Cine, sabor, instinto y honestidad
Óliver Laxe
Cine, sabor, instinto y honestidad
Óliver Laxe
Cineasta
Creando oportunidades
Películas que anhelan la verdad
Óliver Laxe Cineasta
Óliver Laxe
La obra del director y cineasta Óliver Laxe se caracteriza por una estética y espiritualidad que trasciende las fronteras del cine convencional. A través de sus proyectos combina lo íntimo y lo universal, lo terrenal y lo trascendente, situando al espectador frente a los planos esenciales de la condición humana.
Con O que arde (2019), rodada en la Galicia de sus raíces, dio un paso decisivo en su carrera al retratar la vida en un pequeño pueblo marcado por el fuego y la memoria, fundiendo la crudeza de la realidad con una sensibilidad poética emocionante. Sirat (2025), Premio del Jurado en el Festival de Cannes, reta al espectador a reflexionar sobre la vida y la fragilidad del ser humano.
El cine de Laxe no se limita a contar historias, sino que invita a observar, a escuchar y enfrentarse al misterio de lo cotidiano. Para él, filmar es un acto de atención y de fe: una manera de abrir caminos hacia lo invisible, de tender puentes entre la tradición y la modernidad, entre la herida y la esperanza.
Transcripción
Sin embargo, soy muy optimista. O sea, soy realista, pero estoy muy contento de vivir en este mundo de cambio en el que estamos. Prefiero vivir este mundo, este momento, que en la narcosis pasada, donde sí había una fe en el mito del progreso. Creo que esto es muy estimulante, lo que estamos viviendo, y creo, y esto lo evoca «Sirat», lo evoca la película, creo que entramos en un mundo, y lo dice mucha gente, en el que la vida nos va a exigir mirar adentro, nos va a empujar a ese abismo, y en ese mirar adentro, creo que los seres humanos nos vamos a agarrar con más fuerza las manos. Los personajes de mi película son muy diferentes, es probable que tengan clases sociales diferentes, culturas diferentes, lenguas diferentes, pero cuando la vida les reta, se agarran las manos con fuerza. Es decir, es como si en la dimensión de la herida todos estuviéramos igual, y en esta comunión de heridas que es la humanidad, pues yo creo que la vida nos va a hacer conectar más con estas heridas, nos va a humildar la vida, nos va a obligar a sentirnos pequeños, a acogernos pequeños, a estar más en nuestra vulnerabilidad, en nuestra fragilidad, y eso me parece que es una primera etapa para que crezcamos como colectivo la humanidad.
Me parece interesante que en estos momentos de cambio, en estos momentos en los que parece como que el mundo vuelve atrás, como que vuelven los fantasmas del pasado, ese redoble de tambores de guerra, ese tipo de dirigente político psicópata, vamos a decir, me parece interesante que ellos sigan bailando, que sigamos bailando, que sigamos celebrando. Creo que es nuestra mejor manera de darle equilibrio a este mundo. No caer en el miedo, no caer en esa histeria colectiva. Al contrario, nuestra mejor manera de ayudar, nuestra mejor manera de servir en estos momentos de zozobra es mantenernos firmes, reconocernos, no tener miedo, tener fe, tener esperanza en el mundo, tener esperanza en el ser humano. La vida bastante peso tiene, la frecuencia de la vida ya es bastante baja, no vamos a cargar más peso. Al contrario, vamos a elevarla, vamos a celebrar, vamos a bailar aunque estén cayendo bombas a nuestro alrededor.

