Resiliencia para afrontar la vida cotidiana
Walter Riso
Resiliencia para afrontar la vida cotidiana
Walter Riso
Doctor en Psicología y escritor
Creando oportunidades
Más fuerte que la adversidad
Walter Riso Doctor en Psicología y escritor
¿Cómo puedo ser una persona resistente?
Walter Riso Doctor en Psicología y escritor
Walter Riso
"La vida no es un lago tranquilo entre montañas nevadas. Eso no existe. La vida es un río que baja turbulento, arrastrando piedras, personas, maderas. Y cuando estás en el río tienes que aprender a sobrevivir". Walter Riso regresa a Aprendemos Juntos con una clase magistral sobre bienestar emocional y resiliencia para afrontar épocas de crisis, adversidad e incertidumbre.
Walter Riso es doctor en Psicología, especialista en Terapia Cognitiva y Máster en Bioética, con más de 30 años de experiencia en el ámbito de la psicología clínica y la formación, a través de su cátedra universitaria entre España y Latinoamérica. Es autor de más de 20 textos científicos y de divulgación, traducidos a más de 10 idiomas, que le han convertido en autor superventas de títulos como 'El coraje de ser quien eres', 'Más allá de la adversidad', ‘Pensar bien, sentirse bien’, ‘Filosofía para la vida cotidiana’, o ‘Amar o depender’.
Transcripción
Es decir, que la información académica, la que manejamos en los claustros universitarios, pueda llegar a la gente traducida y en un idioma tal que lo puedan aplicar a sus vidas. Para disminuir la probabilidad futura de que se enfermen. Crear más resistencia, menos vulnerabilidad. Y no tanto felicidad, porque… Si sale el tema, lo hablamos. Yo no creo en la felicidad. Creo en la alegría. La felicidad es como el apego a la alegría. Después hablo de esto bien. Primero estudié Ingeniería. Estudié Ingeniería como cuatro años. Ingeniería electrónica. En esa época, los computadores funcionaban con una cosa que se llamaba Fortran 4. Los computadores eran como el tamaño de esta sala. Y uno tenía que meter una tarjeta perforada para que del otro lado saliera, después de 20 minutos, otra tarjeta. Yo me cansé de esos chips. Me hice hippie. Estudié teatro. Y andando llegué a un lugar que se llamaba San Luis, en la Argentina. Y vi Psicología y me gustó. Me gustó porque, entonces, yo podía cambiar esos chips por los pensamientos, por las emociones. Y después me dio por estudiar Filosofía. Ahora soy formador de terapeutas. A los cuales no enloquezco, pero casi. Porque mezclo Psicología con Filosofía.
Entonces, en este momento, sigo siendo docente, sigo escribiendo libros, sigo atendiendo a pacientes. Y el hecho de yo estar aquí es poder transmitir esa experiencia que he recogido en casi 50 o 60.000 horas de consulta. En la profesión que yo tengo, uno se levanta por la mañana y se sienta, y hasta que termina está con el sufrimiento humano. Estás metido o metida con el sufrimiento humano. Al principio, los psicólogos, cuando empiezan a trabajar, se contagian. Llega un paciente que cree que se va a morir y a ellos les da hipocondriasis. “Yo también me voy a morir”. Llega el paciente triste y se ponen tristes. Llega el paciente con miedo y se mueren del susto. Sí, copian, pero, después de un tiempo, crean cierta resistencia. Después de 10.000 horas de consulta, una persona ya se considera experta. Bueno, ese soy yo. Me gusta cocinar. Pagaría por cocinar. También vamos a hablar a ver si les puedo dar alguna receta después. Sobre todo la parmigiana de berenjena. Cuando voy a mi tierra, Nápoles, todavía tengo tías que están vivas. Me sientan en la falda. Me dicen: “Walterucho, come sei bello”. Sí, y yo… Y me enchufan parmigiana, me enchufan de todo. Bueno, en todo caso, me gustan la cocina, el teatro y escribir. He escrito obras de teatro, he escrito novelas, pero lo que más me gusta escribir es divulgación, como dije.
Bueno, estoy a su disposición. Este rato que vamos a pasar juntos es para que conversemos. La palabra original “conversar” del latín es “movernos juntos”. Vamos a movernos juntos, como si bailáramos. Pero la música de ustedes es distinta a la mía. Cada uno tiene su propio ritmo. El amor es cuando dos personas coinciden en el ritmo. Entonces bailan. Y cuando uno baila, ¿para dónde va? Para ningún lado, ¿no es cierto? Uno baila. ¿Qué tal que uno estuviera bailando salsa? Y viene uno y dice: “¿Para dónde van ustedes?”. “No hagas preguntas estúpidas. Estamos bailando. ¡No jodas! No molestes”. Si “joder” es una mala palabra, me dicen y lo corto. Entonces, vamos a intercambiar ritmos, músicas. ¿De acuerdo? Estoy abierto a las preguntas que me quieran hacer.
