Aprender a vivir en el presente
Álvaro Neil ‘Biciclown’
Aprender a vivir en el presente
Álvaro Neil ‘Biciclown’
Viajero
Creando oportunidades
Biciclown: un viaje para descubrir la vida
Álvaro Neil ‘Biciclown’ Viajero
Álvaro Neil ‘Biciclown’
Álvaro Neil, conocido como ‘Biciclown’, fue abogado tiempo atrás. Un día, decidió cambiar el sillón de una notaría por el sillín de una bicicleta. Y se fue a recorrer el mundo sobre ruedas. Durante trece años, recorrió pedaleando más de 200 mil kilómetros y 117 países. Saboreó la libertad, aprendió el valor de lo inmaterial y conoció a personas que le enseñaron la importancia de la solidaridad. “Viajar es el mejor antídoto contra el racismo”, afirma.
‘Payaso de corazón’ - así se define - decidió ofrecer su espectáculo de ‘clown’ allí donde más necesario era el humor: en centros de refugiados, cárceles, hospicios. Afirma que su misión en la vida es enseñar a otros a disfrutar más del presente, porque para él “es el mejor país que existe”. Emotivo, inspirador y lleno de humor, ahora ha vuelto para lanzar un mensaje esencial: “¿Alguien sabe cuánto tiempo va a vivir?”. Y añade: “Todos tenemos fecha de caducidad, igual que los yogures”. Álvaro Neil ha producido cinco documentales y es autor de seis libros. Cuando emprendió su viaje, muchos pensaron que estaba loco. Él responde con seguridad: “No creo que sea una locura perseguir tus sueños. La locura es que se te pase la vida sin vivirlos”.
Transcripción
Mi nombre es Álvaro Neil, el ‘Biciclown’, y os voy a contar una historia. En realidad, vais a viajar conmigo por el mundo y vamos a aprender muchas cosas de este viaje. Yo tengo la intuición de que vamos a aprender. Y justo es la intuición la que ha hecho que yo esté aquí. Yo he estudiado la carrera de Derecho. He opositado a notarías. Durante cinco años estuve estudiando nueve horas al día. Es lo más duro que he hecho en mi vida. Más incluso que la vuelta al mundo en bicicleta. Llegué a aprobar unos exámenes, pero no todos, así que decidí dejarlo. Y encontré trabajo en una notaría, casualmente, no como notario, sino como oficial. Pero un día pensé: «Quizás hay otras formas de vivir». Yo tenía una enfermedad que se llama «mapamunditis». Que ves un mapa del mundo y dices: «Ay, ¿cómo será China? ¿Y cómo será Australia? ¿Y Bután? ¿Y Nepal? ¿Y…?». Y entonces echas números y dices: «A ver, yo trabajo, así que tengo un mes de vacaciones al año». Si sumo los países que hay en el mundo, creo que son más de 190. Yo necesitaría más de 190 meses de vacaciones. Es decir, tendría que vivir 190 años. Nadie lo ha conseguido.
El trabajo me daba dinero, pero me quitaba tiempo. Así que la intuición me dijo que podría hacer otra cosa con mi vida. Y probé suerte. El ocho de octubre de 2001… ¿Habéis nacido en el 2001 vosotros? ¡Madre mía! Incluso antes de que hubierais nacido, yo ya cambié de vida, y en 2001 empecé a recorrer en bicicleta América del Sur. Llegué a La Paz, Bolivia, bajé hasta Ushuaia, Tierra del Fuego, subí Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Brasil, Paraguay y Uruguay. Un viaje de año y medio. Más de 31.000 kilómetros. Cuando yo trabajaba en Madrid, tenía una afición. Yo soy payaso. Yo soy de las pocas personas que le llamas payaso y no se enfada. Cuando yo escucho en un accidente de tráfico: «¿Pero no me viste que venía? ¡Payaso!». Digo: «¡Eh, ese soy yo!». A nadie le llamas policía, bombero, carpintero… Pero «payaso» parece un insulto. Yo soy payaso a mucha honra. Y decidí llevarme el payaso conmigo a Sudamérica. Pero no lo llevé para ganar dinero, lo llevé para regalar. Yo hacía el espectáculo en los lugares más humildes: en orfanatos, en cárceles… Entonces, diréis: «Bueno, ¿y cómo financiaste el viaje?». Bueno, pues fue un proyecto autofinanciado. Vendí el auto. Vendí el coche que tenía y con el dinero del auto pagué el viaje. Pero como no era un Mercedes, era simplemente un Twingo, no me daba para mucho. Así que tenía que ir pidiendo alojamiento en bomberos, en iglesias… He dormido en los lugares más insospechados. Y al terminar ese viaje, volví. Y todos pensaron: «¿Ya te has curado?». Y digo: «No, ahora es peor. Ahora tengo que dar la vuelta al mundo. Esto es incontrolable».
