“Algún día todos seremos palabras”
Victoria Siedlecki
“Algún día todos seremos palabras”
Victoria Siedlecki
Actriz y cuentacuentos
Creando oportunidades
Cuentacuentos, el arte de contar historias
Victoria Siedlecki Actriz y cuentacuentos
Cómo superar el miedo escénico
Victoria Siedlecki Actriz y cuentacuentos
Victoria Siedlecki
La protagonista de esta historia es una niña tímida y con voz quebrada que, como queriendo abrazar su antípoda, pasó la infancia soñándose artista. Los cuentos nocturnos, el amor por las palabras y el apoyo familiar trazaron el camino. Así, Victoria Siedlecki encontró su lugar en la narración oral escénica. “Ahí tenía la libertad de elegir lo que decía, de decidir cómo y dónde lo hacía, y podía reproducir cada día esa felicidad que sentía cuando por las noches nuestra madre o nuestro padre nos contaban una historia”, reconoce la cuentacuentos.
Esta artista multidisciplinar se formó en ballet, interpretación y canto en la Escuela de Teatro Musical de Julio Bocca, en Argentina. Y desde hace más de dos décadas reside en España, a donde llegó para ampliar sus estudios de baile y flamenco. Las historias que habitan en Victoria Siedlecki se revelaron primero a través del cuerpo, de la danza, para más tarde configurarse y fortalecerse en la narración oral. “Tengo el cuerpo todo lleno de palabras”, recita con emoción la actriz.
Transcripción
Estuve todos esos años de escuela mirando por la ventana, escribiendo poemas sobre el pupitre, soñando ser artista. Yo quería bailar, quería interpretar, quería cantar. Yo había sido una niña muy tímida, a la que se le rompía la voz cada dos por tres. Una niña que iba a una celebración de cumpleaños y volvía ronca. Tenía disfonías constantes y además mucha, mucha timidez. Sin embargo, quería ser artista. Y cuando les dije a mis padres estas intenciones que su hija mayor tenía, mis padres me dijeron que si estaba convencida, que era un camino complejo, de muchísima inestabilidad, que era difícil llegar a dedicarse íntegramente a una disciplina artística. Y después de un buen rato de intentar convencerme con un montón de argumentos y ver que no era posible, entonces se miraron, sonrieron y con una ternura infinita me dijeron: “Hija, se ve que estás muy comprometida con tu causa, así que te vamos a apoyar. Pero eso sí, hacelo con los mejores, fórmate y además sé la mejor”. Y yo pensé: “Bueno, voy a intentar formarme con los mejores, con las mejores, pero ser la mejor, eso es un montón. Hay muchísima gente con mucho más talento que yo y con mucha más capacidad de trabajo que yo”. Entonces volvieron a mirarse y me dijeron: “No, no, no entendiste. Sé la mejor que vos puedas ser. Tu mejor versión”.
“Ah, bueno, eso sí lo puedo intentar”. Y otra vez me dijeron: “Entonces te vamos a apoyar siempre”. Y cumplieron. Y cumplieron tanto que, durante muchísimo tiempo, cuando había estreno de nuevo espectáculo, se ponían en la primera fila y yo les tenía que decir: “Papá, mamá, por favor, ustedes a la última fila. Se ponen en la primera y vuelvo a tener seis años y soy una niña tímida a la que se le quiebra la voz, por favor”. Y ellos me hacían caso. Y ya después empezaron a irse solitos a las últimas filas. Hasta que un día les dije: “¿Saben qué? Ya estoy preparada, pueden venir a la primera fila”. Mi familia y yo llegamos desde Buenos Aires a Madrid pensando que nos íbamos a quedar por dos años y esos dos años se transformaron en la vida entera. Llevamos acá veinte años. Y cambiar así de país te da muchísimas posibilidades. Por supuesto, provoca en muchos momentos desazón, dolor y es difícil, pero también abre muchísimos caminos y entendés que podés tomar decisiones que no se te habían ocurrido antes y que esas decisiones pueden ser fundamentales. Y entonces, en Madrid, yo descubrí que tenía nódulos en las cuerdas vocales y entendí por qué tenía una garganta tan frágil. Y comprendí profundamente que quería poner esa garganta frágil, esa voz quebrada al servicio de las historias. Descubrí que lo mío era la comunicación.
Y entonces recordé cuando todavía vivíamos en Buenos Aires, una noche en la que mamá y papá llegaron a casa diciendo que habían visto un espectáculo de una gran narradora argentina que se llama Ana María Bovo y estaban como locos con ella. Y me dijeron: “Vimos algo que sería perfecto para vos, hija”. Y comprendí que sí, que en la narración oral escénica podía encontrar todo lo que estaba buscando. Tenía la libertad de elegir lo que decía. Tenía la libertad de elegir lo que decía, tenía la libertad de decidir cómo y dónde lo hacía. Y además podía echarme una mochila a la espalda y contar en una esquina, irme a otro país, ir a un hospital, contar en un teatro. Podía reproducir cada día esa felicidad que sentía cuando por las noches nuestra madre o nuestro padre nos contaban una historia. Y entonces empezó este camino, al que se sumó mi hermano Javier, e iniciamos el proyecto “Yo te cuento Storytelling” y empezamos a generar espectáculos de narración oral para público infantil y para adultos, y empezamos a dar talleres de iniciación a la narración oral, que eran de fin de semana, pero la gente quería continuar, y entonces iniciamos los talleres de tres meses, pero la gente quería continuar, y entonces empezamos a dar talleres regulares, y querían continuar otro año más. Porque esto pasa con las historias contadas que descubrís que sos una persona llena de palabras, que sos una persona habitada por otras personas. Las historias te envenenan.