Es decir, era una suerte de amplificación del ser, de la máscara, o sea, de la ficción. Es una amplificación del ego, dicho de otra manera. Y fíjate, vivimos una sociedad que venera la personalidad, ¿no? Se dice: «Ah, tiene mucha personalidad». O: «Este artista tiene universo, tiene imaginario». Pero creo que la personalidad que envuelve la esencia, esa personalidad, no permite que se vea la esencia, no permite que el ser humano contacte con la esencia porque esa personalidad está creada de miedos muchas veces. Es el ego, vamos a decir. Y esta membrana que envuelve la esencia como que crece, crece, crece, crece, y cada vez es más difícil que el ser humano recuerde su esencia. Pero, afortunadamente, la vida, en sus mecanismos preciosos, duros, pero benéficos, a través de la crisis, hace que se penetre, que se salte esta membrana o que la atraviese, y que conecte con la esencia. Fíjate, cuando muere alguien, estamos tristes, pero al mismo tiempo hablamos con la vida. O sea, la vida te hace esas preguntas importantes. «¿Quién eres? ¿Estás verdaderamente en el camino en el que tienes que estar o no?» Y yo, como cineasta, tengo que observar, o intento entender, para quién estoy trabajando. ¿Estoy trabajando para mi esencia, para mi verdad, o estoy trabajando para mi personalidad, para mi ego? Y, al final, hay que asumir y hay que aceptar que trabajas para los dos. Es más una cuestión de proporción.
A mí, como cineasta, me gusta mucho la realidad, me gusta la gente, me gustan todas las texturas de lo real. Cuando filmo bomberos en «O que arde», quiero que haya un rigor, o sea, en ese intercambio, ser justos y honrar a esa gente que me da su intimidad. Con los raveros, igual. Y, al final, porque creo que también estoy filmando a iguales, me gusta la gente sencilla, me gusta la gente que muestra su fragilidad, su vulnerabilidad. Porque somos así, y nos reconocemos y nos gusta. Y para mí es importante que los camiones en «Sirat» tuvieran una verdad, que hablara de ellos, el paisaje… En fin, yo, al final… Esto no es como muy ideológico. Soy un cineasta que se deja llevar por mi instinto y por mi gusto, por el sabor. Hay veces que me viene una imagen o estoy en una localización… Yo localizo todas mis pelis, me encanta ir a los sitios. De repente ese sitio me evoca imágenes, me pide volver para ser filmado. Un rostro, una persona, una fragilidad… No sé, unas líneas blancas de una carretera, como en «Sirat»… Una mujer que mira un pequeño televisor y ve a gente circunvalando la cava… Una vez que esas imágenes me acompañan, entran en mí, o imágenes que sueño, hay un gran sabor en filmarlas, como un deseo de filmarlas. Y eso creo que es honesto.
Y en la peli, en «Todos vós sodes capitáns», la verdad es que estoy contento. Es una peli silvestre, loca, diferente… Y me veo en la peli y digo: «Este está jugando». Me reconozco y digo: «Bien, bien. Él es un niño». Y, de hecho, fue una de las cosas que hizo que la peli llegara a Cannes, creo. Que la peli era muy diferente. Era una peli… Una ópera prima. Una ópera prima tiene que ser algo… Un bicho, un bicho raro, un elemento no domesticado, salvaje, diferente, libre… Y yo ahí estaba celebrando a mi niño, que es una suerte de libertad. Recientemente, de hecho, hice una pequeña intervención en el colegio, en uno de los colegios de Os Ancares, que es de donde vivo yo, en San Román de Cervantes. Estuve dándoles a los niños del colegio clases de cine. Hemos hecho un cortometraje al final que se llama «O burro Quijano, o burro da escola», donde Quijano era un alumno más, un burro que acaba de fallecer. Bueno, intentamos desde la Asociación Ser trabajar con los niños. Intentamos volver al niño también. Sobre todo intentamos inculcarles como una cultura la autoestima, que creo que es un poco la tarea pendiente en el campo. Creo que la revolución o el cambio cultural tiene que empezar sobre todo a ese nivel de la autoestima. Y que se reconozcan, que sean orgullosos de ser del campo.
También vienen mucho a la sede de la asociación. Tenemos una gincana pedagógica allí. Visitan las diferentes casas donde ahora hay gente joven que está viviendo allí, gente con proyectos innovadores, gente creativa… Que vean que en el campo se puede innovar también, se puede vivir. Y gente que ama el sitio donde vive, que tiene un sentimiento de pertenencia fuerte. Fue una experiencia bastante linda. Y, bueno, ahora han crecido estos alumnos y muchos de ellos está bien que viajen, que se formen, pero que vuelvan a la montaña.

