Cuatro pasos para alcanzar la agilidad emocional
Susan David
Cuatro pasos para alcanzar la agilidad emocional
Susan David
Psicóloga
Creando oportunidades
Agilidad emocional: un entrenamiento para vivir mejor
Susan David Psicóloga
Susan David
Vivimos en una “tiranía de la positividad”, asegura la psicóloga estadounidense Susan David: “La sociedad exige que los enfermos se mantengan optimistas, que las mujeres no muestren ira y que los hombres no lloren”, señala. Según sus investigaciones, la mayor parte de las personas se juzgan a sí mismas por sentir emociones “negativas”, como el enfado, la decepción o la tristeza. Pero reprimir o negar estas emociones las hace más fuertes, y nos conduce al bloqueo.
Doctora en psicología y profesora de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, para Susan David la clave está en la llamada “Agilidad emocional”: “Ser emocionalmente ágiles significa aprender a convivir con nuestras emociones, pensamientos y recuerdos de forma saludable. Siendo, además, coherentes con nuestros valores”, explica. Parece sencillo, pero no siempre lo es. Para lograrlo, ella nos anima a aceptar nuestras emociones desagradables, a ser compasivos con nosotros mismos por tenerlas y a prestar atención al mensaje que nos lanzan: “Las emociones son señales que nos indican aquello que nos importa. Estemos atentos, porque nos guían para actuar según nuestros valores”, concluye.
Susan David es una de las psicólogas estadounidenses de mayor reconocimiento en el campo de la gestión emocional y la psicología del bienestar. Sus trabajos de investigación sobre agilidad emocional irrumpieron con fuerza en el ámbito de la psicología a nivel mundial. Es cofundadora del Instituto de Coaching del ‘McLean Hospital’ (Massachusetts) y también autora de varios títulos, entre los que destacan el ‘Manual de Oxford para la felicidad’ (2014) y ‘Agilidad emocional: despegar, abrazar el cambio y prosperar en el trabajo y la vida’ (2016).
Transcripción
Recuerdo que mi madre me dijo que me despidiera de él. Y fue esa experiencia, la de despedirme de alguien que era completamente esencial en mi vida. Y luego la vida en el colegio seguía y la gente me preguntaba cómo estaba. El punto clave es darse cuenta de que vivimos en un mundo en el que, en muchos aspectos, nos cuesta mucho hablar de la muerte, y, en el día a día de nuestra experiencia emocional, todo nos indica que seamos positivos, que saquemos lo mejor de cada situación, y que, si tienes cáncer, bueno, está bien, todo ocurre por algún motivo. Y así empezó a interesarme la idea de que vivimos en un mundo que no nos prepara eficientemente para desarrollar las capacidades más esenciales que necesitaríamos como seres humanos, o sea, cómo cuidar de nosotros mismos, porque, si no podemos cuidar bien de nosotros mismos, tendremos problemas en todos los aspectos de la vida: nuestra salud, nuestra carrera profesional, la educación de nuestros hijos, nuestras relaciones de pareja, todo.
Y digo esto porque… No intento decir que nuestros pensamientos, emociones y recuerdos sean poco saludables. Hablaremos más tarde de lo importantes que son. Pero, como seres humanos, todos tenemos sabiduría. Tenemos otras partes de nosotros mismos a las que podemos recurrir. Esa sensación que tenemos cuando nos sentimos centrados, cuando respiramos hondo, cuando estamos conectados, cuando vemos las cosas con perspectiva. Y lo que intentamos encontrar, en diferentes culturas es: dadas unas circunstancias similares entre individuos, ¿qué indicadores son los que ayudan a la gente a lidiar con sus circunstancias de manera saludable y útil? ¿Y qué indicadores hay para que la gente se quede atascada y tienda a caer en un pozo sin fondo? La agilidad emocional, fundamentalmente, es… Bueno, yo en el libro describo cuatro prácticas muy específicas que son centrales a la agilidad emocional, y que son fundamentales en todo mundo a la hora de interiorizar ese nivel de bienestar que es esencial para nosotros.
