Tres virtudes para una vida más plena
Rosa Rabbani
Tres virtudes para una vida más plena
Rosa Rabbani
Doctora en Psicología Social
Creando oportunidades
Cómo sacar partido a tu forma de ser
Rosa Rabbani Doctora en Psicología Social
Conocerse a uno mismo, la clave de un buen carácter
Rosa Rabbani Doctora en Psicología Social
Rosa Rabbani
Cuando se habla de “carácter”, a menudo se confunde este concepto con “temperamento”. Pero según explica Rosa Rabbani, doctora en Psicología Social, el carácter va mucho más allá: “El carácter es aquello que definen nuestros rasgos, tanto positivos como negativos”. ¿Qué podemos hacer para mejorar nuestro carácter y tener una vida más plena? Según cuenta Rabbani, la clave está “en conocernos a nosotros mismos”. Conocer nuestras fortalezas y debilidades nos permitirá mejorar la autoestima y ampliar nuestra mirada interior. Fortalecer las “virtudes del carácter” es la llave que nos conduce a forjar una identidad, asentando las bases de nuestra personalidad.
¿Se puede educar el carácter? Para Rabbani, el carácter “no solo se puede, sino que se debe educar”. Y es que si no aprendemos a conocernos desde niños, “¿cómo sabremos cuáles son nuestras mejores virtudes, pero también los rasgos que debemos pulir?”. Psicología y ciencia se unen en el trabajo de Rosa Rabbani: “Gracias al concepto de neuroplasticidad del cerebro, hoy sabemos que el carácter está en constante evolución. Y que hasta nuestro último aliento podemos trabajar en mejorar el carácter y, por tanto, nuestra vida”, concluye.
Rosa Rabbani es doctora en Psicología Social, psicóloga clínica y terapeuta familiar. Es autora de los libros ‘Maternidad y trabajo. Conflictos por resolver’ (2010) y ‘El buen carácter: claves para sacar partido a tu forma de ser’ (2021). También forma parte del ‘Proyecto Virtudes’, un programa internacional para la educación del carácter, galardonado por Naciones Unidas como un modelo educativo apto para todas las culturas. Uno de los pilares de este programa -el manual ‘Guía de Virtudes’- ha sido patrocinado por la UNESCO.
Transcripción
Pero en potencia, todos tenemos todas las virtudes. Y cuando digo todos, somos todos, porque a veces nos da la sensación de que puede ser que alguien no tenga alguna virtud: “Este seguro que la virtud del orden no la debe tener ni en potencia”. Pues no, pues la ciencia nos dice que todas las virtudes las poseemos en potencia. Luego también sabemos que todos los seres humanos tenemos cuatro o cinco virtudes que las tenemos muy trabajadas. Son nuestras fortalezas del carácter. Son esas virtudes que más nos describen. Si le preguntáramos a alguien cómo somos, pues seguramente las primeras ideas que saldrían serían las que son nuestras virtudes más fuertes, nuestras fortalezas del carácter. Y también sabemos, porque también la ciencia nos lo dice, que todas las personas poseemos también dos o tres rasgos que son los que más necesitamos trabajar. Son los que tenemos más débiles. Serían nuestros defectos. Son esos defectos que todo el mundo tiene y que nos suelen meter en más líos, nos suelen meter en más problemas y nos generan más dolores de cabeza. Pues la combinación de todo ello es lo que conforma nuestro carácter. Y cuando una persona tiene muchas fortalezas desarrolladas y poquitos defectos, pues diríamos que, aparte de ser un partidazo, tiene un buen carácter. Y para desarrollar ese buen carácter, una de las claves más importantes es conocerse, es conocernos a nosotros mismos, porque necesitamos saber cuáles son nuestras virtudes y cuáles son nuestros defectos. Ya nos lo recordaban hace muchísimos años los filósofos de la antigüedad.
