Una lección de ética frente a la intolerancia
Adela Cortina
Una lección de ética frente a la intolerancia
Adela Cortina
Filósofa
Creando oportunidades
¿Para qué sirve la ética?
Adela Cortina Filósofa
Aporofobia: “No se rechaza al extranjero, sino al pobre”
Adela Cortina Filósofa
Adela Cortina
“¿Realmente molestan los extranjeros, o lo que molestan son los pobres, sean extranjeros o de la propia casa?” Con este punto de partida, la filósofa Adela Cortina, catedrática emérita de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia, acuñó una nueva palabra: “aporofobia”, para definir el rechazo al pobre. Lo que no se nombra no existe y era necesario inventar este neologismo que señalase la discriminación universal a las personas sin recursos. “La aporofobia va en contra de la dignidad humana y es excluyente. La democracia tiene que ser inclusiva necesariamente. Por eso no puede existir una sociedad aporófoba y democrática. Y todas las sociedades que conozco son aporófobas”, explica.
Adela Cortina es directora de la Fundación Étnor (Ética de los negocios y las Organizaciones empresariales) y durante años ha liderado el análisis contemporáneo de filosofía política y ética aplicada, reivindicando la importancia de la educación en valores y la filosofía en la escuela.
Fue la primera mujer que ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, institución que en 2019 reconoció su trayectoria filosófica con la publicación del libro ‘Ética y filosofía política: Homenaje a Adela Cortina’, que reúne la reflexión de medio centenar de autores sobre su pensamiento y enseñanzas. Cortina es también autora de libros como ‘El quehacer ético’, ‘Para qué sirve realmente la ética’, por el que recibió el Premio Nacional de Ensayo 2014 y ‘Aporofobia, el rechazo al pobre’.
Transcripción
Y esa predisposición puede ser la predisposición a actuar con prudencia, la predisposición a actuar con justicia o la predisposición a actuar con injusticia. Esas predisposiciones van formando lo que se llama el carácter de las personas, que después nos ayudan a ir en ese sentido. Con lo cual, forjarse unas predisposiciones es fundamental para después tomar decisiones en la vida. Yo creo que la ética trata de la forja del carácter, que es algo… Una asignatura, nosotros que sabemos de asignaturas, la más importante asignatura que se pueda cursar en la vida, porque es importante forjarse un buen carácter, ya que, de alguna manera, está en nuestras manos. Y a mí me parece que esas predisposiciones, cuando son predisposiciones que van hacia actuar bien, es lo que se llama una palabra que está muy poco de moda, que es la palabra “virtudes”, pero que los griegos llamaban una cosa muy bonita que es “areté”, excelencias. Son unas predisposiciones que son excelentes cuando una persona se acostumbra a actuar con justicia, con fortaleza, con prudencia… El forjarse un carácter excelente creo que es una tarea muy importante. Porque todos los seres humanos queremos ser felices, y la verdad es que la felicidad es algo que, no es que uno consigue trabajando muy seriamente, porque es una cuestión del esfuerzo, pero es también una cuestión del regalo, del don. Pero las personas que se preparan para recibir los regalos también son personas que al final son más felices. Entonces, yo creo que, resumiendo, podría decirse que está en nuestras manos forjarnos un carácter, con más o menos dificultades. Necesitamos también algún tipo de regalo, de don, para ser felices, pero lo que nosotros podemos poner es saber también acoger los dones. Creo que es lo más importante que podemos hacer en la vida.
Y a mí me gustó mucho destacar algo que defienden corrientes de filosofía en las que yo me apunto, que es que la ética no es muy subjetiva, sino muy intersubjetiva. Se hace entre los sujetos, se hace entre las personas. No puedo decidir yo por las buenas qué es lo malo, qué es lo bueno, qué normas son correctas y cuáles son incorrectas. Somos los seres humanos los que vamos dialogando sobre qué creemos que es lo más justo, qué creemos que es lo mejor, qué nos parece que es lo más oportuno… Lo hacemos entre todos nosotros. Al final, cada uno tiene una conciencia y tiene que tomar decisiones. Pero lo hacemos entre nosotros conjuntamente.