Con el miedo se te dilatan las pupilas. Entonces, podías ver más en la oscuridad. Se te tensan los músculos para estar más fuerte, para poder correr más rápido y escapar. El miedo está hecho para escapar. Sudas para enfriarte. ¿De acuerdo? Bueno, todo está hecho alrededor del miedo para que el miedo sirva para sobrevivir. La valentía es el uso que le das al miedo. Cuando te golpean, las personas que tienen mucho miedo se quedan en el piso. Si las tumban, se quedan en el piso. Se van. Evitan. Escapan. Porque no son capaces de enfrentar el miedo. Fear of fear. Es miedo al miedo. Eso en psicología se llama trastorno de pánico también. Entonces, cuando la vida te golpea, tienes dos opciones: o retirarte, lamentarte, o contraatacar. Pararte. Pepe Mujica, el presidente de Uruguay, decía que el éxito no está en alcanzar la meta necesariamente, sino en levantarte cuando te tumban. Y entonces hay que volver a insistir. Hay que volver a insistir de tal manera que entiendas que el éxito no está en ganar, sino en disfrutar de lo que haces. Por eso, a veces hay que entender que uno no aprende por ensayo-éxito, sino por ensayo-error. Y no confundir el error con el fracaso.
Error es equivocarte. Tú tienes el derecho a equivocarte y en esa equivocación está implícito el aprendizaje que te va a llevar a hacerlo mejor o a hacerlo distinto. Fracaso es que nunca más vas a poder hacerlo. Nosotros confundimos error con fracaso. Entonces, en los golpes que te da la vida, tienes que tratar de utilizar estas cosas que te voy a decir. Es lo que se conoce en psicología como la personalidad resistente. La personalidad resistente está en esas personas que son… Primero, se comprometen con lo que están haciendo. Comprometerse con lo que estás haciendo es que yo me juego por esto que estoy haciendo. Es que yo lo hago en serio. Es que yo me involucro de verdad en lo que estoy haciendo. Me comprometo. Tú podrás ver que hay gente que se compromete y gente que no se compromete, que te dice: “Sí, bueno, sí, bueno”, pero no está metida hasta el fondo. No fluye con eso. Entonces, la gente que se compromete, la gente que siente que tiene el control interior para cambiar las cosas, es decir, que yo soy el que escribe mi destino. Yo soy el que es capaz de controlar y enfrentar esto. Yo soy capaz de generar un ambiente a mi alrededor que sea pacifico o guerrero. Yo puedo crear a mi alrededor un ambiente que sea alegre o triste. Yo soy el que tiene control sobre muchas cosas de mi vida. Si voy por la calle y llueve, te habrás dado cuenta de que llueve de pronto y puedes ver a un señor insultando a las nubes, insultando al ministro de… A la pobre chica que pasa por televisión el clima.
Y le da rabia que esté lloviendo. Eso es baja tolerancia a la frustración. Porque escapa de mi control que llueva. ¿Qué puedo hacer yo? ¿Qué está bajo mi control? Eso es lo que tienes que pensar. Mi control es comprar un paraguas. Eso está bajo mi control. En vez de insultar a la nube, compro un paraguas y me lo pongo. O meterme en un lugar donde está escampado o mojarme porque me da la gana mojarme, quitarme los zapatos y andar corriendo descalzo y gritando como un loco. Pero es la actitud que yo asumo frente a las circunstancias. El atasco, vas a ver que hay gente que está con rabia, toca la bocina y quiere que el de adelante se mueva. En un atasco que hay 5.000 personas, el tipo toca bocina. Hay que ser muy estúpido. Mientras hay otro que tú lo ves que saca los pies por la ventanilla. Está ahí acostado. ¿Y qué está haciendo? “Estoy durmiendo una siestecita hasta que arranque”. ¿Quién va a vivir más? El que sabe que no tiene el control de que el atasco se mueva. Entonces, la clave frente a los golpes de la vida es saber qué está bajo tu control y qué no está bajo tu control. Eso ya lo explicaron los estoicos. Eso es filosofía pura. Eso es Epícteto. Lo que está bajo tu control y es vital, has de matar. Pelea. Lucha. Porque la sabiduría está en discriminar cuándo luchar y cuándo no luchar. Cuándo se justifica y cuándo no se justifica. Ese es el sabio. Ahora, si no está bajo tu control, aprende a perder. La otra cosa importante frente a los golpes es saber hasta dónde… Es quitar la culpa. Es no sentirte mal porque no eres capaz. No sentirte mal porque te equivocaste. Quitarte la culpa. La culpa es dolo. La culpa es intención de lastimar a alguien.
