De la mente infantil a la inteligencia artificial
Alison Gopnik
De la mente infantil a la inteligencia artificial
Alison Gopnik
Psicóloga y filósofa
Creando oportunidades
¿Cómo piensan los bebés?
Alison Gopnik Psicóloga y filósofa
Alison Gopnik
Observa la mente infantil con la misma fascinación que niños y niñas observan el mundo que les rodea. Alison Gopnik es un referente mundial de las ciencias cognitivas. En el laboratorio de aprendizaje y desarrollo cognitivo que dirige estudia lo que ocurre en el cerebro de los más pequeños cuando aprenden. La científica defiende el potencial infantil en disciplinas que van desde la Filosofía a la Inteligencia Artificial. “Los niños son una parte crucial y subestimada del pensamiento”, argumenta. Su trabajo tiene aplicaciones en el ‘deep learning’, ha ayudado a comprender cómo los adultos forman vínculos o a esclarecer en qué consiste la creatividad.
Alison Gopnik es profesora de Psicología y profesora afiliada de Filosofía en la Universidad de California en Berkeley. Licenciada en la Universidad McGill y doctorada en la Universidad de Oxford, es autora de más de un centenar de artículos y de media docena de libros, entre los que se encuentran: ‘El filósofo entre pañales’, ‘¿Padres jardineros o padres carpinteros?’ o ‘The Scientist in the Crib’.
Es, también, la científica detrás de la que se conoce como 'Teoría de la teoría', un análisis de la idea de que los niños aprenden de la misma forma en que lo hacen los científicos. “Necesitan tiempo para explorar y eso requiere cuidados”, asume Gopnik. Miembro de la Cognitive Science Society y de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, así como miembro de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias, en 2021 ha sido galardonada con el Premio Carl Sagan a la popularización de la ciencia.
Transcripción
No sabrías que los niños eran una parte importante y profunda de nuestras vidas, tanto en relación con nuestra capacidad para aprender como en lo tocante a nuestras vidas morales y políticas. Han sido invisibles por razones obvias, y es que se los relaciona con las mujeres, y lo que hacen las mujeres siempre ha sido ignorado e infravalorado. Creo que eso ha sido particularmente cierto en la filosofía, una disciplina académica que aún a día de hoy sigue estando muy dominada por los hombres. Así que, muy pronto, cuando todavía era estudiante universitaria, tuve la visión de que podía coger a los niños, coger el conocimiento que había sobre ellos, y aplicarlo a las grandes preguntas. Tuve mucha suerte, porque, cuando daba mis primeros pasos, en los años 80, se estaba produciendo una enorme revolución en la psicología del desarrollo. Dejamos de pensar que los bebés y los niños eran irracionales, amorales, egocéntricos y estaban restringidos al aquí y ahora, y desarrollamos nuevos métodos para estudiar a los bebés y a los niños pequeños que cambiaron nuestra visión por completo. Descubrimos que tanto los bebés como los niños más pequeños saben más y aprenden más de lo que nunca habíamos imaginado. Y se debió en parte a que ahora podíamos empezar a hacer cosas como grabarlos en vídeo, estudiar lo que hacían, en vez de simplemente hacerles preguntas y escuchar sus respuestas. Y en el proceso, desarrollamos nuevas técnicas realmente extraordinarias que cambiaron lo que pensábamos de los niños. Así que se dio una combinación entre mi interés filosófico por el aprendizaje y por cómo podía la gente aprender tanto, mi convicción de que los niños eran la clave para responder a esa pregunta y tener nuevas formas de comprender lo que sucedía en las mentes de los niños. Siento que he sido muy afortunada en mi carrera por haber podido combinar estos aspectos de una manera que en el pasado hubiera sido más difícil. Había una razón por la que la gente no entendía ni pensaba tanto en los niños. En parte, porque no les prestaban mucha atención, pero también porque carecíamos de las herramientas científicas que necesitábamos para entender qué pasaba en las mentes de los niños y, después, en sus cerebros. Esos treinta años fueron una época muy emocionante en la comprensión de la infancia de una manera nueva y más profunda.
