La neurociencia de la meditación
Nazareth Castellanos
La neurociencia de la meditación
Nazareth Castellanos
Neurocientífica
Creando oportunidades
Conoce tu cuerpo, conoce tu cerebro
Nazareth Castellanos Neurocientífica
¿Cómo influye tu cuerpo en tus emociones?
Nazareth Castellanos Neurocientífica
Nazareth Castellanos
La mente de Nazareth Castellanos se quedó prendada de la idea que “el padre de la neurociencia”, Santiago Ramón y Cajal, nos dejaba en sus investigaciones: “Todo hombre puede ser si se lo propone escultor de su propio cerebro”. Lo que bien podría entenderse como un juego entre la arcilla y su escultor: observar, moldear, construir y deconstruir. Conocer de qué está hecha la masa del cerebro, cuáles son sus hábitos y cómo funciona “el bosque de neuronas”; son algunos de sus grandes retos, y probablemente, uno de los enigmas de nuestro tiempo: comprender cómo tan solo “un kilo y poco” nos hace diferentes de cualquier otro ser vivo sobre el planeta.
Su obra ‘El espejo del cerebro’, refleja los resultados de la práctica meditación que muestran los cambios cerebrales que suceden cuando tenemos una actitud contemplativa, amable y consciente. Conclusiones a las que llega a través de su experiencia científica en laboratorios, y su continua búsqueda de conocimiento en áreas interconectadas como la medicina, la filosofía y la espiritualidad.
Castellanos es Física teórica y doctora en Neurociencia por la Universidad Autónoma de Madrid. Estudia la relación cerebro-cuerpo, los mecanismos neuronales implicados en la atención, la regulación emocional y la práctica de la meditación. Así cómo la influencia del ejercicio físico en la microbiota intestinal. Desde hace varios años dirige la investigación del laboratorio Nirakara y la Cátedra extraordinaria de Mindfulness y Ciencias Cognitivas de la Universidad Complutense de Madrid, y compagina su labor de investigación con la divulgación científica creando espacios de diálogo entre Oriente y Occidente, para promover la unión entre la comunidad científica y el entorno espiritual.
Transcripción
Un árbol, igual que una neurona, tiene un cuerpo, que es lo que nosotros llamamos el soma, donde está su componente genético, donde sucede toda su actividad intrínseca… Pero, al igual que un árbol, nuestras neuronas tienen una copa, tienen ramas y tienen raíces. Lo importante, que es lo que resaltaba Ramón y Cajal constantemente, es que aunque nuestro cerebro está formado por neuronas, lo fundamental del cerebro es que esas neuronas se comunican entre sí. Nuestras neuronas reciben y mandan información entre ellas y gracias a eso se transmite la información por el cerebro. Nuestras neuronas, que imaginamos otra vez que fuesen ese árbol, imagínate ese árbol, el cuerpo neuronal se va cargando de electricidad. Se va cargando, se va cargando, se va cargando… Y cuando ha alcanzado un cierto nivel de electricidad, ¡puf! Emite un disparo eléctrico. Y en ese momento la neurona, el tronco, el cuerpo neuronal, por sus raíces, como si fuese un cable, transmite la electricidad. Y se la transmite a otra neurona. La otra neurona la recibe por la copa, por las ramas. En el momento en que la electricidad se va propagando por el cable, que son las raíces, la neurona que tiene esa rama, la receptora, de repente recibe un chute de electricidad. Y ese momento, esa unión entre la raíz de la neurona que acaba de disparar y la rama de la neurona receptora, esta posición, esto se llama sinapsis neuronal. Y aquí sucede una cosa que es muy bonita y es que cuando la neurona acaba de disparar y se transmite la electricidad por ese cable, en el cable se abren unas compuertas y se liberan unos neurotransmisores, que eso son las bases químicas del pensamiento.