Entonces, la idea detrás de la inteligencia emocional era que es el tipo de inteligencia que se puede aplicar a las emociones. No se planteó como un concepto que tuviera nada que ver con valores ni con quién queremos ser en el mundo. Esa es una diferencia primordial. La inteligencia emocional, por definición, no trata de valores, mientras la agilidad emocional dice, por definición: si pensamos qué queremos ser en el mundo, cuál es nuestro nivel de intención, ¿cómo podemos acercarnos a esos valores? Así que los valores están completamente integrados en el concepto de agilidad emocional. Otra diferencia primordial está en que, con la popularización de la inteligencia emocional, mucha gente cree que la inteligencia emocional consiste en controlar sus emociones. La idea de que sufrimos una especie de secuestro emocional que nos lleva por un camino negativo y queremos ser capaces de controlar nuestras emociones.
Lo que mi trabajo y mis investigaciones muestran es que controlar las emociones suele ser contraproducente. Cuando alguien empieza a decirse: “No soy feliz en mi trabajo, pero al menos tengo un trabajo, así que no debería sentirme así”, lo que empieza a suceder es lo que los psicólogos llaman “amplificación”. El ejemplo que suelo usar para explicar la amplificación es el de un delicioso trozo de pastel de chocolate en la nevera. Cuanto más intentas no pensar en él, más se te mete en la cabeza, más piensas en él. Cuando intentamos controlar nuestras emociones, apartarlas, acaban por volver. Y vuelven fortalecidas, y acabamos por actuar de maneras en las que no queríamos actuar. Por el contrario, la agilidad emocional trata de estar abiertos a nuestras emociones, de aceptar nuestras emociones y de ser compasivos con nosotros mismos. Precisamente porque no solemos sentir muchas emociones por aquellas cosas que no nos importan. Si podemos aprender de nuestras emociones y podemos entender lo que nuestras emociones intentan decirnos, podremos usar esa información de maneras increíblemente útiles.
Lo que creemos que sucede es que usamos recursos cognitivos para apartar esas emociones, y esos recursos cognitivos nos dejan sin herramientas suficientes para poder resolver las situaciones problemáticas. Esa persona que dice: “Soy infeliz, pero no voy a pensar en eso” cinco años después sigue siendo infeliz en su trabajo o la situación que sea, porque no ha pensado en eso. Y, además de perder esos cinco años, en esos cinco años no ha resuelto las situaciones problemáticas. Eso nos afecta en nuestro bienestar psicológico. Y, curiosamente, la gente que suele embotellar sus emociones también ve afectadas sus relaciones de manera negativa. Si estás en una relación y cuando sientes algo intentas evitarlo, no quieres compartirlo, acabas por desarrollar una especie de carencia de vulnerabilidad y de carencia de proximidad. Incluso en situaciones en las que un jefe… Imagina que tienes un jefe que dice: “Estoy muy descontento con mi equipo, pero no voy a decir nada”. Ese jefe va a una reunión, finge que todo va bien y sigue con la reunión como si nada. La tensión arterial del equipo sube. Ellos no saben que el jefe está embotellando sus emociones, pero tienen una respuesta fisiológica. Así que cuando estamos frustrados como padres o cuando, como profesores, educadores o en nuestras relaciones, estamos reteniendo nuestras emociones de una manera que no nos ayuda, eso nos afecta en todos los aspectos de nuestra vida. Es algo muy común y no es nada saludable.