Bueno, claro, la respuesta es que, vaya, no es bueno educar a nadie para el suicidio, por supuesto que no. Pero es que ¿creemos que es verdaderamente importante educar a la gente para forjarse este carácter que nos haga justos, honestos, o no es tan importante? Primero, creerse que es muy importante. Para eso, los adultos creo que tenemos que hablar también mucho entre nosotros para ver qué es lo que realmente nos importa en nuestra sociedad y a qué daremos prioridad.
Cuando alguien está convencido de eso, bueno, pues tiene una gran cantidad de caminos. El más importante a mi juicio, por supuesto, pues es el ejemplo que pueden dar los padres y los maestros. Porque creo que los alumnos, los chicos, pues son todo menos tontos y, cuando se dan cuenta de que los adultos dicen unas cosas y hacen otras, pues se dan cuenta de que eso es lo que hay que hacer en la vida: decir unas cosas que suenan muy bien, pero luego, a la hora de la verdad, hacer otras. Con lo cual, no estamos acertando nada. Yo creo que es verdad que, cuando los padres o los maestros son ejemplares y ellos mismos demuestran con su vida que creen este tipo de cosas, los chicos, antes o después… Porque esto es una tarea de larga fecundidad, no se ve el resultado inmediatamente. Pero, al tiempo, eso queda. Y hay momentos en la vida en los que nos acordamos de lo que hacían nuestros padres y lo que hacían nuestros educadores y nos parece que era algo realmente importante.
En muchas ocasiones, nos sorprendemos, en las escuelas y en las universidades, cuando nos vienen alumnos que llevan unos valores aprendidos de casa que no son de lo más presentables de este mundo. Yo recuerdo un instituto, no voy a contar más, pero los padres eran los primeros que estaban organizando unas mafias en las que los hijos eran los que ayudaban a los padres a ser mafiosos. Claro, el profesor tiene que ayudar a desmontar eso. Con lo cual, la tarea de la escuela es muy importante.
Cuando se hacía todo aquello de las reflexiones sobre los valores que traes aprendidos. Sí, bueno, pero con una perspectiva también crítica, que a lo mejor lo que hemos traído no es lo mejor del mundo. Los dos lados son indispensables, a mi juicio: la familia y la escuela. Y una y otra han de criticarse mutuamente.
En ese sentido, claro, decíamos: “¿Qué valores son los más importantes?”. Pues yo creo que en este mundo seguimos, más o menos, con la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto mutuo… Si cada uno de ellos los desgranamos, creo que dan para muchísimo. Porque una sociedad que sea verdaderamente libre es una sociedad que se toma en serio que la libertad no es nada más la independencia con respecto a los demás y que nadie entre en mi terreno, etcétera. Eso es una forma de libertad. Pero hay más formas de libertad y, en muchas ocasiones, se confunde la libertad con hacer lo que quiero. Pues no es eso, sino que es, teniendo en cuenta a otros, tratar de participar activamente, la capacidad de hacer cosas juntos… Entonces, yo creo que la igualdad es un valor que no se practica prácticamente nada, desgraciadamente, pero es un valor fundamental. La solidaridad es indispensable para que la sociedad vaya adelante. Yo creo que hay un valor, que es el respeto activo, que es importantísimo para las diferencias, saber respetarlas y valorarlas dentro de todos los seres humanos. Entonces, me parece que no es difícil ponerse de acuerdo en esos valores, que creo que tú estarías de acuerdo.
Lo que pasa es que, así como en matemáticas o en otros saberes la gente intenta argumentar mucho, en el tema de la ética no se intenta argumentar, sino que al final: “Esto es bueno, esto es malo, esto se hace, esto no se hace”. Y claro, si uno no tiene argumentos detrás, si no tiene razones, si no tiene dónde apoyarlo, pues va actuando por ahí emocionalmente, intuitivamente. Y, realmente, actuar en ética solo emocionalmente es estar perdido.