Si yo me levanto y te pego una trompada, tengo la culpa. Pero la culpa también está asociada, en nuestra cultura, a la idea de que yo soy malo. A mi esencia. Cambiemos culpa cuando ustedes no tienen intención de lastimar a nadie. Si tienen intención de lastimar a alguien, sí son culpables, sí tienen que responder frente a eso, para eso está la justicia. ¿De acuerdo? Cámbienlo por responsabilidad. El ejemplo que yo suelo poner es que uno va en el automóvil y le pega a alguien sin darse cuenta. La persona se lastimó. Uno la monta al carro, la lleva al hospital. Uno hace reparación, asume la responsabilidad. Pero yo no me voy a sentir malo. Yo no me voy a sentir culpable. Entonces, la verdadera… El verdadero crecimiento postraumático y no estrés postraumático ante la adversidad es entender la intención que tuviste. Y lo termino con esta anécdota. Me acuerdo de que en el bachillerato… Yo estaba en un colegio industrial, que era un colegio relativamente humilde, pero era el campeonato de baloncesto intercolegial donde venían de todos los colegios y yo no sé por qué diablo nosotros, que éramos de los más bajitos, los más chaparritos, como dicen en México, los más… Apenas… Jugábamos al baloncesto, pero tampoco… Llegamos a la final. Y estos que llegaron a la final eran de un equipo que se llama el Colegio Nacional. Una cosa… Todos eran gigantes, todos eran esbeltos. Saltaban tres metros. Cuando vimos que llegamos a la final… Nosotros teníamos un entrenador que se llamaba Buby. Buby era un gringo, un norteamericano.
Cuando ya estábamos en el vestuario, íbamos a salir a la final, salimos todos… Yo era el capitán. Entonces, yo salí y me volví y le dije: “Buby, vamos a ganar, ¿verdad?”. Entonces, Buby me dice: “No”… Esta es mala palabra en México, pero aquí no creo. “No seas pendejo, tú no vas a ganar, tú vas a salir a jugar, vas a salir a pelear, ve a pelear y diviértete y no jodas, vete”. Entonces, yo salí a la cancha y empecé a decirles a todos: “No tenemos que ganar, tenemos que divertirnos. Tenemos que divertirnos. No jugamos para perder, pero no vamos a ganar. Tenemos que divertirnos. Vamos a luchar, vamos a luchar, no vamos a ganar, vamos a luchar”. Empezamos a jugar. Estábamos todos inspirados ese día. Yo les juro que era increíble. Yo hacía… y la bola entraba. Uno que nunca metía ninguno se paraba justo en el índice … y entraba. Era un tipo del Chaco, un tipo bajito, que no parecía que… Entraba. Bueno, perdimos por una canasta. Cuando terminamos, ¿qué creen que sentimos nosotros? ¿Sentimos que perdimos? No, nosotros estábamos felices. Perdimos por una canasta. La gente aplaudía de pie cuando nos dieron el trofeo a nosotros. ¿Nosotros perdimos? No. Nosotros disfrutamos lo que hacíamos, nos reíamos, hacíamos chistes, le hacíamos al árbitro… Cosas que no había que hacer. Entonces, ¿qué vale ahí? La intención. “Hice lo mejor que pude”. Eso es lo que te va a mantener ante los golpes con la capacidad de sacar callo. Y no de que te dejen tirado en el piso. La vida es un match de box.
La vida no es como la ve la gente… Un lago tranquilo donde todo el mundo está ahí reposando. Y nada se mueve. Se cae una piedrita. “Ay, el tsunami”, esa gente peace, love que está ahí en un lago tranquilo en las colinas nevadas, donde hay un Bambi que corre feliz, unas margaritas, unas rosas preciosas. Eso no es cierto. Eso no existe. La vida es lucha. La vida es un río que baja turbulento de la punta de una montaña, arrastrando piedras, personas, maderas. Piensen, a ustedes cuando nacieron, ¿los pusieron en el lago o los tiraron al río? A mí me tiraron al río. Yo fui albañil. Yo fui carpintero. Yo fui tornero, fui cartero. Yo me tuve que pagar todos los estudios. Yo vengo de una familia muy humilde de inmigrantes napolitanos que llegaron de polizón a la Argentina. Yo nací en Italia, fui el último de los napolitanos. Cuando estás en el río, tienes que aprender a sobrevivir. Ahí desarrollas autoeficacia. Ahí desarrollas autoeficacia. Ahí es cuando empiezas a decir: “No me vais a vencer tan fácil. Dependo de mí. Yo dependo de mí. Tengo autogobierno, autodeterminación. Me apropio de mi ser. Soy el último juez de mi propia conducta. Y soy un guerrero”.