Y bueno, tuvimos que actuar en consecuencia, y buscamos a gente maravillosa para sumar a nuestro equipo y fundamos en Madrid, en estos días, hace diez años, La Escuela de Cuentacuentos. En la Escuela de Cuentacuentos se han formado, a día de hoy, más de 2000 narradoras y narradores. Y mientras tanto, uno de los espectáculos para público adulto que se llama “Relatos Eróticos”, empezó a crecer y crecer de teatro en teatro y estuvo en cartel 8 años. Una cosa que no había pasado antes, con un espectáculo de narración oral, y lo vieron más de 50000 personas. Y con todo esto vimos que podíamos también ayudar a organizaciones y empresas a comunicar mejor con todas estas herramientas que tenían que ver con la narración oral. Todo esto que sucedió significó un antes y un después en mi vida. Había pensado hasta ese momento que tal vez yo iba a ser una de esas artistas que soñara siempre con ser artista, pero que no iba a poder dedicarme exclusivamente a eso nunca. Me lamenté muchas veces por no tener un plan B y de pronto sucedió todo esto. Y entonces entendí que aquella niña tímida, con la voz quebrada, definitivamente había encontrado su camino. Y confirmé lo que nuestros padres nos habían dicho tantas veces: que el trabajo es una parte tan importante de nuestras vidas. Son muchas horas al día que, si tenemos la posibilidad, deberíamos dedicarnos a algo que nos gusta mucho. Y que también, si es posible, es mejor no renunciar a los sueños que amamos, porque con trabajo, con compromiso y, por supuesto, con algo de suerte, todo es posible. Y acá estoy, frente a ustedes. ¿Y qué le voy a contar? Mi verdad, que es lo que tengo. Eso les voy a contar. Como dice el maestro: “Del derecho y del revés, una sólo es lo que es y anda siempre con lo puesto”. Así que espero que la charla que hoy vamos a tener os sea de inspiración y que salgan de acá queriendo contar muchísimas, muchísimas historias
Estamos contando porque tenemos a personas que nos están escuchando, y esas personas, en su silencio, nos hablan con sus gestos, con sus sonrisas, con sus suspiros, con sus ceños fruncidos, a veces también. Y una manera básica de escuchar a nuestro público es mirarlo a los ojos, pero mirarlo en serio. Acá no valen atajos del tipo: “Voy a mirar al entrecejo porque no me atrevo a mirar a los ojos. Miro la punta de la nariz”. No, en absoluto. Una se da cuenta cuando no te están mirando a los ojos, ¿cierto? Pues hay que mirar a los ojos. Generamos un nivel de intimidad tan potente, tan mágico cuando miramos a otra persona a los ojos. La mirada es amorosa, es abarcadora, abraza. La mirada de los ojos está diciendo a cada persona que nos está escuchando: “Qué bueno que estás acá. Gracias por haber venido. Esto que estoy contando lo cuento para ti”. Y también, como de toda la vida han hecho nuestros profesores y profesoras: “Te estoy viendo”. Por si hay alguien un poco rebelde que sepa que también es una situación de mucho poder. Si conocemos profundamente la historia, vamos a saber de verdad de qué estamos hablando, vamos a tener más libertad y también poner el foco en los personajes. Los personajes son fundamentales para generar en quien escucha la historia empatía hacia la historia al completo. Las historias en general tratan de los grandes temas, de la huida, de la partida, del amor, del desamor, de las penas, de las alegrías, de lo que nos une como como seres humanos. Entonces, identificar de qué habla la historia que hemos elegido y compartirla mirando a los ojos, escuchando y poniéndole el cuerpo y el gesto a esos personajes que la van a hacer vivir. Tener en cuenta que tengamos en el público a personas adultas o a niños y a niñas, siempre estamos contando para esos corazones infantiles que todavía viven en todos nosotros. Decía Paul Auster que nos hacemos mayores, más serios, más responsables, en el mejor de los casos maduramos un poco, pero en el fondo seguimos siendo como cuando éramos niños y niñas, criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten una historia y la siguiente y otra más.
“Aprender a contar historias nos va a ayudar a comunicarnos mejor”
Y gracias a tener esta conciencia nos entregamos con más fuerza. Y esto hace que el ego se serene un poco, porque también comprendemos que lo más importante es el cuento. O lo que vamos a comunicar. Y entonces eso es un refugio, porque si lo más importante es el cuento, yo no importo tantísimo. No importa tanto que se me líe una palabra o que me olvide de alguna cosa. No es tan importante. Lo que importa es la historia y es importante la historia porque es el lugar en el que el público y quien cuenta se van a encontrar. Es un lugar sagrado y hermoso. Y entonces empiezo a liberarme. A mí me han servido algunas cosas. No he llegado nunca a tener pánico escénico, pero lo he visto muy cerca algunas veces y he sufrido, como todas y como todos, el miedo a estar en escena y esos nervios terribles. Nervios que con el tiempo se van convirtiendo en algo que tiene que ver con un pellizco, con una adrenalina que es muy buena para subir a un escenario o para ponerte en el foco de atención en un lugar que se vuelve escénico, ¿no? Me ha servido mucho, por ejemplo, desdoblarme, es decir, antes de empezar, a hablar conmigo. En más de un teatro, se han espantado y se han preocupado mucho por mi salud al escucharme hablar conmigo en estos términos:
“Victoria, déjame en paz. Hoy voy a disfrutar”. Porque esto es lo que nos hace el ego, que nos impide disfrutar y lo mejor que podemos hacer para que lo que estamos contando llegue, es disfrutar, es pasarlo bien. Y entonces quien nos escucha va a disfrutarlo, va a pasar bien, va a sentir placer con cada palabra. No importa que no sea perfecta. Y, además, terminamos con la fantasía de querer controlarlo todo, que es absolutamente imposible. También me ha ayudado no pensar al público, si la audiencia es numerosa, como un monstruo terrible, con mil cabezas que me va a comer y que solo ha venido a criticarme y a ver cómo me salen mal las cosas, sino pensar que son un montón de gente. Una, más una, más una, más una, muy parecidas, muy parecidos a mí, porque es que somos muy parecidos. Tenemos miedos, alegrías, sueños que hemos alcanzado, sueños que no hemos alcanzado, gente a la que queremos, gente que nos quiere. La diferencia es que un día yo estoy acá y ustedes ahí, y otro día al revés. Y esto me ha servido mucho. No he utilizado nunca la técnica de ver desnudo al público y esas cosas. No he llegado a esos puntos, pero sí a pensar que en realidad estamos en lo mismo y que además estamos contando, el público con su escucha y quien cuenta con su palabra. Hay dos situaciones que nos provocan mucho miedo. Quedarnos en blanco y perder el hilo. Pero hay que reflexionar sobre estas dos situaciones, porque a veces hay un poco de confusión. Quedarnos en blanco, esta sensación de que no hay una sola letra en nuestro cerebro, de que no hay nada que podamos hacer. Nos va a pasar muy pocas veces en la vida.