Y que nos parece que nos molesta un poco lo extraño, lo diferente. Precisamente porque lo diferente intentamos ponerlo entre paréntesis, el que es de otro tipo, de otra clase social, de otro grupo. Hay una resistencia, incluso biológica, a estar cerca del que es un tanto diferente. Y eso es en todo este tipo de diferencias y ha hecho posible la misoginia, el racismo, el antisemitismo… Y todo ese tipo de fobias que conocemos. Entonces, es muy difícil estar dispuesto a reconocer que la otra persona, que tiene otra tendencia, que tiene otra religión, que tiene otra cultura, que tiene otra clase social, es exactamente igual que tú. Es una dificultad enorme. Y a llegar a eso que se ha llamado siempre la tolerancia, tolerar que el otro piense de una manera distinta. Pero a mí siempre me ha gustado decir que no solamente hay que tolerar, sino que hay que respetar activamente. En todos los países, por supuesto resulta difícil, eso es claro. Pero en España nos resulta muy difícil el aceptar al que es algo diferente y dar el paso de decir: “Voy a intentar aprender de esa persona. ¿Qué es lo que tiene su cultura que no tiene la mía? ¿Qué es lo que tiene su religión que no tiene la mía? ¿Qué es lo que tiene su tendencia…?”. Es muy difícil. Yo creo que es una de las grandes asignaturas pendientes que se encuentran en la escuela, se encuentran en la sociedad… Pero, claro, si no empezamos desde la escuela y la familia, va a ser muy difícil luego, creo que estamos de acuerdo. Porque el pluralismo es una riqueza.
Te planteo, Adela, ahora algo que trabajamos mucho en la escuela, y además les gusta a los chicos porque se plantean ante tesituras reales. Y es un dilema moral. Un barrio, una ciudad, donde resulta que vienen un grupo de inmigrantes que se ofrecen, claro, que quieren trabajar. Y resulta que uno de los aspectos que se ve es que optan a trabajos cobrando menos y aceptan cobrarlo por propia necesidad que otros, que los habitantes locales, ¿no? Y eso no lo ven bien los habitantes locales y de pronto, surgen personas que dicen: “Es que estos han venido para quitarnos el trabajo”. Y la pregunta es: ¿Qué tenemos ahí? ¿Dejamos que los pensamientos sean libres y las opiniones sean libres y es su opinión al respecto? ¿O realmente hay un límite ahí y vemos que puede estar alentando al odio? ¿Dónde nos situamos en la opinión de la gente del barrio?
Para empezar, es mentira, con lo cual, las mentiras hay que saber detectarlas y no hacerles caso. Hay que educar a los chicos para que detecten las mentiras y no se las crean, que no se crean lo primero que les cuenten por ahí. Eso para empezar. Pero después creo que, en un segundo lugar, hay una cosa muy importante. Y me ha pasado mucho porque he trabajado estas cosas con juristas, y ellos mismos son los primeros que dicen: “Es muy difícil encontrar criterios”. Y entonces les resulta muy bueno cuando llegamos otros y decimos: “Pero es que lo importante es educar éticamente para que nadie trate de dañar tanto a otros que su única preocupación sea cuándo llego al límite de lo que es delito”. Hay que ir con mucho cuidado que la gente se acostumbre a dañar a otros con mentiras, con ataques. Ese acostumbrarse a dañar a otro, a hacer daño a otro. Bueno, tenemos que poner un límite. El límite es cuando ya es delito. Entonces, no, porque entonces puedo ir a la cárcel o me puedo pasar… No, no. Hemos de educar en la escuela y en la familia para que no intentemos dañar a otros, para que no digamos mentiras, de tal manera que no se nos ocurra estar sencillamente midiendo hasta dónde puedo fastidiar a otro sin que sea delito.
Eso no es una sociedad que vive en paz. Entonces, yo creo que el problema de libertad de expresión y delitos de odio se resuelve con ética. Con una ética de la ciudadanía que no quiere dañar a otros, precisamente porque se da cuenta de que son dignos. Y en ese sentido, y por otro lado, pues en ocasiones se ha planteado el famoso discurso de que una cosa es la tolerancia y otra cosa es también tolerar a los intolerantes, que se dice siempre: “Bueno, ¿qué pasa…?”. La tolerancia, tolerar a los intolerantes… Yo antes hablaba del respeto activo. Pero siempre el respeto… Hay que distinguir dos cosas muy claramente. A las personas, a las personas hay que respetarlas siempre. A las personas. Otra cosa son sus opiniones. No todas las opiniones son respetables, ni muchísimo menos. Y recuerdo que, después de la época de Franco, que estábamos todos muy modosos, la gente decía cualquier tontería y se decía: “Esa es una opinión y, por lo tanto, muy respetable”. Pues no.
