10:00
Germán Madrazo. Ganas. Ganas, Mar. Te puedo decir las horas de entrenamiento, te puedo decir el equipamiento, la verdad, nada de eso importa, nada de eso importa. Lo único que importa es lo que está aquí adentro. Es esas ganas de no rendirte, esas ganas de luchar y para mí, esa energía viene de un lugar muy profundo. Viene de una promesa que le hice a mi abuelita cuando tenía 14 años. Ella se levantaba todos los sábados a las 4 de la mañana para ir a recogerme, llevarme a todas las competencias de natación. Todos los sábados, después de nuestras competencias, mi abuelita me llevaba a desayunar al Sanborns unos molletes, nos pasábamos horas platicando de los Juegos Olímpicos, de la ciudad que íbamos a visitar cuando por fin llegáramos a los Juegos Olímpicos. Pero desgraciadamente esos sábados juntos no duraron mucho tiempo. Unos pocos meses después un día me encontré junto a su cama de hospital, rogándole que no se diera por vencida, rogándole que luchara por su vida. Esa mañana, ahí en el hospital, la agarré de la mano y le dije abuelita, por favor, no te rindas. Por favor, lucha por tu vida. Tenemos que ir a los Juegos Olímpicos. No me dejes solo. Esa mañana la tomé de la mano y le hice una promesa, le dije abuelita, te prometo que si lo logras te voy a llevar a los Juegos Olímpicos y te voy a convertir en una abuela olímpica. Ella no lo logró. Esa tarde perdí a mi mejor amiga. Pero también esa tarde me di cuenta que mi corazón había decidido guardar esa promesa que le hice, y creo que el cumplirla, el saber que no estaba solo, fueron de los motivantes más grandes que me ayudaron a llegar. Otro de los grandes motivantes que tuve en este camino para tratar de llegar a los Juegos Olímpicos fue que mientras iba entrenando iba compitiendo por el mundo, me iba dando cuenta que solo no iba a poder llegar. Una meta tan grande no se puede hacer solo. Y como yo no tenía, bueno México no tenía un equipo nacional mexicano de cross-country ski con el que pudiera entrenar, me empecé a dar cuenta que iba a tener que buscar afuera mientras competían los otros atletas, esa ayuda que necesitaba. Y ahí aprendí una gran lección de vida que aunque representáramos a diferentes naciones, todos compartíamos un sueño y que era más importante aprender a trabajar juntos que estar compitiendo entre nosotros. Y esa unión fue la clave. Así fue como los atletas de Chile, de Tonga y de México unimos fuerzas. Pasamos dos meses compitiendo juntos, entrenando, compartiendo absolutamente todo. Los días que a Yona o a Pita les iba mal ahí estaba yo para darles el ánimo, decirles vamos, vamos, venga hermano, sí se puede. Y los días que yo caía siempre estuvieron ahí Pita y Yona para levantarme. Ese ánimo que nos dábamos y esas palabras que nos decíamos todas las mañanas, eso es, eso es la belleza de poner un sueño que parece imposible de lograr, que después tú lo puedes traer a tu propio sueño y decir yo quería ser emprendedor, yo quería empezar una empresa, yo quería abrir mi propio negocio, yo quería y los traes y te das cuenta que es el mismo sueño, es la misma cosa. Y como les dije hace un instante, es irrelevante si puedes o no puedes, ¿por qué en quién te conviertes cuando estás luchando?