Tres reglas de oro para criar adolescentes sin conflictos
Julia Borbolla
Tres reglas de oro para criar adolescentes sin conflictos
Julia Borbolla
Psicóloga
Creando oportunidades
“Lo que aprendí de los niños en 40 años como psicóloga”
Julia Borbolla Psicóloga
Julia Borbolla
Julia Borbolla es una psicóloga clínica especializada en niños y adolescentes, con una trayectoria de más de 40 años en el campo. Madre de tres hijos y abuela de siete, ha dedicado su vida a entender y mejorar el comportamiento infantil. Su carrera comenzó inesperadamente cuando asumió el rol de psicóloga en la escuela de sus hijos, lo que ella describe como su "segunda universidad". A lo largo de su carrera, ha desarrollado herramientas innovadoras como "Antenas", un personaje animado que ayuda a los niños a expresar sus emociones y experiencias, especialmente en situaciones de abuso.
Este método ha sido implementado en fiscalías y hospitales, contribuyendo a la protección y bienestar de muchos menores. Además, Borbolla fundó el programa "Escudo de Dignidad", enfocado en prevenir el abuso infantil. Su enfoque en terapias resolutivas y su habilidad para conectar con los niños han dejado un impacto duradero, recibiendo incluso a la segunda generación de pacientes. Julia Borbolla continúa su labor con pasión, inspirada por su propia experiencia personal y familiar.
Transcripción
Tenía, como decimos en México, de chile, de dulce y de mole. Niños buenos, malos, tímidos. Y fue realmente un aprendizaje maravilloso y me hizo descubrir que con los niños siempre hay algo que hacer. Pueden vivir situaciones dificilísimas, pero los niños se rescatan a sí mismos. Y esto es algo que me fascinó. Y entonces, desde entonces, hace más de 40 años, trabajo con niños que, bueno, muchos de mis pacientes son ahora papás. Ya tengo pacientes en segunda generación. Ya recibo a los hijos de los que fueron mis pacientes. Y ese es el mejor premio que puedo recibir. Cuando alguien que sintió que yo lo pude ayudar, me lleva a lo que más quiere en su vida, que son sus propios hijos. Me encanta mi profesión y me encanta transmitir todo lo que he aprendido en todos estos años para ayudar a tantos papás, a tantas mamás. Y más hoy en día que, ¿qué tal? Recibimos información. Sé duro, sé muy duro. No permitas, ponle límites. Y por otro lado, te dicen, no, no. Pero vas a traumar de por vida. Porque si le pegas o le hablas fuerte, y entonces todos los padres están como con mucha inseguridad sobre la crianza. Y la idea es que, bueno, que críes a tus hijos con toda la naturalidad, que uses tu intuición, tu sentido común. Y no hacerle mucho caso a las locas psicólogas que por ahí rondamos.
Soy muy amiga de terapias resolutivas. No de tener a la gente en el chaise-longue, niños que duran dos años hablando de sus traumas, porque generan como un sentimiento de inadecuación. O sea, no me puedo mover si no consulto con mi psicóloga. Yo soy muy partidaria de sí hacer un psicodiagnóstico, saber qué pasa, pero también hacer una terapia resolutiva. O sea, esto que te trajo a consulta, vamos a trabajarlo. La mayoría de los niños, cuando se sienten mal, un sentimiento muy aceptado es el enojo. Si estás enojado, eres fuerte. Si estás enojado, dominas. Si estás triste, y sobre todo los niños varones o los adolescentes varones, asocian la tristeza con debilidad. Entonces, por lo regular, van al consultorio porque está insoportable. No obedece. Límites, ¿no? O sea, y me contesta mal y me azota la puerta. Y cuando llega ese muchacho, cuando llega ese joven y se sienta frente a ti, te das cuenta que tiene una profunda tristeza. Y que a lo mejor él mismo no lo ha descubierto. Lo está representando como enojo. Yo siempre les digo a los niños que es más fácil ponerte la capa del enojo. Y todo mundo te responde con enojo. Pero si abrimos la capa adentro, hay miedo, hay tristeza, hay inseguridad. Y nuestro trabajo es exactamente rascar atrás de esa capa a ver qué sentimientos hay.
Tengo muchos casos de niños que llegan muy retadores, ¿no? O sea, pues me traen porque mis papás quieren que yo venga a consulta. Y simplemente con reflejarle, con decirle, y te veo que te da mucho coraje. Pues sí. Que no hubieras querido venir, pues no. Pero ya estamos aquí sentados. ¿Ya qué hacemos? ¿No? Ya estás aquí. Y mira, si no soy yo, va a ser otra. Entonces, vamos a platicar. Cuéntame, ¿por qué estás tan enojado? Y automáticamente se sueltan hablando, sobre todo si les aseguras que es una conversación privada, que no vas a ir de chismosa, ¿no? Y ahí te das cuenta de la transformación y les ayudas a que vean desde el otro lugar. Yo tenía mucho miedo de que al ser mayor, ¿no? Porque empecé a trabajar muy joven y yo dije, a lo mejor cuando me vuelva mayor, voy a perder esta cercanía con los niños. Resulta que se sienten más cercanos. Yo creo que porque las abuelitas somos a todo dar, ¿no? Entonces, se sienten muy cercanos y confiesan, pues, sí, la verdad, sí, me da coraje. O sí, la verdad, estoy triste. Los niños han sido mis grandes maestros. Ellos te dicen lo que sienten, tal cual.