Porque los sueños te vuelven la vida patas arriba. Los sueños, cuando son de verdad intensos y nacen del fondo del corazón, te cambian la vida. Y me la cambió. Escribí un libro de aquella experiencia, Kilómetros de sonrisas. Y en el libro escribí: «El autor se irá a dar la vuelta al mundo el 19 de noviembre del 2004». ¿Sabéis por qué puse una fecha? Porque los sueños solo los cumples cuando les pones fecha. Cuando haces público tu sueño, cuando publicas, cuando te comprometes. Así que el 19 de noviembre del 2004, había un montón de gente esperando que me fuera, y yo no estaba preparado. Pero el camino te prepara. El camino te enseña. En el camino aprendes. Y partí. Partí sin saber cuántos años iba a tardar. Yo pensé ocho o nueve, no sé. Salí de Oviedo, recorrí España, entré a África, recorrí África por la costa oeste hasta Sudáfrica. Subí… Todo esto en bicicleta, ¿eh? Subí hasta El Cairo. Ahí, a los tres años, me paré, escribí un libro: África con un par. Seguí por Asia, Oriente Medio, pasé por Siria antes de la guerra, en el 2008. Uno de los pueblos más hospitalarios. Recuerdo una conferencia en un colegio en EE. UU., y un chico me pregunta: «¿Cuáles son los países más peligrosos que has visitado?». Y le digo: «¿Cuáles crees tú?». Y me dice: «Irán, Sudán y Siria». Y digo: «No te lo vas a creer. Esos tres han sido los más hospitalarios». Y yo lo sé porque los he recorrido, no porque lo he visto en la tele. De hecho, no tengo tele desde hace muchos años.
Llegué a Nepal, entré a China, Mongolia y llegué a Japón en el 2011. ¿Sabéis lo que pasó en Japón en el 2011? El tsunami, ¿verdad? Me agarró el tsunami cuando estaba allí. Y fue una oportunidad de poder hacer mi espectáculo de payaso para la gente más humilde, los que habían perdido todo. Volé a Australia, recorrí Nueva Zelanda, llegué a Hawái, a Alaska, y recorrí toda América de punta a punta. Otra vez llegué a Ushuaia. Esta vez un día antes del invierno, con nieve. Subí a Brasil y en barco crucé a Europa. Llegué a Italia diez años después. Subí a Noruega, a Cabo Norte, bajé a Grecia… Todo esto en bici, ¿eh? Bajé a Grecia, subí a Inglaterra a ver a la reina, la vi, y volví a España, Portugal, y regresé a la ciudad de la que había partido 13 años después. El mismo día, el 19 de noviembre, pero 13 años después. La persona que llegó no es la misma que la que se fue. La persona que llegó había aprendido muchas cosas. Porque viajar es una gran universidad. Yo había recibido educación de mi familia, del colegio, de la universidad… Pero el viaje tenía otras enseñanzas para mí que luego quiero compartir con vosotros.
Al terminar, yo no tengo casa. Digo: «¿Dónde vivo?». Así que compré una autocaravana y vivo en una autocaravana. Voy dando vueltas por España dando conferencias. Vivo en el presente, porque para mí es el mejor país que existe. Después de haber recorrido más de 117 países, el presente es un país, y yo trato de vivir en el presente. Trato de darle a un botón que todos tenemos, que es el botón de la pausa. Yo le doy a la pausa varias veces al día. El mundo sigue corriendo. Y yo hago un ejercicio de respiración y digo: «Wow, estoy aquí. Estoy vivo». ¿Alguien sabe cuánto tiempo va a vivir? Todos tenemos fecha de caducidad, igual que los yogures. Está aquí, en la tapa, solo que está por debajo y no la vemos. Y este es uno de los sonidos más hermosos que hay en el mundo: el silencio. ¿Lo habíais escuchado antes? Es difícil escuchar en la ciudad el silencio. Se escucha en los desiertos. Estoy seguro de que tenéis alguna pregunta para mí, así que estoy deseoso de escucharla.