Y resulta que es técnicamente imposible desarrollar un sistema que sea realmente bueno en exploración y en explotación al mismo tiempo. Y si lo piensas un poco, muchas de las cosas que se consideran errores desde el punto de vista de la explotación, como hacer cosas aleatorias o de manera desconcentrada o prestando atención a todo lo que te rodea a la vez, esas cosas no ayudan si lo que quieres es actuar de manera efectiva. Pero son exactamente lo que necesitas si lo que quieres es explorar. En informática, suelen resolver este problema empezando por la exploración, por un periodo en el que no se debe hacer gran cosa. Solo debes mirar alrededor, ir entendiendo cosas y considerando las posibilidades. Y cuando te dices: “Vale, estos son los grandes parámetros de mi mundo”, entonces puedes centrarte más y decir: “Vale, ¿qué debo hacer ahora? ¿Qué debo hacer en esta situación particular?”. Puedes coger todo ese conocimiento que has adquirido durante el tiempo de exploración y ponerlo en práctica para explotar. Mi lema es que la infancia es la forma que tiene la evolución para resolver el intercambio exploración-explotación. Tenemos un periodo inicial en el que nuestras necesidades están cubiertas por los que nos cuidan. Eso significa, por cierto, que los cuidados, a los que no solemos prestar mucha atención, francamente, no valoramos mucho ni pagamos mucho a los que los prestan, son una parte totalmente crucial de lo que nos hace tan inteligentes y capaces de prosperar. Es tener ese periodo protegido durante el cual los cuidadores se ocupan de nosotros lo que nos da tiempo para explorar. Y, otra vez, parte de lo que me gusta de esto es que muchas características de los niños que todos reconocemos, que todos vemos, y que tradicionalmente hemos considerado déficits o defectos, resulta que en realidad son virtudes si lo que quieres hacer es explorar. Estar un poco locos, por ejemplo, hace poco tuve en casa a mis nietos, que tienen cinco, siete y nueve años, y recibir al de cinco años es siempre maravilloso. Cuando hablo con él, hablamos de todo, de todo lo que está pasando, exteriorizando un monólogo interior maravilloso y enormemente amplio. Y podrías pensar: “Bueno, no parece muy preparado para salir al mundo”, pero, definitivamente, es alguien que está explorando una amplia gama de posibilidades. Y eso se ve en los juegos simbólicos, en los juegos exploratorios que les hacen meterse en todas partes. Dedican mucho tiempo a hacer cosas que no parecen tener un beneficio inmediato, pero que son geniales desde el punto de vista del aprendizaje. Lo mismo se aplica a cosas como la atención o la función ejecutiva. Prestar atención a una sola cosa a la vez es muy importante si quieres actuar de manera efectiva. Pero si quieres aprender, te conviene más tener una mente abierta para estar en el mundo, recibes un montón de información, y los niños parecen ser más así. Incluso si nos fijamos en el cerebro, lo que vemos es que hay un periodo inicial en el que se forman muchas conexiones nuevas, en el que tenemos un cerebro mucho más plástico, como dicen los neurocientíficos, muy abierto a aprender. Y luego hay puntos de inflexión en estos cerebros: empiezan siendo muy buenos conectando cosas, pero no tanto haciéndolas, y hay un momento en que las conexiones que se han usado mucho se mantienen, se vuelven fuertes y eficaces, y aquellas que no, se cortan, desaparecen sin más. Así que tenemos un cerebro inicial que es muy bueno aprendiendo cosas nuevas, pero no tanto para ponerse el abrigo para ir al cole por la mañana. Y luego tenemos un cerebro posterior, una máquina ligera, potente y muy buena para hacer cosas, pero no tanto a la hora de adaptarse cuando cambia el entorno. Y se han ido haciendo cada vez más investigaciones que demuestran que esto es empíricamente cierto, que, la mayoría de las veces, los adultos realizan casi cualquier tarea mejor que los niños. Pero si es algo que involucra una amplia búsqueda creativa o cosas equivalentes, los niños suelen hacerlo mejor.
