Cómo bailar ante trescientas mil personas y sentirse solo
Julio Bocca
Cómo bailar ante trescientas mil personas y sentirse solo
Julio Bocca
Bailarín
Creando oportunidades
El viaje de ida y vuelta de la danza a la vida
Julio Bocca Bailarín
Julio Bocca
Julio Bocca ha sido uno de los máximos exponentes de la danza clásica y ballet de Argentina y del mundo. Su virtuosismo y talento le llevaron a llenar teatros como una estrella de rock y a cumplir su sueño de popularizar y convertir la danza en un arte para el pueblo. La primera vez que el abuelo de Julio Bocca le llevó a ver un partido entre Boca Juniors y River Plate, en la cancha del Boca, sentado sobre sus hombros le preguntó: "Abuelo, ¿por qué aquí no se hace ballet?". —"Bueno, no se hace, pero...". En algún rincón de su memoria quedó aquella pregunta sin respuesta. ¿Y si se pudiera hacer? Julio Bocca, hijo de la maestra de bailarines Nancy Bocca, cumplió su sueño y consiguió que el ballet llenara estadios y calles. Ganador de la Medalla de Oro en el prestigioso Concurso Internacional de Danza de Moscú en 1985 y del Premio Gino Tanni en 1990, año en que fue reconocido como el Mejor Bailarín Estrella Internacional de Danza Clásica por la Asociación Iberoamericana de Danza.
Su talento le llevó a ser el Primer Bailarín del American Ballet Theatre (ABT) durante dos décadas, fundador del Ballet Argentino a comienzos de los 90, director del Ballet Nacional del Sodre en Uruguay en 2010 y creador de la Fundación Julio Bocca, que se dedica a crear espacios y oportunidades de enseñanza, para hacer del arte un patrimonio universal que esté al alcance de todos. Después de su brillante carrera que le llevó a los más exigentes escenarios de todo el mundo, donde destacó por su extraordinaria capacidad técnica, emocional e interpretativa, Bocca se retiró en 2007 ofreciendo un espectáculo multitudinario, ante trescientas mil personas y el Obelisco de la Avenida 9 de Julio de Buenos Aires (Argentina). Sin embargo, ni la danza salió de su vida, ni él salió de danza: hoy en día Bocca sigue acompañando a grandes compañías como maestro y coach de bailarines, y recientemente ha asumido la dirección artística del Teatro Colón de Buenos Aires, el mismo teatro que le vio crecer dancísticamente y donde continúa transmitiendo su legado.
Transcripción
Por supuesto, ella se puso muy contenta porque era lo que ella, realmente, más amaba. Y me anotó en la Escuela Nacional de Danzas. Ahí empecé con expresión corporal, pero esto estaba en la capital. Eso significaba que tenía que viajar en tren, en autobús, metro, y una hora y media de ida, una hora y media de vuelta a casa. También tenía que hacer la escuela. La escuela primaria. Pero ahí tenía suerte porque había una escuela que estaba cerca de casa. ¿Y quién fue mi primera maestra de primer grado? Fue mi madre. Por supuesto, eso tiene cosas a favor y cosas en contra. Sobre todo, con los compañeros. Fue una forma de poder estar un poco más tiempo con ella, ya que ella tenía que trabajar mañana, tarde y noche para poder mantenernos. Mi apellido Bocca es de mi madre. De mi abuelo., ya que mi padre no me reconoció cuando yo nací. Y nací en la casa de mi bisabuela, a una estación de donde vivíamos. Se llamaba Carapachay. Con una partera. Porque, en esa época, también, una madre soltera no estaba bien visto. El barrio generaba problemas. Hasta que mi abuelo se cansó y dijo: «Traemos al nene a casa y no me importa nada lo que la gente diga».
Empecé yendo a la Escuela Nacional de Danzas y hubo un maestro que era bailarín en el Teatro Colón de Buenos Aires y le dijo a mi madre: «¿Por qué no lo presenta en la escuela del Colón?». El Teatro Colón de Buenos Aires, uno de los grandes teatros del mundo, que tiene su propia escuela. Y me anotaron. Era el único varón, así que no había otra forma de no quedar. Entré a una edad, a los ocho años, cuando se entraba a los diez. Y ahí empecé a hacer la Escuela Nacional de Danzas a la mañana, la escuela primaria a la tarde y la escuela del Teatro Colón a la noche. Hasta los 14 años, que tuve mi primera posibilidad de trabajar. Me contrataron en Caracas, Venezuela, dentro de la compañía, y ese fue otro gran salto en mi carrera, en el cual también tuve que aprender a vivir solo, a pagar cuentas, cobrar un salario, cocinar, limpiar. Pero seguía siendo feliz. Seguía haciendo lo que a mí me gustaba, lo que yo elegí. Hubo un concurso en Osaka, en el cual me presenté. Ya tenía 17 años. Fue al final de mis 17. Y, en la segunda ronda de un concurso, me eliminan, me sacan, y vuelvo a Buenos Aires.