Y eso creo que está un poco en todas mis pelis, o por lo menos está en mi intención, el evocar una naturaleza que tiene reglas, que te pone a prueba, que te susurra cosas, a veces, otras veces te empuja al abismo, pero que siempre lo hace de manera benéfica. Que sí, que a veces se expresa a través del accidente, del pesar, pero que te cuida.
Creo que vivimos un tiempo difícil y que nos pide profundizar, mirar adentro. Entonces yo me asumo, asumo mi rol, que tengo que recordar eso, que miremos adentro. Asumo que es difícil, asumo que hay gente que no quiere mirar adentro, que es normal, y que proyecta hacia mí. Y me llama solemne. Últimamente también me dicen mesiánico. Y sí, sí, sí, soy mesiánico, sí. O sea, vivimos… O sea, bueno, en fin. O sea, mesiánico. Creo en los santos, en los profetas, en los magos, en los artistas. Creo en la magia, creo que el mundo está encantado, creo que el mundo es un milagro. Pero sí tengo un lado… Tengo mi lado bastante primitivo, que me gusta. Creo que en «Sirat» hay humor, creo que hay momentos… El humor es la mejor manera de entender la complejidad del mundo. O es una de las mejores maneras para entender el mundo. Perdón, para sentir el mundo.
Y en muchas prácticas espirituales, y sobre todo en una que conozco muy bien, que es el sufismo, el humor es una manera que tiene el maestro de romper el nivel de percepción lógica del que escucha la historia, el cuento. Es como que te descoloca a veces el humor. Y te invita a utilizar otros niveles de percepción que no es el racional. Y hay una fuerte tradición de cuentos que son muy profundos y muy ligeros al mismo tiempo. Sobre todo hay una figura arquetípica, que es Nasreddin Hodja, que es una suerte como de loco iluminado. Es como un sabio torpe que provoca cosas, que, precisamente, en su torpeza, en su surrealismo, en su humor, te hace de repente entender, sentir cosas de la realidad. Y se dice que esta tradición, que viene de Anatolia, es precisamente la que hizo que aquí, a través del Al Ándalus… Creo que es un arquetipo universal que está en nosotros, pero que sí se dice que «El Quijote» nace de esta tradición. En Italia, en China… Es como una corriente que ha viajado un poco por todo el mundo. Sería el punto ideal, llegar a ese centro de la cruz. La cruz, tenemos el eje horizontal y el eje vertical. Estar en el centro, entre la ligereza y la profundidad.
Entre la inmanencia, es decir, la conexión con la realidad, y la trascendencia. Y me parece que ese es el rol del artista, precisamente, el de mantener el control en los momentos más difíciles. En los momentos en los que hay miedo en la sociedad, estar ahí firmes, con firmeza, y recordar a la gente quiénes son o qué es ser humano.

Y lo malo es que para que arranque, para que actúe, es como un coche viejo, a veces, que tienes que salir del coche y que tienes que empujar el coche. Y a veces se cala y tienes que volver a arrancarlo, utilizar las pinzas, buscar una cuesta… O sea, implica mucho trabajo por parte del director y mucha incertidumbre, una incertidumbre que es buena, es dura pero es buena. Porque a veces los actores no profesionales te regalan cosas genuinas, mágicas, accidentales… Un actor profesional, también. Lo bueno del actor profesional es que tú vas sentado de copiloto, el coche es híbrido y estás ahí y, a veces, incluso puedes dormir. Yo ahora con Sergi López, muchas veces yo me dormí en el copiloto. Le dije: «Oye mira, nos vas a llevar, vas a subir esta cuesta, vas a bajar, vas a llorar, vas a sufrir, vas a acabar en el…». Y pam, pam, pam, pam, te las empieza a clavar todas. Y, obviamente, un cineasta que hace este tipo de cine tiene mucho peso, lleva la producción, yo soy también productor, y necesitas aliados. Y esos actores que tienen esas horas de vuelo, que tienen esa experiencia… En este caso, Sergi López ha sido un fuerte aliado desde dentro de la imagen. Él ha estado al servicio de los actores sin experiencia, les ha apoyado, ha sido una generosidad absoluta y un pilar para mí, sí.