15:36 Lo que tendemos a hacer es, en vez de sentarnos encima de nuestras emociones, sentarnos dentro de nuestras emociones. Es casi como nadar en ellas. No tomamos una distancia saludable entre nosotros y lo que sentimos. Lo que resulta fascinante es que embotellar parece muy diferente de incubar, ya que en la primera negamos nuestras emociones y en la segunda las tratamos como el centro del universo. Pero incubar tiene unos efectos psicológicos muy parecidos a embotellar. La gente que incuba sus emociones tiene una mayor tendencia a la ansiedad y a la depresión. Según algunos estudios, puede aumentar incluso la duración de una depresión. Afecta a nuestras relaciones, porque estás tan preocupado por cómo te sientes que no ves a la persona que tienes delante. Y afecta a tu habilidad para solucionar problemas. Lo más fascinante es que las dos típicas estrategias que usamos para lidiar con nuestras emociones, embotellar e incubar, parecen muy diferentes, pero ambas afectan muy negativamente nuestra salud, nuestro bienestar y a todos los aspectos de nuestra vida.
Así que la primera parte de la agilidad emocional es que, a menudo, tenemos problemas con nuestras emociones. Y el concepto del que yo hablo es “soltar la cuerda”. Soltemos la cuerda. Y con eso no me refiero a la resignación pasiva. No me refiero a: “Estoy triste, esto es terrible, solo tengo que aceptar que estoy triste”. Estoy hablando de ser compasivos con nosotros mismos. La compasión es un concepto del que raramente hablamos en la sociedad. A menudo sentimos que vivimos la vida como si fuera una competición eterna de ‘Ironman’ o ‘Ironwoman’, en la que debemos tener éxito y salud, llegar a tiempo a trabajar, ser los mejores padres, mantenernos guapos, etcétera. Y, a veces, creo que olvidamos que todos nosotros, todos y cada uno de nosotros, hacemos lo que podemos. Hacemos todo lo que podemos contando con quiénes somos, la educación que hemos recibido, las circunstancias vitales a las que nos enfrentamos y los recursos con los que contamos. Y otorgarnos cierto nivel de compasión a nosotros mismos es uno de los primeros pasos para poder generar en nosotros mismos un cierto nivel de autoaceptación, porque no estamos en combate, y por eso somos capaces de decir: “Aquí es donde estoy”. La gente puede decir: “Si eres autocompasivo, ¿no quiere eso decir que estás en fase de negación? ¿Que has sido débil o vago…?
Y yo, como muchas otras chicas de esa edad, empecé a recurrir a la comida. Me daba atracones y vomitaba para intentar calmar mi dolor. Y me negaba a aceptar la profundidad de mi dolor. Y nadie lo sabía. Y tenía una profesora que era una mujer maravillosa, sigo en contacto con ella hoy en día, y recuerdo que nos dio libretas en blanco en clase. Era la profesora de inglés, y dijo: “Escribid. Decid la verdad. Escribid como si no lo fuera a leer nadie”. Y algo simple como eso me invitó a exteriorizar mi dolor. Empecé a escribir en el diario, y, al final de cada día, le entregaba el diario a la profesora, y ella escribía algo para mí. Y así empecé a tener una especie de correspondencia secreta y silenciosa con esa mujer. Pero también una correspondencia secreta y silenciosa conmigo misma. Empecé a sentir que me veía a mí misma por dentro, veía mi culpa, mi arrepentimiento y mi dolor, y era una acción muy sencilla, pero, para mí, era una revolución. Fue la revolución que despertó mi interés por la psicología y que le dio forma a toda mi vida y a mi carrera. ¿Por qué? Porque me di cuenta de que lo que estaba pasando en esas páginas no tenía que ver con palabras. Había algo curativo, a un nivel muy fundamental, que solo reconocí retrospectivamente, pero que fue muy importante. Así que empecé a investigar esa idea, intentando averiguar por qué eso había sido tan poderoso.
