Aprender y desaprender: cuatro elementos y el ejemplo de Djokovic
Gerry Garbulsky
Aprender y desaprender: cuatro elementos y el ejemplo de Djokovic
Gerry Garbulsky
Director de TED en español
Creando oportunidades
Descifrando el rompecabezas de la vida
Gerry Garbulsky Director de TED en español
El efecto mariposa de la imprenta de Gutenberg
Gerry Garbulsky Director de TED en español
Gerry Garbulsky
“Aprender, tanto conocimiento como saber hacer, tiene que ver con cómo podemos reconfigurar las conexiones que tenemos en nuestra mente. Aprender significa reconectar nuestras neuronas de forma que puedan hacer algo que antes no podíamos hacer o que sepan algo que antes no sabíamos’. Y, entonces, ¿cómo hacer para lograr plasticidad neuronal?”. El orador Gerry Garbulsky lleva más de 30 años reflexionando sobre las lecciones de vida y el misterio del aprendizaje que obtenemos de cada experiencia, cada conocimiento y descubrimiento realizado por la humanidad. Licenciado en Físicas y doctor en Ciencias Materiales por el MIT, después de dedicarse durante 13 años a la consultoria de estrategia de negocios para The Boston Consulting Group (BCG), su interés por la comunicación y por el ser humano le llevaron a dar un giro a su carrera profesional y dedicarse a la divulgación.
Garbulsky es director de TED en español y organizador de TEDxRíodelaPlata, creador del podcast ‘Aprender de Grandes’ y co-fundador del proyecto educativo ‘El Mundo de las Ideas’, espacios en los que continúa reflexionando sobre la capacidad de aprendizaje del ser humano. “El secreto para aprender toda la vida es la motivación, la sorpresa y la dedicación o el tiempo que le dediquemos. Es más difícil aprender a medida que crecemos, pero no es imposible si uno tiene estas puertas conscientes y abiertas y las desarrolla, y, si lo hace, puede aprender hasta el último día. Creo que el día que dejamos de aprender es el comienzo del fin”, concluye.
Transcripción
Hace unos 20 años me enteré de este movimiento que existe para extender la expectativa de la vida humana, de que podamos vivir más años. Y si uno sigue acelerando ese proceso de entendimiento de la salud, de la vida y de cómo prolongar la vida saludable, en algún momento vamos a poder vivir mucho, inclusive quizás tanto como queramos. Y cuando me enteré de esta idea de la vida infinita, yo me puse supercontento porque iba a poder hacer todas esas cosas que quería hacer. Entonces, me leí todos los libros que había sobre la extensión extrema de la vida. Me hice muy fanático de un montón de gente que investiga esto para tratar de entender cómo hacer para prolongar la vida mucho. Pero… Siempre hay un «pero» en estas historias. Hace unos cinco o seis años me di cuenta de que a pesar de que esto en algún momento quizás suceda, yo no lo voy a ver, no va a estar a tiempo para que yo pueda vivir tanto como pueda. Quizás mis hijos o mis nietos lo vean, pero yo probablemente no. Primero, bajón total porque piensen que hubo más o menos 10.000 generaciones de seres humanos desde que el Homo sapiens está en la Tierra y me lo pierdo por dos generaciones o por una. O sea, bueno, bajón total. Pasó un momento de depresión, digamos, no tan grave y después empecé a salir, cuando me di cuenta, que quizás lo que tenemos que hacer no es intentar alargar la vida, sino ensancharla. Qué pasa si en vez de estar enfocados en esas cosas futuras que quizás vayamos a hacer, nos enfocamos más en lo que estamos haciendo ahora y tratar de hacerlo de la manera más ancha posible, es decir, conociendo más gente, desarrollando más vínculos, aprendiendo más cosas, disfrutando más de cada momento… Es muy loco porque con esta idea inicial que yo tenía de alargar la vida, estaba posponiendo el disfrute, el placer… Entonces, cambié la perspectiva de alargar a ensanchar y ahora creo que estoy bastante dedicado a eso. A veces me va bien, a veces no tan bien, pero intento ensanchar la vida. Ahora quiero escuchar sus preguntas.
“¿Qué pasa si en vez de estar enfocados en cosas futuras, nos enfocamos más en lo que estamos haciendo ahora?”
Si uno piensa la vida como un rompecabezas, lo que tenemos que hacer como seres humanos es ser buenos coleccionistas de las piezas de nuestro rompecabezas. Tenemos que aprender a ir coleccionando esas piezas para que estén disponibles cuando las necesitemos para armar algo, para enfrentar un desafío que tenemos o aprovechar una oportunidad que la vida nos puede presentar, o para ayudarnos a tomar una decisión o cuando queramos justamente dejar una huella más grande, más profunda, de más impacto a una persona o a muchas en un entorno chiquitito o en un entorno más grande. Entonces, segunda idea del rompecabezas de la vida, lo llamo los covers. Un cover es cuando alguien interpreta una canción que compuso otra persona. Durante mucho tiempo yo pensé que los covers eran un género musical menor. Hasta que me pasó algo cuando escuché un cover que me voló un poquito la cabeza. Este era un cover, que hizo Jacob Collier. Jacob Collier es considerado el Mozart moderno por muchas personas. Es un músico muy joven, que me asombró mucho la primera vez que lo vi haciendo un cover de Stevie Wonder.
Si yo hubiera escuchado primero una de sus canciones originales, quizás no la hubiese podido ni siquiera procesar, ni valorar, ni apreciar. Pero empecé con la de Stevie Wonder y ahí yo pude aislar la canción de la interpretación. La canción era una que yo ya conocía mucho porque la consumí muchísimo de adolescente y ahora escuchaba una nueva versión que me abrió un mundo gigante. Esa es la primera idea de que los covers quizás no son un género menor, por lo menos no para mí. Lo segundo es que me di cuenta de que en la vida todos hacemos covers todo el tiempo. Es muy difícil de inventar algo nuevo, nuevo. Inclusive la gente que admiramos, como los grandes revolucionarios de las ideas en el mundo… Tomen Picasso, por ejemplo. Picasso no nació e hizo el Guernica o hizo la magia con el cubismo o pintó su paloma. No, él empezó haciendo covers de los clásicos. Él empezó copiando los cuadros de los grandes maestros y de a poquito fue encontrando su voz, y hoy es muy difícil, mirando el Guernica, reconocer la influencia previa, pero eso fue todo un proceso que se fue desarrollando. Tenemos en nuestra sociedad un mandato de originalidad que nos pesa mucho. «Eso que estás diciendo no lo inventaste tú». «No, no lo inventé yo. Ni ustedes». Casi nada es nuevo. Yo voy a proponer que nos deshagamos de eso, porque me parece que es un peso grande y está bien para llegar a ser Picasso o para llegar a ser un Jacob Collier, empezar haciendo covers y reconociendo los covers que ya hacemos, no solo en obras de arte, si no en cómo nos comportamos como madres y padres, que quizás se parece a algún modelo que tenemos consciente o inconscientemente, quizás de cómo fuimos criados o de gente que vimos.