Yo siempre digo que son como las cartas que se envían las neuronas entre sí. Y este es el principio básico del funcionamiento de cómo nuestras neuronas se transmiten electricidad de unas a otras: se transmite el pulso eléctrico y luego se mandan paquetes de información, que son como hormonas, de unas a otras. Entonces, para que nosotros podamos hacer algo tan complejo como, por ejemplo, que yo pueda estar contándote esto ahora, que tú me estás escuchando, hay miles de neuronas haciendo esto, comunicándose, mandándose electricidad y mandándose mensajes para coordinar una actividad que es tan importante. No estamos hablando de una neurona, dos neuronas, ni diez neuronas. Fíjate que nuestro cerebro tiene ochenta y seis mil millones de neuronas. Cuando estudiamos qué hace el cerebro cuando estamos haciendo algo, no hablamos de neuronas individuales. Cuando medimos el comportamiento, la neurociencia que estudia el comportamiento lo que estudia es lo que hacen conjuntos de millones de neuronas, y es ahí donde ya hablamos de regiones cerebrales. Por ejemplo, te lo enseño en el cerebro. Este cerebro, como os digo, fijaos, pesa un kilo y poco. Yo cada vez que lo enseño, siempre dicen: “¿Pero es así de pequeñito?”.
¿Qué significa eso? Que gran parte de nuestro cerebro se dedica a información que no es consciente, de la cual no somos conscientes. Una vez que el cerebro ha pasado por diferentes estaciones, donde reconozco la palabra, le doy contenido emocional, veo cómo reacciona el cuerpo, lo traduzco a consciente, integro toda esa información, porque a mí me llega como un puzle, y al final todo eso lo integro, lo asocio, hasta que yo soy consciente de lo que estoy viviendo ahora, en ese momento. Entonces fíjate al final, cómo desde esa pequeñita neurona que va cogiendo información, pasándose electricidad, toda esa carretera de nervios, de raíces y de ramas que se van comunicando entre sí. Cómo todo eso va pasando hasta que al final hay una coordinación de millones, millones y millones de neuronas que hacen posible que nosotros podamos percibir.
¿Pero qué pasa? Que esa preparación, esos potenciales preparatorios, esa preparación de la emoción, se está preparando, se está cocinando una emoción en mí, pero se está cocinando de forma que es no consciente. Entonces, ¿cómo puedo yo saber lo que se está preparando? ¿Cómo puedo saber yo algo, ser consciente de algo que todavía está siendo inconsciente? Pues dentro de todo ese recorrido que van generando las emociones por nuestro cerebro, una de las primeras estaciones por las que pasa la emoción es la estación cerebral que coordina la respuesta del cuerpo. Y la respuesta de mi cuerpo ante esa emoción es anterior al momento consciente en el que yo percibo esa emoción. Por esto que se dice: que “el cuerpo sabe lo que la mente aún no se ha dado cuenta”, es el marcador somático. Entonces, lo que dice la literatura científica es: si nosotros tenemos consciencia corporal, yo puedo observar en mi cuerpo lo que se está preparando antes de que ya se haya expresado la emoción. Cuando yo tengo esa consciencia, puedo decir: “Uy, se está preparando una que… es mejor que la que la inhibamos. Es mejor que me ponga manos a la obra, porque viene una buena”. Un ingrediente que yo resaltaría más en la educación es trabajar más con la expresión del propio cuerpo. Que desde pequeños, los niños aprendan a reconocer las emociones en su cuerpo, que aprendan a tener consciencia corporal. ¿Dónde está la alegría? ¿Dónde la sientes? ¿Dónde está el enfado? Entonces aprendes a identificar y ya reconoces en tu propio cuerpo sensaciones que ya te avisan de que: “Uy, me estoy empezando a poner así o a poner asá”. Que el niño aprenda a reconocer su postura. Que el niño aprenda a educar su propia postura. Que el niño aprenda a relacionarse con su propio cuerpo.