Empecé a investigar, esa idea, común en la sociedad, de que cuando alguien siente rabia golpea una almohada para desahogarse. Y, en el lado opuesto, se le dice: “No, tan solo sigue adelante con tu vida e ignora esa rabia”. Ya está ahí lo de embotellar e incubar. Y empecé a buscar investigaciones científicas sobre esto. Algo muy interesante es observar a individuos con dificultades, que pueden ser dificultades del pasado, una violación, la pérdida de un trabajo, incluso una dificultad futura, tal vez un probable divorcio, o solo el hecho de cuestionarse si una relación vale la pena, o algo como: “Me han ascendido y estoy ansiosa y nerviosa por el ascenso, porque quiero dar lo mejor de mí”… Hay mucha gente que está pasando por experiencias emocionalmente destacadas. Imagina que tienes a toda esta gente que está pasando por esas experiencias emocionales y los incluyes a todos en un experimento. Los divides por la mitad y le dices a una mitad: “Queremos que escribáis 20 minutos al día, durante tres días, pero no queremos que escribáis sobre vuestras emociones. Queremos que escribáis sobre algo arbitrario, como los coches que pasan por la calle, o vuestros zapatos”. A la otra mitad le decimos: “Queremos que escribáis 20 minutos al día, durante tres días, sobre vuestros problemas”. Algo absolutamente fascinante es que toda esta gente escribe 20 minutos al día, durante tres días, nada más. Seis meses después, la gente que estuvo escribiendo tiene tasas superiores de felicidad, más bienestar, menos depresión y menos ansiedad. Y lo que llama la atención es que la gente que estuvo escribiendo sobre sus problemas emocionales no se quedó atascada en esa experiencia.
Hay un cierto aprendizaje que proviene de la escritura y ayuda a la gente a proponerse objetivos y a avanzar. En un estudio hay un grupo de gente que ha perdido el empleo. La mitad del grupo escribe sobre temas arbitrarios y la otra mitad, sobre la humillación, el arrepentimiento y la rabia que sienten al haber perdido su trabajo. Seis meses más tarde, vas a ver cuántos de ellos han sido contratados nuevamente. Y lo que obtienes es que, entre la gente que escribió sobre temas arbitrarios, nadie ha logrado un nuevo empleo. Entre el grupo de gente que escribió sobre sus dificultades, una gran mayoría de ellos ha encontrado trabajo. Parece que el proceso de revivir emociones, categorizar emociones, entender emociones, empieza a activar lo que los científicos llaman el “potencial de disposición” de nuestro cerebro. Es la parte del cerebro que dice: “¿Qué estoy sintiendo y qué debería hacer al respecto?”, y empieza a movernos desde nuestro interior hasta la acción. Así que esto va más allá de la salud emocional. Es sobre cómo cambiamos nuestra experiencia vital desde la base. Y la escritura es un ejemplo. Si hablas con un psicólogo o con un amigo, pero de modo que te ayude a desarrollar una cierta percepción de lo que te está pasando, eso es algo muy potente, es una de las experiencias más potentes que se pueden tener.
Y resulta que la gente que persigue la idea de ser feliz, que se pone la felicidad como meta, acaba siendo menos feliz. Hay numerosos estudios que muestran que cuando la gente tiene altas expectativas constantemente del tipo: “Quiero ser feliz, quiero ser feliz”, con el tiempo acaba siendo más infeliz. ¿Por qué? Por culpa de la fragilidad. Porque la realidad de nuestra experiencia es que vamos a vivir con tristeza. Y también por algo más bello y más profundo que todo eso. Y es que, debajo de las emociones que más nos cuestan, hay signos de las cosas que más nos importan. Pongamos que te sientes sola, ¿vale? Esa soledad es un signo de que le das valor a la conexión y que no tienes suficiente. O culpa. Puede ser un signo de que le doy valor a estar presente con mis hijos, pero ahora mismo no lo estoy lo suficiente. Aburrimiento en el trabajo. Le doy valor al crecimiento profesional, y no tengo bastante. Incluso si hablamos de depresión y ansiedad. Nunca he conocido a alguien que esté deprimido y que no se pregunte: “¿Cómo podría estar mejor en el mundo?”. O a alguien con ansiedad social que no se pregunte: “¿Cómo puedo conectar mejor con la gente?”. Y lo que pasa cuando apartamos las emociones difíciles es que también apartamos esa otra perla de valiosísimo aprendizaje que viene con esas emociones, que es que cada emoción difícil tiene un valor que lleva empaquetado debajo. Por ejemplo, no nos solemos enfadar por aquellas cosas que no nos importan.
