Cuatro ingredientes en mi mochila de la vida
Edurne Pasaban
Cuatro ingredientes en mi mochila de la vida
Edurne Pasaban
Alpinista
Creando oportunidades
14 cumbres y grandes aprendizajes
Edurne Pasaban Alpinista
¿Cuál es la montaña más difícil de tu vida?
Edurne Pasaban Alpinista
Edurne Pasaban
La vida de Edurne Pasaban contiene dos historias: la de una infalible mujer alpinista, capaz de escalar las catorce montañas más altas de la Tierra; y la de una niña tímida, poco sociable y enfermiza. Dos caras de una misma moneda que encontraron la solución en las montañas: “El alpinismo me hizo sentir libre, me enseñó el valor de la amistad y me permitió elegir mi propio camino”, explica.
Pasaban fue la primera mujer del mundo en escalar los 14 ochomiles. Un hito deportivo que significó la conquista de una cumbre tras otra, pero que en la vida real significó encontrar muchas piedras en el camino: perdió a grandes amigos, tenía la sensación de no encajar y cayó en una depresión que le cambió la vida.
Su historia va mucho más allá de sus impresionantes hazañas deportivas, es una historia de superación frente a los miedos y dudas que todos podemos tener en la vida. Tal como ella misma explica: “Al final, he escrito yo cada página del libro de mi propia vida”. Se considera afortunada, porque añade: “Creo que eso es lo más grande que le puede suceder a una persona”.
Transcripción
El primer ingrediente es la ambición. Creo que tenemos que tener ambición en la vida, en el buen sentido de la palabra ambición, pero hay que tenerla. A veces nos suena la palabra ambición como un poco fuerte. ¿Por qué digo que nos suena un poco fuerte? Porque… por lo menos donde yo he crecido, en el ambiente que yo he crecido en mi casa, parece ser que el ser ambicioso sonaba mal o era malo ser ambicioso. O sea, yo creo que no es malo tener ambición. No es malo pensar en los catorce ocho miles. No es malo pensar: «¿Por qué no? Algún día quizás pueda vivir de esto», pero sí que es verdad que vivimos en una sociedad que a veces nos cuesta, y creo que no es malo ser ambicioso. El segundo ingrediente que iba en mi mochila era el afán de superación, el querer hacerlo cada vez mejor o, por lo menos, superarme. Para hacer catorce montañas de 8.000 metros hice veintiséis expediciones en diez años. Lo cual, haced cálculos, de esas 26 expediciones muchas veces llegué a casa sin haber hecho la cumbre, cuando hacías la cumbre y llegabas con éxito aquí a casa, en el aeropuerto, te esperaba todo el mundo. Los medios de comunicación, la tele y hacían eco de tu éxito. Cuando volvías y no habías hecho cumbre, no te esperaba nadie, nadie. Bueno, no miento, me esperaba mi madre, que siempre esperaba incondicional con su ramo de flores, haya hecho cumbre sí o no.
Pues volvías a casa, y digo: «Pues algo tendré que hacer, ¿qué puedo aprender de esta experiencia que no he hecho cumbre?», ¿no? ¿Sabes lo que nos cuesta a todos? Nos cuesta mucho ponernos enfrente a un espejo y decir: «¿Qué es lo que puedo cambiar o qué es lo que puedo mejorar para la próxima vez?». Yo tenía una lista con catorce montañas de 8.000 metros. Si yo de una volvía sin la cumbre, sin haber llegado a la cumbre, decía: «La próxima vez tengo que volver a escalar esa montaña y si no cambio algo, si no lo hago mejor, si no entreno más, si no soy capaz de darme cuenta qué es lo que ha fallado en esta expedición, no voy a aprender», pues eso es el afán de superación. El tercer ingrediente que va dentro de mi mochila es tener hambre por el éxito. ¿Qué quiere decir esto? Que nos tenemos que creer, que nos lo tenemos que creer, que somos capaces de hacer y esto nos cuesta, nos cuesta muchísimo. La primera vez que fui al Himalaya a intentar escalar una montaña de 8.000 metros era en el año 98. Aquella primera vez que fui al Himalaya yo no subí a aquella cumbre, no subí a aquel ocho mil. Y volví al año 99 e intenté otra vez otro ocho mil y tampoco subí. Y volví el año 2000 y tampoco subí. Tres veces al Himalaya, con todo lo que aquello suponía, y no hacía cumbre. La gente de mi entorno me decía: «Venga, ya está. Bueno, Edurne, ya lo has intentado y ya está. Ahora céntrate y haz otra cosa. Pero ya lo has intentado». ¿Sabéis por qué volvía?