“Empecé a estudiar danza a los cuatro años. Con mi madre. Era ir, colgarme de la barra, saltar un poco e irme”
Cuando llego a Buenos Aires, se presenta una persona y me dice: «¿No te querés presentar en el concurso de Moscú?». Le dije: «Bueno, ¿por qué no? Creo que va a ser la única vez que voy a pisar el Bolshói. Total, si me sacan en la segunda… En Rusia, en una de las cunas del «ballet», me sacarán en la primera ronda». Me preparé. Hablé con Raquel Rosetti, una de las figuras del Ballet de Buenos Aires. Primera figura también del Ballet de Ginebra. Y nos empezamos a preparar. Había que preparar tres rondas. Tres obras clásicas. Una contemporánea. El vestuario, por supuesto, lo hizo mi abuela, que le fascinaba coser. Era modista. Así que todos los trajes que usé cuando era chico eran de ella. En la primera ronda, elegimos el «ballet» de «Don Quijote». En la segunda, el «ballet» de «El corsario». En la tercera, el «ballet» de «El cascanueces». Dejamos «Cascanueces» para lo último porque era un «ballet» de blanco. Había que salir de blanco y ni ella ni yo nos sentíamos en forma física para salir de blanco. Yo siempre, y ella también, éramos muy explosivos, con mucha energía. Entonces, «Quijote» o «Corsario» daban mucho más el carácter para nosotros. Hicimos «Quijote». Tuvimos la suerte de ver otros participantes y ver como el público se reía de si se cayó una pluma, de si un brazo se le caía o había un problema. Eso también nos puso muy nerviosos.
Entonces, llega nuestro turno. Mis piernas eran… Temblaba. Ella mucho más tranquila, por experiencia. Salimos a bailar y en una «promenade», como se le llama, ella está sobre la punta del pie con la pierna para acá, con el torso abajo. Yo con las dos agarrando la cintura y tengo que girar alrededor de ella. Estaba tan nervioso que hice el giro, no sé cómo, también en una pierna. El público se empezó a reír. Por supuesto, yo me puse más nervioso. Y hubo un momento en el cual, en esta coreografía, nos separamos de una punta a la otra y empezamos a caminar para juntarnos. Y mi «partenaire», con una gran sonrisa, me dice: «…que te parió». Para mí, fue como un cachetazo de: «Tranquilizate. Relajá». Y fue lo que hice. Y fue lo que fui a hacer. A bailar, a disfrutar. No fui a competir y me había olvidado de eso. Por supuesto, terminamos. Ya la gente no se rio más. Estuvimos no sé cuántos minutos saludando. Pasamos a la segunda ronda. Pasamos a la tercera ronda.
En el ensayo, con la orquesta… Teníamos solamente uno, así que, en los diez minutos que dura la obra, teníamos ese tiempo. Y, en una esquina, se aparece Vladímir Vasíliev, que es una de las grandes estrellas rusas, que para mí ha sido y es mi ídolo, ayudándonos. Traduciendo. Él trabajó mucho en Buenos Aires con la compañía. Bailó con el Teatro Colón. Entonces, hablaba un poco italiano y con eso podíamos entendernos para traducir al director de orquesta, que hablaba ruso. Yo estaba ya en mis sueños máximos. Hicimos la función. Genial. A las 06:00, llaman por teléfono del embajador y me dice: «Ganaste la medalla de oro de Moscú». Yo: «¿Sí? Okey, gracias». Seguí durmiendo. Mi «partenaire» dice: «¿Qué pasó? ¿Quién te llamó?». «Me dice el embajador que gané medalla de oro». «¿Cómo ganaste medalla de oro? Pero llamá a tu madre». «Okey». Llamo a ma. «Ma, hola, ¿qué tal?». «¿Cómo fue?». «Bien. Todo bien. Gané medalla de oro. Beso. Después te llamo». No podía caer de que había ganado lo más alto en una de las competiciones más importantes del mundo, donde, dentro de la competición, había 12 parejas rusas, donde había 124 participantes de todas partes del mundo y tenía 18 años. Y, bueno, volví. Empecé a hacer funciones. Tuve un primer accidente, que eso fue otro golpe en la vida, pero, en ese mismo momento, viene un llamado de Estados Unidos para que fuera a Nueva York a incorporarme al American Ballet de New York. Fui a Nueva York y, a los 19 años, entré como primera figura del American Ballet de Nueva York. Creo que esto es un poco… Habla un poco de mi historia. Pero la idea es que ustedes hagan preguntas y que me conozcan un poco más. Así que creo que ahora ya me conocen, ya nos relajamos, nos reímos un poquito y podemos seguir. Así que veremos quién hace la primera pregunta.