Lo que hacemos es tomar ideas provenientes de estudios muy muy antiguos acerca del aprendizaje por refuerzo. ¿Qué es el aprendizaje por refuerzo? He aquí un ejemplo: el resultado más antiguo y canónico de la psicología. Colocas a una rata en un laberinto. La rata se va por un camino y recibe una descarga eléctrica. Se va por el otro camino y no pasa nada. Pues nunca más volverá a ir por el camino que la electrocuta. Es un tipo de aprendizaje bastante sensato, fundacional. Pero si lo piensas bien, desde el punto de vista de la exploración, tiene una desventaja, y la desventaja es que, si nunca vuelves a ir por ese camino, nunca sabrás con seguridad si se produce una descarga la segunda vez. Quizá ya no hay descarga. Quizá esta vez haya una recompensa al final de ese camino. Y hay muchas pruebas que demuestran que lo que llamamos aprendizaje por evitación es lo que explica cosas como las fobias o los trastornos de ansiedad. Lo que sucede es que, por ejemplo, te subes una vez a un avión y lo pasas fatal, y entonces tienes tanto miedo que nunca más vuelves a subirte a uno, por lo que nunca descubres que, de hecho, la mayoría de las veces no pasa nada. Esa es la idea general. Bueno, resulta que, si te fijas en las ratas más jóvenes, en las adolescentes, el equivalente de la adolescencia en ratones y ratas, esas sí que prefieren ir por el camino que conduce a la descarga, pero solo lo harán si la madre está presente. ¿Qué es eso? Es una señal. La presencia de la madre es una señal que dice: “Vale, te estoy cuidando. Todavía eres un niño. Adelante, puedes probar cosas. Me aseguraré de que no te pase nada horrible”. Y eso permite a los animales jóvenes explorar más. Nim Tottenham, en Columbia, demostró eso mismo recientemente con niños de tres y cuatro años. Y en nuestro laboratorio hemos hecho experimentos similares, con los que demostramos que los niños están dispuestos a correr riesgos. No se electrocutan, pero preparamos algo con lo que ganan pegatinas o las pierden dependiendo de cómo resuelven una prueba de bloques. Así que les damos una motivación para averiguar cómo funcionan los bloques. Si lo resuelves bien, ganas pegatinas. Si cometes un error, pierdes pegatinas. El resultado es que los adultos son muy conservadores. No quieren perder pegatinas o su equivalente monetario, así que evitan intentar cosas que podrían, a la larga, acercarles mejor a entender lo que está pasando, pero que, en el corto plazo, son arriesgadas. Como las ratas que se niegan a recorrer el camino del laberinto que puede llevarlas a un resultado desagradable. Los niños están siempre dispuestos a asumir más riesgos en este tipo de circunstancias. Están dispuestos a sacrificar algo. “Vale, quizá la recompensa sea menor, quizá no gane tantas pegatinas, pero voy a aprender algo. Voy a obtener más información”. Y a la hora de asumir ese compromiso entre cuánta información puedes obtener, cuántos riesgos corres, cuánta recompensa obtienes, los niños son más propensos a buscar la información, tanto en nuestro laboratorio como en otros, que los adultos. Y es interesante. Hay un artículo de Emily Sumner, una estudiante de posdoctorado de mi laboratorio, pero que también trabaja en Irvine, que demuestra, por ejemplo, que, siempre y cuando todo sea igual, es decir, que sea una situación en la que todo es predecible, los adultos lo harán mejor. Pero si es una situación en la que las cosas cambian a mitad de camino… Por ejemplo, que quizá empieza con que el bloque rojo te reporta más pegatinas, pero, a la mitad de la prueba, cambia todo y es el bloque azul el que te da más pegatinas, los niños resuelven mejor esa situación. Como exploran más y asumen más riesgos, resuelven mejor las situaciones en las que las cosas cambian de forma inesperada. Así que los adultos están muy atascados en lo que ya saben, en las habilidades que ya poseen. Y sus soluciones funcionan si todo se mantiene más o menos igual a cuando ellos eran niños. Pero cuando hay un cambio, son los niños los que parecen hacerlo mejor.