Yo les pregunto si les gustaría ir en una carretera que no tuviera ningún señalamiento. No te dice ni límite de velocidad, ni si hay curva, nada. Pues te sentirías muy inseguro. Tú agradeces. Aunque te choque que te limiten la velocidad, pues agradeces saber que hay curva adelante, disminuye su velocidad. Eso es lo mismo con los hijos. Los hijos quieren límites para saber, pues, a qué atenerse, ¿no? Pero los límites se pueden dar de una manera amable. No es lo mismo decir, si no te acabas esa sopa, te vas a encontrar conmigo. ¿Lo oíste? Oye, eso suena horrible. Yo digo, si mi marido me tratara así, yo ya no estaría casada con él. A veces se pone pesado, pero no llega a esos extremos, ¿no? Entonces, ni tanto que queme al santo, diría mi abuelita, ni tanto que no lo alumbre, ¿no? O sea, ni tan estricto como queriendo ser la autoridad y que te tengan miedo, ni tan débil que no signifiques un verdadero soporte para tus hijos. ¿Cómo vas a ser como mamá? No lo sabes ni lo puedes predecir. Y seguro ves a tu prima, que es mamá, y dices, ay, no, qué mal. Y cómo le- O sea, eso siempre nos pasa, ¿no? Cuando tú no eres mamá, eres la mejor pedagoga. No, ve nomás. Y cómo le hacen, ¿no? Qué mal. Mi sobrino muy mal criado, muy mal criado. No, yo nunca voy a hacer eso. Y a la hora que los tienes enfrente, lo haces. Y te sientes súper culpable, súper culpable. Pero realmente no puedes educar más que con lo que tú eres, como tú eres, con tu naturalidad, con tu carácter, ¿no? Entonces, sí, volteate a ver de repente, ¿no? Descúbrete, a lo mejor, muy alterada. Y como yo digo a las mamás de los adolescentes, retírate de la escena del crimen.
El niño te azotó la puerta, no te subas al box. Date la media vuelta. Pero, ¿cómo, Julia? ¿Lo voy a dejar que me azote la puerta? Ahorita, sí. Ya regresará. Ya regresará. Mamá, ¿me das dinero? Porque tengo que llevar para la cooperativa. ¿Tú crees que a alguien que me azota la puerta, yo le voy a dar dinero? No, mijo. No, mamá, perdón, perdón. Pero ya lo tienes en tu territorio, ¿me explicó? Entonces, vas a ser la mamá que tu hijo necesita, te lo aseguro. Porque además los niños te van a enseñar. Y si te toca uno muy listo, ¿no? Que seguramente te va a tocar uno muy listo, te va a poner en jaque y vas a tener que aprender. Los hijos son nuestros mejores maestros. Bueno, como les comentaba, trabajé en este colegio, en esta escuela. Y cuando llegué, me di cuenta que todos los niños estaban diagnosticados con trastorno por déficit de atención. Todos. A la hora del recreo, había una fila en la enfermería para que les dieran el metilfenidato, que no es inocuo al cerebro de los niños. Y yo dije, no, esto no puede ser normal, que todos estos estén diagnosticados con problema de atención. Y le pedí a mi hijo, mi hijo mayor, muy bueno para hacer dibujos. Yo soy ese arquitecto. Le digo, oye, dibújame algún muñequito que ponga atención. Y él me dibujó antenas, que es como redondito y tiene unas antenas parabólicas. Me lo dibujó. Y yo empecé a hacer mi campaña. Pero les estoy hablando de hace muchos años, de los años 90. Y entonces, hacía yo una cartulina, ponía una foto de, por ejemplo, del maestro de deportes. Y la imagen de antenas con un globito. Y decía, el maestro decía, gracias a que antenas me ayudó a fijarme muy bien en la pelota, yo he podido meter goles. Y le pedí a las maestras que me ayudaran en esta campaña.
Antenas era una imagen nada más, ¿no? Pero yo decía, por favor, de la plana de sumas que tenga tu niño en el cuaderno, quiero que le señales la que sí quedó bien y le pongas felicidades antenas. Se trataba de hacer una campaña de reforzamiento positivo. Es decir, voy a marcar lo que sí está bien. Porque por lo regular, los papás, las mamás, las maestras, ponemos el ojo en lo que está mal. Y aquí era totalmente al contrario. Esto, imagínense llegar al colegio, abrir tu cuaderno y encontrarte un recado de que antenas estuvo por ahí y se dio cuenta que lo hacías bien. Esto le dio un rating al personaje maravilloso. Y el día del niño, el director preguntó que qué querían, que qué querían para festejar. Pues que antenas venga, que antenas venga personalmente y que nos salude. Y ahí sí dije, Dios de mi vida, me la están poniendo re difícil. Y entonces me saqué de la manga una carta, porque antenas vivía en el sótano de esa escuela, en una escuela antigua. Y tenía un sótano y yo decía que antenas vivía en el sótano y salía en la noche a revisar los cuadernos. Y entonces les empecé, ¿no? Pues que venía de Antenópolis, que no estaba en el sistema solar y que los rayos solares le afectaban muchísimo, que por eso él no podía salir. Y que además los adultos no- los adultos terrícolas no eran muy de su gusto. Duré en esa escuela 12 años. Y después me salí porque ya tenía yo- tenía yo mi consultorio simultáneamente y ya era mucho trabajo. Y tres hijos. Y dando una plática en otro colegio, platicando esto que les cuento yo ahora, un papá se me acercó y me dijo, oiga, yo hago animación. Ya les estoy hablando de el 2005, 2004. Yo hago animación y si usted quiere, yo puedo hacer que antenas pueda hablar con los niños. Guau, pues de aquí soy. Y entonces mi hijo tuvo que hacer antenas de lado, de perfil, como los dibujos animados antiguos y lo animaron. Y entonces ya no estaba yo en el colegio, pero tenía mi consultorio.