Volvía porque cuando yo me daba la vuelta a veces siete mil, otras veces a ocho mil metros, cuando estaba allí y me daba la vuelta, yo ya sé, y nosotros ya sabemos la sensación que tenemos. Ya sabemos que esforzándonos un poquito más, seguramente, vamos a poder llegar la próxima vez a esa cumbre. Por eso volvía, porque yo ya sabía que podía conseguirlo. Por eso pienso que nos lo tenemos que creer. Y la parte más importante de la mochila creo que tiene que ir cargada de una cosa que creo que es imprescindible, es la pasión. Creo que sin pasión difícilmente hubiera escalado los catorce ocho miles, y sin pasión seguramente muchas de las cosas que hacemos no las haríamos. Os decía, en el año 98 fue la primera vez que pude ir por primera vez al Himalaya, pero yo empecé a escalar a los catorce años en un club de montaña en mi pueblo. A los quince años ya estaba yendo a los Alpes a escalar el Mont Blanc. A los dieciocho o diecinueve había ido a los Andes a escalar montañas de seis mil metros, y así. Yo siempre digo, y doy las gracias, y entonces no me di cuenta, a mis padres. Yo me acuerdo que a los catorce años, no, a los quince años, cuando pedí a mis padres para ir a los Alpes, no os penséis que fui con mis padres, en mi casa no había alpinistas, me fui con cinco chicos del club de montaña en una furgoneta y aquellos no les conocían tanto a mis padres.
Digo yo: «Qué valientes mis padres que dejan ir a una hija con quince años a los Alpes, quince días con cinco tíos». Por eso creo que siempre les doy las gracias a mis padres, porque ellos fueron de alguna manera los que me brindaron la oportunidad de hacer algo que me apasionaba. Mi madre nunca se arrepiente porque yo hasta los catorce años era una niña supertímida. Era una niña que tuve muchos problemas al nacer. Estuve enferma hasta los seis años, muy dependiente de mis padres. Muy. Luego muy dependiente de mis profesoras y dependiente de dos amigas que tenía. No me relacionaba con nadie. Y en la montaña encontré algo muy importante: la libertad. Encontré la libertad de tomar las decisiones por mí y dice mi madre que a los catorce años cambiaron a su hija, que no es aquella hija que tuvo hasta los 14 años. Así empecé a hacer alpinismo, empecé a hacer montaña, se me abrió un mundo nuevo y allí me fui en el año 98, con apenas veintitrés años, por primera vez, a pisar o a intentar pisar la cumbre de una montaña a ocho mil metros. Para cualquier alpinista, para cualquier persona que amamos el monte, ir a conocer los Himalayas es lo más, lo más, el sueño. Año 2001, por fin, en mi cuarto intento a una montaña de ocho mil metros, hago cumbre en el Everest. Mi primer ocho mil fue la montaña más alta de la Tierra, el Everest.
En aquel momento yo tenía veinticuatro años, veintipocos, y trabajaba en una empresa, en una empresa familiar. Yo estudié Ingeniería, de profesión soy ingeniero industrial, trabajaba la empresa familiar y siempre, cada vez que iba a una montaña a ocho mil metros, tenía que pedir dos meses de vacaciones. El primer año, el año 98, cuando a mi padre le dije que quería dos meses de vacaciones, me dijo: «¡Qué bien!», orgulloso el señor. El segundo año, cuando le volví a pedir otros dos meses, ya no le pareció tan bien. Y el tercer año, pues para nada le pareció bien que pidiera otros dos meses para irme al Himalaya. Y cuando subí al Everest, en el año 2001, mi padre me dijo: «Edurne, tienes que decidir qué es lo que quieres hacer en tu vida, si quieres trabajar en la empresa familiar o si quieres dedicarte a la ingeniería, o quieres dedicarte al alpinismo y escalar montañas». Obviamente sabéis lo que elegí, ¿no? Pues eso, escalar montañas. Siempre digo lo mismo, hay un proverbio antiguo que dice: «Quien tenga que elegir entre dos caminos, que escoja siempre el camino del corazón». Y eso es importante. Es importante que os escuchéis aquí, que escuchéis qué es lo que queréis hacer, porque esto nos va a guiar, porque cualquier camino que elijáis no va a ser fácil, porque trabajar en la empresa familiar y como ingeniero no era fácil. Pero dedicarse a un deporte tan minoritario como el alpinismo y dedicarse profesionalmente a eso tampoco iba a ser fácil. Pero si la decisión la habéis tomado desde aquí, el camino va a ser mucho más llevadero, con todas sus dificultades y sus buenos momentos. ¿Y sabéis qué es eso? Eso es la pasión. Por eso pienso que la mayor parte de nuestra mochila tiene que ir llena de pasión hagamos lo que hagamos.