"Hay una relación profunda y poderosa entre la infancia, los cuidados y la inteligencia"
Así que creo que, para los adultos, el truco es descubrir cómo ir cambiando entre un estado y otro. Para un científico, por ejemplo, creo que es una de las cosas más difíciles. De hecho, no es tan difícil ser un científico brillante y pensar ideas nuevas, lo difícil es averiguar cómo combinar eso con ser capaz de llevar esas ideas al mundo real. Creo que, en el caso de los adultos, lo que nos conviene intentar hacer es ir cambiando, ya sea como individuos o como sociedad, pensar en términos de exploración y luego ser capaces de implementar las cosas para poder explotarlas. Pero creo que una manera muy infravalorada que permite a los adultos hacer eso es pasar tiempo con los niños. Es uno de los aspectos maravillosos de ser cuidadores. Simultáneamente, implica mucho trabajo y esfuerzo, e intentas hacer cosas, pero también significa que puedes expandir la mente viendo lo que es estar con un niño. Solo yendo a la tienda de la esquina con un niño de dos años, de pronto te dices: “Nunca había visto lo que pasaba en estas dos manzanas”. Te das cuenta de golpe de que hay pájaros, aviones. Descubres que los camiones de bomberos son la cosa más emocionante y maravillosa del mundo. Y algo genial de estar con niños es que así podemos experimentar el mundo desde su amplísima perspectiva.
Y las pobres inteligencias artificiales están atrapadas en sus ordenadores, recibiendo los datos que les damos. No pueden salir a explorar de verdad. Y uno de los aspectos más emocionantes de nuestra comprensión de los niños hoy en día se da simplemente viéndolos explorar, dándoles algunos juguetes y dejándolos por su cuenta. Actúan de formas bastante sistemáticas que les permiten obtener el máximo de información. Hemos hecho experimentos así en mi laboratorio. Otros han realizado experimentos que demuestran que están hambrientos de información. Son muy buenos a la hora de elegir con qué juguete van a aprender más, y deciden jugar con ese. Y más allá de eso, otra cosa que hacen los niños es jugar en general. Exploran, juegan con objetos, pero también hacen juegos de roles, en los que imaginan cosas que ni siquiera son reales. Y siempre ha sido intrigante: ¿por qué los niños dedican tanto tiempo a estas realidades alternativas que no son verdad? Ayer hablé de esto con uno de mis colegas informáticos. Hacer eso con un sistema informático, dejarle jugar, dejarle, en cierta forma, estar con su propia imaginación, generar diferentes tipos de objetivos, diferentes propósitos, le permite en realidad ser más robusto, le hace generalizar mejor. Así que si piensas en algo como intentar que un robot pueda de hecho funcionar… Y debo repetirlo para los que no conocen este ámbito. Que la gente que trabaja en robótica logre que un robot haga lo mismo con un vaso que sea un centímetro diferente de aquel con el que empezaron es muy muy difícil. Así que no estamos hablando de generalizar en el sentido de que tengan grandes ideas sobre campanarios, sino simplemente que generalicen lo bastante como para desplazar algo unos pocos centímetros o para resolver un problema que ha cambiado ligeramente. Eso es muy difícil. Y dejar a los robots jugar, dejarlos explorar, parece ser una de las cosas que podría ayudarlos a resolver estos problemas, a ser más robustos, más resistentes, a generalizar más. Así que explorar, jugar, incluso los juegos de roles. Y también, claro, los niños aprenden de la gente que los rodea. Y eso es muy importante.