Nos decían, sobre todo Aristóteles, que diría que es el padre, digamos, de la ética del carácter, él y algunos más ya nos hablaban de que es importante conocerse, porque si no acometemos ese trabajo, pues estaremos eternamente viviendo con un desconocido en nuestro propio interior. Hay una historia que quiero explicarte, que cuenta la leyenda, que hubo una vez un jardín esplendoroso en el que había muchísimos árboles que daban frutos riquísimos, muchas flores. Era un jardín estupendo en el que todos los árboles andaban contentos y satisfechos con la vida que llevaban en ese jardín. Salvo un árbol, que andaba triste y cabizbajo porque no daba frutos. Se lamentaba: “No sé quién soy porque no soy capaz de dar ningún fruto como todos estos otros árboles que me acompañan”. Y entonces le decía al manzano: “Tú lo que tienes que hacer es concentrarte. Si te concentras en dar frutos, ya verás. Ya verás que enseguida te van a salir un montón de manzanas. Es muy fácil, solo tienes que concentrarte”. Y entonces venía el rosal y decía: “Anda, no le hagas caso al manzano. Es muchísimo más fácil dar rosas. Y fíjate qué bonitas y qué olor y qué perfume, las rosas”. Y este pobre árbol intentaba ahí hacer caso a todo lo que le decían unos, a todo lo que le decían otros, pero no había manera humana de hacerle florecer ni hacerle sacar un pobre fruto.
Y así pues, seguía en sus lamentaciones. Un día de esos pasa por el jardín un búho, que dicen que es la más sabia de las aves del bosque. Pues pasando por ahí, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo con este árbol y entonces se acercó y le dijo: “No te preocupes, lo que te pasa a ti no es un problema grave, es lo que le pasa a muchísimos seres humanos que no saben quiénes son. Lo que tú tienes que hacer es conocerte a ti mismo. Tienes que reflexionar, tienes que preguntarte quién eres, y entonces vas a encontrar cuál es tu cometido en esta vida”. Hasta que, un día, bien frustrado y bien triste, nuestro árbol, en su momento de mayor silencio, escuchó un susurro que resultó ser la voz de su propio interior, que le decía: “Tú nunca vas a dar manzanas, porque no eres un manzano. Tampoco vas a florecer en primavera porque no eres tampoco un rosal. Tú eres un roble. Tu destino es crecer fuerte y majestuoso. Tú tienes que dar nido a las aves, sombra a los viajeros y belleza al paisaje. Eso es quien tú eres. Sé quién eres”.
Pues he ahí, en nuestra historia, donde reside la importancia de conocernos a nosotros mismos. Porque, ¿qué mejoras podemos acometer en nuestro carácter si no sabemos cuáles son los rasgos que tenemos que pulir, en los que nos tenemos que centrar, y cuáles son nuestras fortalezas del carácter, que son las que al consolidarla nos dan la fuerza y el estímulo que necesitamos para poder hacer esos cambios?
Y digo: “Pues sí, hasta tu marido puede mejorar el carácter, todos podemos hacerlo”. Eso es lo que hoy ya no dudamos. Sabemos a ciencia cierta, y nunca mejor dicho, que hasta el último aliento podemos invertirlo en ese proceso de ir mejorando nuestro carácter, porque así es como está cableado nuestro cerebro. Eso es, en definitiva, lo que conocemos como la neuroplasticidad del cerebro. Cuando nosotros nos focalizamos en desarrollar cierto rasgo, vamos a poner, por ejemplo, la paciencia, la perseverancia o la moderación; cuando nosotros ponemos nuestra concentración en el desarrollo de esos rasgos, incluso llegan a cambiar físicamente las estructuras. Las estructuras físicas de nuestro cerebro. No solamente nuestra forma de pensar. No solamente el funcionamiento de nuestra mente, sino el cableado de nuestro cerebro se reestructura cuando nosotros hacemos esos esfuerzos y conseguimos esos objetivos de ir puliendo. De manera que, cuando hemos pasado un tiempo, cuando tú miras unos cuantos años atrás, tienes la sensación de: “¡Vaya! Quién me ha visto y quién me ve”. En el sentido de: “Bueno, cómo he cambiado en algunos de mis defectos y cómo los he conseguido mejorar”.
Hay una fórmula muy sencilla, que es la que todo apunta a que es la fórmula más efectiva, y es la fórmula de virtud más acción. Cuando alguien hace algo bien, que está bien hecho, virtud, nombrar la virtud y la acción. Como por ejemplo: “Eso ha sido muy generoso, porque cuesta mucho, lo sé, compartir las cosas de uno”, o: “Ese trabajo que tienes que entregar mañana ha costado mucho de hacer, pero he visto que has perseverado y lo has acabado. Buen trabajo”. Esos son reconocimientos y lo que estamos haciendo es nombrar la acción e identificarla con una virtud. Nombrar la acción es importante, porque si lo que decimos es: “Ay, mi niño, que es la perseverancia con patas” o: “Ay, mi niña, que es… qué sé yo, la generosidad personificada”, bueno, pues ahí si no especificamos una acción concreta, de alguna manera es como si estuviéramos haciendo la pelota, o al que se lo dicen le da un poco esa sensación. Pero no es ese el efecto que queremos conseguir. Lo que queremos conseguir es generar esa energía, generar ese estímulo, más allá de hacerle ver a la persona que está yendo por buen camino y que continúe ahí, lo que queremos es crear esa gasolina para poder dar lugar al movimiento del cambio.