Os decía, el año 2002 fue un año muy bueno. Dos ocho miles, dos cumbres. Año 2003 un año muy bueno. Tres ocho miles en el mismo año. Pero no os engañéis, o no nos engañemos, la vida no es así de fácil. Hay momentos buenos y hay momentos no tan buenos. En el año 2004 yo tuve la gran oportunidad de ser miembro de una expedición muy importante, una expedición de ‘Al filo de lo imposible’, que entonces era un programa donde se hacían muchas cosas de aventura y me invitaron para ser miembro de una expedición de ‘Al filo de lo imposible’, a una montaña que creo que es, hoy en día después de haber hecho los catorce ocho miles, la más difícil del mundo, el K2. No fue una expedición fácil, y tampoco fue una decisión fácil, porque realmente si os digo la verdad, en aquel año 2004 yo había hecho seis montañas de ocho mil metros, pero el K2 no entraba dentro de mis planes. ¿Por qué no? Porque yo había leído que era la montaña más difícil del mundo. Yo había leído que la gente que iba allí, de cuatro personas que llegaban a la cumbre, solamente bajaban con vida tres al campamento base y decía: «Yo no estoy preparada para esto. Es verdad, me gusta el Himalaya, hago ocho miles, pero yo no tengo el nivel para ir al K2». Pero cuando te dicen que puedes tomar parte de una expedición tan buena como la de ‘Al filo’, con los mejores alpinistas que teníamos entonces en España, algunos ahora todavía activos, digo yo: «Es una gran oportunidad».
La vida nos da oportunidades. Algunas las vamos a tener que ir a buscar nosotros y otras nos van a venir como en esta ocasión. Cuando yo me enfrenté al K2 en el año 2004, por supuesto que tenía miedo, muchísimo. Me acuerdo un periodista dos días antes de salir, ¿sabéis lo que me dijo? «Edurne, ¿tú ya sabes que no hay ninguna mujer viva que haya subido a la cumbre del Everest y haya bajado con vida?». Y digo: «Muchas gracias por la información, te la podías guardar, que esto me anima mucho para ir a esto que me enfrento en los próximos tres meses». Yo fui al K2 en el año 2004. Os puedo decir que hay un antes y un después en mi vida desde el K2. Estoy segura que todos tenemos un K2 en nuestra vida. Y al enfrentar montañas como el K2 podemos coger dos roles, ¿sabéis? Un rol es el rol de víctimas, ¿y cómo somos las víctimas? Somos personas, y me meto dentro del saco, que decimos: «No, cómo voy a ir al K2, pero si todo el mundo que va al K2 tiene problemas y encima con aquella gente que eran tan buenos alpinistas, ¿cómo voy a ir con estos?». Podemos coger otro rol, el de protagonistas y el de decir: ¿Por qué no voy a intentarlo? Voy a entrenar más que los años anteriores, pero yo voy al K2 porque esto es una oportunidad». Por eso creo que al enfrentar montañas como el K2, al enfrentar nuestros K2, tenemos que tener ese rol de protagonistas.