“La vida es un río que baja turbulento y ahí tienes que sobrevivir”
Todo eso tiene que ver con el autoconcepto. Si yo hago todas estas cosas negativas, mi autoconcepto va a ser muy pobre. Yo puedo autoelogiarme. Decir: “Te felicito, Walter. Lo hiciste muy bien”. Siempre hablamos con nosotros mismos. La mente es parlanchina. A la mente le gusta el diálogo interno, consciente o inconscientemente. Si nosotros lo defendemos, si nosotros nos defendemos, si nosotros somos capaces de tener una autocrítica racional, entonces nosotros vamos a tener un buen autoconcepto. El segundo elemento es la autoimagen. Es cuando nos miramos al espejo. Es si me gusto o no me gusto. Y ahí puede haber muchas variaciones. Puede haber desde un trastorno de la imagen corporal hasta una alteración mucho más grave. Pero lo importante es que, si yo no me gusto, eso es lo que voy a transmitir a las personas. Porque no soy bello. Hay días que uno se levanta por la mañana y se mira al espejo. Y entonces empieza a mirarse. Empieza a hacer… Empieza como a reventarse cositas y dice: “Qué cosa tan horrible”. Porque uno no se gusta. Y a veces se ve uno de cuerpo entero y empieza a mirarse y dice: “No, ¡qué asco! ¡Dios mío!”. Hay otro día que se levanta uno, se mira al espejo y dice… Si uno cree en Dios, dice: “Dios, qué bien que lo hiciste”. Y el día que uno dice: “Dios, qué bien que lo hiciste”, ese día te va bien.
Ese día te va mejor. Ese día caminas distinto, miras a los ojos distinto, das la mano más fuerte. Ese día te sientes atractivo. O atractiva. La autoimagen tiene que ver, entonces, con el gusto que siento de mirarme, con gustarme, y tratando de evitar caer, ahora hablaba de la patología, en lo que se llama un trastorno dismórfico corporal. El nombre es muy raro, pero así se llama. Y es cuando yo empiezo a imaginarme malformaciones que no tengo. Pero no hacen falta malformaciones raras. Puede ser que yo me vea con una nariz así. O así. O ancha. Y realmente en mi imagen, esa nariz yo la multiplico. La veo extremadamente larga y estoy seguro de que la tengo larga. Lo mismo puede pasar con mi cuerpo. Lo mismo puede pasar con mi cabello. Lo mismo puede pasar con cualquier parte de mí. Hoy día, con los guetos que se arman en las redes, uno se expone mucho más a los problemas de autoimagen, porque uno pone el yo sobre la mesa, ahí, para que lo armemos entre todos, cuando el yo, la identidad personal, debería ser un trabajo individual y la identidad social debería ser social, pero no es social si yo reduzco todo a siete u ocho personas. Entonces, tienes dos elementos ya, el autoconcepto, que es cuando te das con un palo y te lastimas y eso está mal. Y dos, la autoimagen. El tercer elemento es que te des gusto, lo que llamamos el autorrefuerzo. Una persona que tiene una buena autoestima se da gusto. No es tacaña consigo misma.
Y no es comprarse cosas caras ni nada, no. Es contemplarse. Que hoy me voy a echar unas cremas, que hoy voy a dormir la siesta, que hoy voy a hacer cosas que me gustan. Ese es el autorrefuerzo. El cuarto es la autoeficacia, que tiene que ver con qué tan capaz te sientes de poder alcanzar las metas o no. Si tienes una baja autoeficacia, vas a tener metas pobres porque vas a sentir que no eres capaz, no te vas a sentir eficaz de poder alcanzar la meta. Vas a evitar los obstáculos. Vas a tener muchos sentimientos de inseguridad. Todo eso y otras cosas conforman lo que se llama la autoestima. No es simplemente que me quiero o no me quiero. Es una matriz compleja multifuncional de muchas cosas. Pero es que la autoestima, esa fortaleza del yo, ese yo estructurado, se va haciendo a lo largo de la vida. No es que tú ya tengas la autoestima a los 40 años, no. Eso se está haciendo. Es como el amor. Uno dice del amor: “Te amo”. Entonces ya llegaste al amor. O sea, que ya me amas. Así. “Te amo, ya llegué al amor. Te amo, nos amamos”. Y ya. En cambio, el amor es una construcción. Por eso hay que decir “te estoy amando”, no “te amo”. “Te estoy amando”. Vais a decir: “Barájame esto despacito, ¿cómo que me estás amando?”. Sí, y yo creo que a mi mujer yo siempre la estoy amando. El día que yo me muera, un segundo antes, le voy a decir: “Te estoy amando”. Pero “te amo” es decir “ya llegué”. Entonces, me cruzo de brazos y no hago nada. Entonces, ¿qué pasa con la autoestima en la relación de pareja? ¿O en la relación de amistad? Los problemas… La gente con baja autoestima es poco asertiva.
