Christian Gálvez. Dos, es que te voy a decir una, directamente, que es La última cena, pero comienzo por otra y termino con La última cena. Porque, claro, con el tema de la exposición y tal, analizando las pinturas que yo quería contar y bajo las cuales yo podía contar episodios biográficos de Leonardo, me encuentro con La Virgen de las rocas, que no sé si la ubicáis, sí hay gente que sí ubica La Virgen de las rocas, que hay dos versiones. La primera versión me llama mucho la atención por varios motivos. Primero, lógicamente, por la ausencia de la figura paterna, que ya lo hemos comentado. Bueno, partiendo de la base de que Leonardo no hace absolutamente caso al encargo que le hacen que es Virgen, niño, un tríptico y dos ángeles a los lados. Pinta lo que le da absolutamente la gana. En este caso, pinta a la Virgen, al arcángel Uriel, Gabriel, el Louvre no se pone de acuerdo, el niño Jesús y el niño San Juan Bautista, ¿no? Prescinde de la figura paterna. Vemos otro de los leitmotiv de Leonardo, la androginia en el ángel. No sabes muy bien… De hecho, el dibujo preparatorio es una mujer. O sea, no sabes si es hombre o es mujer. Pero lo que me llama mucho la atención es que ese episodio no aparece en la Biblia. Es decir, la escena representada en La Virgen de las rocas no aparece en la Biblia, aparece en los evangelios apócrifos, descubiertos en 1945, escritos en copto. Entonces, me llama la atención desde un punto de vista teológico. Porque, claro, le encargan algo que no se llegó a descubrir. Entonces, no sé de dónde proviene la información para que Leonardo pinte eso. Y, en el caso de La última cena, que es la verdadera obra de Leonardo que más me llama la atención. No es por la tradición bibliográfica que ya hemos comentado con nuestra compañera maestra, sino porque, gracias a un episodio que yo tuve en noviembre del 2009, yo me acerqué a Leonardo por primera vez. Mira, recuerdo que yo estaba en Milán realizando unos anuncios para una marca de sofás. Entonces, yo me fui con mi representante para allá y rodamos unos anuncios. Los rodamos demasiado pronto y teníamos tiempo como para poder disfrutar de la ciudad. Entonces, dijimos: «Bueno, vamos a ver qué hacemos. Porque no voy a volver en la vida a Milán. ¿Qué se me ha perdido en Milán? Ahora claro que sí, trabajo constantemente entre Florencia y Milán. Pero eso yo entonces no lo sabía. Entonces, todavía destilaba en el ambiente Dan Brown, El código da Vinci. Ahí estaba el cenacolo en Santa María delle Grazie, La última cena de Leonardo. «Uy, ¿y si vamos allí y vamos a ver si de verdad está María Magdalena pintada allí?». «Venga vamos». Claro, no sabíamos, por aquel entonces, te estoy hablando de noviembre del 2009, que para entrar en el cenacolo en Santa María delle Grazie, en el refectorio, hay que comprar la entrada con, más o menos, dos meses de antelación. Pero no lo sabíamos. Entonces, llegué allí chapurreando en inglés, no hablaba, por aquel entonces, italiano. Intenté convencer a la persona encargada de las entradas, por favor, que me vendiera una. Pero, me decía, vamos, muy firmemente que no se vendían entradas. Llegué a un punto, hasta que quise sobornarla. No lo conseguí. Al final, de tan pesado que me volví, me dijo la encargada muy cortésmente: «Mira, la única oportunidad que tienes de entrar a ver esto sin entrada, es que ahora, a las seis y cuarto que viene el último grupo, les haya fallado alguien y te vendan la entrada». Dije: «Bueno, pues espero. Si no queda tampoco mucho». Total que me quedé. Entonces, vi llegar al último grupo y vi a la guía que está dando indicaciones con las entradas. Y me acerqué y le dije: ¿No te sobrará alguna entrada, tal?». Empezó a mirar: «Pues me sobra una». Total que dije: «Vale, entro». ¿Habéis estado en el refectorio? ¿Alguien ha estado viendo La última cena? Tú llegas a la plaza de Santa María delle Grazie, entras al refectorio. Entonces, hay un hall. Entonces, el hall, aquí está la, digamos, no la taquilla, es la oficina donde está la persona que te encarga las entradas que tú hayas comprado previamente. Giras a la derecha, hay un pasillo, una sala de espera, una persona en una puerta, en unas rejas, que te pica la entrada, giras a la izquierda, se abre una puerta de cristal blindado, entran veinticinco personas, se cierra la puerta, se abre la siguiente puerta, entran veinticinco personas, se cierra esa puerta, giras a la izquierda y está la última puerta. Todo este recorrido, yo, como buen español que no me conoce nadie, dando codazos para colocarme el primero. Ya que se van a abrir las puertas, ya que he conseguido entrar, que no podía entrar, digo: «Yo entro el primero». Claro, miro a la izquierda tenía a la guía. Y hay un momento que le digo: «Perdona, que no te he pagado la entrada. Dime cuánto es y te lo abono», y dice: «No, no te preocupes». Yo: «Insisto, por favor». Y me dice: «No, de verdad, si es que nos ha costado un euro». Y digo: «¿Un euro?». Y dice: «Sí, sí, claro. Es que somos un grupo de educación especial». Hago así, y me doy cuenta de que de las veinticinco personas que íbamos a entrar, veintitrés tenían Síndrome de Down. Tres personas en silla de ruedas, y yo como un auténtico capullo, me he dedicado a dar codazos a todo el mundo para poder entrar primero. Y, en ese momento, se abren las puertas. A la izquierda, la guía, a la derecha, una niña rubia, así alta, italiana, con Síndrome de Down que me miraba sonriendo. Me da la mano, da el primer paso, y en el refectorio, giras a la derecha… a la izquierda hay otra pintura a la que nadie hace mucho caso. Y tenemos La última cena, cinco metros por ocho. Se acerca conmigo y, durante los quince minutos que duró la visita, la niña ni me soltó las manos ni me dejó de mirar sonriendo. Y, durante esos quince minutos, no dejé de mirar a esa niña. Y la primera vez que entré a ver La última cena, no vi La última cena. Yo no había tenido oportunidad de ver si está María Magdalena o no está María Magdalena. Yo estaba enamorado de aquella niña, me había quedado prendado de ella. Entonces, empecé a leer a Leonardo. No sobre Leonardo. Quería formarme mi propia opinión y empecé por el Leonardo anatomista. Hoy en día, en mi exposición, hay dos personas con Síndrome Down trabajando como jefes de sala. Yo nunca digo «discapacitados», di «capacitados».