Eso no quiere decir que cada emoción sea necesaria o que todas lleven siempre un mensaje importante, pero cuando apartamos emociones difíciles en favor de una positividad forzada, también estamos apartando el aprendizaje sobre nuestros valores, y son esos valores los que nos sirven para adaptarnos y ser ágiles, porque, como seres humanos, vamos a cambiar, y necesitamos aprender sobre cosas que antes nos funcionaban, pero que tal vez ahora nos molestan o nos frustran. Así que esta posibilidad de ganar consciencia y de conectar con nuestras emociones difíciles es un don esencial. No es agradable, provoca malestar, pero es algo muy útil para nosotros como seres humanos. La gente suele decir cosas como: “No quiero desilusionarme”. O: “Me encantaría proponerme para ese trabajo, pero no quiero acabar desilusionada”. O: “No quiero estar estresada. No quiero volver a estresarme, no quiero”. Y yo les digo: “Lo entiendo. Lo entiendo. Pero tienes los objetivos de una persona muerta”. Los muertos son los únicos que nunca se estresan, son los únicos que no sufren la desilusión que acompaña al fracaso. Son los únicos a los que no se les parte el corazón. No puedes tener una carrera significativa o mejorar el mundo en el que vives, o criar a una familia sin estrés ni malestar.
El malestar es el precio que hay que pagar para poder tener una vida plena. Y solo cuando nos abrimos a preguntarnos: “¿Qué me está diciendo esa emoción que puede ser importante para mí?” empezamos a encontrar el camino para empezar a hacer los cambios que tenemos que hacer en nuestra vida.
Y lo que me resulta fascinante es que no importa cuánto sepas de geografía o de matemáticas. La manera en la que lidiamos con nuestro mundo interior acaba por determinarlo todo. Hace que podamos o no cumplir nuestros objetivos, como en nuestra carrera, influye en nuestras relaciones, nuestra salud mental, nuestra salud en general, en todos los aspectos de nuestra vida. Y, sin embargo, no hay casi nada en la escuela, en la sociedad ni en la educación que ayude a los niños a desarrollar esas habilidades tan importantes. Por eso quería escribir un capítulo en mi libro “Agilidad emocional” dedicado a mostrar el proceso de educar a nuestros hijos en agilidad emocional, para que puedan ser flexibles en un mundo frágil y cambiante. Creo que es algo fundamental.
Les decimos: “No te preocupes, yo jugaré contigo”. O: “Hablaré con los padres de esas niñas malas y quedaréis para jugar”. Intentamos solucionar los problemas de nuestros hijos, con la mejor intención. Pero ¿qué les estamos transmitiendo? Les transmitimos que hay emociones buenas, como la felicidad, y emociones malas, como la tristeza o la rabia. Que debemos temer esas emociones malas. Que deberíamos apartarlas. ¿Cómo podemos educar a los niños para que sean emocionalmente ágiles? Podemos entrenar sus habilidades por medio de la práctica. Con práctica. Y el niño que siente tristeza, al que le dejamos estar triste, es un niño que reconoce: “Esta emoción es la tristeza”. Los niños estarán más cómodos con la experiencia de la tristeza, que no debe ser temida. Desarrollarán habilidades alrededor de la tristeza: “Yo he hecho tal cosa, y así la tristeza se ha pasado”. También desarrollan una de las habilidades más preciadas que podemos tener como seres humanos: la habilidad de reconocer que todas nuestras emociones son efímeras, pasajeras. Cuando alguien está deprimido, suele quedarse atrapado en esa emoción. Es una emoción difícil, no pasará nunca, es dura y no se ve ninguna salida. Pero todas nuestras emociones son pasajeras, ¿y cómo lo aprendemos? Lo aprendemos sintiendo tristeza primero y luego haciendo algo y reconociendo que ya no estamos tristes. A eso se le llama ser capaz de tener una “metavista” de las emociones.
