¿Cómo afectan las pantallas a tus hijos?
Michel Desmurget
¿Cómo afectan las pantallas a tus hijos?
Michel Desmurget
Doctor en Neurociencia
Creando oportunidades
Pantallas en la infancia: las preocupaciones que deberías conocer
Michel Desmurget Doctor en Neurociencia
Michel Desmurget
“Ya hay muchos estudios que demuestran que los niños con tanta exposición a las pantallas sufren detrimentos del lenguaje, la concentración, el desarrollo y el sueño”, afirma el doctor en neurociencia y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia, Michel Desmurget. Reconocido por sus investigaciones sobre los efectos de la exposición a pantallas y dispositivos digitales en el desarrollo cerebral y el comportamiento humano, el experto advierte de la dependencia de la tecnología digital y su impacto negativo en el descanso, la atención, el bienestar emocional y la humanidad de la sociedad.
Sus ideas invitan a la reflexión sobre el papel de estos dispositivos en la educación, el desarrollo infantil y el uso adulto. Muchas de sus investigaciones han influido en políticas educativas y de salud fomentando una mayor conciencia acerca de la necesidad de un uso equilibrado y crítico de las tecnologías digitales.
Además de su trabajo de campo en instituciones de renombre como el MIT, es colaborador en universidades y medios de comunicación, divulgador y autor de una vasta obra científica como ‘La fábrica de cretinos digitales’, ‘Más libros y menos pantallas’ o ‘Lobotomía TV’, entre otros. Obras que le han llevado a ser galardonado con el prestigioso premio Femina de las letras francesas.
Transcripción
Molesta porque había mucha diferencia entre lo que contaba la literatura científica y lo que se publicaba y se contaba en los medios de comunicación. Pensé que no era del todo correcto y que en algún momento habría que hacer llegar esa información y esas conclusiones científicas a la gente. La gente paga por mi trabajo. Soy funcionario, la gente me paga el sueldo para que pueda investigar. Creo que una forma de devolvérselo es que tengan acceso a los resultados de las investigaciones en un formato accesible, claro y, ante todo, honesto y sincero. Eso es lo que intenté hacer. Por eso saqué dos libros sobre las pantallas. Empecé con un libro sobre la televisión, porque hace ya quince años había muchísimos estudios sobre la televisión y sus efectos. Y hace unos años se perpetuó con otro libro sobre los efectos de las nuevas pantallas, porque llegaron más estudios después sobre las redes sociales, dispositivos móviles, «smartphones», tabletas, etcétera. Llegado a ese punto, estaba bastante contento, pero la gente me decía: «Sí, muy bonito. Me lo creo y estamos de acuerdo con la conclusión, pero ¿qué hacemos?». Y yo contestaba: «Tenemos bastante claro lo que hay que hacer». Hay muchos estudios que demuestran que hay cosas beneficiosas para el desarrollo cerebral: que hay que hablar con el niño, hacer actividades con él, leerle historias, exponerlo a los deportes, a la música, al arte, hay que hacerle pintar, llevarlo al teatro… Todas esas actividades son positivas y lo dejé ahí porque me parecía bastante obvio. Hasta que un día estaba hablando con un librero que me decía: «Si leer está muy bien, yo soy lector, pero ¿cómo de bueno es? ¿Hasta qué punto es beneficioso?». Y decidí repasar de nuevo la literatura científica y ver si me había dejado algo. Y me sentí un poco tonto porque me había dejado bastantes cosas.
Repasé de nuevo la literatura científica de este tema y la analicé en detalle. Efectivamente, todas las actividades que acabo de mencionar, el deporte, el arte, la pintura, la música, son actividades tremendamente positivas, pero encontré una actividad que tenía efectos mucho más generosos, generalizados y potentes que influyen en la trayectoria vital de un niño de forma muy contundente. Si quieres cambiarle la vida a un niño, hay una actividad que destaca sobre las demás. Esa actividad es la lectura. Me sorprendí porque se supone que conozco la literatura y sabía que leer tiene beneficios. La gente que lee, seguro que algunos de vosotros sois lectores, suele decir que le aporta cosas. Todos sabemos que leer nos sienta bien. Cuando revisé los estudios me di cuenta de que no éramos conscientes de hasta qué punto nos hace bien, hasta qué punto es importante leer. Ya lo hablaremos. Al sumergirme e indagar en esos estudios vi que la lectura no es un mero pasatiempo, es algo que cambia la estructura del niño, que afecta a todos los cimientos de su humanidad. Está la inteligencia en el sentido que le solemos dar, la inteligencia en el sentido intelectual. Leer nos vuelve más inteligentes. Pero hay otras inteligencias, como la inteligencia emocional. Leer también nos brinda esa inteligencia emocional. Nos permite ser capaces de entendernos a nosotros mismos, a los demás, que es mucho más importante. Y también una inteligencia social. Lo que vengo a decir es que la lectura es algo bastante asequible y que es como que te toque la lotería. Tiene muchísimos beneficios. Eso era lo que quería explicar en el segundo libro. No solo por qué hay que leer y qué aporta leer, sino que me fijé en que la gente no se percata, yo el primero, de lo que implica leer.
A veces equiparamos leer a descodificar, que somos capaces de descodificar lo que pone. No hablo nada de español. Solo me sé cuatro palabras. Pero sé descodificar que aquí pone «La fábrica de cretinos digitales». Seguro que lo he pronunciado mal y todo, pero no entiendo lo que dice. La gente cree que saber leer es saber descodificar, pero no. Está el lenguaje y la comprensión. El problema más complejo de la lectura es la comprensión. Quise explicarle a la gente no solo por qué es importante, sino qué es leer y cómo conseguir, a pesar de que no hay trucos de magia, que un niño se convierta en un ávido lector y disfrute con la lectura. En definitiva, cómo meterle el gusanillo. Porque en cuanto se aficiona, aunque lo abandone un poco en la adolescencia, no pasa nada. Si tiene el gusanillo, lo retomará en algún momento. Le va a aportar tantos beneficios que sería una lástima renunciar a ello. Y hasta aquí la presentación. Si tenéis preguntas, será un placer contestarlas. Manos a la obra.
Por eso quise hablar de «cretinos digitales». Para mí, son niños a los que se les priva de oportunidades y de esa parte esencial de su humanidad. Aquello que le permite pensar, reflexionar sobre el mundo y ser un ciudadano. Podemos pensar sin tener vocabulario. Se puede vivir con un vocabulario limitado y aporrear un teclado, pero eso no nos convierte en humanos. No sé si habréis leído, por ejemplo, «Fahrenheit 451», la distopía de Bradbury. Hay un bombero que piensa y reflexiona sobre el mundo, sobre la lectura, sobre la gente. Y justo al lado está su mujer, que se llama Mildred, que será muy buena persona, o así se la presenta en el libro, pero Mildred está tonta perdida con las pantallas, se lo zampa todo. No piensa, solo le importa ver películas y series. Y yo quiero que mi hija se parezca al bombero, que sea como la niña que se encuentra al principio y que le planta esa semilla. Que sea una niña como esa, que se hace preguntas sobre el mundo. Quiero que mis hijos sean así y no como Mildred. Creo que las pantallas tienden a amputarnos una parte de nuestra humanidad.
Pero, claro, casi todas las cosas que tenemos que aprender no son divertidas. Las integrales y la neuroanatomía… no es lo más divertido del mundo. Por eso, la calidad del sistema atencional reside en poder concentrar nuestros recursos cerebrales en cosas que no son entretenidas ni divertidas. Eso en cuanto a concentración. Se nos dice, y todos los estudios lo demuestran, que la televisión, los móviles y los videojuegos tienen efectos negativos en la concentración. Pero también se nos dice que en el caso de los videojuegos no es así. Que los videojuegos tienen un efecto positivo en la concentración. Y eso es un timo. Hay un tipo de atención que se llama la atención visual. Con los videojuegos pasa justo lo contrario de lo que acabo de describir, como en la televisión. Hay flujos visuales constantemente. Si me pongo a jugar a un videojuego de tiros por ejemplo, va a aparecer gente para aplastarme y matarme. Por lo que tengo que estar atento a todo mi entorno espacial y tengo que prestar atención a todo lo que ocurre en él: cada ruido, cada imagen… Si oigo un ruido, tengo que enfocar en él mi sistema atencional. Lo que le estoy enseñando a mi sistema ahí es a distraerse. Estoy aquí y cuando pasa algo no solo no lo bloqueo, sino que entra, se amplifica y se le transmite al cerebro de inmediato. Al reforzar e hipertrofiar ese sistema, efectivamente, vamos a perjudicar al otro sistema, el de la concentración. Los estudios lo demuestran claramente. Uno de los primeros estudios comparó la televisión con los videojuegos y vieron que pasaba lo mismo. Es decir, si dividimos la población en dos y de un lado ponemos a los que más juegan a videojuegos y del otro, a los que menos, hay el doble de probabilidades de desarrollar problemas de atención entre los más jugones. Esto se ha constatado analizando estudios en forma de correlación, en búsqueda de vínculos.