Y al volver, yo pensé que iba a encontrar respuesta a esas preguntas de la conciencia: ¿Dónde vas a vivir? ¿De qué vas a vivir? Y ocurrió algo mágico, mucho mejor. Cuando volví, no había preguntas. La conciencia se había esfumado, se cansó de gritar. Y el destino me puso delante una posibilidad de comprar una autocaravana y ahí está. Y voy viviendo día por día. Yo no sé dónde duermo mañana. Soy un nómada. En realidad, todos los sois, porque todos estamos de paso en esta vida. La vida es un viaje. Gracias a que existe la muerte, la gente cumple sus sueños. Porque si no los postergaríamos: «Bueno, ya lo haré». ¡No! ¡Lo tienes que hacer ya! Acordaros de la tapa de los yogures: no se sabe cuándo va a ocurrir. Lo único que tenéis que hacer es prepararos y saber distinguir si eso que tenéis dentro es un sueño o es un mero deseo. Yo digo que las decisiones de este tipo se toman a los 33 años. Has estudiado, has visto la vida, e incluso has trabajado, y ahí la vida te dice: «¿Qué quieres hacer con tu vida? ¿Cuál es tu misión en la vida?». Todos vosotros, todos tenéis una misión en la vida. Aún no lo sabéis. El reto es descubrirla. Y el día que la descubráis, id a por ella. Vale la pena vivir la vida si cumples tu misión. Y yo ahora lo he hecho.
Ser nómada me ha enseñado estas cosas. Me ha enseñado lo bueno que es que el sol salga por la mañana. El sol ha sido mi calefacción. Durante muchos años. Incluso cargaba un panel solar que llevaba, donde me daba electricidad para suministrar energía al ordenador o al teléfono. Los últimos años, porque casi siempre he estado sin teléfono. Ser nómada te enseña a saber que un árbol es una sombra, que cuando las ramas se mueven te están saludando. Que cuando los pájaros llegan por la mañana te están diciendo buenos días. Estableces una relación directa con la naturaleza. El hombre no ha hecho la naturaleza. Existía antes que nosotros. Y es un regalo. Nada hay más perfecto que la naturaleza. Y nuestra misión no es mejorarla, es conservarla. Y ni siquiera somos capaces. Ser nómada es lo mejor que me ha pasado en la vida, yo os lo recomiendo.
Porque podemos mucho más de lo que creemos. Porque nosotros somos la única limitación que existe en este mundo. Si os creéis algo, lo podéis conseguir. Yo nunca pensé que iba a dar la vuelta al mundo. De hecho, cuando lo veo ahora, digo: «¿Será verdad o será Photoshop?». Pero sí, lo debí hacer. Porque si te marcas objetivos pequeños y los vas cumpliendo, cuando los sumas… ¡Guau! Te da un gran proyecto. Yo no salí de Oviedo pensando en dar la vuelta al mundo, solo pensé en llegar a León. Y en León pensé en llegar a Sevilla. Y en Sevilla a Marruecos, y en Marruecos a Mali, Nigeria, Camerún, Gabón, Congo, Angola… Y así, poco a poco. Poneros proyectos concretos, poneros objetivos realizables, medibles. Y si os equivocáis, reformulad el objetivo. Yo tenía en la bicicleta un cartel que ponía: «2004-2014». Cuando llegó el año 2014, estaba en Perú. Digo: «Uy, yo no llego a España». Así que hice así, lo taché y puse: «2017». Y ya está. No seáis esclavos de los objetivos, sed realistas. ¿Os habéis marcado un objetivo exigente? Cambiadlo. No pasa nada, no estáis fracasando por eso. Estáis fracasando si os mantenéis en un objetivo imposible de cumplir. A mí me gustaría ir a pedalear por la luna, pero no va a ser posible por el problema de la gravedad. Todo eso he aprendido viajando.
Yo a vuestra edad no tenía ni idea de que iba andar en bicicleta por el mundo. ¡Ni idea! Yo jugaba a rugby… Era otra persona diferente. Y la vida, un día, te hace: «¡Pam! Este es tu sueño, esta es tu misión en la vida». Es muy raro que lo descubráis antes de los 33. Muy raro. Así que esperad un poquito. Y hasta esa edad no hagáis nada irreversible. No tengáis hijos. ¿Vale? Esperad un poquito, ya llegará. Porque los hijos me han dicho que no tiene garantía, no se pueden devolver. Disfrutad la vida y aprended. Y un día, el sueño os encontrará. No vayáis a la búsqueda, él os va a encontrar a vosotros.
La bicicleta ha hecho que me borrara del gimnasio. Yo hacía unas cinco o seis horas de bicicleta al día. Y cuando las pulsaciones estaban pum, pum, pum, pum… Paraba, sacaba una foto, bebía agua. No estaba batiendo ningún récord. La bicicleta ha llevado toda mi casa encima. La bicicleta me ha enseñado que el viento sopla de frente. Cómo molesta, ¿eh? O que te empuja porque sopla de espaldas. La bicicleta es el mejor descapotable que existe. Y el más barato. No tiene ventanillas ni puertas. El sol, por la mañana, te saluda, la lluvia te moja… Y cuando subes una montaña de 5000 metros, en bicicleta, y tardas varios días, cuando llegas arriba, no sacas un selfi, te tiras en el suelo a descansar. Y entonces llegan los turistas en el coche, en el 4×4, y se sacan selfies y se van. Y ahí está la montaña. Y ahí estás tú, dándole las gracias a la montaña porque te ha permitido subir. La bicicleta te enseña humildad. Y te enseña que la montaña de 5000 metros que subiste ayer no te sirve el mes que viene para subir una montañita de 1000 metros. Porque requiere otra vez todo tu esfuerzo. Si viajas en coche, el mundo lo ves así. A 120 por hora. En moto, así, a 110 por hora. Y en bicicleta, así. Uno de mis documentales se llama A la velocidad de las mariposas. Porque yo he viajado a la velocidad de las mariposas. Incluso me adelantaban en las subidas. Solo que yo luego, en la bajada, las pasaba.