Decía William James: “No lloro porque estoy triste, estoy triste porque lloro”. Sin las sensaciones de tu cuerpo, la emoción sería una noción abstracta, solo un concepto intelectual. “Estoy nervioso”. No, ¡estás nervioso! Lo tienes que sentir en el cuerpo. Yo creo que eso, por ejemplo, me encanta lo que está pasando ahora, de toda la neurociencia, que es la neurociencia que engloba todo el cuerpo, porque siempre asociamos todo al cerebro y cuidamos el cerebro en salud mental, el cerebro en la inteligencia, el cerebro en la emoción, pero se ha visto que si no se comunica con el corazón, no percibimos lo que está pasando fuera. Sin la interacción con el intestino, pues no se regulan bien todas nuestras propiedades sociales, nuestro comportamiento. Respirar por la nariz acentúa nuestros mecanismos de atención. Nuestro cerebro interpreta constantemente la postura de nuestro cuerpo. O sea, la postura, cómo tengamos la postura de nuestro cuerpo es fundamental para que nuestro cerebro sepa cómo estamos. O sea, interpreta constantemente nuestro cuerpo. Hoy en día, sabemos que se hace ejercicio físico, que eso es otra cosa que, por ejemplo, siempre pensamos que el ejercicio físico es bueno para la salud: “Es bueno a nivel cardiovascular, es bueno a nivel inmune”, pero el ejercicio físico es un gran protector de la salud mental. También estás haciendo ejercicio para tu cerebro. ¿Por qué? Porque se ha visto que cuando hacemos ejercicio, es más, cardiovascular en este caso, el hipocampo, que es una estructura que tiene forma de caballito de mar, que es la parte del cerebro más importante para la memoria, pues cuando hacemos ejercicio el hipocampo se hace más fuerte. El bosque neuronal que habita el hipocampo crece y eso es un gran protector. Pero por otra parte, se ha visto que, por ejemplo, practicar yoga, practicar tai chi, chi kung o, por ejemplo, entre otras, ejercicios de expresión en los que intervenga la consciencia corporal, fortalece el cerebro. Entonces, para mí, yo sería feliz si en la educación desde pequeñitos…, más quisiera yo que desde pequeñita me hubieran enseñado a reconocer la expresión de mi cuerpo, a cuidar más la postura de mi cuerpo.
Es esa capacidad que tenemos, voluntariamente, con nuestra intención, nuestro propósito, como dice Fuster, que es otro de nuestros grandes neurocientíficos, cómo con el propósito, con la intención, nosotros podemos esculpir, podemos cambiar nuestro cerebro. O sea, que es un juego al final siempre entre la arcilla y el escultor. Entonces, una de las preguntas que siempre se hace, que se estudia ahora desde el punto de vista académico, es: en ese juego, en ese combate o en ese baile entre la arcilla y el escultor, ¿qué podemos hacer?, ¿cómo podemos hacerlo? Una de las principales propiedades que tiene la arcilla son los hábitos. Cuando nuestro cerebro se acostumbra a algo es muy difícil sacarle luego de allí. ¿Por qué? Porque de entre todas las opciones que tiene, siempre va a coger aquella a la que está más acostumbrado. Entonces, de todo el abanico de posibilidades que tiene el cerebro, dice: “¿Cuál elijo yo?”. Pues elige aquel abanico, aquella opción que sea más fuerte en el cerebro, es decir, que más veces haya sido utilizada. Los griegos siempre decían: “Yo no soy como soy, sino como estoy habituado a ser”, y es un poco lo que pasa en el cerebro. Entonces, una de las grandes preguntas, me parece, dentro del campo de la neurociencia y aquí lo lidera principalmente la Universidad de Cambridge es: “Vale, el cerebro está habituado a hacer esto, y yo sé que esto, por ejemplo, es perjudicial para mí. Hay un hábito que es perjudicial para mí”. Entonces, muchas veces nos centramos en decir: “Esto no lo tengo que hacer”, pero mientras tú no le digas al cerebro cómo lo tendría que hacer, va a seguir haciéndolo. Es decir, negarle hacerlo de una forma no le da opciones. Intentar inhibir un comportamiento lo refuerza, que esto es impresionante. Esto demostró una vez un estudio que me parece fabuloso. “Intenta no hacer, no hagas esto, no hagas esto, no pienses, venga, no pienses” y el cerebro fijándolo. Nuestro cerebro no sabe olvidar.