Poquísimas. Nos va a pasar, ¿eh? Más tarde o más temprano. Y en algunas épocas de la vida, con más razón, nos va a pasar. Sólo hay que esperar. Si hemos preparado nuestro cuento lo suficiente, más tarde o más temprano, las palabras vuelven, porque las palabras son muy generosas y además estamos llenas, estamos llenos de palabras, así que solo esperamos y las palabras vienen a rescatarnos. No se sabe de nadie que siga sobre un escenario tres años después, esperando recordar qué es lo que había venido a decir. Respiramos. Mantenemos un silencio. Y las palabras vuelven. Y después la gente se va del teatro diciendo: “Qué maravilla, cómo sostenía los silencios”. Y no, era que te habías quedado en blanco varias veces, pero nadie se enteró. Lo que sí nos va a pasar muchísimo, pero muchísimo, es perder el hilo, es no saber muy bien por dónde íbamos. Esto tiene una solución mucho más fácil porque tenemos todavía palabras al alcance. Entonces, si tenemos clara la estructura de nuestro cuento, vamos a poder solucionar esto. Y a veces nos vamos a dar cuenta de que lo que nos hemos olvidado de decir no importa tanto, o que sí importa, tengo que decirlo en algún momento, y vamos a saber encontrar el momento en el cual decir lo que habíamos olvidado. Vamos a poder sostener silencios que son más cortos que cuando nos quedamos en blanco. Y, además, esos momentos nos van a dar la posibilidad de estar creativos y creativas de cosas que nunca se nos habían ocurrido antes para esta historia, y, de golpe, vienen a rescatarnos.
Entonces es la posibilidad de que el cuento esté vivo y vibrante y poder sumarle escenas, quitarle escenas, darnos cuenta de que había cosas que no hacían falta y cosas que no estaba contando y que eran fundamentales. Y eso es maravilloso. Es muy divertido y es una adrenalina que ayuda estar aquí y ahora. Hay una investigadora, que se define a ella misma como científica y cuentacuentos, que se llama Brené Brown. Maravillosa. Ella se ha dedicado a estudiar la vulnerabilidad y dice que una de las posibles definiciones de vulnerabilidad es incertidumbre, riesgo, exposición emocional. Y dice Brené Brown que estos son tres aspectos de lo que podríamos llamar heroicidad, es decir, que cuando nos ponemos delante de un público, o de una audiencia pequeñita, o decidimos en casa contar un cuento, estamos también decidiendo ser vulnerables y que esto nos hace crecer. Hace muchos años, en La Escuela de Cuentacuentos, llegado el final de curso en junio, el momento de nuestro festival, una alumna que se llama Teresa, no doy el apellido porque le prometí no contar mucho la historia y la cuento, pero ella me lo perdona. Había tenido un accidente laboral. Había tenido que usar un corsé durante muchos meses y por fin había vuelto a clase. Empezamos a preparar el cuento que iba a presentar en el festival a final de curso. Tenía el cuerpo con una fragilidad y con un miedo tan tremendo.
Fuimos muy poco a poco, tratándola con muchísimo cuidado, hasta que volvió a aparecer el cuerpo de Teresa que conocíamos. Y Teresa abrazó el cuento que estaba trabajando y empezó a contarlo con tanta convicción, con tanta pasión. Pero entonces, llegó el día del festival. Teresa empezó a contar su cuento ante unas 100 personas. Y todo iba bien, hasta que de pronto, empezó como a trastabillarse. Y de golpe me distraje un instante, solo un instante, para mirar hacia el costado y cuando volví a mirar, el escenario estaba vacío. Y Teresa estaba acá. Mirándome. “Me he bajado», me dijo. Yo le dije: “Ya te veo”. “¿Qué hago?” Y en ese “¿qué hago?”, yo entendí que esta persona, que tenía edad para ser mi madre, y que de pronto era una niña frágil que me pedía ayuda, lo que me estaba diciendo era: “Si tú me dices que puedo, yo vuelvo”. Y yo, por supuesto, le dije que volviera, de hecho, le di una palmada en el culete, le dije: “Arriba tu suelo pélvico y andá a terminar lo que iniciaste”. Volvió a subir al escenario, ovación del público, y Teresa terminó el cuento. La gente que estaba allí esa noche no recuerda cuando Teresa se bajó. Recuerda que por alguna razón Teresa volvió a subir al escenario y terminó su hermosísimo cuento. A partir de ahí, cada vez que Teresa tenía que contar, Teresa hacía una intro que era la siguiente: “Querido público, me llamo Teresa. Como aquella Teresa mítica y mística que tanto hemos estudiado y a veces me sucede que estoy contando y tengo revelaciones y me quedo un poco en el más allá. Si ustedes vieran que esto me sucede, denme tiempo o llámenme, que yo enseguida vuelvo”. Por supuesto, nunca más le volvió a pasar. Blanquearlo, compartirlo también exorciza todos nuestros miedos y nuestros grandes fantasmas. En resumen, nos aferramos a la historia que hemos elegido, a quienes nos están escuchando, al trabajo que hemos hecho previamente. Y que el hecho de ponernos a contar un cuento para otras personas nos hace estar vulnerables, y por eso, ser valientes.