Es decir, aquella expedición no fue fácil. Yo de aquella expedición volví con congelaciones. La bajada se complicó muchísimo, el descenso de la cumbre, y como consecuencia de aquel descenso a mí me amputaron dos dedos en los pies. Yo tenía 31 años y me empecé a plantear muchas cosas y muchas preguntas en mi vida. A los 31 años me preguntaba: «Edurne, ¿qué estás haciendo con tu vida? Alpinismo, pero de esto no vives. No te puedes dedicar profesionalmente a esto porque en esto no se gana dinero para vivir. Tienes 31 años, acabas de perder dos dedos en los pies», y empezaba a mirar mi entorno y decía mis amigas con 31 años, estaban casadas, tenían hijos, habían estudiado una carrera y todas tenían más o menos su vida orientada. Y yo no, yo escalaba, iba a ocho miles, trabajaba en la hostelería cuando volvía de las expediciones cuando estaba en España, y al año siguiente organizaba otra expedición y volvía. Entonces empecé a hacerme un montón de preguntas y no tenía respuestas para aquellas preguntas a los 31 años. Y caí en el agujero más negro que una persona puede caer, un agujero que no conocía, en una enfermedad que es muy complicada. Sufrí depresión, estuve enferma por depresión durante un año.
Si veis mi carrera deportiva, empieza con la primera cumbre en el año 2001, termina con la última cumbre en el año 2010, pero el año 2006 no hay ningún ocho mil dentro de mi carrera deportiva. ¿Por qué? Porque Edurne Pasaban está cuatro meses en un hospital y si alguien me dice cuál es mi montaña más difícil, la respuesta ya la sabéis: el salir de una depresión, de una enfermedad que para mí era tan desconocida. Para mí y para mi entorno. No fue fácil salir de ahí. Fue un año muy complicado. He visto la muerte más cerca aquí que en el Himalaya. Pero creo que de todo se sale con ayuda. Creo en los médicos, que son los que me ayudaron a salir en el año 2006 de allí. Creo en la medicación y, sobre todo, en la familia y los amigos, que al final la gente que te quiere es la que te saca y te ayuda a salir de allí. Aunque para ellos también era tan desconocido y tan sorprendente que yo estuviera donde estaba. Así, en aquel proceso, año 2006, tirando para adelante como podía y en el año 2007 mis compañeros de expediciones, que siempre diré que lo mejor que he tenido en mi vida es la gente que he tenido alrededor.
Sí, mis equipos eran todos gente profesional que se dedicaba al alpinismo y muy buenos alpinistas, pero sobre todo sabéis lo que eran, eran buena gente, buenas personas y en el mundo hay que rodearse de buena gente y de buenas personas. Gente que cuando estás en esta situación te saque de donde estás, y eso yo lo tenía. En el año 2007 mis compañeros dijeron: «Déjate de tonterías y vamos a volver al Himalaya». Imaginaros en la situación que estaba, volver al Himalaya era lo último. ¿Por qué? Porque yo culpaba a la montaña de mi situación. La culpaba de que yo no tenga una vida como los demás. Yo no soy como mis amigas. A mí me gusta la montaña, pero claro, cuando vengo aquí no tengo nada de lo que tienen los demás. Un amigo mío me dijo: «Edurne, tú igual no eres como todos los demás. Tú eres diferente, pero yo ya sé dónde eres feliz y tenemos que volver al Himalaya». Y así me organizaron una expedición en el año 2007 para ir a una ocho mil al Himalaya, y costando pero me fui. Me fui al Broad Peak, es uno de los catorce ocho miles, con amigos de verdad, con amigos con los que había empezado a escalar a los catorce años. Y allí vi la luz. Allí me di cuenta que aquello era lo que a mí me gustaba, que yo no era como todo el mundo, pero que yo era feliz haciendo lo que hacía. Y es entonces cuando vuelvo en el año 2007 del Broad, es el momento que pienso en los catorce ocho miles. Hasta entonces no había pensado en terminar las catorce montañas. Por eso siempre digo que los catorce ocho miles para mí no son solamente catorce montañas, son mucho más. Son aquel camino que yo elegí, aquel camino que elegí desde aquí, que era diferente a los demás, sí, pero era el que me hacía feliz.
Si alguien, después de todo esto me preguntara ahora: «¿Ha merecido la pena?». ¿Mi respuesta sabéis cuál es? Sí, claro que ha merecido la pena. He hecho lo que me apasionaba. He conocido gente increíble, hay momentos difíciles y momentos muy bonitos, pero sobretodo he escrito yo mi libro de vida y he elegido yo cada capítulo de ese libro, y creo que es lo más grande que le puede pasar a una persona. ¿Cambiarías algo? No, seguro que no. ¿Habré hecho cosas mal? Sí, pero he tenido la capacidad de aprender de ellas. Por desgracia me ha tocado perder a gente muy cerca y lo que he aprendido es que la vida pasa muy rápido, muy, muy rápido. Nunca sabes qué va a pasar mañana y mi objetivo es que ese tiempo que estemos aquí seamos felices. Y esa es la clave. Ser felices y vivir la vida intensamente. Gracias.