En realidad, la relación entre jugar a videojuegos y mirar pantallas y desarrollar problemas de atención es parecida a la que hay entre fumar y desarrollar un cáncer de pulmón. Es algo que no es para nada anodino. Y el hecho de que los videojuegos sean buenos para la atención visual sirve si sales a la calle y se te aparece un zombi que intenta degollarte porque lo verás diez milisegundos antes. Vale, nadie lo discute. Pero si entendemos la concentración como la capacidad de reflexión, de enfrentarse a un problema matemático, los videojuegos, al igual que el resto, son perjudiciales. Y me gustaría añadir una última cosa sobre los móviles, si puedo, porque son un arma de distracción masiva. Podríamos bautizarlos así. Los móviles son lo peor que le ha pasado al sistema atencional por dos factores. Primero… Lo que pasa con los móviles, para que quede claro, es que hicieron un estudio con adolescentes y compararon una tarea que requería atención entre adolescentes que tenían móvil y adolescentes que no. Y a los que no tenían móvil les salía mejor, más o menos un quince por ciento mejor en esa tarea. Y dijeron: “Vale, vamos a ver qué pasa si le damos un móvil a los que no tienen”. Les dieron móvil durante tres meses y los volvieron a convocar pasado ese tiempo. Los chavales a los que les fue bien la tarea, tres meses después tuvieron resultados tan deficientes como los que tenían móvil. Bastaron tres meses para degradar en un quince o veinte por ciento las competencias atencionales de esos chavales. Son experimentos bastante experimentales también. Te quiero decir, le dan un móvil a un chaval que no tiene problemas de atención y lo hacen volver tres meses después con muchas probabilidades de que desarrolle esos problemas de atención. Lo de los móviles se explica por… las notificaciones. Pita, suena, viene siempre a buscarnos. Pero eso no es lo peor. También hay quien te dice que si tanto problema tienes con el móvil, que desactives las notificaciones y listo.
Pero tampoco funciona porque nuestro cerebro tiene taras. Una de esas taras es que la evolución ha fijado en nuestro cerebro ciertos comportamientos que le parecían útiles para nuestra supervivencia. Para fijar esos comportamientos, se le ocurrió usar el sistema de recompensas. A un mono de laboratorio cuando hace algo bien le dan un cacahuete y es probable que lo repita. Nuestros cacahuetes son los chutes de dopamina. La evolución, cuando hacemos algo positivo, cuando nuestro comportamiento se considera positivo, nos da un chute de dopamina. El problema de estos medios, más concretamente de los móviles, las redes sociales, los videojuegos y esas cosas, es que pueden estimular el sistema de recompensas como nadie. A los animales, a las ratas, por ejemplo, si les pones un electrodo en el sistema de recompensas y le pones un pedal para que activen el sistema, lo van a activar frenéticamente hasta el punto de que se les va a olvidar comer y se van a morir. El sistema de recompensas es algo extremadamente preciso y valiosísimo para fijar nuestro comportamiento. Aunque también es igual de peligroso porque si trastocas el sistema de recompensas, trastocas la piedra angular de la estabilización de tu comportamiento. Todas las adicciones son distintas, lo único que tienen en común es que cuando trastocas el sistema de recompensas es cuando se desregula. Se ha constatado que la evolución ha puesto en valor dos cosas. Una es conseguir información. Pongamos que hay un arbusto ahí al lado y se mueve. ¿Es una presa, un depredador o el viento? Si obtengo esa información, me va a dar un chute de dopamina porque es importante. Conseguir información es importante. La otra parte es tener vínculos sociales positivos. Positivos. Cuando me dicen que soy guapo, que soy majo, que soy grande y que caigo bien, me da un chute de dopamina. Y cuando me sueltan un me gusta en Instagram… Yo no tengo Instagram, pero cuando te dan me gusta, te dan un chutecito de dopamina.
La cosa está en que vais a tener a mano un sistema de recompensas, el móvil, con todo tipo de información en todo momento y que, a través de los me gusta y las redes sociales, os va a regalar los oídos. Ahí están las dos taras principales del sistema. Lo que los angloparlantes llaman «FOMO», «fear of missing out», el miedo a perderse algo. Tiene gracia. Imaginaos que esto fuese una asignatura de la universidad y estamos en clase. Os doy clase y la mesa que tenéis delante está vacía. Vais a entender la clase. Imaginaos otro supuesto en el que la mesa en vez de estar vacía tiene un móvil encima apagado. Tenéis vuestro móvil delante apagado. Vais a entender significativamente menos la clase aunque el móvil esté apagado incluso si sabéis que está apagado porque vuestro cerebro se va a pasar el rato pensando inconscientemente: «Ahí hay información, ahí hay información». Por eso, aunque varía de un estudio a otro y no sé las cifras exactas, pero no me sorprende que haya estudios que demuestran que los adolescentes, y los adultos, que también pecamos a veces de lo mismo, consultamos el móvil entre doscientas y trescientas veces al día. Sin que haya notificaciones ni vibre ni nada, pero lo vamos a coger igual porque, a veces… ¿A que da la impresión de que me irrita? Pues no es una impresión, perdón. Lo vamos a mirar doscientas, trescientas veces porque que nos den un cacahuete o un premio de vez en cuando les gusta a las taras de nuestro sistema. Por eso, el hecho de tener un móvil, aunque sea sin notificaciones, siempre nos genera ese impulso de ir a consultarlo y ese impulso de ver si nos han dado me gusta en las redes sociales, incluso aunque no haya notificaciones. Se hizo un estudio hace no mucho, que para mí es bastante inquietante, en el que a través de imágenes neurológicas analizaron el sistema de recompensas. Y los niños y adolescentes, sobre todo, que pasan más tiempo haciendo esas cosas, que cogen el móvil para comprobar si hay algo o no, tienen el sistema de recompensas muy desregulado.
Ahí cabe preguntarse, aunque la respuesta no me parece muy esperanzadora de momento, si es reversible. Cuando trastocas estas cosas, se complica el asunto. Se enquista la conducta de ir a buscar el móvil para comprobar si hay me gustas y también el problema de la costumbre. Al principio, un me gusta te alegra el día. Luego necesitas dos. Luego, diez. Y el cerebro se acostumbra. No sé si sois mucho de perfumes, pero cuando te echas perfume por la mañana, lo hueles cinco minutos y luego ya no lo hueles. Sigue ahí, solo que el cerebro y nuestras células se han acostumbrado. Como se ha estabilizado en nuestro entorno no lo percibimos. Es el mismo sistema. Pasa un poco igual. Se genera una costumbre y un condicionamiento. Si me lo permitís, quiero añadir una última cosa respecto a esto. Tenemos muchísima información de los humanos, pero hemos aprendido mucho gracias a los animales, sobre todo las ratas, los ratones y los roedores. Cuando criamos a los niños con esos sistemas de vídeo, como sería la televisión, en un estudio les pusieron a ratas infantiles y adolescentes Bob Esponja. Tenían de fondo el sonido de Bob Esponja y un sistema de luces vinculado con eso. Se dieron cuenta de que a los animales les pasa lo mismo que a nuestros hijos, es decir, tienen saturado el sistema de recompensas, tienen trastornos de atención y trastornos de aprendizaje. Les enseñas entre un montón de puertas cuál es la correcta para llegar al escondite con comida y cuando los vuelves a poner en esa situación tres o cuatro días después, a los que se han criado con Bob Esponja les cuesta mucho más ubicarse que a los otros, que lo encuentran enseguida. Lo interesante de esos estudios es que analizaron precisamente el sistema de recompensas. Todo esto para decir que no es solo a raíz de hacer estudios controlados con personas, que con ratas también se ha hecho y la desregulación del sistema de recompensas es mucho más susceptible en animales con diversas adicciones.
