

Me dice la hermana vaca: «Te voy a cambiar la pregunta. ¿Te quieres quedar haciendo esto el resto de tu vida?». Tuve una revelación, una epifanía, así que el ser de luz que me ha dado el mejor consejo fue la hermana vaca, que me dijo: «Haz tu vida, no la que te dicen que hagas». Saqué el brazo de ahí y le di gracias a la vaca y me fui a decirle a mi mamá: «Muchas gracias por el patrocinio y el apoyo, pero yo no quiero ser veterinario y zootecnista». Al final terminé la carrera, pero inmediatamente empecé a buscar mi verdadero destino. Y siempre le daré gracias a esa vaca por alumbrarme el camino. Ese y un consejo que me dio un amigo, que me dijo: «No busques tanto afuera lo que debes tener adentro». Y creo que antes de salir uno a buscar las cosas tiene que empezar por explorar dentro de uno mismo, para encontrar en realidad qué es lo que quiere salir a buscar. Así que creo que esos son los dos mejores consejos que me han dado en la vida, y uno me lo dio una vaca.

28:11
Sebastián Orrego. Hola, Pirry. Mi nombre es Sebastián Orrego. Encantado de estar en presencia tuya, de escuchar estas historias. Además de que eres fotógrafo, escalador, buzo, periodista… ¿Qué te ha enseñado la vida y el riesgo sobre ti mismo?

28:25
Pirry. Bueno, mucha gente cree que, porque a uno le gusta la aventura o los deportes que llaman extremos, que uno no quiere la vida. Eso es muy de perspectiva, porque recuerdo haber llegado una vez al aeropuerto de Bogotá, me subo al taxi y el señor conductor me dice: «¿Usted es el Pirry?». Y yo: «Sí, sí, señor». Y me dice: «Usted no quiere la vida, ¿cierto?». Y me quedo viendo al señor y tenía el cinturón de seguridad apenas acomodado, o sea, no abrochado, sino acomodado, por si lo paraba la policía. Y ese señor iba a 70 kilómetros por hora por la avenida El Dorado, y yo decía: «¿Yo soy el que no quiere la vida o ese señor es el que no quiere la vida?». Yo siento que, cuando uno está en esa cerca, esa delgada línea que separa la vida de la muerte, que no tiene que ser necesariamente porque uno se va a morir… Pero, si estás en la puerta de un avión, o si estás parado en el Salto Ángel, allá arriba, sabes que un paso es la diferencia, pero eso le hace a uno valorar más la vida. Creo que en el momento en que más he valorado la vida fue cuando me dio un edema pulmonar en el Everest. Pasé por todas las etapas: la negación, la aceptación… Decir en mi mente: «Me despido de mis padres, esto fue todo», y luego recuperarme y como que «ay, tengo la vida aquí otra vez, gracias, la voy a aprovechar». Siento que el riesgo, utilizado de manera inteligente, de manera estratégica, es una gran herramienta. Es tal vez la diferencia entre alcanzar cosas que uno quiere y sueña y no alcanzarlas. En algún momento hay que dar ese salto al vacío, en algún momento hay que arriesgarse. Lo inteligente es saber cuándo, cómo, racionalizar el temor.

30:21

Por ejemplo, antes de salir a hablar en público, siempre me da mucho miedo. Se me seca la garganta, etc., porque mi cuerpo no sabe si estoy nervioso porque me van a atracar en el TransMilenio o porque voy a salir a hablar en público. Si racionalizo mi temor, digo: «No, pero, a ver, de esto no me voy a morir. Lo peor que puede pasar es que la gente se ría de mí». Si estoy bien preparado me relajo, salgo, doy el paso al vacío, tomo el riesgo y me lanzo a hablarles. Siento que el riesgo ha sido una gran herramienta en mi vida y, vuelvo e insisto, utilizado de manera inteligente, de manera estratégica, es un elemento imprescindible para alcanzar los sueños. Y, si no existieran seres arriesgados en la vida, no hubiéramos llegado a la luna, no hubiéramos descubierto todo lo que hemos descubierto en tecnología, en ciencia, no hubiéramos llegado a donde estamos, así que pues que vivan el riesgo y la aventura.

