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Julia Borbolla. O sea, ya no seguí preguntando edades, pero tenemos toda una vida por delante para tirar creencias que nos frenen y para revivir creencias que nos impulsen. El adolescente cree: “Yo voy a hacer Julia, voy a hacer un proyecto”, porque todos los adolescentes son influencers, son innovadores y van a hacer el negocio de tal cosa. “Y entonces, yo claro, y me va a salir” y los oyes y dices: “Este cuate ya tiene asegurado el éxito.” Digo en su cabeza, porque el fracaso luego. Pero dices cuántas veces necesitamos esa idea, esa idea de: “No, pues sí, y yo lo hago y entonces reparto, claro.” Tuve un adolescente, tuve, yo tenía un curso que era adolescentes de emprendedores, porque claro, cuando un adolescente, cuando la mamá quiere traer al adolescente a la consulta, el adolescente no quiere ir. “¿Yo que le voy a ir contar una señora que ni conozco mis problemas?” Y llegan así, ¿sabes? “Sí, no, 2, 3, equis.” Es divino, es divino. Entonces dije, y cuando el adolescente quiere terapia, la mamá o el papá dice: “No, ¿por qué, qué te pasa? ¿Por qué quieres ir? ¡No! Aquí estamos tus padres contigo.” Entonces no es buena combinación. Yo dije: “¿Cómo los traigo?” Con la lana ¿Quieres ganar dinero? Todos los adolescentes quieren ganar dinero. Ok, vamos a organizar un grupo. Y organicé un grupo de emprendedores de nueva generación en el cual tú tenías que tener un proyecto de un dinero que necesitabas. Entonces el que más necesitaba dinero era para un iPhone, veintitantos mil pesos. Había otros que querían una cafetera express para su cuarto exclusivo. Había otros que querían, no sé, los zapatos de marca porque sus amigas las tenían. Cada quien tenía un objetivo y ellos tenían que tener un proyecto que no fueran rifas, ni sorteos, que fuera o consignación o servicios. Y entonces llegó uno divino, piercings y tatuajes, todos, todos. Me costó trabajo descifrar el ojo porque… Tocaba la guitarra, él era rockero y entonces dije: “Ok, tu proyecto…” Él quería una guitarra acústica de quién sabe qué tanto, que costaba también un dineral y le dije: “Ok, ¿qué podrías hacer?” “Yo puedo dar clases de guitarra.” “¿A quién?” “Pues a las chavas, a los chavos, a los chiquillos, 13, 14.” Él tenía 16. “A los chiquillos de 13.” Me parece bien. “Facilísimo, yo les enseño, voy, ya.” Y le digo: “y ¿quién te va a pagar?” “Qué? La mamá.” “La mamá. te va a ver así como estás.” “Ah sí ¿verdad?” Y me encantó su respuesta. “Cuando la mamá vea cómo toco la guitarra, va a querer que su hijo la toque como yo.” Ese adolescente que hoy debe ser ya un señor, me encantaría encontrármelo y decirle: “¿Sigues pensando, sigues haciendo eso?” No lo he visto en la tele, no lo he visto todavía despuntar artísticamente, pero esa semilla de yo puedo, que a lo mejor es iluso en ese momento, pero es finalmente un motor. Entonces, bueno, qué les puedo decir. Los adultos somos adolescentes crecidos. Luego tenemos chavi rucas, porque además les digo lo más grande de todo, que de verdad que el creador nos hizo una trampa mortal, porque fíjense, justo en el momento en que y lo vemos ahora que tú me decías que tienes 40 años y tienes tu adolescente, justo cuando viene tu crisis de la edad adulta, esa crisis de no, pero el suetersito, esa crisis de ya no me puedo poner ese vestido porque ya el bracito ya me cuelga o el señor que dice no, ya la panza, se me ve mucho la panza. Cuando el señor ya tiene dinero para comprarse el descapotable, pero ya está calvo. Esa es la crisis de la edad adulta. ¿Y cuándo sucede? Cuando tienes un adolescente, es la misma edad. La edad en la que tu hijo o tu hija te dicen: “Ma, eso es de rucos.” Te pega porque tú empiezas a pensar que ya estás ruca. Es la combinación molotov, porque si analizan a un niño de siete años es igual que un adolescente. Un niño de siete años dice: “Yo solo, tú no sabes, la miss dijo y yo lo hago solo.” Es idéntico, solo que no sabe manejar y no se va sin que tú lo lleves.