Instalé un cuartito, una pantalla, una sillita y a control remoto, yo podía manejar la herramienta con el teclado de la computadora. Y la voz del personaje era mi propia voz distorsionada. Y dije, bueno, pues vamos a hacer la prueba a ver qué pasa. Pero yo no puedo hacer pruebas con mis pacientes, ¿están de acuerdo? Y entonces le dije a una amiga, préstame a Jimena. Jimena tenía como cinco, cinco, iba a cumplir seis años, una niña despierta. Préstame a Jimena para ver cómo funciona este asunto. Y entonces la niña entró. Antenas siempre hace que tú sepas que te mira. Qué bonito está tu blusa de colores, qué bien está tu peinado, ¿no? Para que el contacto sea también así. Jimena, qué bonita niña, qué bonito tu vestido. Cuéntame con quién vives. Con mi mamá, con mi papá, con mi hermanito y con la sirvienta. Y entonces antenas dice, ¿y eso de sirvienta qué es? Dice, son unas señoras que limpian la casa y cuando los papás no las ven, te pegan. Y esa fue la definición, ese fue el estreno de antenas. Mi amiga lloraba como Magdalena porque obviamente las mamás, cómo no me di cuenta, ¿no? O sea, las mamás nos sentimos súper niñas que tenemos que saberlo todo, ¿no? Cómo no me di cuenta. Le dije, pues obviamente esta mujer la golpeaba precisamente cuando nadie la estaba viendo. Y ahí me di cuenta que la herramienta no solo funcionaba, sino que funcionaba muy bien. Hubo muchas experiencias preciosas con antenas al principio porque los niños explicaban, por ejemplo, las mamás que siempre tenemos culpa por educar. Había una mamá que trabajaba mucho y decía, mi hija seguro, mi hija está traumada porque yo trabajo de día y de noche. Y cuando le pregunto a esta niña, bueno, antenas le pregunta, ¿qué es una mamá? Ay, es una señora que te cuida, que te quiere. Es lista y trabajan muy bien las mamás. Bueno, la mamá estaba feliz, ¿no? Y muy contenta de saber que su hija tenía una percepción positiva. Pero no todo era así.
Recibía un chiquito que habían llevado al consultorio porque tenía encopresis. Encopresis es que te haces popó, no precisamente en el baño. Y esto siempre es signo de enojo. La encopresis siempre va asociada a enojo, a rebeldía. Y por favor, doctora, pues, cúrenoslos, ¿no? Y el niño entró con antenas. Igual, para iniciar la conversación, yo le pregunté, ¿quién te trajo aquí al consultorio? Y me dice, el chofer. ¿Y qué es eso de chofer? Antenas es muy preguntón. Los niños se desesperan. Ay, antenas, no sabes nada. Chofer, pues, es un señor que le prestan el coche y juega juegos que no me gustan, antenas. ¿Ah, sí? ¿A qué juega? Juegos. No, me da vergüenza. Pero, pues, vergüenza. Aquí nada más estamos tú y yo. No hay nadie que nos escuche. Pues, la verdad que sí. Son juegos de bajarse los pantalones. Quiero decirles que yo de abuso sexual no tenía la menor idea. En la universidad no me habían entrenado para eso. Estaba yo con, ¿no? Con los audífonos, con este distorsionador de voz y me quedé helada. Pero tenía que preguntar. Cuéntame bien cómo es ese juego. No, pero es que me- es que me dice que si yo lo cuento, matan a mi mamá. Sí, claro. Pero si tú lo cuentas a otro adulto. Sí. Yo no hablo con adultos. Pues, sí te lo voy a contar. Y el niño contó con todo lujo de detalles un abuso sexual tremendo.
Yo les confieso, tenía ganas de llorar, tenía ganas de– bueno. Pero ahí, gracias a Dios, estaba yo en otro cuarto y el niño no tenía noción de lo que yo estaba sintiendo. Todo se graba. Se está grabando el tiempo. Y el niño le relató exactamente todo lo que había sucedido. Y Antenas le dijo, has sido muy valiente. Qué bueno que me lo contaste. Pero yo no puedo salir de la pantalla. Y esto lo tiene que saber alguien que te pueda proteger. Porque Chucho, que era el nombre del chofer, eso que te hizo Chucho no está bien. Y tú no– ya no- Chucho no– no vas a volver a ver a Chucho. Yo dejaba caer el peso de mis palabras. Yo dije, no sé cómo le voy a hacer, ¿verdad? Pero– Entonces, se despidió y entré por el niño. Y le dije, has sido muy valiente. Te vas a quedar aquí hasta que vengan tus papás por ti. Esto lo recuerdo como, de verdad, una etapa en mi vida que fue muy dolorosa, pero sirvió para ayudar a muchos niños. Háblale a los papás y diles que el niño fue víctima. Pues, no vas a hacer eso. Hablé por teléfono y le dije, quiero que vengan ustedes por su hijo. Porque tiene algo que platicarles y no quiero que esté el chofer ahí, porque como que la plática en privado. Yo hice un chorro ahí para disimular, pero no les dije de lo que se- Está bien, mi hijo. No, tu hijo está perfecto. Aquí está conmigo. Está perfecto. Pero quiero aprovechar que está ahorita muy parlanchín, ¿no? Para que te cuente. Pues, voy a tardar. No importa. Aquí lo esperamos. Puse al niño a dibujar. Puse al niño a entretener. Llegaron los papás. Y mi error, y reconozco mi error, fue que les enseñé el video tal cual. Hoy sé que eso resulta inadecuado, porque era enfrentarlos como me había enfrentado yo a quien pueda hacer justicia.
