Brunegilda, la reina guerrera de la Edad Media
Josephine Quinn
Brunegilda, la reina guerrera de la Edad Media
Josephine Quinn
Profesora de Historia Antigua
Creando oportunidades
Explorando los orígenes de Occidente
Josephine Quinn Profesora de Historia Antigua
Josephine Quinn
La historiadora Josephine Quinn se ha convertido en la primera mujer en dirigir la cátedra de Historia Antigua en la Universidad de Cambridge, miembro emérito del Worcester College de la Universidad de Oxford y miembro honorario del Wadham College. Como voz destacada en los estudios sobre la región mediterránea antigua, su trabajo desafía muchas de las narrativas tradicionales sobre identidad, cultura y civilización.
Con una mirada crítica y global, Quinn explora cómo las sociedades antiguas estaban mucho más interconectadas de lo que pensamos. En su libro ‘En busca de los fenicios’ (2018) rompe con la idea de los fenicios como una civilización unificada de navegantes y comerciantes, mostrando cómo esta identidad fue en realidad una construcción ideológica posterior. Su libro más reciente, ‘Cómo el mundo creó Occidente’ (2024) ofrece una revisión del origen de lo que consideramos “Occidente”, argumentando que fue una creación colectiva, nutrida por intercambios, migraciones y mezclas culturales que van más allá de fronteras y de la errónea percepción de Grecia y Roma como principio de todo.
“El problema es la idea de las civilizaciones. Ese es el quid de la cuestión. Y es lo que no debería enseñarse porque esa idea de civilizaciones, esa noción plural de culturas, se remonta solo al siglo XIX en Europa, solo un par de décadas antes de la idea de Occidente. Resulta más sencillo oprimir a otras personas si crees que son distintas a ti, si puedes meterlas en otro cajón, con más limitaciones que la de tu cultura. Es de ahí de donde nace la idea de «civilizaciones», en plural. Y creo que si nos desprendemos de esa idea, la historia se abre ante nosotros, porque los humanos siempre han buscado conectarse”, plantea la investigadora. Quinn invita a pensar la historia no como un conjunto de naciones o imperios aislados que se suceden, sino como un diálogo constante entre pueblos. En definitiva, su trabajo nos recuerda que el pasado, al igual que el presente, está tejido a través de las conexiones humanas.
Transcripción
A día de hoy, soy profesora titular de la cátedra de Historia Antigua en Cambridge, la primera mujer en ocupar este puesto. Empecé hace apenas dos meses. Aunque sigo intentando aprender alguna lengua antigua cada dos o tres años. Otra cosa que hago es escribir libros, así que estoy deseando que me hagáis preguntas sobre mi último libro, «Cómo el mundo creó Occidente».

Porque ¿qué nos perdemos cuando imaginamos Occidente, cuando metemos todos esos sitios y a su gente en un cajón, en ese ente cultural delimitado al que llamamos «Occidente»? Y lo que nos perdemos es una historia extraordinaria de contactos, de intercambios, de travesías, de relaciones y de todo aquello que construyó lo que hoy en día es la cultura de la Europa moderna y de sus colonias. A eso es a lo que yo quiero referirme en el libro. A la emoción de aquellas historias de contacto e intercambio que dieron forma al mundo en el que vivimos hoy.
Y creo que, si nos desprendemos de esa idea, la historia se abre ante nosotros, porque los humanos siempre han buscado conectarse. Incluso en la Edad de Piedra, había grupos de cazadores-recolectores. Los humanos vivían en pequeños grupos, se desplazaban, siguiendo a los animales. Y recorrían cientos y miles de kilómetros a veces para encontrarse con otros e intercambiar materiales, herramientas y otros útiles como la obsidiana, sobre todo, un cristal que corta mucho. Si echamos la vista atrás, no cuatro mil, sino catorce mil años atrás, veremos que los humanos estamos hechos para vivir en esas cajas, y eso es lo que hacemos cuando hablamos de civilizaciones. Es decir, respondiendo a tu pregunta: Roma y Grecia no son el problema, ni siquiera Occidente, pero dejemos de hablar de «civilizaciones» en la enseñanza. Creo que el mayor mito que sigue prevaleciendo y que, de hecho, es cada vez más popular, es la idea de que Grecia y Roma son la raíz de la civilización occidental, el origen de Occidente. Esto nace de esa idea de civilizaciones. Porque al dividir el mundo en compartimentos culturales y llamarlos «civilizaciones», los imaginamos como árboles en el bosque: cada uno tiene sus raíces y sus ramas. Están en contacto entre ellos, sí, pero solo en la parte superficial.