Pero luego hay otra pauta, y es el hecho de que ojalá todos los seres humanos, todos: nuestros hijos y nosotros y todo el mundo, ojalá que todo lo que hacemos lo hiciéramos estupendamente bien. Pero lo cierto es que a veces metemos la pata, a veces cometemos errores y en esos casos pues no ha lugar hacer un reconocimiento. En esos casos, en todo caso, lo que tenemos que hacer es una corrección. Pero, de nuevo, hacer una corrección apelando a las virtudes es una forma constructiva, es una forma positiva de plantear una corrección, como por ejemplo: “Ya te he recordado tus obligaciones. Ahora necesito que seas responsable y que hagas lo que tienes que hacer para que no te lo tenga que repetir”. Eso es una corrección. ¿Cuál es la fórmula de la corrección? La fórmula que parece ser que es la más efectiva para hacer una corrección, es acción incorrecta, virtud a la que estamos llamando, porque nosotros estamos apelando a una virtud; en el ejemplo, a la virtud de la responsabilidad, y a veces podemos acompañarlo de la acción alternativa. Pero fíjate, todo esto que estamos hablando sobre los niños no es privativo de la infancia. Lo que sabemos a día de hoy, y también es algo que nos corrobora la ciencia, es que todos los seres humanos necesitamos de reconocimientos. La diferencia con los adultos es que los adultos nos vamos habituando o nos vamos resignando a hacer un montón de acciones estupendas desde que abrimos en la mañana los ojos hasta que los volvemos a cerrar cuando nos vamos a dormir.
Hay un montón de esfuerzos que vamos haciendo a lo largo del día y, sin embargo, pues… bueno, en pocas ocasiones estamos acostumbrados a que alguien ponga eso en valor y que alguien lo reconozca. Pero todos los seres humanos, no importa la edad, no solamente son los niños, no solamente son los jóvenes los que necesitan de ese estímulo. Los adultos también lo necesitamos. Los niños a veces lo que pasa es que no te lo perdonan, porque cuando ha hecho… que sé yo, pues te ha hecho un dibujo y tú no le dices nada, te lo está enseñando y no le dices nada. Entonces te apela directamente y te dice: “Oye, pero ¿te gusta mi dibujo?”. ¿Qué te está diciendo? “Oye, dime algo, posiciónate, manifiéstate. Dime alguna cosa sobre lo bien que lo he hecho”. Te está pidiendo un reconocimiento. Los adultos somos más discretos, porque hemos aprendido a ser más discretos. No lo pedimos, pero la necesidad es exactamente la misma. Fíjate, en otro orden de cosas, las investigaciones también han demostrado que, en adultos, claro, aquellas parejas que tienen la habilidad de hacerse comentarios positivos, de hacerse reconocimientos, tienen muchas más probabilidades de establecer una relación satisfactoria y duradera en el tiempo que aquellas que no cuentan con esa habilidad. ¿Qué nos está diciendo eso? Pues nos está diciendo lo importante que es plantear reconocimientos y correcciones en clave de virtudes.
Uno de ellos es uno de los creativos, era, falleció hace algunos años, uno de los creativos de la Disney, que ante esa tragedia se sentaron y se preguntaron: “Bueno, dedicándonos nosotros a lo que nos dedicamos, ¿será que no deberíamos tener algo que decir al respecto de estas cuestiones? ¿O será que no debiéramos reflexionar sobre qué hay que hacer para que estas cosas no vuelvan a ocurrir?”. Y en ese momento inician toda una investigación de muchas, iba a decir todas, pero muchas de las tradiciones culturales y sagradas a lo largo y ancho del mundo. Y más allá de todas las grandes diferencias que identificaron en todas esas culturas, se dieron cuenta de que había algunos elementos que se repetían sistemáticamente en todas ellas. Y ¿cuáles eran? Eran las virtudes. Eran las virtudes humanas, que aparecían en una y otra cultura, y que en todas ellas tenían las mismas connotaciones y tenían los mismos significados. Hicieron una lista de virtudes y trataron de desarrollar cinco estrategias sobre cómo forjar esas virtudes en nosotros y en las personas de nuestro entorno. Elaboraron entre los tres un pequeño manuscrito y bueno, lo que solemos hacer a veces, se lo pasaron a unos cuantos de sus amigos para recabar un poco su opinión, a ver si esto tenía pies y cabeza, a ver si tenía algún sentido. Y ocurrió algo curioso: que en cuestión de semanas el manuscrito había pasado las fronteras y se había extendido por no sé cuántos países.