Porque, cuando vienen los turistas, sacamos en los periódicos con mucho entusiasmo: “Han venido 81 millones de turistas este año”. Y son extranjeros y no se dice con mal grado, sino que se dice contento, con felicidad, y ojalá vinieran más, a ver si el año que viene vienen más… Y además incluso hay un grado universitario que son las Ciencias de la Hospitalidad, en las que se prepara a los graduados para que atiendan a los turistas en los hoteles, en los restaurantes… Bueno, hospitalidad. Para los turistas o para los extranjeros que vienen con dinero. La cuestión es para esos otros extranjeros que no vienen con dinero, sino que vienen del otro lado del Estrecho, en nuestro caso. Y en Estados Unidos, pues se pone una valla para los mexicanos, pero también para los nicaragüenses, para los… Y, sin embargo, no para los jeques árabes.
Toda esta mezcla lleva a preguntarse, y en todos los países pasa, pero ¿realmente molestan los extranjeros o lo que molestan son los pobres, sean extranjeros o sean de la propia casa? Como a mí me parece que lo que molestan son los pobres y, además, eso es transversal, porque molestan las mujeres pobres y los varones pobres y molestan los… Todos ellos molestan cuando son pobres. Pues me pareció que es un fenómeno universal y que había que encontrarle un nombre porque, si no, existe y no nos damos cuenta y, sin embargo, tiene mucha influencia.
Pero, además de eso, tenemos ese mecanismo disociativo por el que ponemos entre paréntesis lo que nos molesta, lo que nos causa algún tipo de preocupación. Lo ponemos entre paréntesis porque hemos de sobrevivir, hemos de vivir bien. Y en ese sentido, los que son de otras razas, etcétera, pues los ponemos entre paréntesis. Pero luego hay un paso más, que a mí me parece muy importante, y es que los seres humanos somos lo que se llama animales “reciprocadores”, estamos dispuestos a dar con tal de recibir. Y, por eso, la raíz de nuestra sociedad es el contractualismo. Vivimos de: “Yo estoy dispuesto a cumplir mis deberes con tal de que el Estado proteja mis derechos. Yo estoy dispuesta a dar mis clases con tal de que después me paguen la nómina. Yo estoy dispuesto a…”. Es ese dar y recibir, y vivimos en la sociedad del intercambio, del contrato, del pacto. Pero ¿qué pasa con algunos que parece que no tienen nada interesante que dar?
Y, educativamente, ¿cómo podemos trabajar para que…?
Podemos cambiar.
Entonces, creo que es muy importante que el Ministerio de Educación y las consejerías de educación estén muy atentos y muy alerta y que hagan una tarea muy buena, que yo sé que después tiene que ser una gran cantidad de gestiones y negociaciones con absolutamente los profesores, los sindicatos, con todo el mundo. Ya sé que es así, soy consciente de ello y de que son excesivas asignaturas. Pero, con todo y con eso, creo que hay que saber seleccionar cuáles son las que, en la escuela, hay que dar, porque luego no lo van a tratar esto. Hay otras muchas cosas que aprenderán por ahí después, pero ¿cuáles son las fundamentales?
Yo creo que, si nos reuniéramos a hablar en serio, podríamos decidir cuáles son sin gran cantidad de… Si lo hiciéramos con seriedad. Yo creo que, efectivamente, estas tienen que estar, por una parte, porque la asignatura de Ética, lo estamos hablando todo el tiempo, pero es que es necesaria para la formación básica de los chicos en un momento en que podemos hablar con ellos, que están en un momento de cambio y puede ser decisivo para ellos. La Educación para la Ciudadanía fue una batalla, pero había una asignatura que era Ética, la Vida Moral y la Reflexión Ética, que era sencillamente hablar de qué pasa en las grandes propuestas de Derechos Humanos, de feminismo, de… Claro que tienen que hablarlo, y tenemos que hablarlo en la escuela en un momento determinado.