La asertividad es la capacidad de expresar sentimientos negativos y sentimientos positivos, pero sobre todo sentimientos negativos. La capacidad de decir “no”, de expresar desacuerdos, de dar una opinión contraria, de negarse a un pedido irracional, de defender los derechos personales. Entonces, esa es la asertividad. Si tú tienes poca autoestima, no vas a reconocer tus derechos personales. Entonces, en cualquier relación de pareja te vas a poner siempre en una actitud de sumisión. Te vas a poner siempre en una actitud de subyugación. Vas a terminar haciendo lo que la otra persona quiera. Te vas a dejar manipular. Someterse a una persona tiene que ver siempre con los problemas de autoestima, porque la persona que tiene una buena autoestima es digna y, al ser digna, siempre va a establecer una relación de igual a igual.
Me acuerdo una vez de un niñito. Estaba en una piscina con un avioncito, jugando. Estábamos en la finca, en la masía de una persona amiga. Estaban en la piscina todo el mundo y el niño jugando con un avioncito. Y el papá, que era un papá al que no le gustaba perder además, porque era una personalidad tipo A. Era competitivo, agresivo, exitoso. Se deprimía si las cosas no salían como él quería que fueran. Le pregunta al niñito: “¿Quién va ganando?”. El niñito estaba corriendo con un avioncito. “¿Quién va ganando?”. El niñito lo miró como diciendo: “¿Quién va ganando?”. Lo miró un rato y siguió. No le paró bola al papá. El papá se me quedó mirando a mí y me dice: “¿Ves cómo son los chicos? Uno le habla y no le contesta”. Le digo: “¿Cómo le vas a preguntar quién va ganando? Él está volando solo. Está volando con estilo”. Vuelve de nuevo el niño y volvió a pasar. El papá vio una guerra. El papá inmediatamente pensó que tendría que haber un primero y un segundo. El papá lo que hizo fue transmitirle al niño la competencia. Tú eres bueno si ganas. Si pierdes, no eres bueno. Entonces, aprender a perder es enseñarles a los niños que la gente no vale por los triunfos que tiene.
Para eso está la tristeza. Eso es lo que sabemos de la tristeza. La depresión no cumple ninguna función. ¿En qué se diferencian? Hay muchas diferencias. Te voy a dar algunas. Cuando tú estás triste, tú puedes seguir funcionando en tus actividades. Puedes ir a trabajar, puedes tener sexo, puedes comer normal, puedes relacionarte con la gente y lo haces a media máquina. Pero todavía lo puedes hacer. No terminas aislándote. En la depresión… La depresión es una enfermedad heterogénea. Se te dificulta comer, se te dificulta ir a trabajar, se te dificulta el sexo o es cero sexo. Cambia tu sistema de alimentación y te cuesta mucho trabajar, actuar en la sociedad. El depresivo se aísla mucho. El triste todavía no se aísla. La tristeza dura poco tiempo. No te puedo decir el tiempo exacto, pero ponle 15 o 20 días. Estoy poniéndote esto para que lo puedas comparar. Entonces, te sientes triste. Entonces, tú tienes que aprender a leer la tristeza. A gestionarla. Entonces, la tristeza es: “Estoy triste. Me está pasando alguna de estas cosas. Quizá estaba un poco acelerada. Quizás tengo un problema y no lo sé resolver. Quizás quiero transmitir un estado interior a alguna persona”. La depresión, cuando ocurre, no dura 15 o 20 días. Tú dices a la tristeza: “Hola, tristeza, gracias por estar conmigo”. La metes en el bolsillo y te la llevas encima. Esa se va a ir sola. Se va. No te produce ninguna alteración.
La depresión sí. La depresión dura más. Una depresión moderada, leve, puede durar seis meses, a veces un año. Hay otras investigaciones que dicen más. Hay depresiones que duran más. El punto más importante es que en la depresión siempre hay un sentido de autodestrucción del yo. Siempre se está buscando la autodestrucción psicológica o física. En la tristeza, no. En la tristeza, no hay autodestrucción del yo. No dejas de quererte. No quieres desaparecer. Yo diría que esas son las diferencias más importantes. Si estás viendo a un amigo o una amiga y lo ves que se está aislando, que llora, que tú en la tristeza no lloras, en la tristeza puede que te emociones un poquito, pero en la depresión lloras mucho. Si ves que la persona tiene dificultades para ir a trabajar, tiene dificultades para relacionarse con la gente de manera manifiesta, que ya lleva bastante tiempo así… Hay dos tipos de depresiones en cognición. En la parte de terapia cognitiva, que es la que yo hago. La depresión autónoma, que es cuando no puedes alcanzar una meta. Y te deprimes. La otra es la sociotrópica. Es cuando te rechaza la gente o cuando te sientes solo. Tienes que fijarte si la persona ha tenido algún fracaso reciente o está aislado. Puede tener un fracaso, inclusive en las relaciones personales y se mezclan los dos. Puede estar en una situación de estrés no controlable.