Soy verdaderamente alguien muy fuerte, además de que soy productor de mis películas. Coproduzco mis películas. Busco la manera «ad hoc» de hacer mis películas, de conseguir esas imágenes. Cómo filmar en incendios. Cómo filmar una rave. Cómo filmar una tala de eucaliptos filmada con dron. Cómo se ilumina… La producción puede ser muy creativa, y, obviamente, no voy a desmerecer todos los productores que me acompañan, sin los cuales no haría mi cine. Pero tengo suerte, me rodeo bien, me rodeo de productores… No son esta gente que salen con un puro en las pelis, no, no, no. Es gente sensible, es gente muy creativa… Es muy ingrato ser productor, es muy difícil, es gente verdaderamente muy vocacional, que les gusta la marcha, que les gusta acompañar a un cineasta. Es duro, y yo la verdad es que felicito a todos los productores independientes porque sin ellos sería muy difícil. Ahora mismo, después de «Sirat», creo que tengo que escuchar lo que me dice la vida, y me dice: «Este es tu camino y te estoy abriendo puertas». Y esas puertas es para que mi cine sea, incluso, efectivamente, más grande, es decir, más presupuesto y más complejidad. Y la verdad es que, al final, como soy un cineasta de la imagen y como me gusta meterme en problemas y mis pelis son aventuras demenciales, va a venir bien tener más presupuesto, verdaderamente, para…
Básicamente, mis proyectos es construir un edificio, subir a la azotea y lanzarme desde la azotea. Entonces, «Sirat» era un edificio de 50 plantas, me he tirado, la vida me ha dicho: «Eh, ya sabes, tírate, no hay red». Aunque yo sé secretamente que sí hay red, o sea, que el fracaso, la muerte, no existe. O sea, sé que me hará crecer tirarme al abismo. Ahora hemos entendido el mensaje con «Sirat», lo que quiere la gente es libertad, quiere la libertad de alguien que es capaz de tirarse al abismo. Decía Pasolini, la repito mucho últimamente esta frase, decía: «Secretamente lo que el espectador quiere, lo que saborea de manera inconsciente, lo que disfruta de una obra de arte, es la libertad del autor». Sobre todo en un momento de tanto miedo. Entonces, efectivamente, ahora vamos a hacer un edificio muy bonito de 220 plantas y me voy a tirar, me voy a tirar desde ahí arriba. No sé si os acordáis de este tipo que en las Torres Gemelas puso un cable y cruzó, un funambulista, ¿no? Pues eso es el arte. Y es duro, no sabes a dónde vas, te das a tu intuición, te das a la película, te das a la vida. Te conectas con un inconsciente colectivo, te conectas con tu tiempo, con tu gente, pero… Uf. Guau.
Es como «Sirat», más fino que un cabello. Como… ¡Uy! Haciendo «Sirat» yo he sufrido, he sufrido angustia. Es una película muy temeraria, muy arriesgada, y eso el espectador lo siente. Entonces, bueno, pues… Sí, todo apunta a que la siguiente película será más delirante.