Entonces, los grandes cambios que ocurren, cambios históricos, dentro de esas cajas, de una civilización, se han tenido que dar desde dentro. Y de ahí sale la idea de que la cultura europea debe tener su origen dentro de lo que ahora entendemos como Europa. Como ocurrió en el norte de Alemania a principios del siglo XX, o en Grecia y Roma durante un periodo mucho más extenso. Esa versión es la que creo que hoy sigue siendo muy popular. Y ese es el mito que yo quiero derribar con este libro.
Me encantaría poder sentarme en mi estudio, rebuscar en mi biblioteca, recabar cada minucia de la historia antigua y luego ir a contárselo a mis alumnos, a mis amigos, sin que tenga impacto alguno en el mundo. Nada me gustaría más. Pero el mundo no funciona así. La gente habla de la historia antigua constantemente utilizándola como arma. Y lo vemos a todos los niveles: en la extrema derecha, camiseta con símbolos espartanos o cascos romanos, como vemos en las manifestaciones. Incluso líderes mundiales que reescriben en sus discursos la historia antigua en beneficio propio. Yo creo que conectar el presente con el pasado es una obligación, porque es algo que no deja de suceder, y la historia debe contarse como sucedió. No podemos permitir que sean los políticos quienes reescriban la historia antigua en la actualidad. Creo que los historiadores también deberían hacerse cargo y tratar de conectar el pasado con el presente, sin duda, porque esa es nuestra responsabilidad para con el discurso público.

Esto los benefició a ellos, a los fenicios, y a los comerciantes, los mercaderes, los gerentes de las minas, benefició mucho también a los ricos de Huelva. No fue tan beneficioso para los pueblos donde se encontraban las minas, ya que la minería de entonces, como la de ahora, era muy contaminante para el entorno. En el libro hablo de una de mis teorías favoritas, que es que este pudo haber sido el inicio del uso masivo de esclavos para sostener la economía. Hay indicios de que los fenicios trajeron esclavos de otros lugares del Mediterráneo para trabajar en las minas de Riotinto, en Huelva y demás. Esos son algunos de los efectos, digamos, negativos que tuvieron. Pero también fundaron un asentamiento en Cádiz, en la isla, que fue muy importante en la historia antigua de España. Pero su mayor asentamiento, a la otra orilla del mar Mediterráneo, fue Cartago, la gran metrópolis del norte de África. Esta ciudad se fundó unos 800 años antes de Cristo, probablemente la fundaron refugiados, o ese era el mito que los cartagineses contaban. Sin duda, recibió grandes oleadas de inmigrantes, y las nuevas pruebas de ADN muestran que no solo llegaban del Mediterráneo oriental, de hecho, eran los menos, incluso, sino de todo el Mediterráneo central. Llegaban atraídos por esa nueva ciudad industrial y comercial de la costa del norte de África. Y uno de los lugares que interesaron a los cartagineses fue una pequeña ciudad italiana en crecimiento: Roma. Los cartagineses son los primeros mediterráneos en darse cuenta de que Roma empieza a ser interesante.