Tampoco es que se dé en la misma medida que en el caso de los humanos, pero a los animales criados con Bob Esponja y esos sistemas, si se les somete a cocaína u otros productos adictivos, se volverán adictos y su sistema de recompensas responderá más rápido que el de las ratas que se criaron sin esas sustancias. Esa desregulación no solo está presente en las personas, sino que se da también en otros animales. Está demostrado. Ha sido una respuesta bastante larga, pero es que la pregunta daba para mucho. La respuesta es que sí, el cerebro de la chavalería es igual que el nuestro, al contrario de lo que se dice, pero está venga a cambiar no porque sea distinto sino porque se alimenta de otra forma. Y esos cambios que observamos no son especialmente optimistas.
Nadie dice que las pantallas sean malas en sí, pero el problema está en que les damos pantallas a los niños y no hacen las actividades ideales, no van a leer «Guerra y paz» o documentarse sobre la batalla de Valmy; sino que se van a ir directos a la parte más recreativa de las pantallas, la más nociva. Se hizo un estudio no muy lejos de aquí, en Cataluña, en el que les dieron tabletas a niños en el marco de un programa escolar. Les dieron tabletas y analizaron su repercusión en las notas académicas. Se constató que a los niños que les habían dado tabletas de apoyo llenas de contenido educativo, en todas las materias, en lengua catalana, en lengua castellana, en matemáticas, en ciencias, sacaron peores notas. Tampoco fue una barbaridad, fue algo así como el seis o el siete por ciento, pero un seis o siete por ciento cuando se hace una inversión millonaria para mejorar los resultados… es vergonzoso. Y al final es porque usan esas tabletas para las tres actividades recreativas que decía y no para la vertiente del aprendizaje, sino más bien para la cara adictiva de estas cosas. Esas tres actividades, si las calculamos para un crío de entre cero y dieciocho años, para hacernos una idea aproximada porque no nos damos cuenta del tiempo, vamos a calcularlo con respecto a un año académico. En Francia, el año académico son unas ochocientas cincuenta o novecientas horas cada curso. La actividad digital de los niños, con datos preCOVID, por lo que puede haber empeorado la cosa, porque subió mucho y luego bajó un poco, pero es tan exagerado que prefiero basarme en datos preCOVID, ¿cuántos años académicos supone el uso dedicado a esas tres actividades que ocupan el ochenta o el noventa por ciento del tiempo de pantalla en función de la edad?
Son veintisiete años académicos. Un niño pasa el equivalente a veintisiete años académicos con esas actividades. Es una barbaridad. Cuando nosotros éramos pequeños no era así. Dicho esto, hay estudios estadounidenses de los años sesenta o setenta, de cuando la llegada de la televisión. Allí era distinto porque la tele estaba más avanzada y puede que aquí tuviese menos efecto, allí ya existía el cable y demás. Cuando llegó la televisión a Estados Unidos y a Canadá, había una ciudad en la que no había señal e instalaron un repetidor. Fueron seis meses antes de instalar la tele y dos años después para ver los efectos que había tenido. Estudiaron el efecto de la llegada de la televisión en distintas comunidades de Estados Unidos. Se constató que la llegada de la televisión tuvo efectos muy negativos en cuanto a concentración, visitas a la biblioteca y la lectura en esa ciudad. Se constató también el efecto en cuanto a los deberes y el patrón de sueño. Este estudio es interesante porque la tele se implantó rapidísimo. En tan solo siete años el ochenta y cinco por ciento de los hogares ya estaba conectado. Para el frigorífico hicieron falta veinte o cincuenta años. Para la radio, igual. Y los coches, peor. Ningún producto doméstico, por decirlo de algún modo, se implantó tan rápido como la televisión. Dejaron un margen de quince años y analizaron las competencias lingüísticas de los chavales que tenían tele en casa durante los exámenes de acceso a la universidad en función de la llegada de la televisión a los hogares. Se observaba que la competencia lingüística de los chavales estandarizados se redujo de forma predictiva con la llegada de la televisión a los hogares.
Al final nos encontramos con una bajada del diez por ciento de las competencias lingüísticas en exámenes estandarizados. Bajar un diez por ciento de coeficiente es bastante, solo bajo la premisa de la tele. Estaba muy lejos de lo que tenemos ahora. Y esto sucedía porque los niños pasaban mucho menos tiempo interactuando con sus padres para ver películas. Me dicen mucho que es culpabilizar a los padres, pero no es el caso. Es que no solo los niños veían la tele, los padres también. Como cuando nosotros estamos con las pantallas ahora. El efecto del uso que hacen los niños de las pantallas en el lenguaje es mayor, pero también influye el uso que hacemos los padres. Si estamos viendo Netflix no hablamos con el niño. Ya sea el crío o nosotros quien esté con la pantalla, tiene el mismo efecto en su desarrollo. Con esto no digo que no toquemos las pantallas, pero hay que saber lo que pasa. Se constató que los niños interactuaban menos, que los padres interactuaban menos con ellos, que les leían menos a los niños y entonces ellos luego leían menos por su cuenta… Una de las grandes víctimas de la llegada de la televisión fue el tiempo dedicado a la lectura. A los niños se les contaban menos cuentos y ellos después leían menos solos. Y además también conllevó problemas de sueño. Se acostaban más tarde y empezaron a desarrollar trastornos del sueño. Todo eso dio lugar a problemas de desempeño académico que están claramente documentados. Vale que fue algo progresivo y no fue en la misma medida que hoy en día, pero incluso sin ser tan masivo, la literatura científica lo identificó. Esto lo hablo en mi libro «TV lobotomie». Se identificó el problema. Nosotros también tuvimos nuestras cosas, pero el consumo actual no tiene comparación con lo que se hacía antiguamente.
Pongo dos ejemplos. Te dices: «Voy a ver unos dibujos antes de ir al cole y ya me voy». Vale, perfecto. Que conste que no tengo nada en contra de Bob Esponja, pero a los investigadores se ve que les gusta. Reunieron a unos niños y les pusieron nueve minutos de Bob Esponja. Había dos condiciones de control. Unos no hicieron nada y otros vieron un vídeo de dos vacas pastando en el campo. Les pusieron nueve minutos de Bob Esponja y después les hicieron pruebas de impulsividad, de atención, de matemáticas, puzles y cosas así. En el caso de la atención, por ejemplo, había una caída de más de un tercio de las competencias atencionales de los niños y en la impulsividad, casi la mitad; solo por haber visto Bob Esponja nueve minutos. Paso al segundo ejemplo. Coges a un grupo de niños y les explicas algo. En este caso, eran críos de unos doce años. Les explicas algo y una hora después los pones a jugar al Mario Kart. Y dos horas después, los mandas a la cama. Y entonces analizas lo que pasa al día siguiente. Pues al día siguiente, los chicos que jugaron al Mario Kart solo se acuerdan de la mitad de lo que les explicaron y los que no jugaron recuerdan más del ochenta por ciento. Un treinta por ciento de margen en el caso de la memorización tampoco es mucho, pero el treinta por ciento del conjunto de la escolarización… es un volumen de conocimientos bastante considerable. Son cosas muy sutiles. Los investigadores demuestran que el hecho de jugar al Mario Kart desregula el sueño y la profundidad del sueño de los adolescentes. No sé vosotros, pero cuando yo veo «El resplandor» no duermo bien. Cuando duermo en un hotel, no descanso como en casa. En general, suele pasar porque el descanso se regula con estructuras que están en lo más profundo del cerebro. Cuando somos adultos conseguimos conectar con esas estructuras, aunque tampoco es la panacea. Es una conexión bastante mala con la amígdala y su red amigdalar, que es la región que se encarga de regular las emociones y el miedo.