Obviamente, estábamos asegurados por el Estado, teníamos nuestros guías, digamos, bomberos, que poco a poco nos empezaron a acostumbrar a estar en incendios. Empezamos de día, empezamos a buscar maneras de comportarnos en el fuego. Cuando hay mucho humo, cómo respirar, coger el aire abajo, orientarse, también… Pero yo lo que quería era filmar de noche, lo cual añade dificultad y peligrosidad, porque de noche te desorientas con más fuerza y de manera más fácil en el campo. Era bastante increíble porque teníamos a alguien en la emisora provincial, donde venían todas las alarmas que había en la provincia de Orense. Esto se filmó en Orense, más en el sur de Galicia, que hay más proporción de incendios. Y digamos que esta persona de producción nos chivaba, nos decía, dónde era el incendio y nosotros llegábamos allí vestidos de bomberos con nuestros 4×4. Muchas veces éramos los primeros. Imagínate la reacción de los vecinos cuando de repente veían que llegaban los bomberos con cámaras. Y era como: «¿Esto qué es?». Es como: «¿A esos de la Xunta qué les pasa?». Y muchas veces, claro, era un desafío ético para nosotros. Es como: «Hostia, ¿qué hacemos? ¿Ayudamos a los vecinos, ayudamos a los bomberos o nos podemos hacer nuestra peli?». Porque a veces el arte, efectivamente, es la mejor manera de ayudar o de visibilizar algo.
Y sí, hubo momentos peligrosos. Yo recuerdo un momento que estuvimos… Era una brigada de «concello», era una brigada de ayuntamiento, que son brigadas que se hacen en verano, es gente que no está del todo formada. Y al fuego tienes que irle de cara, lo sabes. No puedes ser conservador, no puedes recular, hay que atacarle. Es difícil hoy en día porque, claro, la tierra es menos húmeda. Hay estos fuegos de sexta generación que tienen una velocidad imparable, que tienen su propio clima dentro del fuego. O sea, es difícil hoy en día. Es difícil ya atacar. En Galicia sí se ataca mucho el fuego desde la cabeza. Ahora, cada vez menos. O sea, más por los costados. Pero en ese momento sí que tuvimos miedo. Hubo un momento en el que vi al jefe de la brigada, al jefe de mi brigada, buscar una salida. Porque el fuego venía hacia nosotros y detrás teníamos muchísimo, muchísimo combustible. Teníamos mucho monte bajo, tiene muchas calorías, es imparable. Y recuerdo a uno de nuestros compañeros buscando una salida. Por si se ponía difícil la cosa. Y, uy, cuando ves que se va un compañero y no sabes si va a volver, y no sabes si verdaderamente hay una salida y ves el fuego venirte encima, guau. Pero, bueno, precisamente son estas experiencias que no tenemos ya en nuestra vida. Experiencias de muerte. Experiencias de sentirnos pequeños. Experiencias donde la naturaleza te dice: «A tu sitio». Y a veces con dulzura te lo dice, también. Pero precisamente te hace humildarte.
Y nada, como decía antes, me interesa mucho lo real. Y para mí era muy importante que la película representara el gremio. Y que, aunque sois un público pequeño, no sé cuántos bomberos hay en España, pero que por lo menos, que ese público, cuando viera la película, dijera: «Bien, bien, me veo reflejado». Luego nosotros creo que también tuvimos la complicidad vuestra porque os disteis cuenta de que estamos igual de locos que vosotros. O sea, que esta peña en el monte con sus cámaras, estos yonquis de la imagen, que por cualquier imagen harían lo que fuera. O sea, es que había momentos que yo tenía que quitar a mi dire de foto de las llamas. O sea, botas que se estaban como… Yo recuerdo botas que se les iba la suela del calor. Yo creo que fue ahí cuando… Porque estuvimos un primer verano tomando notas con la cámara y tal, y ahí fue cuando dijeron… Al principio había un poco de reticencias por parte del gremio, de «quién es esta peña» y tal. Yo creo que ahí fue cuando tuvimos la complicidad vuestra. Cuando entendisteis que había algo vocacional en nuestro trabajo y que para nosotros era importante. Y que si hay un centímetro en el que podemos hacer mejor nuestro trabajo y que nuestro pan esté más rico, lo vamos a hacer. Cualquiera que sea el sacrificio. Vamos a querer siempre hacer el mejor pan para nuestra gente. Y fue precioso.