Le hicimos señales que estábamos aquí, que veníamos a ayudarle y en un momento dado, en cuestión de segundos, esa persona desapareció. Cayó dos mil metros. Yo era la segunda vez que iba al Himalaya. Era la primera vez que me encontraba a ocho mil trescientos metros y era la primera vez que veía una cosa como esta en el Himalaya. En aquel momento, todavía se me ponen las manos así, el miedo que te produce… Me acuerdo que me empecé a bloquear y a llorar como una histérica a ocho mil cuatrocientos metros. Cogió mi compañero y ahí donde estaba me dio dos buenas tortas y me dijo: «Ahora no es momento de esto. Ahora nosotros tenemos que bajar. Ahora nosotros tenemos que llegar hasta el campamento base». Ahí aprendí que había que saber hasta dónde y cómo gestionar aquellas cosas.
Edurne Pasaban era una persona que cuando volvía del Himalaya y se ponía los domingos a la tarde en su sofá de su casa haciendo zapping, llorando como una loca, decía yo: «Todo el mundo pensará que yo soy la pera, y mira cómo estoy». Entonces, que aquí todo el mundo somos iguales, iguales. Y nos puede pasar esto a todo el mundo. Aprendí a no tener vergüenza, a pedir ayuda. A pedir ayuda. Y eso es importante en esta enfermedad y en todo. Que no nos avergoncemos, que digamos: «Estoy mal» o «Tengo esto» porque creo que nos puede ayudar mucho. Lo que pasa es que en la sociedad que tenemos, decir que tengo una depresión o que estoy enferma, o que a mi hija la han ingresado en un psiquiátrico, pues nos cuesta, pero no. A mí me dolía aquí algo en la cabeza y el alma. Aquí. A otros, les duele el pie, a otros otra cosa. A mí me dolía aquí, ¿por qué este dolor tiene que ser diferente al que tienen otros en otras partes del cuerpo? Es el mismo, es el mismo. Aprendí a eso, aprendí a pedir ayuda y a no tener vergüenza.
Y a estas personas les diría que se quieran más, que se quieran más, que se hagan preguntas de crecer, o sea, diciendo qué es lo que quiero ser y por qué, pero sobre todo porque yo quiero ser así y que no intenten ser lo que no son. Y es un poco lo que yo he hecho también. O sea, yo cuando caigo en la depresión en el año 2006, caigo porque no respondía a un prototipo de persona de 31 años normal, qué es normal en esta vida. Yo me veía que estaba fuera de esa sociedad, ¿no?, y de ese entorno que me rodeaba. Y ahí es cuando tú te caes en el agujero más grande y tu autoestima va al suelo porque piensas que no vales para nada. Y bueno, al final, para mí es encontré el camino en el alpinismo, encontré el camino en las montañas, el darme cuenta de que las montañas eran mi vida y que quizás no eran la de los demás, pero sí la mía. Entonces, yo el consejo que les diría lo he dicho antes, que seamos valientes cada uno de nosotros para escribir nuestro propio libro de vida.
Entonces, creo que somos personas que hemos ido adaptándonos poco a poco y que hemos ido aprendiendo de la montaña y a preparar nuestra mente poco a poco, a medida que hemos tenido experiencias. Yo siempre pensaba: «Yo quiero escalar» y estas cosas que yo no estaba preparada para enfrentarme a la muerte. Y la muerte en el alpinismo es una cosa que está muy presente, muy presente, y una cosa que hablamos muy poco de ella. Entonces, prepararse para eso es muy difícil y no encontrarás aquí a nadie que te prepare para enfrentarte a esa situación. Y lo único que piensas cuando empiezas a hacer esto es que no te pase a ti. Entonces, al final tu mente y tú te vas preparando poco a poco con la experiencia, que la vida te hace vivir experiencias que te hacen enfrentarte luego a la realidad.
Pero sí que te tengo que decir que cuando terminé los catorce ocho miles sí que tuve que escuchar de cierta gente comentarios como: «Esa chavala ha terminado los catorce ocho miles porque ha ido en expediciones con hombres». Mi pregunta sería a esa persona o personas, no soy la única española que han terminado los catorce ocho miles. Es verdad que los otros españoles que han terminado los catorce ocho miles son hombres, pero esos hombres también han tenido en expediciones a otros compañeros y, ¿se hacen el mismo planteamiento con ellos?, seguramente que no.