La amígdala, cuando juegas al Mario Kart, tú sabes que es un juego y no pasa nada, pero la amígdala… le da igual que sea un juego, está cagada. Mide las emociones y le da igual lo que le digas. Los adolescentes no tienen esa conexión, así que menos aún le van a decir nada a la amígdala. La amígdala tiene miedo. Entonces, cuando te acuestas, la amígdala piensa: «El mundo está fatal. Me han atropellado, me han hecho cachitos». ¿De qué sirve la amígdala? Es superútil, porque si le quitas la amígdala a un ratón, le va a buscar las cosquillas a un gato y no va a acabar bien. El miedo es muy útil, pero el sistema también tiene taras. La amígdala no distingue entre que alguien quiera hacerte cachitos de verdad y un juego en el que fingen hacerte cachitos. El problema está en que afecta a la profundidad del sueño, o eso demuestra ese estudio, y ese efecto va a provocar, en parte, la disminución del desempeño. Hay cosas bastante sutiles en todo esto. El sueño es un sistema de relojería muy preciso. Así que, para responder a la pregunta, que no se me olvida, creo que nosotros teníamos también problemas de atención, pero, igual que pasa con los medicamentos, depende de la dosis. Ahora mismo se han alcanzado unas dosis que es una cosa desproporcionada. Los niños de los últimos cursos de primaria echan cinco horas al día. Los adolescentes las usan más de siete. Los renacuajos de las guarderías están rozando las tres horas según ciertos estudios. Es que si te paras a pensarlo es demencial. Hay que estar loco para permitir que un niño de cinco años pase casi tres horas al día delante de la pantalla. Porque pensamos: «Bueno, una hora no es tantísimo». Supongo que tenéis hijos, yo también. Y la pequeña lo que más ilusión me hacía era cuando se dormía.
Madre mía, cómo me gustaba que se durmiese. Pensaba: «¡Toma!». ¿Cuánto duermen los bebés? ¿Dieciséis, diecisiete, dieciocho horas? Los niños duermen dieciséis horas al día. Yo duermo cinco o seis, no tengo sueño. Si a mí me quitas una hora, pues es una hora, es grave pero no es para tanto. Pero si le quitas una hora a un niño que duerme dieciséis horas es una barbaridad lo que le quitas. Lo bañas, lo limpias, lo vistes, le cambias el pañal, le hablas, lo paseas para tomar el aire… Y el tiempo que le queda para regularse es un tiempo muy útil. Pero si le quitas una hora, le estás quitando casi todo ese tiempo. Un estudio reciente demuestra que los efectos son cumulativos. Ahora voy a hablar de matemáticas, que ya hemos hablado mucho del lenguaje. Cogieron a niños de veintinueve meses, véase dos años y medio, y analizaron su consumo de televisión. Volvieron a reunirse cuando tenían diez años cuando estaban terminando primaria. Los investigadores hacen los grupos de control estadístico ateniendo a la edad, sexo, nivel socioeconómico, educación de los padres… Se intenta buscar a dos niños parecidos y que lo que los distinga sea el tiempo que han pasado delante de la tele y de las pantallas, en este caso. Se constató que por cada hora que los niños habían pasado delante de la tele con veintinueve meses, recordemos que es la pantalla por excelencia sea del modo que sea, al llegar a final de primaria habían perdido el cuarenta por ciento de sus competencias matemáticas, de su capacidad matemática, de su capacidad para entender los números. Y, a ver, el cuarenta por ciento por una hora de televisión cuando tienes veintinueve meses, chico, algo falla, revisa el estudio. Pero si te paras a pensarlo, los números son algo que se trabaja, no los entiendes por ciencia infusa. «Hala, ya entiendo los números y entiendo de mates». Si no lo veis claro, contamos en base de diez. Nueve, diez, noventa y nueve, cien… Nos parece chupado. Pero intentad contar en base de cuatro o de quince. Ya me diréis.
Es un entrenamiento, es algo que se aprende. Los niños hacen muchas cosas. Cuando son pequeños juegan con los cubos, los apilan por tamaño, los agrupan por colores. Sacan todos los túperes del armario, esto me tocaba la moral, meten los pequeños en los grandes, los juntan por colores… Y todo eso pensamos que no sirve para nada, qué pereza, pero luego estáis juntos y hay cuatro bombones. Le dices de compartirlos y, aunque no sabe mates, hace: «Uno para ti, uno para mí». Todo eso son elementos esenciales para que surja el pensamiento matemático. Las matemáticas es hacer series, agrupar, jerarquizar, organizar… Esto es lo que observó Piaget, pero esas cosas no surgen de la nada, sino de esas actividades «gratuitas», como quien dice, que hace el niño cuando lo metes en su parque con la jirafa Sophie, sus cubos, sus fichas y demás. Va a desarrollar todo eso. Si le quitas esa hora para dársela a una pantalla, no lo va a desarrollar. No sé si habrá logopedas aquí, pero si no desarrollas eso, luego es muy complicado hacerlo. Hay cosas muy sutiles y, para responder ahora sí que sí a la pregunta, las dosis son más exageradas que antes y se constata más. Hemos llegado a niveles demenciales de exposición de los niños a las pantallas. Aunque los niños, ya acabo, creo que estamos de acuerdo en que hasta los cinco o seis años, lo ideal es cero. Hay distintas formas de plantearlo. Lo ideal es cero y, si de verdad no puedes, porque también hay vidas complicadas… Ese padre o esa madre soltera que vuelve por la noche de trabajar y tiene que limpiar, lavar la ropa, preparar la cena, hacer los deberes, firmar papeles… Es una locura, se entiende que haya que poner a los niños delante de la tele de vez en cuando para poder hacer las cosas. Nadie discute esos casos excepcionales.
Eso no quita que lo ideal es cero. Y si de verdad no se puede quedar en cero hasta los seis años, es importante intentar mantenerlo a cero hasta los dos años y que después no sea más de una hora porque los efectos empiezan a ser significativos más allá de una hora al día. Hay muchos estudios que demuestran que los niños con tanta exposición sufren detrimentos del lenguaje, la concentración, el desarrollo y el sueño. No hay ningún estudio que demuestre que los niños que no se exponen a las pantallas sufran ningún detrimento. Después de los seis años, los estudios demuestran que si filtra el contenido, es decir, si no le permites acceder a contenido pornográfico o hiperviolento, etcétera, y no se altera el sueño, los estudios demuestran que media hora al día no perjudica. Siendo optimistas, podemos pensar que entre media hora y una hora, los efectos son leves y se puede tolerar. Por regla general, con media hora no hay efectos si se mantiene el sueño y se filtra el contenido. Entre media hora y una hora es manejable. Pero más allá de una hora ya se aprecian problemas de desempeño académico, lenguaje, atención, concentración, etcétera. En esencia, cuanto menos mejor. Estamos contentos porque podemos exponerlos media hora y no les perjudica. Si los expones media hora al violín, la lectura o lo que sea, no solo no les perjudica, sino que les beneficia una barbaridad. Si un niño pasa media hora leyendo o le cuentas cuentos veinte minutos, va a adquirir mil o mil quinientas palabras más de vocabulario, incluso dos mil, cada año.
Cuando tenga dieciocho años, en vez de tener cuarenta o cuarenta y cinco mil palabras de vocabulario de media, tendrá sesenta y cinco mil o setenta mil. Y no un vocabulario cualquiera, sino del complejo que sirve para reflexionar y gramática. Perder media hora es pasable. Podemos dejar media hora para relajarnos al final del día, pero hay que tener en cuenta que esa media hora podría ser más de provecho. La lectura no es una maldición ni un suplicio como para pensar que media hora es un castigo. Y eso. Espero haber contestado a la pregunta. Lo he intentado.