Y había un montón de gente que estaba dándose cuenta de la utilidad que ese manuscrito, esos contenidos y esas estrategias podían tener, y habían empezado a ponerlas en práctica. A partir de ahí comienza una trayectoria de aproximadamente treinta años en los que el Proyecto Virtudes ha recibido muchísimos galardones y muchísimos reconocimientos. Destacaría, por ejemplo, el de Naciones Unidas. También la UNESCO ha reconocido el Proyecto Virtudes, porque las virtudes no dejan de ser el patrimonio inmaterial de nuestro mundo. Es algo que compartimos todos los seres humanos y ¿cómo un organismo, una institución como la UNESCO no va a reconocer algo así? Y efectivamente, el corazón del proyecto, aunque pareciera que son las virtudes, no son exactamente las virtudes. Son esas cinco estrategias, que nos aportan formas muy concretas y sencillas de poder desarrollar todas esas virtudes. La primera estrategia sería hablar el lenguaje de las virtudes. Esa tendría que ver con la comunicación, qué importante en los seres humanos, nuestra forma de comunicarnos. El lenguaje es una herramienta poderosa que las personas podemos utilizar para levantar el ánimo del más desanimado. Pero exactamente el mismo lenguaje, la misma herramienta, también la podemos utilizar para hundir en la más absoluta de las miserias al más animado. Y fíjate, la herramienta es la misma. Utilizarla en clave de virtudes, pues qué importante que es.
Que seamos capaces de incorporar las virtudes a nuestra forma de hablar, a nuestra forma de expresarnos y a nuestra forma de dirigirnos a las personas con las que interaccionamos. Una segunda estrategia sería poner de relieve y aprovechar los momentos propicios para el aprendizaje, porque no todos los momentos son igual de propicios para nuestro aprendizaje y nuestro crecimiento. En general, los momentos en los que tal vez hemos cometido algún error, o en los momentos en los que alguien o algo no salió bien son momentos muy propicios para poner de relieve. Pero no ponerlo de relieve en forma de automachaques, como muchas veces estamos acostumbrados, que no somos capaces de acallar a ese crítico interior: “Sí, porque siempre lo haces igual. Es que siempre metes la pata”. Pues plantearlo en clave de virtudes, apelando a la virtud que nos faltó, es hacerlo de forma mucho más constructiva. Algo que inicialmente prometía ser, tal vez, un punto destructivo, darle la vuelta y convertirlo en algo absolutamente constructivo. La tercera estrategia sería establecer límites y hacerlo de forma clara. Los límites forman parte de nuestra vida. Los psicólogos sabemos, tú y yo sabemos y nuestros colegas con nosotros, cuántas personas a veces consultan por la dificultad que tienen a la hora de establecer límites. Porque además, los límites cumplen una función determinada en cada etapa de la vida de los seres humanos. Y es importantísimo que seamos hábiles y seamos efectivos a la hora de establecerlos.
Otra de las estrategias del Proyecto Virtudes es honrar nuestras necesidades interiores. Esta es la estrategia, yo diría, más íntima y personal, porque todas las demás tienen que ver con las personas que nos rodean, con nuestras relaciones, con la forma de comunicarnos con ellos. Pero esta estrategia, sobre todo, tiene que ver con nosotros, con cómo nos tratamos a nosotros mismos. Fíjate, las personas en general nos cuidamos mucho de cuidarnos físicamente. Por ejemplo, pues tratamos de hacer un poquito de ejercicio, cuidamos nuestro descanso, nuestro buen alimento… También hay muchas personas que se esfuerzan en su proceso de crecimiento y se esfuerzan en cubrir sus necesidades más racionales, digamos: en aprender, en saciar su curiosidad. También cada vez hay más conciencia sobre el cuidado emocional que tenemos que tener para con nosotros mismos. Pero fíjate, nuestras necesidades interiores o nuestras necesidades espirituales, como lo queramos poner, son las grandes abandonadas. Ser capaces de disfrutar de las expresiones artísticas en cualquiera de sus formas o el contacto con la naturaleza. Reflexionar sobre la muerte o el significado del sufrimiento o el sentido de la vida… Todo eso son conceptos que pertenecen a nuestro mundo interior y necesitan ser reflexionados y necesitan ser honrados de alguna manera en nuestro día a día.