En cambio, la música electrónica, el sonido electrónico, ¿de dónde viene? Es que es vibración, además. Es que es vibración electrónica, como es el universo. Como es la luna, por ejemplo. Nos envía vibración, nos envía ondas electromagnéticas. No soy físico, pero vibra, el universo vibra como la música electrónica. Entonces, para mí y para Kangding Ray, la música electrónica era perfecta para evocar lo trascendente. Cómo suena el universo. Cómo susurran los ángeles. Es pretencioso hacer eso, pero, bueno, somos pretenciosos los artistas y nuestras metas son muy trascendentales, aunque luego no lleguemos a esa altura. Pero sí que hablábamos así David y yo. Y creo que la peli, de alguna manera, lo consigue. Creo que esos sonidos, en esos zums en los que nos metemos, en esos altavoces tan pétreos, yo creo que sí estamos evocando ese latido original de la creación. Yo creo que hay unos arpegios en el final de la película, que además tienen como luz… Hay algo muy de Vangelis, el… Que es casi como un susurro de un pájaro, de un ángel, y que nos da un poco de paz o de luz en un momento en que la necesitamos en «Sirat».
Y luego, a mí me gusta mucho bailar, también. Y era una de las intenciones de esta película, que el espectador baile en la sala de cine. Y, bueno, no bailáis, pero sí que movéis el pie, la cabeza, sí que creo que lo hemos conseguido. Hemos conseguido algo muy difícil, que es que la gente te diga: «A mí no me gusta nada la música techno o la música electrónica, pero en tu película me ha gustado. Me ha gustado esa música». Yo creo que hemos quitado algunos prejuicios acerca de esta música. Es como el cine la música electrónica. Es una mezcla de cultura popular, porque está muy vinculada a la música popular tradicional, y alta cultura. Hay algo refinado, hay algo… Hay una excelencia en la música electrónica también.
Desgraciadamente, son los momentos en los que el desierto está más fea la luz, una luz muy dura, muy vertical. Casi no hay estructura en el cielo, no hay nubes, no hay atardeceres, está todo como muy… Y, al mismo tiempo, tenía que ser así y le veo el lado positivo. También le da como más abstracción al sitio, porque a veces también la belleza de Marruecos es peligrosa, porque es demasiado bello, y una imagen bella no es una imagen bella. La belleza es otra cosa. Y está vinculada a esa verdad, realidad, de la que hablábamos antes. Bien, en este caso tuvimos que hacer campamentos en medio del desierto, fue duro a nivel de producción. Aunque, muchas veces, cuando hablamos de dificultad a la hora de hablar de una película, hablamos de dificultades exteriores. Hablamos de dificultades exteriores. Solemos decir: «Bueno, no he tenido el financiamiento necesario, no he tenido las semanas de rodaje necesarias, no he escogido bien los actores o los actores no fueron solidarios». Solemos hablar de cosas exteriores. O: «Mis productores no me entendieron». Pero yo creo que la principal dificultad en una obra de arte es interior, y es, básicamente, el grado de coherencia que va a tener el autor con sus intenciones primeras. Es decir, el verdaderamente sostener su gesto en unas circunstancias en las que es muy difícil sostener ese gesto, porque el cine se filma en muy pocas semanas. Es tan caro mantener a tanta gente, los hoteles, los viajes, la manutención, que lo que se hace es comprimir mucho los tiempos de rodaje. Hablo del cine industrial.