"Hay cosas básicas que cualquier niño puede hacer y resultan muy complicadas para la inteligencia artificial"
Hace años, en los años 80, cuando empezamos a trabajar en teoría de la mente, comenzamos a darnos cuenta de que lo más importante e interesante para los niños son las personas que los rodean, y aprenden mucho de ellas. Y cuando dices eso, como estamos tan atrapados en el modelo escolar, lo que los padres piensan es: “Ah, vale, eso significa que deberían ir al cole”, o los padres y la sociedad en general piensan: “Deberíamos hacer algo parecido a la escuela”. Pero los niños aprenden de los demás de formas mucho más sutiles de lo que sugiere el típico modelo escolar. Desde el momento en que nacen, por ejemplo, los bebés empiezan a imitar lo que ven hacer a otras personas, pero no imitan de un modo mecánico. Lo hacen de formas muy inteligentes. Esto lo hemos demostrado con una investigación en mi laboratorio. Por ejemplo, cuando imitan a alguien, tienen en cuenta lo que la persona está intentando hacer. Y una de las mayores tendencias en la robótica es intentar ver si un robot puede aprender a hacer cosas observando a personas expertas. Pero resulta que simplemente imitar lo que hace una persona, y no es muy difícil que un robot logre hacer eso, no te brinda esa robustez. La idea es lograr que un robot no solo imite, sino que comprenda algunas de las cosas que los niños sí captan, como: “¿Esta persona está haciendo esto a propósito? ¿Sabe esta persona más que yo? ¿Está haciendo esto para enseñarme?”. Para cuando los niños tienen tres o cuatro años, reaccionan de manera distinta en función de lo que creen que está haciendo la persona que les está mostrando algo. Esa es otra pieza que diferencia mucho a los niños de las inteligencias artificiales. Y, de nuevo, es una de esas cosas que nos llevan a decir: “Jo, sí que son buenos con esto”, pero no sabemos qué pasa en su cerebro que les permita ser tan buenos. Una de las conclusiones que están emergiendo de este trabajo es que los cuidados, las atenciones, la enseñanza, el aprendizaje, todas esas cosas están asociadas a ojos de los niños. A menudo solemos distinguir las habilidades blandas de las cognitivas o las habilidades cognitivas de las no cognitivas. Y, sobre todo en el caso de los niños pequeños, eso no tiene sentido. Su comprensión social, su manera de relacionarse con los demás, los cuidados que reciben, la manera en la que entienden el mundo, todos esos aspectos se mezclan entre sí. Y si queremos diseñar entornos que permitan a los niños aprender, debemos tener todas esas partes a la vez. No podemos separarlas como diciendo: “Vale, aquí está la parte de aprendizaje, que es diferente de la parte de cuidados”. Desde luego, en Estados Unidos, pero creo que en general, solemos distinguir entre la etapa preescolar y la guardería y estamos dispuestos a invertir en preescolar pero no tanto en el cuidado infantil. Pero desde la perspectiva neurocientífica o psicológica, eso no tiene ningún sentido. Es cuidando de los niños como aprenden sobre lo que les rodea. Aprenden porque están en una relación de cuidados.
Estamos viendo las consecuencias inesperadas de cosas como los algoritmos de las redes sociales, y debemos hacernos cargo como sociedad. Creo que, en realidad, serán nuestros hijos los que tendrán que averiguar cómo obtener los beneficios de esta tecnología en vez de sus aspectos negativos. Así que creo que esa imagen de que asociar tecnología y niños acaba fatal de por sí no es realmente precisa. Lo que deberíamos decir es que cualquier novedad que surja en nuestro mundo puede tener ventajas y desventajas. Y, a menudo, serán los niños y los adolescentes de la siguiente generación los que mejor identificarán cuáles son esos beneficios y desventajas. Repito, eso no significa que no debamos hacer nada, obviamente debemos hacer algo al respecto. Debemos hacernos responsables. Pero, principalmente, creo que será la siguiente generación la que podrá distinguir los aspectos positivos de los negativos de esta tecnología, porque están inmersos en ella desde la infancia. Creo que podrán hacerlo con mayor facilidad que las personas que deben lidiar con el cambio, con el impacto de lo nuevo, con el impacto de que la tecnología ha cambiado. Y, empíricamente, ha habido estudios que… Aún no hemos resuelto si la televisión es buena o no para los niños, pero la relación con la televisión está desapareciendo, ¿no? Creo que la televisión va a desaparecer como medio antes de que hayamos podido demostrar si es o no es buena para los niños. Quizá haya claroscuros en el caso de los niños más vulnerables, pero, en general, se diría que los niños se adaptaron bien a la televisión, a pesar de que la gente pensara que iba a tener muchos efectos negativos. Y, de hecho, tiene algunos, pero debemos averiguar cómo encontrar un equilibrio. Así que creo que, en general, los niños están diseñados para estar en primera línea, para ser la vanguardia del cambio tecnológico y del cambio social. Y eso es en parte lo que sus habilidades exploratorias les permiten hacer.