Y, sin embargo, muchas veces no las tenemos muy en cuenta y yo digo que son las grandes ninguneadas. Pero es importante tenerlas en cuenta porque trascienden lo puramente físico, lo puramente intelectual o emocional y necesitan de su propio cuidado. Y por último, la quinta estrategia sería la de ofrecer el arte del acompañamiento. ¿Qué es el arte del acompañamiento? Esta estrategia, con este nombre tan bonito que le han puesto. Acompañar es lo que hacemos las personas cuando nos encontramos ante alguien que está pasando por un mal momento. Acompañamos a alguien que está pasando un pequeño apuro o tal vez está atravesando una gran adversidad. Esos son momentos importantes en los que las personas que nos rodean en un momento determinado necesitan que las acompañemos. Pero tenemos que tener una idea clara de en qué consiste acompañar, porque a veces creemos que acompañar consiste en aconsejar, o acompañar consiste en resolver. Siempre tenemos un montón de respuestas: “Sí, lo que tienes que hacer es tal cosa o tal otra”, siempre tenemos el consejo preparado, que todavía el otro no nos ha acabado de explicar sus penas y lo que le preocupa, pues ahí andamos nosotros, con nuestras múltiples respuestas y consejos. A veces les decimos: “No, hombre, no, no llores. Que me vas a poner triste a mí, que me vas a hacer llorar”. Oye, pues no. Es su momento. A lo mejor lo que necesita es llorar, si realmente lo que le preocupa es algo grande, es algo importante.
A veces acompañar es tan sencillo como escuchar con toda la atención de la que seamos capaces. Y con eso no siempre el proceso de acompañar tiene que durar una hora y media. A veces puede ser un momento, a veces puede ser con tres simples comentarios, puede durar tres minutos el proceso de acompañamiento. En algunas ocasiones, apelar a las virtudes que en ese momento serían buenas compañeras para esa persona. Pero no arrasar nosotros como un tsunami y aportarlas nosotros: “Tú lo que tienes que hacer es ser valiente”. Pues a lo mejor es más efectivo pedirle: “Oye, ¿cuál sería la herramienta que más te ayudaría ahora mismo? ¿Cuál sería la virtud que te serviría más en este momento?”. Ese es el proceso del acompañamiento y un poco… Saber cómo ejercerlo es importante. Y sobre todo creo que a veces es casi más importante saber cómo no debemos ejercerlo. Cada persona tiene la capacidad de ir buscando y de ir transitando el camino hacia sus propias superaciones y resoluciones. Esas son las cinco estrategias del Proyecto Virtudes.
Pero ¿qué pasaría si cuando nos dirigimos a alguien utilizáramos el lenguaje de las virtudes? ¿Qué pasaría si nosotros hacemos referencia a “perseverante”, “responsable”, “flexible”, “valiente”, “amable”, “creativo” o toda esa serie de rasgos? ¿Qué pasaría si esas fueran las palabras con las que nosotros nos dirigimos a otras personas? Pues esa sería la identidad que serían capaces de desarrollar. Pero fíjate qué importante, qué diferencia entre un tipo de imagen que puedo llegar a tener de mí misma y el otro tipo de imagen que estamos forjando. Y ¿quién en esta vida no busca tener una buena imagen de sí mismo, una buena identidad? ¿Qué padre o qué madre no quiere que sus hijos crezcan con una buena identidad? No una identidad fantasiosa de que somos el acabose de la vida, no, una identidad real, con nuestras fortalezas del carácter, pero también con nuestros defectos del carácter. Ese es el deseo de todo el mundo. Y, de nuevo, poner nuestro foco en las virtudes es lo que nos permite poder desarrollar esa identidad muchísimo más positiva. Pero si realmente queremos poner de relieve la importancia de desarrollar un buen carácter, si realmente queremos ser conscientes de las consecuencias que, tanto a nivel individual como a nivel colectivo, eso puede tener para nosotros y para nuestra sociedad; realmente debemos centrarnos en desarrollar una cultura del carácter.