31:25
Juan Carlos Serrano. Hola, Pirry. Mi nombre es Juan Carlos Serrano. Admirador, fan de tu carrera, de tus aventuras, de todo lo que haces. Nominado a premios Emmy, cuatro premios Simón Bolívar y muchos más. Has tocado la cima del éxito, has podido estar en el suelo. Quisiéramos saber qué es lo que lo motiva, qué es lo que lo llena de esa fuerza, de, como decimos los colombianos, de ese perrenque para volver cada vez con más luz, con más fuerza y seguir adelante.

32:00
Pirry. Bueno, muchas gracias por acordarte de los premios que me han dado, es muy halagador. Yo mismo me lo pregunto a veces, y he pensado mucho y siento que son las ganas, como que, si yo pongo en una balanza mis inseguridades, las dificultades, los temores, el peligro, incluso las amenazas, y, en el otro lado de la balanza, pongo las ganas, las ganas siempre pesan un poquito más. Siento que las ganas son lo que hace que uno persista, y hay que persistir inclusive cuando parece que no hay salida. Me parece que cuando uno ve más negro el panorama es cuando más hay que persistir. Muchas veces sentí en mi carrera que esto ya no iba para ninguna parte, y siento que lo que me ayudó es que, a pesar de que me levantaba de la cama y decía «esto no va a pasar nada», hacía el trabajo de persistir. Esas ganas creo que están muy relacionadas con los sueños. A nosotros nos enseñan o nos tratan de decir en las charlas de motivación que todos los sueños son posibles. No lo son. Yo sueño con llegar a Júpiter, pero la humanidad quien sabe cuándo va a llegar a Júpiter. Tener un sueño y luchar por él no es la garantía de que vas a hacer realidad ese sueño, pero tener ese sueño y no luchar por él es la absoluta garantía de que no vas a estar ni cerca. Los sueños no van a venir a tocarte a la puerta, la vida no va a venir a tocarte a la puerta. Hay que salir a buscar los sueños, a buscar la vida, y hay que meterle ganas, porque al final, créanme, el sueño es espectacular, cumplir el sueño es espectacular, pero dura 10 minutos. Uno mira hacia atrás y se da cuenta de que lo emocionante es estar persiguiendo el sueño.

33:57

Por eso uno cumple un sueño y quiere tener otro, cumplir otro, y se nos olvida regocijarnos y disfrutar el momento, la experiencia, inclusive cuando es dura, cuando te duele, cuando lloras. Al final, la mezcla de todo eso es lo que hace que la vida valga la pena, así que hay que meterle ganas, perrenque, verraquera, como tú dices, y persistir por negro que se vea el paisaje.

34:30
Karen Zapata. Hola, Pirry, mucho gusto. Mi nombre es Karen Zapata. Para mí es un honor tenerte aquí de frente. Recuerdo algo muy lindo, y es estar sentada con mi padre, que en paz descanse, viendo televisión y verte a ti enseñarnos a Colombia y al mundo. Gracias por enseñarnos esos tesoros tan hermosos que tiene Colombia. Quiero preguntarte, Pirry, qué historia, qué rostro o qué lugar te inspiró o te hizo dar ese suspiro para decir o tomar tu decisión, como «eso era lo que estaba buscando».

35:07
Pirry. De verdad que es muy bonito que me digas eso y sentir como que el trabajo que uno ha hecho te haya inspirado o despertado algo. Como te digo, esas son las cosas que no las paga un salario. Mi primer destino siempre fue Colombia. Es increíble cómo no nos damos cuenta y valoramos ser el segundo país más biodiverso del mundo. La gente está metida en las ciudades y muchas veces tenemos un parque nacional al lado. Al lado de Bogotá está el Parque Nacional de Chingaza. Mucha gente me dice: «Ay, Pirry, pero es que usted viaja porque usted tiene los recursos». Hay que empezar por lo que se tiene cerca. Yo no empecé yendo a los Himalayas, empecé yendo a las montañas de Colombia. Hay que salir a conocer el país, conectarse con el medio ambiente, y, en ese proceso de descubrir y disfrutar esa biodiversidad que creo que es nuestra máxima riqueza, he encontrado lugares y personas que le devuelven a uno la fe en el espíritu de los colombianos, que vivimos tan sumergidos en esta violencia y en este odio y en esta intransigencia. Hace poco tuve la oportunidad de visitar un lugar que se llama Bosques de Pandora. Le pusieron así por la famosa película esta. Allí hay un lugar que se llama el hoyo de la Tronera. Es un hueco, tiene como unos 170 metros de profundidad. Al principio es una pared de unos 40 metros, toda tapizada en musgo, y de pronto se abre como una galería gigantesca y es una caverna increíble. Cuando yo estaba haciendo el contenido de ese lugar, decía a la cámara: «Esto no es Camboya, esto no es Vietnam, esto es Colombia». Y para mí también fue un descubrimiento.