Cómo somos como líderes de equipos en nuestras organizaciones, cómo somos como docentes. Cada uno de nosotros se parece en algún lugar a cosas que ya vimos. Estamos todo el tiempo haciendo covers, pero lo más lindo de esto, para mí por lo menos, es cuando alguna de estas ideas viene de alguien cercano y te hace resignificar una pieza importante de tu rompecabezas. A veces, me pasa que alguien me dice algo y me doy cuenta de que una pieza que yo creía que tenía cierta forma, en realidad era otra cosa totalmente distinta. Y entonces quiero leerles otro texto que intenta reflejar esa idea con algo que me pasó hace no mucho tiempo. Se llama La de Lengua de tercero: «Todos le teníamos terror a la de Lengua y Literatura del tercer año de la secundaria, el bachillerato, el instituto, el colegio, como lo llame cada uno de ustedes. Hoy amo la lectura, la escritura, las palabras, pero a mis 15 años todavía no. Ese día nos iba a tomar la primera prueba, el primer examen. Era sobre El cerco de Numancia de Cervantes. Yo no había leído el libro, ni siquiera el resumen que circulaba en fotocopias ilegales, tampoco ese. Cuando la vi entrar al aula ya sabía que me iba a ir mal y que me veía encerrado estudiando en diciembre, mientras mis amigos ya disfrutaban de sus vacaciones. Pero una de mis compañeras tuvo una idea brillante». Escuchen.
«Esa idea generó una tradición durante todo el año que evitó las pruebas y nos regaló un diciembre de felicidad a toda la división, a todo el grupo. Antes de que tuviera tiempo de dejar su cartera sobre el escritorio, mi compañera le dijo a la profe: “Profe, profe, estoy leyendo un libro y en una parte dice ‘enquistarse solapadamente’ y no lo entendí. ¿Qué quiere decir?” La de Lengua se transformó. Con mucha pasión le dedicó los siguientes 20 minutos a explicarnos que “enquistar” significa ‘transformarse en un quiste’, algo que tienes en el cuerpo que no debería estar ahí, que puede ser bueno o puede ser malo y que probablemente estaba usado como metáfora, que se refería a alguna idea o algo de la cultura que se mete dentro de nosotros, que se transforma en parte de quienes somos en nuestra identidad. Y, solapadamente, es que lo hace sin que nos demos cuenta. Disimulando como quien no quiere la cosa. Al terminar la explicación, la profesora miró su reloj y nos dijo que lamentablemente ya no quedaba tiempo para la prueba, que la íbamos a tener que dejar para la clase siguiente. Y en la clase siguiente se olvidó y arrancó el nuevo tema del programa de Lengua de tercero. Después desarrollamos la estrategia. Durante todo el año nos turnamos para llevar preparadas preguntas sobre palabras que no entendíamos para entretener a la profesora y que después no le quedara tiempo para tomarnos la prueba. Y siempre siempre le llevaba la mitad de la hora, no le quedaba tiempo para la prueba y se olvidaba de tomarla en la clase siguiente. Me gusta mucho contar esta historia como un ejemplo de creatividad y brillantez de mi compañera y de cómo todos logramos engañar a la de Lengua durante todo un año.
Pero hace un tiempito. Cenando con mi esposa y mis hijos, con Marce, con Juli y con Lele. Les conté esta historia y Juli, uno de mis hijos, me dijo algo que me estremeció. Me quedé un rato callado y me tembló el cuerpo como me está temblando ahora. ¿Y si la de Lengua lo tenía todo planeado? ¿Y si nunca nos quiso tomar la prueba? ¿Y si El cerco de Numancia y los libros que siguieron eran simplemente excusas para que buscáramos palabras que no entendíamos y evitar que nos tome la prueba? ¿Y si fue la de Lengua de tercero quien me enquistó solapadamente el amor por las palabras?». Un genio, Juli, que me hizo pensar esto. Y me encanta cuando sucede esto. Cosas que veníamos pensando que eran de una manera. Alguien nos muestra algo que nos hace repensarlo, resignificar. Y eso es muy lindo cuando coleccionamos las piezas de nuestro rompecabezas y, las tenemos ahí disponibles, dejar que vayan mutando, que vayan resignificando, que vayan tomando otra forma. Y es lindo porque aparte nos hace sentir vivos y nos hace seguir creciendo, nos hace seguir ensanchando la vida.