“Las historias nos acercan, rompen fronteras, sanan”
Y nos contaban historias maravillosas y terribles y conmovedoras, y volvían a llamar a la semana siguiente y se iba construyendo un vínculo. Tanto, que cuando terminó el confinamiento, seguimos un tiempo porque ya no sabíamos vivir sin nuestros cuentos por teléfono. Y hubo gente que nos llamó para pedirnos que por favor llamáramos a alguien que las había ayudado en esta terrible situación, porque querían hacerle un regalo, querían hacerle un mimo y pensaban que un cuento era la mejor opción. Esta experiencia fue tan inspiradora, tan conmovedora para nosotros. Fue tan sanadora que siempre estamos pensando que hay que repetirla. Y además hizo que nuestra comunidad, esta comunidad de la escuela en la que nos sentimos absolutamente familia, porque esto también pasa con las historias que nos encuentran de una manera muy profunda. Pues esta familia se consolidó todavía con más fuerza en ese tiempo en el que no nos estábamos viendo y no nos podíamos tocar. Y así seguimos mucho, mucho tiempo. Y, sin embargo, estábamos más cerca gracias a las historias. Todas estas herramientas, como saben, también se pueden utilizar en el ámbito laboral. Nosotros trabajamos mucho con organizaciones y con empresas. Ayudamos a que lo que tengan estas organizaciones para transmitir tenga más alma, tenga un contenido emocional que llegue, que convenza, que aprendan cómo comunicar mejor y cómo comunicarse mejor.
Cuando leemos datos, por ejemplo, la cantidad de niños y niñas que esperan en África ser vacunados contra la malaria, se activan en nuestro cerebro dos zonas: la de la comprensión y la del lenguaje. Cuando esto mismo nos lo cuentan, por ejemplo, nos dicen exactamente cómo se llama este niño que espera la vacuna. Este niño que vive con su familia, con sus seis hermanos y su madre en una pequeña aldea. Este niño de seis años que lo que más ama hacer es jugar al fútbol. Entonces se activan muchas más áreas y, de pronto, nosotras también tenemos seis años y corremos hacia el baobab para encontrarnos con nuestros amigos. Por eso, cuando vemos una película nos estremecemos en el sillón. O tenemos miedo cuando el protagonista de la historia tiene miedo, porque vivimos la experiencia como cierta. Cuando nos cuentan, estamos viviendo lo que los protagonistas, los personajes de la historia, viven. Porque llegamos a empatizar tan profundamente que es como si todo eso nos estuviera sucediendo a nosotras y a nosotros. Podemos, sin duda, utilizar todas estas herramientas. De hecho, las utilizamos cotidianamente, porque todo esto tiene que ver, fundamentalmente, con las emociones. Decía la poeta Maya Angelou que la gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero jamás olvidará lo que les hiciste sentir.
Esto es pura acción. Esto demanda de mí mucha intensidad. Esto, algunos silencios. Y a veces, como saben, los silencios nos van a auxiliar para volver a rescatar las palabras que necesitamos. Así que es bueno que haya silencios también para que después no se note demasiado cuando tenemos una inspiración. Es importante que los silencios tengan sentido siempre, y los silencios son elocuentes. En los silencios aprovechamos para mirar más profundamente y para escuchar a nuestro público y ver lo que está pasando. Me gustaría aprovechar esto de los silencios para hablar de un elemento importantísimo que parece muy silencioso, pero no lo es. ¿Qué es? ¡Tarán! Nuestro cuerpo, que en su aparente silencio, es absolutamente elocuente. Entonces me gustaría hablarles un poquito de lenguaje no verbal. ¿Les parece bien? Genial. Para esto, antes, les voy a pedir que se pongan de pie. Ah, fenomenal. Y que se queden tal cual están. Que no muevan nada, nada, nada. Muy bien. Tenemos algunas posturas de manos adelante, manos en las caderas, seguramente alguna mano en el bolsillo, algunas piernas muy juntas porque nos caemos. Lo normal, lo que hacemos todos y todas, siempre. Ahora les voy a proponer buscar una postura más abierta, más neutra, para partir desde ahí. Entonces vamos a poner los pies a la altura de la cadera. Muy bien.