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Detrás de ese lugar tan maravilloso, hay una historia. Ese lugar estuvo mucho tiempo vedado para todo el mundo, porque eso era territorio de la guerrilla. Cuando intentamos hacer ese proceso de paz que intentamos, esa paz tan esquiva para nosotros los colombianos, ese lugar se pudo despejar y ahora se puede visitar. Y siempre pienso: «Tanta belleza que tenemos aquí, en este momento, en este lugar…». Ahí, en ese lugar donde estaba, es donde quiero estar. Quisiera poder estar así en todo el país. El cañón del río Guejar, en el Meta, es otro lugar impresionante, que de verdad uno dice: «Esto podría ser lo que uno ve en las postales de Tailandia». Las paredes de roca, increíbles. Un río que en verano es absolutamente azul, prístino, transparente, se puede recorrer en balsa. Y la gente que está haciendo el turismo sostenible en este lugar es gente que ha tenido que sufrir todas las violencias de este país, la otra Colombia que uno no ve desde la ciudad. Y estando ahí, navegando el cañón del río Guejar, con esta persona que me decía: «Mire, yo sembré yuca, yo sembré plátano, yo sembré coca. Nada, nada me sirvió, porque no hay infraestructura, no hay vías, no nos compran las cosas»… ¿Cómo va a ser paz así? Y, sin embargo, ahora que este lugar se puede visitar, encontraron en el turismo sostenible una alternativa, y es donde digo: «La verdad, el lugar donde quiero estar en esta Colombia tan maravillosa es cualquier lugar en Colombia que esté en paz». Y ojalá todo, todo el país algún día de verdad pudiera estar en paz.

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Sebastián Perdomo. Hola, Pirry, ¿qué tal? Mi nombre es Sebastián Perdomo. Quería preguntarte, de todos tus viajes descubriendo culturas y llegando a mundos inexplorados, ¿qué recuerdas aún que te deja sin aliento?

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Pirry. En el año 2019, estaba haciendo un documental sobre la caza ilegal de elefantes y rinocerontes en África para el tráfico de colmillos y cuernos. Como productor independiente y latinoamericano, obviamente, los presupuestos que uno tiene son con las uñas, comparados sobre todo con lo que puede ser un documentalista o un productor norteamericano o europeo, así que había que, mejor dicho, manejar el dinero de la manera más práctica posible. Pero con la naturaleza no puedes programar nada. Lo que la naturaleza quiera y a la hora que quiera. O sea, que era como una apuesta, y teníamos lo suficiente para quedarnos tres días en el Parque Nacional Tsavo. Uno quisiera capturar el momento más salvaje posible, ojalá cuando atrapan a los cazadores furtivos que asesinan a los elefantes y los rinocerontes, pero lo que la naturaleza dispusiera. Al segundo día, muy temprano, nos llaman de la unidad veterinaria y nos dicen: «Vamos a buscar una leona que creemos está herida o se le rompió un diente, porque el guardaparques no ha visto señas de que ella haya cazado. Ella tiene cría, entonces queremos ir a ver qué pasa, cómo está». Un carro de safari había atropellado a una cebra. La gente de la unidad veterinaria echó la cebra en la camioneta. Teníamos que conducir unas tres horas hasta donde supuestamente estaba la leona para dejar esa cebra ahí, a ver si la leona que no podía cazar se alimentaba y amamantaba a los cachorros. Bueno, a la de Dios. Horas en ese carro, a ver qué pasa, esperando encontrar material interesante para el documental.

