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¿Cómo enseñar al cerebro que algo es posible?

Ana Ibáñez

¿Cómo enseñar al cerebro que algo es posible?

Ana Ibáñez

Neurocientífica


Creando oportunidades

Ana Ibáñez

Ana Ibáñez es neurocientífica y está especializada en la investigación y el desarrollo de entrenamientos cerebrales. Su trabajo combina la investigación en neuroplasticidad con la docencia y la comunicación científica, buscando acercar los descubrimientos de la neurociencia al día a día de las personas.

Su charla durante el evento Aprendemos juntos Bogotá, nos inspira a descubrir el potencial de la mente humana y a desarrollar una relación más amable y curiosa con nuestros propios pensamientos. Defiende una visión optimista y práctica del cerebro humano ya que, para ella, es un órgano moldeable que puede entrenarse para mejorar nuestras capacidades y bienestar.

Ana Ibañez sostiene que comprender cómo funciona nuestra mente es el primer paso para transformarla. Su discurso conecta la ciencia con la vida cotidiana, explorando temas como la motivación, los hábitos, la creatividad y la resiliencia mental.


Transcripción

00:00
Ana Ibáñez. Voy a empezar con una historia que a mí me ha marcado mucho porque me apasiona el deporte y su capacidad de sufrimiento y de superación y de hacer brillar talento. Y que creo que es muy ilustrativa. Mire, si hay una prueba deportiva y en atletismo que ha sido mítica, han sido siempre los 100 metros lisos y durante muchos años, durante décadas se pensaba que era imposible para el hombre superar o bajar de los diez segundos en los metros lisos. Y bueno: 10,05; 10,03; 10,02… Pero no se bajaba. Y bueno, llegaron a decir los expertos que realmente el cuerpo humano, nuestro organismo, no estaba hecho para correr 100 metros lisos en menos de diez segundos. Y parece que aquello quedó pues que así tenía que ser. Hasta que de repente, en un día bastante tórrido, con mucho calor, en 1968, en los Juegos Olímpicos de México aparece este atleta, Jim Hines, suena el disparo, se lanza como una bala, corre y cuando llega a la meta marca 9.95. La diferencia parece mínima para nosotros. Esas milésimas no suponen nada, pero para el mundo del deporte fue un hito y marcó algo que dejó al mundo como sin aliento, dijeron: “Esto se puede superar.” Bueno, esto fue maravilloso, pero lo que llamó la atención y lo que a mí me llama la atención desde el punto de vista mental y del cerebro, es lo que ocurrió después. Y lo que pasó después fue que ¿cómo es posible que una prueba que durante tantas décadas nadie pudo superar, de repente llega una persona, la supera y en un tiempo bastante cercano la superan muchos más atletas? Bueno, no muchos, pero unos cuantos más atletas. ¿Qué es lo que pasó ahí? Y la respuesta la verdad es que es brutalmente sencilla. En realidad, lo que pasó es que las mentes creyeron que eso que superar, que bajar de los diez segundos, era algo posible. Y lo que cambió en realidad fue el aceptar que algo que se había asumido como imposible, como que estaba fuera del alcance humano, de repente sí lo era. Y cuando tú ves a alguien que ha hecho algo y te inspiras y de repente tu sistema empieza a creer que eso es posible, pasa una cosa maravillosa que yo veo en mi práctica de neurociencia y es que el cerebro empieza a trabajar a tu favor y empieza a llevar un diálogo con el cuerpo que es muy especial y que hace que en vez de estar luchando y teniendo pensamientos negativos o destructivos de si eres capaz o no, de repente se alinea y empieza a hacer las cosas para ti. Esto a mí me parece extraordinario y es algo que nos ocurre a todos, porque ¿cuántas cosas tenemos que pensamos que están fuera de nuestro alcance? Y realmente nuestro cerebro cuando lo piensa así, va a hacer que efectivamente esté fuera de tu alcance.