La secretaria particular del procurador era mamá del colegio donde yo había trabajado. Y me conocía bien. Había yo ayudado a su niño. Y cuando se enteró que una tal Julia Borbolla quería cita con el procurador, ¿a qué horas la quiere, doctora? ¿Cómo la quiere? Y yo desfile, porque no se crean que tenía yo ningún tipo de influencia. Y, obviamente, ya con la carita velada del niño y todo, le llevé la grabación y le dije, señor procurador, yo tengo esta herramienta, me está pasando esto. Porque, además, les estoy contando esta anécdota, pero recibí cualquier cantidad de testimonios de golpes, de insultos, de carencia de cuidados. Un niño que te decía, no, las mamás viajan. Las mamás no te cuidan. Las que te cuidan son las nanas, cuando pueden estar ahí. Y te estabas dando cuenta que el niño estaba abandonado. Y, entonces, afortunadamente, él se sensibilizó y dijo, lo vamos a poner en las fiscalías. Estoy hablando de 2010. Y se instala en las fiscalías y se modifica el código de procedimientos penales para la Ciudad de México en aquel momento. Y la herramienta se vuelve válida para que, en vez de que un niño hable ante el Ministerio Público, sea interrogado por antenas. Y, bueno, esto fue para mí una satisfacción enorme. Porque, entonces, lo que decían los niños sí servía para proveerles justicia. A partir de ahí es que empiezo a decir, tenemos que hacer algo para que no haya tantos niños víctima de abuso. Y es cuando creo el programa de Escudo de Dignidad.
El programa Escudo de Dignidad es un programa que yo creo buscando prevenir o detectar. Y, entonces, hice una película de unos ositos. Yo hice el guión. Yo soy todóloga. También hago quesadillas de flor de calabaza, si quieren. También las hago. Hice yo el guión y fui con unas personas que hacían videos. Y dije, quiero que me pongas unos ositos. Y es una película de un corto de nueve minutos en que la osita ya no quiere entrar a la cueva a jugar con el oso osuba. Osuba es abuso, al revés. Y osuba da dulces y es encantador porque los abusadores sexuales son encantadores. Tú meterías las manos al fuego por el profesor de deportes, o por el maestro, o por el tío, o por el abuelo. Tristemente, el abuso sexual está muy cerca de los niños. Son gente cercana a los niños. Y nadie entiende por qué no quiere entrar, pero hay otro osito que dice, yo sí sé. Yo sí sé qué pasa. Porque osuba juega con el cuerpo. Y no lo debemos de permitir porque eso es una trastada. La palabra trastada a mí me parece una palabra maravillosa del castellano. Porque trastada puede ser que te esconda tu bolsa un momento o que te esconda el dinero del banco con un cheque que yo haga. O sea, puedes dimensionar la trastada en algo muy inocente o en algo muy grave. Y me parecía que era el término que podía abarcar cualquier tipo de abuso. Y entonces, el programa tiene cinco trastadas. Tenía cuatro, ahora ya tiene cinco.
Ofender con palabras. Ofender es una trastada que no debes de permitir. Golpear. Golpearte cualquier parte del cuerpo. Golpear es una trastada. Tocar o enseñar genitales. Forzarte, que no es lo mismo que obligar. Las mamás obligamos. Obligan a que te acabes la sopa, que hagas la tarea, pero no fuerzan. Forzar es algo brusco, es algo- Además, para algo que no va a servir. Y la última trastada es incomodar, porque muchas pantallas hoy en día incomodan. En el consultorio somos varias psicólogas y avisamos por el WhatsApp, voy a dar grito de poder, porque les enseñamos a los niños, vamos a ensayar. Yo te voy a tratar de hacer una trastada y tú tienes que pararme y decirme no para que te oigan allá afuera. Y les hablamos de su espacio vital. Es decir, hay un espacio en donde ya no te sientes cómodo que la gente se te acerque. Ese es tu círculo de poder. ¿Me das permiso de que te dé un abrazo? Sí. Ah, bueno, entonces te lo doy. Pero si no me das permiso, entonces tú tienes que defender tu círculo de poder. Y cuando los niños gritan no, alguna de nosotros vamos y abrimos la puerta del consultorio. ¿Qué pasa? ¿Algo está pasando? No, no, Julia, nada. No, no, estamos ensayando. Pero la sonrisa del niño, de satisfacción, de mi voz dio resultado, ese es inigualable.
Yo tuve la preciosa oportunidad de trabajar con el gobierno de mi país, federal, y me pidieron que diera yo el escudo de dignidad a todos los estados de la república. Había un programa de estancias infantiles y entonces a todas las responsables, que eran 7,000, 7,000 estancias. Y eso me permitió, bueno, fue así como mi carta Santa Claus, poder capacitar a 7,000 mujeres que a su vez replicaban el programa con los niños que tenían a su cargo. Y lo damos a nivel privado, a nivel público, a todos niveles. Y, bueno, teníamos muchísimas, muchísimas personas que están certificadas para replicar el programa. Y eso nos permite que los niños sepan lo que es el escudo dignidad. Y hay una anécdota que de verdad la guardo en mi corazón como, pues, como uno de los triunfos profesionales que siempre quieres, ¿no? Hubo una chiquita a la cual los papás alquilaron una casa en una playa de México, para unas vacaciones. Esta niña tendría unos cuatro añitos y su hermanita dos. Y los colocaron a la niña en una cunita y a la otra en un cuarto y los padres en otro cuarto. Y en la noche el cuidador de aquella casa se metió, se metió al cuarto de la niña y a la niña de cuatro años, empezó a manosearla, empezó a abusar de ella. Y gracias a que la bebé se dio cuenta que había entrado un hombre, empezó a llorar, el papá se dio cuenta y llegó a tiempo para, afortunadamente, rescatar a la niña. Pero ya había habido ahí, ¿no?, un abuso.