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Cuando llevábamos como una hora de trayecto, se para el carro, se baja el veterinario de la camioneta de ellos, viene a la de nosotros y nos dice: «Miren, nos acaban de informar de otra parte del parque de que hay un elefante que lo hirieron hace unos tres días con una flecha envenenada. Está ahí, o sea, sabemos dónde está, y vamos a cambiar los planes. Vamos a intentar hacerle una cirugía a ese elefante porque estamos seguros de que está ahí. En cambio, la leona no sabemos. ¿Están de acuerdo?». «Donde nos quieran llevar, lo que ustedes digan». Arrancamos hacia allá, detrás de la unidad veterinaria. Encuentras estos machos elefantes jóvenes, los machos jóvenes que nunca están en los grupos de las hembras. Un elefante es muy lindo, un elefante es imponente, pero, si me sueltas en la selva, le tengo mucho más miedo a un elefante que a un león. El elefante es la criatura más poderosa en la selva, no tiene depredadores. Los leones tratan a veces, cuando son crías, pero el elefante es el animal más poderoso de la sabana africana. Claro, ellos ven la amenaza y empiezan a alinearse como si nos fueran a atacar. Y yo decía: «Este es el trabajo diario de este veterinario y de sus asistentes, muchos verracos», así como dicen, porque literalmente arriesgan la vida para salvar a estos animales. El animal no sabe si lo quieren ayudar o no, lo que ve en el humano es una amenaza. Primero, estos tipos con el carro separan el elefante herido de la manada, con la suficiente habilidad para que el elefante no los ataque. El elefante es el único animal que puede voltear un carro. Bueno, y el rinoceronte, pero particularmente el elefante. Primero toda esta maniobra. Luego, como en las películas, sacan el rifle de aire, ponen el dardo… Y yo al lado del veterinario, grabándolo aquí.

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El disparo en la nalga del elefante, el elefante que se sacude y luego persígalo, porque, cuando le hace efecto la anestesia, si el elefante cae mal, se puede romper una rodilla, y ahí sí toca sacrificarlo. Cuando el elefante está medio borracho, esta gente tiene que venir, tirarle unas cuerdas y empujarlo hacia un lado. Y ha sucedido que el elefante reacciona y él, con un golpe de uno de sus colmillos o de la pata, mata al asistente o al veterinario. Era una mezcla de adrenalina y emoción al tiempo ver todo este proceso, la agilidad de estas personas, y sentir caer un mastodonte de cinco toneladas. Es poderoso, y verlo caer y verlo al mismo tiempo en su fragilidad. Y estos señores tienen que, en 15 minutos, hacerle una intervención al elefante que básicamente es retirar el veneno de la herida, hacer una mezcla que es como una masa epóxica, como pegante, pero que además está llena de antibióticos, ponerle esa plasta ahí y luego ponerle una contra de la anestesia para que el elefante reaccione y se vaya. Todo esto pasaba tan rápido como que, igual que con el volcán, mi mente como que no lo lograba procesar. No podía creer que estuviera en ese lugar, que tuviera esa suerte de poder capturar ese momento, que además fuera un momento bonito, un momento que iba a terminar en salvar la vida de ese animal, una historia con final feliz dentro de esa tragedia que es la cacería ilegal de animales en África y en todas partes del mundo para esos tráficos tan estúpidos que hay. Pero, en un momento, ya le ponen entonces en la vena de la oreja como la contra de la anestesia y el elefante reacciona y se levanta.

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Y ya los veterinarios y los asistentes están a unos 20, 25 metros, nosotros también, y el elefante se para, se sacude como diciendo «¿y aquí qué pasó?» y se queda mirando fijamente al veterinario yo diría que por unos cinco segundos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Sacudió las orejas y se fue otra vez hacia donde estaban sus compañeros. Y, dentro de mí, yo pensaba en ese momento: «Este elefante entendió. Este elefante se dio cuenta de lo que sucedió aquí, se dio cuenta de que estos humanos lo querían ayudar, a diferencia del humano que intentó matarlo». No sé si es mi imaginación, pero es lo que percibí en ese momento, y ese momento ha sido uno de esos top en mi vida, uno de esos momentos indescriptibles y que me llevaré a la tumba y nunca olvidaré.