03:04
Ana Ibáñez. Pero puede ser de otra manera. La semana pasada, no hace mucho, estaba en Madrid con mis equipos de trabajo. Nosotros entrenamos cerebralmente, leemos las frecuencias cerebrales de las personas y las podemos mejorar y optimizar para llevar más riego sanguíneo al cerebro y para mejorar estas ondas cerebrales. Pero bueno, no quiero entrar en lo técnico, pero les quiero contar este caso muy particular que fue, bueno, de una doctora que es una traumatóloga brillante pero que vivía devorada por la ansiedad, algo que es muy habitual. Lo que le pasaba a ella era que cada vez que tenía que mostrar su responsabilidad para entrar al quirófano, pero en casa también, tiene niños pequeños, para coordinar su agenda, para hacer estos malabarismos, ¿no? del día a día, bueno, pues ella llegaba a todo, pero llegaba siempre con unos síntomas de ansiedad, con el estómago apretado, con cansancio, y bueno, y nos decía: “Pues es que me duele la cabeza casi todas las noches de puro agotamiento”. Bueno, para esta mujer su bajada de los diez segundos particular era ser capaz de vivir haciendo cosas grandes, importantes, pero sin sentir ansiedad. Es decir, su cerebro le estaba haciendo creer que la ansiedad y el sentirse estresada y muy exigida era lo necesario para hacer las cosas bien. Y esto es una programación cerebral. Yo sé, porque lo puedo leer, cuando leo un cerebro y cuando leo sus frecuencias puedo ver que hay un margen de mejora. Pero aquí ocurre una cosa extraordinaria, que es lo que veía en la prueba de Jim Hines. Cuando yo entreno a una persona y el cerebro de esa persona cree en ese rango de mejora, me va a ayudar en el entrenamiento y de repente tengo ese cerebro que, haciendo los ejercicios que yo le pido, va a ser más flexible y va a avanzar más rápido que el cerebro de una persona que piensa que el entrenamiento no le va a servir. Esto es muy curioso y tiene un impacto enorme. Todavía no sabemos por qué está ocurriendo esto, pero sabemos la realidad. Un cerebro que cree que cambiar es posible es un cerebro que te ayuda a cambiar. Bueno, ¿qué ocurrió con esta traumatóloga? Bueno, pues ocurrió que le hicimos dos sesiones de entrenamiento y, bueno, reportaba: “Me siento un poco mejor, pero sigo teniendo esta sensación”. Incómoda de ansiedad de estómago. esto que sentía ella. Y dije: “Aquí está pasando la incredulidad.” Este cerebro no está creyendo que es capaz de vivir de otra manera. ¿Qué hice? Digo: “Bueno, voy a ponerle el ejemplo de alguien que se sentía como ella y que realmente haciendo un entrenamiento cerebral se sintió mejor después.” En el fondo, lo que hice fue ponerle a un Jim Hines que viera que efectivamente se podía correr menos de diez segundos, que se puede vivir sin ansiedad. Bueno, cuando pasó ella tuvo una conversación con, de hecho, con dos personas que además profesionales con los que ella se podía relacionar bien. A la siguiente sesión, después de haber hablado con ellos y haber visto que era posible vivir de otra manera, cuando hicimos la sesión de entrenamiento vimos claramente como sus frecuencias cerebrales empezaron a cambiar de una manera mucho más rápida.

06:17
Ana Ibáñez. Su cerebro estaba empezando a creer que eso era posible. Esto nos ocurre a todos. Nuestro cerebro tiene cosas maravillosas, pero tiene cosas que no son idóneas y que no nos están ayudando a vivir bien. Una de ellas es que él automatiza y se acostumbra a hacer aquello para lo que se ha acostumbrado, independiente de que eso que hace te venga bien o no. Para él es una manera de guardar energía, de economizar, de estar seguro, porque ella sabe que bueno, haciendo esto uno sigue con vida, entonces, ¿por qué lo va a hacer de otra manera? En el fondo, el cerebro de esta mujer, de esta doctora, pensaba: “Bueno, te ha ido bien, tienes éxito, tienes una vida razonablemente exitosa.” Que lo hagas o no con estrés para el cerebro no es un problema. Lo es para ella, para su vida. ¿Cómo hago yo para poder enseñarle a las personas a hacer cosas muy sencillas en las que puedan hacer creer a su cerebro que el cambio es posible? Y pensando sobre esto, creo que hay tres claves principales. Yo llevo muchos años analizando esto y ahora lo puedo resumir en tres, lo cual me fascina porque el cerebro es muy complejo, pero tiene algo que ver, como las matemáticas que a mí me encantan y que uno se da cuenta que estás haciendo bien las matemáticas cuando ves que te vas encontrando fórmulas muy sencillas. Creo que en el cerebro ocurre algo parecido, así que hay tres pautas sencillas que creo que ayudan directamente a tener nuestro cerebro a favor nuestro para conseguir estas metas y que se cambie. La primera es seguridad. No les quepa duda que lo que nuestro cerebro quiere para nosotros es supervivencia, es que sigamos vivos. Entonces, frente a cualquier cambio que nosotros queramos que él haga de lo que está acostumbrado a hacer, le tenemos que mostrar que ese cambio es seguro y que nosotros vamos a seguir con vida después de este cambio. Esto suena muy tremendista porque uno dice: “Oye”, me podría decir la traumatóloga: “Oye, yo siento ansiedad, pero no estoy entre la vida y la muerte”. Bueno, para tu cerebro sí. Nuestro cerebro es como vida o muerte. Entonces le queremos enseñar que las situaciones donde le queremos llevar son seguras. A nivel cerebral, les diría: “La manera más rápida de hacer que un cerebro se sienta seguro para afrontar algo es visualizar que ese algo que queremos conseguir, ocurre.” Es cerrar los ojos, es introducirnos en nosotros mismos e intentar, con todos nuestros sentidos, visualizar esa situación que queremos hacer y haciéndola con éxito, pasándolo bien. Aquí tenemos que jugar con algo cerebral. Les digo, es muy perfecto, pero no es tan perfecto nuestro cerebro. A él le ocurre una cosa que tenemos que utilizar a nuestro favor, y es que no diferencia muy bien si algo ocurre de manera real o imaginaria, si somos capaces de imaginarlo con la suficiente realidad metiendo nuestros sentidos. Entonces, ¿qué pasa, por ejemplo, con esta traumatóloga? Que si yo le digo: “Oye, ahora quiero que visualices conmigo, que cierres los ojos y te veas entrando a un quirófano, pero esta vez, en vez de tener ese nudo en el estómago que sientes, quiero que sientas la sensación que tienes cuando tienes calma, cuando estás disfrutando, cuando estás conectada con el orgullo de que lo que estás haciendo sirve a los demás, con esa calma y esa serenidad interna.” Si le cuesta, le pongo una música que a ella le guste, una música que le calma. Bueno, sabemos que la música nos calma y nos abre el corazón y el espíritu. Si ponemos una música y acompañamos esta visualización de estas emociones, nuestro cerebro empieza a meterse en ellas y no sabe si eso que está ocurriendo o no está pasando de manera real o no. Es decir, yo puedo hacer que esta persona, esta doctora en este caso, meta dentro de su hipocampo, de su área de memorias cerebrales, la imagen de es posible entrar al quirófano y estar bien. Una vez que el cerebro hace esto, ya se siente seguro. La segunda clave a nivel cerebral para poder cambiar nuestros patrones es querer. Y es curioso porque dices: “Bueno, claro que quiero sentirme de tal manera.” No, no, no es querer de verdad. Es que te importe lo suficiente esto que quieres conseguir para demostrarle a tu cerebro que hay un beneficio detrás de ese cambio, lo importante y lo suficientemente importante para que tú estés mejor, para que eso sea un esfuerzo que va a tener un premio. Porque le tenemos que convencer.