Que tú ves que la persona viene desde hace tiempo en una situación de adversidad que, pese a querer controlarla, no puede. Se quebró con una empresa. Siempre vas a ver que en el término de tres, cuatro o cinco meses antes, si no es una depresión bioquímica, hay algo que explica, que es una adversidad. Entonces, yo diría que ante la menor sospecha hay que pedir ayuda profesional, porque muchas personas depresivas, si realmente atentan contra sí mismas, avisan. Pero avisan de una manera tan sutil que a veces uno no se da cuenta. Por ejemplo, van y piden ayuda a un psiquiátrico o piden ayuda a alguna parte y no le dan la cita inmediatamente, o van donde el terapeuta y explican lo que les está pasando, pero no cuentan todo. Le dan algunos elementos, a ver si el terapeuta los descubre. Es decir, algunos avisan y piden ayuda. Otros planean todo muy bien. Entonces, ante el menor indicio, ya sabiendo qué es tristeza y qué es depresión, ante el menor indicio hay que pedir ayuda profesional.
Ese sistema inmunológico ha peleado por ustedes millones de veces y los ha ayudado millones de veces. Ese sistema inmunológico es biológico, pero también tenemos un sistema inmunológico psicológico. “Todos somos guerreros” significa que, si sacamos afuera las características del guerrero o de la guerrera y las ponemos en práctica, quizá nos vaya mejor. Por ejemplo, el guerrero reconoce que tiene miedo, pero también sabe que tiene que enfrentar el miedo. Aunque tiemble. O sea, el guerrero sabe que… El buen guerrero y la buena guerrera saben que hay batallas que no se justifica seguir llevándolas adelante. A veces hay que entregar las armas. A veces en la vida de ustedes están viendo que están metidos en unos enredos o en unos problemas, en unas batallas que ustedes no las quieren tener. Y los metieron ahí y ustedes ni saben por qué están ahí. Retírense. El buen guerrero entrega las armas y dice: “Esta batalla no es mía”. Y se retira. El buen guerrero muestra las cicatrices. Eso se llama kintsukuroi. Y eso viene de una tradición japonesa muy interesante, que es… Cuando a nosotros se nos rompe una vajilla, nosotros la tiramos. Una jarra se rompe y la tiramos. “Kintsukuroi” significa “alfarero del oro”.
Hay una tradición en Japón que, cuando se rompe, por ejemplo, una jarra, la pegan y se le ven todas las cicatrices. Y esas cicatrices las forran o en platino o en oro. Ese objeto ya no es desechable. Ese objeto se pone otra vez a la venta y vale más. Porque es un objeto que está mostrando su historia. Está mostrando que se recuperó. Además de tener eso de oro, es resiliente, es un objeto que sobrevive. La resiliencia es esa. Es la capacidad de recuperarme. Pero el buen guerrero muestra las cicatrices. Yo tenía un paciente que sudaba mucho, entonces, siempre sudaba mucho. Tenía un problema. Era como una especie de eritrofobia, es decir, una fobia al sudor, y se le notaba mucho. Entonces, él usaba siempre ropa blanca para que no se le viera la marca. Evitaba estar en lugares donde hubiera aire acondicionado porque nadie sudaba, sino solamente él y se había aislado mucho. La tarea que se le dio fue hablar de su problema siempre, cada vez que pudiera, en cada reunión donde estuviera. “Buenas tardes. ¿Cómo están ustedes? Quiero contarles que yo tengo un miedo a sudar en público, a que se me hagan unas manchas. Por eso llevo tantos pañuelos y estoy en tratamiento. Entonces, si me ven sudar, entiendan eso, por favor”. Hizo tres explicaciones de eso y nunca más sudó. En público. Tres.