Todos nosotros sabemos cómo aprender, hemos estudiado: “Repito una y otra vez, mil veces y me quedo con ello”. Sabemos cómo recordar. Ahora, ¿cómo nos olvidamos? Tú imagínate, por ejemplo, que yo te conozco y te llamas Nerea. “Vale, se llama Nerea. Se llama Nerea”. Nerea, me lo he repetido tres o cuatro veces y me quedo. Y ya, yo trabajo contigo diariamente, imagínate. Ya sé que te llamas Nerea y entonces va a salir instantáneamente. Y llegas un día y dices: “No, ya no me llamo Nerea, ahora me llamo Blanca”. Y entonces mi cerebro cada vez que te vea, al principio, ¿qué va a hacer? Llamarte Nerea. ¿Por qué? Porque ese es el circuito más fuerte. Entonces, nuestro cerebro no sabe olvidar, sabe sustituir. Entonces, cada vez que mi cerebro, yo te vea y diga: “Se llama Nerea”, yo conscientemente, con la intención, con el propósito diré: “No, se llama Blanca”, y entonces: “No, se llama Nerea”, mil veces, mil veces. Al cabo de dos o tres semanas, ya el circuito neuronal de Nerea y el circuito neuronal de Blanca pesan igual para el cerebro. Entonces hay una competencia. ¿Quién desequilibra la balanza hacia un hábito o hacia otro? La intención, el propósito, y eso es el control voluntario. Pero para eso, fíjate, yo me tengo que observar a mí. Observo que me ha salido decir Nerea, lo observo, me doy cuenta y voluntariamente, con mi intención, apoyo el otro. Cuando el circuito de Blanca pese más que el de Nerea, el cerebro, que es muy bonito, sustituye y este se va. Entonces, yo ya no me acordaré de que te llamas Nerea. ¿Cómo hacemos para cambiar un hábito automático frente a otro? Sustituirlo. Pero para sustituirlo, ¿qué tengo que hacer? Pues tener el propósito, tener esa intención. Eso es lo que nos dice la literatura.
Uno de los estudios que a mí me parece que es más interesante, más bonito, que hizo la Universidad de Inglaterra junto a Washington, es el que demostraba… Se hizo una encuesta y se le preguntó a la gente: “¿Usted es generoso de por sí, es altruista? Pues no mucho”, decía la mayoría de la gente. Entonces: “Como no soy generoso, pues como no soy así, pues ya está. Yo soy así y ya está”. Entonces se hizo un experimento. “Bueno, vamos a intentar que durante este mes, concédanos un mes, donde usted voluntariamente va a elegir ser generoso, vamos a ver si algo cambia. ¿Usted cree que va a cambiar?”, “No, porque yo no lo soy”, es lo que decía la mayoría. Entonces lo que se vio es que hasta el optimismo y la generosidad era algo que se podía cultivar. A mí me gusta mucho la palabra cultivar. ¿Por qué? Porque cultivar no significa generar. Cultivar significa que tú siembras. Hay veces que no va a nacer algo, porque no todo creo que dependa de nosotros. Pero yo creo que cultivándolo es muy probable que nosotros lo tengamos. Se vio que el optimismo se podía cultivar, que la generosidad se podía cultivar, que las personas que habían elegido voluntariamente ser más generosas durante ese tiempo habían tenido cambios en su cerebro, en ciertas zonas que correlacionaban con una mejora en su nivel de bienestar. Se sentían más felices. Las personas que habían fomentado el optimismo también habían tenido cambios en una estructura del cerebro que es la corteza orbitofrontal, que es la que está por encima de la cuenca de los ojos, que es una zona clave para protegernos de estados de ansiedad.