10:47
Ana Ibáñez. Lo que les decía antes, nuestro cerebro quiere nuestra supervivencia y además quiere ahorrar energía. ¿Por qué va a hacer algo distinto si no gana algo? Se lo tenemos que dejar muy claro. Sí, yo quiero cambiar porque en esta situación nueva me voy a sentir de esta manera, voy a hacer esto, voy a producir, etcétera. Hay que poner ese tipo de sensaciones. Bueno, hay una que a nuestro cerebro le gusta mucho y es que lo que hacemos tenga impacto en los demás. Esto tiene un beneficio cerebral directo. Yo puedo leer en el electroencefalograma como cuando una persona se conecta con un propósito más allá de ella misma, sus frecuencias cerebrales entran en más coherencia. Biológicamente el ser humano, y yo eso lo creo fehacientemente porque lo veo, biológicamente el ser humano está hecho para poder hacer buenas cosas por los demás y recibir, de otras personas, una mirada, una sensación de que lo que tú estás haciendo importa y les ayuda. Eso nuestro cerebro lo beneficia. Así que en ese querer ponte ¿qué gano yo con esta nueva situación? Y ojalá te pongas ¿por qué estoy aportando a los demás haciendo esto? Y en último lugar, la tercera clave para hacer que nuestro cerebro cambie es la flexibilidad. Es aceptar que tenemos que ser flexibles y adaptarnos a esta nueva situación. Porque lo que le estamos enseñando en el cambio, en hacer algo posible que pensábamos que era imposible, es: “Oye, tienes que cambiar estructuras para llegar aquí.” Cambiar estructuras significa que haya un momento de transición en el que estás cambiando cómo estabas haciendo las cosas antes. Hay una transición incómoda para llegar a un lugar nuevo y esa transición incómoda da susto. Al primero a nuestro cerebro y nos lo trae en forma de duda. ¿Oye, tú crees que eres capaz de hacer esto? ¿Cuántas veces les ha pasado que ven claramente que quieren hacer algo y en el momento en el que se tienen que poner a hacerlo, empiezan con mensajes de duda de: cómo se te ocurre pensar esto, serás capaz o no? En realidad estás bien cómo estás. ¿Cuántas veces nos pasa esto? No caigan en esa trampa. Ese es nuestro cerebro, que por la supervivencia le es mucho más cómodo decir: “Quédate donde estás y no hagas cambios.” Así que esta clave es fundamental. Tenemos que saber que esa flexibilidad y esa adaptabilidad que tenemos que hacer a nivel de sistemas nos va a exigir un esfuerzo porque va a venir asociado a dudas. Así que estas tres claves cerebrales son la base para hacer que nuestro cerebro crea que algo que queremos hacer es posible. Bueno, vamos a hablar más de esto. Todo esto tiene que ver con hacer brillar a nuestro cerebro. Pero me gustaría escucharles a ustedes. No sé si hay preguntas.

13:25
Andrés. Hola Ana, un gusto tenerte en Colombia. Soy Andrés, me gustaría mucho conectar con nuestro potencial como explicas, pero ¿cómo debemos trabajar nuestra autoestima para lograrlo?