Si nos fijamos en países como Etiopía, Eritrea o Sudán, o incluso ciertos estados de Estados Unidos, las condiciones de vida, de salubridad y la situación económica mejoran y eso hace que mejore también la inteligencia. Si nos fijamos en países donde esas condiciones llevan estables años o décadas, como pueden ser los países del norte, los países nórdicos, Suecia, Noruega, etcétera, vemos que esas condiciones son estables y que a principios de los años dos mil hubo una caída relativamente importante de entre cinco y siete puntos de CI por década, incluidos varios países europeos. Se empezó a observar esa caída de la inteligencia. Me gustaría decir, a pesar de las reservas que suscitan estas medidas de inteligencia, que lo sorprendente no es que baje. El milagro sería que no bajase. El efecto de las pantallas es mayor porque donde más influyen las pantallas es en el desarrollo del lenguaje y la lectura. Es decir, en el desarrollo del lenguaje, en la calidad del lenguaje, en nuestra lengua, en la calidad de nuestros conocimientos y en nuestros conocimientos generales. La inteligencia verbal es la capacidad de manipular los conocimientos que poseemos para usar las palabras para comunicarnos con la gente. Esas capacidades están estrechamente relacionadas con las interacciones verbales precoces, al tiempo que dedican nuestros padres a contarnos historias y al tiempo que dedicamos nosotros mismos a la lectura. También está relacionado de forma indirecta con el sueño, porque cuando no descansamos bien, nos cuesta más memorizar y retenemos menos. En esencia, esos cuatro pilares fundamentales está demostrado y constatado que sufren los efectos de las pantallas. No es cuestión de criticar a los niños ni a los adolescentes ni a nadie. No es una batalla entre generaciones. Solo decimos que si trastocamos el lenguaje, trastocamos la inteligencia. A una parte concreta de la inteligencia, hay otras partes, «fluidas» que se llaman, que se conservan mejor.
Han añadido una prueba de tiempo de reacción que parece un videojuego. Vale. Si definimos la inteligencia como la capacidad para dispararle a toda leche a un zombi de un videojuego, sí, sois más inteligentes. Pero si la inteligencia es la capacidad de reflexionar sobre el mundo, la respuesta ya la planteaba la pregunta. Si la inteligencia es la capacidad de usar palabras, reflexionar, interactuar y a reflexionar como ciudadano, entonces sí, la inteligencia se ha resentido. Hay un estudio de la Universidad de Stanford. En Stanford no son unos reaccionarios, son gente más bien progre y maja. Hicieron un estudio con chavales que entraban a la universidad y analizaron su capacidad para entender la información que encontraban en internet. Constataron que la capacidad de las nuevas generaciones, de los niños, para comprender y filtrar la información… Ojo, no para leerla, sino para comprenderla, por falta de conocimientos, de sabiduría, de lenguaje, a interpretarla, a identificar los bulos… No todos los chavales son así, pero si analizaron a diez mil chavales, sacaron la media, la compararon con diez mil chavales de antes y constataron que esa capacidad había bajado tanto que, cito, «era un peligro para la democracia». Podemos pensar que un país de ese nivel que haya sido capaz de elegir a Trump por una sarta de bulos tiene un problema de interpretación de la información y de comprensión del mundo. Es lo que piensan y razón no les falta. Si la pregunta es si la inteligencia está mermando, la respuesta parece ser que sí, siempre que entendamos la inteligencia en esa dimensión verbal. También está la dimensión emocional. Hemos visto que se cree que los jóvenes son muy tolerantes. Y sí, son muy tolerantes con ciertos aspectos de la sociedad.
Aceptan más la homosexualidad y la transexualidad. No hay problema, está bien. Pero los estudios demuestran que aunque sean más abiertos a ese tipo de cosas son más intolerantes con las opiniones contrarias. Les cuesta más y son más reticentes a escuchar a alguien que dice no estar de acuerdo, independientemente de sus argumentos. Si repasamos estudios sobre inteligencia emocional, que llevan desde los ochenta, hay un descenso significativo de la empatía entre los estudiantes de Estados Unidos. La empatía no es moco de pavo. La empatía es lo que nos permite entender a los demás e interactuar con ellos. Es el corazón de nuestra humanidad. Gilbert fue un psicólogo norteamericano que estuvo en los juicios de Nuremberg. Era militar y le dijeron: «Te vas a ir a analizar a los criminales de guerra nazis porque lo de esa gente no es normal. Les falta un tornillo y queremos saber qué pasa con ellos». Cuando volvió dijo: «Pues no les pasa nada del otro mundo. Los hay educados, los hay tontos, algunos hasta son graciosos. Lo único que he visto es la falta de empatía». Lo llamó «el mal absoluto», la incapacidad de sentir lo que sienten los demás. La empatía está muy relacionada con la lectura. Es el único lugar en el que entramos en la mente de los personajes, donde los entendemos y sentimos lo mismo que ellos. Hay un descenso de la empatía. No es solo el descenso de la inteligencia verbal, como está documentado, sino que también hay un descenso de empatía y de la capacidad de sentir y de interactuar con los demás. En Francia, estamos en tal punto con el acoso y esas cosas, que un ministro de Educación, ahora primer ministro, propuso impartir lecciones de empatía. Dan ganas de decirle: «Cómprales libros a los críos, que sirve igual». En paralelo a esa disminución de la empatía, hay un aumento concomitante del narcisismo basado en el individualismo.
Insisto, no estoy juzgando a una generación ni digo que seamos perfectos. Que pasen esas cosas es nuestra responsabilidad. La hemos pifiado nosotros, no las nuevas generaciones. Y somos nosotros quienes no os hemos transmitido ese lenguaje y esos referentes. No todos los niños son así, pero en general hay una tendencia a la baja. Claro que hay niños que no tienen esos problemas y leen y tienen una inteligencia excepcional en todos los ámbitos. En resumen, no es por criticar. En serio, tengo una hija. ¡Y me cae bien! No critico a las nuevas generaciones, no digo que nosotros fuésemos mejores ni que lo de antes fuera mejor, solo digo que, en cuanto a lenguaje se refiere, hay carencias colectivas en esta generación. Y también en términos de empatía. Hay que tomar consciencia de esas cosas y la escuela no puede hacer el trabajo de las familias en ese aspecto. A eso me refiero.
Si la pregunta es si hay que enseñarles las bondades de las pantallas, los usos positivos de las pantallas como los que mencionabas, madre mía, la respuesta es sí. A donde quiero llegar es que todos los estudios demuestran que a las nuevas generaciones, al contrario de lo que pensamos, les cuesta mucho la informática, las llamadas ciencias computacionales. Se les dan muy mal esas cosas: documentarse, usar un procesador de textos, convertir un PDF en un DOC… Lo sabemos porque la Comisión Europea dijo que le costaba digitalizar el sistema educativo porque a los adolescentes les costaba mucho la informática y entender la informática. En Francia, durante el confinamiento, no sé cómo sería en España, pero allí cerraron las escuelas aunque no mucho porque fue tal catástrofe que dijeron: «Es mejor asumir el riesgo sanitario que cerrar las escuelas». Hubo clases a distancia y fue una debacle absoluta. De verdad. No podría haber ido peor. Había muchos motivos, pero uno de los que destacó el Tribunal de Cuentas, que es una institución bastante razonable de Francia, fue el escaso dominio y la pésima comprensión de las bases de la informática de las nuevas generaciones. Además, hay artículos académicos, como una revista hace poco, que dicen que la idea de que estos niños son nativos digitales porque por haber nacido con un móvil, una tableta, un ratón o lo que sea en la mano se les da bien la informática es una leyenda urbana. Es un mito. Y estamos todos de acuerdo. Es como si yo fuese a comer todos los días al restaurante y la gente dijese que ya por ir todos los días soy un cocinero de la leche. No tiene nada que ver. Me como lo que tengo en el plato. Igual que un chaval con el móvil. Instagram presumía un directivo de que era tan fácil de usar como un cepillo de dientes. Con eso está todo dicho.