La tercera idea del rompecabezas de la vida que quiero compartir con ustedes toma otra analogía del mundo de la música que son los mash up. No sé si oyeron hablar, pero los mash up en la música es cuando un músico toma distintas canciones, las mezcla, las hilvana, las cose, para construir una nueva canción que tiene como partes, como materia prima, esas otras canciones, pero que es una nueva canción. Eso se llama mash up. Armar el rompecabezas de nuestra vida puede parecerse a componer una canción que sea un mash up, es decir, cómo hacemos para que encajen las piezas. Eso que aprendí en el colegio con eso que me pasó más tarde, con esta relación que tengo, con esto que sueño pueda transformarse en un rompecabezas que vaya creciendo y vaya aumentando mi huella o ensanchando mi vida. Hay una historia que me encanta contar. ¿Ustedes saben cuándo se inventó la rueda? Tiren números. ¿Cuánto? Cinco mil. ¿Quién da más o menos? Tres mil. Ocho mil. Bueno, la respuesta correcta, queridísimas amigas y amigos, es la rueda se inventó hace mucho. Es la respuesta correcta, porque es prehistórica. No hay un documento de alguien que se haya levantado una mañana y haya escrito: “Una cosa redonda estaría muy bien”, pero los historiadores se pelean entre cinco mil y diez mil años. Así que la rueda se inventó hace mucho. ¿Saben ustedes hace cuando se inventó la maleta, la valija? Más o menos en el año 600. Un poquito más, un poquito menos. Año 600, también hace mucho. ¿Saben ustedes hace cuánto se inventó la maleta con rueditas? Anteayer, la maleta con rueditas, la primera patente para una maleta con rueditas es de 1970. Eso quiere decir, queridísimas amigas y amigos, que la humanidad estuvo cargando valijas, partiéndose el lomo durante 1.400 años. Estaba la maleta, estaba la ruedita. ¿No es muy loco? 14 siglos tardamos en ponerle ruedas a la valija, al punto tal que si uno piensa en 1969 fuimos a la Luna. Eso quiere decir que Armstrong, Collins y Aldrin subieron al cohete cargando sus maletas. Bueno, toda esta historia es para contarles que la innovación alrededor de nosotros se parece mucho más a unir cosas que estaban separadas. Se parece mucho más a ponerle ruedas a una valija que a inventar la rueda. Si ustedes miran las cosas alrededor de nosotros que son nuevas, pueden ser productos, servicios, formas de vincularnos, formas de hacer las cosas, lo que quieran, en el sentido más amplio de la palabra, la inmensa mayoría de los casos pueden interpretarse como alguien que tuvo la idea de unir cosas que estaban separadas para resolver un problema, para mejorarle aunque sea un poquito la vida a alguien.
La cuarta idea que quiero compartir con ustedes del rompecabezas de la vida es que, como toda metáfora, no todo lo que viene del dominio inicial, en este caso el dominio de los rompecabezas, se traslada al dominio al cual queremos aplicarlo, en este caso el dominio de la vida. Así funciona la metáfora. Tomamos algo de un sector que conocemos. En este caso, los rompecabezas que todos hicimos rompecabezas en algún momento de la vida. Y decimos: «Veamos cómo los conceptos de esto se aplican a pensar nuestra vida de una nueva manera». Y algunos se aplican, pero no todos. Por ejemplo, cuando uno se compra el rompecabezas de Notre Dame, sabe que tiene mil piezas, que tiene borde y, es más, tiene una foto de Notre Dame y sabe cómo tiene que lucir. Todas esas cosas no funcionan en el rompecabezas de la vida. No tengo ni idea de cuántas piezas va a tener. No tiene bordes y no sabemos cómo va a lucir. Entonces, ese aspecto no se traslada. Y hay otro aspecto que no se traslada, que me parece fundamental, y es que nunca se termina. Mientras estemos vivos, el rompecabezas no se termina. No es como el de Notre Dame, que sabemos se terminó, lo encuadramos y lo colgamos. Y para eso escribí un texto cortito que quiero leerles y que es mi forma de expresar esto. Se llama Nuestro departamento y la Sagrada Familia. Dice así: «Estábamos haciendo una refacción en nuestro departamento y me sentí mal porque me dijeron que se iba a demorar un poco más de lo que esperábamos. Pero en seguida lo puse en perspectiva cuando recordé que la Sagrada Familia, la Basílica de Barcelona que diseñó Gaudí, empezó a construirse en 1882 y después de 141 años todavía no se terminó. Fuimos a visitar la Sagrada Familia con la familia y cuando le preguntamos a la guía por qué se está demorando, nos contó que Gaudí le dedicó sus últimas décadas, pero que no dejó planos detallados, que se financia con donaciones y que por mucho tiempo no tenían fondos suficientes, que la complejidad del diseño hizo que la construcción tuviera muchos desafíos y que las tensiones políticas pararon la obra por años. Me pareció que «la Sagrada», como le dice cariñosamente mi sobrino, es una gran metáfora de la vida. Tener ganas de construir algo. Soñar con cosas casi imposibles. Sentir a veces que nuestros objetivos están cada vez más lejos. Vernos abrumados por todo lo que nos falta hacer y depender de mucha gente para que las cosas sucedan. Hace décadas prometen que la van a terminar en los próximos años, pero terminar la Sagrada sería como completar toda nuestra lista de pendientes. Como no tener proyectos, como no querer profundizar los vínculos con nuestros amigos del alma, como no soñar con conocer gente nueva, como ya no tener incertidumbre. Y ahí me di cuenta. La Sagrada no está en construcción. La Sagrada es en construcción. Estar en construcción, ser work in progress, es parte de su esencia. Es verdad que cuando la terminen va a ser una de las iglesias más lindas y más altas del mundo. El icono de una gran ciudad y muchísimo más, pero ya no va a ser la Sagrada. Gaudí nos dejó una de las mejores metáforas de la vida misma. La refacción de nuestro depto, como le decimos cariñosamente en casa, ya terminó, pero espero que la Sagrada no se termine nunca».