Para una niña de cuatro años el pensamiento infantil no detecta el erotismo. Si me explico, o sea, para una niña de cuatro años que yo te meta una pluma por el oído a que te la meta por algún otro orificio del cuerpo es lo mismo. Es una trastada. No le da una connotación perversa a ciertas partes. Y esto nos facilita muchísimo. Entonces, yo le di el escudo, le dije que ella había sido una niña muy valiente porque lo había contado, me lo contó, me enseñaló. Lo que hacemos nosotros es resignificar. Es decir, ya no eres una víctima, ahora eres una sobreviviente. Ahora tú eres más fuerte que antes porque tú no sabías que esto podía pasar, pero ahora ya sabes y ya eres más fuerte que antes y, además, valiente. Guau, qué maravilla. Qué niña tan inteligente porque, además, eres inteligente. Queremos que los niños salgan fortalecidos. Y la niña se fue, pasaron los años y me la encuentro en un centro comercial. Me la encuentro hecha una mujer, hecha y derecha, con su hijita de la mano. Una chiquita de cuatro años. Y se acerca a abrazarme. Julia, yo me acuerdo de ti. ¿Cómo estás? Mira, esta es mi niña. Y se voltea con la niña y le dice, yo iba con Julia a dibujar desde que estaba como tú. Algo nos pasó ahí en Acapulco, ¿verdad? ¿Nos robaron? Le digo, ya ni me acuerdo. Algo nos pasó, ¿verdad? Creo que sí. Ya ni me acuerdo. No, ni yo tampoco. Esta niña se acordaba que algo malo había pasado, pero no tenía que ver con ella. Y creo que eso es una gran satisfacción. Y, obviamente, cuando tú recibes este tipo de satisfacciones profesionales, cargas pilas. Y dices, ¿y ahora qué más inventamos? ¿Y ahora qué más hacemos? Y entonces, bueno, pues, el escudo de dignidad siguió. Y Antenas, en mi consultorio, se fue a las fiscalías.
Pero yo tengo una hija que nació con una cardiopatía congénita. Ella tiene la mitad de su corazón. Cuando nació, me dijeron que no iba a vivir. Afortunadamente, se equivocaron. Mi hija tiene hoy 41 años y es la directora de la Fundación Antenas por los Niños. Y es la directora porque fue la inspiradora. A ella la operaron cuatro veces de corazón abierto. La voltearon de cabeza a los tres días de nacida, a los dos años, a los tres años, a los 11 años. O sea, y cuando conoció a Antenas, ella me dijo, mamá, si yo hubiera tenido a Antenas en el hospital cuando me operaban, yo me hubiera atrevido a preguntarle si me iba yo a morir. Porque en la tele todos se mueren del corazón y eso es lo que yo tenía mal. Pero yo ni modo que te lo preguntara a ti o a mi papá porque los iba a poner tristes. Y luego también le iba a preguntar por qué mi papá le da permiso a la gente que me venga a lastimar porque me vienen a picar. Claro, una niña de dos años o de tres años no entiende. Dice, bueno, y hasta me traen, ¿no? Inclusive los doctores me decían, pues, si se pone peor, hay otra opción. Podemos operarla todavía para prevenir, no sé qué. Y mi marido y yo decíamos, pues, de una vez, ¿no? De una vez. Y ella decía, pues, a mis papás les gusta que me operen porque como de una vez, claro, a ella no le van a hacer nada, ¿no? La que la van a agarrar es a mí. O sea, todo eso me enteré mucho tiempo después, ¿eh? Porque tú dices, psicóloga, experta, pues, no. Con tu hija la tienes aquí. No, es como los médicos, no tienen garantía de que sus hijos van a ser sanos.
Y entonces dije, claro, vamos a llevar antenas a los hospitales públicos de nuestra ciudad para que los niños hablen y le hagan estas preguntas. Y ella, casualmente, estaba haciendo sus prácticas como psicóloga en el mismo hospital donde la habían operado. Entonces, lo instalamos en el Hospital Infantil de México, Federico Gómez. Instalamos antenas. Y la que lo manejaba, pues, ¿quién crees que era? Pues, mi hija. Y obviamente, ella hablaba, pues, por experiencia propia. Y empezamos a darnos cuenta que en los hospitales los niños no solo tenían miedo de las cirugías, había niños que no querían regresar a su casa. Que en el hospital tenían una cama para ellos solos, cuando en su casa vivían hacinados, tres comidas garantizadas, atención de las enfermeras. Y decían, antenas, yo no me quiero curar. Porque si me curo, tengo que regresar y mi papá me pega rete fuerte. Y ahorita, pues, no me ha pegado porque estoy aquí. Esto era un dolor terrible para antenas, bueno, para las que manejamos antenas, ¿no? Y esto reforzó aún más el decir, tiene que estar en más fiscalías, tiene que estar en más estados. Nos fuimos al público de Iztapalapa, nos fuimos al público de Takubaya.