Porque podía haber sido mi maestra todo el tiempo o trabajar en lugar de acompañarme, de estar relacionada a lo que uno está haciendo. «Porque te quiero seguir teniendo como madre y yo no podría darte órdenes, no podría pelearme contigo por mi trabajo. Por otras cosas nos pelearemos, pero»… Tuve esa suerte de tener una madre así. Aparte, muy divertida. Le gustaba la noche. Todo lo contrario a mí. Yo salí más a mi abuela, que era la que cuidaba todo, las cuentas, ordenada, muy… Y mi madre era la que salía a divertirse, a pasarla bien. Pero bueno. Se lo merecía. Una mujer que trabajaba mañana, tarde y noche para mantenernos. Yo, hasta los 14, que empecé a viajar y a los 17, que me mudé a vivir solo, vivía en la casa con mis abuelos. Mis abuelos fueron los que iniciaron la casa donde vivíamos y yo compartía la cama con mi madre. Nunca tuve una habitación. Había un cariño, un respeto, que lo tuvimos hasta su último día. Y nada, yo, personalmente, sigo hablando con mi familia. Cualquier duda que tengo o cosa… «Bueno, a ver, ¿por dónde voy? ¿Qué hago? Dame fuerzas. Tengo que tomar una decisión». Siempre están. Y, como dije, nunca fuimos pegajosos.
Yo, cuando empecé, era mucho más musculoso y él me enseñó a trabajar de una forma distinta de alargar mi musculatura. Yo no soy una persona alta. Tenía que parecer alto. Aparte, me tocaba a veces bailar con bailarinas mucho más altas que yo. Y me enseñó a poder desarrollar. Ver que la danza puede ser mucho más que, simplemente, lo que siempre trabajamos internamente. Me enseñó a saber que uno se tiene que conocer su cuerpo para que, después, uno pueda seguir trabajando las otras cosas importantes de la danza, que es el arte, la búsqueda de cada personaje. Me enseñó que la danza es normal. Aunque todos piensan que no, que la danza es difícil, que la danza es complicada, no, es normal. Bailamos como caminamos. Cruzados. A veces, los giros… Ustedes dirán: «¿Cómo uno gira?». El giro es muy simple. Giras la cabeza y el cuerpo te sigue girando. Son esas cosas que me fueron… Que uno fue incorporando. Yo, después de varios años de trabajo, de cosas, yo siempre decía… Yo hice un «ballet», que fue «Don Quijote». Más de 1.500 funciones en todo el mundo. Y llegaba un momento que, a veces, me decían de esto y aquello. Y yo decía: «Hago esto, me saco la cabeza y el cuerpo lo va a hacer. No tengo que dar ninguna orden porque la musculatura ya lo sabe».
Y ese fue un maestro que, hasta el último día, siempre aprendí cada detalle. Y, en la vida, para mí, uno de mis personajes es mi abuelo. Mi abuelo, que fue el hombre de la casa. Fue quien, con su humor, dicho por mi madre, cuando tenía un año, me levantaba en una mano y decía: «Este va a ser conocido». El que me tiró al mar para aprender a nadar. El que me llevó al muelle cuando íbamos de vacaciones a Mar de Ajó, en Buenos Aires, y él trabajaba en el muelle. Me enseñó a pescar con medio mundo. Me obligó a presentarme en un concurso de pesca con 220 niños y salí quinto. Pero era una forma de poder estar con él. Una forma de estar cerca de él. Y me enseñó lo que es el respeto, lo que es el trabajo, lo que es ayudar. Donde vivíamos, en Munro, estaban cerca los estudios Lumiton de grabación de cine. Él iba cuando se filmaban películas y lo que sobraba del «catering» lo juntaba y lo repartía en la calle donde vivíamos. Esas cosas fueron enseñanzas. Y, bueno, para mí es mi ídolo.