Roma había conquistado varias ciudades cercanas en la misma región. Y los cartagineses que, en ese momento, tienen un imperio que se extiende desde España, Sicilia, Cerdeña, muchas partes del norte de África, tienen una vasta extensión bajo su poder. Roma tiene poco territorio, pero, aun así, a los cartagineses les llama la atención. Empiezan a hacer acuerdos con ellos, enseñan a los romanos a negociar, les enseñan el idioma de la diplomacia. Se alían con ellos en lugar de iniciar una guerra, ayudando a Roma a ganar poder en Italia, cosa que a los cartagineses les conviene estratégicamente para frenar a posibles enemigos. Total, que enseñan a los romanos todas sus tácticas militares, y los romanos empiezan a hacerse con territorios cartagineses, empezando por Sicilia. Los cartagineses habían cometido el error de volver tan poderosos a los romanos que se les volvieron en contra y les arrebataron el territorio. Y los romanos, en esos territorios, copian la manera de gobernar de los cartagineses. Se apropian de la idea de provincias, el sistema fiscal, la noción de «ciudadanía», etcétera. Por tanto, está claro que el imperio romano toma su forma, en muchos aspectos, del cartaginés. Todo esto termina en el 146 antes de Cristo, en la gran guerra entre Cartago y Roma, que, en ese momento, ya eran enemigos declarados. En esta guerra, Cartago queda totalmente destruida, y Roma se hace con el control de esa región del norte de África como provincia.
Esto me ayuda a responder a la segunda parte de tu pregunta, y es que el motivo por el que no oímos hablar de estos lugares, es porque no resultaron vencedores. No nos hablan sobre quién participó en el juego, solo sabemos de los que ganaron la batalla final. Por eso me gustaría que se supiese más acerca de los fenicios y los pueblos del Mediterráneo occidental. Cuando les explico estas cosas a mis alumnos, os aseguro que alucinan. Hay mucho interés por conocer más, por descubrir un mundo antiguo más amplio. La gente quiere que esta información esté disponible. No es que la gente elija ser estrecha de miras, conservadora ni prejuiciosa, sino que no tienen esa información. Por eso la gente como yo tiene que poner más empeño y trabajar para que la gente la tenga. Yo acabo de empezar a trabajar en Cambridge y he heredado un curso que se llama «Imperios Antiguos». Y, cuando empiezas un trabajo nuevo, no sabes lo que haces. No sabía lo que tenía que hacer. Me dijeron: «Mira, los imperios de los que hablamos son el persa, el griego y el romano». Bien, todos son muy interesantes. Persia, además, es poco habitual.
Pero yo pensé que estaría genial expandirlo un poco a los imperios indios también, los imperios indios antiguos, pero también los imperios chinos, para poder compararlos con los imperios mediterráneos, como Grecia y Roma. Así que dije: «Voy a probar», porque, cuando eres nueva, siempre puedes decir: «Ay, ¿no era así? Perdón, no lo sabía», una vez descubren lo que has hecho. Así que, dije: «Voy a intentarlo». Y me llegó el informe de evaluaciones al final del trimestre, hace un par de semanas, y me alegró muchísimo ver que muchos alumnos pusieron: «Nos han gustado especialmente las partes sobre los imperios indios y los imperios chinos. Ha sido muy interesante compararlos». O sea, que, sin duda, es algo que seguiré haciendo, porque es bien recibido, así que lo aplicaré más y mejor.
Hay historias de la antigua Etruria, de la antigua Córcega, que conocemos, que se han conservado, aunque seguro que otras muchas no. En esto, me puse a pensar en cómo se conservaron, cómo se las contaron a la gente, cómo la gente descubrió estas historias que estaban escritas en griego y latín.
Y entendí que gran parte del arte de contar historias viene de las madres, las cuidadoras o las niñeras. Ellas son quienes cuentan las historias a los niños. Y me parece que hay muchas mujeres que no son las protagonistas de las epopeyas, pero que son las que, día tras día, mantienen vivas esas historias contándolas. Esa es una de las maneras en que se han involucrado las mujeres.
Sobre alguna que sea mi favorita, que haya tenido un papel más relevante históricamente del que haya registro… Saliendo ya del periodo antiguo y entrada la Edad Media, una de mis preferidas es Brunegilda. Fue una princesa visigoda, de uno de aquellos pueblos, entre comillas, «bárbaros» que conquistan Europa occidental cuando los romanos pierden el interés por aquel territorio.