Una cultura en la que desarrollar un buen carácter esté en el centro y en torno a eso giran muchas otras cuestiones más. Y para traducir eso en hechos, es que eso tendría que formar parte de la educación en todas las escuelas y en todos los niveles: en primaria, en secundaria… Que eso se sistematice de alguna manera. Como ejemplos y como experiencias, pues te podría contar muchísimas. Por ejemplo, una maestra explicaba que después de haber pasado por una formación en el Proyecto Virtudes, había tratado de llevar a la práctica, de trabajar en su clase, con sus alumnos de seis años, algunas cuestiones relativas al proyecto. Entonces, después de un tiempito de irlo trabajando, explicaba que un día le había preguntado a uno de sus alumnos: “Oye, ¿tú cuál dirías que es tu mejor virtud? ¿Cuál dirías que es tu fortaleza del carácter?”. Y decía que el niño pensó durante un instante y dijo: “La autenticidad”. Guau. Su maestra le dijo: “Caramba, qué virtud más grande para un niño tan pequeño, ¿no? ¿Y cómo piensas eso? ¿Por qué? ¿Qué te hace pensar que esa sea una de tus mayores fortalezas, de tu carácter? La autenticidad”. Y el niño dice que sin dudar respondió: “Porque en el recreo todos mis amigos juegan al fútbol. Y a mí a veces no me gusta jugar al fútbol, no me apetece y me da lo mismo lo que piensen mis amigos”.
Mira, probablemente tú y yo juntas reflexionando un buen rato, a lo mejor no seríamos capaces de definir de una forma tan sencilla, pero de una forma tan aplastante como son las lógicas de los niños a menudo, una virtud como la autenticidad, pero como cualquier otra virtud. Cuando esas palabras empiezan a formar parte de su lenguaje, ellos enseguida son como esponjas que captan. Hay estudios preciosos que se han realizado con niños muy pequeñitos, de aproximadamente unos cinco años, a los que única y exclusivamente se les da una explicación sobre cómo funciona nuestro cerebro. Básicamente, se les explica el concepto de neuroplasticidad del cerebro en palabras que un niño de cinco años pueda entender. Y se les explica que cuando nosotros nos focalizamos la atención en desarrollar la virtud que queramos desarrollar y con eso nos vamos entrenando, vamos practicando esa virtud, que realmente podemos llegar a desarrollarla. Y es tal el proceso de cambio y de transformación que se observa en esos niños… Imagínate, si a los adultos nos ayudaran a darnos cuenta de todas estas cuestiones y generáramos conciencia sobre el poder que tenemos sobre nosotros mismos y sobre las personas que nos rodean y sobre la de cosas que somos capaces de hacer y que ni cuenta nos damos a veces. No somos conscientes de lo que realmente podemos llegar a conseguir y de en el tipo de persona en el que podemos llegar a convertirnos.
Lo que en realidad estamos haciendo es, yo digo ponernos la zancadilla a nosotros mismos, porque es como meternos en una trampa. En una trampa que es bastante perversa, porque nos hace entrar en un bucle de celos y de envidias que realmente genera muchísimo sufrimiento y genera, sobre todo, muchísimo bloqueo. Nos paraliza en seco nuestro proceso de crecimiento y no deja de ser esa trampa. Porque al final, lo hagas lo bien que seas capaz de hacerlo, siempre va a haber alguien que sea más que tú o que lo haga mejor que tú, o que sea mejor que tú, o que tenga más que tú. Por tanto, tener como referencia a otras personas para poder nosotros saber cómo queremos llegar a ser es ciertamente una trampa en la que no deberíamos meternos. Luego hablo también de otra virtud que para mí es muy importante, y es la del espíritu del servicio. En el ámbito de la psicología, tú sabes, Esther, que hay muchas clasificaciones sobre las necesidades básicas humanas, pero en todas ellas, de una forma o de otra, se nos habla de que hay una necesidad básica que tenemos todos los seres humanos, que es la de contribuir, que es la de que algo de lo que nosotros somos capaces de hacer sea útil para alguna persona que no seamos solo nosotros. Y en todos los ámbitos del quehacer humano podemos hacer esa contribución, podemos servir en muchos de los ámbitos de nuestra vida.