Bueno, es interesante, porque incluso el término “crianza” solo surge en Estados Unidos a finales del siglo veinte. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, se hablaba de madres y padres e hijos y padres. Pero no de criar, de la “crianza” como verbo. ¿Por qué es un verbo? Porque implica que hay algo que puedes hacer, que hay un trabajo que hacer, un objetivo que llevar a cabo, que, si haces lo correcto, terminarás con un hijo que salga bien. Y una metáfora que me gusta es que es como ser carpintero. Tienes la madera, si haces bien el trabajo, si cortas con cuidado, obtendrás el producto que quieres producir. Y eso es cierto para muchas actividades humanas. Pero en los últimos diez o quince años, quizá en los últimos veinte años, sobre todo entre padres de clase media, esa idea se ha extendido. En parte porque la educación ha resultado ser realmente importante para el éxito. Hay cada vez más presión con respecto a lo que la gente llama algo así como “crianza de alta inversión”. La idea de que puedes hacerlo, de que debes hacerlo porque es tu responsabilidad, se ha generalizado cada vez más. Y creo que en parte se debe a que los padres tienen a sus hijos cada vez más tarde, y, a menudo, han dedicado veinte años a trabajar o a estudiar, así que ahora tienen un hijo y piensan: “Esto es como trabajar o estudiar”. Creo que en parte lo hacen por las presiones sociales que dicen: “No, si quieres que tu hijo tenga éxito, debes invertir mucho trabajo y esfuerzo en la tarea, sobre todo en su educación”. Pero esa imagen es muy distinta de la idea de los cuidados que parte de la biología, de la neurociencia o de la psicología. Y la metáfora que uso es: no pienses tanto en un carpintero, sino en un jardinero. ¿Qué hace un jardinero? Un jardinero, al menos si es como la mayoría de los jardineros, sabe que no puede garantizar lo que va a brotar en el otro extremo. Lo que puede hacer es intentar crear un entorno fértil en el que distintos tipos de plantas puedan prosperar y que sea resistente. Hay un sentido más profundo por el cual no solo no tienes el control, sino que no lo quieres, no quieres tener tanto control sobre un jardín, porque la idea misma del jardín se basa en su gran variabilidad. En un jardín suceden toda clase de cosas diferentes. Y eso es lo que lo hace resistente. Si tienes un montón de plantas distintas, algunas de las cuales necesitan mucha agua y otras menos, cuando llegue una sequía, el jardín podrá sobrevivir y prosperar. Y desde un punto de vista biológico, la infancia es exactamente eso. La infancia es el periodo durante el cual cada niño es distinto. Los niños crecen de formas totalmente distintas. Lo que surge es muy distinto. Reaccionan a su entorno de maneras distintas. Y el objetivo de ser un cuidador es proporcionar un espacio protegido para esa clase de exploración. Y existen pruebas de que los niños que sufren mucho estrés, por ejemplo, son menos propensos a realizar esa clase de exploración de amplio alcance. Y creo que es un auténtico desafío para los cuidadores actuales cumplir con eso sin sentir que su trabajo consiste en mantener el control y obtener un resultado particular. Y creo que esta perspectiva sería tanto liberadora como empoderadora para los cuidadores, porque provoca mucha ansiedad pensar: “¿Estoy haciendo lo correcto? ¿Esto está bien?”. Creo que otro aspecto muy importante que podríamos cambiar es que, durante la mayor parte de nuestra historia, hemos tenido a muchas personas diferentes ocupándose de los niños. Como he dicho, hemos tenido a madres, padres, tías y tíos. Y la mayoría de la gente, para cuando tenían a sus propios hijos, habían dedicado mucho tiempo a cuidar de otros niños. Mi experiencia, siendo la mayor de seis hermanos, ahora es bastante inusual, pero ha sido lo común durante la mayor parte de la historia de la humanidad.