Cuando el imperio romano se traslada a Constantinopla y abandona en cierto modo la ciudad de Roma, abandonan también esas provincias occidentales porque no les reportan tantos beneficios como las ciudades del Mediterráneo oriental, en Egipto y demás. El Mediterráneo occidental y los territorios de Europa occidental se convierten en un sinfín de reinos habitados por migrantes del norte de Europa. Uno de estos reinos es el visigodo, que termina en España. De hecho, Brunegilda nace en Toledo. Todas estas monarquías bárbaras eran como las actuales monarquías europeas sobre las que leemos en la revista «¡Hola!»: se relacionan entre ellas, se casan unos con otros. Y Brunegilda se casó con un rey franco. Hasta ahí, bien. El problema era que la hermana de Brunegilda se casó con el hermano de ese rey, que era otro rey franco, porque ahí todo el mundo tenía un título. Hasta ahí, bien también, aunque no es la mejor idea. Y en este caso concreto fue una muy mala idea porque el hermano tenía una amante, Fredegunda, y a ella le molestó bastante que se casara con la hermana de Brunegilda.
Entonces ya sabes, hay roces, la hermana, por lo que sea, termina muerta, y los hermanos acaban enfrentándose en una guerra porque el cuñado de Brunegilda se acaba casando con su amante, a la cual Brunegilda detesta. En la guerra, muere el marido de Brunegilda y, ahí es cuando ella, que ya no se conforma con sembrar el caos en su entorno más cercano, se declara reina, en regencia de su hijo. Muy bien. El hijo tiene ocho años, y ella dice que cuando cumpla trece o catorce, ella se retirará. Pero ni mucho menos se retira: el hijo nunca llega a reinar, finalmente muere y ella termina siendo reina. Esto no sienta muy bien a los demás reinos, sobre todo a los francos, que creen que debe reinar un hombre, o al menos un franco. Hay varias batallas, Brunegilda pierde el trono. Luego lo recupera, pero, esta vez, reina en nombre de sus nietos, que son muy jóvenes, lo que era bastante conveniente para ella, ya que el hijo también había muerto misteriosamente. Reina en nombre de sus nietos, y sus nietos se pelean entre ellos, como parece que ocurre siempre en su familia, cosa que a ella le viene genial porque sigue reinando.
Y la cosa es que es una reina estupenda. Es autoritaria, como os podréis imaginar, pero lleva a cabo excelentes obras para su pueblo a nivel de impuestos, de gestión económica y demás. Todos están seguros bajo su mandato, salvo, claro, su familia cercana: para ellos es peligrosísima. Ella reina hasta en tres ocasiones diferentes. La última vez que ocupa el trono es a los setenta y pico años. Termina renunciando al trono tras ser traicionada por uno de sus mayordomos en el campo de batalla. Brunegilda acaba siendo juzgada por la muerte de diez reyes. Que a mí me parece todo un logro, la verdad. Finalmente, la declaran culpable, por unanimidad, y a la pobre Brunegilda la condenaron a morir desmembrada por caballos salvajes. Esta historia me encanta, no solo porque Brunegilda es un gran personaje, sino porque cuenta tantas cosas sobre los albores de la Edad Media, que a veces se ignoran por ser «los años oscuros». La grandeza de Roma ya no existe, el renacimiento todavía no ha llegado, así que ahí no pasó gran cosa.
Pero lo cierto es que hay unas situaciones políticas interesantísimas, muy potentes y complejas, y en las que las mujeres tenían bastante autonomía, tenían mucho más poder que el que tuvieron con los romanos. Y además el pueblo gana mucha relevancia. En ese juicio final donde a la pobre Brunegilda la declaran culpable, sin ningún tipo de razón, porque estoy segura de que era inocente, la hallan culpable por unanimidad utilizando el voto popular, algo impensable en la antigua Roma. Es una historia que nos dice mucho sobre esa fase de la Edad Media, sobre lo que trajo consigo la población del norte que se trasladó a la Europa continental y al Mediterráneo. Es una parte muy importante de mi libro. No se trata de cómo Oriente construyó Occidente, ni siquiera de como el Oriente y el sur construyeron Occidente, sino cómo lo construyó el norte, que es una parte de Europa que a menudo ignoramos cuando hablamos de historia antigua.