¿Qué más? Otra de las virtudes en las que me focalizo es la creatividad. La creatividad es un rasgo de nuestro carácter y si todos los rasgos del carácter los poseemos en potencia, eso quiere decir que todos los seres humanos podemos llegar a ser bien creativos. No en lo mismo, cada uno en su propio ámbito, en sus propios talentos o en sus propias afinidades. Pero todos podemos llegar a desarrollar esa creatividad. Y eso no es privativo del ámbito artístico o del ámbito literario, que es un poco la imagen que tenemos de la creatividad, que los creativos andan un poco en esos contextos. Se puede ser creativo haciendo muchísimas otras cosas. Por ejemplo, como psicóloga, pues a veces algunos casos que me llegan a la consulta, pues me tengo que rebanar los sesos para pensar alguna forma creativa de intervenir, porque las formas tradicionales, pues resulta que no están funcionando. Y si no están funcionando, hay que pasar a la segunda opción. Y la segunda opción tiene que ser necesariamente más creativa. Y fíjate, creatividad, precisamente yo, que creo que la creatividad no es una de mis fortalezas grandes del carácter, pero lo cierto es que si focalizamos ahí las energías, pues cualquiera de nosotros puede llegar a crear, siempre y cuando se cumplan una serie de condiciones en cualquiera de los quehaceres de los que se ocupa cada persona.
Otra virtud importantísima y en la que también creo que hoy la ciencia hace algunas aportaciones interesantísimas es la confianza. La confianza tiene como tres caras: la de confiar en nosotros mismos, la de confiar en los demás y en que las cosas no tienen por qué ir mal, que todo va a ir bien, y también en la de ser confiables, en la de hacernos dignos de la confianza de los demás. Pues lo que la ciencia nos dice sobre la confiabilidad es el hecho de que es o promete ser, los estudios apuntan a que será una de nuestras monedas de cambio más importantes en el futuro. ¿Por qué? Pues fíjate, porque hoy en día somos capaces de hacer una compra sin tener la menor idea de… Quiero decir, pagar. Pagar por algo que no tenemos la menor idea de si nos va a llegar o no nos va a llegar, o si nos va a llegar, nos va a llegar en condiciones. O cómo caramba nos va a llegar esto. O somos capaces de meternos en el coche de un absoluto desconocido. Hace cuatro días, como quien dice, hubiese sido impensable que pudieras viajar en el coche de una persona que no conoces absolutamente de nada. O por ejemplo, nos vamos a la casa de gente que no conocemos de nada, en la otra punta del mundo. ¿Y por qué lo hacemos? ¿Y cómo somos capaces de hacerlo? Pues la forma en que somos capaces de hacerlo está basada sobre la confianza. ¿Quién de nosotros no ha leído los comentarios que hacen los usuarios que tampoco los conoces de nada, pero que ponen ahí sus comentarios sobre el producto o sobre el servicio en cuestión? Eso es la reputación de ese producto.
Es la reputación de la persona que hay detrás de esa venta, o de ese servicio, o de ese intercambio y la reputación y en definitiva, la confianza que generamos las personas, es un poco lo que los últimos estudios están apuntando a que será una moneda de cambio importantísima en el futuro. ¿De qué más virtudes hablo en el libro? Hablo de la gratitud. Creo que se ha hablado mucho en los últimos años sobre la gratitud y debe haber pocas personas que duden de los grandes beneficios de una práctica tan pequeña, si se lleva a cabo de forma sistemática. Eso si no es que algunas personas lo han convertido ya en parte de su actitud, de su mirada ante la vida. Y que viene a aportar mejoras en todos los aspectos de nuestra vida. Mejoras a nivel físico, mejoras a nivel mental, a nivel emocional y a nivel espiritual también. Entonces, bueno, hay algunos autores que empiezan a decir que padecemos sobre todo en Occidente y eso nos toca de lleno a nosotros, y es que padecemos lo que han venido a llamar el trastorno por déficit de gratitud. Y es el hecho de que disponemos de tantas cosas que se nos olvida, que lo damos por hecho, que damos por sentado que todo esto es normal y que siempre vamos a seguir teniéndolo. Y no nos hace reparar en lo privilegiados que somos, lo rica y lo abundante que es nuestra vida, lo que nos hace es meternos en un círculo de escasez y de pobreza.