Son cosas muy simples. Hay monos de laboratorio que usan tabletas. No es una comparación. Pero quiero decir que son herramientas tan simples que cualquiera puede usarlos. Y en absoluto son herramientas que vayan a enseñarnos nada de informática. Tengo una anécdota interesante. En Francia, añadieron informática como asignatura optativa justo antes del bachillerato. El primer año, hubo una avalancha de inscripciones. Pues no ha habido una optativa que se haya abandonado tanto como esa. En Francia, puedes apuntarte a latín, y casi todos dejan la asignatura al año siguiente. Pues con la informática fue peor aún porque la gente, la chavalería, se dio cuenta de que no basta con usar el móvil, que la informática es picar código, son algoritmos, apilar ecuaciones, entender el funcionamiento de un ordenador, de una memoria y demás. ¿Hay que enseñarles eso? Sí. La pregunta es cuándo. Yo a los veinticinco años nunca había visto un ordenador y no por ello soy un negado con los ordenadores. Me manejo bastante bien a la hora de usarlos. No hay estudios que demuestren que hay que exponer a los niños de cuatro, cinco u ocho años a esas cosas para que sepan usarlas. Aunque los algoritmos también son útiles en matemáticas. La pregunta es cuándo hay que hacerlo y en detrimento de qué. ¿A qué renunciamos? ¿Quitamos horas de lengua castellana, de francés, de mates, de arte? ¿De qué? Pero habrá que hacerle hueco. Me parece importante encontrarle hueco, pero hay que saber cuándo. ¿A los doce? ¿A los catorce? ¿A los quince? ¿A los dieciséis? Eso es lo que hay que debatir y no tengo una respuesta clara. Solo sé que habrá que hacerlo y que no merece la pena hacerlo demasiado temprano. Aquí hay mucha gente de mi quinta, no sé si entre los que sois más jóvenes también, que no vio un ordenador hasta bien entrada la edad adulta. Eso no nos ha impedido usar un móvil con la misma soltura que los adolescentes.
La segunda cuestión que se plantea en tu pregunta y que no hemos resuelto es que en el sistema educativo tenemos las pantallas recreativas, que son las de casa y que son principalmente perjudiciales, pero en el sistema educativo se suele confundir enseñar lo digital, el que tú describes para aprender a usar los dispositivos, con la enseñanza digital. En Francia, me dijeron que en España era igual, pero en Francia cuesta mucho contratar a profesores. En Francia no es fácil encontrar profesores porque están hartos de estar mal pagados y del menosprecio. Cuando salen las oposiciones, la gente huye. Todo el mundo envidia que tengan tantas vacaciones, pero nadie quiere dedicarse a ello. No es un trabajo fácil. La cuestión está en que habrá que poner algo delante del alumnado. O bien ponemos a profesores competentes o bien tiramos de herramientas informáticas que sustituyen al profesorado. No vamos a enseñar informática, sino a valernos de ella para enseñarles francés, matemáticas, historia y ciencias. Eso es más eficaz que no hacer nada. Mejor hacer eso que encerrar al niño en un armario. Eso está claro. Dicho esto, intentar convencernos de que esas cosas son mejores que un profesor cualificado, la respuesta es no. Todos los estudios que han consistido en repartir tabletas y dispositivos, especialmente los PISA, como en el caso de Suecia, demuestran que los sistemas que más se han digitalizado es en los que menos ha progresado el alumnado. Los sistemas que más han invertido en la digitalización del sistema educativo son los que han tenido una progresión menos satisfactoria. Tanto en matemáticas como en lengua como en ciencias. El responsable del programa PISA dijo que no tuvo efectos positivos.
Esa gente es muy comedida. Y en un congreso le dijeron: «No es que no tenga efectos positivos, es que son muy negativos». El tipo reconoció que «si acaso» empeoraba las cosas. Y eso lo sabemos. Lo demuestran todos los estudios. Si vienen y nos dicen: «No hay medios para poner más profesores, así que vamos a optar por esto», lo puedo llegar a entender. Pero que nos digan que añade valor pedagógico es un fraude. Hicieron una comparativa entre los sistemas educativos más competentes y fue bastante deprimente porque no hay grandes diferencias en cuanto a horarios, programas, alumnado, organización de las clases y tal. Nada de eso influye demasiado. Constataron que lo único que influía significativamente era la calidad del profesorado. La calidad en cuanto a contratación, pero también en cuanto a formación. Esto es interesante por un ejemplo que voy a poner. En Francia hicieron un estudio para demostrar que las tabletas podían ser beneficiosas. En todos los estudios en los que se han repartido tabletas, el último fue en Cataluña, y se le ha dicho al alumnado: «Toma, úsala para las clases», los resultados a corto plazo son malos y a largo plazo, negativos. Ahora dicen que lo van a hacer de otra manera. El cuento está en que nadie se pregunta de qué sirve usar esa herramienta, sino que siempre se pregunta si el profesorado y el estudiantado saben manejarse con ella. Decidieron hacer otro estudio, pero esta vez iban a hacer un llamamiento para contar con profesores hipermotivados y competentes y pedirles que monten una unidad didáctica en torno al uso de la tableta y las herramientas digitales. Se puso a profesores competentes a diseñarla a propósito.
Se constató que habían petado las aulas de dispositivos electrónicos y que esos dispositivos habían arrojado unos resultados pésimos. Habían palmado miles de euros, dos mil millones y medio, para nada. Absolutamente nada. Les dieron tabletas a los alumnos y, qué casualidad, vieron que tenía un efecto positivo. En todo. Todo el mundo estaba encantado, los medios de comunicación sacaron reportajes enormes… Y te pones a leer el estudio porque eres un poco así y el efecto es un nueve por ciento de desviación. El nueve por ciento de desviación supone que en una clase de veinticinco personas el chaval que esté el decimotercero de la clase, cuando le has saturado con dispositivos y le has dado una tableta, ha ganado un puesto y está el duodécimo. Se han invertido cientos de miles de euros para ganar una posición. Para comparar, si coges a su profesor, le formas, le das cincuenta horas de formación, obtienes una mejora de cinco o seis posiciones. El chaval que estaba decimotercero pasa a ser el séptimo u octavo. No es para nada lo mismo. Si disminuyes el ratio de la clase, mejoran en dos o tres posiciones. Al final, lo que demuestra ese estudio y otros por el estilo es que cuando contratas a docentes cualificados y están formados, no en informática sino en francés, matemáticas, lengua castellana y todas las asignaturas en las que se quiere sustituir al docente por una máquina, en todas las asignaturas, cuando el docente es competente, cuando les dan esas herramientas no cambia prácticamente nada. Es cómodo. Sirve para enseñar un mapa y tal, pero el valor pedagógico para los niños es prácticamente inexistente. Incluso en el mejor de los casos. Insisto, cabe preguntarse no la competencia del profesorado, porque los estudios demuestran que incluso cuando son competentes no funciona o funciona mal, sino la necesidad de esa herramienta.
Hace un rato hablábamos de la evolución y de cómo nos había instaurado ciertas cosas en el cerebro. Entre ellas, la humanidad. No es solo retórica. Si estamos cara a cara, vuestro cerebro va a reaccionar. Si nos vemos a través de una pantalla, la reacción de vuestro cerebro va a ser mucho menor. Se ha estudiado, especialmente en los simios, lo que llaman «neuronas espejo». Se las llama así porque si sonrío en mi cerebro se activan neuronas. Y si tú también me sonríes, se van a activar las mismas neuronas en mi cerebro. Y un día uno se hartó de hacerle muecas al mono y dijo: «Vamos a dejarnos de bobadas. Voy a grabarme haciéndole muecas al mono». Y se dio cuenta de que esas neuronas espejo que se activaban cuando él sonreía al animal no reaccionaban, o apenas lo hacían, cuando el animal lo veía a través de una pantalla. Cojo el libro, me miráis y muevo el libro. En las áreas motrices de mi cerebro se produce una reacción intensa. En vuestro cerebro ha habido la misma reacción, pero menos intensa. Si me veis hacer esto a través de una pantalla, no habrá reacción. Esto en los niños pequeños se conoce como «déficit vídeo». Es muy fácil constatarlo en su caso. Imaginaos que cojo una muñeca y lleva un cascabel. Hay un montón de estudios así. Le sacas el cascabel, lo agitas, se lo vuelves a meter y la dejas delante de un niño de nueve o diez meses. Entonces te vas. Si lo has hecho delante de él en persona y te ha visto hacerlo, va a coger la muñeca, le va a sacar el cascabel y lo va a agitar. Con nueve o doce meses, te va a imitar. Como te haya visto por vídeo va a imitar cero patatero. Hasta los dieciocho o veinticuatro meses no va a imitar nada.