Escuchen este. Es muy cortito. Se llama Punto de quiebre y dice así: «Es la quinta vez que veo un vidrio quebrado en varias partes, pero aún cumpliendo su función. Ahora fue en un colectivo, en un bus. Otras veces fueron vidrieras de locales y también una ventana de un organismo público. Haciendo fuerza para evitar cualquier tipo de psicología barata, pienso en la capacidad de mantenerse en pie de algo que perdió su orden interno y de las múltiples heridas que se desprenden de un solo impacto». A mí me pasa esto y empiezo a pensar en todas esas cosas chiquititas o grandes que están rotas por dentro, pero que siguen cumpliendo su función. Entonces, desde que leí este poema que me regaló Mariana y que compuso Gustavo Yuste, estoy muy atento a entender los quiebres que tienen las cosas y tratar de entender si es sostenible que sigan cumpliendo su función o no y si hay que cambiar el vidrio porque ya está roto y va a dejar de ser vidrio que me proteja. Y entonces si esto me ayuda a identificar cosas rotas, la próxima pregunta es cómo arreglarlas. Y ahí viene la siguiente metáfora en un poema más cortito todavía, que me fascina y que dice así, se llama «Apagón». Escuchen este porque… «Apagón: un recordatorio para cuando lleguen los momentos de tristeza. Al igual que durante los cortes de luz es recomendable salir a comprobar si somos solo nosotros o si es todo el barrio». No sé por qué me emociono cada vez que, es como… Primero la belleza de cómo está dicho no, obviamente. Pero hay algo de pensar eso cuando nos pasa algo como personas, como organizaciones, como sociedades, somos nosotros o es lo que está pasando alrededor de nosotros. Porque la solución que le vayamos a buscar a ese problema que tenemos depende muchísimo de si la luz se nos cortó en nuestro departamento o en todo el barrio. Si es algo interno mío, si es un problema mío o si es algo que está pasando alrededor de nosotros y a veces es difícil distinguirlo. Pero esta metáfora que nos regala este poema me ayudó a pensarlo de esa manera y tratar de distinguir cada vez que siento tristeza en el sentido más amplio de la palabra, ¿no? Y, entonces, pensando en la metáfora, digo: «¿Para qué puede servir esta idea de la metáfora? ¿Para traer nuevas piezas a nuestra vida o para conocer algo nuevo?». Bueno, ahora estamos inundados con la inteligencia artificial. Recientemente, en los últimos meses, años, se han producido desarrollos en la inteligencia artificial que están empezando a tambalear muchas cosas de nuestra identidad, de nuestros roles en la vida, de cómo buscar propósito, de si vamos a tener trabajo o no a futuro. Entonces, ¿cómo hacemos para aprender algo que nos moviliza tanto? Bueno, busquemos metáforas. Les leo algunas porque son buenísimas. Escuchen, escuchen esto. Esta me la regaló Hernán Casciari. Hernán dijo «La inteligencia artificial es como un lápiz nuevo». Él lo que me decía tratando de explicar esta metáfora es que los escritores ahora pueden ayudarse con el ChatGPT o la variante que ustedes quieran usar de estas nuevas versiones de la inteligencia artificial generativa, como se la llama ahora, para escribir mejor, pero que a la larga uno se transforma en un editor de eso y en cómo conversar con la inteligencia artificial para seguir siendo uno el autor, el escritor, el creador de esa obra, pero con otra ayuda. Ese es el lápiz nuevo que tenemos que aprender a usar para poder escribir.
Esa es la primera. La segunda es «Pensemos que la inteligencia artificial es un nuevo medio de transporte». Nosotros íbamos de un lugar al otro. Quizás este medio de transporte nos ayude a llegar de otra manera, quizás más rápido, más cómodo, más bonito. O quizás nos ayude a llegar a lugares donde antes no podíamos llegar. Y de repente ahí, con esta metáfora, la inteligencia artificial como medio de transporte, se abre otra perspectiva de cómo pensar esto que nos está pasando. La nueva revolución tecnológica. Tercera metáfora: «La inteligencia artificial como la nueva revolución tecnológica». Sí, pasaron un montón de revoluciones tecnológicas y podemos aprender de esas revoluciones para entender qué podría llegar a pasar ahora y cómo encajamos dentro de todo esto. De nuevo, una lente nueva para percibir esto que nos está pasando. La inteligencia artificial como el nacimiento o el comienzo de una nueva conciencia global. Esta puede asustarnos un poquito más, pero también es bueno generar esos sentimientos también con la inteligencia artificial. Voy a ir más rápido con las siguientes, para que ya se hagan una idea o no, porque cada una me encanta. La quinta es: «La inteligencia artificial como…». Esta es controversial, puede generar sensaciones raras, pero me la dijo Rebeca Hwang, una gran amiga, también conversando en «Aprender de Grandes», dijo: «Quizás la inteligencia artificial es como un nuevo hijo, que apareció de golpe, neurodivergente de cinco años de edad». Es decir, vieron que la inteligencia artificial, por lo menos las versiones que estamos usando ahora, son buenísimas para ciertas cosas y muy malas para otras. Cometen errores muy torpes en algunas cosas, pero hacen cosas brillantes, como un chico neuro divergente que llegó de golpe y que tiene cinco años de edad. Entonces, si nosotros nos vemos como los padres de ese hijo, tenemos que aprender a vivir con ese hijo, ayudarlo a crecer, a realizarse, a ser feliz, a potenciarse, lo que quiera cada uno, pero entendiendo que tiene destrezas sobrehumanas en muchas cosas y ahí ya se desdibuja si estoy hablando del hijo o de la inteligencia artificial y algunas cosas en las cuales comete errores bastante torpes, ¿no? La número seis: «Una mutación y parte de la evolución». Quizás esto es la forma en que nosotros estamos acelerando la evolución natural, o ya no tan natural, hacia nuevas especies que puedan venir en el futuro y qué va a pasar cuando quizás nos reemplacen o nos complementen de distintas maneras. Esta es interesante, la siete es: «La inteligencia artificial como un hijo que aprende de lo que hacemos, no de lo que decimos». Vieron que muchos de los problemas que tiene la inteligencia artificial es que se alimenta de bases de datos humanas que tienen todos nuestros sesgos, prejuicios, etcétera. Entonces, de repente aparecen inteligencias artificiales que discriminan y decimos: «Uy, qué mal que están». Bueno, somos nosotros. Está representando nuestra historia de un montón de prejuicios. Alguien dijo: «La inteligencia artificial», esta es la número ocho, «como acelerar el nido vacío». Vieron que los padres tenemos esta pequeña preocupación de qué va a pasar cuando nuestros hijos se vayan de casa y quede el nido vacío y quizás tengamos más tiempo, más dinero, más lo que fuera energía para hacer otras cosas. ¿En qué vamos a usarla?