¿Por qué? Porque mostró su cicatriz. Habló de lo que le molestaba. Yo les tengo miedo a las cucarachas. Yo, de verdad. Les tengo miedo a las cucarachas. A las arañas. Y yo creo que a lo único que no le tengo miedo es a los zancuditos, a los mosquitos. Los mata mi señora. Me siento orgulloso de tener miedo a las cucarachas, porque eso significa que tengo una buena historia adaptativa. Tenerles miedo a los insectos era adaptativo para el hombre prehistórico. El buen guerrero reconoce eso. Cada vez que ustedes estén ante un problema de adversidad y el problema de adversidad es más fuerte que sus recursos, sus recursos no alcanzan para resolverlos, van a entrar en estrés y el estrés lo pueden manejar entendiendo esto que les voy a decir. La incertidumbre es la incapacidad de predecir los resultados futuros. Entonces, la incertidumbre es la prima hermana de la ansiedad porque la ansiedad es el miedo anticipado. Si yo logro enfrentar la incertidumbre aceptando lo peor que pueda pasar, me va a pasar como a los budistas. A los budistas la incertidumbre les da cosquillas, les da risa. A nosotros nos da úlcera. ¿Por qué? Porque aceptan lo peor que pueda pasar. Muchas personas durante la pandemia me decían: “Acabo de descubrir que soy capaz de hacer cosas que yo pensé que no era capaz”, porque se vieron obligadas a hacerlas. Hay que tirarse al ruedo y sacar callos y muchas veces uno cree que no es capaz de hacer las cosas porque no las intenta hacer.
Una vez que las intenta, si no funciona, pues no eres capaz. Pero van a descubrir que, en el 90 % de las cosas, son capaces de hacerla. La única manera de generar autoeficacia es enfrentar las situaciones. Por más complicadas que sean. Uno puede tener estrategias de afrontamiento dirigidas al problema o dirigidas a la emoción. Las que son dirigidas a la emoción es para tranquilizarme yo. Me voy a relajar ante este problema, voy a hacer meditación, voy a hacer mindfulness, voy a hacer todo esto para relajarme. Pero eso son estrategias dirigidas a la emoción. La estrategia dirigida al problema es resolver el problema, intentar resolverlo. Va a ser incómodo. Uno de los grandes problemas que tenemos ante las crisis es precisamente que estamos en una burbuja de comodidad donde podemos predecir las cosas y manejarlas. Y tenemos que salir a la zona de aprendizaje porque en la zona de aprendizaje te vas a sentir incómodo. Aprender molesta. La transformación duele. ¿Ustedes creen que la gente que va a donde nosotros, los psicólogos, va a buscar la cura? No, la cura duele. Van a buscar alivio. Quieren que les demos una aspirina, quieren que les demos alguna cosa. Pero, cuando uno le habla de la verdadera transformación, no son capaces porque la verdadera transformación molesta, duele. Cuando uno cambia esa actitud de comodidad del yaísmo gracias a las redes, que todo es ya, que todo es inmediato, que no soporto el fenómeno de espera… Yo tenía una novia que vivía muy lejos. Nos mandábamos cartas. Nos escribíamos una vez por semana. Se demoraba una semana el correo para llegar de donde vivíamos y, cuando llegaba el correo, yo olía el perfume, que era la clave de ella, el perfume. Y abría la carta y la leía. Yo le volvía a escribir. Estuvimos así mucho tiempo.
Esa espera de la carta a mí no me generaba el fenómeno de espera de la ansiedad ni de la incertidumbre, sino a medida que se iba pasando el tiempo, decía: “Ya falta menos. Ya falta menos, ya va a llegar la carta, ya va a llegar la carta”. Ahora eso no existe. Lo que existe es que, si las cosas no ocurren inmediatas… ¿Y qué podemos pedirle a la gente joven? Si tienen un celular, un smartphone, un móvil donde quieren enviar una foto y la envían inmediatamente. La suben inmediatamente. El correo se sabe ya. Y, cuando empieza a dar vueltas, dicen: «No agarró la señal. ¿Qué pasa?». Generamos angustia. Yo a veces les digo a los pacientes míos jóvenes: “Declárese usted hoy, durante todo el día, cero información. Va a estar en la realidad. De cabeza en la realidad”. Esto se llama silla. No sé si la conocen. Tóquenla. Silla. Es la realidad. No se enteren de qué hicieron los amigos, qué piensan, cuál es la moda. Nada. Estén absolutamente de cabeza en lo que es. Vean las cosas. Respiren. Caminen por la calle. Vean las nubes. No piensen en subir a la nube. Vean las nubes. Cuando ustedes empiezan a salirse de la zona esa que se llama de confort, que yo la llamo de comodidad, y entran a la zona de aprendizaje, van a descubrir que pueden aprender mil cosas interesantes. Pero ¿saben qué? Bienvenido al mundo de los normales. Eso es con esfuerzo. Sin esfuerzo no van a hacer nada. La ley del mínimo esfuerzo dicen que es válida hasta para Dios. Que, si Dios se tiene que rascar la oreja así, no se la va a rascar así. ¿De acuerdo? La ley del mínimo esfuerzo. El esfuerzo es un valor.