Y después, efectivamente, las humanidades son clave. Y tiene que ir mano a mano con las tecno-ciencias para que el progreso humano sea un progreso codo a codo. Y, por supuesto, la Filosofía tiene una gran tarea de desarrollo de la capacidad crítica, de la capacidad de argumentación. Por eso, yo creo que en la Filosofía hay que fijarse también muy bien en qué programas se ponen y qué… Porque no toda filosofía es la más interesante para una etapa formativa. Y yo veo que, en algunas comunidades autónomas, ponen, para los chicos de Historia de la Filosofía, algunos autores que no son la base formativa. Entonces, ahí hay que… No hay que ser llamativo y sensacionalista, sino realmente a los chicos darles las claves de unos filósofos que, si nos reuniéramos, inmediatamente veríamos cuáles son. Entonces, en ese sentido, no toda filosofía, sino una filosofía que de verdad enseñe a ser crítico, a ser respetuoso, a ser tolerante, a ser constructivo, a ser universalista. Yo creo que son esas tradiciones filosóficas las que hay que potenciar.
Entonces, en ese sentido, a mí siempre me ha parecido un ejemplo muy bonito, uno traído de Valencia, que es el Tribunal de las Aguas, que es un tribunal de institución secular. Y es muy interesante, porque allí se está tratando de la distribución, las quejas y los conflictos que hay de algo tan importante para el campo como es un bien común que es el agua. No hay registros de nada. Llega la persona que plantea su reclamación y, entonces, el síndico que lleva todos los asuntos lo único que dice a quienes hablan: “Calle usted, hable usted, calle usted, hable usted”. Exponen sus problemas y, al final, se da el fallo, que es también oral. Y las gentes se retiran, porque se entiende que la palabra dada ya es suficiente. Con lo cual, se ahorra una cantidad de gastos de transacción enorme. En un mundo en que funcionara la confianza, en que las gentes no mintieran, sino que dijeran la verdad, se ahorraría mucho dinero que podríamos emplear en sanidad, en educación, en cultura… Podríamos emplearlo en una enorme cantidad de cosas y ahorraríamos muchísimo. Por eso yo decía, en algún momento, la ética sirve para ahorrar. Ahorra costes, ahorra dinero, ahorra tiempo y, sobre todo, ahorra sufrimiento humano.
Y ahí está la bonita leyenda que contaba Platón del anillo de Giges, que es un anillo que se ponía el rey Giges. Cuando una persona se lo ponía, lo convertía en invisible. Entonces, en el diálogo que se está hablando, que creo que es el de Glaucón, le plantean a Sócrates el problema diciendo: “Si un hombre justo se pudiera poner el anillo, el anillo que te hace invisible, en el momento en que se hace invisible ese hombre, ya podrá matar, robar, etcétera. ¿No será que, cuando el justo se pone el anillo, puede ya hacer todas estas cosas y las hará?”. Y entonces, claro, la contestación de Sócrates es extraordinaria: “Si un hombre, cuando se pone un anillo que le hace invisible, mata, miente, etcétera, entonces no es el hombre justo”. Pero, claro, ahí hay una clave muy importante, y es la de que a veces la justicia se hace por miedo a perder la reputación. Y eso creo que, en el momento en que uno se queda solo, el miedo a perder la reputación es clave. Hasta el punto de que se han hecho, como sabes, una gran cantidad de estudios en los que se ve que las personas, cuando se nos está viendo, actuamos mejor. Incluso cuando se han puesto unos ojitos que son falsos. Cuando se nos ve, actuamos mejor. Cuando nadie nos ve, actuamos mucho peor y somos mucho menos amables.
El que coopera está intercambiando con otros, pero hay algunos que da la sensación de que no pueden entrar en el juego de la cooperación porque no pueden aportar nada. Entonces, parece que quedan fuera y que son los excluidos. Y yo creo que, por una parte, hay que superar la cooperación en la compasión. Creo que la gran virtud de las personas y de las instituciones debería ser la compasión. La compasión consiste no solo en ponerse en el lugar del otro, en su sufrimiento, sino en comprometerse para salir del sufrimiento.
Creo que hay que educar en la compasión y que, mientras no lo hagamos, no vamos a tener sociedades verdaderamente democráticas y pluralistas. Y creo que hay que educar también para que la compasión pase a la vida política y a la vida pública, que no se quede nada más en los terrenos privados y en los terrenos cerrados. Ese tercer grado sería educar ese vínculo compasivo que debería unirnos a todos los seres humanos, porque somos humanos y nada de lo humano nos debe parecer ajeno. Sufrir con los que sufren está muy bien, pero comprometerse a salir de su sufrimiento ya no lo hacen muchos. Y eso yo creo que es el futuro de la educación para el siglo XXI.