Si lo que estamos haciendo en principio era ni fu, ni fa, ni agradable, ni desagradable, pero yo lo estoy haciendo y mi mente está en otro lado, se vuelve un poco más desagradable. Y si estábamos haciendo algo que en principio era agradable, pero mi mente está divagando de un lado para otro, se transforma en algo menos agradable. Es decir, que al final la mejor versión era: “Hagas lo que hagas, hazlo”. Y eso, ¿a qué nos traía? Pues a algo que hemos dicho a lo largo de toda la historia. A volver al presente, es decir, no hay que estar las veinticuatro horas… Y es verdad que esa capacidad de anticiparnos, de predecir, nos ayuda mucho. Pero lo que sí dicen los estudios es que hay que reducir un poquito más. No podemos estar la mitad del día haciendo una cosa y nuestra mente, en otra. Hay que pasar más tiempo haciendo lo que estemos haciendo. Hay un estudio de la Universidad de Harvard que me pareció que era muy sorprendente, es verdad que fue muy revolucionario, se publicó en la revista ‘Science’, y ellos hicieron un experimento donde llevaban a gente al laboratorio y se les pedía que durante un rato, el tiempo que ellos quisieran, intentaran controlar voluntariamente sus pensamientos. Estaban en una habitación donde no había ningún tipo de distractor, no había una tele, no había revistas. Simplemente imagínate que te digo: “Nerea, simplemente estate durante un rato, el tiempo que quieras, intentando controlar a ver adónde va tu mente, intenta controlar tus pensamientos”. Bueno, ¿sabes cuál es el tiempo medio que aguantó la gente? Seis minutos. En lo que contaban los investigadores, la estadística era que el ochenta y tres por ciento de las personas dijeron que la experiencia había sido muy desagradable. El experimento se repitió hasta cinco veces, se hizo llevando a la gente a su casa, porque a lo mejor el laboratorio imponía mucho. Y por ejemplo, cuando se hizo el experimento en las casas de la gente, un treinta por ciento reconoció que se había escondido el móvil.
Es decir, que lo que decía el estudio, que es algo que hemos leído en toda la literatura a lo largo de toda la historia, es que no sabemos estar con nosotros mismos, que no sabemos controlar nuestra propia mente, que el control voluntario de nuestra mente es algo mucho más complejo de lo que pensamos. Pero si no sabemos que eso es complejo, y si no sabemos que realmente nos supone un beneficio aprender a estar con nosotros mismos y aprender a gestionar nuestra mente, pues eso nos lleva siempre a ese combate eterno. Y eso es lo que se entrena mucho, por ejemplo, cuando practicamos la atención plena. “Voy a practicar voluntariamente estar más atento, estar haciendo lo que esté haciendo”. Y eso, según lo que nos dicen los estudios, se traduce en mayor bienestar, sobre todo.
Entonces, ¿qué pasa en el cerebro? Yo te voy a ir contando lo que estaría pasando en tu cerebro. En ese momento en el que tú estás simplemente observando las sensaciones de tu respiración, tu cerebro está prácticamente centrado aquí, en la parte frontal del cerebro, concretamente una zona que es la corteza prefrontal dorso lateral. Da igual. Una parte aquí en el cerebro, todo el resto estaría más o menos calladito, por eso se dice que también meditar es el silencio neuronal. Todo está calladito y solo estás ahí. Esto es muy bonito, porque fíjate que muchas veces se ha comparado a la corteza frontal, así como a la atención, como la lámpara del minero. Sabes que los mineros se ponían un casco, que tenían una luz y entonces solo se ve aquello a lo que ellos enfoquen, solo existe eso. Entonces, en ese momento no existe nada más que las sensaciones de tu respiración. En ese momento, todo tu cerebro se centra prácticamente en esta parte del cerebro, que es la parte frontal del cerebro. Y entonces estamos ahí durante un ratito, no mucho, porque nuestra capacidad de atención es bastante más limitada de lo que pensamos, y entonces, de repente, sin que tú lo quieras, es decir, involuntariamente, nos distraemos, te distraes. Estabas un ratito observando cómo entraba y salía al aire por tu nariz y de repente, te has acordado de no sé qué: “Ahora qué tengo que decir, a ver, ¿y cuál era lo siguiente?”. ¿Y entonces qué pasa? En ese momento, el cerebro, que era casi todo calladito y solo esta parte frontal, en ese momento, se ha llenado de colores. Lo que nosotros observamos en la máquina es actividad de aquí, de aquí y de allá. Un ajetreo inmenso. Los tibetanos, por ejemplo, llaman a ese estado “la jaula de los monos a los que les ha picado un escorpión”. Y yo, cuando lo veía en el laboratorio, cuando se ven las imágenes, digo es que es literalmente así, es como una jaula de monos. ¿Por qué? Porque de repente me acuerdo de cosas. Me imagino cosas.