Entonces, creo que hay mucho recorrido todavía para hacer. Es un trabajo que estamos haciendo y que creo que todavía vamos a tener que hacer en esto. Luego ya no hablemos del deporte de élite y el deporte profesional. Yo siempre digo que soy una gran privilegiada, ¿vale?, soy una gran privilegiada porque fui la primera, pero es que las que han venido por detrás de mí no lo tienen tan fácil. Y esto es una pena, porque detrás hay mejores alpinistas que yo, mejores escaladoras que yo seguro, y que seguramente, por desgracia, no van a tener la misma oportunidad que yo he tenido. Y hay un gran recorrido desde los medios de comunicación que va cambiando poco a poco, va cambiando poco a poco, y desde los consumidores, desde los consumidores, que creo que todavía, aunque pensemos que no, seguiremos trabajando porque el camino es largo.
Muchos de ellos para ir a los colegios tienen que caminar hora y media todos los días porque el colegio más cercano a su pueblo está a hora y media y entonces no los llevan los padres, o a los ocho o diez años, cuando ya pueden empezar a llevar peso en la espalda, empiezan a trabajar como porteadores y a traer unas rupias a casa. Entonces, para ellos es, teóricamente, más rentable un niño que trabaje con ocho o diez años que ir al colegio. Entonces, nos hemos dedicado a poder ayudar a niños a que tengan una educación. Tenemos en Katmandú un hostel con cien niños, que son niños de pueblos diferentes de todo el Nepal, del Dolpo, del Makalu, en diferentes valles y con el permiso de familiares, porque muchos de ellos son huérfanos, les damos la oportunidad de bajar a Katmandú a estudiar desde que tienen tres o cuatro años hasta que van a la universidad y terminan la carrera. Creemos que ese es el futuro del país. Y en el año 2018 tuve la oportunidad de tomar parte en una expedición para mí muy especial, en una zona muy remota de Nepal, lo que le llaman el Far West. Es una zona que tiene mucha influencia con la India. Fuimos a esa zona porque era una zona en la que hay grandes montañas, pero muy desconocidas. No va nadie. Entonces nos propusimos ir allí a escalar una montaña de siete mil metros con cuatro mujeres. ¿Y por qué cuatro mujeres? Porque en esa zona, en el Valle de Saipal, hay una tradición que se llama Chhaupadi y el Chhaupadi es una tradición hinduista que dice que las mujeres cuando tenemos el periodo somos impuras y tenemos que salir de casa. Entonces, las niñas y las mujeres durante toda su vida, cuando tienen el periodo, los cuatro días o cinco días que les dura el periodo, son expulsadas de sus hogares.
Entonces, queríamos encontrar cuatro chicas que pudieran escalar un siete mil en el valle con nosotras, conmigo y con otras cinco chicas. Y fue bastante difícil encontrar cuatro chicas porque imaginaros que cuando se iba a plantear este asunto las familias no quieren que sus hijas escalen porque van a traer malos augurios para el pueblo, para la familia y estas cosas. Y así, en el año 2018, fuimos a escalar el monte Saipal con ellas. Curiosamente fue una experiencia superbonita y, curiosamente, también lo que más me llamaba la atención es que al principio pensaba que íbamos a encontrar mucha gente del pueblo en contra, en contra de aquello. Pero no fue así. No fue así. Hubo de todo. Os tengo que decir que vivimos una experiencia muy desagradable en un momento dado porque íbamos documentando todo esto y en un pueblo a cuatro días caminando, donde había una escuela, pasamos por allí para ir a lo que era el monte caminando y nos encontramos con una persona, una persona que estaba… el alcoholismo es un gran problema en esa zona, entonces estaba borracho completamente y nos empezó a gritar y a pegar a los cámaras a ver para qué estábamos allí, que esto no sé qué y no sé cuántos. Y, curiosamente, esa persona sabes quién era, era el profesor del pueblo. Entonces nos dimos cuenta que el cambio iba a ser muy difícil. Nosotros no pretendemos cambiar a la gente la cultura que tiene, y no creo que podamos ir allí a decir esto está bien o está mal, pero sí podemos ir a comunicar y a decir de qué manera vivimos los demás.