Entonces, eso es lo que te digo. Todas estas cosas juntas, haces un cóctel y quizá sean una buena manera de poder empezar a enfrentar, a afrontar inteligentemente los problemas que se nos vienen, porque apenas esto está empezando. Cada época ha tenido sus problemas, pero aquí estamos en una posmodernidad donde hay una serie de valores que son difíciles de captar. Eso sería tema para otra conferencia. Quiero hacer esta reflexión para terminar. Una reflexión que espero que les sirva. A mí me ha servido. Lo que no podemos perder nunca en la vida es la conducta de exploración. Es explorar el mundo. Es seguir conociéndolo. Es seguir metiéndose en él. Para eso necesitamos tres emociones. Todo esto que les voy a decir, la conducta de exploración no es aprendida, es natural. El niño, después de los dos años, de estar en una etapa de attachment pasa a una etapa de detachment donde quiere explorar el mundo. Por eso los terribles dos, el niño a los dos años corre a todas partes porque eso le genera sustancia blanca y eso hace que pueda aprender más rápido. Ustedes ven el niño correr y el papá detrás. Siempre es así. A los dos años, se vuelven insoportables. Pero esa conducta de exploración nunca la tenemos que perder. Es investigar. Investigar el mundo. Hay tres emociones que siempre están ahí. Curiosear. La curiosidad. No la pierdan nunca. No importa que tengan 500 años. Ustedes pueden jugar a los 500 años, bailar a los 500 y ser curiosos como el gato. Dicen: “Pero la curiosidad mató al gato”. No, pero el gato tiene siete vidas, así que no me molesten con eso.
Entonces, la curiosidad y la curiosidad significa que veo algo y me despierta la inquietud de querer escarbar un poco, de ir más allá. ¿Qué es eso? La segunda emoción que no pueden perder es el asombro. El asombro. Después de que curiosean, va a haber algo que… Van a sentir asombro. En el asombro, todo ese software se para. Porque hay algo ahí que merece toda la atención de ustedes. Hasta la última célula de su cuerpo va a estar atenta. Les voy a explicar qué es el asombro con este ejemplo que me pasó a mí. Yo voy mucho a la Patagonia. Una vez estaba con un amigo. Yo voy a un lugar que se llama El Bolsón, que es un lugar… Todavía se lo considera como casi el último reducto hippie, pero, bueno, hay personajes de todo tipo. Es el sur, en la Patagonia. Entonces, con un amigo íbamos caminando y vimos una casita llena de mariposas. Había casitas así, perdidas en los árboles, en los bosques. Había una que estaba llena de mariposas. Entonces, dije: “Ven, mira qué lindas las mariposas”. “Sí, ahí vive un amigo mío, ¿quieres que vayamos a visitarlo?”. Dije: “Bueno, vayamos a visitarlo”. Entonces, llegamos… Había mariposas de todos los colores, tamaños… Entonces, entramos. Y era un pintor y lo que tenía era todo lleno de pinturas de mariposas adentro. Entonces, yo le dije: “Bueno. Es que con estos modelos que tienes… Esta es maravillosa, como las azules que están afuera”. Bueno, ellos me escuchaban hablar un rato. El pintor me miró con cara de asco. Y el otro me dijo: “Mejor vámonos, ven”.
Entonces, cuando caminamos un rato, me dice: “¿Eres pelotudo? ¿Por qué estás diciendo esto?”. Le dije: “Bueno, porque si el tipo está en las mariposas…”. “Pero no, es que las mariposas llegaron después de que él pintó”. ¿Entienden? Eso es asombro. Lo que acabaron de sentir es asombro. Las mariposas llegaron después. Ya las había pintado. No llegaron primero las mariposas. El asombro produce eso. Produce: “¿Cómo? ¿Qué? Esto es raro. Esto es extraño. No puede ser”. Y la tercera emoción que me gustaría que desarrollaran… Curiosean, se asombran y después el interés, que es una emoción también básica. Todas estas no son aprendidas. El interés es ya profundizar. Ya esto me despertó a mí no solo la curiosidad, el asombro, sino que estoy interesado en esto. Le voy a dedicar mucho tiempo a esto. Entonces, si ustedes pierden la conducta de exploración, ustedes pierden la capacidad de asombro. De asombro real o filosófico, el que ustedes quieran. Pero, mientras uno tenga esas emociones vivas, por más problemas que tengan, ustedes van a ser capaces de vivir intensamente y tratar de vivir bien, que de eso se trata. Porque la buena vida es una cuestión de calidad y no de cantidad. Bueno, muchas gracias. Esto es lo que tenía para decirles.