Surge un montón de diálogo interior. Empiezo a recordar y a pensar en lo que tengo que hacer luego, pero todo eso, superrápido. Y entonces ahí, has abandonado el control voluntario de tu atención. Por eso se dice que la meditación es un combate entre lo voluntario y lo involuntario. Yo quiero estar atendiendo a las sensaciones de mi respiración y mi cerebro ha cogido y se ha ido, y se ha pirado a ese mundo de fantasías donde se está recordando cosas, imaginando, donde está hablando, y todo eso sin que tú lo hayas elegido voluntariamente. Ahí pasas un rato y de repente te das cuenta de que te has distraído. ¿Cuáles son las zonas del cerebro que se dan cuenta? Y esta es la parte más importante de la neurociencia de la meditación: identificar cuáles son las partes del cerebro que a ti te permiten darte cuenta de que te has distraído. “Uy, me he distraído, tenía que estar atendiendo a las sensaciones de la respiración”. Son partes, fundamentalmente, que están aquí, dentro del cerebro. Es la corteza cingulada, una especie de paraguas que tenemos dentro del cerebro, que es el interruptor que pasa de lo inconsciente a lo consciente. Esa y una zona del cerebro, que es la ínsula, que es la parte del cerebro más involucrada en la idea de quién soy yo. Por tanto, cuando nosotros estamos meditando, estamos controlando nuestra atención, lo que estamos haciendo es adiestrar a nuestro cerebro a darse cuenta de sí mismo. Yo me doy cuenta de que me he distraído. ¿Cómo me doy cuenta? Cuando esa ínsula, esa idea de yo y esa corteza cingulada, la que traduce lo inconsciente y consciente, se unen y ellas dos dicen: “Me he distraído. Me doy cuenta de que estoy así”. Una vez que te has dado cuenta de tu propio estado, ya el cerebro inmediatamente le pregunta a las zonas de la memoria: “¿Y qué tenemos que hacer?”.
Y ahí es donde interviene el propósito. Entonces tú dices: “Tendría que estar atendiendo a las sensaciones de la respiración”. Si hacemos esto durante una media hora al día, adiestramos a nuestro cerebro a estar más presente en una cosa en concreto, pero sobre todo, adiestramos a nuestro cerebro a dar cuenta de nosotros mismos. Y esto no solo es válido para aprender a estar en el presente, sino que además nos es válido para aprender a identificarnos a nosotros mismos. Imagínate, estás en un conflicto donde nos disparamos, donde empezamos a decir cosas, a lo mejor, que no son las más adecuadas, pues ahí, si tenemos fortalecida esa red que te dice: “Oye”, como una especie de espejo, “Oye, que estás así, si quieres seguir, vale, pero a lo mejor no quieres seguir”. Y esa es una de las partes más importantes de todo este campo que es la neurociencia, la meditación. Entonces, lo que se ha visto es que cuando empezamos a practicar, la zona frontal se refuerza, la corteza cingulada también crece, la ínsula crece, la amígdala, que es una zona del cerebro que está más involucrada en las emociones, a lo mejor, de un carácter más negativo, disminuye. Eso está correlacionado con una menor sensación de estrés, menos sensación de ansiedad. Es decir, que como ves, nuestro cerebro es muy plástico y además, lo que se ha visto es que no hace falta ser un gran meditador ni meditar ocho horas al día ni vivir en un monasterio, sino con meditar, practicar la atención una media hora al día, ya se producen cambios en el cerebro.