Y hay una perfecta manera de organizar el tiempo para optimizar recursos, dinero, tiempo, esfuerzos… Entonces, estás filmando cosas muy complejas en muy poco tiempo, en el mínimo de tiempo, y, por lo tanto, es muy complejo, es muy arriesgado. Y estás trabajando bajo circunstancias de mucho estrés, de «tiene que salir». Está todo medidísimo. Una secuencia, esa secuencia, te tiene que llevar tres horas, tiene cuatro planos y cada plano, o este plano, 45 minutos, este, media hora, este, dos horas. ¿Entiendes? Entonces, estás… Y, además, siempre hay problemas de dinero, nunca llega el dinero para filmar lo que quieres filmar, te llames Óliver Laxe o Steven Spielberg. Entonces, antes de rodar y en el propio rodaje, se toman decisiones que muchas veces adulteran ese gesto. Tienes miedo, como autor, tienes miedo a saltar al abismo, a atravesar esa cuerda, ese cabello fino. Entonces, muchas veces, se traiciona. Así que esa es la principal dificultad, es: «¿Voy a saltar al abismo o no?». Con todas las consecuencias. «¿Voy a ser radical o no?»
Me gusta mucho… También hablo mucho últimamente de la etimología de la palabra «radical», que viene de «radicalis», de «raíz», y esto enlaza con lo que os comentaba al principio. Es decir, la persona es radical, y en este caso vamos a ver si el artista es radical, si verdaderamente tiene la valentía de conectar consigo mismo, con su raíz, si va a saltar para verdaderamente conocerse más, para liberarse más, para ser verdaderamente radical.
Y sí, Roberto, las culturas están hechas de mezclas y de bastardeos, y creo que es algo que hay que recordar. No hay culturas monolíticas, que no son porosas. De hecho, las buenas culturas son las que son porosas a otras. Es cuando una cultura se cierra por miedo a otra cultura o lo que sea… Porque, efectivamente, hay culturas muy agresivas, y es normal que las haya que se defiendan. Cuando una cultura se cierra, aunque esté justificado, las ideas dejan de circular entre dentro y fuera de esa cultura y, por tanto, esa cultura como que se empodrece.
Y, en ese sentido, las sociedades del primer mundo, no sé cómo llamarlo esto del primer mundo, seríamos los que estamos a la cola, en realidad, porque no acogemos al otro, porque no damos nuestro tiempo, porque no estamos en la disponibilidad. Estamos en el cálculo, el tiempo está compartimentado… A mí me pasa, a veces me viene un vecino y es como: «Hostia, no, ahora no, que tengo que hacer esto, tengo que enviar aquel email y me queda tal». Pues hay gente que es excelente en esa disponibilidad, que es como: «Ah, viene un ser humano a mi camino, ¿por qué? ¿Qué quiere? ¿Qué necesita?». Es así, Alberto, las culturas están hechas de mezcolanza, de procesos de osmosis, de bastardeo… Y fíjate, yo, además, como hijo de migrantes, creo que tengo mi responsabilidad en este mundo en el que estamos, con tantos flujos migratorios, cómo cambia el viento de dirección. Y los que emigrábamos antes ahora somos los que tenemos que acoger. Fíjate, además, la relación que tengo con los países vecinos de España, porque he nacido en Francia, he vivido muchos años en Marruecos y soy gallego, que, de alguna manera, hay un diálogo con Portugal muy fuerte cuando eres «galego». Nuestras lenguas son hermanas y nuestra sensibilidad periférica, también.
Entonces, creo que tengo ahí un poco mi rol, también, a la hora de hablar de las diferencias entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur, entre el campo y la ciudad. Son temas muy interesantes donde yo creo que tengo mi responsabilidad para que nos entreconozcamos. Es como si nos hubieran hecho de pueblos y culturas diferentes, de pueblos y tribus diferentes, para que nos entreconozcamos. Ese es el sentido esencial de la vida, creo. Pues muchas gracias a todos, ha sido muy bonito. Yo, como artista, muchas veces estoy en mi atalaya, estoy muy separado. Además, vivo allí, en Ancares, que hay cuatro personas y media por kilómetro cuadrado, de media. Somos pocos, pero también, por eso, tan solidarios unos con otros, y es un lujo haberos escuchado. En fin, me he sentido muy cómodo. Espero que vayáis a ver «Sirat» a los cines y que os guste y que os haga mirar un poquito dentro, y ojalá haya un juego de espejos ahí. Un abrazo a cada uno de vosotros.