13:34
Ana Ibáñez. Bueno, acabas de tocar una pieza clave a nivel cerebral. Porque la autoestima realmente yo la veo como uno de los pilares de quienes somos y sobre todo de la creencia que tiene nuestro cerebro de nosotros mismos, de si somos capaces o no. ¿Qué es la autoestima? A mí me gusta definirla como el valor que nos damos a nosotros mismos, como la mirada que tenemos. Y en cierto modo es lo que nos queremos. Pero fíjate que va más allá todavía, porque la autoestima de una manera subconsciente es lo que nuestro cerebro entiende de si tú tienes el derecho a ser querido por otros. En cierta medida, a nivel cerebral, la autoestima es lo querible que te sientes por tu entorno y esto es importantísimo. Esto es una cuestión de vida o muerte para nuestro cerebro. Porque parte de nuestra supervivencia y de que estemos aquí pasa porque los demás nos quieran o nos hayan querido. Nosotros cuando nacemos somos absolutamente indefensos. Entonces que alguien nos quiera significa que nos cuida y significa que nosotros sobrevivimos. Estos son patrones cerebrales, son sinónimos cerebrales que nuestro cerebro implanta. Por eso la autoestima es el cómo te quieres, pero no podemos dejar de ver que es también cómo los demás o cómo estamos percibiendo si los demás nos quieren. Y ahí nos damos valor. Como adultos, tú puedes tener personas que piensen distinto de ti. Puedes tener a personas que no les gustes, puedes tener situaciones en las que te hacen sentir que no estás haciendo las cosas bien y sin embargo eso no nos debería importar porque ahora ya sabemos que no es supervivencia. Nadie se ha muerto por caer mal a alguien, ¿no? No es una amenaza tan directa, pero nuestro cerebro adulto sí lo piensa. Entonces, ¿qué es lo que tenemos que hacer para superar y subir la autoestima y mejorarla? Pues lo que tenemos que hacer es reprogramar significados que ha hecho en nuestra edad temprana, donde sí que nuestro cerebro estaba evaluando si el cariño que recibíamos era lo que nos permitía salir adelante y sobrevivir porque lo necesitábamos. Entonces, si bien era por falta de ese cariño, o bien era porque habíamos hecho algún tipo de unión como puede ser, por ejemplo de niño, uno en la autoestima puede hacer la unión de depende de cómo es la familia, puede decir a mí me quieren si me estoy calladito. Y ahí he visto que en esta familia si yo estoy calladito, pues lo estoy haciendo bien y me quieren por eso o me quieren si soy responsable o me quieren si soy un buen estudiante. Cada uno hemos hecho unos sinónimos a nivel cerebral cuando somos niños que nos los traspasamos a la edad adulta. Fíjense que por ejemplo, un sinónimo que hay que es me quieren, si hago las cosas bien, es algo que de adulto te puede llevar a pensar que tienes que ser tremendamente responsable y cargar con esa responsabilidad, porque si no tu sistema te está diciendo que tú no eres suficiente como para que te quieran. Curioso. Así que ¿cómo subimos la autoestima? Tenemos que reprogramar. Hay tres maneras en que yo les diría que son también claves en esto. La primera es evaluar el pasado y el presente y darse cuenta de que es distinto. ¿Qué sinónimos he hecho yo de niño? Tenía que ser portarme bien, tenía que estudiar bien, tenía que estar calladito, etcétera. ¿Qué cosas parece que yo he asumido que eran necesarias para querer a los demás o para que me quieran? Perfecto. ¿Me sirven ahora? ¿Esto es real ahora? ¿Sí o no? Empieza, a romper estos sinónimos. El siguiente es el valor que le damos al éxito y al fracaso. La autoestima está muy ligada cerebralmente a que tengamos éxito, a que hagamos las cosas bien.

17:15
Ana Ibáñez. Y esto no es así. Esto es un error cerebral. Normalmente de niños nos alaban cuando hacemos las cosas bien, pero no nos están alabando cuando hacemos las cosas mal. No hace falta que te alaben cuando haces las cosas mal. Pero si hace falta, y ahora, por suerte, cada vez hay más psicología que cuando eres niño, a los niños les digamos: “Oye, esto no me ha gustado mucho como lo has hecho o no lo has hecho muy bien, pero no pasa nada, ya lo harás mejor.” Tenemos que introducir en los cerebros que el que te quieran o no, no está relacionado con que tú hagas las cosas bien o no. De adulto tenemos que revisitar esto. ¿Cuántas veces hacemos las cosas mal? Y es extraordinario, porque de esas crisis precisamente aprendes y además te puedes ver con otros ángulos y abrir caminos de cambio y bueno, de comprensión hacia ti. Así que tenemos que revisitar: éxito o fracaso. ¿De verdad esto que hemos aprendido en nuestro cerebro de éxito es sinónimo de que me quieran es cierto? Pongamos un interrogante. Y lo último, la última clave para subir la autoestima. Yo les diría que es el equilibrio que hay entre nuestra voz crítica y nuestra voz empática o compasiva. De alguna manera, el que nosotros podamos vernos con perspectiva, con objetividad y decir: “Oye, a mí esto no me gusta como lo estoy haciendo”, y tengas algo crítico de eso que te anima a cambiar y a mejorarte. Pero lo que no nos viene bien es que solo miremos lo que hacemos mal y no estemos mirándonos con empatía, que ese es el gran problema de la autoestima, que hay poca empatía hacia uno mismo. ¿Oye, cuál es el camino más directo para tener empatía? A mí aquí me gusta hacer un ejercicio y yo lo hago. Lo hago muy a menudo con las personas que entrenamos. Y es no te tomes tan en serio, tómate con más humor, ríete de ti. Si tú eres capaz de reírte de tus fallos, pero además, es de eso, de tus fallos, te aseguro que tu cerebro empieza a chirriar un poco y dice: “Yo no entiendo nada, si lo estoy haciendo mal, esto me pone en una situación de estrés y de repente le veo que se lo está tomando a broma, ¿pero qué es esto?” Entonces le empiezas a romper su esquema y entonces, cuando tú te ríes de ti mismo, él dice pero se está riendo. Yo noto los músculos de la risa. Estoy viendo que la electricidad cerebral me está cambiando. Me estoy riendo. Ah, pues oye, no, pues fíjate, que tiene una parte de gracia esto de que no lo haga bien. Así que efectivamente, el podernos reír de nosotros mismos es maravilloso. Pongamos un nombre divertido a aquellas cosas de nosotros que no nos gustan. Si eres muy organizado, ponte míster, no lo sé, organizator o insoportator o lo que tú quieras, algo que te digan en tu casa, pero ríete de eso, permítete reírte de eso y que tu familia y tú os podáis reír de eso. Os aseguro que eso es un potenciador enorme de autoestima. Así que bueno, espero que te ayude. Gracias Andrés por la pregunta.