Y alfa, demostró en la Universidad de Birmingham, Ole Jensen, que es uno de los grandes investigadores, demostró que el ritmo alfa es muy importante para que nosotros podamos mantener la atención, porque el ritmo alfa surge como si fuesen señales de “stop” en nuestro cerebro. Cuando nosotros estamos prestando atención a algo, yo estoy haciendo cualquier tipo de cosa, o por ejemplo, ahora tú estás hablando conmigo, nos estamos escuchando, yo me imagino que ahora tu cerebro está lleno de ondas alfa. ¿Por qué? Porque nuestro cerebro empieza a generar internamente un montón de interferencias. De repente me acuerdo de no sé qué, ahora tengo que ir a no sé qué, todo eso son cosas que son interferencias que vienen de dentro, y las interferencias que vienen de dentro son muchas más que las que vienen de fuera. Entonces, para que tú puedas estar atendiendo a lo que estamos pasando en este momento, el cerebro tiene que estar inhibiendo a las otras. ¿Quiénes son las inhibidoras? Las ondas alfa. El cerebro se empieza a llenar de ondas alfa y es como si llenase el cerebro, ciertas zonas, de señales de “stop”. Llega la interferencia por aquí y se encuentra con unas neuronas emitiendo descargas eléctricas en alfa. Llega la interferencia y no puede pasar, hay una barrera. Cuando empezamos a meditar, aumentan las ondas alfa. Entonces, por ejemplo, una persona que empieza a meditar y que todavía no tiene mucho control sobre su atención, al cabo de un tiempo meditando, ya tiene muchas ondas alfa y eso le permite mantener la atención. Cuando ya tenemos control sobre nuestra atención, esto es muy bonito, las ondas alfa se retiran, las señales de “stop” se retiran, porque ya no surgen interferencias, ya no hace falta controlar. Es el lenguaje que tienen las neuronas, pero tienen muchas, muchas funciones. Pero no solo tiene ritmos nuestro cerebro.
Nuestro corazón late, nuestra respiración también es cíclica. Nuestro intestino también emite un campo eléctrico que también es cíclico, va muy, muy lento, 0,05 hercios. Pero lo curioso, lo bonito, es que todos esos ciclos, todos esos ritmos del cuerpo se acoplan entre sí. Cuando nosotros, por ejemplo, esto se ha demostrado en la Universidad de Viena, cuando tú estás prestando atención a algo, hay un acoplo entre el ritmo de alfa y el ritmo del corazón. Si de repente estás así, muy atento, pues imagino que hay un acoplo corazón-cerebro maravilloso. De repente te empiezas a aburrir y empiezas a distraer y se empieza a desacoplar. O sea, que al final, por eso yo lo veía como ese gran bolero absoluto que es nuestro cuerpo, con sus diferentes ritmos, como una orquesta impresionante, donde hay veces que suena bien y hay veces que suena mal. ¿Quién es el director? Pues no lo sabemos.
Hoy sabemos que son vitales, son vitales para nuestro sistema endocrino, es decir, hormonal, para nuestro sistema inmune, pero también para nuestro cerebro. Se ha visto que la relación, la microbiota, la influencia que tiene sobre nuestro cerebro es que influye en los procesos de aprendizaje, influye en el estado de ánimo, en el humor, en cómo nos encontremos, influye en la atención, influye en cómo nos relacionamos con los demás… ¿Por qué? Porque la influencia que tiene el intestino sobre el cerebro, cuando llega esa influencia al cerebro, principalmente afecta a las zonas del cerebro que nosotros llamamos “el cerebro social”. Es decir, que fíjate lo importante que es, entre otras cosas, cuidar la dieta para cuidar las relaciones que tenemos entre nosotros. Hay una investigadora en Australia, Felice Jacka, que es maravillosa, que ella sí que estudia la relación directa entre dieta y comportamiento. Entonces ella, que ha hecho muchos estudios longitudinales, ha visto, por ejemplo, que la dieta que toma la madre durante el embarazo influye, predice con modelos matemáticos, determina cómo va a ser la emoción, la regulación del comportamiento del niño hasta los cinco años. La dieta que toma el niño durante los primeros años no solo es importante a nivel nutritivo, como sabemos, sino que influye en los factores de crecimiento del cerebro. Influye en cómo ese niño va a vivir sus emociones, en los mecanismos que tiene su cerebro para aprender, en cómo va a gestionar su propio comportamiento. Nos preocupamos mucho de que el niño sepa inglés, sepa tal, sepa lo otro, pero lo que yo digo, si luego no cuidamos el vehículo, ¿cómo vamos a llegar lejos? Creo que entender que cuidar el cuerpo es también cuidar la mente es algo que sería fundamental desde muy pequeñito.
Y ya sabemos que la calidad de sueño afecta en tanto… Para mí, el ser consciente de ese trato más amable con uno mismo, creo que es una de las grandes herramientas que deberíamos fomentar un poquito más y sobre todo desde muy pequeñitos.