El equivalente actual serían los emojis, por ejemplo. Los podemos leer, los entendemos, comunican algo, pero no registran la lengua oral. Entonces, la escritura empieza como emojis y, gradualmente, las personas se dan cuenta de que pueden utilizarla para registrar el lenguaje oral también. Esto ocurre alrededor del año tres mil, tres mil doscientos, antes de Cristo. Más o menos en la misma época o muy poco después, los egipcios empiezan a escribir cosas con jeroglíficos. Estos jeroglíficos son muy diferentes, es escritura pictórica. Los sumerios son los primeros en utilizar la escritura cuneiforme, que en latín significa «en forma de cuña». Grababan los caracteres en tablas de arcilla, unas tablillas así monísimas con flechitas, como pisadas de pájaro. Esa es la escritura cuneiforme. Estos dos sistemas de escritura tan diferentes se originan más o menos al mismo tiempo, en Egipto algo más tarde. Hay académicos que defienden que fue coincidencia.
La escritura, que nosotros sepamos, nunca había existido hasta entonces y se originó en estos dos sitios que estaban relativamente cerca y que estaban conectados, no por el mar, en aquella época. Los barcos todavía no eran lo suficientemente sofisticados aún a nivel técnico para rodear la península arábica que separa Egipto y el golfo persa. Pero sí por tierra: se podía ir en burro desde Egipto, subiendo por Levante, atravesando las montañas y bajando por el Éufrates. Era una travesía larguísima que poca gente podía hacer. Pero era viable, ambos sitios estaban conectados. Por eso muchos pensamos que es más probable que los egipcios se enterasen del concepto de la escritura. «Esa cosa nueva que están haciendo ahora en el golfo, en Mesopotamia. Están escribiendo cosas, están registrando lo que dicen en una superficie. Así que averiguan cómo hacerlo ellos también. Y esto, para mí, ilustra maravillosamente bien que el paradigma de las civilizaciones realmente no funciona. Porque lo que aprendemos sobre las civilizaciones antiguas, los antiguos sumerios, o la antigua civilización de Mesopotamia, es completamente distinto a lo que aprendemos sobre Egipto.
Son dos bloques que aprendemos separados, pero la verdad es que están interconectados, y en la escritura lo podemos ver. Y vemos también… Este ejemplo no es controvertido, es algo que se ha visto claro en arqueología. Vemos que dos mil años después de que se inventase la escritura en Sumeria y de que se copiasen, o la inventasen, los egipcios, la gente del Levante −Líbano, Siria, etc.−, inventó otra escritura completamente distinta llamada «alfabeto». Hasta entonces, la escritura registraba principalmente sílabas. Y las sílabas son una forma natural de pensar para los seres humanos, las personas piensan en sílabas. Por ejemplo, al pronunciar el alfabeto, en inglés se dice: “ei, bi, si, di”, no se dice “a, b, k, d”, que es lo que realmente es el alfabeto, porque el alfabeto son sonidos, no sílabas. Eso lo hace más flexible que los sistemas de escritura silábica, porque no se necesitan tantos sonidos para formar palabras como pasa con las sílabas. Pero también lo hace un poco antinatural y extraño en cierto modo. Por eso solo se ha inventado una vez. Hay un alfabeto original, y es el que se inventó para escribir las lenguas del Levante. Pero aquí está el giro de la historia. No se inventó en el Levante, sino en Egipto.
Allí había gente del Levante que hablaba lenguas levantinas. Las levantinas son las que mil años más tarde se convertirán en hebreo, fenicio, arameo, árabe, ugarítico antiguo, etc. A este tipo de lenguas me refiero. Pero el sistema de escritura no lo inventaron en el Levante, lo inventaron en Egipto. Fueron personas que llegaron del Levante para trabajar en las minas de turquesa de Egipto o, a lo mejor, para servir en el ejército egipcio, o trabajar en otros lugares. Pero probablemente los primeros signos alfabéticos del mundo se encuentran en las minas de turquesa, en las paredes de las propias minas, y en los santuarios. Los santuarios, dedicados, claro, a los dioses levantinos; libaneses y sirios. En estos santuarios egipcios encontramos pequeños fragmentos de escritura alfabética. Y esto me encanta, porque sugiere que las personas en su casa no necesitaban escribir cosas. Siempre lo digo, históricamente, la mayoría de los seres humanos no escribían cosas. No es necesario. Y, si querías escribir algo en el Levante de la Edad del Bronce, podías utilizar una de las grandes lenguas internacionales, como una de las lenguas mesopotámicas o el propio egipcio, por ejemplo. Esas opciones existían. Pero nadie solía hacerlo.