19:57
Hombre 2. Ana, un gusto saludarte. Hablando ahora en términos de personalidad, si yo ya he logrado identificar algo de mi personalidad que quiero cambiar, ¿qué debo hacer?, ¿por dónde debo empezar?

20:08
Ana Ibáñez. Fíjate que la personalidad, en el fondo, vuelve a ser un cuento que nos contamos a cada uno de nosotros, vuelve a ser algo muy cerebral esto. Es verdad que nosotros por genética, por educación, por las vivencias que tenemos o lo que nos ha tocado vivir en la vida, tenemos la tendencia a automatizar partes de nuestra forma de ser que son las que más se repiten. Entonces uno se cree esa personalidad, pero en realidad no es tan así. A mí me gusta mucho la frase de Walt Whitman que dice: “¿Que me contradigo? Por supuesto que me contradigo, si es que yo contengo multitudes.” Creo que en la personalidad, si nosotros tenemos una mirada sobre nosotros que es de yo contengo multitudes, y las que más aparecen son estas, con lo cual son las que tiendo a creerme, ¿no? Y multitudes quiero decir en identificarte, ¿no?, yo soy una persona extrovertida o no, soy introvertida o soy una persona que me gusta hacer esto o no, soy una persona que soy más artística, no sé, cualquier cosa que creas que es de tu personalidad no deja de ser una de todas esas multitudes que tú eliges, que a tu cerebro le resulta más fácil hacer, pero que puede cambiar. Así que lo primero, te diría, y es maravilloso preguntar por algo que quieres cambiar, porque eso ya denota que el cambio está dentro de ti. Porque fíjate que cuando hay algo de tu personalidad que ya no te gusta, es que tu cerebro de alguna manera tiene acceso a una nostalgia o a un anhelo de vivir algo que ya tiene dentro. Si yo lo hablo desde el punto de vista cerebral, a mí me gusta decir que nuestro cerebro fabrica sensaciones y fabrica partes de nuestra personalidad. Así que eso que tú estás echando en falta o que quieres cambiar, es porque tu cerebro ya sabe que lo puede fabricar, que lo puede hacer mejor. Y ese es el primer punto de partida, porque les decía, lo primero es querer cambiar, o sea que ya tienes a tu cerebro a tu favor cuando hay algo que te das cuenta de que quieres cambiar, y eso es extraordinario. Así que bueno, en este sentido, el cambio tiene que ver con ilusionarle mucho al cerebro para que haga el impulso necesario a nivel energético de cambiar lo que había antes de tu personalidad que quieres dejar atrás y meterse en este lío de verte de otra manera nueva. Y esto para el cerebro es un lío. ¿Cómo lo hacemos? Pues mirad, siempre que queráis conseguir algo nuevo dentro de vosotros, fijaros más en lo que queréis conseguir que en lo que queréis dejar atrás. Esto es importantísimo. Olvidaros de lo que queréis dejar atrás. Fijaros sobre todo en hacia dónde queréis llevar a vuestro cerebro dentro, en este caso de la personalidad, y hacia dónde queréis ir. Porque lo que podemos ver, de nuevo yo lo puedo leer, es que cuando una persona le conecto con lo que quiere lograr, logro una actividad cerebral que utiliza el córtex prefrontal, que mete al cerebro límbico en una situación muy agradable de frecuencias alfa y beta de una neuroquímica donde hay dopamina, donde hay ganas de hacer ese cambio y entonces te va a ayudar. En cambio, cuando lo que te centras es en dejar algo atrás, de alguna manera entras en una lucha con tu cerebro que se quiere proteger porque entras como en dialogar con él. Te puede decir: “¿Pero por qué quieres dejar esto atrás si nos ha servido, si estamos vivos?” Y tú dices: “No, porque no me sirve, porque yo ahora quiero ser de otra manera.” No, no entres en esa discusión, no mires lo que quieres dejar atrás, vete de cabeza a lo que quieres conseguir. Así que espero que eso te sirva. Muchas gracias.

23:33
Hombre 3. Te he escuchado hablar sobre la importancia de conectarnos desde el talento, pero muchas veces como seres humanos, nos cuesta identificar ese talento nuestro. ¿Cómo puedo yo identificar mi talento?