En Takubaya hay la especialidad para quemaduras, van los niños víctima de quemaduras. Y antenas descubrió que hay un gran porcentaje de chiquitos quemados deliberadamente. Se portó mal. Le apago el cigarro. Si la cerveza no está fría, tráeme la cerveza, mijo. Y si no viene bien fría, te apago el cigarro en la manita. Niños con las manitas quemadas. ¿Y cómo fue eso? En la estufa. Pero, ¿quién te quemó? Mi mamá, porque me porté mal, asumiendo que merecían eso. Y es por eso que nosotros queremos, desde antes de que esto pase, sanar. Y creo que en muchos casos lo hemos logrado. Todavía espero que esto siga. Tengo mucha ilusión de tener chicas jóvenes trabajando conmigo en el consultorio que van a seguir. Y mientras yo pueda, pues ahí me verán, con todo y bastón, con aparato auditivo, como sea necesario. Pero yo creo que me voy a morir practicando la psicología, porque eso es lo que carga mi pila todos los días.

Culpa porque trabajas. Culpa porque no trabajas. Culpa porque le das todo y a lo mejor está berrinchudo. Culpa porque no le puedes dar. O sea, va a aparecer en todas sus modalidades. Y hay que trabajarlo a nivel personal. Sí aceptar en algún momento un error, sí decir te hice una trastada y eso no estuvo bien. Y aquí aprovecho para contarles que el escudo de dignidad también va acompañado de un imán para el refrigerador. En el cual, ¿por qué en el refrigerador? Porque es el lugar donde toda la familia va. Y está el escudo con las cinco trastadas. De tal manera que, digamos, ni los niños hacen trastadas, ni los papás hacemos trastadas. Entonces, podemos aceptar y decir, se me pasó, estuvo mal. No debí de haberte golpeado y voy a tratar de mejorar. Ahora, tú tienes que hacer y sí reponle el límite. O sea, sí decir, pero no pedir tanto como perdóname, mijito, porque los niños no pueden cargar con esto. Porque además dicen, híjole, por mi culpa mi papi se sintió mal. Ahorita aprovecha, por favor, porque tu niña de cuatro años seguro eres su ídolo. A los 14 no te lo garantizo. Pero ahorita aprovecha y aunque te equivoques, te va a adorar. Y va a recordar los momentos importantes, los momentos significativos.
Yo escribí un libro que se llama “La 101 cosas que puedes hacer con tu hija, aunque seas un papá muy ocupado”. Y lo comento porque me lo encargó el presidente Felipe Calderón. Yo veía a sus hijos antes de que él fuera presidente, pero cuando ya lo nombraron, me dijo, tengo miedo de perder el contacto con mis hijos. ¿Y qué voy a hacer? Y yo se lo coloque al mente, le dije, pues, soy medio igualada. Le digo, hay 101 cosas que puedes hacer con ellos, aunque estés muy ocupado. Y me dijo, escríbemelas. Pues, dije, sí, sí se las escribo, señor presidente. Y escribí 101 cosas y me descubrí escribiendo cosas que había hecho conmigo mi papá. Y te quiero decir que mi papá era de estos workaholics que trabajaba muchísimo, que a veces llegaba muy tarde o que- Sin embargo, yo podía sacar recuerdos de la silla vaciladora que era que él en la cama doblaba las rodillas, yo me sentaba en sus rodillas y me hacía preguntas, ¿no? O sea, ¿y quién es la hermana de tu prima que no sé qué? Y si yo contestaba bien, quedaba yo en la esa. Pero si contestaba mal, mi papá estiraba las piernas y yo votaba, ¿no? Bueno, era divertidísimo. ¿Cuántas veces habrá jugado a eso conmigo? No creo que muchas. O sea, pero cuando jugaba era tan intenso, era tan cercano. Era yo la protagonista, ¿no? De ese juego en el que mi papá solo tenía vista para mí que quedó marcado en mi vida, ¿no? Esos pequeños detalles quedan en la mente de los hijos con mucha más fuerza que todos los errores que cometes. Porque además, los hijos queremos a nuestros padres como sea, ¿no? O sea, puede que digas, mi padre fue, pero es tu papá. Yo hago el equiparamiento con las manos, con los brazos. Tienes dos brazos. Y si tu brazo izquierdo estuviera muy lastimado, estuviera con heridas, te arde, te duele, ¿te lo corto? No. No, no, no, no. No, pues le ponemos pomadita a ver qué le hacen, pero no me lo cortes, ¿no? Pues igual un papá, igual una mamá. Queremos a los dos. Uno servirá más que otro. Uno servirá para unas cosas, otro para otro. Pero no queremos que nos los corten. Entonces, no te apures por cometer errores. La culpa es buena, consejera, a veces. Pero cuando se te pase la mano de culpa, regáñate. Porque un papá con culpa no va a ser natural, no va a tener una relación espontánea con sus hijos. Y acuérdate que ahorita tu hija es tu fan.