Cuidado que nadie tiene una cadera tan pequeñita, tan pequeñita, que puede tener juntos los pies, ni tan grande, tan grande que pasaría un tren por ahí, ¿vale? Perfecto. Muy bien, los brazos a los lados del cuerpo, relajados. Pecho relajado. La mirada a la altura de los ojos, es decir, no miro ni desde acá ni desde ahí, como pidiendo permiso. Y ahora respiro, una cosa muy importante para seguir viviendo. Sería muy interesante que no dejaran de respirar. Muchas gracias. Seguramente hay quien en esta postura, en este momento, se esté sintiendo Robocop, o hay quien diga: “Ay, no, a mí me encanta”. Bueno, vamos a quedarnos con esta sensación. ¿Por qué les propongo esta postura? Porque estamos a lo que venga, y a lo que venga es a escuchar la historia que vamos a contar y que sea la historia la que nos mueve el cuerpo. Lo que vamos a intentar evitar siempre es que sean los nervios quienes nos muevan, sino que el cuento se manifieste a través de nuestro cuerpo. Ahora les voy a pedir que se vuelvan a sentar, liberadas, liberado queda, por un ratito nada más. Les voy a hablar muy brevemente de cositas que deberíamos evitar para no limitar nuestras posibilidades corporales y expresivas. Podemos hacer de todo. Solo me voy a centrar ahora en lo que conviene no instalarse. Y se los digo porque si no puede parecer que “ay, no se puede hacer nada”. No, son tres o cuatro cosas en las que nos tenemos que fijar, nada más. Entonces vamos a intentar partir de esta postura neutra y desde ahí ver qué construimos. Habrá quien mueva más los brazos, las manos, habrá quien menos.
Por supuesto, podemos contar de pie, moviéndonos, sentadas en una banqueta, en una silla, en el suelo, con las criaturas en clase o en casa. Tenemos que evitar ciertos movimientos que pueden ser repetitivos y que, como les decía, nos van a limitar o van a expresar cosas que juegan en contra del relato y de la comunicación que estamos intentando establecer. Entonces, por ejemplo, este tipo de movimiento, el “Voy. No, mejor no voy, voy, no voy”. Este otro movimiento. ¿Les suena? Si se fijan, al fin es lo mismo. Nos estamos acunando y ya hay muchos estudios que confirman que cuando tenemos miedo, como ya no somos bebitos y nadie, lamentablemente, nos acuna, entonces nos acunamos nosotras mismas para perder los nervios. Sabiéndolo es más fácil decir: “Vale, no hace falta que me acune. Me voy a plantar y voy a confiar en mi trabajo previo y en lo que he venido a decir”. También vamos a evitar los pasitos locos hacia ninguna parte. No hace falta para llenar el espacio, para tener presencia escénica caminar por todo el escenario, ida y vuelta, ida y vuelta. Si les ayuda a pensar mejor, bueno, pueden caminar un poquito, pero que no sea una cosa automatizada, sino que sea realmente porque en este momento la necesito. Por eso es mejor plantarse. Y si soy de piecitos inquietos, entonces imagino unas raíces poderosas que me arraigan al centro de la tierra.
Pero son las raíces, no de un árbol milenario que permanece inmóvil, sino las de un junco que está arraigado, pero por acá puede pasar de todo. “¿Qué hago con las manos?”, me preguntan siempre. Bueno, cosas no muy diferentes a las que hacemos cotidianamente. Pero sí podemos evitar ciertas posturas. Por ejemplo, la primera, podemos estar conversando cotidianamente, escuchando, teniendo frío y estar así. Pero cuando el espacio en el que nos vamos a poner a contar se vuelve de alguna manera escénico, si tenemos esta postura, ya nada más va a surgir de nuestros cuerpos. Y, además, de alguna manera estamos poniendo como un murito entre nosotros y quiénes nos están escuchando. Lo mismo con las manos entrelazadas adelante, las manos entrelazadas detrás, los brazos en jarra que nos recuerda mucho a papi, mami, profe que está a punto de echarnos la bronca. Y esto que les mostraba antes tiene que ver con agarrarnos a algo. Nos da miedo y nos queremos agarrar de algo y nos agarramos las manos, nos agarramos. Bueno, vamos a aferrarnos a lo que hemos venido a contar, a confiar en todo lo que tenemos para dar y en nuestro relato. A mí me pasa dando clases, esto. Muchas veces. No sé de quienes son profes, si les pasa. Bueno, no pasa nada. Si sé verlo y lo deshago para poder seguir expresando cosas. Y hay algo que es muy pero muy importante, que ya hemos hablado, que tiene que ver con la mirada, que también nos va a dar serenidad y estar en el cuerpo entero.
Y si el cuerpo está escuchando el cuento, el cuento me va a movilizar y entonces va a llegar más directamente, más profundamente, sin ruido, sin incordio, sin cosas que me estén distrayendo. Y me gustaría que probáramos todas estas cositas que les he dicho con dos momentos del cuento en los que no tenemos mucha posibilidad de improvisar, como si tenemos a lo largo de la historia, en la que sí podemos ir jugando y estando flexibles y probando cosas, son el principio y el final. Yo siempre me imagino que es como el despegue y el aterrizaje de un avión. Son los momentos más delicados. Evidentemente, si pasa algo en el principio o en el final de un cuento, nadie va a morir, pero quizás se desluce un poco el mensaje que hemos venido a transmitir. Entonces, nos vamos a volver a poner de pie. Vamos a recordar algún principio de cuento clásico, por ejemplo, el “Érase una vez, hace mucho tiempo”. Y lo vamos a decir. A coro. A ver cómo nos sale, o en canon, ya veremos lo que pasa. Y vamos a intentar decirlo con todo el cuerpo, aunque después podamos ser narradoras que cuentan sentadas, moviéndose muy pero muy poquito. No importa. Vamos a jugar a esto para saber que tenemos la posibilidad y que después haremos con eso lo que nos venga mejor y lo que le venga mejor al cuento, porque habrá cuentos que nos pidan estabilidad, otros, movimiento y otros, sentarnos. ¿Bien? ¿Preparadas? Yo voy a decir a la una, a las dos y a las tres. Vamos a imaginar que miramos porque lo primero que tenemos que hacer es plantarnos frente a nuestra audiencia, mirar. Y después cuento. ¿Bien?