La gente cuidaba de sus hermanos, de sus primos, y veías a gente distinta ocuparse de los niños. Y creo que buena parte de la dificultad hoy en día, incluso para los padres que tienen muchos recursos, es que hay mucho aislamiento. Así que tienes a un padre o quizá a dos padres con un hijo único. Ya no hay ese sentido de toda una comunidad que se involucra. Y algo que creo que podríamos hacer es incorporar más a las abuelas, a las personas mayores, en la crianza de los niños. Es algo muy natural para las personas mayores, se les da bien y quieren hacerlo. Y creo que una de las desventajas de esta sociedad tan móvil y fragmentada es que ya no tenemos a personas mayores involucradas en los cuidados de los niños. Así que esta idea de que los niños tengan a muchas personas distintas ocupándose de ellos, con distintas actitudes, distintas ideas, distintas formas de estar en el mundo… Incluso los niños son muy distintos entre sí, cada uno es diferente, se desarrollan de manera diferente, y es esa clase de variabilidad, esa diferencia, la que crea una sociedad sana, un ecosistema sano, en oposición a pensar que existe un manual o receta, y que, si la sigues al pie de la letra, el niño se convertirá en el adulto que quieres que sea. Y, sin embargo, lo que ha pasado es que, igual que se presiona a los padres, se presiona a la educación infantil y a los programas de primera infancia para que se parezcan cada vez más a la escuela. Así que tenemos un modelo escolar que dicta lo que es aprender y enseñar. Y exportamos eso hacia los padres, así que los padres deben ser como los profesores de la escuela, y luego a la educación infantil, a los programas de primera infancia, a las guarderías. Deben parecerse más a cómo funcionan las escuelas. Y yo creo que es al revés. Lo que deberíamos hacer es que las escuelas se parezcan más a preescolar. Deberían ser entornos que permitan un aprendizaje de más amplio alcance. Así que es bastante frustrante, porque tenemos un ejemplo exacto de cómo hacer que esta labor de cuidados sea hermosa y efectiva, pero claro, la educación infantil no recibe financiación, a los profes nos les pagan casi nada. Son los que están abajo del todo en la estructura jerárquica. Así que se da esta ironía de que tenemos a disposición modelos realmente buenos sobre cómo cuidar a los niños de manera que puedan entender y aprender al máximo, pero no los apoyamos. No les damos el tipo de apoyo, como padres o sociedad en general, que necesitan. Hay un estudio fascinante que aborda los efectos de la educación infantil en la vida posterior, y creo que esto es muy informativo. Lo que da esa experiencia de educación infantil es la capacidad de resistencia. No es tanto que te enseñe una habilidad particular que vayas a usar después, lo que hace es enseñarte que hay adultos protectores alrededor, que puedes explorar, que puedes correr riesgos, que, si corres riesgos, hay más probabilidades de que algo salga bien que de que salga mal. Ese tipo de experiencias infantiles te enseñan grandes y amplios conceptos sobre cómo funciona el mundo, la idea de que puedes explorar, la idea de que puedes correr riesgos, y eso es lo que hace resistentes a los seres humanos. Eso es lo que te lleva al éxito, y no tener una fórmula particular ni un conjunto de habilidades particulares ni un conjunto de conocimientos particulares que hayas desarrollado en la juventud.