Todos hemos tenido esa experiencia en la que estás muy enfadada con alguien, llamas a atención al cliente, porque se han vuelto a equivocar con tu cuenta telefónica, finalmente se pone alguien al teléfono y te preparas para decirle a esa persona cómo te sientes. Entonces oyes esa vocecita en tu interior que te dice: “Si le gritas mucho a esta persona, probablemente pierda tu expediente a propósito, y tú vuelvas al punto de partida”. Así que sigues sintiendo la rabia, pero casi eres capaz de esquivarla y decir: “Me siento enfadada, pero ¿cuál es la manera más eficaz de sacar partido a esta situación?”. Esto es algo de suma importancia, porque si, por ejemplo, un niño se siente tentado por las drogas, por ejemplo… O se siente tentado de ser popular haciendo gamberradas en el despacho del director. Este mecanismo permite que haya una vocecita en su interior que le diga: “Siento esto, pero no tengo que hacerlo. Las emociones son datos, y contienen información importante, pero no marcan qué debo hacer”. Así que ser capaz de esquivar ciertas situaciones es una habilidad muy importante. Y cuando dejamos que los niños experimenten las emociones, empiezan a desarrollar la habilidad de reconocer cómo se siente una emoción, aprenden que es pasajera y que pueden formular elecciones eficaces. ¿Y cómo podemos ayudarlos? ¿Cómo?
Las habilidades de agilidad emocional que ya he mencionado son estas: para empezar, exteriorizar las emociones. Hacer que nuestros hijos muestren sus emociones no se trata de decirles: “No estás enfadado de verdad”. Ni: “Dices que estás enfadado, pero creo que en realidad tienes hambre”.
Lo mismo ocurre con los niños. Ya a los dos años, los niños que son capaces de etiquetar mejor sus emociones tienen mejor salud mental, se desarrollan más y mejor. Ayudar a nuestros hijos a decir: “¿Es tristeza… o estás frustrado?”. “¿Te da rabia que Jack no juegue contigo o te sientes rechazado?”. ¿Cuál es exactamente la emoción que está ahí? Y, por supuesto, dependerá de la edad, las etiquetas de un niño de dos años serán más sencillas que las de un adolescente de 16, pero es algo muy potente. Les ayuda a entender cuáles son las causas reales. La tercera parte de la agilidad emocional que explico a los adultos es la que yo llamo “preguntarte tus porqués”. Se trata de decir: “¿Cuáles son mis valores? ¿Quién quiero ser en esta situación?”. Así que, si estoy frustrada en el trabajo porque me importa mucho el crecimiento profesional, ese es un signo de mis valores, y esto me permite preguntarme: “¿Cómo puedo crecer más en mi trabajo?”. “¿Qué podría hacer? ¿Con quién podría interactuar? ¿En qué proyectos debería participar? ¿Cómo podría cambiar las cosas para lograr un mayor crecimiento en el ámbito laboral?”. Eso es “preguntarte tus porqués”. Esa importancia de los valores y de entender que son esenciales para nosotros. Lo mismo con los niños. ¿Cómo empezamos a desarrollar su sentido del carácter, su esquema de valores o la idea de que, cuando todo el mundo les dice que hagan algo, son ellos los que tienen suficiente criterio para decir: “Elijo hacer esto porque siento que es lo adecuado”?