23:44
Ana Ibáñez. El talento, bueno, viene de un término griego que a mí me gusta mucho, que es ‘talanton’ y que significa pesa en la balanza y que también significa moneda de alto valor y, bueno, hay una, de hecho, hay una parábola muy bonita con esto que es cómo a dos personas se les entrega unas monedas de oro y una de ellas lo que decide con sus monedas de oro para no perderlas es esconderlas, guardarlas y asegurarse de que se queda con ellas, no las pierde. Y la otra persona con las monedas de oro dice: “Oye, pues yo voy a expandir esto, voy a utilizar que tengo monedas de oro para hacer algo que puedo hacer porque las tengo, si no las tuviera no las podría hacer.” Y entonces lo que ocurre al final es que el que utiliza las monedas de oro no solo logra más y se expande, sino que logra mejorar su entorno por esas monedas de oro, mientras que el otro pues las tienen encerraditas y al cabo de un tiempo pues la saca y bueno, tiene sus monedas de oro, pero han dejado de ser unas monedas de oro vivas. Con nuestros talentos ocurre exactamente lo mismo. Es muy curioso desde el punto de vista cerebral, porque los talentos son como, a mí me gusta verlo como esos regalos que nos ha hecho la vida, porque la vida es complicada. Estarán conmigo que la vida es difícil. Entonces, si la vida es difícil, que bueno que nos llegan algunas cartitas, ¿no?, comodines de estas, que cuando estás jugando a las cartas y te llegan dices: “Buah, que bien tengo, el resto son malísimas, pero yo con estas tres, con estas tres puedo jugar.” Los talentos son exactamente eso y todos los tenemos. A mí me da mucha pena cuando hay gente que me dice yo no tengo ningún talento, digo no, no es verdad. Pero es verdad que los talentos son muchas veces difíciles de ver. Y yo les explico por qué es difícil de ver. Es difícil de ver porque los talentos es algo que para nosotros sale de manera más natural, se hace más natural a nosotros, la disfrutamos y nos acostumbramos a ella. Entonces seguramente les ha pasado que hay gente que les alaba y les dice: “Oye, qué bien esto que has hecho.” Y uno dice: “Bueno…” Es normal, esto nos pasa a todos, ¿no? Dice: “Ah, no, es normal.” “Que no, que no, que está muy bien” y dices: “Qué bien me quieren.” ¿Cuántas veces han dicho eso? “¡Qué bien me quieres!” “Es que me miras con buenos ojos.” Oye, no, si te lo dicen es por algo. Es porque esa chispa que es el talento, eso que te hace especial está brillando y está haciendo un reflejo en la persona que tienes enfrente. Pero lo maravilloso de esto es que podemos decir: “Ay, gracias, que bueno que me lo digas.” Porque igual que tú reconoces que tienes talentos, reconoces que los otros también los tienen. No es una cosa solamente tuya. Entonces aquí no estamos jugando con ser humildes o… No, no, no. Aquí es con que bueno, seamos personas que nos hablamos de nuestros talentos. Esto es maravilloso. Bueno, desde el punto de vista cerebral ocurre una cosa con los talentos y es que para identificar qué es o cuándo o dónde están los tuyos, pues suelen venir asociados a algo que es muy concreto. Y es que cuando tú estás haciendo algo para lo que eres especialmente talentoso, suele ocurrir que te sumerges en esa actividad y se te olvida el tiempo. Entras en algo que cerebralmente llamamos estado de ‘flow’, que es lo que buscamos. Bueno, no saben la cantidad de gente que viene desde el deporte a cualquier tipo de actividad, de profesión o de vida, ¿no?, que dicen: “Ay, yo lo que quiero es entrar en ese estado de flow en el que me siento tan bien, en el que todo me sale, en el que no hay resistencia y que de alguna manera parece que me he conectado con lo divino porque todo me sale.” Es que ese es un estado cerebral que ustedes conocen, ¿a que sí? Bueno, ese estado de flow se suele dar cuando estamos conectados con nuestros talentos, entonces es un buen lugar para buscarlos. A mi me gusta decir: “Aquí una vez más, hay tres sitios donde podemos ir a buscar nuestros talentos” y vienen por tres escuchas. Yo les digo: “Escuchen su pasado, escuchen que es aquellos lugares donde siendo niños, siendo más jóvenes, se sentían especialmente bien.” Qué actividades hicieron de niños cuando se sentían libres, cuando no había la presión de tener que hacer las cosas con un destino, cuando se permitían jugar más con ustedes, cuando las cosas le salían de forma natural, porque ahí están alojados muchos talentos. Pero lleven la mirada más grande. Imagínense que de niños ustedes les gustaba pintar, por ejemplo, quedarse en un lugar pintando, dibujando, tranquilitos.

27:57
Ana Ibáñez. Bueno, su talento tiene que ver con lo artístico, pero tiene también que ver con la capacidad de conectar con emociones profundas y que ustedes sean capaces de transmitirlas o transportarlas a otro material, como puede ser la pintura, como puede ser la escritura o como puede ser cualquier otra cosa o como puede ser hablar. Pero el talento real no solo es el dibujar, sino el talento real es esa satisfacción que les provoca buscar un espacio tranquilo donde ocurre algo, donde uno se conecta con el alma y genera belleza a partir de ello. Los talentos son muy amplios, pero vienen con pequeñas señales de cosas que hemos hecho antes. La segunda escucha es escuchar nuestro cuerpo, porque los talentos suelen venir asociados a energía. Cuando tú estás haciendo algo que tiene que ver con algo que se te da bien, después de hacerlo, sientes más energía que antes y esto no falla. Los talentos nos dan energía. Escuchen donde está la energía. Y por último, escuchen a otros, escuchen esas alabanzas que les dan, escuchen eso que destacan de ustedes, que es oculto para ustedes, pero que es visible para los demás y denles una cuota de veracidad. Quédense pensándolo. Y no tengan miedo, no tengan vergüenza por mostrar y decir en alto sus talentos. Porque los talentos, si algo tienen de maravilloso es que no solo como las monedas de oro, no solo les va a servir a ustedes para generar riqueza para ustedes, sino que una persona esté conectado con sus talentos hace que funcione mejor a nivel cerebral, hace que utilice más de su capacidad y a mí me gusta decir que nos convierte en mejores personas. Mejores personas hacen mejores mundos. Queremos que las personas se sientan mejor con ellas mismas y hará sentir mejor a los demás. Así que conectarnos con nuestros talentos es un win win o es un ganar ganar para todos, para ustedes y para los demás.