Tenemos una cantidad de escuelas homologadas, no solo de Argentina, sino de Latinoamérica, en las que mandamos maestros para poder controlar el trabajo que van haciendo y tratar de renovar y de incentivar lo último que se va haciendo en el mundo. Y, bueno, y han pasado millones de cosas increíbles de la fundación, pero hay una que me llamó mucho la atención y que se pudo ayudar. Era una niña que estudiaba danza en el teléfono, por YouTube, en una tribu en medio de Tucumán, de una de las provincias. Y, a veces, el cacique la llevaba 160 kilómetros hacia la capital de Tucumán para que ella estudiara danza y volvía. Con la fundación, por supuesto, le damos una computadora y tratamos, a veces, de llevarla y que pueda quedarse un tiempo en la ciudad para que haga varias clases. Y eso me parece genial. Cuando uno quiere hacer algo, lo puede lograr hacer. Más ahora. Estudiar danza de un aparato, viendo, aprendiendo, y, ahora, ella misma está ayudando a otros en la tribu. Y es increíble. Es algo que me da mucha alegría que esas pequeñas cosas pasen porque eso es lo que uno quiso hacer. Fue eso. Fue ayudar a gente que no puede y seguir el legado de mi abuelo.
Por supuesto, siempre hablando de lugares grandes. Si vamos a una provincia, a un pequeño estado, siguen teniendo las condiciones que teníamos antes. Pisos de madera. Y quizás no tengan todas las posibilidades de, quizás, cosas importantes, como un nutricionista o un psicólogo. Cosas que uno lo hacía por su lado. Al psicólogo tuve que ir. La primera vez que fui a un psicólogo, me acuerdo que mi mánager… Esto fue apenas después del concurso de Moscú y después que ya estaba bailando y que, de golpe, empezaba a ser famoso en Argentina, donde todo el mundo me conocía. No podía caminar por la calle, ni ir a un restorán ni hacer nada porque era… Estaba Maradona y yo. Y, de golpe, mi mánager me dice: «Toma, esto es un número». Digo: «¿Un número para qué?». «De un psicólogo». Digo: «Ah, okey, ¿para?». Y digo: «Bueno, está». Al mes, lo llamé porque me di cuenta del por qué. Estaba tratando mal a mi madre. Estaba tratando mal a mis amigos, a mi mánager. En el sentido de que: «Tráeme aquello. Vení». Lo que, normalmente, uno cuando tiene la cabeza más grande… Tenía los pies acá y la cabeza allá abajo. Fui para eso. Para poner los pies donde tienen que ir y la cabeza en su lugar.
Después, volví la segunda vez para aprender a decir que no, porque estuve seis años sin vacaciones por el trabajo. Porque, claro, de golpe, te llaman de la Ópera de París o del Covent Garden, del Bolshói, del Mariinski, de La Scala de Milán… Entonces, vas a decir a todo que sí. Uno lo que quería era bailar. Y a estos lugares, más, sobre todo. Entonces, «sí, sí, sí», seis años sin nada. Hasta que dije: «Me voy a tomar vacaciones». Me pedí un mes de vacaciones. Me fui diez días y extrañé muchísimo. Y volví. Cancelé las vacaciones. Ahí fui al psicólogo porque me costaba decir que no. Aprender a decir que no. Ahora tienen otra facilidad. Tienen todo esto que ayuda al bailarín.
A llevarlo a que sea de la gente. Era como la celeste y el «ballet». La gente, el fin de semana, iba: «Voy a ver fútbol». «Voy a ver “ballet”». «Voy al cine». Se logró eso con esa compañía y, para mí, fue un aprendizaje enorme. Enorme hasta un punto, en el cual estaba tan fuera de mi camino, de mi visión de lo que quería hacer con la compañía, que contrate una «coach» de empresas para que nos ayudara a cómo seguir avanzando. Para mí era algo totalmente fuera de mi estado de control. Pero fue una compañía, la cual me dio la posibilidad de salir al interior, de llevarlo a pueblos donde nunca había estado la compañía y, al mismo tiempo, incorporar cosas que uno ha tenido experiencia. He trabajado en todas las compañías del mundo. He trabajado con el Ballet Nacional de Cuba y he visto a Alicia Alonso. He visto a grandes directores dirigir compañías y yo siempre estoy atento a todo. Y estoy siempre escuchando todo. Y estoy incorporando todo el tiempo cosas nuevas, cosas diferentes. Y, para mí, fue un placer y, por suerte, la compañía sigue estando y trabajando muy lindo, y eso es un orgullo para mí, porque creo que fue un cambio grande en Uruguay, después del renacimiento del «ballet».