Bueno, de repente la inteligencia artificial nos puede llegar a dar más tiempo todavía y el ocio que no sabemos manejar quizás nos aterra un poquitito si nos queda demasiado tiempo y ya no hace falta que trabajemos. Un escenario positivo, ustedes pueden verlo también del escenario más negativo. Alguien me dijo… La número nueve, esta me la dijo Nicolás Pimentel. Él me dijo: «Pensemos la inteligencia artificial quizás como el último o el nuevo amague de Messi». Porque vieron que hubo un montón de anuncios de tecnologías en los últimos diez, 20 años y la inmensa mayoría de esas no volvimos a oír hablar de los NFT. Las criptomonedas tuvieron un pico de popularidad y después se cayeron. Ahora quizás están volviendo un poquito, pero, bueno, quizás acá no pase nada. Quizás pasen meses o años hasta que realmente tenga algún impacto más grande. No estoy seguro de que vaya para ese lado, pero es una posible metáfora que nos ayuda a verla. La número diez es la solución a todos nuestros problemas. Sí, la inteligencia artificial nos va a resolver todos los líos que nosotros no supimos resolver como seres humanos, es más inteligente y nos va a ayudar y va a estar toda espectacular. Y la última que tengo para compartir con ustedes. La lista es más larga. Elegí once nada más. Esta es muy interesante. Esta me la dijo Mariano Sigman: «La inteligencia artificial como una mascota, un perro digamos, que de repente aprendió a hablar». Es interesante como los perros se comunican con los seres humanos de distintas maneras, pero seguro que están pensando un montón de cosas que no saben cómo decirnos. Lo mismo pasaba con la inteligencia artificial, la gran revolución de esta ola de inteligencia artificial no es que hay mucha más inteligencia artificial, sino que hay una interfaz que nos ayuda naturalmente a conversar con toda esa maquinaria de inteligencia artificial y nos permite acceder algo que ahí. Es como un perro que aprendió a hablar y le puedo decir qué quieres decir con «guau, guau, guau, guau». Ahora podemos entender el lenguaje de la inteligencia artificial. Está bien, ¿no? Está bien cómo las metáforas pueden ayudarnos a coser, a hilvanar, a acercarnos a cosas extrañas, a traerlas al rompecabezas de nuestra vida y darle un sentido que, sin las metáforas, sería poco posible. Así que gracias a Mariana Jasper, a Gustavo Yuste, a Mariano Sigman, a Hernán Casciari, a Rebeca Hwang, a Nicolás Pimentel y a todos los que me regalaron tantas metáforas en todo este tiempo.
Y rápidamente ellos, y mucha gente más, empezaron a descubrir los mecanismos de la vida. Piensen que hasta ese momento solo podíamos ver con el ojo desnudo, sin aumentos, y es muy difícil ver cómo funciona el cuerpo humano en detalle o el cuerpo de cualquier ser vivo si uno no tiene el microscopio. Y, rápidamente, se dieron cuenta de muchas cosas, de cómo funciona la vida, también de cómo funciona la enfermedad, del rol de los gérmenes en la enfermedad. Y hubo una revolución gigante en cómo entendemos la vida y cómo entendemos la salud. Esa es una gran revolución. Poquitos años después, otra persona también en Holanda, muchas cosas pasaban en Holanda en esos momentos, dijo: «¿Qué pasa si tomamos dos vidrios? No exactamente con esta curvatura, un poquito distinta la curvatura, y nos ponemos de nuevo uno arriba del otro, pero en vez de apuntar a cosas chiquitas apuntamos a cosas lejanas o al cielo». Inventaron el catalejo y, después, el telescopio, que Galileo tomó un par de años después lo perfeccionó, lo mejoró un poquito y lo apuntó a Júpiter y Galileo vio que alrededor de Júpiter daban vuelta cuatro lunas. Hoy sabemos que son cientos de lunas, pero en ese momento, con ese telescopio, pudo ver cuatro lunas alrededor de Júpiter. Y eso era imposible. Era imposible porque el dogma del momento era que todo giraba alrededor de la tierra. No podía ser que algo estuviera girando alrededor de otra cosa que no fuera la Tierra. Y ese pequeño pasito empezó a hacer tambalear el dogma de la Edad Media. Y estas dos cosas unidas, el microscopio y el telescopio, catapultaron lo que fue el Renacimiento, la revolución científica, más tarde la revolución industrial y un montón de cosas más que hicieron que el mundo tenga la forma que tiene hoy. Quizás todas esas cosas iban a pasar igual sin la imprenta, pero la imprenta catalizó, aceleró un proceso que quizás si no demoraba mucho tiempo más. Entonces, es verdad que la imprenta democratizó el acceso al conocimiento, pero también generó un montón de efectos secundarios que en general no asociamos a la imprenta, pero que tuvieron efecto al menos comparable, quizás más grande todavía que el primero de los efectos. Entonces, fue una respuesta larga a tu pregunta, porque me encanta esta historia como un ejemplo de los muchos que hay de la cantidad de efectos inesperados que hay en la vida. Y a mí me dan la humildad de no creer que puedo controlar mi vida y me obligan a estar atento a las cosas que van a pasar por más que planifique con intencionalidad, porque quiero lograr ciertos efectos, a veces sale al revés y está bien estar atento a esto, como en los poemas de las metáforas está bien aplicar esta lente a mirar el mundo y estar atento a los efectos inesperados de cada una de las cosas que hagamos. Gracias.
Si desaprendiéramos a leer, no podemos leer lo nuevo que queremos aprender. Entonces es peligroso esto de extender estas modas y usar una palabra que suena muy bonita, y la aplicamos de forma indiscriminada. Sí hay momentos en los que… les cuento dos casos en los que vale la pena desaprender. Uno es cuando uno tiene muchos sesgos incorporados. Si uno tiene muchos filtros que le permiten ver el mundo de una manera, pero le obstruyen la vista para verlo de otra manera, a veces es bueno sacarse esos filtros para mirar con la mente de un niño de manera ingenua y enfrentarse a ese problema como si fuera la primera vez. No es desaprender, sino decir «tratemos de dejar de lado esos filtros que ya tengo para poder entender el problema de una manera fresca, nueva, hasta ingenua», porque eso nos permite hacer las preguntas correctas que, de la otra manera, no haríamos. Y hay otro caso muy puntual sobre desaprender que lo sufrí en carne propia. Y es que estaba tratando de aprender a tocar una canción en el piano. Yo no sé tocar el piano, pero hay una canción que me obsesioné con esa canción y quería aprender a tocar esa canción. Y me bajé los vídeos de YouTube que mostraban cómo tocar esta canción en el piano. Y empecé a hacerlo hasta que llegué a mi límite con los vídeos de YouTube y más de esto no podía avanzar y todavía no me gustaba cómo sonaba. Y me conseguí un profe de piano. Voy al profe de piano y me dice: «A ver hasta dónde avanzaste». Toco y me dice: «Está complicado. Está complicado porque no sabes tocar el piano, primero». Pero lo segundo es que me dice que los acordes que tocaba con la mano izquierda, los estaba tocando con los dedos incorrectos. Y yo eso, cuando vi lo de YouTube no pensé con qué dedos hacer cada acorde con la mano izquierda y me dice: «Si mantienes esa digitación», que es el término técnico para decir con qué dedos tocas cada tecla, «si mantienes esa digitación te va a ser muy difícil tocar el siguiente acorde, porque no te da la mano para saltar de uno al otro. Vas a tener», me dijo Walter, mi profe de piano, «vas a tener que desaprender esa digitación y hacerlo de manera correcta para poder seguir avanzando y eso te va a costar esfuerzo. Es más difícil que aprender desde cero la digitación correcta». Desaprender, en ese sentido, puede ser importante. O cuando Djokovic, no sé si se acuerdan, Novak Djokovic, el jugador de tenis, al principio, el saque, tiraba la pelota muy alto, muy muy alto, y después le pegaba. Y después de unos años, cuando ya era de los primeros mejores jugadores del mundo, su coach le dijo: «Tenemos que mejorar tu saque, y para eso vas a tener que desaprender cómo vienes sacando desde que eres muy pequeño y tirar la pelota no tan alto». Y eso le llevó un esfuerzo. Rafa Nadal tuvo que hacer algo parecido… En esos casos, sí, pero son casos puntuales. En la mayor parte de los casos, por favor, no desaprendan. Traten de aprovechar lo que ya saben porque les va a potenciar para aprender más. Gracias, Vilma.