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Chico 3. Qué momento tan grande, y te lo agradezco demasiado, porque has inspirado en mí de verdad muchas cosas que quiero descubrir en mí y esos miedos que quiero afrontar. Hablando de momentos grandes, hoy todo se graba, hoy todo se sube, pero a veces las cámaras no alcanzan a captar muchas cosas y se quedan fuera. ¿Qué momento memorable crees tú que se te ha quedado por fuera en una de estas imágenes?

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Pirry. Bueno, creo que muchos. Y a veces, aunque logras capturar el momento en la cámara, no es suficiente para describir lo que estás viviendo en ese instante. En estos últimos años de mi carrera, descubrí algo nuevo. Me encanta, porque ha sido ya en el quinto piso, ahorita en los 50 años, tengo 53. Es el «free diving», que es básicamente como bucear pero sin tanque. Me apasionan los cetáceos, los mamíferos marinos, las ballenas, los delfines, todos, y la mejor manera de documentarlos es así, sin el tanque, porque te permite moverte rápido. No tienes que sumergirte mucho, esos cetáceos tienen que salir a respirar. Lo mejor sucede en superficie, y, si puedes bajar 10, 15, 20 metros, muchísimo mejor el material que puedes obtener. Estaba en la isla de Tonga, haciendo un documental sobre ballenas… Tonga es tal vez el mejor lugar del mundo para ver esta especie. Está tan lejos, en la mitad del Pacífico sur, y al lado está la Polinesia Francesa. La pesca es muy limitada y los animales se mueven con muchísima confianza. Cuando uno se acerca, de verdad, se sienten muy tranquilos. Más que no tenernos miedo, es como que nos ven como lo que somos, estas criaturitas, y uno siente como que son sabias. Cuando logras estar cerca de una de ellas y la ves al ojo, porque no se puede mirar a los dos al tiempo, te das cuenta de que es un mamífero, de que es como tú. Es muy diferente que ver un tiburón. Su mirada es totalmente distinta. El tiburón es muy básico, la ballena es un mamífero como tú. Y a veces, un par de veces, he tenido la inmensa felicidad y privilegio de que la ballena quiera interactuar conmigo.

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Un animal de unos 20 metros, veintipico de toneladas, lo he venido a venir hacia mí y decir «me mató», y darme cuenta de que en el último instante mete su inmensa aleta hacia un lado para no tocarte, como absolutamente consciente de tu fragilidad. Se han registrado comportamientos donde las ballenas tratan de proteger a un humano, por ejemplo, de un tiburón. Eso lo documentó una bióloga muy famosa. Tienen como un sentido maternal y de protección, inclusive hacia otras especies. Es increíble. Y, estando en esas aguas de Tonga, en un momento en el que ya ni siquiera tenía la cámara, simplemente estaba ahí, la ballena se quedó como tranquila con su compañera, como jugando. Yo siento como que querían jugar con nosotros, y quiero compartirles esta imagen de ese momento. Ese soy yo. ¿Alcanzan a verlo? Pareciera que la ballena está mucho más cerca de lo que en realidad está. Es el efecto de la cámara. Esa ballena es muy grande, pero en un instante empezó a girarse y a abrir las aletas. Cuando las ballenas abren las aletas y te muestran la panza es una señal de absoluta tranquilidad, porque es su parte más frágil. No están a la defensiva. Yo estaba poniéndome de cabeza y era como que no me alcanzaba la mirada para ir de la cola a la cabeza, y las emociones eran tantas al mismo tiempo que lloré, se me erizaron los pelos, todo debajo del agua.