Al cabo de un tiempo se pondrá a imitar cosas. A ver, claro que va a aprender cosas. Un niño de tres años igual coge la muñeca y busca el cascabel, pero aprenderá menos rápido y de forma menos eficiente con un vídeo que con una persona. Y de eso hay constancia. Se ha demostrado con el lenguaje. Hay estudios maravillosos. Hay un estudio que pretendía que los niños aprendiesen veinticinco palabras. Les dieron una lista de veinticinco palabras a los padres y les dijeron que les enseñasen esas veinticinco palabras y que volviesen en un mes. Luego, a otros padres solo les dijeron «hola, hasta dentro de un mes» y a otros, les dieron un DVD. En ese DVD están las mismas palabras y los niños tienen que verlo todos los días durante un mes. Va a oír cada palabra sesenta veces. Un niño cuando le repites un montón de veces la palabra «mesa» entiende que es la mesa. Pero con los vídeos, se constató que a los que les pusieron el vídeo no habían aprendido más palabras que los niños control a los que solo les dijeron «hola, hasta dentro de un mes». Aprendieron incluso un poco menos porque con los niños nunca se sabe a dónde están mirando. El niño, cuando sale la mesa, a veces mira la silla donde está sentada su madre, otras, una mosca o incluso está mirándose los pies. Pues tampoco sorprende que se haga un cacao mental y que el chaval no avance. ¿Cómo va a funcionar? Si a veces mira la silla y oye «mesa» y a veces, «silla» o incluso «botella». Es absurdo. Esas cosas ni funcionan ni van a funcionar porque nuestra implicación cerebral es menor. El niño, al cabo de un tiempo, con el vídeo consigue aprender algunas palabras. El niño con cuatro o cinco años consigue aprender palabras sencillas. No hay ningún estudio que demuestre que gracias a los vídeos y esas cosas los niños consigan aprender lo más mínimo de sintaxis, cuando la sintaxis es el corazón del idioma. La sintaxis es lo más importante.
El niño solo va a aprender unas cuantas palabras. Es el síndrome de Dora. Una niña se pone a correr por el salón y dice «Hello» y el padre superorgulloso porque cree que la niña ha aprendido inglés viendo Dora. Bueno, sí, ha aprendido palabras sueltas. Aprenden palabras, sí, pero hace falta que se les exponga a ellas decenas de veces para aprenderlas. En la vida real basta un par de veces. No hay color. Además de tener que repetirlo tantas veces, por ejemplo, esta mesa, el niño va a entender que es la misma que la de allí. Es algo distinta, pero es una mesa. Los niños que aprenden con vídeos tienden a generalizar menos. La mesa es esta mesa, no aquella. Te vienen con: «¿Ves como aprende con vídeos?». Pues claro, con cuatro o cinco años va a aprender alguna palabra suelta, pero aprende mucho menos de lo que aprendería en una interacción verbal con un adulto. Otro engaño por el estilo es que hay que verlo con ellos. El niño está viendo el vídeo y tú estás ahí hablándole a la vez. No sé vosotros, pero yo cuando estoy en el cine y hay un cenutrio al lado explicándome la peli que estoy viendo me hierve la sangre. O veo la peli o escucho al tío, pero las dos cosas no. Igual el bebé tiene ocho cerebros y puede escucharte, mirar la película, procesarlo… Es demencial. Eso que dicen del «co-viewing» está demostrado que el tiempo de visionado compartido da igual. Si la idea es comentar la peli después, vale, pero si te pones a hablar sobre un libro el efecto será mayor porque el tiempo de la película lo has perdido. Si necesitas una película para hablar con tu hijo, igual hay un problema de interacción de base. Todo esto para decir que esto aplica también en el caso de los adolescentes. Hubo un boom con los MOOC, los «Multiple Online Open Course», que iban a revolucionar la educación.
Eran cursos en línea con un profesor dándoles clase y tal. Había un profesor por el ordenador que explicaba un tema. Esos cursos hicieron… [puip] se desmoronaron porque la primera universidad que los sacó, la Universidad de San José, que sacó una empresa llamada Audacity para hacer MOOC, y la tasa de abandono… Hay un momento en el que consigues centrarte, pero te agota. Te drena. Consigues aumentar tu nivel atencional y prestar atención, pero enseguida se vuelve insoportable, te descuelgas, drena la energía cerebral mucho más rápido que una interacción real. Como nuestro cerebro reacciona menos, hay que azuzarlo constantemente. Estás venga a azotar al cerebro. No sé cómo explicarlo para que quede claro. Entonces, el estudiantado denunció el contrato a San José en junio porque fue una debacle. Porque las tasas de abandono y de suspensos fueron descomunales. En esos cursos, depende de la dificultad, pero abandona entre el noventa y el noventa y nueve coma nueve por ciento del estudiantado. La empresa que se especializó en eso abandonó también porque era una causa perdida. Volvieron a la formación profesional porque los asalariados reciben formaciones presenciales y no pueden irse, por lo que atienden más. Pero todos los estudios demuestran que en los MOOC se presta mucha menos atención. Salieron estudios muy interesantes. Hubo un punto en el que había MOOC del MIT y de Harvard. Eso era el «hype», lo más. «Voy a ponerme los MOOC del MIT y estudiar sus cursos». Enseguida vieron que la gente se descolgaba en avalancha porque para seguir los cursos del MIT hay que ser capaz de entender lo que nos están contando. Un curso de física cuántica del MIT, no he hecho el MOOC, pero ya imagino que no me va a servir de mucho.
Comprobaron que los niños, los alumnos, que más podían aprovechar esos cursos eran, básicamente, los que tenían más facilidades. Si venían de entornos acomodados, más podían usar esas herramientas porque más apoyo tenían en casa. Si algo sabemos de estas enseñanzas a distancia es que… No te duermas. Si algo sabemos de estas enseñanzas a distancia es que acentúan las desigualdades sociales. Ese fue otro de los motivos para reabrir las escuelas en Francia. El primer ministro dijo que era un desastre pedagógico, pero también en términos de desigualdad social, por lo que había que reabrir las escuelas. En resumen, ¿hace falta enseñar informática, robótica, algoritmos y usar las pantallas y los procesadores de texto y los programas de matemáticas? La respuesta es sí, por supuestísimo que sí. A la pregunta de si se pueden usar esas herramientas como sustitutas del tiempo humano en otras asignaturas para enseñar francés, la respuesta es sí, si no hay nada más, y no, si hay docentes competentes. Mejor eso que nada, pero un docente competente siempre se va a manejar mejor. Un docente competente que además tenga esas herramientas obtendrá los mismos resultados que si no las tuviera. Es una pérdida de tiempo. En vez de pensar cómo incorporar más cosas, habría que pensar cómo encontrar docentes competentes. Insisto, nuestra cabeza funciona así. Nuestras neuronas reaccionan mucho más a la presencia humana. Esa misma presencia humana a través de un vídeo es como si nada.
Un estudio que publicó una revista muy importante demostró que el cincuenta por ciento de los adolescentes que fuman, habrá que ver si sus padres o sus amigos lo hacen, lo hacen porque han visto a gente hacerlo en las pantallas. Y para los que piensan que cada vez se fuma menos en la pantalla, es verdad que en los programas de telerrealidad se fuma menos, pero nunca se ha consumido tanto tabaco como en las series, por ejemplo. Ahí el tabaco es omnipresente, por lo que el niño se queda con eso. Para que veáis la importancia que tiene. Cuando lo exponéis al tabaco a los dieciséis años, aumenta drásticamente las probabilidades de que fume. Si lo exponéis a los diecinueve o veinte años, la probabilidad de que le influya son prácticamente nulas. La madurez cerebral importa y la madurez de los adolescentes es bastante tardía. Hay una diferencia entre ellos y nosotros y es que su cerebro es especialmente vulnerable. Luego está el tema de qué hacemos cuando tengan quince años y lo de los juegos y la gamificación. Voy a seguir con la gamificación. Ha habido otra pregunta antes, pero no me acuerdo de cómo era. La gamificación es aprender mientras te diviertes. Hasta ahí, ningún problema. Pero si intentas que todo sea divertido va a llegar un punto en el que te vas a dar de bruces con el techo de cristal. Hay un punto en el que no todo es divertido. Una parte importante del aprendizaje es ser capaz de aprender las cosas que no son divertidas. Tengo que ser capaz de centrar mi sistema atencional en eso. No todo se puede aprender mientras te diviertes. Es lo que hay. Si aprendes a tocar el piano, te puedes poner los vídeos que te dé la gana y demás, pero vas a tener que dar el callo tú. Y hay varias cosas así. Para escribir pasa lo mismo. Con la lectura, también tienes que ponerte. Y esas cosas al principio no son demasiado divertidas. Podemos tener juegos para aprender historia, sí. Ahí está lo interesante.