29:49
Mujer 1. Ana, qué placer escucharte. Gracias. Mi pregunta está relacionada con el síndrome del impostor. Y te quería preguntar: ¿de dónde crees tú que nace esa sensación como de incapacidad, de insuficiencia en el ser humano?

30:03
Ana Ibáñez. Y segundo, ¿crees que esto solo lo viven las personas con perfiles más inseguros o estas personas exitosas empoderadas también lo sienten? Gracias. Que bueno. Está muy asociado ser brillante y brillar con tener la sensación del síndrome del impostor. Bueno, síndrome del impostor, ¿qué es? Es esa sensación de que cuando has hecho algo bien, viene una vocecita por aquí y te dice: “Oye, calma eh, que tú esto lo has hecho bien, pero lo has hecho bien porque has tenido suerte o porque te ha tocado, pero tú no eres realmente bueno. O sea que ten cuidado porque van a venir y te van a desenmascarar y lo que estás haciendo es engañando a la gente.” Díganme que duro es esto. ¿Oye, a quién le ha pasado esto? ¿Solo me pasa a mí? Esto nos pasa a todos. Yo entreno a personas, a personalidades, o sea entreno a todo, a mucho tipo de gente. Pero precisamente el síndrome del impostor yo me fijo mucho en personas exitosas, porque yo digo: “Perdón si alguien con esta capacidad profesional y personal que yo diría: ”¿Pero qué quieres entrenar de tu cerebro, por Dios, si no puede estar mejor?” Y que me digan que se sienten impostores, yo digo: “Es que esto lo deberíamos decir en alto todos para no sentirnos solos en esa sensación, porque de nuevo, esto es cerebral.”” El impostor aquí es nuestro cerebro. El que nos hace dudar de nuestra capacidad, vuelve a ser nuestro cerebro. Y de nuevo, es por una programación. Y la programación es la siguiente, que esta es muy simple también. Nosotros alabamos aquello que conseguimos con esfuerzo. Y no sé ustedes, pero yo, de muy jovencita y cuando estudiaba, casi que era o lo haces con esfuerzo o no tiene valor, con lo cual yo me acuerdo de mí misma de estar sufriendo, pasándolo mal y decía: “Venga, pero esto tiene mucho valor.” No me confundan, yo creo que el esfuerzo es absolutamente maravilloso. Mira juntas talento y esfuerzo y no hay quien te pare. O sea, el esfuerzo es necesario. Pero hemos hecho un flaco favor a nuestro cerebro y a nuestra personalidad pensando que solo vale aquello que nos exige esfuerzo. Porque si quieren uno de los grandes secretos de neurociencia es que si ustedes quieren funcionar mejor a nivel cerebral, está por delante el disfrute que el esfuerzo. El que ustedes disfruten haciendo algo va a hacer que su cerebro esté tranquilo, relajado, abierto y funcione mucho mejor. Entonces vayamos al síndrome del impostor. ¿Por qué cuando yo hago algo bien, tengo esta vocecilla, no siempre, porque no siempre está el síndrome del impostor, pero a menudo viene una vocecilla y dice: “Oye, te van a desenmascarar, esto es mentira.” Con lo cual lo que te hace es privar del orgullo que tú deberías estar teniendo por hacer las cosas bien, de disfrutarte y de seguir expandiendo. Bueno, si nuestro cerebro ha automatizado, que las cosas buenas son con esfuerzo, cuando algo no te cuesta esfuerzo es que no es bueno. ¿Y qué es lo que no nos cuesta esfuerzo? Pues principalmente algo que estábamos justo hablando antes. Lo que no te cuesta esfuerzo es precisamente donde tú tienes tu talento porque te sale de forma más natural. Y desde luego, las personas que son exitosas son personas que ya han tenido que enfrentarse a muchas situaciones y las cosas te van saliendo con menos esfuerzo. Con lo cual puedes caer en la tentación de pensar: “Oye, ya no vale lo que hago.” Mira, te voy a poner ahí un ejemplo que esto lo hace de manera muy práctica. Todos los que hemos aprendido a conducir, a manejar, aquí dicen a manejar un carro o conducir un coche que decimos en España, cuando empezamos pues esto es un lío, ¿no? El embrague, miro por el retrovisor, el volante… O sea, bueno, es un desastre. Yo por lo menos lo era.