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Llorar debajo del agua, las lágrimas saladas, el océano, es como si la esencia de la vida saliera por mis ojos y se conectara otra vez con el mar de donde venimos todos. Todos los pensamientos que ustedes quieran se me venían a la cabeza. Era como… un orgasmo increíble. Sí. Suena a frase de cajón, pero no hay palabras para describirlo. Y, aunque la imagen sé que es hermosa y la tengo ahí como en mi colección del ego, mi colección personal de momentos, la imagen no logra transmitir lo que en realidad uno siente en ese momento, sobre todo cuando haces contenidos documentales sobre estas especies y sabes lo difícil que es y cuántas veces hay que ir al océano y cuánto hay que aprender de cómo comportarte al lado de una especie para lograr documentarla. No me lo esperaba, la verdad. Sucedía y, mientras sucedía, no puedo creer, o sea… Hasta que empecé a sentir la presión en mi cabeza y me di cuenta de que ya estaba como bajando mucho y ya me solté, empecé a subir de nuevo y la ballena como si nada. Debió sentir en ese momento: «Ah, este bichito. Bichito, bichito». Y siento que las ballenas están como en un nivel muy superior al nuestro, como en un nivel de conciencia donde la violencia no existe si no se necesita.

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Yo creo que nos miran y debe ser como que no nos comprenden. Las hemos cazado y las hemos matado tanto durante tanto tiempo y ellas no nos atacan. Hay como una mirada de compasión, siento yo, como de ellas a nosotros, y creo que entienden también cuando te acercas como de buena voluntad. Y cada tanto puede suceder ese milagro maravilloso de que, además de estar y pasar cerca de donde tú estás, se detenga un momento a ver qué eres y de pronto quiera jugar un poquito contigo.

52:37
Andrés. Pirry, maestro. Mi nombre es Andrés. Un placer compartir este espacio contigo. Seguramente ya estás cansado de que te pregunten por todo lo malo que pasa con el medio ambiente. Quisiera más bien que nos cuentes qué crees que estamos haciendo bien y en dónde encuentras tú motivo para el optimismo.

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Pirry. A veces encontrar ese optimismo es difícil. A veces, siento que lo que hacemos por el medio ambiente es así y lo que hacemos en contra del medio ambiente es así. Pero, como me decía un famoso documentalista, no podemos perder la esperanza. Y, cuando trato de encontrar argumentos para sostener esa esperanza, una de las historias que más me motiva tiene que ver precisamente con las ballenas. Para 1982, habíamos exterminado las ballenas a un nivel donde, por ejemplo, ballenas jorobadas quedaban unas 450 no más en el planeta, 450. En ese momento, el capitán Paul Watson, uno de mis héroes, estaba en sus veintes. Él es un señor canadiense, activista desde muy joven. Aterrado de eso que estaba sucediendo, creó Greenpeace junto a un amigo suyo, y la primera causa que querían era esto de las ballenas. Él me decía, en una entrevista que le hice: «¿Qué impacta al mundo? El sexo y el escándalo. ¿Cómo utilizamos el sexo y el escándalo para salvar a las ballenas?». Él siempre ha tenido muy presente que hay que ser mediático, lo que hoy en día llamaríamos viral. Si las cosas no son virales, parece que no existieran. ¿Cómo vuelvo virales a las ballenas? ¿Cuál sería el escándalo? Tengo que llevarle a la gente las horribles imágenes de cuánto padece una ballena cuando la atraviesan con un arpón, cómo es su agonía, que la gente se conmueva, se escandalice y por esa vía se entere de las cifras.

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Gracias a ese escándalo que causaron, nace en 1982 la Comisión Ballenera Internacional, y la Comisión Ballenera Internacional, creo que para 1986, logra la prohibición de la caza de ballenas en el mundo. Hay dos o tres países que no la han respetado, pero, en términos generales, pasamos de 450 ballenas a casi el mismo número de ballenas que había antes de que empezáramos a cazarlas. Una recuperación… La evidencia de que sí se puede cuando nos ponemos de acuerdo. Viendo lo que está pasando actualmente, me preocupa que nuestra atención se esté dispersando demasiado en contenidos estúpidos y vacíos en las redes sociales. Yo les decía, cuando yo era niño, la información es un privilegio. Ahora la información sobra. Pero siento que nunca habíamos sido tan estúpidos como lo somos ahora. Hay tanta información, pero la información no es necesariamente buena. Estás alimentado de información vacía y estúpida todo el tiempo, y lo realmente importante no lo es. Siento que alguien tendrá que echarse un cabezazo como el del capitán Paul Watson en los ochenta. Hoy en día, tiene su fundación Paul Watson, y va y se interpone con sus barcos frente a los balleneros japoneses en aguas internacionales. Es una leyenda ese señor. Pero digo: «¿Será que aparece alguien de esta nueva generación que, interpretando esta realidad tecnológica en la que estamos, logre causar esa viralidad hacia lo que esté pasando en el planeta?». Viendo la historia de Paul Watson tengo el optimismo de que eso pueda pasar y de que lo que hacemos por el planeta, que es así, se vuelva así, y por lo menos le pueda competir a lo que hacemos en contra del planeta.