Qué buena pregunta, Euge. Creo que sí y les voy a explicar por qué y cómo, porque no es lo mismo aprender cuando somos pequeños que cuando somos grandes. Hay una metáfora que me regaló Mariano Sigman que quiero compartir con ustedes, que me gusta mucho, sobre qué es aprender, porque ¿vieron que hay gente que aprende con más facilidad que otras personas? O incluso nosotros mismos, hay ciertas cosas que nos resultan fáciles y otras que nos cuestan muchísimo para avanzar. ¿Cómo podemos pensar en esto? Bueno, aprender, tanto conocimiento como saber hacer, que las dos son instancias de aprender, tiene que ver con cómo podemos reconfigurar las conexiones que tenemos en nuestra mente. «Aprender» significa ‘reconectar nuestras neuronas de forma tal que puedan hacer algo que antes no podíamos hacer o que sepan algo, que sepamos algo, que antes no sabíamos’. Y, entonces, ¿cómo hacer para lograr plasticidad neuronal? Es decir, la capacidad de moldear nuestra mente para que tenga tierra fértil, para que haya nuevos conocimientos o nuevos saber hacer. Y Mariano lo que me contaba es una analogía que me gusta mucho sobre la maleabilidad o la plasticidad que tiene que ver con el vidrio. Imagínense que tienen un pedazo de vidrio y que quieren darle forma. Uno puede poner presión, pero el vidrio es duro y es frágil. Si uno pone mucha presión, hace mucha fuerza, el vidrio se quiebra, se rompe. Pero si uno, con fuego, le suministra calor al vidrio, el vidrio sube de temperatura y llega un momento en el cual de repente es maleable. Y, si uno tiene las herramientas correctas, puede darle la forma que uno quiera. Después el vidrio se enfría, tiene la forma que uno le dio, vuelve a ser frágil y duro, pero ya con la forma que uno le dio. Entonces, de alguna manera, el calor es lo que hace maleable al vidrio, y el fuego es la fuente de calor para que eso suceda. Otro ejemplo es la cerámica, la arcilla. Imagínense que tienen un bloque de cerámica y, de nuevo, quieren darle forma. Quizás también es frágil y, si haces mucha fuerza, se quiebra todo. Pero si uno le pone humedad, le agrega agua, llega un momento en que la arcilla puede ser blandita y puede ser maleable. Uno le da la forma que quiere, después deja que se seque. A veces, lo tiene que poner en un horno. Toma la forma que uno quiere. De nuevo es frágil, pero ya tiene la forma que uno le dio. En este caso es la humedad lo que da la maleabilidad y el agua es la fuente de esa humedad. Entonces, la pregunta es: ¿cuál es el equivalente del calor para el vidrio o de la humedad para la cerámica para nuestra mente? ¿Qué es lo que tiene que suceder acá? Y, bueno, la neurociencia ya tiene la respuesta para eso y es una serie de sustancias químicas. La más famosa, la más popular, la que tiene mejor marketing es la dopamina. Pero hay otras más que trabajan en esto, que tienen que estar en el lugar correcto, en el momento correcto, para que podamos aprender. Mi primer sueño es: «Dame la pastillita de dopamina, entonces me tomo la pastillita y puedo aprender lo que quiera». Pero Mariano me dice: «Mira, todavía no sabemos cómo hacer eso, porque tiene que estar justo en la cantidad correcta, en el momento correcto, en el lugar correcto del cerebro, para que eso suceda». Pero los seres humanos sí tenemos una fuente de dopamina interna y de otras de estas otras sustancias. De hecho, los chicos, cuando somos niños, como somos muy pequeños, tenemos mucha plasticidad neuronal porque llegamos a un mundo y no sabemos en qué siglo llegamos o en qué cultura llegamos, y a través de la evolución natural, tuvimos la capacidad de adaptarnos al entorno que nos toque.