Porque si no somos capaces de revalorizar todo lo que somos y todo lo que tenemos y todo eso lo pasamos por alto, pues no seremos capaces de vivir todos esos beneficios de la gratitud. La siguiente virtud sería la del perdón, esa que nos cuesta tanto. Que tanto recibirla como ejercerla nos cuesta muchísimo, porque ese ego que tenemos todos nos dice: “No, primero yo, la razón la tengo yo y no tengo por qué pedir perdón”. Porque la idea que tenemos es que ejercer el perdón, perdonar, tiene que ver con el otro. Y no es así. Y no lo sabíamos hasta no hace mucho. Algunos, seguro, algunos muy privilegiados, lo intuían, pero la mayoría de las personas no teníamos la idea tan clara de que el perdón no tiene que ver con el otro. Tiene que ver con uno mismo. Yo, a veces, en plena discusión, para chinchar, le digo a mi marido: “Bueno, bueno, no pasa nada, yo te perdono”. “¿Cómo que me perdonas?”. Pero el perdón poco tiene que ver con el otro. El perdón nos libera a nosotros, porque el otro a veces no tiene ni conciencia ni de que está siendo perdonado por mí, ni siquiera a veces que haya algo que perdonar, porque a veces no tiene conciencia de haber hecho nada que sea susceptible de ser perdonado. Entonces, con quien realmente tiene que ver es con nosotros: es a uno mismo a quien libera el perdón. Es esa liberación que nosotros sentimos.
Y el perdón tiene también sus tres caras, igual que la confianza, el hecho de perdonar algún daño que nos hayan hecho, el pedir perdón por algo que hayamos podido hacer nosotros y el perdonarnos también a nosotros mismos, que es una parte muy importante de esa virtud, porque ese crítico feroz interior que todos llevamos a veces no nos deja ejercer el perdón con nosotros mismos. Y sabemos, porque también nos lo dicen muchos científicos hoy en día ya, que ese saber liberarse, ese saber perdonar, y no me refiero al “yo perdono, pero no olvido”, porque eso en realidad es que no es exactamente un perdón profundo; el liberarse realmente tiene muchísimos beneficios en nuestra vida y en nuestro bienestar. Y, por último, una virtud también esencial que pongo de relieve en el libro es la fortaleza interior. Fíjate, vivimos en un entorno en el que tenemos muy arraigada una falacia, una enorme falacia, que además es dañina y es peligrosa. Y es el hecho de pensar que el sufrimiento en esta vida no solamente se puede, sino que además se debe evitar. Y esto nos lo tratan de vender por todos lados, pero no responde a la realidad y, sin embargo, nos lo creemos.
Y como nos lo creemos, pues vamos un poco como almas en pena, vagando por ahí, sintiéndonos mal, generando mucho malestar por los problemas que tenemos que atravesar. Pero a eso le añadimos además el remordimiento que nos supone el no ser capaces de evitar ese malestar o de evitar ese sufrimiento. El dolor, los conflictos, los errores, las desavenencias, las pérdidas, el malestar, el sufrimiento en general forma parte de la vida humana, forma parte de la naturaleza humana. Y así debe ser, porque eso tiene su propia sabiduría. Eso tiene su propia función. Porque el hecho de que vayamos afrontando todas esas situaciones a lo largo de la vida, de problemas y de dificultad, es lo que nos ayuda a desarrollar esa virtud de la fortaleza interior. Si ahora cada uno de nosotros reflexionáramos todas las cosas importantes que poseemos en nuestra vida, nos han venido con mucho esfuerzo y a veces con mucho sufrimiento. Y si no, que cada uno vaya haciendo sus propias reflexiones. Fíjate, no hay vida si no es a través de los dolores del parto. No hay frutos del árbol, mira, de los árboles de la historia que explicábamos antes, no serían capaces de dar sus frutos si no fuera porque en algún momento la semilla se desgarra y eso hace que germine, que crezca, que se convierta en un árbol y que dé muchos frutos. Muchas de las cosas importantes que vivimos en nuestra vida tienen que pasar necesariamente por momentos de sufrimiento, que evidentemente no nos los buscamos y no es una cuestión de hacer penitencia. Los tiros no van por ahí. Pero son necesarios y es mejor entenderlos bien para podernos aliar con ellos, para poder desentrañar las lecciones y los misterios que esconden dentro.