A la una, a las dos y a las tres.
Los tiempos de la escucha son distintos a los tiempos de la lectura y si hay algo que no entendimos, no podemos levantar la mano y preguntarle a la narradora: “Por favor, hace dos o tres frases hubo algo que no se entendió. ¿Podés contármelo?”. Entonces tenemos que facilitarle esos momentos al público, acercárselos y que puedan comprender y seguir con facilidad lo que estamos contando. Cuando se trata de elegir una primera historia, creo que lo mejor es elegir una historia en tercera persona que esté cerca de lo coloquial. Muchas veces es bueno empezar por historias tradicionales, por historias que vienen puramente de la de la oralidad y en general, que no duren demasiado. Las primeras historias, después podemos contar historias que duran horas si queremos, pero al principio hay que sostenerlo y quizás con cinco minutos de cuento ya tenemos suficiente. Y por sobre todas las cosas, el cuento nos tiene que haber gustado. Mínimo nos tiene que haber gustado. Si es posible, tenemos que estar locamente enamoradas y enamorados de este relato. Muchas veces pienso que la relación con el cuento es muy parecida a una relación amorosa. Pasa todo lo que pasa en una relación amorosa, esos primeros tiempos de pura pasión. Después la cosa se estabiliza. Tenés un conocimiento más profundo de la historia. Si este cuento que nos gusta, no nos gusta tantísimo, no nos enamoramos. No va a ser… No es mi alma gemela, pero me sirve para irme a pasar un lindo fin de semana al campo. Entonces sirve. Lo que no podemos es comprometernos a nada con un cuento que nos dé igual. Como ya hemos dicho, La emoción es todo y hay que elegir los cuentos desde ese lugar apasionado. “Este cuento me encantó y te lo comparto porque sé que te va a encantar también y que lo vas a disfrutar”.
“Contar cuentos a los niños, fomenta la lectura y les da muchísimas herramientas para la vida”
Dibujar la historia nos va a ayudar a organizarla, a reflexionar sobre ella, a ponernos creativos, a solucionar problemas, porque hay cosas muy difíciles de dibujar y esas cosas no se te olvidan más. Los dibujos pueden ser más o menos completos según la complejidad de la historia y esto es la previa a contar sin ningún apoyo. Primero tengo el cuento que pude haber adaptado, porque quienes narramos adaptamos mucho nuestras historias para acercarlas a nuestra impronta personal. Después la dibujo y después, me lanzo a ver si con el recuerdo de esas imágenes puedo contarla. Llevarse el cuento a la cama tiene que ver con lo mismo. Es a la cama, al sofá, al asiento del autobús. Cerrar los ojos e imaginar que frente a esos ojos que hemos cerrado se enciende la pantalla de un cine. Y es que hemos ido a ver la película del cuento que estamos trabajando. Y entonces dejamos que aparezcan ahí cosas que ya sabíamos y cosas absolutamente inesperadas, de pronto, el personaje principal tiene un vozarrón. No sabíamos que hablaba así. O, de pronto, lleva un sombrero muy cómico que me encanta y se lo voy a contar después al público. Quizás aparecen cosas que no nos van a servir porque son demasiado delirantes, pero está bien haber hecho este recorrido, que tiene que ver con las imágenes, que tiene que ver también con la sensorialidad. A qué huele el cuento. Quizás no se dice exactamente, pero sí el protagonista pasa frente a una panadería y son las siete de la mañana y todavía están horneando pan, ¿cierto?
También podemos decir cuáles son los sonidos que acompañan al cuento. No solo lo que está sucediendo, sino si la escena sucede junto a un colegio y los niños acaban de salir al patio, hay dos personajes hablando y de fondo podríamos escuchar las voces de los niños y las niñas jugando en el patio. Todo esto que tiene que ver con la sensorialidad, con verlo, con olerlo, con oírlo, va a ser que tengamos mayor conciencia de esta historia, que lo hayamos vivido como propio, que lo hayamos visto. Y entonces, cuando lo contamos, lo estamos viendo porque lo hemos dibujado, porque hemos ido al cine a ver la película de nuestra historia y quienes nos están escuchando van a tener muchas más posibilidades de verlo. Y, por último, podemos hacer dos columnas. De un lado, el esqueleto del cuento, frases cortas o palabras que nos guíen de principio a fin. Del otro lado, algo que es para más adelante, para el momento de poner en escena esta historia. Por ejemplo, el cuento es “La Bella Durmiente” y recuerdo que la abuela recitaba un poema que hablaba de un palacio precioso que tenía siete almenas. “Ay, voy a recitar…”, en el momento en el que en el cuento se describe el palacio, “Voy a recitar aquel poema que recitaba la abuela”. Y entonces el cuento de “La Bella Durmiente” se vuelve único porque yo lo estoy contando. O voy a aprovechar el momento en el que aparecen las hadas para hacer aparecer un hada pequeñita que represente a todas las demás. Pero esto es para más adelante. Mientras tanto, tengo el esqueleto. Entonces lo he dibujado, tengo el esqueleto, me lo he llevado a la cama.