Y lo que fue pasando es que, durante esa infancia, vamos recorriendo el mundo, vamos adoptando, aprendiendo todo lo que tenemos que aprender. Y la evolución natural sabe que después de un tiempo ya no sirve que estés cambiando todo el tiempo, entonces, se van solidificando un poquito el vidrio, la cerámica, en este caso nuestra mente, y ya es un poquito más difícil aprender. Pero, y este es el secreto de aprender toda la vida, que ya no es secreto porque se lo voy a contar. Pero la evolución natural dejó abiertas cuatro puertitas que señalan, que le mandan la señal a nuestra mente de que es momento de ser tierra fértil y de volver a largar la reserva de esas sustancias químicas para poder aprender algo. La primera es la motivación. Cuando estamos muy motivados por aprender algo, de repente hay tierra fértil. Es por eso por lo que la motivación es superimportante en cualquier pedagogía. Es muy difícil que alguien aprenda algo si no tiene ganas de aprender, si no está motivado, si no le urge saber eso. Y es por eso por lo que los buenos docentes lo primero que hacen es crear tierra fértil. Es ayudar a que la gente a la cual está ayudando a aprender esté motivada, quiera aprender. Esa es la primera puerta que dejó la evolución natural. La segunda es la sorpresa. Cuando algo nos sorprende es porque no coincide con los modelos del mundo que tenemos, con nuestros filtros. Entonces, ahí, sabiamente, a través de la evolución natural, también reservamos parte de estas sustancias para que a través de la sorpresa podamos aprender. Es por eso por lo que a mí me encanta, no es solo por eso, pero eso es una de las razones, me encanta ser consciente de la sorpresa y tratar de desarrollar la capacidad de sorprenderme, cosa que muchos adultos dicen: «Esto ya lo vi»… Y hay mucha gente, ¿vieron esa gente a la que no le sorprende nada? Pobres. No pueden, no pueden aprender. Pero eso no es lo peor. Es que no está bien estar con ellos. Son bajón, te tiran para abajo. En cambio, la gente que está diciendo «guau» todo el tiempo, no sé, a mí me encanta estar con esa gente, esa gente que se sorprende con lo que pasa y que contagia esa sorpresa. Entonces, tiene una ventaja para aprender, pero la mejor es la ventaja social de que es bueno sorprendernos. Entonces, a mí me gusta ejercitar, decir «guau» en voz alta. Yo fomento que la gente ladre. O sea, que esté diciendo «guau, guau, guau» todo el tiempo. Bueno, esa es la segunda. La tercera es el error. El error. Cuando cometemos un error, es decir, hacemos algo y no sucede lo que esperábamos, ahí de nuevo hay que señalizarle a nuestra mente, y eso sucede de manera natural, que tenemos que aprender algo porque nos salió mal. Hay algo de lo que sabíamos que funcionó mal. Y esa es otra forma en que sucede esta liberación de las sustancias. Y la última es la dedicación, el tiempo. No hay demasiados atajos para aprender mucho. Cuando le dedicamos mucho tiempo, de nuevo, hay una señal que recibe nuestro cuerpo: «esto debe ser importante». Y, entonces, de esa manera sucede esta capacidad. Entonces, es más difícil aprender a medida que crecemos, pero no es imposible si uno tiene estas puertitas conscientes y abiertas y las desarrolla, y, si lo hace, puede aprender hasta el último día. Es más, yo creo que el día que dejamos de aprender es el comienzo del fin.
Soy Toni. Vi y escuché un pódcast de los que grabaste conversando con tu papá. Y la pregunta que se me ocurría era: ¿cómo recuerdas la educación en casa de tus papás? Y si hiciste cover con tus hijos o, por el contrario, te separaste totalmente, como a veces sucede de una generación a otra.
Y grabé otro con Juli y otro con Lele. O sea, grabé con mis dos hijos episodios individuales con cada uno de ellos. Y ahí me pasó lo mismo, desde padre a hijo, en el otro rol, el cual me daba también mucho miedo, sobre todo en el de Lele. Lele me enseñó algo que me impactó mucho y me lo enseñó ahí, con las cámaras y grabando. Y está publicado para que todo el mundo lo vea y… Me pegó una trompada Lele. O sea, en el sentido figurativo. No, no es que me golpeó, pero sí un poquito me bofeteó. Me golpeó porque me dijo que él tenía una fuerte presión mía, de Marce, de Juli, de su hermano, por este tema de la pasión. Él sentía que Juli tenía su pasión por las matemáticas y lo que está haciendo. Y él dice: «Yo no sé si tengo pasión», me dice Lele, «pero siento mucha presión de ustedes por tenerla, y yo no sé qué me gusta». Y ahí me di cuenta del error que muchas veces cometemos. Y es esta frase que solemos oír de «encuentra tu pasión y todo lo demás será fácil y ya no tendrás que trabajar ningún día más en tu vida». Como si trabajar estuviera mal, porque lo asociamos al sufrimiento. Y ahí Lele me dijo que él no sabía cuál es. Y me di cuenta, y después lo seguí procesando mucho más, de que la pasión es algo que sucede después de que uno hace cosas.
Quizás hay excepciones y hay alguien que encuentra una pasión temprana, pero la mayoría de nosotros encontramos las pasiones haciendo cosas y probando distintas cosas y metiéndonos en profundidad, con dedicación, con ahínco, con entrega. Y, a veces, encontramos algo que nos termina apasionando. Es como esta frase de «si uno sonríe porque es feliz o es feliz porque sonríe». Hay veces que la causa y el efecto pueden verse al revés. Y eso me lo enseñó Lele conversando en «Aprender de grandes». Y yo convivo con Lele desde que nació y no sucedió antes. Entonces, Toni, para responder de manera larga a una pregunta cortita, me parece que este dispositivo que encontré lo estoy tratando de aplicar a todas las instancias que pueda. Ahora tengo que convencer a mi madre y a Marce para grabar episodios con ellas. Gracias, Toni.
Me acerco y le doy la mano, así. Le doy la mano y le digo: «Hola, Gerry». Y él me dice: «Hola, Diego». Digo: «Sí, ya sé quién eres». Y estaba con toda la familia y dice: «Bueno, vamos a comer pizza». Entonces fuimos con Diego y toda su familia, Adrián y yo a comer pizza al patio de comidas, en el medio de toda la gente. Nadie lo reconocía. Íbamos caminando ahí. Yo me acuerdo de que compartí con Diego una mediana de mozzarella. Lo que no me acuerdo es quién comió las aceitunas, pero eso es un detalle. Y lo que me pasó ese día es que empecé a conversar con Diego y, por un momento, sentí que éramos amigos. Y no… yo había llevado una cámara de fotos, pero no quería sacar, pedirle una foto porque iba a destruir esa idea de que soy amigo de Diego. Es raro pedirle una foto al amigo. Entonces, charlamos, todo eso, terminamos de comer la pizza y Claudia dice: «Necesito ir a comprar ropa con mi mamá y con mis hijas». Y Diego dice: «Yo necesito comprarme zapatillas». Y, como ninguno de ellos hablaba inglés y estábamos con Adrián, Adrián me dice: «¿Por qué no vas tú, Gerry, con Diego, a acompañarlo a comprar zapatillas y yo voy con el resto de la familia?». Y digo: «Bueno, dale». Y, entonces, fuimos con Diego a un negocio de zapatillas que quedaba ahí cerca. Entramos al negocio. Todo esto es para contarles cómo me confundieron. Ya viene. Entramos al negocio de zapatillas. Era un negocio que estaba todo empapelado con pósteres del Mundial, pero de casualidad no había ninguno de Maradona, eran de otros jugadores. Y me acuerdo eso porque el vendedor, que no hablaba castellano, hablaba solamente inglés, que nos atendió, no lo reconoció, a Diego. Y Diego empezó a probarse zapatillas. Me gusta que se ponía las zapatillas y me decía: «Gerry, ¿te gusta cómo me quedan?». Bueno, en un acto muy «maradoniano», terminó comprándose ocho pares. Sí, muy de Diego. Vamos a la caja y Diego va a pagar. Yo traducía, y me acuerdo de que pagó en efectivo porque, si hubiera pagado con la tarjeta, el vendedor hubiese visto el nombre. Cuando terminó de pagar, el vendedor le dice: «Mira», y yo iba traduciendo, «no sé si sabes, pero ahora viene un evento importante acá en Estados Unidos. Se va a jugar el Mundial de un deporte que no sé si lo conoces, que se llama soccer o fútbol, le dicen en otros lugares». Y Diego sonreía, yo le traducía y él, sonreía. Y dice: «Y. bueno, como compraste mucho, te regalo este llaverito del Mundial». Le regaló el llaverito del Mundial a Diego. Bueno, y ahí vamos, saliendo con Diego, con todas las bolsas. Y salimos caminando del negocio y justo llega Adrián con el resto de la familia. En el momento en que llega Adrián, nosotros salimos, empezamos a alejarnos del negocio. Y Adrián le pregunta al vendedor en inglés, le dice: «¿Sabes a quién acabas de atender?». El vendedor le dice: «No, ¿a quién?». «Atendiste a Diego Maradona». Y el vendedor se puso loco, empezó a gritar y a saltar y empezó a correr detrás de nosotros. Y nos alcanzó. Y, cuando nos alcanzó, me puso a mí la mano en el hombro y me dijo: «Are you Diego Maradona?». Entonces, ese fue el día en que me confundieron con él. Gracias, Cata.