Cuando se iban al extranjero, era cuando querían escribir cosas. Es ese desplazamiento al extranjero, ese viaje, ese nuevo contexto o situación lo que realmente impulsa a la gente a hacer algo diferente. Quieren escribirse mensajes entre ellos, pero también quieren escribir mensajes a sus dioses. Y ahí está realmente el quid de la cuestión. Una de las cosas que más llama la atención al estudiar la historia antigua es que los dioses son muy promiscuos en lo que se refiere al culto religioso: cualquiera puede adorar a cualquier dios, los dioses se pueden intercambiar entre sí… No hay recelo en torno a eso. Pero a los dioses les gusta su propio idioma. Muy a menudo, cuando la gente escribe algo, es para sus dioses, y lo hacen en una lengua apropiada. Pues eso es lo que hacía aquella gente. Sentían que necesitaban utilizar algo apropiado para asegurarse de que su mensaje llegaba a sus dioses, entre todo el ruido de todos los santuarios y dioses egipcios.
Pero lo realmente sorprendente es que cuando deciden escribir su idioma, lo hacen de una forma completamente nueva, alfabética, registrando sonidos en lugar de sílabas. Pero los caracteres que utilizan para representar estos sonidos, que se convirtieron en las letras de nuestro alfabeto actual, son jeroglíficos. Cada letra del alfabeto proviene originalmente de un jeroglífico. Y ellos no sabían leer jeroglíficos. No sabían lo que significaban. Los usaban bocabajo, dados la vuelta… Estas personas no sabían leer ni escribir en egipcio, ¿por qué iban a saber? Pero sí que utilizan esa herramienta. Comprenden que es una herramienta para escribir. Así que la utilizan y crean un sistema de escritura completamente diferente. Y la razón por la que me encanta esta historia es que, una vez más, ilustra cómo el paradigma de la civilización no tiene sentido alguno. Lo que aquella gente hizo, para hacer algo nuevo y diferente, para crear su propia historia, esta historia extraordinaria que ha repercutido en nuestra vida, en todo lo que leemos y escribimos hoy en día, lo hicieron inspirados por haber ido al extranjero, por encontrarse en una nueva cultura, en una nueva sociedad. Y tomaron las herramientas de esa sociedad para hacerlo.
Pero creo que, para responder a tu pregunta, tenemos que retroceder un paso más. He hablado de cómo se inventó el término plural «civilizaciones» en el siglo diecinueve. Pero es que incluso el término singular «civilización», el concepto abstracto de civilización, se había inventado solo unos cien años antes. Es un concepto del siglo dieciocho. Y en ese momento, la civilización está, en principio, abierta a cualquiera. Se puede ser más o menos civilizado, sin estar necesariamente dentro de una de esas cajas que son las civilizaciones. Y, en cierto modo, creo que eso es menos problemático como concepto histórico. Aunque, obviamente, lo que es civilizado y lo que no siempre va a ser una cuestión de juicio personal. Pero, claro, la gente que inventó este término, en Francia, llega a la conclusión de que los franceses son los más civilizados. Siempre existe este problema cuando se inventa un concepto que se cree universal, pero que en realidad es bastante personal. Porque todos pensamos en nosotros mismos, básicamente. Por tanto, hay dos etapas en el pensamiento civilizatorio, y las dos terminan, como ya sabéis, defendiendo la superioridad europea de una manera u otra.