Son las previas para lanzarme a contar la historia con mis propias palabras. Por supuesto, tengo que haber identificado la estructura del cuento principio, nudo, desenlace, saber cuál es el recorrido, saber cuáles son los elementos que no pueden faltar, porque si no me quedo sin historia. Saber que hay algunos elementos que sí faltan. No pasa nada. Puedo decidir hoy no contarlos y mañana los cuento porque me apetece. Y hay otros que los puedo transformar a mi medida para hacer que la historia sea única e irrepetible. A falta de tener cómo llamar a esta memoria que es diferente, en la escuela le hemos puesto “la memoria holística”, que es la memoria de las palabras, pero también de la música de las palabras, la memoria de los aromas, de los sonidos, de los detalles y, sobre todo, la memoria de lo que la historia nos ha hecho sentir. De las emociones.
Y estuvimos trabajando esto del temblor de manos. No podíamos quitar absolutamente ese temblor. Era muy difícil en el momento de su proceso de aprendizaje y desarrollo, pero si podíamos enseñarle a gestionarlo y que esto del temblor de manos saliera en determinados momentos. Entonces seguimos trabajando este cuento y resulta que había un momento en el que Helena contaba que se había quedado un terreno baldío entre dos edificios y que en ese terreno habían hecho un hueco, un pozo que era tan hondo, tan hondo, tan hondo, que llegaba hasta el núcleo mismo de la tierra. Y cuando lo decía, Helena lo representaba con sus manos temblorosas, de tal manera que veías exactamente ese hueco, veías el núcleo de la tierra. Le ponía una intensidad tan grande a este momento, que todos estábamos de acuerdo en que nadie más que ella podía contar este momento del cuento de esa manera que te dejaba sin palabras y sin aliento. Y para ella era absolutamente liberador, porque ya había dejado salir todo su temblor y ya no tenía que prestarle más atención a su temblor de manos. Este es el ejemplo de cómo una debilidad puede hacer de la persona que tiene esta debilidad. Y todos tenemos debilidades, pues esas debilidades pueden hacernos narradores, narradoras irrepetibles. Esas debilidades pueden ser un don. Y ahora les voy a proponer una dinámica que hacemos mucho en la escuela, incluso en los cursos online y que tiene que ver, por supuesto con la sensorialidad y con esta posibilidad que tenemos de contar historias, porque tenemos muchas experiencias que podríamos compartir.
Ya no solo encontrar historias fuera, sino dentro de nuestra experiencia vital. Esto es lo que en la escuela llamamos “anecdotario personal”. Entonces, os voy a pedir que cerréis vuestros ojos. Y ahora, les pido que busquen en sus memorias, un aroma, un aroma especial, un olor que les gusta muchísimo. Cuando lo hayan encontrado, van a identificar en qué momento de la vida aparece este olor por primera vez. Si es un olor que apareció en la infancia, si no recuerdan cuando apareció, si es reciente, si es un olor que ya no existe. Van a pensar: ¿A qué personas está vinculado este aroma? ¿A qué situaciones? ¿Y qué les hace sentir recordar este olor? Como saben, de toda nuestra sensorialidad es el olfato o que nos lleva más directamente al recuerdo, a la reminiscencia, a volver a vivir. Como si estuviéramos en el momento en el que olimos este aroma, este olor por primera vez. Ahora vamos a abrir los ojos. Y vamos a hacer un breve trabajo en parejas con la persona que tengan al lado, lo que van a hacer es contarle, crear para esta persona un viaje en el que esta persona va a vivir con ustedes este lugar, este aroma, esta situación. Entonces, pongamos que mi olor preferido es el olor del guiso que hacía nuestra abuela los domingos cuando íbamos a comer a casa de los abuelos. Entonces, yo trabajo… ¿Cómo te llamas? Sí.
Cuando yo he cerrado los ojos, mi compañera Alba me empezó a contar una historia. Inmediatamente me ha llegado a cuando yo iba andando. De hecho, a día de hoy, lo sigo haciendo a casa de mis abuelos. Y en el momento de que yo entrara a casa y ver cómo imagínate algún día de la semana, pongamos que ha sido el domingo, llegar y oler el olor a churros con chocolate caliente, igual que me lo ha expresado ella. Es decir, es que me ha llevado en ese momento. Ahí ha sido como algo decir: “Es que lo estoy viviendo, me ha pasado en este momento”. La verdad que me ha encantado.
“El miedo escénico tiene que ver con nuestro ego”
Creo que tampoco vale intentar educarlos todo el tiempo, moralizar con todo lo que les contemos, que de todo saquen un aprendizaje. El solo hecho de contarles una historia es fomento lector y les da muchísimas herramientas para la vida. Creo que podemos aprovechar esas características que tienen niños y niñas en cuanto a su inocencia, sus ganas, a cómo creen en la vida, a su capacidad de asombro infinita, beber de ellas y contar desde ese lugar que es la alegría, la flexibilidad, la constante sorpresa. Y es muy sanador trabajar y contar, como saben, con niños y con niñas, porque estamos conectando con esas posibilidades constantemente y eso es maravilloso. Y si entramos en ese código, ellos, ellas van a estar más felices, nos van a escuchar mejor y vamos a crecer todos juntos. Cuando pienso en contar historias para público infantil, me acuerdo siempre de Gustavo Martín Garzo y de un libro maravilloso que se llama “Una casa de palabras”. El libro se llama así porque Garzo sostiene que eso son los cuentos para niños y niñas, un lugar al que ir a guarecerse ante las angustias propias de la vida, ante la inestabilidad y los cambios constantes. Un lugar que los protege y en el que saben las cosas que van a pasar y cómo van a pasar. Por eso muchas veces nos piden volver a escuchar un cuento una y otra vez y de la misma manera. no te dejan cambiar una coma. Y hay que hacerles caso, porque quizás es eso lo que están necesitando. Gustavo Martín Garzo dice también que los cuentos hacen más habitable el mundo. Y que cuando una persona adulta se sienta junto a una criatura a contarle una historia, más allá de lo que el cuento esté transmitiendo, lo que le está diciendo es: “Yo estoy aquí y voy a estar para ayudarte siempre”. Ese es el mensaje de todos los cuentos. “No tengas miedo, estoy contigo. Yo no te voy a abandonar”.