¿Cómo lo hacemos entonces con los niños? Que exterioricen sus emociones, después los ayudamos a tomar un poco de distancia, a poner nombre a lo que sienten, y empezamos a hacerles preguntas clave: “Dijiste que Jack no quería jugar contigo y que te sentiste rechazado. Eso es porque la amistad es algo importante para ti”. Ese es el valor del niño. “¿Qué es la amistad para ti? ¿Qué tipo de amigo quieres ser mañana, cuando llegues al cole? ¿Cómo vas a actuar en esta situación?”. Cuando un niño no es emocionalmente ágil, normalmente contesta: “Jack no quiere jugar conmigo. Yo tampoco jugaré con él”. Y punto. Lo que estás haciendo es enseñarle a tu hijo a poner nombre a sus emociones y a hacer elecciones conscientes sobre cómo quiere actuar en esa situación. ¿Qué es la amistad para él? ¿Cómo puedo hacerme amigo de otras personas a las que Jack trata igual?, por ejemplo. Es algo muy importante. Es la piedra angular para que nuestros hijos desarrollen su sentido de la determinación, de conexión, su resiliencia y su carácter. Y la cuarta parte de la agilidad emocional, que también hemos comentado al hablar de los adultos, es avanzar. Son cuatro partes: exteriorizar, alejarse, preguntarte tus porqués y avanzar.
Avanzar es: ¿cómo vas a hacer cambios profundos, en cada situación y en tus hábitos? Y lo mismo con los niños. Con ellos, avanzar sería algo como: “¿Qué idea tienes de cómo será hoy para ti y de cómo será mañana para ti? ¿Qué harás cuando llegues al cole… mañana?”. Puede hacer algo diferente, y ayudarle a aprender a solucionar situaciones problemáticas. Creo que son habilidades importantísimas, y el mismo modelo de agilidad emocional, los mismos procesos, funcionan tanto en adultos como en niños. Y me pareció fundamental porque nos enfrentamos a una crisis global de salud mental, y los niños tienen que estar equipados para poder lidiar con su propia mente, con su bienestar y sus emociones de una manera que creo que es absolutamente esencial para su futuro, y también para el futuro de la sociedad, para su futuro laboral, y que les va a permitir crecer como personas que contribuyen, como miembros responsables de la sociedad, capaces de lidiar con la complejidad y los cambios… Son habilidades fundamentales.
Cuando él empezó a ser capaz de decir algo como: “Me siento ignorado”, a lo que ella respondía: “Me siento desilusionada”, eso cambió completamente la dinámica de la relación, las conversaciones, el modo en que interactuaban. Y me parece muy importante, porque ayudarnos a nosotros mismos a etiquetar nuestras emociones es algo clave, pero también damos cosas por sentadas sobre las emociones de otras personas con las mismas etiquetas genéricas: “El equipo está rabioso”. “El equipo está estresado”. Y tal vez no sea eso. Y, a veces, sacando a la luz lo que sucede realmente, no de un modo obsesivo o incubador, pero sí que nos ayude a decir: “¿Qué está pasando aquí? Ah, el equipo se siente inquieto por todos los cambios. ¿Vale? Y necesitan más estabilidad. Yo, como líder, no les puedo ofrecer esa estabilidad, pero sí puedo facilitar una charla en que hablemos de los cambios que sufrimos y de cómo podemos mantenernos estables como equipo. ¿Cómo mantenernos juntos? ¿Qué valores queremos traer al trabajo cada día?”. Eso proporciona un pegamento que nos mantiene juntos. Y se trata de etiquetar nuestras propias emociones, pero también de ayudar a nuestros hijos o nuestros colegas a entender también por lo que están pasando. Es una experiencia extraordinaria. Y muy sutil. Es pasar de: “Soy esto, lo doy por sentado” a: “No es eso, es otra cosa”. Es algo increíble.