Cuando yo trabajaba en la notaría, me encargaba, entre otras cosas, de los testamentos. Y venía la gente a hacer testamento y decía: «Hola, buenas tardes. Venía a hacer testamento por si me muero». «Hombre, será para cuando se muera, porque morir se va a morir». «Hombre, claro, toca madera». Y digo: «No, no es madera, es chapada, no…». Claro, la muerte es incierta en el cuándo pero no en el «si». Va a ocurrir, no sabemos cuándo. ¿Y vivimos con miedo? No. Vivimos un poco alocadamente, como si no fuera a ocurrir nunca. No hay que tener miedo a ciertas cosas. Porque yo tenía miedo al volver: «Ah, ¿y dónde voy a vivir?». Y resulta que encuentro una autocaravana. La vida te provee. Cuando tú estás cumpliendo tu misión, todo te ayuda. Pero no hay que tener miedo a la incertidumbre. Y hay que disfrutar la soledad. Porque si tú no sabes estar bien contigo mismo, ¿quién va a querer estar contigo?
Otra vez, en Perú, llegué a pedir asilo a una iglesia. No había nadie, pero la mujer que tenía las llaves de la iglesia me dijo: «Mira, ven a dormir a casa si quieres». Pero en la casa no había lugar. Dormí en la cocina. Y esto me recuerda a cuando alguien me dice: «Te invitaría a casa, pero no tengo lugar». Para invitar a alguien hay que tener lugar en el corazón, no en el salón. A esa persona le sobraba lugar. Y me invita a la cocina y monté el campamento. Y no estaba el marido, claro, esto es un poco… Puede dar lugar a malentendidos, a que la gente hable mal en el pueblo, pero ella quería ayudarme. Y a la mañana siguiente, estoy durmiendo y noto un peso en la cama como que se sienta alguien. Yo no quería abrir los ojos, digo, no sea que la mujer… No, era el marido. Había venido de viaje. Y le digo: «Me invitó tu mujer, ¿eh? Quiero decir, no es lo que parece». «No, no, tranquilo, tranquilo». Me dice: «Mira, soy profesor y todavía no nos han pagado el sueldo. Nos lo van a pagar, pero aún no nos han pagado. Y vengo de Lima de reclamar. ¿Tú me podrías…?»
El hombre se moría de vergüenza para pedirme esto. «¿Tú me podrías adelantar 100 dólares? Tengo una prima que vive más arriba de Perú. En Huaraz. Cuando llegues vete a su casa, ella te los devuelve». ¿Qué haríais? ¿Cómo me puedo negar? La mujer me había ofrecido un lugar para dormir la noche anterior. Y ahora era yo el que podía ayudar. No tenía otra que darle los 100 dólares. «Toma». «Mi prima…». «Tranquilo, espero que sí, pero si no, no pasa nada». Yo los di por perdidos. Cuando llegué a Huaraz me acordé. «¡Anda, si está aquí la prima del que se sentó en mi cama! Voy a verla, por… No sé. Igual, aunque sea, me invita a un café». «Hola». «¡Ay, qué bien que viniste! Toma». ¿Para qué hablé? Me dio los 100 dólares. Estamos llenos de prejuicios. Cuando yo recorrí EE.UU. con este turbante, que lo he usado durante todo el viaje porque me da calor, me protege del frío, es una manta, es una toalla, lo pongo como una sombra en la bicicleta… Es de lo mejor que he tenido. En EE.UU. me miraban y decían… Estaba en la cola del supermercado, del Walmart… «Pasa, pasa, pasa, pasa». Esto me ha ayudado a pasar delante en las colas. Porque la gente está llena de prejuicios.
Decía un escritor: «El dinero solo es dinero cuando se gasta». No os obsesionéis con el dinero. A lo mejor lo más importante en la vida no vale dinero. Puede que sea vuestra familia, vuestros amigos, un abrazo… El sol por la mañana no vale dinero. Lo más importante de la vida no vale dinero. Vale atención, vale que le deis las gracias, como hemos hecho al principio, de respirar y de estar aquí. Ahora sí ha llegado vuestra alma. Lo veo y me alegro.