Bueno, quiero, para cerrar, contarles una pequeña historia que de alguna manera une muchas de las cosas que conversamos hoy. Y también es un pequeño homenaje a mis abuelos, a mis abuelos maternos, en este caso. Tuve la suerte de tener a mis cuatro abuelos durante mucho tiempo. Pero hay algo de mis abuelos maternos que tiene mucho que ver con el rompecabezas de la vida y cómo vamos recordando las cosas que nos pasan en la vida y cómo es esa memoria y qué puede pasar con esa memoria. Así que les voy a leer algo, para despedirnos, que escribí sobre la memoria de mis abuelos. Y dice así: «Tuve la suerte de que mis abuelos vivieran muchos años y de poder disfrutarlos. Tengo muchos recuerdos con ellos. Recuerdo claramente que tenían una memoria prodigiosa. Podían contarte con muchísimos detalles eventos que habían sucedido 50 o 60 años antes. Recuerdo muchas situaciones de sobremesa con ellos, junto a mis viejos y a mis hermanos. Mi abuelo les decía: “Les voy a contar lo que pasó cuando…”, y ahí nos llevaba a cómo pagaban los cinco centavos que costaba el pasaje en tranvía, al lechero que pasaba con la vaca para ordeñarla en la puerta de tu casa, o a cómo se sentaban a escuchar radioteatro o se duchaban y se ponían la mejor ropa y perfume para juntarse a ver televisión. Pero no eran relatos genéricos, sino que nos contaba una historia muy específica, mi abuelo, como la del día que tuvieron que salir corriendo a conseguir penicilina para que mi mamá, que era muy chica, no se muriera de una peritonitis. Nos contaba con quién hablaron, qué gestiones tuvieron que hacer y finalmente, exactamente en qué farmacia, en qué esquina consiguieron el remedio, gracias al cual estábamos todos ahí cenando juntos. Mientras mi abuelo contaba esta historia, mi abuela escuchaba muy atenta, sin interrumpir y sin hacer ningún gesto. La atención de todos estaba en mi abuelo. No queríamos perdernos ningún detalle. Cuando mi abuelo terminaba el relato, se hacía un silencio y después de unos segundos, siempre siempre siempre, mi abuela decía: “No fue así”. Nuestras miradas, que hasta ese momento estaban atornilladas en mi abuelo, rápidamente giraban para mirar a mi abuela y ella seguía con: “Yo les voy a contar lo que pasó realmente”, y contaba la misma historia, pero ahora había pasado en otro año, con otras personas involucradas, en otros lugares y con otros percances. Igual de fascinante, pero parecía que era otra historia. Por suerte, en ambas conseguían la penicilina. Cuando mi abuela terminaba su versión de la historia, empezaba la discusión, que podía ser muy divertida, pero que no llevaba a ningún tipo de cambios de opinión ni acuerdo sobre qué había pasado realmente. Pero entonces, ¿quién tenía razón? ¿Mi abuelo o mi abuela? Hoy, la neurociencia de la memoria, lo que sabemos de cómo funciona nuestra memoria, nos dice que lo más probable es que las historias que ambos contaron tuvieran poca relación con lo que sucedió realmente. Pero ¿no era que los dos tenían una memoria prodigiosa?
Sí, ambos tenían memorias prodigiosas. Pero resulta que la memoria sobre qué pasó en nuestras vidas, cuándo, dónde, con quién, en qué orden, que se llama memoria episódica, de los episodios de nuestras vidas, tiene mecanismos muy especiales. Una metáfora puede ayudar a entender cómo funciona. Es como si tuviéramos guardadas esas memorias en un documento electrónico de texto, como los que tenemos en la «compu». Cada vez que las evocamos, a estas memorias, abrimos el documento de texto y, a medida que vamos recorriendo el relato, nos parece recordar un detalle que antes no habíamos incluido. Entonces, lo incluimos en la historia que contamos y también en el documento de nuestra mente. A veces, ese relato realmente ocurrió 50 años antes. Otras veces, es algo que asociamos con eso que estamos contando, pero que en realidad sucedió mucho tiempo después, o incluso lo imaginamos. Cuando terminamos de contar la historia, guardamos el documento con los últimos cambios que le acabamos de hacer, y la próxima vez que lo vamos a contar, abrimos el documento y ya no sabemos qué de lo que tenemos ahí fue el recuerdo original y qué fuimos agregando cada vez que evocamos esa memoria para contarla en una sobremesa familiar. Así funciona nuestra memoria». Cuando terminé de escribir esto que les acabo de leer, se lo mandé a mis viejos y a mis hermanos, y ellos me dijeron que todo esto que les conté acá no fue así. Gracias, gracias, gracias.