Trato de eso, de que se conozcan. De que se conozcan y tratar de descubrir ese personaje. ¿Qué es lo que te da? ¿Cómo lo quieres traer? ¿Cómo lo quieres presentar? Y disfrutar. Porque creo que es muy importante el siempre renovar. «Lago de los cisnes» se viene haciendo hace años, pero, si el bailarín no le da una frescura, va a quedar antiguo. Y eso es nuestro trabajo. Yo, como maestro, de que no pase. Y tratar de que descubran cosas. De que sean curiosos. De que se arriesguen. De no quedarse en lo seguro, en la comodidad. Ir más allá. ¿Vas a interpretar un «Romeo y Julieta»? Buscar, tratar de que ese Romeo… Lo estuve trabajando en Estados Unidos y lo decía. Yo, cuando hice mi Romeo, lo hice a mi forma. Sí, pasa en Verona toda la historia, pero yo me acordaba de cuando iba a la plaza con mis amigos a jugar y esa sensación, eso que yo sentía, lo llevaba al parque ahí de Verona, cuando estaba bailando junto a Mercucio y Benvolio, que eran mis amigos de barrio. Y eso creo que le da la diferencia a la obra. Creo que es importante eso. Lo importante es tu personalidad y como tú quieres trasmitir. No copiar. Ahora es muy fácil copiar. Podés copiar, pero ponle un poquito de tu sabor.
Es lindo el reconocimiento de la gente. Es algo que estoy muy agradecido y me siento un privilegiado de pertenecer, por decirlo de alguna forma, a ese grupo donde la gente le da su cariño y le da su respeto. Siento que, también, uno lo trabajó. No lo buscó, pero sí trabajó a poder tener ese cariño y ese respeto de la gente, que, al fin y al cabo, es también lo que uno quiere. Que lo que uno hace llegue, sea querido, sea aceptado y sea respetado. En la vida, el respeto ya es algo que se está olvidando y tener eso creo que es muy bonito. Y, como te dije, soy un privilegiado de ser parte y de tener eso. Y, bueno, llegué a la cancha de Boca. Hice una función en la cancha de Boca Juniors. Hice una función dentro de un programa de «rock» en la cancha de River. Eran todos conciertos de «rock» y, en el medio, yo había creado un «ballet» que era «Boca Rock», con todo «rock» nacional. Estábamos nosotros. Por supuesto, siempre abría con «Don Quijote», que era mi caballito de batalla. Algo clásico tenía que haber. Y, después, algo más contemporáneo.
Y así fue como se fue haciendo popular. Todos sabían qué es la danza. Hasta que llegó la decisión de despedirme. Que fue una decisión con tiempo, también. No fue de un día para otro. Me fui preparando. Me fui despidiendo de cada obra que hice. Me fui despidiendo de Basilio, del personaje de «Quijote», del personaje de «Romeo», del personaje de «Gisselle» de Albrecht. Me fui despidiendo de cada uno para que no sean todos los personajes, todo en una vez. Me había olvidado. Yo hacía temporada en el Luna Park. Luna Park es un estadio de boxeo donde entran 10.000 personas. Hacíamos un escenario y se cortaba a 5.000. Durante un mes, estaba la sala llena en ese lugar. Por eso, cuando hice la última función, quería hacer algo diferente, algo bien masivo. ¿Y qué masivo que la avenida 9 de Julio, que, cuando se ganan los Mundiales, la gente va ahí?
Ahí mismo hice mi última función, delante de 300.000 personas, viendo «ballet» por dos horas, de pie, y en el cual tuve la suerte de que me acompañaron muchos artistas, desde Mercedes Sosa a la Mona Jiménez, Diego Torres, grandes bailarines como Manuel Legris, Tamara Rojo, Nina Ananiashvili, José Carreño, Maximiliano, Eleonora, Marcos Mundstock de Les Luthiers, que presentaba… Fue algo mágico. Fue algo de agradecimiento de la gente por lo que uno hizo, que eso no me lo voy a olvidar nunca más. Pero, al mismo tiempo, ver 300.000 personas y que todo el mundo te reconociera, y, después, llegar a tu casa y estar solo. Muchas gracias.