Muy bien. Para resumir, la agilidad emocional no va de ser positivos todo el tiempo, eso ha quedado claro. Va de poder conectar con nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestros recuerdos. No apartarlas, sino aprender de ellas, y dar pasos hacia nuestros valores. La agilidad emocional es eso ¿Cómo es en la práctica? En primer lugar, exteriorizar y aceptar: si hoy te sientes frustrado, aburrido o enfadado, no discutas contigo mismo. No te quedes atascado pensando si debes o no sentirte así. Solo acepta cómo te sientes. Sé amable contigo mismo. Eso es mostrar o exteriorizar. En segundo lugar, debes ser curioso con tus emociones, ¿vale? ¿Cuál es el valor que está debajo de esta emoción? ¿Qué me intenta decir esta emoción sobre lo que es importante para mí? Eso es algo clave.
La segunda estrategia que podemos usar cuando empezamos a tomar distancia, es lo que comentábamos antes, etiquetar las emociones. Ayuda muchísimo. Escribir sobre nuestras emociones también ayuda muchísimo. Y lo tercero que voy a añadir es que si dices: “Estoy triste. Estoy enfadado”, no hay distancia entre tú y tus emociones, haces que todo tu ser se convierta en tus emociones. En vez de eso, en vez de “Estoy triste”, intenta decir: “Noto que me siento triste”. En vez de “Estoy enfadado”, “Noto que me siento enfadado”. ¿Por qué? Porque tú no eres tus emociones. Tú no eres la tristeza, eres una persona con muchos aspectos a la vez. Y cuando empiezas a notar el pensamiento, la emoción, el recuerdo como lo que son, pensamientos, emociones y recuerdos, no hechos, creas un espacio muy necesario. Eso es alejarse, tomar distancia. Siguiente: “preguntarte tus porqués”. ¿Cuáles son mis valores en esta situación? ¿Qué es lo que más me importa? Los valores suelen parecer abstractos, pero a diario llevamos a cabo cientos de elecciones, que nos acercan a nuestros valores o nos alejan de ellos. Imagina que tu valor es la salud. ¿Elijo la fruta, que me acerca a mi valor, o el pastelito, que me aleja de mi valor?
Si mi valor es tener presencia y conexión con mis hijos, ¿me llevo el móvil a la mesa, lo que me aleja de mi valor, o dejo el móvil en el cajón de las llaves y paso un buen rato con mis hijos, lo que me acerca a mi valor? Este tercer paso, el de “preguntarte tus porqués”, te lleva a analizar cuáles son tus valores y cuáles son tus elecciones, y qué aspectos clave podrías cambiar para sentir mayor bienestar. Y el último paso es identificar cuándo harás todo eso. Si tu valor es mantener una relación considerada y respetuosa con tu pareja, si eso es lo que valoras, pero te das cuenta de que cuando ambos volvéis del trabajo os cruzáis unos gruñidos y os postráis ante la tele, u os metéis en las redes sociales, puede ser que ese minuto del día sea cuando decidas que dejarás todo de lado e irás a abrazar a esa persona y decirle “hola”. Es lo que llamo un pequeño arreglo. Un micromomento en tu día que conecta con tus valores. Porque, a menudo, cuando la gente intenta hacer cambios, cree que necesita venderlo todo e irse a vivir a un viñedo en Francia, o hacer algo completamente diferente. Pero lo que sabemos es que los pequeños cambios sobre el terreno, conectados con valores, son los que cuentan.
Así que: exterioriza tus emociones, no discutas contigo mismo por tenerlas, sé amable contigo mismo, sé curioso sobre lo que te intentan decir tus emociones, reconoce que tus emociones son datos, pero no son órdenes: tú puedes decidir tus elecciones. Qué te dicen tus valores y, avanzando, qué necesitas hacer en ese momento, ese día, puede que en una reunión, puede que en una conversación con alguien, puede ser a qué le dedicas los primeros cinco minutos de la mañana, que sientas que es más coherente con tus valores. E incorpora más momentos de ese tipo en tu vida.