Entonces, mi consejo es primero, como dicen los merolicos que están en la calle, dice, pinte usted su raya, atrás de la raya que estoy trabajando, pinta tu raya. La agresión no es a ti, Rocío. La agresión es a la figura materna. O sea, no es personal. Es a la figura de autoridad, a la figura materna. Entonces, libérate porque cuando te sientes agredida a nivel personal, pues obviamente reacciones. Entonces, procura decir, OK, este está pesado, está en la edad de la choca, no soy yo. Es la figura de autoridad la que rechaza. Y segundo, retírate de la escena, ya lo había yo dicho, retírate de la escena del crimen porque si te quedas no vas a aguantar. Entonces, aléjate. Te lo digo no por lo que haya yo estudiado en la universidad, sino porque viví con tres adolescentes intensos. Y obviamente lo viví en carne propia. Y la teoría está preciosa, pero a la hora que tienes uno que- Pues no. ¿Y qué tal? ¿Cómo te fue la fiesta? Bien. Muchas veces yo recomiendo cuando quieres que te cuenten, no les preguntes directo, ¿y qué tal? Porque te va a contestar así. Inventa algo. Oye, fíjate que estuve leyendo en el periódico que ahora están haciendo perros con dos cabezas. Se va a voltear. O sea, te va a hacer– ¿Cómo, ma? ¿Cómo? Porque eso puede abrir un diálogo, ¿no? ¿Y dónde lo leíste? Ah, pues creo que era un periódico allá en el consultorio de un doctor porque no vas a tener base para la mentira. Pero lo que queremos es como generar un diálogo que surja de alguna tontería. Métete al mundo de tus hijos.
El mundo de los adolescentes hoy no tiene nada que ver con el mundo de los adolescentes de ustedes y mucho menos del mío. La distancia entre la adolescencia tuya y la mía puede ser de este tamaño, pero entre tuya y tu hijo es de este. ¿Por qué? Por el internet, por las redes sociales, porque tienen acceso a toda la información que tú puedas imaginarte, ¿no? Entonces, su mundo está manejado de otra manera. Muchas mamás me dicen, se encierra en su cuarto. Está metido en el cuarto, cierra la puerta y ahí se la pasa. Eso en mis tiempos significaba una persona deprimida, antisocial. No. Hoy el que está encerrado en su cuarto está haciendo personales y sociales con toda la sociedad. Está chateando, está arreglando el plan, está viendo. O sea, está socialmente activo. Está jugando, está comunicándose, ¿no? Y la mamá piensa que está ahí sin oficio ni beneficio ahí metido. No, no es así. Entonces, tenemos que meternos en el mundo de nuestros hijos también para poderlos reglamentar.
Una anécdota muy típica es, ¿cuántas horas lo dejo que se meta a jugar? Y yo les pregunto a las mamás, ¿te has metido a jugar? ¿Has jugado Nintendo Switch? De verdad, yo he jugado Nintendo Switch. ¿A dónde me ven? Divertidísimo, ¿eh? Pero tú no puedes decirle, tienes media hora. Porque es igual si yo te pongo una película y cuando ya mero vas a ver el desenlace, pluc, te la apago porque ya se te acabó tu hora. Te vas a enojar, te vas a frustrar. Tienes que reglamentar, OK, un juego o un capítulo o un– ¿no? Pero eso no lo puedes hacer si no vives el mundo. Te puedo decir que hice un ridículo espantoso jugando. Mis nietos me pusieron una bola de cosas electrónicas para jugar y tenía yo que saltar un abismo. Todo era en realidad virtual. Se rieron de mí, se mofaron porque de verdad que– ¿no? Pero me quedé– me di cuenta que, por ejemplo, estimula la coordinación visomotriz, que no es todo malo, ¿no? O sea, que esos juegos, pues, estimulan la visión, los sentidos, el juicio lógico. Hay muchas cosas buenas que por no conocerlas nos espantan. Entonces, retírate de la escena del crimen, inventa alguna teoría extraña para jalar su atención y métete en su mundo. Serían como los tres consejos básicos.

Podemos educar para bien y para mal. Ojo, no quiero que se me vayan con culpa de aquí. Pero sí, también podemos de alguna manera educar en no se puede llorar. Los niños no lloran. ¿Dónde está eso? Claro que lloran. Muchos niños, cuando yo les pregunto, ¿qué pone triste un papá? Nada. Los papás no se ponen tristes. Y digo, necesito, por favor, papás varones que avalen todos los sentimientos, todas las emociones. Los papás se ponen tristes. A lo mejor las mamás somos más exageradas para ponernos tristes, ¿no? Y lloramos. Pero los papás también se ponen tristes y también se enojan. Y la forma como tú te enojas, la forma como tú expresas tus emociones es un aprendizaje para tus hijos. Estás, así como estoy yo ahorita con ustedes en un escenario, bueno, háganse cuenta que ustedes son yo y sus hijos son el público. Y están viéndote todo el tiempo. El reconocer el sentimiento es una clave mágica para dar inteligencia emocional. Es decir, el niño quiere la paleta antes de comer. Y tú no le diste permiso y se enojó. Y aquí no sirve de nada que le digas, no, mira, es que tienes que ingerir primero vitaminas, proteínas, para que después entren los carbohidratos. El niño le va a valer sombrilla ese asunto. Pero sí le puedes decir, entiendo, entiendo tu coraje. Entiendo que estás enojado porque tú quisieras tomar la paleta. Pero aunque lo entienda, no te voy a permitir que tomes la paleta porque tenemos que acabarnos la comida. Pero en ese momento le estás diciendo, sí, te pusiste de malas o es una frustración o un enojo, son celos o es miedo.