56:48

Y, aunque a veces, de verdad, me vuelvo un poco nihilista, historias como esas son las que me hacen recuperar la esperanza, pensar que todavía se puede y reconciliarme con el espíritu humano, y pensar que sí, que, si nos ponemos de acuerdo y ponemos las prioridades sobre la mesa, en algún momento vamos a reaccionar, y que esto espero de corazón vaya a cambiar. Gracias.

57:22
Juliana Vallejo. Hola, Pirry, ¿cómo estás? Un placer estar acá contigo. Mi nombre es Juliana Vallejo, un gusto conocerte. Tú eres un gran defensor de los océanos y yo pienso que a ti el planeta te habla al oído. ¿Qué crees tú que nos quieren decir los mares?

57:40
Pirry. Yo creo que el océano nos habla al oído a todos. Lo que pasa es que no todos lo escuchamos. Hay tanto ruido ensordecedor alrededor nuestro que no le paramos bolas. Siento que si el océano nos dice algo no es «ayúdame», «sálvame». No. Es «yo puedo existir sin ti, tú no puedes existir sin mí». El océano produce el 50 % del oxígeno que respiramos, más que las selvas, los bosques… El océano recapta el 30 % del CO2 para mitigar el efecto invernadero del calentamiento global. El océano es fuente vital de alimento. En fin, el océano es todo. El océano está en un estado crítico, pero el océano se recuperará. Ahora yo quiero hacerles una pregunta a ustedes. ¿Vamos a salvar el planeta? No, les pregunto. ¿Vamos a salvar el planeta?

58:44
Público. ¡Sí!

58:46
Pirry. ¿Sí? Pero se sienten como… ¿Vamos a salvar el planeta?

58:50
Público. ¡Sí!

58:51
Pirry. ¿Vamos a salvar el planeta?

58:53
Público. ¡Sí!

58:54
Pirry. Pues no. El planeta no necesita que lo salven. El planeta está aquí hace millones y millones de años. Ha extinguido especies mucho más grandes y poderosas que nosotros. Estará aquí millones y millones de años después. Podemos lanzarnos todas nuestras armas atómicas, extinguir casi que al 100 % la vida sobre el planeta y, con cuatro bacterias que sobrevivan, esto se vuelve a poner otra vez verde y azul, y en los tiempos del planeta no es nada, son unos segundos. Mientras sigamos viendo el concepto del medio ambiente como una cosa buena que hacemos para salvar el planeta… Tan buenos que somos, vamos a salvar el planeta. Y no lo veamos como un asunto de supervivencia… No es si vamos a salvar el planeta, es si nos vamos a salvar nosotros. Si acabamos con esos recursos y lo que nos da el medio ambiente, los que vamos a extinguirnos somos nosotros. Así que tomar conciencia y ser lo suficientemente juiciosos para entender en realidad cuáles son los problemas y cuáles son las prioridades, porque a veces el ambientalismo se vuelve lo que es viral, y a veces lo viral… Amo a los perritos, amo a las mascotas, pero salvando a los perritos no vamos a salvar el planeta. Si le pusiéramos la misma atención a los perritos que a las especies que están en vía de extinción o a los ecosistemas que están en vía de extinción, esto sería otro mundo, así que tenemos que cambiar ese chip. Tenemos que tomarnos el tiempo de informarnos, entender cuáles son las prioridades, y ahí sí creo que podríamos entrar en el camino de salvar no al planeta, sino de salvarnos como especie en este planeta.

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Ese es como el mensaje que les quería dar, y el de que no pierdan la esperanza. Pongamos de nuestra parte, pero exijamos que corporaciones y gobiernos también pongan de su parte. Gracias.