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Ana Ibáñez. Entonces a nada que hagas bien cuando estás aprendiendo a conducir, te das una palmadita en el hombro y dices: “Ay, que bien.” Y puedes llegar a casa diciendo: “Oye, hoy he aparcado, qué bien, soy increíble.” Y te sientes orgulloso porque has aparcado. ¿Qué es lo que ocurre con el acto de conducir? Bueno, que a medida, o de manejar, a medida que esto lo incorporas ahora lo haces de una manera automática, donde yo no veo a nadie, yo por lo menos no me felicito cada vez que aparco. Bueno, a veces sí, a veces sí. Pero normalmente uno ya no se felicita cuando estás conduciendo, mirando por el retrovisor. Pero, ¿cuándo eres mejor conductor? ¿Cuando estabas aprendiendo o cuando ahora ya no te lo tienes que pensar? La respuesta es clara, somos mucho mejores conductores cuando tenemos la destreza y lo hemos interiorizado. Esa es la vida. Somos mucho mejores, somos mucho, con mucha más destreza según pasan los años y sobre todo si juntas tu talento con esfuerzo y con experiencia. Pero tu cerebro no lo está imprimiendo porque no tiene esfuerzo asociado. Así que de nuevo, es una programación cerebral. Rompamos esto y de manera consciente lo que hay que decirse cuando tienes el síndrome del impostor es decir: “No, yo lo entiendo, este es mi cerebro que piensa que solo se puede hacer con esfuerzo.” No, el talento con esfuerzo y disfrute es maravilloso y no tengo por qué sentirme impostor, todo lo contrario. Así que espero haberte respondido. Y si se dan cuenta, casualmente no hemos hablado de nada externo. ¿Se dan cuenta de que solo hemos hablado de uno mismo? Desde el primer momento, cuando les he empezado a hablar de bajar los diez segundos en los 100 metros lisos, cuando les he hablado de la capacidad de mejora, del margen de mejora que tenemos, de la importancia de creer que las cosas son posibles, en ningún momento tenemos por qué meter a nadie en eso. Somos nosotros con nosotros mismos. Somos nosotros con nuestro cerebro y con la programación nuestra cerebral, que obviamente han influido externos, pero los externos, los terceros, estos no los podemos controlar. Está bien saber que lo que nosotros queramos conseguir, nuestro camino de excelencia, nuestra camino de atrevernos a creer en nosotros, viene de nosotros mismos. Y todo lo que les he contado, y fíjense que hoy me siento muy satisfecha de poder decirles que lo veo, que no estoy hablando desde la teoría, que lo veo desde la práctica. Igual que puedo hablarles de esta traumatóloga, les puedo hablar de muchos casos. Lo que veo claramente es que cuando una persona toma la decisión en su vida de hasta aquí, se acabó, quiero cambiar esto de mi personalidad, esta pregunta que me hacías, esta parte de mi personalidad la quiero cambiar, ya me he cansado y quiero ser, esto que decíamos: “¿Y qué quiere ser?, Esto.” Perfecto. Eso es una multitud que tú ya tienes dentro, por eso la estás anhelando. Vete a por ella. Enséñale a tu cerebro que quieres ir a por ella. Cree en ello. Verás que es posible. Con los talentos lo mismo. “Oye, qué difícil es la vida.” Pero, saca tus monedas de oro. ¿Cuáles son tus monedas de oro? Juega con ellas. No dejes que la vida te supere. Sácate estos comodines y hazte la vida más fácil. ¿Dónde está eso? Juega con ello. Y además, no solo juega con ello, sino disfruta viendo el efecto que tiene en los demás esto. No te dejes caer en el síndrome del impostor. Y para llegar ahí no es más difícil que haciendo estas tres cosas que les he dicho. La primera es, vayan con seguridad, somos capaces de hacer esto. Cuando quieres cambiar algo de tu personalidad, demuéstrale a tu cerebro que eso es posible. Miren, yo odiaba hablar en público. Bueno, odiaba, no porque no me gustara, es que lo temía con toda mi alma. Yo podía hablar, pero no frente a un público como ustedes yo podía hablar frente a cinco personas y no dormir en una semana. No me valía la pena. Saludablemente sería terrible, porque con los que son ustedes ahora, no sé la de días que hubiera tenido que estar sin dormir para venir hoy a hablar.

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Ana Ibáñez. Cuando yo le pude decir a mi cerebro: “Es seguro hablar frente a personas.” ¿Y por qué es seguro? Porque puedes vivir de antemano la sensación de poder hablar, de poder transmitir algo con que le sirva a una de las personas que están. En mi caso yo pienso eso, con que le sirva a una de las personas que están aquí, con que cambie un poquito, está bien. Y eso a mi cerebro le deja seguro, le muestra que es un lugar en el que está bien. Lo segundo es querer. Tenemos que poner siempre la ilusión. La ilusión es un motor maravilloso. Es mucho más importante que se conecten con la ilusión, como les decía, que con querer dejar cosas atrás. Ilusiónense, disfruten, véanse de una manera expansiva y disfrutando a la gente que tienen alrededor. Y por último, sean flexibles, adaptables, no tengan miedo a sentir que a veces no tenemos el pie, los pies en el piso, que no controlamos. Eso es parte del desarrollo cerebral. Y cuando tu cerebro se acostumbra a ir desde ahí, es maravilloso. Así que el gran poder que tenemos no está en lo que sabemos hacer, sino en el atrevimiento de pensar lo que creemos que podemos ser. Y ese creer que podemos ser es fundamental. Y termino con una frase de Gandhi, que a mí me encanta, y que tiene que ver con esto, que es: “El ser humano o una persona se convierte en aquello que esa persona piensa de sí misma.” ¿Qué piensan ustedes de ustedes mismos? Piensen alto, piensen brillante, hagan que su cerebro crea y para allá. Muchas gracias.