Como ya saben que soy bastante llorona y mucho más desde que soy una mamá muy feliz y muy llorona. Yo creé esta historia pequeña que les voy a contar para evitar contarles nuestra propia historia de distancias y de anhelos. Y la quiero contar para despedirme, porque esta idea tiene mucho que ver con lo que hacemos cuando contamos cuentos. Aquella noche Matilde apenas había podido dormir. Y es que esa mañana volaría por primera vez en su vida. A sus ochenta años recién cumplidos, subiría por fin a un avión para atravesar el océano y llegar desde Lima a Madrid y poder por fin conocer a su única nieta. De este lado del mundo, Vanesa esperaba abrazar a su abuela materna. Vanesa tenía 13 años. Aquellos no eran tiempos de grandes tecnologías, así que abuela y nieta solo se habían visto en fotos y se habían escuchado las voces por teléfono fijo y rapidito, porque era bastante caro. Le habían esperado durante mucho tiempo y por fin la abuela Matilde llegaba a Madrid. La madre de Vanesa había llegado desde Perú dos años antes de que Vanessa naciera, y aunque su madre y su padre eran dos morenazos, porque la madre era limeña y el padre era de Córdoba, Andalucía, la niña había salido rubia, pelo liso, blanca, casi transparente, los ojos claros.
Los amigos de clase se reían con ella: “Vanesa, ¿y a ti dónde te encontraron?”. Cuando la abuela Matilde llegó, la casa se llenó de colores, se llenó de aromas nuevos, de sabores exóticos y sobre todo de canciones muy pero muy antiguas. Porque la abuela Matilde cantaba a todas horas, cantaba mientras cocinaba, mientras paseaban, cantaba incluso mientras dormía. Mirando a su abuela, Vanesa se sentía como en casa. Y es que abuela y nieta eran como dos gotas de agua. El mismo carácter positivo, apacible. Y físicamente, la abuela Matilde era una mujer menuda de cuerpo, bajita, el pelo liso, largo hasta la cintura, blanco, siempre entrelazado. La abuela tenía unas manos arrugaditas, preciosas, como si en lugar de haber sido jornalera, costurera y todo lo que la vida le fue poniendo por delante, hubiera sido una de esas pianistas famosas que tienen aseguradas las manos. La abuela tenía unos ojos como llenos por dentro de agua cristalina y le brillaban esos ojos. Una tarde, ya habían pasado unas cuantas semanas desde la llegada. Mientras merendaban, Vanesa se atrevió a preguntarle a la abuela Matilde por qué había tardado tanto en venir. Le habían invitado muchísimas veces, le habían mandado el pasaje hasta en dos ocasiones. ¿Por qué había tardado tanto? La abuela perdió por un momento ese brillo que caracterizaba su cristalina mirada y clavó los ojos en los zapatos.
Respiró profundamente, tomó coraje, miró a su nieta y respondió: “Mira, Vanesa, yo he viajado muchas veces. Os he acompañado, os he abrazado, pero con el pensamiento, es que a mí eso de volar me daba un miedo. Pero por fin he comprendido que estoy viejita. Y he comprendido que si no era capaz de subir a esa máquina, entonces no iba a poder nunca mirarte a los ojos como ahora te miro”. Cuando unos días después acompañaron a la abuela al aeropuerto y al despedirla, Vanesa no pudo evitar ponerse a llorar. La abuela Matilde la abrazó, se le acercó al oído y suave, casi cantando, le dijo: “No se preocupe, mijita, pase lo que pase, usted y yo volvemos a encontrarnos en la cuarta edad”, y el abrazo se hizo más intenso. Y Matilde subió al avión. Entonces, mientras volvían a casa y mitad tristes por la partida, mitad felices por aquel maravilloso tiempo compartido, Vanesa les preguntó a su padre y a su madre qué era eso de la cuarta edad. Ellos se miraron cómplices y la madre confirmó el dato. “¿Te lo he dicho la abuela, verdad, hija?”. Vanesa asintió. “Mira, Vanessa, la abuela Matilde dice que si tenemos suerte y llegamos a la tercera edad. Y más tarde o más temprano, después de aquello, sobreviene inevitable la muerte. Ese no es el final. Hay después una cuarta edad y la abuela cree, confía que la cuarta edad es el tiempo que vivimos en la memoria de quienes nos han querido. La vida que sigue vibrando en quienes nos recuerdan.
Mientras haya alguien que le cuente a otra persona cómo éramos, cómo nos sentíamos, qué sueños tuvimos en la vida, qué sueños abandonamos y que sueños logramos conquistar. Mientras haya alguien que le cuente a otra persona las historias que nosotros contamos. Mientras haya alguien que nos nombre amorosamente más allá del tiempo, seguiremos viviendo”. Gracias. Cuando contamos, no contamos nunca solas, no contamos nunca solos. Nuestra voz se multiplica. Contamos con nuestro linaje y con nuestros ancestros infinitos, que son el resto de seres humanos que habitan o han habitado este planeta. Algún día todas y todos seremos palabras, historias, que las personas que nos sobrevivan seguirán contando para no olvidarnos. O quizás para darle más sentido a sus propias vidas.