Y cómo hay otras vidas y otras culturas y estas cosas, y que sean luego ellos los que elijan. Entonces, después de aquella expedición decidimos poder dar educación a las niñas de aquel valle a las que podíamos y querían, y a día de hoy hay siete niñas estudiando en aquel valle en Katmandú con el objetivo y el futuro, porque obviamente esas niñas a los catorce años les casan y se quedan embarazadas a los quince, por lo cual no van a la escuela. Y en el futuro pensamos que esas niñas pueden ser el motor de cambio de aquella zona y, ahora mismo, pues una de ellas quiere ser enfermera, otra quiere ser profesora y así, poco a poco, poniendo el granito de arena para por lo menos para poder ir haciendo algo.
Pues sí, es verdad. Últimamente estamos viendo fotos en las que hay grandes colas en la cumbre del Everest. La gente habla de masificación y habla de todo. A ver, a mí me han preguntado muchas veces esta pregunta, si no ha perdido el romanticismo, si… estas cosas. El Everest es la montaña más alta de la Tierra. El Everest es una montaña que no solamente parece que los alpinistas quieren escalarla, sino que yo he encontrado gente que va al Everest que, por desgracia, no aman el alpinismo. Yo, con mis propios ojos, he visto en el campamento base del Everest a gente que no se sabe poner los crampones, que son los hierros que nos ponemos aquí para ir en el hielo. No saben ponerse. Y mi pregunta es: ¿qué es lo que te atrae a ti para ir al Everest? O sea, que en esa lista de cosas que hacer en tu vida está el Everest y lo tengo que quitar de ahí y lo tengo que borrar, ¿o porque quieres contar en tu gimnasio que un día subiste al Everest? Porque por desgracia cada vez estamos viendo más en el que hacemos las cosas para contar que hemos estado o que hemos hecho. Y eso a mí me da pena. Me da pena. ¿Eso cómo gestionarlo sobre todo en el caso del Everest? Eso tendrían que hacerlo desde el mismo país, sobre todo desde el país, de gestionar los permisos que dan allí.
Pero es que es una pena. ¿Sabes lo que pasa? Que por cada persona que va al Everest hay diez mil dólares por detrás que quedan en el gobierno de Nepal por un permiso, porque solo el permiso para el papel firmado cuesta diez mil dólares. Podéis imaginar la generación de dinero que puede ser eso para un país. Luego eso genera muchas cosas más por detrás, genera basura, genera residuos, genera impacto en la montaña. Entonces, todo esto yo creo que el mismo gobierno lo tendría que gestionar porque es una realidad. El cambio climático está ocurriendo, es una realidad. A mí que no me cuenten gente que lo quiere ocultar, yo lo he podido vivir y lo veo. Recuerdo el año 98, cuando fui al campo base del Dhaulagiri y al glaciar del Dhaulagiri, y diez años después, en el año 2008, cuando volví, no había glaciar, no estaba y era la misma época que había ido diez años después, cómo yo, en diez años puede ver este cambio. Entonces, creo que tenemos un planeta que si no nos lo cuidamos vamos a tener muchos problemas como humanidad y como personas aquí. Entonces creo que tenemos que concienciar a las personas y tiene que venir como hechos que estamos viendo en el Everest o en otros, que si esto no lo cortamos, qué vamos a dejar a nuestros hijos.
Muchas gracias. Gracias por estar aquí, por las preguntas. No sé si encontráis interesante lo que os he contado. Yo os he contado la experiencia de mi vida que hoy yo estoy aquí, pero seguramente que cualquiera de vosotros podría estar aquí sentado contando vuestra vida, porque espero que os hayáis sentido identificados en muchas cosas. Yo he estado subiendo montañas de ocho mil metros, vosotros tendréis vuestras historias por detrás, vuestros ocho miles. Los míos tenían forma de montaña, los vuestros van a tener otra forma, pero realmente no hay nada diferente porque al final en esta vida no hay mucho más que vivir lo mejor posible. Y en ese camino que recorremos, ser felices. O sea, que os deseo lo mejor para vuestra vida, para vuestros proyectos, para lo que estáis viviendo y, sobretodo, encontrar las cosas que os apasionan y vivir la vida con intensidad y siendo o intentando ser lo más felices que podáis. Muchas gracias.