Ponerle palabras a los sentimientos y entonces desarrollo inteligencia. Si ustedes buscan un diccionario de emociones, se van a encontrar que hay más de 200. Y que usamos muy poquitas. Y a lo mejor podemos empezar a decir, mira, esto, esto no es tristeza, es melancolía. ¿Y eso cómo es? Melancolía es cuando te acuerdas de algo que te gustaba mucho y ya no está. Confíen, por favor, en su intuición. La intuición de los padres unido al amor hace una combinación maravillosa. Tú dame, dame al dictador más tirano de un país. Ese dictador no tiene la fuerza que tiene un padre sobre sus hijos. Nunca. Que tiene una madre sobre sus hijos. Y entonces tenemos garantizado que nuestro ejemplo va a permear en la vida de nuestros hijos. Por eso tenemos que cuidar un poquitín. Y cuando fallamos, admitir que fallamos y que vamos a mejorar. Yo les pongo a los niños el semáforo de enojarse bien. Todos nos enojamos, pero hay que enojarse correctamente. El rojo es alto al golpe, al insulto, a la palabra hiriente. El amarillo es piensa. Piensa o desahógate. Inclusive tenemos un cojín que tiene antenas enojado. Pégale el cojín. No haces daño a nadie. Y el verde es habla. Di. Di lo que no te gusta. Di lo que te incomoda. Di lo que te pareció. O sea, hablar los sentimientos es la mejor manera de procesarlos.
Yo creo que es muy importante aceptar que tu éxito es que no te necesiten. Aceptar que no te van a hablar por teléfono diario. Es más, ni cada semana. Es más, ni cada mes. ¿Por qué? Porque lo hiciste tan bien, que son autosuficientes, que están creando su propia vida. No sabes la gran satisfacción que a mí me da ver a mis hijos ser padres. Porque todo lo que viste, lo estás viendo. No, y ahora que tengo unas nietas adolescentes, lo estoy disfrutando. Porque, claro, el trabajo que me costaron, ahora ellos tienen los portazos, las subidas de hombro. Y si yo estoy por ahí, me voltean a ver y yo digo– ¿No? Y entonces ellos mismos, al ser independientes y vivir como padres, te están haciendo un homenaje. Cuando veo a mis hijos corregir una mala acción, cuando veo a mis hijos desvelarse por el sueño de su hijo que tiene fiebre, digo, esto lo aprendió. ¿Y de dónde lo aprendió? Y te cuento una anécdota que me pasó cuando mi hijo lo invitaron a una casa un día a jugar, a una casa de una familia muy rica. Yo tenía una camionetita que le sonaba todo menos el claxon y el radio. Y fui por él a esta casa, un garage enorme. Toca el timbre, vengo a buscar a mi hijo y abrieron el garage. Y había ahí coches, porque parecía agencia. Tú dime la marca y había coches lujosísimos. Salió– La señora salió elegantísima. Yo llevaba unos pelos de bruja. Ya sabes que– Y el amiguito que lo había invitado salió al mismo tiempo y se volteó a ver mi camionetita. Y entonces le preguntó a mi hijo, oye, ¿en tu casa cada cuánto cambian de coche? No, bueno, yo me faltaba nada más un puñal para clavármelo ya. Y mi hijo se quedó helado así y dijo, pues, no sé. No, pues, claro que no sabía, porque el pobre no había cambiado de coche desde que nació. Pero yo me quedé como con él. O sea, con dolorcito, la verdad.
Se subió al coche y ya sabes, ¿qué tal te fue? Bien, mal. Pero me paré a la orilla de una agencia de coches. Ah, porque le pregunté, oye, ¿y qué hicieron? Ah, no, fuimos a Six Flags. Ah, qué padre. ¿Con quién? Con el chofer y la nana. OK. Y luego, no, pues, ya luego regresamos y tomamos aquí pastel. Y el papá– Ah, no, el papá no estaba. Pero la mamá– Ah, la mamá estaba con la señora con la que salió. Estaban platicando. OK. Yo me quedé con eso. Me paro en el ventanal de una agencia de coches a medio camino. Me paro y le digo, mira, aquí podemos entrar y pedir el coche que queramos, del color que queramos, del tamaño que queramos. Lo único que necesitamos es dinero. Pero tener un papá que esté contigo en tu cumpleaños, que vaya a todos tus festivales y te grabe y te aplauda, eso ni con todo el oro del mundo lo podemos conseguir. Y eso lo tienes tú. Mi hijo tiene 47 años hoy. Y comentando en una ocasión en la que él se vio más o menos en una situación de desventaja, le pregunté, le dije, ¿te acuerdas de la vez que fuiste a jugar a casa de fulano? Me dijo, mamá, eso nunca se me va a olvidar.

Si alguien está deprimido, si alguien está triste, la receta infalible es ayuda a alguien. Haz algo por los demás. Te olvidas de ti. En el momento que tú te dedicas a hacer algo por los demás, te olvidas de ti. Yo tengo 70 años y debo de tener muchos achaques, pero se me olvidan. Porque sí digo, ay, la rodilla, pero ya que llegué al consultorio y tengo que atender a mucha gente que tiene problemas, mi rodilla pasó a último término. Me vuelvo a acordar ya que regreso a la casa un poco. Pero de verdad, esto de ayudar es que te ayuden. O sea, la mejor manera de ser feliz es cuando puedes dar tu yo a otros y recibes a cambio el triple o el cuádruple de lo que has dado. A mí me gusta mucho contar la anécdota de estos tres hombres que picaban piedra y llegan a entrevistarlos. Y entonces, el primero le preguntan, oye, ¿tú qué haces? Y él dice, yo pico piedra. Al segundo le preguntan, oye, ¿tú qué haces? Yo, pues, me gano el pan para mis hijos. Y al tercero le preguntan, oye, ¿y tú qué haces? Yo, una catedral. Yo les deseo, papás, mamás, hombres y mujeres, que diario, aunque piquen piedra, sepan que están haciendo catedrales. Porque cada día es una oportunidad de ser mejor y de ayudar a alguien más. Muchas, muchas gracias por su atención y por su interés.