Hay estudios que demuestran que el medio que se usa para transmitir la información no es neutro. Si la información es sencilla, en realidad, da igual cómo te la traslade. Si lo que quieres explicar es que en la Segunda Guerra Mundial Alemania invadió Polonia, no hay problema. Si quieres enseñarles cosas más complicadas, más finas y más complejas de la Segunda Guerra Mundial, dependerá de si les das la información con un medio impreso, con un medio sonoro o con un medio audiovisual. Cuanto más complejo y exigente sea el contenido, mayor será la superioridad del papel. La atención se va a recrear mucho más. Con un audiolibro, la atención llega un punto en el que se descuelga. Con el papel, si no miras, no lees. A veces también se te va, pero no tanto. Te concentras más. Además, el papel tiene una organización. En un libro tienes párrafos, subtítulos y un montón de cosas que te van a facilitar la comprensión. También que si no entiendes una palabra del libro, vuelves a leer la frase. El vídeo pasa y hay que darle para atrás para volver a escucharlo… Ese es el plus de lo impreso para lo complejo. Ese plus también está en el medio. Como decía, si un niño lee el mismo texto en un libro electrónico o en un libro físico, es lo mismo. Si es un texto complejo y exigente, con muchos personajes y saltos temporales y cronológicos, lo entenderá, lo comprenderá y lo memorizará mejor con un libro físico porque se concentrará más, pero también porque el libro tiene una dimensión espacial. Cuando te piden que recuerdes algo de un libro, muchas veces te acuerdas de dónde estaba. «Sí, era al principio, en la parte de debajo de la página». Eso implica que la dimensión espacial del libro nos ayuda a ubicarnos en la historia. Nos ayuda a construir la cronología y la relación entre sucesos. «Este se murió aquí y el otro, por aquí y aquí pasaba no sé qué».
Los estudios demuestran que esa dimensión espacial no se da en el libro electrónico. El cerebro se ubica mejor en la dimensión espacial del libro físico que en lo abstracto del libro electrónico. Eso explica que los textos complejos los comprendamos mejor en formato impreso. Suecia está dando marcha atrás. Digitalizaron todos los libros de texto y se dieron cuenta de que era una catástrofe por partida triple. Pensaban que sería bueno a nivel ecológico, pero es desastroso. Todos los estudios demuestran que, salvo que seas un lector a otro nivel y lees entre cuarenta y cincuenta libros al año, el papel que se usa es más ecológico que el libro electrónico. Pensaban que era más barato, pero ha sido una decepción. No sé a nivel educativo, pero si compras un libro en edición de bolsillo, en Francia te cuesta siete u ocho euros, pero en Kindle te cuesta el doble. Así que no veo yo en qué es más barato. Y pensaban que era un avance, que los niños iban a entender mejor las cosas, que no iba a afectar a la comprensión y no tendrían que cargar con los libros. Pero se ha comprobado que en cuanto a comprensión es mucho mejor tener los libros físicos. Suecia y otros países que fueron pioneros están reculando y están recuperando los libros en papel. En Francia, no sé cómo será en España, pero allí somos tan listos que cuando los otros están de vuelta nosotros decidimos comprarlos porque somos más listos que nadie. Cuando eres más listo que nadie al final te preguntas cosas. La idea de que hay que simplificar y gamificar y hacerlo todo divertido… ¿Quieres que aprendan una lección de historia con un videojuego? Suerte con la cantidad de información que van a retener. «Me voy a poner en la piel de Julio César y voy a ir a invadir la Galia. Tardaré lo mío». Pero aparte de que Julio César invadió la Galia van a retener poca cosa. Es una idea interesante en teoría, pero en términos pedagógicos deja que desear.
La última parte era que qué hacemos en cinco años. ¿Qué voy a hacer en cinco años con mis hijos? Lo siento, pero me tranquiliza ver que hay padres que empiezan a movilizarse porque les han vendido un engaño de marketing al venderles las bondades de las pantallas, pero tanto los padres como los profesionales de la salud han visto que… surgen problemas, que esos críos no son genios, sino que tienen dificultades de lenguaje y de atención. ¿Qué hacemos? Ya empieza a surgir una respuesta de la sociedad que va a hacerlo más fácil. Te preocupa el aislamiento social. No conozco ningún estudio que demuestre que eso pasa. Puede haber casos aislados, pero no hay estudios de grupos en los que los niños sin móvil hayan sufrido algún tipo de perjuicio. No tienen perjuicios sociales ni los aíslan ni se vuelven unos marginados. Los niños sin móvil rinden algo mejor y tienen una vida social bastante buena. Creo que lo suyo es explicarles por qué, aunque está claro que al final deja de funcionar. Lo que sí funciona es poner normas. Pero las normas por sí solas no funcionan. Si le dices al niño: «Solo tienes media hora de móvil al día y punto», el niño te llama Stalin y no sirve para nada. Te comprará un bigotito, como hizo mi hija. Eso no da resultado. La cosa está en decirles que es solo media hora al día y explicarles por qué. «Solo puedes usarlo media hora al día porque…». Y los niños no son tontos, pueden entenderlo. Al principio siempre te van a decir que sí y ahí ya los tienes. Si has firmado, toca apechugar y llegar a un acuerdo con ciertas normas. «Yo te compro un móvil, pero es media hora al día, no lo usas durante la cena, no lo usas nada más despertarte, no lo usas en la comida, no lo usas en clase, no lo usas después de las ocho…».
Tienes que explicar todas las reglas porque si no, no funciona. Firmáis un acuerdo y puede funcionar. Hay estudios que demuestran que cuando se acuerdan ciertas normas y explicas el porqué, funciona mejor. La única solución para reducir el tiempo de pantalla es poner normas y explicarlas. No es el fin del mundo. Os cuento una anécdota que me parece superinteresante y ya me callo. Tengo alumnos que se mofan de mí por el tema de las pantallas y me restriegan los móviles. Pero hay algunos majos que tienen valores. Si vienen y me dicen que mi hija va a ser así cuando crezca, pues me alegro porque me caen bien. Son chavales con los que se puede hablar, que rinden bien en clase y además son buenas personas. Cuando me cuentan que, con sus padres… [silba] telita la adolescencia, que chocaban mucho con su madre, su conclusión siempre es: «Cómo me alegro de que mis padres no cediesen. Se lo agradezco». Ese es el problema. Más vale un poquito de roce ahora para que luego vaya mejor. Los chavales entran en razón y les agradecen a sus padres no haber cedido. A mí lo que me hace mucha gracia son los que dicen: «Cuando yo tenga hijos, las pantallas recreativas no las van a ver ni en pintura». Y eso. Y esa es la idea que quería compartir, la de que los niños al final lo entienden, pero siempre habrá roces. Por eso explicar las normas es la única solución que conozco.
No digo que no lo hagáis ni que no habléis con los amigos, pero no va a haber la misma implicación verbal ni una relación de la misma calidad que cuando quedamos con un amigo para tomar algo o lo que sea. Eso nadie lo pone en entredicho, pero no es el uso habitual que se le da a esas cosas. Podemos encontrarle cosas buenas, el problema está en aferrarnos a esa cosa buena para justificar el uso de las pantallas. Así no. Hay que mirarlo en su conjunto. Si a mí mi hija me dice que quiere jugar a videojuegos, que quiere una tableta para meterse en las redes sociales o en YouTube para ver vídeos de matemáticas o de viajes para que luego los comentemos… pues vale, se la compro y los vemos juntos. Pero dudo que sea el uso principal. Es más bien algo que se resalta para justificar los otros usos. Eso, según los estudios, es un uso marginal. No sé si te he contestado, pero si las pantallas se usasen solo para eso, pues no habría ningún problema. Pero, insisto, un chico que use los dispositivos para eso, para leer «Guerra y paz», documentarse sobre una batalla y consultar tutoriales para resolver ecuaciones, ¡qué problema va a haber! Pero el uso real que se les da es muy distinto. Cuando se meten a YouTube, ven más bien vídeos cortos de a saber qué y con contenidos no demasiado instructivos. Se puede hacer de vez en cuando, pero el uso positivo no es el habitual. Esa es la conclusión.