La primera etapa resultó también muy útil para el imperialismo europeo en sus momentos iniciales. La idea tardía de las civilizaciones ayudó al imperialismo europeo a ser cada vez más explotador. Pero en esas primera etapa, era muy útil tener una excusa para ser imperialistas. «Estamos guiando a estas personas en el camino hacia la civilización que nosotros ya hemos recorrido». Es decir, se trata de conceptos que pueden parecer bastante naturales y objetivos, pero que en realidad están cargados de valores. Yo creo que lo que han provocado en el mundo actual, volviendo al presente, son los dos modelos diferentes de pensamiento civilizatorio que utilizamos hoy en día. Está el que ya he mencionado, donde existe una idea multipolar de las civilizaciones, en la que cada estado civilizatorio es, en teoría, igual, pero están bastante separados entre sí. Aquí se reconoce que hay múltiples civilizaciones en el mundo. Una actitud bastante dirigista a la hora de decidir quién pertenece a cuál.
Pero la otra idea moderna de civilizaciones es la que yo asocio más con Estados Unidos, por ejemplo, que es la idea de Occidente y el resto, donde, en esencia, la única civilización que existe es la occidental. Y las opciones son: civilización occidental o barbarie. Entonces, se vuelve muy importante defender Occidente, por lo que se convierte en una especie de noción moral de algo que no solo es superior, sino tan obviamente superior a todo lo demás, que debe defenderse a toda costa. Lo hemos oído mucho. Se ha convertido en una historia sobre civilización contra bárbaros. Entonces, creo que es interesante que en el mundo actual tengamos estos dos modelos que se remontan a estas diferentes etapas del desarrollo del pensamiento político europeo moderno, esencialmente, la civilización singular frente a la anticivilización o los bárbaros, y las civilizaciones múltiples, iguales pero diferentes. El problema que tengo con esto es que ambos se basan en una suposición errónea sobre las civilizaciones. Por eso me gustaría que, desde hoy mismo, rechazáramos ambos modelos de civilización.

Si retrocedemos cinco o seis mil años, todos los habitantes del mundo descienden de todos los habitantes del mundo de entonces. Más o menos al principio de mi libro, alrededor del tres mil o dos mil antes de Cristo. Pero fijaos en esto: todas las personas que vivían en el mundo son los antepasados de todas las personas que vivimos hoy en día. Algo que nos dicen los científicos es que no debemos pensar en términos de árboles genealógicos, ¿verdad? Es una idea muy común, la del árbol genealógico. Debemos pensar en enredaderas genealógicas, porque al final todos estamos conectados. Este hallazgo ha echado por tierra la idea de las distintas razas biológicas de los seres humanos. No se puede dividir a la raza humana de esa manera. Lo que yo pretendo con mi libro es hacer con la cultura lo mismo que ha hecho la ciencia genética con la biología: mostrar históricamente estos cuatro mil años de historias, de contacto e intercambio, de comercio, sexo y guerra, para, por así decirlo, mostrar el impacto de todo esto en el mestizaje cultural de la raza humana. Así que la respuesta corta es no.
Me refiero a este tipo de conexiones. Y esto es algo que también apreciaban mucho los pueblos antiguos. Los propios griegos, que, sin duda, no se consideraban los precursores de ninguna civilización, eran muy conscientes de lo mucho que le debían a otros lugares. Pero en las tumbas griegas de la Edad del Bronce, en lugares como Micenas, las pocas personas que podían permitirse joyas de ámbar báltico procedentes del lejano norte de Europa, tenían también en sus tumbas cornalina de la India. Esto pone de relieve los contactos a larga distancia que tenían. Yo quiero recuperar estos lugares extraordinarios que eran bien conocidos por los antiguos griegos y romanos, pero que han quedado eclipsados y oscurecidos por su fama posterior.
Lo que quiero realmente es mostrar que el mundo es mucho más interesante cuando se mira en términos de conexiones y relaciones, en lugar de en términos de personas y lugares aislados entre sí. Hoy os he contado una historia sobre Occidente y sobre Europa. Pero escribir este libro ha sido realmente un alegato para que reimaginemos la historia del mundo en su conjunto. Muchas gracias por venir hoy. Ha sido un verdadero placer hablar con vosotros y volver a reflexionar sobre todas estas ideas.